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@nikitanipone #eldivandeBecca Becca, mi marido tiene fobia a gastar. En veinte años no me ha comprado nada, y dice que es porque no tengo nada que vender. #Beccarias

Supongo que estas cosas pasan.

Y no me refiero a nacer con el aspecto de Brave la princesa valiente, y el pelo de Nina en pleno auge de Eurovisión, que es un estigma que soporto con toda la dignidad de la que soy capaz. No, no me refiero a eso. Me refiero al hecho de que nuestra vida dé un vuelco de golpe, tan repentino que ni siquiera lo hayas visto venir. Como el vuelco que ha dado la mía.

Si me pongo en situación, hace un tiempo, me dejó mi novio de toda la vida, David, justo la misma noche en que me ofrecían un programa de televisión sobre fobias. A pesar del varapalo y de que mi ánimo no estaba para tirar cohetes, acepté y me agarré a la oportunidad que me brindaba Fede como si fuera el bote salvavidas que me sacaría de la tristeza y la depresión que provoca que te rompan el corazón.

Me ha costado levantar cabeza, y lo he hecho a mi manera, aunque haya sido una de esas maneras totalmente descerebradas y suicidas. Por el camino me ha atacado un perro, me he tirado de un avión, me han electrocutado y me he acostado con el hombre más guapo de todos los tiempos.

No tengo remedio. En el proceso de ayudar a Francisco, Óscar y Fayna, me he enamorado barra obsesionado de él, del cámara de televisión más endemoniadamente guapo y borde del mundo. Sí. Ha sido así.

Axel.

Y en esta misma travesía, ese diablo de ojos verdes me ha cerrado la bocaza que tengo al demostrarme que él era mucho más de lo que yo veía, más incluso de lo que podía haber imaginado, hasta el punto de que arriesgó su vida por mí.

Por eso estoy ahora en este hospital, después de que un acosador con el rostro cubierto por una máscara de Vendetta me arrollara con su Renault blanco en Santa Cruz de Tenerife y provocara que mi coche y yo nos precipitáramos por un puente. Caí al agua, apresada por el cinturón de seguridad… Y pensé que iba a morir.

Aún me duele la sensación de ver pasar toda mi vida por delante de mis ojos, y de saber que el único rostro que vería antes de cerrarlos para siempre sería el de Axel, tan asustado por mí como yo lo estaba.

Sé que antes de despertar en este hospital de Barcelona donde me han trasladado, soñaba, sumida en mi inconsciencia, con el agua fría del río o de lo que hubiera debajo del puente… No recuerdo si era un acueducto. Y revivía con increíble claridad el rescate de Axel.

Él me salvó. Él me ha salvado de muchas cosas de las que aún no soy consciente, y sé que me irán golpeando, como un mazo de la verdad, a medida que me vaya recuperando.

Dios. Recuerdo la sensación de tragar agua. El ardor de mis pulmones, la horrible agonía de no poder coger aire… Y recuerdo la imagen de un hombre sirena buceando como un poseso hacia mí, los dos igual de espantados.

Demostrando una valentía fuera de lo común y una capacidad pulmonar descomunal, Axel metió su cuerpo por mi ventana, que había dejado abierta para poder insultar al infractor del Renault. La misma ventana por la que se colaba el agua a mansalva y que me dejaba apresada igual que un pez en una pecera. Desabrochó mi cinturón y me sacó como pudo… Tirando de mí, arrastrándome con él, con su boca abierta en la mía para darme el oxígeno que me faltaba.

Recuerdo sus labios sobre los míos, y por un momento pensé, tonta de mí, que era una manera muy romántica de morir. Que no estaba tan mal. Pero en algún momento perdí el conocimiento. Cuando el coche cayó al agua, me di un fuerte golpe en la cabeza y perdí mucha sangre… Por eso desfallecí. Pero lo hice en brazos de mi salvador. Un salvador, por cierto, que había removido cielo y tierra para trasladarme a un hospital de Barcelona para que me cuidaran y para que mi familia pudiera estar junto a mí. Un salvador que, para mi sorpresa, es el hermano de mi jefe. Axel no solo era el cámara huraño de El diván de Becca. Axel era, para mi estupefacción, el hermano pequeño del Súper.

