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Él no me contesta ipso facto, claro. Es un superjefe y, como tal, le encanta la tensión y el misterio. Y a mí me están entrando ganas de ir al baño. Pero me mantengo impasible y estoica a su lado, mientras mis ojos contemplan todo el vídeo.

Lo que veo son varias anécdotas del confesionario, y mi voz de fondo. Me asombro de lo tranquila que sueno en televisión, cuando lo que en realidad me sucede en esos momentos es que estoy recibiendo la avalancha de sentimientos de los concursantes, y mi cabeza intenta racionalizar y entenderlos para poder servir de ayuda.

Sentado en el taburete, Federico se está descojonando, hasta tal punto que se le saltan las lágrimas. Me quito las gafas y las coloco en el canalillo de mi blusa roja. No entiendo qué le hace tanta gracia. Y no para, el tío.

Después de varios cortes en los que solo salen los Hermanos escuchando mi voz, llega una nueva secuencia. Carlos, el más joven de los participantes, con el pelo rubio desteñido y piercings en la cara, aparece en la pantalla, con el rostro pálido y temblores. Es punk.

Recuerdo ese momento a la perfección. Eran las seis de la tarde.

—Mira esto, Becca —dice Federico al tiempo que se limpia el rostro de lágrimas—. Es buenísimo.

Yo hago una mueca de incredulidad. Pienso que si su intención es reñirme o, en el peor de los casos, despedirme, no debería reírse de ese modo, o al final el momento perderá todo su suspense. Doy un sorbo largo a mi café y presto atención.

—¡Necesito un cigarro ya! —grita Carlos con las ojeras muy marcadas.

—No os queda nicotina, Carlos. No tenéis dinero para tabaco y vas a tener que aguantar toda la semana así.

—¿Que tengo que aguantar toda la semana, dices? —repite; parece estar a punto de abalanzarse contra el cristal—. Lo estoy pasando realmente mal. Me tiembla el cuerpo y tengo palpitaciones.

—Es ansiedad. La falta de nicotina te provoca ansiedad. Es como un mono.

—He intentado hacerme un puro de césped con el canuto del rollo de papel higiénico. Creo que es más que mono lo que tengo —aclara pasándose las manos por el pelo, tirando de él sin escatimar fuerzas.

—Carlos… —intento que me escuche. La abstinencia a cualquier droga es un suplicio físico.

—Quiero fumar.

—No hay tabaco…

—Quiero fumar…

—Tienes que prepararte una estrategia para pelear contra tu ansiedad. No es bueno estar así.

—¡No quiero estrategias! ¡Quiero un puto cigarro!

—¡Carlos! —grito de repente. Él se queda muy quieto, asombrado por el tono—. ¡Métete el dedo en la oreja!

A mi lado, Federico está doblado de la risa. Yo lo miro a él y a la pantalla del Mac alternativamente. ¿Por qué se ríe? Intenté ayudar a Carlos como mejor sabía.

—¿Que me meta el dedo en la oreja?

—¡Sí! ¡Corre! ¡Corre! ¡Hazlo!

El punk levanta una mano, con una cara totalmente cómica y poco crédula. Introduce el índice en el oído y se queda con la vista fija en el cristal. Arquea las cejas negras y se humedece los labios.

—¿Hola? —pregunta en esa posición.

—¡Dime cinco marcas de leche! ¡Deprisa!

Tres arrugas de estupefacción aparecen en el entrecejo de Carlos. Casi pega la cara al cristal como una mano loca.

—¿Cinco…?

—¡Carlos! ¡Haz lo que te digo!

—Asturiana, Celta, Pascual… —El tipo se queda pensando un rato—. Hacendado… ¿Hacendado es una marca?

—Sí. Venga, te falta una.

—Nestlé.

Carlos sonríe, orgulloso por haber contestado con diligencia. Yo me quedo callada unos segundos y recuerdo por qué: le pregunté a Rafael si Nestlé era una marca de leche también. Después de comprobar que Carlos había acertado, continué con él.

—¿Me dais un paquete de tabaco por haberlo adivinado? —pregunta Carlos con voz de ángel y sonrisa picarona.

—No, Carlos. Mírate las manos.

Carlos pone cara de hastío y levanta la mano libre. Extiende sus dedos y arquea las cejas llenas de piercings.

