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Consumo de Drogas en el Parlamento

Hacia fines de 1994, recibimos con mi esposa una invitación a comer a la casa de Carlos Cruz en La Reina alta, encuentro que se llevó a cabo pues nuestras respectivas señoras son amigas de toda una vida. Era una agradable noche de primavera en una antigua casa con una hermosa vista, lugar donde además había vivido el presidente Manuel Montt.

Para gran sorpresa mía, también estaba invitado Ricardo Núñez quien en ese momento era vicepresidente del Senado. A Núñez lo había encontrado en el exilio y habíamos conversado en un par de ocasiones. También estaba Rafael Ruiz Moscatelli a quien conocía desde la universidad. Ambos estaban acompañados por sus señoras.

El encuentro era muy agradable, pues los temas de conversación tenían relación directa con la experiencia que estaba viviendo el país en su transición a la democracia y los problemas a los que nos enfrentábamos día a día. Fue así como entramos de lleno en el tema de la delincuencia, especialmente en lo relacionado con el narcotráfico.

Yo tenía bastante conocimiento de estos asuntos pues mantenía una relación directa con el Ministerio del Interior a través del subsecretario Belisario Velasco. La conversación se centró en el evidente aumento del consumo de drogas a nivel país y yo sostuve, dirigiéndome a Núñez, que sería una lástima que el Partido Socialista (PS) no tomara este tema como una tarea a desarrollar a nivel nacional, pues la droga era un flagelo que afectaba de forma transversal. Núñez estaba totalmente de acuerdo con la gravedad del asunto y la importancia de enfrentarlo a la brevedad.

En ese momento le comenté a Núñez que Francisco Javier Cuadra estaba haciendo un estudio bastante interesante sobre cómo los narcos penetran al Estado y a la sociedad en su conjunto, desde los municipios hacia arriba. Cuadra tenía una consultora de análisis donde trabajaba Jorge Inzunza hijo, y yo frecuentaba dichas oficinas. Recuerdo que conversando con él, me explicó que se había centrado en la situación de Colombia, donde hasta Pablo Escobar había sido electo diputado, si bien duró muy poco en el cargo. Pero lo más importante era cómo los narcos financiaban a determinados políticos en sus campañas electorales, para las que destinaban enormes sumas de dinero y que, evidentemente, recuperaban más tarde con creces, al terminar controlando puntos sensibles de poder a todo nivel.

Todo esto se lo comenté a Núñez, quien se interesó bastante en lo que estaba haciendo Cuadra y me consultó si sería posible conversar con él. Le contesté que no veía mayor problema y que se lo iba a preguntar.

Cuadra no tuvo ningún inconveniente en aceptar y vimos fechas alternativas para reunirnos. Como él es un hombre de diálogo, encontró interesante conversar con Núñez y con Cruz pues veía, con esto, una posibilidad concreta de que el tema del narcotráfico y la penetración que hacen los narcos a todo nivel se transformara en un tema de Estado. Fue así que varios días después, exactamente el lunes 17 de octubre de 1994, nos encontramos a cenar en mi casa, pero esta vez sin la compañía de nuestras señoras.

Al principio, la conversación giró en torno a temas de la contingencia política en donde Cuadra hizo ver sus puntos de vista, los cuales fueron escuchados con bastante interés. Posteriormente, realizó una detallada exposición sobre el trabajo que estaba haciendo sobre la droga y sus diferentes mecanismos para penetrar o corroer los diferentes estamentos del país, empezando por el poder político. Núñez también hizo una breve exposición del tema y para confirmar los temores de Cuadra, ¡oh, sorpresa!, indicó una serie de personas que consumían drogas en el parlamento. Cuadra se quedó algo sorprendido al escuchar estos nombres y de hecho dijo no tener información al respecto.

Luego, Núñez tocó el tema del general Contreras, cuya causa llevaba el ministro Adolfo Bañados por el asesinato de Orlando Letelier en Estados Unidos. Grande fue la impresión nuestra cuando Núñez, mostrando una íntima convicción, manifestó que el general Contreras no había mandado a asesinar al excanciller y que en realidad había sido la CIA, dando a conocer una extraña versión vinculada al maletín de Letelier y a grupos de ultraderecha venezolanos.

Según Núñez, Orlando Letelier era una figura incómoda para EE. UU., pues tenía relaciones transversales con la clase política norteamericana y también con los cubanos.

Después de escuchar tamaña demencia –pues si esto hubiese sido así, Letelier habría sido asesinado en cualquier otro país ya que sus ejecutores no se iban a exponer a realizar un acto terrorista a cuadras de la Casa Blanca–, era evidente concluir que el senador Núñez desconocía que la CIA no puede realizar acción alguna dentro de su territorio, y por otra parte, toda la situación habría caído en manos del FBI, el cual posee un sólido prestigio en su capacidad investigativa.

