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@guarriorjart #eldivandeBecca #Beccarias Mi pareja tiene un desorden a nivel general. Mi casa está patas para arriba, no recoge nada. Y cuando se lo señalo me dice que es arte abstracto. ¿? #noentiendonada

Dos días después

Podría haber elegido irme a mi casa. Yo vivo en Sant Andreu, igual que mi madre. Y mi loft de dos plantas es grande, muy luminoso y es mi hogar. Allí me sentiría segura, con mis cosas, mis libros, mis distracciones, mis series… Mi pequeño búnker antiheridas.

Pero no quiero estar sola. Necesito el calor de los míos, los abrazos de mi sobrino Iván, sus regalos pokémon, los consejos de mi madre y la cháchara —la mayor parte sin sentido— de mi hermana Carla. El silencio, ahora, me pone nerviosa.

En realidad, no dejan que haga nada. Están pendientes de mí continuamente.

Tengo el brazo izquierdo en cabestrillo. No está roto, pero sufrí una pequeña luxación en la muñeca cuando el coche de mi acosador impactó contra el mío, y tengo una contusión muy fea en el antebrazo que hace que esté completamente negro. Debo estar unos días con el brazo inmóvil. Por suerte, ya no me duele la cabeza ni sufro mareos.

Pero sí tengo pesadillas, pesadillas en las que Axel me riñe y en las que el hombre Vendetta me persigue.

Sé que me voy a recuperar del todo; lo que no sé es si me va a quedar alguna secuela psicológica de esto. Por ahora no soy muy consciente… La idea de que alguien quiera hacerme daño o acabar conmigo no es fácil de asumir, menos aún cuando no soy una persona que se granjee enemigos.

Pero no importa cuál pueda ser la secuela, ni tampoco el miedo que me atenace, porque trabajaré en ello.

Ahora estamos las tres sentadas en el balancín; mi hermana y mi madre me flanquean como si fueran mis querubines protectores.

Hemos salido al jardín de la terraza para que nos dé el aire, para que yo tenga una falsa sensación de libertad, y vea la calle y esas cosas… Escuchamos cacarear a Edurne, rodeadas del aroma de las flores que copan las paredes y las barandillas, y del olor a césped. Mi madre tiene césped natural en el suelo de la terraza, moteado por piedras lisas de color gris. Le encantan los espacios feng shui.

Nos cobijamos bajo una manta polar de cuadros rojos y negros y tomamos una tacita de chocolate con bizcochos, intentando disfrutar de esa tranquilidad y del recogimiento de estar con mi familia. En mi barrio. En mi ciudad.

Carla balancea el balancín con la punta de sus pies, cubiertos por unas manoletinas negras, y da sorbos a su chocolate, pensativa, con la mirada al frente.

Me gusta verla. Contemplo su perfil y admiro lo guapa que es; tanto, que da rabia. Pero cómo la quiero a la condenada.

Las tres meditamos sobre nuestras cosas, y creo que todas esas cosas tienen que ver conmigo. Lo sé por el silencio que domina el ambiente. Porque cuando algo nos preocupa, nos callamos. Y en estos momentos no somos capaces de decir una palabra.

—¿Sabes algo de Axel? —me pregunta Carla, de golpe. Vale. Carla sí puede.

Niego con la cabeza. Me entristece saber que Axel me ha abandonado, que no ha venido a verme ni una vez al hospital, ni tampoco me ha llamado. Me siento de nuevo como una muñeca vieja, usada, tirada… Y ni siquiera sé si tengo derecho a sentirme así. Es decepcionante sentir lo que sea que siento por él, y que sea incapaz de dar una miserable muestra de interés.

—Me gustaría conocer a ese Axel —dice mi madre—. Él te salvó.

—Sí. Me salvó, mamá —afirmo sin rodeos.

—¿No es increíble? Yo pensaba que los héroes no existían. Sí, yo también pensaba lo mismo. Pero Axel me dejó sin argumentos.