Y aquí estoy yo, con Fede, recién despertada de mi inconsciencia de tres días, intentando encajar las piezas de este rompecabezas.

Fede me mira incómodo como nunca lo había visto. No es un tema del que le guste hablar. Parece delicado. Mira, en eso sí se asemeja a Axel: no cuenta nada de su vida, a no ser que esté encerrado en una sala con su terapeuta.

Es increíble. No hay una sola característica de su físico que me recuerde a él; Fede parece diez años mayor que Axel. Tiene el pelo casi blanco, y eso le hace atractivo, un madurito a lo Richard Gere. Pero me asegura que son hermanos por parte de padre y yo quiero que me lo explique todo si eso me va a ayudar a comprender a Axel. Quiero saber toda la verdad, porque Axel me tiene el seso sorbido y es un personaje con muchas incógnitas y sombras, de esas que no me dejan dormir.

Bueno, no sé a quién quiero engañar. No son sus sombras ni sus secretos los que me tienen así. No es su halo de Rey Misterio. Es todo él. Y si Fede puede arrojar algo de luz sobre mi héroe taciturno particular, seré toda oídos.

Una vez que la enfermera y el doctor de mi caso me han explorado, hecho las preguntas pertinentes y realizado todos los controles, nos han dejado solos de nuevo. Sé que debería estar convaleciente, desorientada y perdida, y con unas ganas infinitas de dormir, eso es lo que me ha dicho el doctor. Sin embargo, aparte de la migraña que tengo, no me duele nada más, y la revelación de Fede ha sido como un chute de Red Bull.

—Tengo poco tiempo hasta que vengan tu madre y tu hermana en estampida… Tendrán muchas ganas de hablar contigo, y yo no quiero cansarte.

Me muero de ganas de verlas, pero la curiosidad me mata.

—¿Qué hay de Ingrid y Bruno? ¿Dónde están?

—Bruno tuvo que regresar a Madrid por asuntos familiares. Ingrid no deja de llamarme para saber cómo estás. Los dos estaban realmente preocupados.

—Me imagino, pobres…

—Tengo poco tiempo para poder explicarte…

—Ya, ya. Entonces, date prisa y cuéntamelo todo, Fede —le pido con premura.

—Tal vez sea mejor que te deje descansar ahora, Becca…

—Se levanta con la intención de irse, mientras se mesa el pelo canoso repeinado hacia atrás—. Acabas de despertar y…

—Fede —mi voz suena dura y desesperada—, como te largues, te mato. Te lo juro.

—Pero, Becca…

—Pero nada. No me toques las narices. Han estado a punto de matarme, y el hombre que me ha rescatado no está aquí. Tú, sí. Necesito que me digas todo lo que sabes. —Mis ojos azules no dejan de mirarlo ni una sola vez. No voy a permitir que me deje con la miel en los labios. Soy la Reina de las Maras, ¿recordáis?

Él parece recapacitar y vuelve a tomar asiento en el sillón.

—¿Qué te ha explicado Axel?

—¿De qué? —pregunto.

—En general.

—¿En general? —repito, sarcástica—. Nada en absoluto.

—Ni siquiera se atrevió a decirme que ya me había conocido ebria en la Caja del Amor—. No habla de sus cosas. No dice nada.

—Sí, es cierto —reconoce chasqueando la lengua—. Es muy reservado.

—No. He conocido a muertos más reservados que él. Él es…, es… inaccesible emocionalmente. Impermeable.

—Ya —admite como si lamentara reconocerlo—. Axel no es un tipo fácil.

—¿Quieres decir? —ironizo.

—Lo que te voy a contar, Becca, no puede salir de aquí.

—Levanta la mirada y me traspasa con su determinación—.

¿Entendido? Te lo cuento en calidad de paciente.

—Nunca diría nada. Soy experta en guardar confidencias.

—Sí, ya lo sé. —Vuelve a pasarse la mano por el pelo, que sigue igual de tieso que antes—. ¿Por dónde empiezo?

—Si quieres, te hago yo las preguntas y tú respondes a las que puedas. —Con la mano sana juego con la sábana que cubre mis piernas. Yo también estoy inquieta.