Evidentemente, Ricardo Núñez había olvidado que Cuadra fue ministro, embajador y “compadre” de Augusto Pinochet, por lo tanto, ligeramente pinochetista, por decir lo menos. Hasta el día de hoy tengo la sospecha de que Núñez solo trató de impresionar a Cuadra, actitud que se vio facilitada por haber tomado algunas copas demás.

Lo cierto es que ni Francisco Javier Cuadra ni yo teníamos nombres sobre posibles consumidores de drogas en el parlamento. En lo que a mí respecta, no estaba en lo absoluto en el radio de acción de nuestra red de informantes. Creo que además Cuadra quedó mudo y catatónico luego de las afirmaciones sobre el caso Letelier.

En este ambiente se terminó la cena, y aunque nos quedamos con la clara convicción de que había que involucrarse con el tema del narcotráfico muy seriamente, en realidad, no nos comprometimos a nada concreto.

Al otro día muy temprano, a las siete y media de la mañana, me llama Cuadra diciéndome que él estimaba que el ministro Bañados debía conocer la información sobre el asesinato de Letelier entregada por Núñez, y que solamente por respeto a mi familia y al hecho de que la cena se había realizado en mi casa y no en un lugar público, estaba dispuesto, solo si es que yo se lo pedía, a guardar silencio.

Evidentemente, le dije que por favor olvidara esa parte de la cena.

Francisco Javier Cuadra aceptó mi petición y hasta ahí llegó el tema, afortunadamente. Demostró, con el correr del tiempo, ser un hombre de palabra.

No obstante, después de un periodo relativamente breve, aparece Cuadra en la revista Qué Pasa2 dando una entrevista sobre el tema del consumo de drogas, en la que advierte casi lo mismo que había expuesto en mi casa sobre la penetración en los diferentes estamentos del Estado.

A raíz de esta entrevista, me llama Ricardo Núñez para decirme que estaba muy inquieto, pues se había tratado de comunicar varias veces con Cuadra y que finalmente este le había contestado desde Concepción, por lo que lograron ponerse de acuerdo para reunirse en Santiago.

Al parecer Núñez quedó más preocupado con la respuesta de Cuadra y me llama nuevamente horas más tarde, diciéndome que quiere conversar conmigo en su casa a las 15:30.

Estábamos en pleno verano y ese día, particularmente, hacía un calor extraordinario. Partí a su residencia en La Reina. Su casa estaba en una larga calle que no conocía y en donde no había un alma. Usé el jeep de mi señora y por efecto del calor, me vestí con polera y short.

Toqué el timbre y Núñez salió personalmente a abrirme la puerta y me contó que su señora no estaba y que la empleada había salido. Entramos a una especie de living pequeño y quedé sorprendido al encontrarme con Marcelo Schilling, personaje con el cual teníamos hace rato una extraña situación, yo diría una “guerrita sutil”, pues él era parte fundamental del Consejo Coordinador de Seguridad Pública del Gobierno, conocido como “La Oficina”, y yo era parte del equipo que trabajaba con Belisario Velasco.

En rigor, con Schilling, teníamos una enorme diferencia sobre cómo resolver algunos temas de inteligencia relacionados con los efectos residuales de la dictadura, y con ello hago referencia a los grupos que habían luchado por el camino de las armas, los cuales quedaron en una situación muy difícil de definir pues nadie se imaginó que el dictador, en un acto republicano, entregaría la banda presidencial en el Congreso Pleno, frente a embajadores, invitados y ante los ojos del mundo entero.

Nuestro aporte era dar una opinión que entregábamos a Belisario Velasco en el marco de conversaciones sobre la contingencia; esto, para que tuviera una visión macro del problema y no le metieran el dedo en la boca con propuestas más parecidas a la época de la dictadura que a la democracia. Al mismo tiempo, Marcelo Schilling sabía que yo había creado una amplia red de informantes que trabajaban para mí, teniendo claro que el usuario final era Velasco, y también estaba al tanto de todos los logros que habíamos obtenido en la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico.

Los grupos subversivos no estaban en el interés de la red de informaciones y esto era así por una razón muy simple: muchos en la época de la dictadura habían pertenecido a diferentes organizaciones de resistencia, pero ahora en democracia eran otras las prioridades y cada uno tenía su corazoncito al respecto, y no era yo quien los iba a convencer de lo contrario.