—Es un héroe un poco esquivo —señalo ácidamente—. Ni siquiera sé dónde está… Fede cree que ha ido a buscar a mi acosador. —Centro mi atención en el poso de chocolate—. Está loco. ¿Qué piensa hacer con él si lo encuentra?

—Yo sí sé lo que haría —afirma Carla sin rodeos—. Haría que se tragara sus propios huevos.

—Otra como Axel… —protesto—. No se puede ir por la vida así, Carla. —No debo regañarla, pero este tema me pone de los nervios—. Existe la ley, la policía y otros organismos para estos casos. Ese es su trabajo.

—También existen sicarios. —Carla me mira de reojo y un brillo de desafío ilumina sus pupilas mientras da un nuevo sorbo al chocolate—. Mi hermana no se toca —dice llanamente.

Yo sonrío, y el ceño de mi frente se relaja. Le paso un brazo por encima y le doy un beso en la cabeza.

—No sé quiénes os habéis creído que sois. Pero gracias.

—De nada.

—Yo también te quiero —le digo en un suspiro, algo derrengada por el panorama. Carla nos mece con más fuerza, y yo dejo caer la cabeza hacia atrás, disfrutando del vaivén—. Maldito Axel… ¿Dónde estará?

Carla vuelve la cabeza hacia mí y me estudia con muchísima atención. Sus largas pestañas se mueven arriba y abajo, y entonces abre la boca con asombro y me señala.

—¡¿Te lo has follado?!

Así. De golpe. Sin anestesia.

Mi madre ha estado a punto de escupir el chocolate, y yo ni me inmuto, ni siquiera me sonrojo. Ni tampoco lo desmiento.

Aunque debo aclarar que yo no me lo he follado. Él me ha follado a mí, como un animal, durante horas…, en dos días distintos. Muchas veces. Y me ha dejado una marca perenne en el cuerpo, y también en un rincón de mi alma.

Madre del amor hermoso… Pensar en todo lo que hizo con mi cuerpo, aún convaleciente, hace que se me despierte la patatona.

—Ha habido algo entre nosotros —admito mientras jugueteo con mi pokémon del amor entre los dedos. Es y será para siempre mi amuleto—. Pero aún no sé el qué. Aunque, visto el desinterés que parece tener por mí, creo que no ha sido nada del otro mundo para él. No ha dado señales de vida.

—¿Y para ti? —pregunta Carla. Entonces sonríe—. Uy, tienes esa cara…

—¿Qué cara?

—Una que nunca te había visto. La cara de: «No es amor lo que yo siento. Es obsesión».

—No digas tonterías.

—Esa cara te delata. —Ríe—. A ti te gusta. Normal, por otra parte. —Ya está. Mi hermana embalada—. Ese hombre está para envolverlo con un lazo de regalo todos los días. Es tan guapo, mamá, que duele verlo… —Se lleva una mano teatral al corazón—. Yo me hago guarradas viendo su foto.

—¡Carla! —exclamamos mi madre y yo, ofendidas. Ella se echa a reír y niega con la cabeza.

—Qué aburridas sois. Era una broma. Ya sé que es tuyo, hermanita…

—No, no es mío —reculo—. Yo no poseo a las personas.

Nadie posee a nadie.

—Discrepo —apunta mi hermana—. Cuando deseas y quieres a alguien, sientes que ese alguien forma parte de ti, que te pertenece. Tal vez tú no conozcas aún esa sensación porque no has sentido nada parecido todavía.

—¿Y David? —me pregunta mi madre, evaluándome, cortando de golpe la conversación sobre Axel.

