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@elumbraldePaco #alapsicologadeGHselevalaolla #eldivandeBecca Ya vemos los anuncios del programa hecho a medida para la voz en off más famosa de la televisión. Por fin veremos a la psicóloga del pueblo.

¿Orco o elfa? #seabrelaporra

Hay muchos modos de sobrevivir a una resaca.

La mía ha sido un auténtico despropósito, hasta el punto de creer que tenía hepatitis Z, o la que sea que es la peor de todas las que hay.

Hoy domingo, después de veinticuatro horas y varios gelocatiles, ya puedo hablar como una persona normal, no solo con:

«Ajá… Mmm… No. Déjame». Ese es el vocabulario posborrachera más usado por todos. Sin olvidarnos de «¡Apaga la luz, me cago en Dios!».

Por supuesto, estuve todo el sábado en la cama, incapaz de hacer otra cosa que no fuera estar tirada en el sofá con mi madre, mi hermana y mi sobrino, viendo las tres partes de Transformers. Obviamente, no pude ver ni la primera.

He pasado por todas las fases resacosas, y después de ducharme por la mañana y desayunar churros con chocolate que ha traído mi adorable madre, ya me siento en disposición de analizar lo que pasó la noche de la borrachera.

Estoy ligeramente confundida y tengo lagunas. No sé qué pasó en el cuarto oscuro. ¿Hubo realmente un cuarto oscuro? Solo recuerdo a un tío que cuidaba de mí y que tenía el pelo largo y una cicatriz en la ceja… Aunque pude haberlo soñado.

—No lo soñaste. Hubo un cuarto oscuro —me repite mi hermana, que lleva esas zapatillas de castor que hacen que me cuestione si realmente alguna vez ha sido una niña inocente y no la golfa que hoy es.

Solo sé que un hombre me ocultó de las manos de los demás, y que olía muy bien.

¿Cómo se llamaba? ¿Gargamel? ¿Gabriel? Eso me frustra. Me da rabia no acordarme de él. No voy a beber nunca más. Seguro que habré quemado más neuronas de lo que está legalmente permitido.

Y no me lo puedo permitir.

—Ni Eli ni yo vimos cómo te subían al cuarto oscuro. Ni tampoco cómo te secuestraban —se defiende Carla, que está mojando un churro en el chocolate. Eso es lo que a ella le va. Mojar churros—. No vimos nada, hasta que saliste en la pantalla de plasma.

—¿Qué? —Levanto la mirada de mi taza—. ¿De qué pantalla hablas?

—Sí, mujer. Había una pantalla enorme en la pared. Ahí salía la imagen de la gente que estaba en el cuarto oscuro. Solo lo ponían unos segundos al entrar y después unos segundos al salir.

—¿Qué es un cuarto oscuro, mamá? —pregunta mi avispado sobrino.

—Un cuarto sin luz, cielo —responde Carla para salir del paso.

—¿Me lo dices en serio? —¿Había cámaras grabando?—.

¿Eso está permitido?

—Solo vimos el final. Eli y yo alzamos la vista y te vimos allí, con las manos pegadas al cristal y una venda en los ojos, como si rezaras a todas las divinidades a la vez. —Sonríe y niega con la cabeza—. Era como ver las secuencias nocturnas de las habitaciones de Gran Hermano, cuando hacen enredoning.

Edredoning.

—Eso. Estabas muy graciosa.

—¿Y no viste al tipo que estaba conmigo?

—No. ¿Al misterioso hetero?

—A ese. —Eso también lo recuerdo. Era hetero.

—Ya te digo que llegamos justo a tiempo de localizarte antes de que empezaras a salpicar a todo ser vivo como la niña del Exorcista. —Inclina la cabeza a un lado y sus ojos verdes se tornan lascivos—. Pero ojalá lo hubiera visto, porque parece que es un buen remedio para que olvides a David. Ya sabes lo de que un clavo…

—Ya sé. —Miro de reojo a mi sobri, inmerso en su mundo Pokémon.

—La tita evolucionó a Hack —suelta el niño—. El pokémon que vomita líquido verde.

Yo lo di por bueno. Aunque en realidad vomité rojo, por la sangría y el vino…

La amnesia es buena para eso. Es buena para olvidar y para no caer en el error de sentir vergüenza de ti misma. No hay recuerdos; no hay vergüenza.