—¿Lo notas? —Quiero que él vea el efecto que esa irrupción en sus pensamientos obsesivos ha provocado en su sistema nervioso.

—No tiemblan —dice él.

—Exacto. ¿Qué tal van las palpitaciones?

Se lleva esa misma mano al pecho y respira más tranquilo.

—Ya no las tengo.

—Bien. Carlos, tu ansiedad se dispara cuantos más pensamientos repetitivos tienes. Has entrado al confesionario a punto de tener una crisis porque no has dejado de pensar en tu falta de tabaco, retroalimentando tu histeria. El programa no os va a dar tabaco si antes no os lo ganáis en una prueba, y mucho menos lo hará porque no sepas controlar tus impulsos. Tus pataletas serán peores para ti. ¿Es eso lo que quieres?

—No, joder. Solo quiero que se me pase esto…

—Te puedo ayudar a cortar ese flujo de pensamientos negativos. Cuando esto te pase, tienes que hacer algo que rompa el círculo vicioso. Métete el dedo en la oreja y anima a tus compañeros a que te pregunten marcas de cualquier cosa. Te ayudará a focalizar en algo distinto.

—Pero es absurdo.

—Puede, pero funciona. Tienes que hacer terapia de choque a tu mente. Sorprenderla.

Carlos asiente, no muy convencido. Se da media vuelta, preparado para abandonar el sillón rojo.

—Carlos.

—¿Sí?

—Ya puedes quitarte el dedo de la oreja.

—No, no —contesta—. Me tranquiliza.

La puerta blanca del confesionario se cierra y, al mismo tiempo, Federico cierra la tapa del portátil.

—Y… Fin. —Con esas palabras acompaña su acción.

—¿Fin? Fin ¿de qué? ¿De contrato? —digo esperando lo peor.

—Sí. Exacto.

—¿En serio? —El alma se me cae a los pies. Pero ya me lo imaginaba. Visto por televisión, todo lo que hago parece extraño y demasiado loco—. Si es por mis métodos… Puedo hacerlo todo más convencional.

—Es precisamente por tus métodos. —Federico echa mano de su maletín de la muerte y el despido, y saca más gráficos—.

¿Ves estos picos? —dice señalando.

—Sí. —Están en azul y sobrepasan una franja media y roja—.

¿Son tus picos de hipertensión mientras me escuchabas?

—No digas estupideces. Son los índices de audiencia que registramos cada vez que emiten las sesiones del confesionario contigo.

—Y… —un rizo rebelde se me escapa del moño y cae lánguido sobre mi rostro. Lo retiro rápidamente—, ¿eso es muy malo?

Federico me mira como si hubiera nacido ayer.

—A ver, niña, despierta… ¿Desde cuándo es malo que seamos líderes de audiencia?

—Claro. Desde nunca.

—Me importa un bledo cómo lo seamos. Simplemente, queremos liderar la programación, ¿entiendes? Y tú nos ayudas con tus extrañas aportaciones un tanto lunáticas.

—Mmm, ya… No sé si me gusta cómo lo dices.

—Becca. —Fede toma su café con delicadeza y lo menea arriba abajo según habla—. Tal vez no seas consciente de lo que está pasando contigo, pero en las redes sociales solo hablan de ti. El Gato asegura que el mejor fichaje de GH en años has sido tú. Tus intervenciones salen continuamente en Zona Zapping. ¡La psicóloga de GH es trending topic en España! —exclama, emocionado, con una sonrisa.

—Son solo fenómenos pasajeros. —Intento rebajar su extraña euforia. Creo que está sacando las cosas de madre—. Es meramente anecdótico.

—No lo es —concluye Federico—. No seas tan humilde.

—No lo soy. Pero, sinceramente —me levanto del taburete, abrumada—, no creo que debas darle mayor importancia de la que tiene.

—Pero se la doy. —Federico se levanta conmigo—. Yo y todos los directivos de Zeppelin. Y también la productora de la competencia, que está interesada en ti…

—¿Que otra productora está interesada en mí? —Abro los ojos como platos—. ¿Cuál? ¿Desde cuándo se interesan en mí?

¡Yo no soy nadie!