—Venga, mamá. —Carla abre los brazos como si no diera crédito—. David la dejó por FaceTime, la abandonó. Ni lo nombres a ese…, ese… panolis de tres al…

—David me llamó —digo entre dientes. Me parece justo explicar que él hizo el intento de hablar conmigo. Demasiado tarde, pero lo hizo—. Quería saber cómo estaba…

—Un mes después y con el morenazo siguiéndote a todos lados, ¿cómo ibas a estar? ¡De puta madre! —suelta Carla—. Se lo dijiste, ¿no?

—¿El qué?

—Que estabas de puta madre y que ahora otro hombre ronda tus sueños.

—No le dije nada de eso. Fue una conversación sin importancia. No tuvo relevancia. —Bueno, la tuvo porque me cogí un berrinche que me llevó directamente a los brazos de Axel, pero voy a obviar ese detalle—. David y yo hemos acabado —asumo. Es curioso, porque ya no me duele como antes. Me da pena, pero no me deja hecha polvo y con ganas de cortarme las venas.

Mi madre carraspea.

—Pues… Verás, Becca…

Cuando mi madre empieza a hablar con titubeos, con las gafas resbalándole por el puente de la nariz y los ojos fijos en el suelo, sé que está a punto de decir algo que no me va a gustar nada. Y la temo.

La temo mucho.

—Puede que no te guste lo que voy a decirte.

Blanco y en botella.

—¿Qué has hecho, mamá? —Me vuelvo hacia ella, expectante y un tanto preocupada. Espero que no sea lo que me imagino.

—Cuando te ingresaron, recibí una llamada de David.

Trago saliva. Se me ha quedado la boca seca.

—¿David te llamó?

—Sí.

—Si él nunca, jamás, te llama.

—Ya.

—¿Y?

—Me dijo que había hablado contigo y que quería volver a llamarte pero que no le cogías el teléfono. Estaba un poco desesperado, se le veía ansioso… y yo estaba nerviosa porque te acababan de trasladar al Hospital Clínic de Barcelona y… Bueno… Yo…

—¿Tú qué? ¿Le dijiste lo que me pasó, mamá?

Mi madre se muerde el labio inferior, me mira por encima de la montura de sus lentes y asiente con aire culpable.

—Sí. Se lo dije, Becca. Lo siento mucho.

—No, mamá. —Me apoyo en mis rodillas y suspiro agotada, llevándome la mano a la frente—. No tenía que saberlo.

¿Qué dijo?

—Él… se quedó muy callado. Lo único que contestó fue:

«Estoy allí inmediatamente». Y me colgó.

—¿Cómo que estaba aquí inmediatamente? ¿Qué quiere decir eso?

—Pues que venía hacia Barcelona. Que… —Sabe que va a vacilar, que está indecisa, por eso se calla de golpe para poder soltarlo todo sin filtros—. David llegó ayer a Barna. No sé dónde se hospeda…, pero me dijo que ya estaba aquí. Y que quiere verte.

—Pero aquí… ¿dónde? ¿Acaso habéis vuelto a hablar? —Me levanto del balancín indignada.

—Sí. Él me llamó ayer de nuevo y le dije que estabas en mi casa, pero que hablaría contigo antes para saber si lo querías ver. Que dependiendo de cómo estés y de lo que tú decidas, yo le avisaría.

—¡Mamá!

—Becca, entiéndeme, no pude colgarle el teléfono… —dice intentando defenderse. Ganarse a mi madre es muy fácil. Le pones una voz temblorosa y arrepentida y te da un vaso de leche caliente.

David está aquí. El hombre que yo quería como compañero de vida, y el mismo que me dejó, que me abandonó sin más, ha venido a Barcelona para verme. David tiene en alta estima su trabajo, y me sorprende que haya hecho las maletas tan rápido para estar a mi lado. No es propio de él.

No me lo puedo creer.

—Mamá, la has liado parda —le hace saber Carla negando con la cabeza—. David ya estaba fuera de la ecuación. Nos ha costado mucho sacarlo de su cabeza. No es hombre para Becca.