—Dispara.

—Empieza por lo de que Axel y tú sois hermanos.

—Bueno, yo nací como hijo único. Soy un Montes —se reafirma, vanidoso—. Mi padre, Alejandro, siempre ha sido un magnate de las comunicaciones, un auténtico capo de la industria. Pero lo que tenía de capo en los negocios, lo tenía de capullo con las mujeres —admite.

—Claro —asiento atando cabos—. Alejandro. Alexander.

Axel me dijo que su madre se lo puso en honor a su padre.

—Sí, así fue. Alexander Gael.

—Sí. —Sonrío con tristeza—. Tu padre es un capollo, ¿sabes?

—¿Qué? —Me mira extrañado.

Capollo… Es —muevo los brazos nerviosa—, es la unión de capo y capullo… Es un juego de palabras, un compuesto.

—Ante la cara de loco de Fede, pongo los ojos en blanco y me rindo. No le hace gracia—. Da igual.

—¿De dónde coño sacas esas paridas, Becca?

—Ha debido de ser el golpe en la cabeza. Continúa.

—Bien. —Me mira raro y prosigue—: Mi padre ha tenido a su disposición un amplio abanico de mujeres. Muchas.

—De tal palo tal astilla, ¿eh, campeón?

—Yo solo busco el amor —se defiende.

—A ti el amor se te rompe rápido de tanto usarlo.

—No es verdad. Es solo que creo que lo encuentro y después resulta que no es así. A mi padre le pasa lo mismo.

—Sí, me imagino. Es curioso que busquéis el amor en mujeres de entre veinte y veinticinco años, con unas medidas particulares tanto de cerebro como de pechos.

—No nos juzgues por eso. Somos hombres. Es lo que nos gusta.

—Espero que no a todos.

—A casi todos —admite—. Aunque sea una combinación que no funcione. Yo tengo a mis espaldas varios matrimonios fallidos, y mi padre cuadruplica mis fracasos.

—¿Y Axel también es así? —pregunto, interesada. Fede niega con la cabeza.

—Axel es fruto de una aventura que tuvo mi padre con una belga. La única mujer que mi padre admite haber querido de verdad.

Arqueo las cejas con asombro.

—Por tanto, ¿Alejandro estaba enamorado de la madre de Axel?

—Sí. Y recuerdo muy bien esa etapa. Yo tenía diez u once años, no estoy seguro… Pero sí me acuerdo de mi madre histérica por sus escarceos y por la poca discreción de mi padre. Mi madre Claudia la llamaba la «amante gitana».

—¿La amante gitana?

—Sí… Vi una foto suya en la cartera de mi padre. Era una morena de ojos muy verdes y grandes. Como una cíngara especial. Muy guapa.

«Como Axel», pienso enternecida.

—Al parecer, mi madre revisó la agenda de mi padre, o sus cartas… O contrató a un detective privado. Vete a saber. El caso es que descubrió que tenía un lío con otra mujer. No es que antes no supiera que mi padre le era infiel con otras mujeres. Siempre lo ha sabido. Y ella lo ha aceptado a cambio de la vida que tiene. Pero mamá se preocupó cuando se dio cuenta de que la gitana no solo era un capricho. Era mucho más. No sé cuánto tiempo duró su aventura, pero sí sé que mi madre lo amenazó con decir toda la verdad sobre él y hundir su reputación. Le obligó a que abandonara a la gitana.

—Y tu padre la abandonó.

—Sí. —Fede mueve la cabeza afirmativamente, sin escrúpulos—. Pasaron los años, mi padre se divorció de mi madre, porque nunca le perdonó que no le permitiera seguir con su gitana ni que le hiciera chantaje.

—Vaya por Dios… —murmuro con sarcasmo. ¿Quién podía culpar a Claudia? Una mujer despechada puede ser muy vengativa—. ¿Cómo fue capaz tu madre?

—Sé lo que estás pensando… No es que mi padre no quisiera a mi madre. Sí lo hacía…, a su manera.

—Hay muchos hombres con una manera extraña de querer.

—Pero a quien amó verdaderamente mi padre fue a la belga.

Él no tuvo la culpa de casarse con la mujer que no tocaba.

