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Оглавление@Beccarias #eldivandeBecca Cuqui, soy tu picha.
¿Te casas conmigo?
Mi madre adora preparar cenorrios. Y mi hermana es una trolera.
Por eso me ha sorprendido verla sentada a la mesa para cenar, escuchando atentamente a Iván, mi sobrino adorable, cuando ella misma me había dicho que tenía mucho trabajo en el bufete y que iba a pasar toda la noche ahí, que por eso no venía conmigo hasta el loft para encontrarme con mi ex, motivo por el cual mi madre tampoco podía hacerlo, pues debía encargarse de Iván.
Así que yo, para vengarme, no les he contado nada de mi escena con David, y he obligado a Fayna a que guarde silencio sobre lo ocurrido, o de lo contrario le subiría por la noche la potencia del collar y la dejaría chamuscadita.
Mi madre es muy exagerada para las comidas y las cenas. Eli, al principio de venir a casa a comer o a cenar, decía que creía que mi madre lo que quería era cebarla para luego cocinarla. Tardó en acostumbrarse a sus menús, pero cuando lo hizo, ya nunca más quiso comer otra cosa. Sus platos tienen ese efecto: luego siempre quieres más.
Fayna está ayudando a mi madre a servir los platos, que va trayendo uno a uno al salón, comiéndose la mitad por el camino. Contemplo la mesa con agrado, porque luce mucho. Ha puesto la panera, las copas grandes de vino, mucho pica pica, unas servilletas de colores que compró en IKEA, sus sangrías marca registrada, y ha horneado un pan italiano que solo ella sabe hacer y que más de un vecino ha venido a preguntar por la receta. Y la muy perra no se la da a nadie.
Y eso me encanta.
Me distraigo con el móvil y vuelvo a abrir los mensajes, a ver si por casualidad Axel se ha equivocado y me ha escrito. Pero no. No caerá esa breva. Así que abro el MomentCam y con mi rostro monto un emoticono de mí misma, taladrando un culo con una Black and Decker.
Algo parecido a esto:
De Becca:
Seguro que si te hiciera esto sí contestarías. Cuando te vea no habrá ni saludo.
Voy a taladrarte el esfínter.
No sé ni por qué me esfuerzo en hablar con Axel. No le interesa hablar conmigo. Soy como un ente invisible para él.
Y lo único que yo quiero es que me conteste y me diga que está bien. Me da igual si ha encontrado o no al tipo que me hizo esto; solo me interesa saber que a él no le ha pasado nada. Parezco paranoica y desesperada. Lo sé.
El timbre de mi casa hace que dé un respingo. Mi cuerpo y mi mente siguen alerta, vigilando mi entorno, sin acabar de encontrar la paz que me robaron en Tenerife. Son los síntomas de haber sufrido una agresión como la de hace unos días.
Y lo comprendo. Comprendo mis mecanismos de defensa. Solo tengo que dejar que pase el tiempo para que el miedo desaparezca. Aunque me costará.
Carla se da cuenta y me mira de reojo.
—Es Eli. Le he dicho que venga a cenar —me explica con cara de disculpa.
Cuando pasa por detrás de mí, me coloca la mano en la espalda y me besa la cabeza.
—No seas tonta, tata —me susurra—. Aquí nadie te hará daño.
Su ternura hace que me emocione. Carla tiene esos puntos: puede ser una borde y una egocéntrica, pero sabe ser cariñosa y protectora; al menos, conmigo.
Eli entra en el comedor como una bala, mientras Carla le grita desde la puerta: «¡Hola a ti también, eh!», con ese tonito insufrible que gasta.
Eli me abraza por detrás con todo su cariño. Ella es cálida, tierna y afectuosa, y es un caudal de buena energía, calma y mansa. Me besa en la mejilla y me dice:
—¿Cómo estás, Debo?
—Pues aquí, Vane —contesto—, aguantando a la Jessi y al Joshua.
Ella sonríe, pero me suelta de golpe y se da la vuelta cuando escucha la voz de Fayna.
—Chacha… Aquí todas son altas y delgadas. Dan asco —murmura dejando los últimos platos sobre la mesa.
Eli nos mira a la una y a la otra como si siguiera la pelota durante un partido de tenis.
—¿Hola? ¿Quién eres? —pregunta, sorprendida.
—Soy la Fay. —Le da dos besos y coge una hogaza de pan italiano mientras la mira de arriba abajo—. ¿Tú eres la psicóloga del sexo?
—No… Bueno, soy terapeuta de parejas.