—Trending topic en España desde hace dos semanas…

—¿Dos? —No sabía que habían sido tantos días. Nerea me obligó a crearme una cuenta de Twitter. De hecho, no sé muy bien cómo van las redes sociales. Pero mi colega me dijo que la creara para que estuviera al día de lo que decían de mí. El caso es que no me quita el sueño lo que digan o dejen de decir, y hasta hace un par de días no la creé. Pero, al parecer, han dicho muchas cosas. Por supuesto, también tengo detractores, compañeros de profesión que deploran mis métodos. Y es normal. Porque mis métodos rompen con los suyos. Y ¿sabéis qué? Funcionan. He hecho un mix y he creado mi propio método.

—Querida, sí eres alguien. Y se interesan en ti desde que tú sola revientas los índices, guapa. Y… —levanta el índice para silenciarme—, ni lo sueñes. No pienso decirte quién va detrás de ti sin que antes escuches nuestra propuesta. Quiero asegurarme de que te vas a quedar con nosotros y de que tengo la primera opción.

—Esto raya lo absurdo…

—De eso nada —asegura, muy seguro de sí mismo. Fede puede estarlo perfectamente; con ese anillo de mafioso, cualquiera…—. Eres doctorada en Psicología Clínica, especialista en fobias y coach de PNL.

Sí. Todo eso soy yo. Fede lo sabe muy bien. Me licencié en la Universidad de Barcelona y decidí especializarme en el tratamiento de fobias, esos miedos, desorbitados o no, que nos golpean y que pueden llegar a condicionar nuestra vida diaria. Puede que, debido a mi especie de don empático, sea capaz de comprender mejor a los pacientes y adivinar incluso aquello que no me cuentan. Leo perfectamente el lenguaje corporal.

En mi consulta, ubicada en una amplia oficina de la avenida Diagonal, es lo que trato con mis pacientes. Y he llegado a tener en cartera a gente famosa cuyos nombres, por privacidad y ética profesional, jamás revelaré.

—Eres un diamante por pulir, Becca. Y quiero hacer un programa a tu medida.

Un momento. Creo que no he escuchado bien. ¿Ha dicho un programa a mi medida? ¿Un programa de televisión?

—¿Cómo has dicho? —Me siento de nuevo en el taburete, que aún está caliente.

—Becca, tienes gancho. Tienes mucho sentido del humor. Y por alguna razón, la gente, sin conocerte, te adora y se ríe contigo. Si sales en televisión y te ven, acabarán enamorados de ti. —Mira mis rizos, y yo me imagino que en realidad solo visualiza cabezas de crías de vencejo saliendo de él—. Créeme, causarás sensación. Eres un gran producto.

—¿Quieres que me sienta como un tampón? No soy un producto. Soy una persona, Federico.

—Me encantas porque ni siquiera ves el potencial que tienes… ¿Tú te has visto? —Esta vez sí me repasa de arriba abajo, como haría un sexagenario con una veinteañera.

—Cada mañana, cuando me miro al espejo.

Me considero una chica del montón. Y cuando digo que me considero una chica del montón, lo digo de verdad. Es decir, que no creo que de mí se pueda conseguir más que una melena rizada y curiosa y unos grandes ojos azules. Tengo una boca grande que en ocasiones me parece un buzón. Los labios demasiado gruesos, y cuando me río me salen unos hoyuelos extraños en la comisura de los labios, tirando hacia el mentón. Federico dice que hago reír a la gente, y la verdad es que no lo hago a propósito. Pero los hoyuelos significan poder para hacer reír a los demás. Se supone que, si una situación es tensa, tengo la capacidad para destensarla con un comentario o un chiste malo. Y me viene de perlas para encargarme de la gente ansiosa por las fobias. Curioso, ¿no?

Pero continuemos con mi cuerpo. No soy explosiva. Al menos, no creo serlo. Tengo un cuerpo tirando a normal. No tengo demasiado pecho y creo que mis caderas son de vaquero, perfectas para unas cartucheras en potencia que tarde o temprano me saldrán. De hecho, si no fuera por el kickboxing, tendría el culo como Nanny McPhee. Lo mejor de mí son mis hombros, y mis piernas.