—Calla ya, Carla —la reprende—. ¿Tú qué sabrás lo que necesita tu hermana? Solo lo sabe ella. Nadie más.

—Mamá, hazme caso. Becca no tiene ni idea de lo que es el amor. Sabe lo que es la comodidad, el conformismo, el cariño y la complacencia. Adora la seguridad por encima de todo, porque es lo que tenía con David. Nada más. Pero eso no es amor.

—¿Y acaso tú lo sabes? Tú tampoco es que tengas mucho éxito con los hombres.

—Eso es porque no hay ninguno demasiado bueno para mí. —Levanta la barbilla con dignidad.

—Callad ya las dos. —La cabeza me va a estallar—. No… No sé qué hacer.

—No tienes que hacer nada —contesta mi hermana—. David es tu ex. Si no quieres, no tienes por qué verlo.

—No puedo tratarle así. Ha hecho un viaje muy largo para verme… Estará preocupado. —Soy una persona empática, y mi empatía despierta para lo bueno y para lo malo. Incluso cuando sé que algo me puede afectar más de la cuenta. Como encontrarme con David.

—No vas a ir a verle, Becca. —Carla se incorpora y su altura me sobrepasa por unos pocos dedos—. No pienso dejar que lo hagas. Te conozco.

—Solo voy a verle.

—He dicho que te conozco —repite, enfadada—. Eres débil. Como la mama. Si David te llora, cederás. Y si cedes, volverás a cagarla. Te ha costado abrir los ojos y darte cuenta de que él no es el hombre de tu vida…

—No sigas —le pido—. Hasta la fecha, lo ha sido. Mi vida ha cambiado, me han pasado muchas cosas, pero le quiero, le tengo mucho cariño. Y aunque ya no estemos juntos, le debo eso. No puedo cerrarle la puerta en las narices.

Carla deja caer los hombros y hace una mueca con sus labios de loba.

—Es increíble. Qué tonta eres… —Se deja caer de nuevo en el balancín—. Haz lo que te dé la gana. Allá tú. Pero no cuentes conmigo. No pienso llevarte.

—No te lo iba a pedir —le aseguro, enfurruñada—. Llamaré a un taxi.

—No puedes salir sin compañía. Y mi madre tampoco va a ir, ¿a que no, mamá? —Carla es una nazi—. Tiene que hacer de canguro de Iván. Hoy debo adelantar trabajo en el despacho, tengo que preparar un caso muy importante. Y el niño se queda aquí a dormir.

Mi madre asiente y emite una leve disculpa para conmigo. Carla es especialista en poner a todos entre la espada y la pared.

—Llamaré a Eli. Ella me ayudará. Es un poco más comprensiva.

Carla se encoge de hombros y mira hacia otro lado.

—¡Ja! Eli no te llevará. Piensa como yo. Está conmigo en esto.

—No lo creo. Eli es más sensible que tú. Y es psicóloga.

Sabrá lo que tiene que hacer.

—No estés tan segura… Eli tiene tantas neuras como tú —dice por lo bajini.

Yo hago como que no la oigo. Las peleas con mi hermana son siempre muy infantiles, hasta que sube el tono y las pullas se vuelven más directas e hirientes… Son discusiones in crescendo.

—La voy a llamar.

—A Eli déjala, ¿vale? —suelta Carla—. Está muy liada, tiene mucho trabajo ahora mismo… No podrá quedar contigo.

—¿Eli? —Los juegos mentales de mi hermana diabólica no podrán conmigo—. Eli nunca me fallaría en esto. Si se lo pido, no me dejará sola.

Dicho esto, abandono la terraza como una reina lesionada, ondeando imaginariamente mi capa tras mi espalda como una buena matriarca.

Aunque, realmente, ya no siento que tenga ningún poder.

Es curioso cómo cambian los gustos de las personas. Mi habitación en casa de mi madre tiene toques muy míos, destellos de mi personalidad. Pero dicen que, con el tiempo, una madura y se recicla. No sé si yo habré madurado mucho.