—Lo que digo: más follar y menos dialogar. —Mastica con los ojos semicerrados por el placer—. Ese es el problema de las relaciones actuales, que se olvidan de darle al tema y anteponen sus propias satisfacciones a las de la pareja.
Carla se sienta sonriente a la mesa y añade:
—Qué lista es esta chica.
—Tita Eli, ¿qué es follar? —pregunta Iván mientras da un sorbo a su zumo de frutas.
Carla mira al crío con preocupación, pero es Eli quien sale al paso. Iván la adora y ella a él.
—Nada, cariño. Poner en orden el follaje de los árboles… Las hojas que se caen al suelo y eso…
—Entonces, ¿los basureros de las calles están todo el día follando?
—Pasapalabra —murmura, divertida, Carla, que ahora mira fijamente a Eli.
Yo no lo puedo aguantar y me echo a reír. Eli pone los ojos en blanco y niega con la cabeza, y Fayna nos mira como si estuviéramos grilladas, que más o menos es justo como estamos.
Mi madre acerca las sangrías al paso de:
—Creo que me he pasado con la ginebra.
Fay se sienta a su lado, frunce el ceño y sé que está pensando: «Pero ¿qué clase de sangrías hace esta mujer?».
En cambio, se sirve el primer vaso y susurra, feliz:
—Me encanta esta familia. Bueno, es que mi familia es así.
Disfuncional, adorable, simpatiquísima y está fatal de la cabeza.
Durante la cena me han preguntado directamente si me he encontrado con David. Por supuesto, ese y Axel han sido los temas estrella de la velada.
Yo he toreado la cuestión como mejor he podido.
Los han comparado a los dos. Axel ha ganado por goleada, aunque Fayna ha puesto la nota de humor cuando ha dicho:
—Axel es Dios, pero cuando yo vi a David salir de la casa de Becca, pensé que también estaba para hacerle un favor detrás de otro.
Y ahí se revolucionó todo. Fayna lo había soltado. Tuve que aguantar el chaparrón de mi hermana y de Eli: que por qué había ido a verlo, que qué hacía David en mi casa, que si me había devuelto las llaves, que eso no podía ser, que quién se había creído que era… Y que yo era una mema.
Mi madre me miró en todo momento con gesto comprensivo. Sabe que no es fácil romper una relación de tanto tiempo y creo que se siente orgullosa de mí, de que al menos haya ido a hablar con él.
Gracias a Dios, la suposición de mi madre sobre la ginebra era acertada; en efecto, se le fue la mano, y eso provocó que pronto estuvieran todas fuera de juego.
Fayna se fue a dormir a la habitación de invitados, la que mejor insonorización tiene de toda la casa. Y menos mal, porque ronca como una condenada. Antes de acostarse, me aseguré de quitarle el collar para dormir, porque con lo que le ha subido el alcohol, ella no iba a ser capaz, y no quería que muriese de una sobrecarga eléctrica.
Mi madre se retiró a su dormitorio, y Carla y Eli se fueron a dormir a la habitación de mi hermana, porque tiene una cama de matrimonio más grande y porque a Eli le daba miedo dormir conmigo, no fuera a ser que me hiciera daño sin querer, porque se mueve mucho cuando está en los brazos de Morfeo y yo aún tengo cardenales.
—No te preocupes, tata —me había dicho mi hermana antes de cerrar la puerta de mi habitación—. Si Eli me da un golpe, yo se lo devuelvo. —Me guiñó un ojo y me dejó a oscuras.
A lo que Eli contestó:
—Cállate ya.
Y aquí estoy, en plena noche, a solas en mi cuarto, actualizando mi teléfono por fin, y conectándome con el mundo. La pantalla del móvil alumbra con su luz mi rostro fantasmagórico, mientras repaso todos mis contactos y leo y releo todos los mensajes de Whatsapp que he recibido.
¿Y qué creéis que ha pasado? ¿Que me ha contestado Axel? Pues claro que no.
Quiero llamarle la atención, y dudo entre decirle o no que Fede me ha contado muchas cosas sobre su vida mientras estaba en el hospital. Pero no sé si eso lo alejaría de mí definitivamente. Porque es increíblemente reservado, y él se siente seguro mientras siga siendo una incógnita para los demás.
Pero ya no lo es para mí. Sé que hay claroscuros en su vida que Fede no me ha querido contar. Del mismo modo, sé que no quiero perderme ni un detalle más de él, y me encantaría conocerlo de los pies a la cabeza, en profundidad, cuan largo y ancho es.