Pero no vivo obsesionada con mi cuerpo; quiero decir que me consiento mucho con la comida. Es más, cuando Fede se vaya, voy a engullir el Ben & Jerry’s como la gorda de espíritu que me considero que soy.

—Becca —esta vez, Federico cambia el tono paternalista por el de magnate—, creo que una persona con toques de genio como tú debería tener su propio programa. No quiero que te me escapes, ni que te eches a perder detrás de unos cristales opacos que nadie ve. No puedes ser solo una voz. Por eso mi propuesta va a ser suculenta. Este es tu programa. —De golpe, despliega un cartel imaginario frente a mí y arquea las cejas—. El diván de Becca.

—¿El diván de Becca?

—Un reality sobre las fobias más inverosímiles y extremas. Tú serás como una especie de Encantador de perros o de Super Nanny, como quieras verlo. Tratarás a los pacientes afectados por esas fobias y los ayudarás a superar sus traumas valiéndote del coaching o de lo que decidas utilizar.

—¿Los grabarás en mi consulta de Barcelona? —pregunto, todavía sin comprender de qué va la cosa. ¿Se supone que van a venir a mi consulta y grabarán las sesiones en directo?

—No. Mejor aún. Viajarás y visitarás a tus pacientes. Te acompañarán un cámara y un especialista de sonido. Tú decidirás todo: las preguntas a hacer, tus planos, los de tus pacientes, lo que debes hacer para ayudarles. No importa si debes pasar una semana o un mes con cada uno de ellos. Sea lo que sea, Becca, no escatimaremos en gastos, te lo aseguro. Lo que nos pidas, te lo daremos.

Juro que nunca, jamás, he tenido un ataque de pánico, pero reconozco los síntomas a la perfección, y estoy convencida de que empiezo a tener uno.

—Tendrás un asistente de moda. —A continuación, saca un sobre del dichoso maletín y lo desliza por la encimera de la isla hasta dejarlo entre mis manos—. En cada programa podrás elegir, entre las marcas promotoras, lo que desees ponerte. Ropa, zapatos, peluquería… Lo que necesites para lucir esa melena de leona en todo su esplendor.

—¿En serio? —Eso sí que me parece fascinante—. ¿Has dicho «melena de leona»? —rectifico.

—No se me dan bien las comparaciones —se disculpa torpemente—. Mira, te quiero sí o sí. Esta es mi oferta económica.

—Golpea el sobre con el dedo corazón—. Piénsalo durante esta noche. Medítalo con la almohada o con quien tú quieras. Llama a David, cuéntaselo. —Fede, como buen Súper, comandante del programa y de Zeppelin, conoce todos los detalles de la vida personal y profesional de las personas que trabajan para él. Debe hacerlo, porque meter a alguien en la estructura de una cadena no es moco de pavo—. Si me dices que sí, nos reuniremos para ultimar todos los flecos.

—Federico, ¿haces esto por un trending topic? ¡Es de locos!

—No sé cómo controlar el rumbo que puede adquirir mi vida a partir de esta noche y necesito comprender por qué ven tan claro algo que yo jamás me he planteado.

—¿Por un trending topic? —Fede niega con la cabeza y resopla, incrédulo—. Becca, si ya eres famosa sin que te vean, imagínate lo que pasará cuando lo hagan. Tú tienes encanto, y yo detecto un filón en cuanto lo veo.

—¿Encanto? Encanto tiene Blanca Suárez o Úrsula Corberó. No yo.

—Date esta oportunidad y verás. —Fede me guiña el ojo mientras abre la puerta de mi casa. Me ha lanzado una bomba y ahora se dispone a marcharse.

Miedo me da abrir ese sobre. Cuando lo haga, mi vida cambiará.

—¡Espera un momento! Si digo que sí, ¿cuándo empezaría?

—¡Lo antes posible! —grita desde la calle.

Escucho el portazo, con todas las palabras y propuestas de Fede flotando alrededor de mi cabeza como pajaritos.

Me doy cuenta de que estoy sola, como la isla de la cocina, ante una decisión que puede darme la oportunidad que buscaba. Lanzarme de cabeza, o bien otorgarme una popularidad que, a la larga, puede ser perjudicial para mi carrera.

Tomo el sobre entre mis dedos y lo abro.

