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ОглавлениеAsesinato de Jaime Guzmán y Secuestro de Cristián Edwards
Para entender mejor el contexto en que se desarrollaron ambos episodios, debo comentar que yo dirigía una red de informantes que se formó en la década de los noventa y que nació producto de dos reuniones que sostuve con el ministro del Interior, el señor Enrique Krauss, en su domicilio.
El ministro Krauss, al poco tiempo de asumir su mandato, entendió y percibió que las confianzas mínimas con las policías no estaban establecidas. Por lo tanto, un ministerio sin información era una cartera bastante coja, sin un radar que le permitiera detectar los conflictos por venir –fueran de alta o baja intensidad– y con un margen de error bastante grande, teniendo en el día a día un severo problema en materia de delincuencia y narcotráfico sobre el cual se necesitaba ir un paso más adelante.
Krauss conversó con un gran amigo mío que es Osvaldo Puccio y este le recomendó que se contactara conmigo, pues Osvaldo sabía muy bien que durante el mandato del presidente Allende yo había trabajado en la estructura de inteligencia del PS que dirigía el compañero Ricardo Pincheira, quien era conocido como “Máximo”.
Yo le expuse al ministro lo que había aprendido durante mi exilio en Francia, en donde estudié la trayectoria de los diferentes Ministerios del Interior desde Fouché en adelante, y todos ellos, de una u otra forma, contaban con múltiples fuentes destinadas a fortalecer la información de las policías y algunas propias del Ministerio. Dadas algunas determinadas características de las fuentes, estas podían llegar a estar muy próximas a los grupos delictivos. Muchas veces estas fuentes recibían peticiones de parte de la policía para confirmar o anular una información que la policía tenía, ya fuera por su propio trabajo o bien, liberada de otras fuentes, lo que técnicamente se llama “esfuerzo de búsqueda” y que en términos simples, no es otra cosa que rechequear una información. Esto me recuerda una conversación a los inicios de mi relación con Belisario Velasco donde le decía que “la inteligencia es la competencia de la prensa pero en sentido contrario: nosotros buscamos que los hechos que pueden afectar a la sociedad, al Estado de derecho, al bien común, no ocurran”.
Al ministro le gustó mi propuesta y le dio luz verde. Recuerdo muy bien haberle comentado en ese momento que se estaba conformando una lista de civiles del régimen militar a los cuales se quería asesinar, la cual era encabezaba por el senador Jaime Guzmán. Esa situación me la habían comentado algunos compañeros que tenían inquietudes a corto plazo en el área de la inteligencia y que observaban cómo la delincuencia estaba ganando terreno. De hecho, tiempo después aparecieron en San Miguel unos panfletos tirados en la calle con una lista que confirmaba esa intención, los que estaban firmados por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
A pesar de la buena recepción del ministro, me decepcionó un poco que consultara al Partido Socialista sobre este trabajo que iba a ser dirigido por mí, pues con dicha consulta rompió la compartimentación mínima para poder trabajar: nadie anda por la calle con un papel pegado en el pecho que diga “soy informante de la policía” o, si se quiere más profesionalmente, “cumplo labores de inteligencia”. Solo los necios en Chile insisten en opinar y descalificar desde la ignorancia tan necesaria función, sin entender que quienes desarrollan este tipo de trabajo muchas veces están obligados a llevar una agotadora doble vida, en la cual a veces es difícil entender dónde están las lealtades y los objetivos que se persiguen.
A favor de cualquier pronóstico y por descontado, en el PS se conformaron en decir que yo no contaba con la confianza del partido. Era una buena respuesta, pues yo venía desde el exilio con fuertes discrepancias respecto a las responsabilidades sobre el quiebre institucional y nuestro rol como partido, y por otra parte, yo no participaba en ninguna fracción, tendencia o “máquina” socialista. Era un militante más que solo me inscribí en el Registro Electoral para darle mayor fuerza y presencia al PS, y creo haber ayudado bastante a diferentes compañeros desde 1985 en adelante, y a otros que no eran de mi partido y que se habían fugado de la cárcel, gesto que me alegra internamente. Así es que la respuesta dada por el partido a Krauss, sinceramente, me pareció objetiva.