Mientras me siento en mi sillón favorito de lectura, pienso en todo lo que rodea ese habitáculo que durante tanto tiempo regenté, y en todos los objetos que lo decoran y que yo misma elegí. Por ejemplo, el teléfono de mi habitación es un gato Garfield. Cuando lo descuelgas, abre los ojos, y cuando cuelgas, los cierra. Y me sigue gustando. Me encantaba este teléfono.

Los murales realistas de mi habitación siguen siendo los mismos. Simulan un bosque al atardecer. Y debo decir que en mi loft tengo murales igualmente realistas. Uno es el skyline de San Francisco, otro es una vista panorámica de la muralla china, y el otro es una preciosa callecita de la Toscana. En eso tampoco he cambiado demasiado.

Mi madre nunca entendió por qué no empapelaba la pared de pósters de tíos buenorros, como hacían las chicas de mi edad, o como hacía Carla, que su habitación era un harén de macizos en calzoncillos. Hasta que comprendió que yo era distinta y dejó de insistir.

Mi librería, por ejemplo: toda llena de libros de ensayo o de novelas tipo Momo, Las amistades peligrosas, El esqueleto de la ballena… Me encantaban. La de mi hermana, en cambio, era como un quiosco, llena de fascículos de la Súper Pop, del Qué me dices y de novelitas de Corín Tellado. Recuerdo la primera vez que leí un fragmento de esos libros al azar, y salió algo parecido a «le dio la vuelta, la colocó sobre el colchón y la penetró con todo su ímpetu». Mi cara era un poema, mientras mi hermana se partía de la risa y me llamaba «mojigata». Y era cierto. Porque yo era muy pava. Me gustaban los chicos, pero no estaba para tonterías. Era un poco como David, pero en chica. Centrada en otras cosas antes que agenciarme un novio.

Sin embargo, Carla nunca tuvo problemas en hacer las dos cosas a la vez. Incluso tres. No sería la primera vez que la golfa de mi hermana juega a tres bandas. Y me pregunto si el tiempo también ha intentado cambiarla a ella. Es madre soltera, trabajadora, un tiburón de la abogacía, pero… sigue sola, devorando hombres como solo ella sabe hacer.

Igual que Eli, a la que voy a llamar de inmediato. Cuando Eli y Carla se conocieron, hicieron buenas migas, aunque la una se convirtió involuntariamente en la competencia directa de la otra. Y empezaron a enzarzarse en un juego muy peligroso: a ver quién ligaba más de las dos. Parecía una competición.

Y yo estaba ahí en medio, entre ellas, un poco perdida, viéndolas venir y comiéndome casi las sobras. Ya sabéis: ¿el amigo feo del tío bueno?, pues ese era casi siempre para mí. Nunca me liaba con ellos, porque no estaba tan desesperada, pero se convertían en mis amigos. Muchos de ellos ya están casados y algunos me han invitado a sus bodas y todo. Por supuesto, no he ido a ninguna. Hay que tener dignidad.

Me levanto del sillón y me tumbo en la cama arrastrando el teléfono de Garfield conmigo. Marco el teléfono de Eli y escucho pacientemente los tonos. Hasta que lo descuelga.

—¿Sí?

—Eli.

—¿Becca?

—Eres una sinvergüenza.

—Vaya, gracias.

—Desde que estoy en casa de mi madre, herida y convaleciente, no has venido a verme ni una sola vez, chingona —digo adoptando mi tono Reina de las Maras.

—Perdóname, lisensiada, pero tengo… unos días muy ocupados. Muy malos. ¿Cómo estás, mijita?

—Bien, pero tienes que venir a verme. Es una orden. Ven a comer o a cenar.