Es un jodido cheque en blanco. Federico quiere que yo ponga la cifra. Madre mía… Un escalofrío nervioso recorre mi columna vertebral y me froto la nuca.

Necesito hacer una sola llamada para tranquilizarme y escuchar la única voz serena y cuerda que da sentido a mi mundo.

Si llamo a David, él me aclarará las ideas.

Voy a hacer un FaceTime con él, a sabiendas de que no son horas.

Pero David siempre está para mí. Me sonreirá comprensivo y me dirá: «¿Qué te pasa, mi cabecita loca?».

David es, sin lugar a dudas, el hombre de mi vida. Llevamos juntos cinco años. Nos conocimos en la Ciudad Condal; él trabajaba como asesor financiero de una empresa americana con sede en la Diagonal, y a mí me contrataron para que hiciera coaching a los trabajadores y les enseñara a relajar tensiones y a sobrellevar la presión del agresivo mercado económico.

Cuando entré en la sala de reuniones, me encontré con una mesa repleta de tiburones trajeados que acarreaban con la responsabilidad de cuidar y ampliar grandes cuentas internacionales con tantos ceros que yo jamás vería en mi vida.

No superaban los treinta años. Yo entonces tenía veintitrés.

No me fijé en él nada más entrar; de hecho, no me di cuenta de que existía hasta que, después de hablar largo y tendido sobre técnicas de PNL (programación neurolingüística) para templar los nervios, levantó la mano para hacer un repaso global de todo lo que yo había explicado (que no era poco) y, a continuación, preguntarme por la ubicación de mi consulta privada en Barcelona.

En realidad, cuando David empezó a enumerarme todas las acciones de PNL que yo había referido, con esa voz suave y a la vez masculina, me quedé un poco colgada de él. Un hombre que escuchaba con tanta atención era una mina de oro para mí. Y a medida que hablaba, me fijé en su pelo rubio y liso, y en las ondas adorables que le hacía en el cogote. Sus ojos marrones me miraban con una picardía sutil, como si me desnudaran casi pidiéndome permiso. Y me gustó.

Me gustó el tacto y el respeto que los demás cerdos salidos no me mostraban, y que se esmeraban más en ver de qué color llevaba las bragas que en prestar atención a mis indicaciones.

Con el tiempo, David y yo nos fuimos viendo. Vino a mi consulta, por supuesto. Estaba muy interesado en el coaching para empresarios. Y doy fe que las dos primeras sesiones conmigo atendía muy concentrado a lo que decía. Pero en la tercera no dejó de mirarme los labios. Y, claro, no os voy a mentir: pasó lo que tenía que pasar.

Nos enganchamos.

Aún recuerdo perfectamente aquel momento. El beso que nos dimos al despedirnos fue increíble. Pausado, muy meditado en nuestras fantasías. Fuego lento. Caliente y húmedo a la vez, pero no demasiado duro como para arrasar con las brasas, sino con el ritmo adecuado para mantener la llama.

Me gustan esos besos. Siento que me dejo llevar y que bailo con él, como si solo nosotros pudiésemos escuchar la melodía. Me devuelven a la tierra con suavidad, mecida por la seguridad de sus labios.

Me han besado de muchas maneras.

Tuve un ligue que me besaba en plan reggaeton, ya sabéis:

«Mamasita, dame más gasolina…». En fin, muy deprimente. Luego, uno que lo hacía en plan Mojinos Escocíos, del tipo:

«Ojú, que buena … Chiquilla tan tienna… Te voy a comé tó el buyuyu». ¿Perdón? «Estoy más quemao que el senisero de un bingo». Sin comentarios. Y después, una noche loca de cuya borrachera no quiero acordarme, tuve la desgracia de encontrarme con el Mojino Escocío con un cruce de Eros Ramazzotti. Esta especie se encuentra por Ibiza, os aviso. «Yo quiero una madona, que caliente la mia pizza y poco a poco se la coma… Por eso lloro en la mia cama, porque dicen que el que no llora no mama». ¿Hola? ¿Eres imbécil?

Pero no hablemos de mis bochornosos patinazos ligueros, porque, obviamente, no tuvieron futuro.

David, en cambio, me besó en silencio y de un modo apasionado. Él no me cantaba, gracias a Dios. Pero no le hizo falta: yo escuchaba las campanas de boda de fondo, y eso que no pienso casarme jamás.