Trabajaban más por un tema de conciencia que remunerativo. Querían hacer un aporte a la transición democrática luchando contra un enemigo que los golpeaba a diario en las poblaciones donde vivían, como era el tráfico de drogas, la explotación sexual de menores y la delincuencia en general. En resumen, nada tuvimos que ver con la Oficina, asunto tantas veces desvirtuado por un sector de la prensa, pero que fue aclarado en su momento por el abogado Isidro Solís, exdirector de Seguridad Pública e Informaciones,3 y más recientemente, por el propio Belisario Velasco, en una entrevista realizada a fines de 2018 como parte de la promoción de sus memorias Esta historia es mi historia.4

Lo cierto es que me demoré un minuto para entender que Núñez estaba con “crisis de pánico” por todo lo que había soltado en el encuentro con Cuadra y necesitaba tener la certeza de que este no haría uso de lo dicho aquella noche, especialmente en relación a los parlamentarios que él había señalado como consumidores de droga.

Le expresé a Núñez que me parecería muy extraño que Cuadra comentara algo sobre el tema, y le hice saber de la llamada que me realizara temprano al otro día después de la cena que habíamos tenido en mi casa y con relación a sus afirmaciones sobre el caso Letelier. Recuerdo muy bien la cara de espanto que puso Schilling en ese momento y la mirada que depositó en Núñez. Lo concreto es que me comprometí a conversar con Cuadra a la brevedad.

Del resto de la conversación, recuerdo que Marcelo Schilling me hizo un par de preguntas sobre Francisco Javier Cuadra y nuestra amistad, pero que no tenían relevancia alguna.

Cumpliendo con lo prometido, me encontré con Cuadra y este me comentó que Núñez lo había llamado y también me dijo, sonriendo, que estuvo a punto de recomendarle que tomara Imecol (remedio para la diarrea), agregando que estaba bastante asustado el señor senador. Cuadra, que mal que mal es abogado y político, me explicó que hacer uso de lo dicho por Núñez era algo muy complejo, pues sospechaba que se iba retractar de todo. ¿Quién iba a dudarlo?

Pasaron los días y yo estaba en mi casa en Viña del Mar cuando me llama Belisario Velasco para advertirme que en la revista Cosas de febrero venía un artículo sobre Cuadra y mi persona.5 Belisario estaba al corriente de ambas cenas. Me dijo que no tomara acciones legales, pues en marzo nadie iba a recordar la nota y que esa revista moría en los salones de peluquería; que la gente estaba preocupada del Festival de Viña y que nadie hablaría del asunto después del evento. Lo cierto es que le encontré la razón, pero cuando compré la revista me caí de espaldas. El artículo era un conjunto de mentiras, información mal intencionada y detalles falsos sobre mi vida privada y profesional, en síntesis, un engendro de mono y avestruz. Apuntaba a colocarme, con todas sus letras, como “el informante secreto de Cuadra”. Curiosamente, en lo único que acertó fue en describir el jeep en el cual llegué y en cómo yo estaba vestido aquella tarde.

No dudé un minuto en tener claro quién estaba detrás de esta operación que, en rigor, fue una carajada, por decirlo suavemente, ya que nadie me vio entrar ni salir de la casa de Núñez más que este personaje. Si hubiese sido una acción de “inteligencia sucia”, no habrían cometido el error de hacer una descripción personal del vehículo ni de cómo andaba vestido; por lo tanto, no había dónde perderse sobre quién acudió a la periodista con el único fin de salvar a Núñez en el caso de que Cuadra repitiera los nombres que este le había dado en mi casa.

A Francisco Javier Cuadra lo podían atacar, si fuera necesario, por haber sido hombre del régimen militar, por el cometa Halley, por la aparición de la Virgen en Villa Alemana, etc., cosa que al parecer es eterna e infinita; una suerte de tarjeta amarilla moral que cierto sector de la izquierda usa contra la derecha. A mí había que descalificarme vinculándome a una situación oscura, algo siniestra y ligada a la dictadura.

Ya estaba concluyendo el Festival de la Canción de 1995 y en paralelo, Belisario Velasco tenía que asistir a una cena en el Palacio de Cerro Castillo en homenaje a Juan Carlos Wasmosy, presidente de Paraguay, que estaba de visita en Chile. Quedamos de encontrarnos en el Hotel Miramar, donde se hospedaba Belisario. Conversamos tarde por la noche y apostamos a que esto moriría ahí.

Al día siguiente de esta reunión llamé por teléfono a la periodista Mónica González, subdirectora de Cosas, a quien yo conocía desde los años sesenta, época en que ambos militábamos en las Juventudes Comunistas y ella llegaba a veces con el uniforme escolar a las reuniones. Le manifesté mi molestia y extrañeza por lo que se había publicado. Sus respuestas, llenas de evasivas, culminaron con un comentario que me dejó atónito: “No te preocupes, Lenin, que después de este artículo te van a invitar a cuanta recepción se dé en Santiago”. Nunca hubiese esperado una insensatez tan frívola.