—En cuanto pueda, voy. A ver si mañana, después de las sesiones que tengo, me puedo pasar. En serio, estoy con el caso de una pareja que ha decidido hacer intercambio para reavivar sus relaciones sexuales, y ahora ella está embarazada y el marido se cree que es del otro… Un drama, vamos. Y estoy intentando apagar el incendio.

—A ti te encantan los dramas.

—Sí —sonríe con tristeza—, pero cada vez menos.

Noto algo en Eli. No sé lo que es. Lo percibí ya cuando tuve la conversación a tres en Tenerife y hablamos de Axel… Es como si estuviera distante, o como si algo le pesara demasiado. Y lo siento. Lo siento como si me pasara a mí, y no porque sea empática, sino porque Eli es mi mejor amiga.

—Eli, ¿te puedo pedir algo? Te necesito.

—Lo que tú quieras. Dime.

Sonrío. Ella es tan solícita y buena… Siempre hemos estado ahí, la una para la otra.

—Tal vez no te guste demasiado, pero tienes que pensar que lo que haces, lo haces por mí y por mi bien.

—Uy, no me gusta ese tono…

—Necesito que me lleves a un sitio para encontrarme con alguien.

—¿Para encontrarte con alguien? ¿Con quién?

Me quedo en silencio y juego con el cable del teléfono.

—¿Becca?

—David está aquí y quiere verme. —Toma. Ya lo he dicho.

—¿David? ¿Qué David?

Supongo que es tan increíble que él haya hecho eso que ni siquiera Eli lo pone en el contexto.

—Mi ex.

Esta vez es Eli quien guarda silencio durante bastantes segundos.

—¿Quién le ha avisado?

No es demasiado comprensiva, que digamos.

—Llamó a mi madre al ver que mi teléfono no respondía. Y mi madre, pobre, con todo el estado de nervios en el que se encontraba, le dijo lo que había pasado. Y ahora él ha venido a verme.

—¿Y tú quieres verle?

—Sí.

—¿Estás tonta?

—Eli, por favor…

—No, Becca. Pídeme otra cosa, pero eso no. ¿Qué ha dicho Carla?

—Lo mismo que tú —me enfurruño.

—A ver, tú sabes lo que él quiere, ¿verdad?

—No quiere eso.

—No me vengas con esas, lisensiada. David te conoce, sabe cómo tratarte… Te hará caras, te llorará, y tú, que eres más buena que el pan, le perdonarás. Y más ahora, que estás sensible. Él quiere venir para que te apoyes en él, para que veas que te quiere cuidar y que se preocupa por ti… Porque sabe que, como tú, no va a encontrar a otra. Es un listo. El problema es que lo ha sabido después de dejarte. Y tú… Tú no puedes volver con él, Becca.

—Pero ¿por qué os ponéis todas así? —Quiero aplastarle la cabeza—. Ha hecho un viaje muy largo… Solo quiero que vea que estoy bien, que deje de preocuparse y ya está.

—¿Qué hay del dios de la piscina? ¿De tu salvador?

—Nada. No hay nada. Ha desaparecido.

—Volverá. Ese tío tiene que volver… —susurra para sí.

—Eli, solo voy a ver a mi ex, al hombre que ha significado todo durante muchos años. No tiene que pasar nada más.

—No es verdad. Si le das la mano ahora, si le abres la puerta, volverá a entrar, y no encontrará ningún impedimento en ti, porque necesitas sentirte cómoda y segura, y con él lo estás.

—¡Y dale con la seguridad y la comodidad! No soy una vendedora de colchones.

—Sabes que es tu profesión frustrada. Me está pinchando, la maligna.

—Cometerás un grave error, Becca. Pensaba que ya lo habías superado.

—¡Que no voy a volver con él, joder!

—Espero y deseo que no lo hagas. Te mereces una historia de amor desgarradora, aunque te hagas caquita y te asuste.

—Yo no me hago caquita por nada.