Y la primera vez que hicimos el amor… Sonrío como una tonta.

Estábamos hechos el uno para el otro, sin ánimo de parecer pedante y demasiado romántica. Pero estar en su cama era como sentirse en casa, territorio seguro y protector. Me encantó cómo me tocó, con reverencia y, al mismo tiempo, sabiendo exactamente qué tenía que hacer y cómo hacerlo.

Recuerdo sus manos sobre mi piel, el modo en que me quitó la ropa, con lentitud, sin dejar de mirarme a los ojos. Su modo de acariciarme los pezones (que tengo ultrasensibles) y de besarlos. La manera que tuvo de colocarse entre mis piernas y después de prepararme concienzudamente, penetrarme, para no salir de allí hasta que no consiguiera que me corriese dos veces seguidas. Y no paró en toda la noche.

Y yo… Yo me enamoré sin más. Con la comodidad de saber que si me lanzaba al vacío, él siempre me cogería.

Y así ha hecho.

Cinco años después, sigo queriéndolo como el primer día. Y no llevo bien su ausencia. Nada bien. David trabaja ahora en Estados Unidos como agente de la empresa franquicia para la que trabajaba en Barcelona. Es una pieza clave en los negocios internacionales, y cada vez tiene más responsabilidades y menos tiempo.

Hace dos años que trabaja allí. Nosotros intentamos pasar temporadas juntos aquí y allí y procuramos hacer coincidir nuestras vacaciones. No nos vemos tanto como quisiéramos, y menos ahora que yo trabajo en GH, pero lo importante es que sigamos queriéndonos ver como al principio. Mantenemos una relación a distancia, pero tenemos plena confianza el uno en el otro. Además, yo soy incapaz de querer a otro que no sea él. Y a él le pasa lo mismo.

El ansia por llamarle y verle a través de la pantalla del portátil hace que se me acelere el corazón como una tonta. ¿Qué dirá cuando sepa que me han ofrecido un reality como protagonista? Se alegrará, seguro. Sus éxitos son los míos. Y los míos, los suyos.

En la pantalla de mi Mac aparece la ventana oscura del FaceTime. Tres señales de llamada y, si todo va bien y David está disponible, me contestará.

La pantalla se abre y me muestra su rostro, aseado e impoluto, como siempre, tan bien parecido que verlo hace que se me iluminen los ojos.

David también sonríe sinceramente a mi reflejo y me saluda como siempre he esperado que haga:

—¿Qué te pasa, cabecita loca?

—Hola, rubio. ¿Estás solo? —le contesto yo, coqueteando y bromeando a la vez.

David asiente y se frota los ojos. No hace mucho que se ha levantado. Se habrá dado su ducha matutina y ahora está preparado para desayunar y, después, ir al trabajo.

—Hola, pelirroja. ¿Cómo estás? ¿Qué te cuentas?

—Bien. —Toco la pantalla del ordenador con mis dedos y me abraza la melancolía—. Ains… Es verte y sonreír. Te echo mucho de menos.

David sonríe y me devuelve el gesto, aunque sus ojos no parecen verme del todo.

—Yo también a ti.

Intento no hacer caso a su reacción vacía y extraña. Debe de estar agotado por trabajar tanto. Pobrecillo, se desloma.

—David, tengo algo que contarte. Y es alucinante —le digo, emocionada.

Eso despierta su interés.

—¿Ah, sí? ¿Qué es? ¿Te vienes a Estados Unidos a vivir?

—No. Pero Zeppelin me ha ofrecido un reality para mí sola. Él frunce el ceño.

—¿Qué?

—Los índices de audiencia cuando hablo con los concursantes en el confesionario se disparan, y Federico cree que tiene que apostar por mí. Se llamará El diván de Becca y viajaré por toda España haciendo de coach, tratando fobias extremas y adicciones, ayudando a la gente.

Sé que estoy sonriendo feliz como una perdiz una vez se lo he contado a él. Y al oírlo de mi boca en voz alta, me doy cuenta de que es una increíble realidad. No puedo estar más emocionada. Pero David no parece tan eufórico como yo. Eso me desinfla como un globo, y no gradualmente. Parece que David haya clavado un alfiler en mi burbuja de complacencia y la haya reventado de golpe. No sé por qué, pero está muy raro.