Yo no conocía a Claudia Giner, la joven periodista que se había prestado para redactar tal infamia contra mi persona. Sé, ahora, que se ha encumbrado como lobista y asesora comunicacional a través de su empresa Vanguardia Comunicación junto con su socio Juan Cristóbal Villalobos, y que ha tenido una clientela muy diversa, entre las que destaca, en primer término –y pareciera que “con sumo orgullo”–, la criminal Duke Energy, considerada una de las tres empresas más contaminantes de CO2 en Estados Unidos, de la que han sido lobistas para sus operaciones en nuestro país. Nada de qué sorprenderse ya que, Giner, como reportera de la revista Qué Pasa, había causado sospechas por un reportaje escrito junto con otra colega, en el que cuestionaba la gestión de las organizaciones ambientalistas durante el conflicto de la empresa Celulosa Arauco con la comunidad local. Esto, debido a la mortandad de cisnes de cuello negro en el Santuario Río Cruces y otros conflictos ecológicos, asunto que fue denunciado oportunamente por el director del periódico El Ciudadano, en julio de 2008.6

Lo que no sabían estas periodistas (y si lo sabían lo ocultaron muy bien) es que este asunto no terminaría ahí y que el tema del “Consumo de droga en el parlamento” se transformaría en un subir y bajar de nombres de consumidores; una suerte de versión criolla de macartismo, pero con el tinte de hipocresía, cinismo e irresponsabilidad típico de nosotros los chilenos. Fue un verdadero tsunami de rumores que solo resquebrajó aún más la deteriorada imagen de la actividad política que heredamos del régimen militar. Sin embargo, para mí lo peor estaba por venir y ¡de qué manera!

Como todo este tema alcanzó tal conmoción pública y tan extremo nivel de sensacionalismo, se fijó una sesión extraordinaria en el parlamento que se transformaría en una gran catarsis colectiva, la cual fue trasmitida en cadena por los canales de televisión el 22 de marzo de 1995. Varios congresistas hicieron uso de la palabra, hasta que le tocó el turno al diputado en aquella época, Andrés Allamand, quien con nombre y apellido me acusó de estar vinculado a la Central Nacional de Informaciones (CNI) y de dirigir una operación política contra su sector.7 Esta intervención sería definida por el periodista Ascanio Cavallo como “el bárbaro daño inferido por Allamand a Lenin Guardia”.8

Por si fuera poco, Allamand, como buen rugbista, me siguió dando duro y en una entrevista nocturna en Canal 13 con la periodista Raquel Correa, se metió en mi vida personal de forma bastante violenta, demostrando además estar muy mal dateado. Develó, también, que yo trabajaba para Belisario Velasco, entre otras cosas, y en la parte final de su aparición, aseguró que con todo esto él había “prendido la luz en un cuarto oscuro del Ministerio del Interior”.

Lo concreto es que, con sus palabras, el diputado Andrés Allamand destruyó el mejor trabajo de inteligencia que se había realizado hasta entonces y con resultados concretos. Si bien es cierto que “prendió una luz”, esta fue para iluminarles el camino a los delincuentes y acabar con una estructura cuyo objetivo final era el bien común.

Hace rato que perdoné al actual senador, pues sé que fue utilizado perversamente por quienes se formaron bajo el alero de la Stasi en la antigua Alemania Democrática, especialistas en este tipo de operaciones. Ellos le dieron la solución a un apanicado Núñez. A mí me avisaron esa misma mañana lo que iba a suceder en el Congreso y llamé al diputado Allamand, el cual no respondió el teléfono, pero sí lo hizo otro diputado de Renovación Nacional, José Antonio Galilea, pero ya era demasiado tarde, el misil estaba en la cuenta regresiva y su objetivo estaba claramente identificado: Lenin Guardia Basso. Lo que determinó a Allamand fue justamente mi llamada, pero lo que él no sabía era que yo me enteré gracias a un periodista que era muy amigo mío y que jugaba rugby con él. El presidente de la Cámara, Jaime Estévez, intentó persuadirlo de no mencionar mi nombre, pero evidentemente no tuvo éxito.9

Fueron momentos muy duros, pues la acusación era brutal. El teléfono sonaba mil veces en mi casa y se daba el caso de que mi hija había nacido solo unos días antes. Casi diez años más tarde me enteré de cómo habían montado esta operación y ahora sí que era de inteligencia. Tenía el claro objetivo de asesinar mi imagen y quitarme toda credibilidad en el caso de que siguiera tomando forma tamaña locura y a mí se me ocurriera decir quién había dado los nombres, por lo que hubiésemos terminado careados unos con otros. Por lo tanto, se volvió urgente descalificarme y sacarme del escenario, de tal modo de dejar solo a Francisco Javier Cuadra –un exfuncionario de la dictadura cívico-militar que podía ser desacreditado solo por eso– dando su versión contra Núñez y Cruz, pero en ese otro escenario la situación habría sido mucho peor para ellos. Es decir, la verdad había que sacarla de escena, pero el verdadero objetivo era evitar que Ricardo Núñez entrara en el ojo del huracán. De cualquier modo, Cuadra terminaría detenido y condenado injustamente por estos hechos.