—Eso no te lo crees ni tú. Para ti no quiero el libro de punto de cruz que tienes con David. Y no pienso ser cómplice de eso.

—Vale. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Cuál es tu respuesta, entonces?

—No voy a llevarte.

—De acuerdo. Adiós. —Cuelgo ofendida y agraviada por su poca fe en mí.

Me imagino el rostro de Eli, rojo de la ira. Odia que le cuelguen el teléfono y la dejen con la palabra en la boca.

Nadie me cree. No quiero volver con David. Solo quiero verle y explicarle lo sucedido. Que sepa que estoy bien. Y yo, verlo bien. Y poder cerrar esta historia, aunque sea triste y dolorosa para mí.

Pero nadie me quiere acompañar, y yo no puedo salir de mi casa sin escolta, sin nadie que me acompañe.

¿Dónde se hospedará? Una intuición asoma a mi mente, y aunque intento desecharla por lo loca que es, la idea persiste en mi cabeza.

¿Será capaz?

Me medio incorporo y mi cerebro se ilumina. Puedo comprobar si lo que pienso es cierto o no. Puedo hacerlo porque, aunque no tengo mi móvil, en mi iPad sí tengo grabadas todas mis aplicaciones, las mismas que tenía en mi iPhone.

Eso quiere decir que puedo comprobar si mis desvaríos son reales. Es más, ¿cómo no he caído antes? En mi iPad lo tengo todo. Desde mis informes sobre mis pacientes de El diván hasta mi agenda telefónica al completo. Incluso el Whatsapp. Y todo se me sincroniza a diario. Dios, mi mundo se llena de posibilidades de repente.

No estoy tan incomunicada como pensaba.

Descarto abrir el mail. No quiero recibir sorpresas desagradables, y de hecho, en el hospital, Fede me pidió que siguiera sus instrucciones. Que no accediera a ninguno de los dispositivos que mi agresor pueda utilizar para contactar conmigo. Hemos decidido mantener el asunto en secreto y no levantar una polémica ni alrededor de mí ni del programa. Los hashtags van viento en popa, la popularidad del programa crece día a día. No es bueno darle mala prensa con lo que me ha pasado.

Me levanto de la cama y voy a por la maleta, la misma maleta que Ingrid se encargó de recoger de mi habitación de hotel en Tenerife y de enviar a Barcelona. Mi Ingrid piensa en todo. Es tan competente. Y yo lo lamento tanto que lo esté pasando mal por culpa de Bruno… Sé que a ella le gustaba mucho. Sé que su historia no tenía futuro. Puede que igual que la mía con Axel.

Sin embargo, las mujeres somos así de cazurras, supongo.

No he hablado con ella aún. No he hablado con nadie de El diván. He intentado recuperarme y mantenerme en mi búnker, aislada, sin teléfono, incomunicada. Pero no había caído en que no estoy incomunicada del todo.

En mi iPad está todo. Y con el wifi de casa de mi madre puedo entrar en contacto con quien quiera, y ver, como me dispongo a hacer, si mis divagaciones sobre el paradero de David son reales.

Todavía le leo la mente. A pesar de nuestra ruptura, le conozco tan bien como si lo hubiera parido. Y creo saber dónde está.

Abro mi maleta y saco mi iPad de la funda negra del teclado. Ahí está toda mi ropa sin desdoblar. No he pensado en mi maleta para nada, por eso no está deshecha.

Cojo el cargador, lo enchufo y enciendo el iPad. Pongo mi clave y espero a que todas las aplicaciones aparezcan en la pantalla.

El hecho de que me encante la tecnología me convierte en una compradora compulsiva de accesorios y aplicaciones para todo lo que tenga que ver con Apple. Soy así de consumista, y nadie lo puede remediar.

La cuestión es que compré unas cámaras de Philips InSight y las coloqué por toda mi casa. Se conectan a mi iPhone y a mi iPad, y desde mis dispositivos puedo ver en tiempo real todo lo que ocurre en el loft.