—Ah, no, claro… No es culpa suya meterse en la cama de cualquiera que no sea su mujer. Tampoco era culpa de tu madre, ¿verdad? No me vengas con esas tonterías, Fede, porque provengo de una familia disfuncional con un padre al que le encanta adornar con cuernos las cabezas de su harén de mujeres.

—¿Qué puedo decir?

—Nada.

—En todo caso, es mi padre. —Sonríe disculpándole—. Él es así. Hay hombres infieles por naturaleza. —Se encoge de hombros—. No vamos a colgarlo por eso, ¿no? Hay cosas peores.

Resoplo y me recoloco sobre la cama.

—Continúa. Pasaron los años ¿y…?

—Diez años después, mi padre recibió una llamada de la gitana. Se moría y no tenía a nadie con quien dejar a su hijo, un hijo que era de él. Mi padre se trajo al pequeño Alexander Gael a nuestro domicilio, a vivir con nosotros. Mi madre no lo soportó. Consiguió un divorcio millonario y se fue de casa. —Fede sonríe presa de sus recuerdos—. Cuando Axel entró en nuestro palacete, era tan poca cosa… Muy delgado, muy moreno, con ojos de animal receloso… Sabía muy poco español, solo el que le había enseñado su madre. Pero hablaba inglés y belga, señal de que se habían esmerado en educarlo.

No me gusta imaginarme a Axel desvalido. Esa visión nada tiene que ver con quien es ahora. Tan duro como una roca y tan frío como un iceberg. Aunque a veces queme como el fuego.

Me lo imagino entrando en una casa completamente desconocida, con un padre que nunca estuvo a su lado y un hermano que, en cambio, sí lo reconoció. No debió de resultarle fácil darse cuenta de que no fue un niño deseado. Eso es en lo que pensaría. O, al menos, eso pensaría yo.

—¿Qué pensaste tú cuando lo viste llegar? Fede se encoge de hombros.

—Yo pensé que Axel sería el primero de una larga lista de hijos por descubrir. Y me pareció divertido y entretenido tener un hermano. Fue muy aburrido crecer solo.

—Lo adoptaste como un juguete personal.

—No, no… Axel conectó conmigo y yo me convertí en su protector. Resultó así de sencillo. La simpatía entre ambos fue fulminante. Tal vez porque sabía que los dos éramos unos desgraciados y nos reconocimos el uno al otro en nuestra desgracia.

—¿Crees que Axel necesitaba protección?

—Buf… Tener un padre como el nuestro no es fácil. Mi padre iba a ignorar al pobre chiquillo, y yo solo me encargué de que no se sintiera tan desamparado. Le protegí.

—¿Cómo fue la relación de Axel con su padre?

—Distante. Fría. Rezumaba indiferencia. Pero nunca nos faltó de nada. Siempre tuvimos lo mejor, incluso ahora, que somos tan mayores, mi padre sigue dándonos todo lo que le pedimos.

—¿Axel pide?

—Bueno, está bien, rectifico: todo lo que yo le pido. ¿Qué le voy a hacer? Soy un yuppie caprichoso y mimado.

—Materialista, es la palabra. Fede me ignora.

—Y mi hermano y yo somos los dos únicos propietarios de Telecomunicaciones Montes y Zeppelin. El monstruo de los medios —dice con voz pragmática.

—¿Y eso te hace feliz?

—A mí, sí. Pero puede que al bueno de Axel le importen bien poco las propiedades y las acciones. De hecho, nunca ha tocado nada de lo que mi padre le dio y puso a su disposición. Tiene un rollo muy alternativo.

Que un hijo diga de su padre que su relación fue lejana y helada solo significa que les hizo falta lo más importante: calor humano. ¿Eso sería suficiente para explicar la distancia que Axel se empeñó en marcar desde el primer momento conmigo?

—Fede.

—¿Qué?

—Antes has dicho que sabías que yo podía romper la coraza de Axel y que ha sido la primera vez en mucho tiempo que lo has visto realmente preocupado por alguien.

—Ajá.

Muevo rápidamente las pestañas antes de clavarlo en su sitio con mi mirada depredadora.