Lo que sí me extrañó es que la persona propuesta por el PS fuera Marcelo Schilling y que se manifestara como gran argumento que era “un hombre serio, un miembro del aparato, que estuvo en el GAP y entiende de seguridad”, pero con eso solo se demostraba una ignorancia tremenda, pues ¿qué tiene que ver la seguridad con la inteligencia?, ¿qué relación tiene cuidar a un presidente y correr al lado del auto con un trabajo de inteligencia? Nada, en mi opinión. Lo cierto es que al parecer pesó mucho en la decisión socialista la influencia de Enrique Correa, Ricardo Solari y Gonzalo Martner, según ha reconocido públicamente Schilling.15
Pese a todo, por alguna razón don Enrique Krauss decidió seguir avanzando y determinó que yo trabajaría con el subsecretario Belisario Velasco, relación que me pareció muy positiva por la trayectoria que yo le conocía a Belisario.
Resuelta esta primera parte, me decidí a buscar a quienes podrían constituir conmigo el último tramo de la información, es decir, cuando esta deja de ser información, entra en el proceso de verificación y genera inteligencia.
No resultó tarea fácil ya que si bien fueron muchos aquellos que en el exilio tuvieron formación militar, experiencias de combate, etc., otra cosa son las tareas de inteligencia y sus diferentes complejidades pues se trabaja con el “factor humano” y esto, de por sí, ya es un riesgo que se debe asumir desde el minuto uno.
Fue muy difícil también pues la primera objeción de estos candidatos a ser informantes era que no les gustaba el presidente de la República, ya que lo consideraban “el arquitecto, junto con Frei, del golpe de Estado” y tenían en la memoria el fatídico 22 de agosto del 73, día en que la Cámara de Diputados declaró inconstitucional el Gobierno del presidente Allende, abriendo con eso de par en par la puerta al golpe cívico-militar. Otros con los cuales conversé consideraban que en ese momento se estaba gobernando con “el permiso de los milicos”.
Debo reconocer que el juicio político que tenían estuvo a punto de hacer naufragar el proyecto de crear la red de información y yo, sin ellos, no iba a lograr ningún resultado serio.
Finalmente, logramos coincidir en que lo más importante para un país era tener un grado de control con la delincuencia, el crimen organizado y el narcotráfico, ya que eso afecta a una sociedad en forma transversal, y que la ausencia de los aparatos de seguridad de las Fuerzas Armadas en las calles a cargo de la represión política, iba a ser un impacto muy fuerte y negativo para la incipiente Transición, ya que dejaba un espacio muy grande para que los delincuentes se apropiaran de las ciudades a lo largo del país. Muchos argumentaron que si el país caía en una suerte de caos o bajo el imperio de los delincuentes y narcotraficantes, se podía abrir una puerta insospechada para el retorno de los militares. El otro punto que quedó claramente establecido fue que no se iba a desarrollar trabajo de inteligencia alguno direccionado a los grupos armados que, equivocados o no, habían luchado contra la dictadura.
Resueltos estos puntos claves para tener la tranquilidad de que existía plena uniformidad de criterios respecto a los objetivos, nos dedicamos a levantar un mapa de la actividad delictual, diferenciar la delincuencia tradicional de “los nuevos emprendedores” (narcos) y establecer prioridades de acuerdo a lo que podíamos reclutar como “fuentes de informaciones”, la capacidad de controlarlos y hasta dónde se llegaba con el presupuesto disponible.
Me sorprendió positivamente saber que existía una gran receptibilidad de conciencia en emprender esta cruzada con las personas que conversamos, lo cual facilitó la tarea intermedia de establecer quiénes serían los encargados de controlar el trabajo en el terreno mismo, es decir, “los agentes de control” y aquellos que estarían captando información.
Fue de esta forma que, luego de una cierta marcha blanca, la estructura comenzó a funcionar, lo cual implicó estar durante meses buscando fortalezas y debilidades de los diferentes “implantes” que estábamos haciendo, y lo más importante era tener una sintonía fina con los lugares donde nos estábamos asentando, todos ellos fuertemente vinculados a toda clase de delitos que uno pueda imaginar.
Como este proyecto tenía recursos estatales y el usuario final era el Estado, me resulta imposible, por razones de ética, detallar los logros que obtuvimos en las áreas que habíamos decidido desde el inicio.