El motivo por el que quiero ver si en mi casa está todo ok es porque tengo la intuición de que, como ya he dicho, creo saber dónde está David.

Enciendo la aplicación y la imagen me muestra el salón. Mi sofá blanco con cojines de colores y búhos estampados, y mi chaise longue de piel blanca que hace masajes. El sofá está ocupado. Hay un hombre sentado en él, mirando mi pedazo de tele, que es la culpable de que me esté quedando cegata.

Ese hombre está observando todo lo que tiene a su alrededor. El pelo rubio le hace ondas en su nuca. Tiene el rostro, cincelado y clásico, un tanto ojeroso. Parece nervioso e inseguro.

Y me sorprende verlo así. Porque David nunca fue un tipo inseguro.

Y ahora parece perdido en la casa que ambos compartimos, como si ese no fuese su lugar después de haberlo sido durante años.

Y a pesar de eso, me sorprende lo bien que queda en esa estampa, en ese hogar que forjamos juntos y que ahora es solo mío. Se me llenan los ojos de lágrimas al comprender que él sigue teniendo llaves de mi casa, que se ha atrevido a ir directamente allí, como si tuviera pleno derecho. Cuando ya no lo tiene. Porque a pesar de lo mucho que lo quiero, él ha perdido sus privilegios.

Y con más ganas y con más razón, necesito ir a verlo y decírselo a la cara.

Trago saliva y me seco las lágrimas de la cara.

Abro el Whatsapp. Podría ponérselo fácil a David y escribirle. Podría decirle que le estoy viendo, y podría suavizar la situación empezando a hablar por este medio. Pero no me apetece. No es así como deben ser las cosas. Ya es suficiente.

Me doy cuenta de que entre todos los mensajes que no he abierto estos días, entre los cuales hay algunos de Ingrid y de Bruno, busco uno solo. Un solo mensaje, no pido más, de la persona que sí quisiera ver y sí quisiera saber de ella.

Pero Axel no ha escrito nada. No se ha puesto en contacto conmigo.

Es como cuando abres el horno y el bizcocho aún no está hecho, y entonces se desinfla. Así me quedo yo. Desinflada.

Pero no me voy a quedar parada. No señor. Axel me ha hecho algo, ha hecho algo conmigo, y no hablo del sexo… Me ha tocado de un modo extraño y que aún intento desentrañar.

¿Cómo puedo estar loca por un hombre que apenas conozco?

De Becca:

Estoy bien, gracias por preguntar.

De Becca:

Quiero que me vengas a ver. ¿Dónde demonios estás, Axel?

De Becca:

Joder, Axel. ¿No me vas a contestar? Deja lo que estás haciendo y vuelve. Quiero hablar contigo. Olvidas que tengo el pelo así porque soy bruja.

Te voy a poner una vela negra.

De Becca:

Muy bien. Como quieras. Capullo.

Oye, pues por Whatsapp parezco realmente convincente, con un par lleno de autoridad y poderío. Espero unos minutos más para ver si me contesta.

Pero nada. Nada de nada. No sé si está en línea o no. Supongo que si quisiera saber de mí, ya lo habría hecho, ¿no?

Dios, con lo controlador que es, debe de estar realmente cabreado conmigo por lo que hice. Desobedecerle no estuvo bien.

Y en ese momento de derrota y autocompasión, recibo un nuevo mensaje, que puede rescatarme del hoyo momentáneo en el que me encuentro.

De FaynaFujitsu:

Becca, mueve el culo. Estoy en Barcelona.

Envíame localización que quiero ir a verte. Y te callas.

Me echo a reír y me da un subidón de alegría.

Fayna, mi recién descubierta amiga de Tenerife, viene a salvarme del ostracismo y de mi cautiverio.

Es como un rayo de luz entre tanta oscuridad.

Y voy a abusar de él.

El desafío de Becca

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