Por el amor de Dios, este hombre me tiene sorbido el seso, hasta el punto de que pienso más en él que en mi acosador. En él y en su manera de hablarme, de mirarme sin perder un solo detalle de mi rostro, de tocarme como si no hubiera un mañana, de besarme como si quisiera alimentarse de mi boca. Es tan sensual. Tan sexual. Tan… irresistiblemente sucio e intenso en la cama, que es un mundo nuevo para mí. Y deseo explorarlo.
Me muero de ganas de volverlo a ver, porque estoy absoluta e irrevocablemente loca por él. Y es una barbaridad, creedme. Porque, ¿quién se enamora hoy en día tan perdidamente de una persona que no conoce demasiado y que sabe que le puede atropellar el corazón? ¿Qué tiene Axel que me ha enamorado? Su belleza es un punto a favor, por supuesto. Pero eso no lo hace todo. Entonces, ¿qué despierta tal magnetismo en mí? Su halo misterioso, su presencia oscura y vengativa, su sonrisa de depredador, su voz rasgada… Hay una larga lista de puntos que me llaman la atención en él.
Sin embargo, creo que precisamente son los puntos que no muestra, esos detalles que guarda cerrados a cal y canto, los que me tienen más intrigada y los que provocan que quiera acercarme a él como una polilla a una bombilla, aun a riesgo de que me queme los ojos y las alas.
Necesito volverlo a ver para descubrirlo. Es preciso que hablemos. Pero para eso, él también tiene que querer verme a mí, y con los siguientes capítulos de El diván aún por rodar, y el hecho de que se supone que ha desaparecido para ir en busca de mi acosador, creo que tenemos muchas cosas que decirnos como para no volver a vernos. Él no puede lanzar una bomba de la invisibilidad y borrarse de mi vida así de fácil. Además, ¿qué fue lo que vivimos él y yo en Tenerife? ¿Solo varios polvos y ya está? Yo no lo siento así, pero como él me diga lo contrario, me hundirá en la miseria.
Mientras elimino todos los mails que han ido a parar a la bandeja de entrada de mi correo, uno nueva entra de repente.
Fijo mis ojos en el nombre del remitente. No hay nombre. Un correo totalmente en blanco.
Algo sube por mi columna vertebral y eriza el vello de mi nuca. Y reconozco esa sensación: es el miedo. Está de más decir que me considero una mujer valiente, y que las últimas experiencias vividas, a pesar de que han resquebrajado un poco esa armadura brava que creo llevar conmigo, no han menguado mi arrojo para enfrentarme a todo tipo de situaciones. Para ayudar a enfrentar las fobias a los demás, mi empatía y yo hemos tenido que conocer muchos miedos, y muy variopintos, algunos irracionales, unos más complicados que otros.
Pero este miedo que siento ahora tiene una razón de ser. Mi intuición no me engaña.
Mi dedo tembloroso hace clic para abrir el correo. No debería haberlo hecho. Debería haberlo guardado y que lo abriera Axel cuando regresase…, si es que regresa. Pero no he podido aguantar la curiosidad. Soy como ese personaje de una peli de miedo que se separa del grupo y que sabes que la va a palmar por listo.
Yo no voy a morir por abrir un mail, pero las consecuencias pueden ser nefastas para mi actual estado emocional. ¿Y eso me importa? ¡Pues claro que sí! De todos modos, lo voy a abrir.
La pantalla de mi ordenador se queda en negro. Y entonces aparece él. El desconocido con la máscara de Vendetta. Está mirando al frente; me mira a mí directamente. Inclina la cabeza hacia un lado y, de repente, se oye una risa diabólica, y tanto ese gesto como sus carcajadas se convierten en un bucle insoportable que no tengo paciencia ni estómago para sobrellevar.
Se me hiela la sangre y cierro la tapa de mi portátil de un golpe seco.
Me agarro las piernas y me hago un ovillo, sentada encima de la cama. Hundo la cara entre mis rodillas, sin poder detener mis temblores, y me echo a llorar.
Mi habitación está a oscuras, casi como mi alma.
No sé quién es esa persona que intenta hacerme daño. ¿Por qué me escribe a mi correo personal? ¿Lo conoce todo sobre mí? Nunca he tenido problemas con nadie. ¿Por qué alguien querría acabar con mi vida? ¿Qué le he hecho?