Tengo la noche casi en blanco desde nuestra entrada en la discoteca hasta que llegué a casa. Solo conservo en mi disco duro retazos de una voz grave, y del tacto de una barba de pocos días. Nada más.

—No voy a olvidar a David —anuncio—. No sé hacerlo. No quiero hacerlo. He llegado a la conclusión de que volverá. Algún día me llamará o me escribirá…

—Si hace eso, le corto las pelotas. Si David quiere volver contigo y quiere pedirte perdón, lo más normal y educado es que se rasque el bolsillo y coja un avión cagando leches hasta donde sea que tú te encuentres para arrastrarse de rodillas. ¿Me has oído? —Y me señala con el dedo índice—. No aceptes menos. Un poco de dignidad no te vendría mal…

—Solo digo que no voy a olvidar a una persona que ha compartido mi vida durante cinco maravillosos años. No puedo olvidar cuando todavía quiero. Es emocionalmente imposible.

—Aprenderás o, de lo contrario, no podrás avanzar —me asegura Carla mientras se levanta de la mesa para aclarar la taza de chocolate en el fregadero y dejar su plato del desayuno—. Ahora, quiero que muevas el culo y te levantes de tu miseria personal.

Odio cuando se pone en plan terapeuta. Es buena, la condenada.

—¿Por qué?

—Me tomo libre esta semana para estar contigo. Eli ha pedido unos días también. —Se limpia las manos con el trapo de cocina de cuadros rojos y blancos que cuelga de la puerta del horno, y apoya su culazo sexy en el mármol de la cocina—. Vamos a aprovechar estos días que te quedan en Barcelona para ayudarte a cargar pilas y hacer que dejes de pensar en tu ex. —Me mira de arriba abajo, y yo oculto debajo de la silla mis zapatillas lilas de pelo de oso mojado—. Vas a ser la estrella de un programa de televisión; hay que hablar de estilismo, practicar sonrisas, miradas, frases hechas… Todas esas cosas tan superficiales que a ti tanto te aburren y a mí tanto me encantan.

A veces, mientras doy gracias a la vida por tener la familia que tengo, me pregunto por qué mi hermana, en vez de Derecho, no estudió Marketing y Publicidad.

Sé que sacaría oro de debajo de las piedras.

Me encanta ir de compras, pero me gusta mucho más comprar para los demás.

Y esta semana de desfase y descontrol, es justo lo que he hecho.

Mi hermana sabe perfectamente que saqué una pasta por el Mini antiguo, y ha decidido hacerme ojitos en todas partes: en la Illa Diagonal, en el centro comercial de Pedralbes, en Passeig de Gràcia, en las Ramblas, en la Maquinista… En todos los lados. Y, claro, en todos le ha caído algo, porque soy débil y la quiero, y si me llora, pues la malcrío, como si fuera su madre. Eli es una compradora compulsiva. No hay nadie que compre más que ella, y es una picona. ¿Que tú te compras un par de zapatos monísimos? Ella se compra dos. Uno de esos días, decidimos no comprar nada porque siempre acabábamos llevando las bolsas de Eli a lo Julia Roberts (cuando se reforma y deja de ser una pilingui) por Rodeo Drive.

Y eso cansa.

En fin, vernos por Barcelona en plena acción es un espectáculo.

Después de las sesiones consumistas, nos parábamos para tomar un green smoothie. A mí no me preguntéis, porque no sé nada ni de moda ni de tendencias, eso lo sabe solo mi Pau y mis amigas, pero, por lo visto, ahora todas las que quieren tener el look fashion a lo Sexo en Nueva York se toman un batido verde que parece potado de clorofila. Ya no llevan cafés Starbucks; ahora llevan sopas frías de verdura en la mano.

¿Qué es el green smoothie? Pues es un batido verde lleno de vitaminas y muy rico que dicen que ayuda a la regeneración celular y es superantioxidante. Lo han puesto de moda las actrices de Hollywood, cómo no. Las mismas que prefieren el bisturí al lápiz, que por las noches se pegan una juerga de padre y muy señor mío, que beben más que los famosos peces del villancico y que esnifan todo tipo de polvo, incluso el de las hadas. Eso sí, a la mañana siguiente se beben el zumo de moco, y oiga, aquí no ha pasado nada.