Cuando me refiero a la “ética” en materia de inteligencia es sobre la base de que uno, cuando realiza este tipo de trabajo, debe tener muy claro que los hechos, información, documentos, conversaciones, grabaciones, etc., que pueda llegar a conocer le pertenecen al “usuario final”, es decir, a quien se le entrega los informes de inteligencia como producto final y seguro. No son hipótesis, más bien son potenciales escenarios que uno puede agregar como alternativas que se desprenden de un largo proceso al cual se somete la información primaria u original. Pero en el informe final no hay espacio para “los creo”. Por lo tanto, la memoria se va transformando en un cementerio de información, pues la información, por residual y antigua que sea, puede originar problemas o dañar instituciones y personas, más aún cuando muchas veces se dan situaciones de gran similitud.
Solo puedo decir que cuando fui sometido a proceso por el caso Cartas-bomba, las declaraciones del director de Investigaciones fueron muy claras con respecto a estos logros, y también las del señor Joaquín Lavín, quien, siendo alcalde de Santiago, me había pedido una asesoría en algunas materias, trabajo que se realizó con buenos resultados en los temas de prostitución, delincuencia y drogas.16 Más adelante me volveré a referir a estas labores.
En rigor, toda la información reunida por nuestra estructura era enviada por Belisario Velasco a Investigaciones, concretamente a la Bipe.
Debo señalar que, en su mayoría, los informantes lo hicieron gratuitamente y muchos lo decidieron así pues eran espectadores impotentes de cómo la delincuencia iba ganando terreno en sus barrios o sectores. Además, veían con espanto el riesgo de que sus hijos cayeran en eso o simplemente fueran víctimas directas de un delito, porque es de conocimiento público que los narcos inician el proceso de reclutamiento de los jóvenes regalándoles la droga hasta llevarlos al grado de la adicción.
Esta forma de convocar informantes no tenía precio, pues cuando se hace por dinero existen dos riesgos enormes: que salga un mejor postor y uno se dedique a perseguir fantasmas y por cada tres mentiras venga una mediocre verdad (o la simple tarea de intoxicación por parte de otro servicio de inteligencia), y lo otro es que se inventen situaciones para recibir dinero (años más tarde sufriría en carne propia el impacto y costo de esa forma de mentir). Para efectos de reducir estos riesgos, a las personas se les pagaba tuvieran o no información. Al contar con una suma mensual, se le quita presión a la búsqueda de información, por tanto, no se expone al informante a una búsqueda desesperada de información y también se le protege de no adelantar los ciclos de aceptación en medios que son muy sensibles a “caras nuevas”, especialmente en las bandas de delincuentes y con mayor razón, en el mundo del narcotráfico.
Debo reconocer que se hizo un buen trabajo y mucha información terminó con resultados positivos para la policía. La red llegó a tener veintisiete informantes, pero no conocí a uno solo de ellos, únicamente referencias de cómo eran como personas, un perfil sicológico y en qué medios estaban implantados. Lo mismo con quienes los controlaban en terreno. Solo trabajé directamente con dos personas más en los análisis de la información, pues tenían experiencia en estas materias y toda la capacidad intelectual para generar inteligencia.
Cuando desgraciadamente mi existencia se hizo pública a raíz del caso Cuadra, me asombró el nivel de ignorancia de cierto sector de la prensa al llamarme “informante”. Para ser informante hay que estar en el lugar o en contacto con quienes generan la información en forma directa o indirecta –y yo creo no ser ni delincuente ni narcotraficante–, por eso es que la información se clasifica en diferentes grados de veracidad y origen para darle el tratamiento o curso que debe seguir.
Un ejemplo preciso: la secretaria de Carlos Massad, expresidente del Banco Central, entregaba información financiera privilegiada a una determinada persona del grupo Inverlink. Esa era una fuente A1, es decir, confiable y relacionada directamente con la actividad que desarrollaba este grupo. Estar dedicado a las finanzas y tener conocimiento anticipado de todo lo que hace o deja de hacer el Banco Central, con quién habla su presidente, a qué personas recibe, etc., eso es tener un informante de lujo, una fuente de transmisión clara y limpia.