Sea como sea, estoy aterrorizada. No dejo de pensar en mi familia. ¿Y si el psicópata intenta hacerles daño? Tal vez no es buena idea quedarme en casa de mi madre. Puede que lo mejor sea irme a la mía. O volver a Madrid.
No… Lo que necesito es ponerme a trabajar inmediatamente, intentar recuperar la normalidad perdida. El trabajo mantendrá mi mente ocupada, ayudará a que me centre en los problemas de los demás en vez de en los míos. Eso no quiere decir que desaparezcan, claro está. Pero así, con tanto miedo e inseguridad, no puedo continuar. No sirvo para esconderme.
Mañana sin falta llamaré a Fede y le diré que prepare al equipo para empezar a grabar los siguientes episodios. O me pongo con El diván en breve, o la que se va a volver fóbica e hipocondríaca seré yo.
Lo que no pienso permitir es que un correo me amargue la existencia.
Al día siguiente
Fayna y yo hemos sido las últimas en levantarnos. Carla y Eli tenían que madrugar para ir a trabajar, y mi madre ha tenido que llevar al pequeño Iván a la escuela.
Fay y su viaje relámpago para venir a verme acaban hoy. Y le estaré eternamente agradecida por ello, porque verla me ha ayudado. Es un torrente de energía positiva, y de eso necesito a raudales.
Su avión sale al mediodía, así que he decidido que mi madre, ella y yo nos vayamos a desayunar juntas a Cup & Cake, un café superespecial en la calle Enric Granados, con tonos blancos y suelo de madera, lámparas de diseño y un ambiente chic y muy tranquilo. Sus muebles envejecidos le dan un aspecto vintage, y no hay esquina ni jarrón floreado que no tenga al lado un expositor escalonado o un plato lleno de cupcakes para todo tipo de paladares, ya sean dulces o salados. Es un paraíso.
Mi madre y yo, con lo golosas que somos, hemos ido varias veces. Es un sitio que nos encanta. Y como hoy se va la tinerfeña, creo que antes de subirse al avión tiene que probar esas magdalenas llenas de crema y tintadas de mil colores diferentes. Se va a volver loca.
Hemos cogido mi coche, y puedo admitir, sacando pecho, que conduzco yo. No he nombrado para nada el mail de la noche anterior, ni pienso hacerlo, por eso de que si no lo menciono, parece menos real.
Por ahora no he tenido ninguna crisis, ni me ha venido a la cabeza la imagen de un loco disfrazado sacándome de la cuneta de nuevo. Aunque eso no quita que al tocar el volante no haya revivido la secuencia y un leve sudor frío no haya perlado mi mente. Sin embargo, todo ha desaparecido cuando he pisado el acelerador. Solo tengo que centrarme en conducir, en mi carril y en todos los estímulos que despierten en mí las señales de tráfico. Con ello consigo apartar de mi mente todo lo demás; la clave está en mantenerla ocupada.
He dejado el cabestrillo en casa y me he colocado una muñequera rígida ergonómica de color azul oscuro y que consiguió mi hermana nada más salir del hospital. Al menos siento que tengo más libertad en los dos brazos, y que aunque sigo teniendo moratones, mi aspecto mejora y no parezco tan impedida.
Hace un frío de mil demonios. Ayer por la noche, para ahondar todavía más mi psicosis nocturna, hubo tormenta y granizó.
Cuando hemos bajado del coche, las tres teníamos las mejillas rojas por el viento cortante que yermaba las adorables vías de Barna. Fayna se ha puesto su gorro de oso con orejas y su abrigo nuevo, y va más feliz que unas pascuas. Yo llevo un gorro de lana negro y un abrigo Hilfiger del mismo color con capucha de esquimal.
Nada más llegar al Cup & Cake, Fay ha abierto los ojos igual que una niña pequeña, mirándolo todo como si estuviera en Disneyland.
—He muerto y estoy en el cielo —susurra haciendo reír a mi madre.
—Yo también pensé lo mismo al entrar aquí por primera vez —le cuenta ella.
—Ustedes deben de verme en los huesos para traerme a este lugar —murmura mientras me sigue para coger una mesa.
Después de tomar asiento y ver la carta de muffins y demás, hemos pedido un combinado de todo. Me muero de ganas de hincarle el diente a esos icings y glaseados deliciosos. Espero que su dulzura y su melosa textura acaben por enterrar la amargura que tengo por no saber nada del demonio. Ya sabéis quién es; ese cuyo nombre no quiero nombrar. Dicen que si pronuncias su nombre tres veces frente a un espejo, se te aparece y te hace las de Caín. Y a mí ya me ha hecho una gorda: ignorarme cuando más lo necesitaba. Por eso no lo nombraré. Lo juro.