En medio de este extraño clima que se desató, algo paranoico para mi gusto, algunos parlamentarios se hicieron exámenes de consumo de drogas poniéndose el parche antes de la herida, como si el público les hubiese pedido cantar “Un mechón de su cabello”.

¿Pero de qué modo se inició la trama? Lo entendí años más tarde en un almuerzo que tuve con un exsenador, al que Núñez le comenta que el Partido Socialista tenía un gran problema con un militante del partido vinculado con la CNI y que formaba parte de una operación en contra de Renovación Nacional, dándole mi nombre. No alcanzó a terminar la frase y ya el congresista de RN iba corriendo con tan valiosa información entregada por una persona que había sido presidente del PS, ocupado altas responsabilidades dentro del partido, y era reconocido como un dirigente socialista de larga data y además vicepresidente del Senado. ¿Cómo dudar de sus palabras?

Lo más “simpático” de todo fue que en la euforia del discurso de Allamand y terminado este, en medio de los abrazos y las felicitaciones de sus colegas, el ministro del Interior, don Carlos Figueroa, absolutamente desconcertado, preguntaba: “¿Quién es Lenin Guardia?”. Tengo entendido que al llegar a La Moneda se le explicó quién era yo, e intentó convencer al presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle que se desconociera el vínculo del Ministerio del Interior conmigo. Fue Belisario Velasco quien se opuso a esta medida argumentando que yo había resuelto el asesinato de Jaime Guzmán (asunto que abordaré más adelante) y tengo entendido que hasta anunció presentar su renuncia si se desconocía esta relación que ya tenía sus años.

A Belisario le podrán criticar muchas cosas, pero hay algo innegable: es una persona consecuente y muy hombre para llevar sus pantalones. Así lo demostró en septiembre del 73 con la carta de rechazo y condena al golpe de Estado, la cual firmaron solo trece militantes de la Democracia Cristiana –¿los otros, de qué lado estaban?–. Este antecedente histórico fue lo que me hizo sentido trabajar con él y apoyarlo en la compleja tarea que tenía por delante como subsecretario del Interior.

En concreto, el actual senador fue simplemente utilizado para hacer el trabajo sucio, una pieza necesaria para pasar a la segunda etapa: las medidas disciplinarias que se tomarían en mi contra dentro del PS. Quiero dejar muy en claro que yo nunca escuché el nombre de Andrés Allamand relacionado con el lamentable tema de drogas en el parlamento, salvo la mención que hiciera Ricardo Núñez aquella inolvidable noche.

Producto de toda esta situación, fui citado a declarar ante el ministro de la Corte de Apelaciones Rafael Huerta, al cual le manifesté que yo no tenía nombres de parlamentarios que consumieran drogas. Fue una declaración bastante breve. Al salir de este trámite, llamé a Ricardo Núñez para contarle lo que le había dicho al ministro y recibí al otro lado del teléfono un escueto “gracias” y un casi imperceptible alivio.

A los pocos días se me informa que la Dirección del Partido Socialista, presidida por Camilo Escalona, decidió pasar mi caso al Tribunal Supremo, cosa que tenía muy claro iba a ocurrir. Hablé con mi amigo Hernán Vodanovic y él asumió mi defensa.

Hernán, figura histórica del socialismo durante la dictadura, por el que siento un gran aprecio, me daba toda la confianza para cumplir ese cometido, pues si existe alguien calmado en este mundo es él, pero que no se deja avasallar por nada ni por nadie y sobre todo, es un hombre honrado, solidario y ecuánime.

Como se hizo de conocimiento público mi participación en los casos del asesinato de Jaime Guzmán y del secuestro de Cristián Edwards, el Ministerio del Interior ordenó que Investigaciones se encargara de mi seguridad personal, por lo que destinó un servicio de escoltas las veinticuatro horas del día, asunto que duró un par de años. A cargo de mi seguridad quedó la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales (Bipe), una unidad creada por su director, Nelson Mery. Dicho sea de paso, a esta unidad se le entregaba toda la información que nosotros reuníamos para la subsecretaría del Interior, y en algunas oportunidades intercambiaba información con ellos, la que trabajaron de forma muy competente, por lo que consiguieron buenos resultados en la lucha contra la delincuencia en todas su formas y en sectores en los que no era fácil penetrar a las policías.