Pese a los logros, y a raíz de todo lo relacionado con el tema de consumo de drogas en el parlamento, esta red pasó a mejor vida. No me fue fácil hacerme cargo de algunas personas a las cuales se les pagaba mensualmente y que quedaron en la calle de la noche a la mañana. Por tal motivo, acudí a buscar diferentes soluciones a la distancia ya que la compartimentación se debe mantener siempre, por doloroso que resulte: no hay espacio para la amistad ni favoritismo alguno. Fueron pocos los casos, pero afortunadamente se resolvieron de forma positiva. No es correcto ni beneficioso dejar a la gente abandonada a su suerte, sea cual sea su nivel de participación en una red de informaciones.
Lamentablemente, en Chile, desde aquellos tiempos, se está bastante en deuda con esta actividad tan necesaria para la protección y desarrollo del país como es la inteligencia.
Noticia de un secuestro
Existió siempre un acuerdo tácito con mi señora de no hablar de temas de trabajo. Siendo ambas profesiones muy diferentes, existía una similitud, lo cual nos llevaba a ser muy discretos con nuestras actividades. Ella, como médico psiquiatra, se debe a sus pacientes y en mi caso, simplemente por razones de seguridad, no comentaba lo que hacía en las labores de inteligencia.
A nivel de Gobierno, se había tomado conocimiento de que habían secuestrado a uno de los hijos del dueño de El Mercurio y que este, don Agustín Edwards Eastman, había traído expertos desde fuera del país que se habían sumado a algunas asesorías que estaba recibiendo en Chile para dar con su paradero. Como era de esperar, no tenía por qué confiar en un sector político (me refiero a los partidos de izquierda dentro del Gobierno) que tenía muy clara su participación en el quiebre institucional de 1973 y que luego fue testigo de cómo sus medios de prensa se prestaron para mentir y desinformar a la opinión pública sin ningún pudor, principalmente en temas vinculados a los derechos humanos.
De cualquier modo, el Gobierno no podía quedarse impávido como si nada pasara. Existía un secuestro en curso, el secuestrado tenía un padre poderoso y el problema tenía distintas ramificaciones, unas más complejas que otras, partiendo por la desconfianza (o mala conciencia) y un cierto desprecio del padre hacia las autoridades gubernamentales.
Para las actividades que realizábamos nosotros, este hecho era bastante lejano pues nuestro escenario o teatro operacional estaba, como ya especifiqué, centrado en la delincuencia y el narcotráfico.
Recuerdo que en esa época estábamos tratando de ver cómo podíamos terminar con la prostitución infantil en las rotondas de Américo Vespucio, Quilín y Departamental, principalmente. Era desgarrador ver cómo en la noche llegaban autos de lujo para hacer subir a ellos a niñas y niños no mayores de trece o quince años, para después realizarles toda clase de abusos sexuales. Por falta de apoyo y recursos, no logramos entrar en ese mundo, pero también influyó mucho el saber a quién pertenecían los autos, pues contábamos con sus patentes.
Concluimos que nadie nos iba a prestar apoyo si esto terminaba en conocimiento público y lo más grave de todo, estaríamos muy expuestos a que se conociera nuestra existencia. Por consiguiente, continuamos con el trabajo de lograr penetrar determinados sectores que nos interesaban como verdaderas “fábricas del delito”, labor que requiere mucho estudio y paciencia ya que implantar una fuente no es fácil, aunque la persona viva en el mismo sector.
Si usted no lo sabe, los grupos o bandas delictuales tienen verdaderos anillos de seguridad que observan a sus vecinos: a los que tienen un trabajo honrado, a los que están cesantes, a los vagos. Se trata de un trabajo de observación que lo realizan desde adolescentes hasta abuelitas –pero con buena vista y memoria–, a las cuales se les paga una cierta cantidad de dinero y a veces con mercadería, resolviéndoles un problema de salud, pagándoles un funeral, etc., pero las bandas nunca abandonan a su gente que los mantiene informados de quién es quién en su sector, si entró un auto o una cara ajena a la población, entre otras funciones. Son verdaderas cámaras de vigilancia y muy eficientes, pues además escuchan y después hablan. Por lo tanto, todas estas variantes hay que conocerlas y estudiarlas, lo que no se logra de la noche a la mañana, pues lo más importante es “la historia” o interés que la fuente va a tener para ser creíble y normalmente a estos círculos se llega por contactos personales, “alguien que conoce a alguien le presenta a alguien”. Suena medio loco pero es así y sobre estos extraños códigos se establece la confianza para delinquir.