Dice Eli que es fácil de hacer: un pepino, una pera, un limón, unas cuantas hojas de hierbabuena y un tercio de las espinacas que te vienen en un paquete de la nevera de cualquier supermercado. Lo metes todo en la batidora, le añades un cazo de agua, y ¡ale! Todo para dentro y, al parecer, te conviertes en un ser luminoso, sano y casi inmortal.

Yo digo que no es solo fácil de hacer, sino que te sale mucho más barato que comprártelo en cualquier otro sitio. Tal vez me anime y los haga. O tal vez… Tal vez decida seguir con mis frapuccinos de vainilla o de mango. Que sí, que también son muy caros. Pero es que… están tan ricos.

Un día fuimos al cine las tres juntas.

No nos preguntéis por qué, pero al final nos decidimos por Los Mercenarios 3; no quería ver ninguna peli pastelosa ni lacrimógena.

Y nos moríamos de la risa. No por la trama de la película y sus toques de humor, sino porque nos dimos cuenta de que los hombres tampoco saben envejecer.

Ocultas tras una montaña de palomitas de medio kilo y unos maltesers, no prestamos demasiada atención al argumento, pero sí a la boca cada vez más torcida de Silvester, que a la que se descuide, el labio le roza la rodilla.

A Silvester le acompaña todo un equipo de octogenarios (la mayoría) con miedo a las canas y a las arrugas, y ganas de lanzar petardos y dar hostias. Y todos están operados. El cirujano de Mel Gibson ha sido el Joker, me juego lo que queráis. Aparece Antonio Banderas por ahí, que parece un niño somalí entre tanto hombre hormonado, pero que es el mejor actor de todos y hace locuazmente su papel de asesino.

Y es la primera película de acción en la que Jet Li, un maestro de las artes marciales, se limita a estar sentado en una silla disparando con una metralleta. Que Jet Li haga eso… No se lo perdonaré jamás.

Lo mejor de la película: Dolph Lundgren. Sigue siendo atractivo. Muy mal actor, pero aún se conserva bien.

Otro día hicimos una pijamada en casa. Y alquilamos otra película que se titulaba Magic Mike. Allí estábamos todas, incluida mi madre, que le gusta más un critiqueo filmográfico que un lápiz a un tonto. Claro que yo tengo que decir que se suponía que íbamos a disfrutar de una buena película, no solo de esos cuerpos de hombres haciendo desnudos semiintegrales. Sin embargo descubrimos una peli sin ritmo, con diálogos escalofriantemente malos, en la que se permitieron incluir al hermano feo de los Calatrava como stripboy.

Aún recuerdo la cara de mi madre, cuando lo ve aparecer tan grande y fuerte, con el pelo largo y greñoso, con los conocimientos justos de baile moderno del pastor del pueblo.

—¡Anda! —exclamó—. ¿Y el trol también baila? —resopló mientras bebía del gintonic que nos habíamos preparado—. Yo voy a un local de striptease masculino y se me aparece eso, y busco cruces y agua bendita por donde sea.

Y tenía razón, la mujer. ¿Quién se iba a creer que contrataban a un hombre así para un show de chicas?

Por lo demás, Channing Tatum baila de maravilla. Y Matt Bomer tiene unos planos que parece una princesita, pero no por eso me deja de gustar.

Después de la película, divagamos sobre las cosas importantes de la vida (chicos) mientras nos hacíamos la manicura y la pedicura, a las dos de la madrugada.

No recuerdo cuándo nos dormimos, pero dejamos la tele encendida, y fue mi pequeño superhéroe, Iván, quien tuvo que levantarse de su camita para apagarla.

Estos días con ellas me están sentando de maravilla.

Cada vez pienso menos en David, pero sueño todos los días con él. Sé que es muy normal, porque aunque pretenda estar fuerte, mi cabeza no puede borrar su recuerdo, y sigo soñando con él como si estuviéramos todavía juntos. Es doloroso despertarse y darse cuenta de que lo que un día fue, hoy ya no es. Algunas veces sueño que él se pone a llorar y me pide que volvamos, y yo lloro con él y nos abrazamos. Pero cuando amanezco, el sueño es efímero y lacerante como un cuchillo, porque sé que ya no estamos juntos.