Así fue que, acompañado por dos escoltas, además de Hernán y de mi hermano Alexis, partimos a la sede del PS en calle Concha y Toro. Nos asombró encontrarnos con unas cincuenta personas lanzando una lluvia de insultos y monedas y que luego intentaron golpearme, aunque sin resultados, pues los escoltas eran corpulentos y eficientes. En medio de este caos y tratando de sobrevivir a la “valentía socialista”, entramos por una pequeña puerta que nos condujo, tras unos breves peldaños, a una sala en una especie de subterráneo donde me esperaba el Tribunal Supremo. Este organismo estaba compuesto por notables abogados, lo que me causó un cierto optimismo.

Me leyeron los cargos y, evidentemente, el más complejo fue que se consideraba impropio que un militante socialista hubiese mantenido relaciones con los militares durante la dictadura. Por cierto, también me pidieron que explicara la famosa cena.

Afuera seguía gritando la jauría y haciendo presión sobre la puerta con la intención de entrar, de hecho, varios miembros del tribunal hicieron presente que así era imposible continuar y que no existían las condiciones mínimas para mi seguridad, pero finalmente se siguió adelante.

Expliqué con bastante claridad y precisión que, efectivamente, por intermedio de mi padrino, el teniente general Herman Brady, yo había conocido a muchos generales, entre ellos a Humberto Gordon cuando este era director de la CNI. Nuestra amistad con Gordon no tenía nada de clandestino ni oculto, pues nos encontrábamos en Viña del Mar y en ocasiones íbamos a comer a un restorán, otras veces al casino o nos sentábamos a comer helados en la avenida Perú. Desde luego que en Santiago nuestros encuentros también eran en lugares públicos. Que gracias a esta amistad pude ayudar a muchas personas, por ejemplo, que saqué del país a un compañero del MIR que era buscado en todo Chile. Llamé al general Gordon y le pregunté si tenía personal en el aeropuerto pues iba a dejar a un amigo que viajaba. La respuesta tenía que ser inequívoca y él me contestó que sí, que llamaría por teléfono para que lo atendieran. Así fue que el hombre de la CNI en el aeropuerto, cumpliendo las órdenes de su director, hizo el trámite de policía internacional en dos segundos y, afortunadamente, sin mirar con detenimiento un documento de identificación muy mal confeccionado, este compañero salió del país sin problema alguno. Tal favor me lo había pedido mi gran amigo el periodista José Carrasco Tapia, y por él supe que había llegado a destino y me mandaba las gracias.

Pepe Carrasco sabía con detalles de mi amistad con Gordon, pues forjamos una amistad desde los años sesenta. No tengo duda de que si él no hubiese sido asesinado la noche del atentado a Pinochet, habría ido a dar su testimonio al Tribunal Supremo; esto, si es que se lo hubiesen permitido: ¡la maquinaria estalinista no forma parte de la familia de Bambi!

También le señalé al Tribunal que el compañero Álvaro Briones –quien había sido subsecretario de Economía, embajador en Italia y luego en España, y el principal artífice de la reunión en El Escorial a la que asistieron el general Juan Emilio Cheyre, junto con otros militares, y Ricardo Lagos, acompañado de importantes dirigentes socialistas– había almorzado con el general Gordon en el edificio Diego Portales cuando este era miembro de la Junta de Gobierno. Por último, mencioné una comida en mi casa junto con Ricardo Núñez y el general Víctor Lizárraga, jefe del Comité Político del general Pinochet. Esto lo dije porque me resultaba difícil entender dónde estaba “mi pecado original”, pues yo sabía que otros dirigentes de la época o de la ex Concertación también conversaban con los militares, y si bien es cierto que Lizárraga era un general del Ejército, era un hombre esencialmente político con el cual se podía dialogar. De hecho, existieron varios encuentros más en mi casa entre políticos y militares, y en todos estos encuentros se acercaron puntos de encuentros en beneficio de la transición, la democracia y el país. ¡¡No todos los militares violaron los derechos humanos, como no todos los aviadores son pilotos de guerra ni todos los marinos son submarinistas!!

A esa altura de mi alegato, tenía la impresión de que en el Tribunal lo único que querían es que no siguiera hablando y se miraban unos con otros con bastante perplejidad, y cuando narré las opiniones vertidas por el senador Núñez respecto al asesinato del canciller Orlando Letelier, ya nadie quería seguir ahí un minuto más.

Me opuse a explicar en qué consistía la red de informantes y menos a dar las identidades de estos, solo hablé de los logros obtenidos. Lo que yo realizaba como trabajo para la Subsecretaría del Interior no tenía nada que ver con el PS; yo no había sido puesto ahí por el partido, era un compromiso estrictamente personal. En otra parte de mi intervención, me referí a los casos de Jaime Guzmán y Cristián Edwards, pero no noté un mayor interés del auditorio.