A lo anterior habría que agregar todo lo que teníamos que construir en materia de seguridad para “la nueva fuente” o inicio de la infiltración, para lo cual se estableció un complejo sistema de comunicaciones y señales visuales en lugares públicos destinadas a que supieran que se necesitaba hablar con el informante, ya que en esos tiempos a veces resultaba difícil justificar el uso de un celular.
Todo lo que tuviera la futura fuente debía ser creíble, demostrable, sólido; nada que desentonara con el paisaje natural y menos con sus ingresos personales o familiares.
Determinar la marcha blanca –que a veces resulta más larga de lo esperado–, medir y calcular los imponderables, resulta bastante complejo, ya que estos sectores sociales tienen una movilidad extraordinaria, vasos comunicantes que en los sectores medios y altos ya no existen, y también grados de promiscuidad alucinantes, complejos y peligrosos. Para graficarlos y a modo de ejemplo, podríamos decir que ‘la Jennifer’, que ayer era la conviviente del ‘Cara de corcho’ y hoy es la pareja del ‘Loro mudo’, ambos jefes de pandillas diferentes y con zonas o barrios distintos para delinquir, es portadora de mucha información de actividades delictuales realizadas o por realizar.
A diferencia de otras actividades de inteligencia más sofisticadas en sus procedimientos o gestión y en las cuales se necesita crear una “HF” (historia ficticia) para el personaje que actuará en terreno y que de una u otra manera puede ser escrutado por otro servicio de inteligencia opuesto –el cual está dispuesto a revisar todo, desde la partida de nacimiento para adelante, es decir, la vida entera de un individuo en la búsqueda de una contradicción o dato que no cuadre, para así poder llegar a descubrir a un agente infiltrado–, en el caso de la realidad operacional nuestra, lo más importante era lograr tener un vínculo humano, ojalá un pariente que respaldara la autenticidad de nuestro informante. En tal contexto, el haber coincidido en la cárcel, por ejemplo, era la mejor puerta de entrada al mundo delictual.
Uno de los proyectos que queríamos desarrollar era el de colocar a varios informantes nuestros en la cárcel junto con delincuentes con largas condenas y que, desde la prisión, dirigían a sus bandas delictuales, para que así, luego de algunos meses, se ganaran su confianza y los apadrinaran. Los traslados son frecuentes en Gendarmería, por lo tanto, no resultaba muy difícil realizarlo, pero en este caso íbamos a necesitar el apoyo de esta institución para que ingresara a nuestro informante como a todos los internos en Estadística, es decir, como a un preso más.
Todo esto se realiza con la mayor paciencia y medición de riesgos pues aquí no existe el “intentémoslo de nuevo”, simplemente se aborta la operación y nuestro personaje desaparece definitivamente. No obstante, a la luz de todo lo que ocurriría con nuestra red, por fortuna el proyecto no se inició.
En medio de todos estos planes y actividades, una noche mi señora me comenta que una antigua paciente suya tenía un problema y que quería conversar con alguna persona que tuviese contacto con el Ministerio del Interior. Le consulté cuál era el tema a conversar y ella me respondió que su paciente me lo explicaría personalmente. Mi señora vería a esta mujer al otro día y le quería llevar una respuesta. Le dije que pasado mañana la esperaría a las once de la mañana en La Escarcha, una cafetería que estaba ubicada en avenida Manuel Montt, entre Andrés Bello y Providencia.
Llegó el día de la cita y veo a las 11:00 horas entrar a mi señora acompañada por una joven, la cual caminaba detrás de ella. Mi señora me saluda y dirigiéndose a la mujer le dice que tome asiento, cosa que hace en el más absoluto silencio y con una tensión evidente. Mi señora seguía de pie al borde de la mesa y recuerdo muy bien que le dice: “Marcela, él es Lenin, hasta aquí llega mi función como terapeuta”. Se despide de nosotros y se retira del lugar.