Sufro por él cinco minutos cada mañana. Me pregunto cómo está, si me echa de menos, si piensa en llamarme, si se acuerda de las promesas que ha dejado por el camino, de cuando hacíamos el amor y de toda nuestra complicidad… Son cinco minutos eternos en los que lo paso realmente mal. Pero luego tengo que reaccionar. Me pellizco las mejillas con fuerza y salto de la cama, esperando que cada día lo eche en falta menos que el anterior.

Me he parado a pensar en la opinión que tienen Carla y Eli de mi historia con David. Tal vez tengan razón. Puede que me haya relajado con él y que en el último año haya aceptado una relación así porque es cómoda. Y eso ¿en qué lugar me deja?

Meditaré sobre ello más adelante. Ahora no. Todo es muy reciente. Por otra parte, Carla y Eli han criticado mi relación con mi ex, y en cambio ellas no son ningún ejemplo de estabilidad ni coherencia.

Mi hermana se casó con un mongo que prefería toquetear los botones del mando de la Play que los botones de mi hermana. Y no tiene novio conocido, pero sí romances a mansalva. Carla es como una mantis: cuando ya tiene al hombre enamorado y extasiado después de la cópula, le arranca la cabeza.

Y Eli no está centrada y no sabe lo que quiere. Un mes dice que le gusta uno, y al mes siguiente le gusta otro. Hace con los chicos igual que con los accesorios: busca, compara y si encuentra algo mejor, compra. Pero lo hace siempre. No tiene freno. Así que, cada poco compra a alguien nuevo.

Conclusión: que ellas critiquen a David y a nuestra relación me calma. Al fin y al cabo, ninguna se libra de su propio historial.

Y llegó el día.

Dos semanas después, me encuentro en Barcelona Sants, en el Ave dirección Madrid, para empezar con mi nueva aventura profesional. El diván de Becca me espera. Como siempre, en el andén me despido de mi madre entre lágrimas. Me dice que me quiere y yo le digo que también.

—Sé fuerte —me susurra al oído—. Si necesitas hablar porque te entra la ansiedad o la melancolía, llámame. Pero no le llames a él.

—Sí, mamá.

No la puedo soltar. Sus abrazos me llenan de una energía que no puedo explicar.

Miro hacia abajo porque Iván no deja de tirarme del pantalón. Mi sobrino me da un pokémon, y teniendo en cuenta lo importantes que son para él, es todo un detalle y una prueba de amor.

—Es la Amor Ball, la pelota del amor —me dice mi morenísimo sobrino—. Sirve para capturar pokémons hombres. Se la puedes dar a David cuando lo veas. Solo tengo una —me asegura con los ojitos negros más bondadosos que haya visto en mi vida.

Le acaricio el pelo y le doy un abrazo, intentando no comérmelo. Es tan amoroso… Tan especial.

Me guardo la pelota del amor en el bolsillo de los tejanos. Es como una canica gigante. Blanca y rosa, y tiene un corazón en medio. He decidido que se va a convertir en mi tesoro más preciado.

—Te quiero, enano.

—Y yo a ti, tita.

Después, en cuanto me levanto, Carla y Eli me hunden entre sus brazos.

—Escúchame bien, hermanita —me dice Carla—. Vas a ser famosa. Yo voy a ser famosa también. Deja el podio Ferrer bien alto.

Me echo a reír. Carla sería una celebrity única y excepcional. Podría dar mucho juego. Pero sé que lo último que desea ella es ser el centro de atención de nadie, aunque su fuerza y su energía provoquen que se formen corrillos a su alrededor solo para contemplarla.

—Lo haré —contesto.

—Becca —me dice Eli—. Eres la mejor y no hay nadie como tú. No olvides eso jamás.

Yo niego con la cabeza, emocionada por ser tan afortunada de tener a personas que me quieran y me valoren tanto.

Subo al Ave rápidamente para que no me vean llorar. Cojo mi maleta de mano LV y mi cartera a conjunto, y me coloco las gafas de sol. En realidad, no me gusta que nadie me vea llorar, sea conocido o desconocido.

Regreso a Madrid para afrontar mi nueva etapa, soltera, sin compromiso y preparada para demostrar todo mi potencial y los métodos que tengo para ayudar a la gente.

Aunque a mi corazón roto nadie lo haya podido ayudar de verdad. Solo el tiempo.

El diván de Becca

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