Yo miraba de reojo la chapa de la puerta porque crujía y me preguntaba qué pasaría si no resistiera más. Al parecer no fui el único que lo pensó, pues alguien propuso suspender la audiencia y continuar otro día. Todos estuvieron de acuerdo y recuerdo muy bien que la abogada Pamela Pereira me aconsejó salir por los techos de la sede del PS. Nunca entendí si me quiso ayudar o simplemente dejarme como un cobarde miserable “que se arrancaba por los techos”. Habría sido el festín de la prensa y de tanta miseria humana que estaba ahí presente. Le contesté que por ningún motivo lo haría, agregando que yo había entrado por esa puerta y que por ahí saldría. Los miembros del tribunal decidieron salir conmigo y cuando se abrió la puerta, se nos vino encima una turba que parecían más saqueadores de tiendas que socialistas, eran lumpen y no trabajadores.

En un acto muy digno vi que el abogado Gustavo Horvitz enfrentó a este lumpen y solo recibió insultos y escupos. Pamela Pereira hacía otro tanto por calmar el ambiente. El rencor histórico con el pasado reciente se manifestaba en todo su esplendor, claramente manipulado como lo es hasta el día de hoy, y ese era un momento para descargar tanto odio y frustración. En medio de aquel forcejeo, sentí que los escoltas me sacaban rápidamente de ahí y me subían al auto que estaba algunos metros más allá. Cuando vieron que partíamos, nos llovieron las piedras, pero no causaron mayor daño pues los manifestantes se confundieron con otro auto de apoyo que había llegado.

Al regresar a casa, me enteré de que mi familia había seguido tan triste y patético espectáculo en directo por televisión. Mis hijos estaban impactados por lo que habían visto y ¡no era para menos!

Tiempo después, militantes del propio PS me dijeron que el montaje había corrido por cuenta de un dirigente socialista de La Pintana, Simón Escalona, el cual tenía un grupo de personas destinadas a estas manifestaciones, a las cuales movilizaban en bus y les regalaban ¡un sándwich y una bebida! De hecho, estas brigadas compuestas por “soldados del odio”, actuaron de forma similar en contra del ex precandidato presidencial de la UDI Pablo Longueira, quien debía votar en la Escuela Salvador Sanfuentes de la comuna de Santiago para la segunda vuelta presidencial del 15 de diciembre de 2013.

Curiosamente, el Tribunal Supremo no llamó a declarar a Cuadra y tampoco lo hizo con Allamand, ni con Álvaro Briones, ni menos con Núñez; y para qué vamos a pensar en la periodista, la cual se habría escudado en el secreto profesional. Solo citaron a Carlos Cruz, quien evidentemente sufrió de una amnesia temporal10 y se escudó en que él había ido al baño en ese momento, es decir, una declaración funcional a Núñez y muy lejana a la verdad. Curiosamente, Cruz dio la misma respuesta ante el ministro Huerta, lo cual muestra que a Núñez había que protegerlo a todo nivel manteniendo la “mentira oficial”. Me imagino que el grupo del senador agradeció mucho a Cruz tan mal interpretada y malsana lealtad. Es decir, estábamos varios escalones más abajo de la “justicia en la medida de lo posible” y muy lejos del lema “verdad y justicia”.

Finalmente, no consiguieron que me expulsaran, ya que algunos miembros estaban simplemente por anular los cargos y otros por una sanción de suspensión. La petición del presidente del partido, Camilo Escalona, de expulsarme del PS, no tuvo un solo elemento real y contundente que justificara una acusación, y al parecer no encontró a alguien dispuesto a ir a mentirle al Tribunal Supremo o que dijera haberse visto perjudicado por mis relaciones con los militares.

Por razones evidentes, no daré nombres ni profundizaré en situaciones concretas, pero puedo asegurar que existieron solamente beneficiados de mis relaciones con algunos militares. Yo intenté siempre encontrar puntos de encuentros y propiciar acercamientos y no mantener una odiosa polarización, cosa que no resultaba muy difícil, pues muchos militares años antes del plebiscito ya tenían claro que en el poder no estarían indefinidamente.

Finalmente, la suspensión de mi militancia por tres años se debió exclusivamente al peso y control de “las máquinas internas” que presionaron para que recibiera alguna sanción. Estas son las que controlan diferentes instancias partidarias, pero también –y más importante todavía– controlan los cargos de Gobierno a todo nivel. Esto generalmente deriva en que exista una cantidad de mediocres sentados en puestos para nada despreciables, a los que también se les conoce como “operadores políticos” y últimamente, como la “grasa del Estado”. Como sea, su aporte es nulo, aunque siempre habrá excepciones.

El 31 de octubre de 1997, y luego de ver cómo a militantes que habían cometido faltas reales y graves, como estar ligados a actos de corrupción, recibían sanciones mínimas –si es que las recibían–, fui al Servicio Electoral y después de veintiocho años de militancia me retiré del PS, partido en el cual me inscribí en 1970.