—¿No te parece tan alucinante como a mí, David?

—Es alucinante, Becca —resopla, algo confuso y agotado. Está muy agobiado. Parece que tenga ganas de decirme algo, pero mide demasiado las palabras, como siempre. Él es de los comedidos. No le gusta montar espectáculos, ni fuera de su casa ni tampoco en la intimidad. Tiene una estricta educación.

—¿Qué te pasa, cariño? Sabes que me lo puedes contar todo.

—Es que, Becca… —Levanta la mirada y la centra en el monitor. Y lo que me dicen sus ojos no me gusta nada—. Si ya es difícil que nos veamos desde que trabajas en Gran Hermano, si además te han ofrecido esto ahora… No vamos a poder vernos. Llevamos dos meses sin estar juntos. Si aceptas el programa, vas a ser muy popular, estarás muy ocupada…

—¿Cómo? Espera un momento —lo interrumpo, sorprendida—. Tomaré vuelos exprés, como siempre hago, para…

—Gastas demasiado, Becca.

—Es mi dinero y lo gasto como quiero, David, y…

—Empiezo a estar cansado de esto. Nuestra relación no debería ser así. No quiero que sea así. —Se frota los labios con los dedos.

Está tan preocupado que mi primer impulso es el de ir a consolarlo, aunque parezca que tenga intención de dejarme. No lo puedo soportar. Ya me empieza a doler, y aún no ha sido claro conmigo.

—¿Cansado? ¿De qué hablas? ¿De qué estás cansado, David?

—De esto. —Mueve las manos hacia el monitor—. De tener que vernos así. Quiero poder tocar a mi novia siempre que quiera. El otro día —prosigue, nervioso e incómodo—, me costó pensar en ti como en mi pareja.

—¿Qué dices, David?

—Becca —resopló, rendido—. Pareces más una amiga que tengo por internet que la mujer que está conmigo. Tenemos una relación más de colegueo que de otra cosa. Y yo… Yo ya no quiero esto. Pensé que, con el tiempo, tú te vendrías a Estados Unidos a vivir conmigo. Podrías trabajar aquí como terapeuta. En este país están todos tarados, y por cada bebé que nace adjudican a un psicólogo de por vida.

Tengo una imagen mental de lo que es mi felicidad con David. Es como un marco con una fotografía. Ahora, el cristal se está resquebrajando y desdibujando su cara junto a la mía.

—Mi carrera está aquí. Por ahora no me puedo ir —contesto, acongojada. Tengo la extraña manía de permitir que las emociones se reflejen siempre en mi voz—. Te respeté cuando dijiste que te ibas a trabajar fuera. Lo acepté. Yo también esperaba que regresaras a Barcelona como directivo con tu propia empresa bajo el brazo. Te lo ofrecieron y lo rechazaste. Y yo estuve a tu lado, apoyándote en tu decisión, aunque deseaba que volvieras. —Voy a echarme a llorar. Ya no veo por culpa de las lágrimas—. Pero, igualmente, yo puedo seguir con esto. —No quiero ser consciente de lo que David está tratando de decirme—. Soy yo la que coge aviones para vernos, no tú. —Nunca le había echado en cara esto—. Al principio sí que viajabas, pero con el tiempo te has acomodado. Y desde hace un año soy yo la que coge los vuelos.

—Becca… —susurra, algo afectado—. No quiero que cojas más vuelos para venir a verme. Es injusto para ti y para mí. Yo quiero tener una vida más normal. Y tú deberías desear tenerla.

—Pero mi vida me gusta como está. ¿Has conocido a otra?

—No. No hay otra persona —replica, ofendido.

Y es verdad. David jamás me mentiría al respecto. Pero eso hace que me frustre más, porque me está dejando sin la necesidad de haber tenido un desliz de esos que te rompen los esquemas cuando menos te lo esperas.

—Te he sido fiel en estos cinco años. No he necesitado estar con nadie más.

—¿Y ahora sí? —le recrimino—. Por eso me dejas, ¿no es así? Porque quieres una novia de verdad.