—¿Acaso forzaste que Axel y yo trabajáramos juntos?

Oh, maldita sea. Por el modo que tiene de esquivar mi mirada y de sonreír nerviosamente juraría que la respuesta es afirmativa.

—Hiciste un gran trabajo conmigo, con mi terapia. Me ayudaste. Yo estoy tarado y pudiste arreglarme, así que pensé que si Axel te conocía, dado que tenías experiencia y buena mano con los Montes, también podías arreglarlo a él.

—No me lo puedo creer… —Dejo caer la cabeza y me presiono el tabique nasal. Siento que me van a estallar los ojos—. Ceporro descerebrado y manipulador…

—Becca, no te enfades. Te diste un golpe fuerte en la cabeza y aún se te puede reventar una vena…

—¿Me ofreciste El diván solo por eso, Fede? No entiendo nada. ¿Creíste que yo le quitaría el mal rollo a tu hermano?

¿Qué hay de mi profesionalidad?

—No, joder. Te lo ofrecí porque eres la mejor especialista en lo tuyo. Y precisamente por eso necesitaba que Axel trabajara contigo. Porque… Porque eres especial. Conectas con la gente como un puto enchufe, pelirroja. Y sabía que Axel y tú harías contacto. Porque él es un puto suicida que no le tiene miedo a nada. Ya lo habrás comprobado.

—Mi relación con Axel ha sido como un maldito cortocircuito, Fede —le recrimino—. No la puedo entender. Por poco me vuelvo loca. ¿Sabes lo que has hecho?

—Pero le has ayudado.

—¿Ah, sí? ¿A qué? No he solucionado sus problemas vinculantes con tu padre. Él nunca me habló de eso. Así que dime en qué le he ayudado, además de cabrearlo por desobedecerle y de hacer que se juegue el cuello por mí. Y no solo eso: por alguna razón, Axel piensa que todas las mujeres somos unas guarras, menos su madre, claro, que en paz descanse. ¿Tienen algo que ver las novias y las mujeres de tu padre en su conclusión?

Fede entrelaza los dedos pensativo y se inclina hacia delante, como si fuera a hacerme una confidencia.

—Bueno, mi hermano es un tipo que ha vivido mucho… Yo me he corrido unas cuantas juergas que han quemado más de la mitad de las neuronas de las que disponía. Y él ha vivido de otra manera. Por eso es así.

—No pienso jugar al Quién es Quién contigo, Fede —le advierto, enfadada—. No me gustan las vacilaciones. Ni me gusta que me ataquen ni que me persigan… Y resulta que me ha pasado todo esto desde que estoy con El diván. La pregunta es: si no llega a ser por Axel, ¿dónde narices estaría yo ahora?

—En la morgue.

Fede siempre tan directo. Me asquea pensar que tiene razón, pero está en lo cierto. Y eso hace que ronde otra pregunta por mi cabeza.

—¿Y de dónde ha sacado Axel todas esas habilidades de superhéroe?

Fede juega con su sello de M. A., el anillo de casado de su último matrimonio con una despampanante modelo sueca, mientras piensa en la respuesta.

—Mi hermano eligió una vida muy diferente a la que mi padre le ofrecía. Una vida opuesta a la mía.

—Pero está metido en el negocio audiovisual, ¿no?

—No es ejecutivo de producción ni director como yo. Él es solo el jefe de edición y un operador de cámara realmente bueno. Pero no hace mucho que lo es.

—¿Y qué era antes de meterse en este negocio? ¿Y por qué se metió?

Fede sonríe y se recuesta en el respaldo del sofá de mi habitación.

—Te aseguro que peleé mucho con él para que hiciera algo con su vida. A Axel le han pasado muchas cosas. Unas le han marcado más que otras. Y la suma de todas es el resultado de quien es hoy.

—¿Y qué le pasó?

—Eso no me corresponde a mí decírtelo, Becca.

—No me jodas. ¡No me has contado nada!

—Sí. —Se levanta y suspira como si se hubiera sacado un peso de encima—. Sabes más que nadie sobre él.

—No es verdad. Tú lo sabes todo.

—Pero yo no puedo hacer una mierda por él a pesar de todo lo que sé. Tú, sí.