Por su parte, el autor intelectual de “la brigada del odio”, Simón Escalona, renunciaría al Partido Socialista en mayo de 2008. Los motivos de fondo los desconozco, pero no tengo duda alguna de que no fueron discrepancias ideológicas con su hermano Camilo, presidente del partido en aquel entonces; sería algo muy fino para el personaje. No obstante, es en este mismo período en que Simón Escalona comienza a ser cuestionado por la Contraloría General de la República, luego de haber “trabajado” más de doce años en Gendarmería. Esto, se debió a una serie de licencias médicas que le rechazaron, justo en la época en que tenía una intensa actividad como coordinador metropolitano de la facción socialista Nueva Izquierda:

Su sueldo fue creciendo desde los $3.129.000 de 1997 a los $7.566.000 en 2006. […] En 2007, el director nacional de Gendarmería de esa época, Alejandro Jiménez, aceptó la renuncia que presentó Simón Escalona a su cargo en el Patronato Nacional de Reos, que depende del servicio de prisiones. “Hacía poco e iba nada” declaró Jiménez en ese momento, apuntando a la docena de licencias médicas que presentó el hermano de Camilo Escalona entre 2003 y 2005. Pese a que fueron todas rechazadas por el Departamento de Contabilidad y Presupuesto, Simón Escalona percibió su remuneración completa en todas esas ocasiones.11

En agosto de 2012, la jueza Carmen Gloria Escanilla sentenció una demanda de Gendarmería de Chile en contra de Simón Escalona y este fue condenado a restituir al Fisco $6.772.036, más reajustes, intereses y costas, por “haberse percibido reiteradamente por el demandado dineros que no le correspondían”.12

Muchos años después de este lamentable episodio de mi vida, pocos dudan de que existía droga en el parlamento en el año 1995. La propia candidata presidencial de la centroderecha, Evelyn Matthei, en la emisión del 21 de julio de 2013 del programa Tolerancia cero, reconoció que “[en ese tiempo,] no solamente [lo] creía, después se ha demostrado que había. […] Hubo personas condenadas. Ahora, fueron básicamente secretarias y juniors. Pero que había drogas en el Congreso, desgraciadamente, fue así”.13 Sobre el efecto de las declaraciones de Francisco Javier Cuadra, quien fue llevado a juicio precisamente por no querer entregar los nombres de los parlamentarios, Matthei precisó: “Lo que había tratado de decir Cuadra es ‘Miren, el problema no es si consume o no consume droga, sino hasta qué punto esa persona es vulnerable’. Pero hubo una reacción, a mi juicio, muy equivocada”.14

Sobrerreacción, que en este caso, enlodó a mi persona, perjudicó mis funciones públicas y además, puso un triste fin a mi militancia política por efecto de la cobardía, la hipocresía y el matonaje de una parte de la clase política de nuestro país.

2 Ver: “‘Algunos parlamentarios consumen droga’. Entrevista a Francisco Javier Cuadra”, Qué Pasa Nº 1240, 14 de enero de 1995, pp. 4-8.

3 “Lo único que puedo decir responsablemente es que Lenin Guardia nunca trabajó para la Dirección de Seguridad Pública”, afirmó Solís. En: La Tercera, “Reportajes”, 25 de noviembre de 2001.

4 “Lenin Guardia nunca perteneció a la ‘Oficina’”, afirmó Velasco. En: #LaPruebaDeADN: Belisario Velasco desclasifica episodios desconocidos del caso Guzmán, Radio ADN, 28 de noviembre de 2018.

5 Ver: Claudia Giner, “Radiografía de un operador político”, Cosas Nº 480, 15 de febrero de 1995.

6 Ver: Bruno Sommer, “Sobre publicación de Qué Pasa”, 13 de julio de 2008. Recuperado de www.noalducto.com

7 Ver: República de Chile, Cámara de Diputados, Legislatura 330a, Extraordinaria, Sesión 51a, en miércoles 22 de marzo de 1995.

8 Ascanio Cavallo, La historia oculta de la transición. Memoria de una época (1990-1998), Santiago, Uqbar, 2012, p. 359.

9 Ver: La historia oculta de la transición…, p. 359.

10 Ver: La historia oculta de la transición…, p. 365.

11 Antonia Orellana, “Simón Escalona, el otro familiar socialista con problemas en Gendarmería”, El Desconcierto, 12 de julio de 2016.

12 2º Juzgado Civil de San Miguel, Sentencia Jueza Titular, Sra. Carmen Gloria Escanilla Pérez, de 28 de agosto de 2012, Rol C-42033-2010, Fisco de Chile/Escalona, Considerando Sexto, Foja 121.

13 “Evelyn Matthei en Tolerancia cero”, Chilevisión, 21 de julio de 2013.

14 Ídem.

Mi verdad

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