Nos han traído los cupcakes y los han acompañado con un café con leche decorado con una hoja de helecho, o eso me parece a mí. Entre nosotras se ha instaurado un silencio provocado por el éxtasis de probar esos pedazos de cielo divinos. Yo he cogido dos de oreo y los estoy degustando como si cada mordisco fuera una inyección de vida.
—Es una pena —digo rompiendo el momento, hablando con la boca llena— que esto tan rico engorde tanto y colapse las arterias.
—A mí no —dice Fay degustando su tercera magdalena.
Y no será la última; le quedan dos más.
—¿A ti no qué? —pregunto sorbiendo del café con leche.
—A mí no me engordan —asegura, muy convencida. Frunzo el ceño y acabo de tragar lo que me queda en la boca.
No puede hablar en serio cuando pesa unos noventa kilos y no mide más de uno cincuenta.
—¿Ah, no?
—No. Es genética —afirma, complacida consigo misma, con las comisuras moteadas por azúcar glas—. Puedo comer lo que me dé la gana, que a mí no me engorda. Soy afortunada.
Mi madre está a punto de decirle algo, pero es una mujer sabia, así que me mira de reojo y le da la razón como a los locos, aunque se sienta más descolocada que un pingüino en un desierto.
Puede que Fayna no tenga complejos y se encuentre maravillosamente bien. Y si esa es su realidad, mucho mejor para ella.
La tinerfeña ataca el cuarto cupcake y me mira fijamente.
—¿Sabes algo de Axel? —pregunta con verdadero interés. No pronuncies su nombre… No lo pronuncies…
—No. No sé nada de él.
—No sé por qué no te llama —murmujea para sí misma—.
Ayer le dije que hiciera el favor de decirte algo, que…
—¿Cómo has dicho?
Todo lo que me rodea desaparece de inmediato. Mis ojos y mis oídos focalizan solo las palabras que acaban de salir de la boca de Fayna. ¿Me está insinuando que Axel ha hablado con ella? ¿Con ella sí y conmigo no? ¿Cómo funciona esto?
—¿Hablas con Axel?
—¿Te enfadarás si te digo que sí?
—No —miento como una bellaca.
—Ya. Pues no hablo con él —dice a la defensiva—. Ayer probé suerte, le escribí y le dije que estaba en tu casa para ver cómo te encontrabas.
Me inclino hacia delante y la miro como si fuera el lobo disfrazado de abuelita. Me extraña que ella no me diga «qué ojos tan grandes tienes».
—¿Él te contestó?
—Solo me preguntó si estabas bien. Le envié una foto que nos hicimos en La Locomotora.
—La Maquinista —la corrijo.
—Eso. En La Maquinista, delante de los cines.
—¿Le enviaste una foto nuestra? —Sé que mi tono no es amable. ¿Qué foto le envió de todas las que nos hicimos? Espero que no fuera ninguna con mi aspecto curly girl en todo lo alto.
—Sí. ¿Te has enfadado?
—No, Fay. —Vale, miento más que pestañeo, pero no estoy enfadada con ella; lo que estoy es muy cabreada con él: me ofende que pase de mi cara así, y que a Fay se digne a contestarle—. ¿Y te dijo algo más?
—No. Ya sabes cómo es… Parco en palabras.
Sí. Sí sé cómo es. Bueno, en realidad no sé muy bien cómo es. Por ahora, conozco una parte de él, muy a fondo, en posición horizontal y contra la pared, pero son aspectos superficiales, sin importancia. Para ser honesta, aún no sé quién es Axel, pero intento comprenderlo y conocerlo, aunque él no me lo permita.
—Solo le envié la foto y le dije que estabas mejorando. Le pregunté cuándo pensaba ir a verte, y pasó una bola del desierto. —Mueve las manos simulando el vuelo de una mosca—. Ya sabes… Fiu, fiu. Me quedé sola.
Esto no va a quedar así. No pienso rendirme.
Tal vez Axel no sepa cuándo venir a verme, tal vez no quiera venir a verme, pero yo sí sé cómo atraerle. Y puede que no lo conozca en profundidad y que sea un perfecto desconocido para mí en muchas facetas. Sin embargo, lo que sí sé, y en esto no me equivoco, es que es un controlador más que un protector, y no soportaría que nadie le arrebatara el mando de algo.
Si lo pongo bajo presión, ¿actuará como espero de él? Lo veremos.