—¿Cómo? Si ha desaparecido, si ni siquiera sé dónde está… —digo, aturdida. El cretino se ha largado y me ha dejado con las ganas.

—Conociéndolo, no tardará en aparecer. Tu agresor sigue suelto, y Axel va tras sus pasos.

—Pero ¿por qué motivo no deja de hacer de policía?

—Porque Axel no deja en manos de nadie lo que él puede solucionar por sí mismo. Venga —da una palmada—, ahora ya te dejo en paz. Tengo que irme y…

—Fede. —Intento incorporarme, pero me duelen hasta las pestañas—. No te vayas… Espera.

—Ya sabes lo que tenías que saber. Ahora, descansa.

—Pero… ¡si no me has contado nada! ¿Y mi recuperación?

¿Y El diván?

Él niega con esa cabeza de pelo blanco que tiene. Yo creo incluso que se lo tiñe a propósito.

—Tómate el tiempo que necesites. Hemos cubierto el primer trimestre con tus tres pacientes. Tú ocúpate de ponerte bien cuanto antes para volver a hacerte cargo de El diván. —Me guiña un ojo—. Hay tiempo, no tengas prisa por recuperarte. Mientras tanto, sigues cobrando y tienes todo pagado, Becca.

—Ven aquí y sigue contándome —digo a modo de advertencia—. Sit! Sit! O voy a exigir una indemnización por lo que he pasado.

—Adorable —dice, incrédulo y sonriente—. Descansa, preciosa.

Maldito. ¿Tan poco lo intimido? Pues sí que estoy mal.

—Al menos dime cómo localizar a Axel. ¿Dónde está?

Quiero hablar con él.

—Nadie lo sabe. Ni siquiera yo.

—Pero tú tienes localizados todos los teléfonos de los trabajadores, ¿no?

—Axel ha desconectado el suyo. Le habrá quitado el localizador. —Se encoge de hombros—. Tendrás que esperar a que sea él quien contacte contigo, si realmente desea hacerlo. Hasta que no cace a tu acosador, no descansará. Lo conozco.

—Axel no es Batman. No puede tomarse la justicia por su mano.

—Tú no le conoces. No sabes lo que es capaz de hacer. Él… Él siempre ha sido así. Da la cara por los más débiles —afirma sin titubear.

Eso me hace sentir bien. La sensación de estar protegida, de que le importas lo suficiente a alguien como para que quiera vengarte, me reconforta.

Preferiría mil veces que fuera Axel quien estuviera conmigo, en vez de su hermano con complejo de Peter Pan. Así le daría las gracias como quiero dárselas y… lo abrazaría. Porque no quiero volver a ver la expresión en su rostro como la que puso cuando me vio caer con el coche; como si ya no hubiera esperanza ni para él ni para nadie. Y le diría: «Te dejo que seas mi héroe».

Fede ha cerrado la puerta tras él y me ha dejado sola en la habitación.

La soledad, en mi estado, hace que me sienta incómoda, débil y desubicada.

Dios. Cierro los ojos para serenarme, pero cuando lo hago, solo veo la máscara de Vendetta, y después, el rostro de Axel contorsionado por el dolor y el miedo de ver cómo mi coche se despeñaba…

No. Ni hablar. Los mantendré bien abiertos.

Y me imaginaré que la persona que pica de nuevo a la puerta de mi habitación es Axel, con un ramo de rosas y una mirada de estar loco por mí que me deja sin sentido.

Sin embargo, no es su cabeza la que aparece tras la puerta.

Es la cabeza de mi hermana Carla, con su pelo lacio y negro y su cara de modelo italiana, y después aparece la de mi madre, con sus rizos blancos y caobas y sus ojos verdes y grandes llenos de lágrimas, seguida de la de mi amiga Eli, que tiene su pelo rubio recogido en una coleta alta y sus ojos negros llenos de lágrimas.

No espero nada más.

Sonrío, abro los brazos como puedo y deseo que ellas entren y se abalancen sobre mí. Y me doy cuenta de que su amor y su cariño hacen que me sienta completa y afortunada.

En este preciso momento, no necesito nada más para sanar todas mis heridas.

El desafío de Becca

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