Su silencio es tan elocuente que no me cabe la menor duda sobre sus necesidades. David se siente solo, y quiere tener una pareja real a su lado. Yo, en cambio, siempre he creído en mi relación con él como algo más místico y espiritual, irrompible y auténtico. No necesitamos estar pegados el uno al otro para demostrarnos lo mucho que nos queremos. Tarde o temprano íbamos a estar juntos. Solo hacía falta aguantar un poco más.

Pero si él, sorprendentemente, necesita otro tipo de relación…

¿Cómo lo puedo retener? Dios, me siento tan traicionada.

Él no lo sabe. O tal vez sí. La cuestión es que está rompiendo mi corazón en pedazos. Y me duele mucho.

—Tengo que irme a trabajar, Becca… —intenta disculparse—. ¿Quieres que hablemos de esto en otro momento?

Encima va a ponerme esa voz condescendiente de: «En realidad, soy un buen tipo».

—No. No hay nada más que hablar. —Me limpio las lágrimas de un manotazo—. Lo tienes muy claro.

—Me ha costado mucho decirte esto.

—Sí, ya veo. Tanto, que has esperado a que fuese yo quien contactara contigo. Porque desde hace unos días no sé nada de ti. Ahora ya sé por qué, cobarde. —Si fuera un dragón, echaría fuego por la boca.

—No tienes que insultarme. A mí me duele acabar con esto tanto como a ti.

—Lo dudo.

—No quiero perder el contacto contigo.

—Olvídate de eso. No soy tu amiga en ese sentido. Ni tampoco tu terapeuta.

—Pero yo te quiero mucho —se apresura a decirme, como si no quisiera que mi imagen se esfumara de la pantalla, que es justo lo que va a pasar—. No quiero que nos dejemos de hablar.

Sonrío sin ganas y niego con la cabeza.

—Por ahora eso es inviable para mí. Me has dejado y necesito tiempo para recuperarme. No me llames, no me escribas, más o menos como has venido haciendo este último mes. —Joder.

¿Por qué no me he dado cuenta de eso antes?—. Necesito espacio, y estar en la zona «amigos» me va a destrozar. Así que, por ahora, no. Un beso, David, cuídate. —Cierro la pantalla del FaceTime y, después, bajo la tapa del portátil.

Estoy en shock.

Un poco perdida, la verdad. Sé que me va a costar mucho asumir esta ruptura. De hecho, todavía no puedo creer lo que ha pasado.

Me quedo sentada en el taburete, con la mirada perdida y las mejillas húmedas de mis lágrimas.

Soy una mujer muy normal, en realidad. Demasiado emotiva y, en según qué situaciones, nada fuerte. Y esta es una de esas situaciones que me superan. Por eso, apoyo los codos en la mesa de la isla y cubro mi rostro con las manos.

Necesito llorar a gusto. Y es justo lo que hago, y lo que sé que haré durante días.

Pero tengo que preparar mi estrategia y solo tengo clara una cosa. Cuando esta noche tan oscura acabe, para que no me obsesione con mi desgracia y mi corazón hecho añicos, tengo que hacer algo que rompa con mi rutina cotidiana. Algo que ningún tipo de automatismo haga que me relaje y permita que me flagele con recuerdos melancólicos e hirientes de David y yo cuando éramos felices. Que ha sido siempre.

¿Veis? Necesito pensar en algo que ocupe mi mente al doscientos por cien. Porque está claro que cuando te dejan, solo recuerdas las cosas buenas, y eso hace imposible desengancharse de tu ex.

Sorbo por la nariz, tan hecha polvo que respirar me duele.

Tomo el sobre con el cheque en blanco entre mis dedos y acerco las páginas con los índices de audiencia de Gran Hermano. Federico ha adjuntado una hoja de proyecto de El diván de Becca, con la estructura del programa y las bases de su funcionamiento, además del target al que irá dirigido y posibles anuncios publicitarios que yo misma deberé realizar.

Tal vez El diván de Becca, un programa que aspira a ser de gran ayuda para mucha gente, sea también mi chaleco salvavidas. Tal vez sea yo quien necesite ese diván, ahora más que nunca.

Y tal vez, cuando David me vea por cable, sea él quien lo necesite porque la culpa por haberme abandonado y el consiguiente arrepentimiento no le dejen dormir.

El diván de Becca

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