No había mucha gente y estábamos sentados al fondo de la cafetería. Marcela me miraba y guardaba silencio. Ambos esperábamos que el mozo viniera a tomarnos el pedido y trajera lo solicitado.
Fueron minutos curiosos pues el silencio se mantenía intacto. Por fin apareció el mozo, nos sirvió dos cafés cortados y se retiró. Le ofrecí un cigarro a Marcela, el cual aceptó y yo prendí el mío. Le miré las manos y me fijé que prácticamente no tenía uñas. No había nadie sentado alrededor nuestro, lo cual aseguraba una conversación tranquila y normal. Fue ahí cuando di inicio a la conversación preguntándole en qué podía ayudarla y me contestó “yo soy hermana de Ricardo Palma”. Como puse cara de decirle “qué me quiere decir con eso”, “que no la entiendo ni que tampoco conozco a su hermano”, pensé en contestarle “y yo soy hermano de Alexis y Darío”, pero consideré que podía molestarse pues no conocía mi irreverente sentido del humor. Sin embargo, se adelanta y me dice sin ninguna anestesia, sin una miserable aspirina: “Mi hermano está cuidando, en estos momentos, a Cristián Edwards”.
Fue una patada de mula en el pecho. Pensé en los pilotos de guerra cuando se eyectan de su avión antes de caer, para así salir del café, tomar aire, regresar y poder decirle: “¿Puedes repetir lo que me dijiste?”. Pero no alcancé a recuperarme de la impresión y ella agregó: “Además, mató a Jaime Guzmán y a Fontaine”.
Guardé un corto silencio y le pregunté por qué me lo contaba, y me contestó que tenía temor de que lo mataran. Sentí que estaba tratando de salvarle la vida a su hermano y que tenía claro que era mejor que estuviera preso que muerto. Le volví a repetir lo que yo había recibido como mensaje de ella, para que estuviéramos muy claros al respecto y de que mi señora (su terapeuta), era ajena a todo lo que habíamos conversado, lo que me confirmó absolutamente.
Como estábamos muy claros del tema en cuestión, le dije que yo lo conversaría con el subsecretario del Interior ese mismo día, que tenía plena confianza en su persona, agregando que por el momento esta situación quedaría entre nosotros dos. Yo necesitaba terminar esta conversación para recuperarme del impacto, asimilar y analizar lo escuchado y también despedirme de Marcela, la cual, sin que ella se diera cuenta, se había llenado de pequeñas manchas rojas en la cara como si tuviera una suerte de extraña alergia.
Le pregunté si tenía disponibilidad de tiempo para que nos encontráramos al día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar. Me contesto que sí, que su problema se producía en la tardes porque tenía niños. Le aconsejé que saliera antes que yo del café y fue así que se retiró tranquilamente del lugar. Al darme la mano, sentí en su mirada un agradecimiento y un cierto alivio.
Efectivamente, esa misma tarde me reuní con Belisario Velasco, el cual sabía que cuando yo le decía “necesito hablar contigo” era por algo urgente. Cuando esto ocurría, Belisario mandaba a su secretaria para que me esperara en la puerta de La Moneda y así evitaba que yo pasara por una oficina donde quedaba registrado mi nombre, mi Rut y la persona a la cual visitaba en el Palacio de Gobierno.17
Le narré al pie de la letra toda la conversación con Marcela Palma, cómo ella había llegado a mí y la información que me había entregado. Belisario escuchó atentamente y luego me dijo que hablaría con Krauss y con el presidente Aylwin, pidiéndoles reserva absoluta, pero que también llamaría de inmediato a su despacho al director de la Policía de Investigaciones. Me preguntó dónde trabajaba Marcela y le contesté que lo ignoraba. Nos despedimos en espera de que yo volviera a reunirme con ella y ahí veríamos cómo conduciríamos esta situación.
Hasta ese momento ni el Gobierno ni las policías tenían información confiable del caso Guzmán y menos del secuestro en curso.
Al llegar de vuelta a casa, le pregunté a mi señora si sabía “el pastelito” que me había llevado a La Escarcha. Con su estilo perentorio que tiene a veces para responder, me dijo: “Me pidió hablar con alguien que tuviera contactos con el Ministerio del Interior y tú los tienes, ¿verdad? Entonces, como te dije esta mañana, hasta ahí llego yo como terapeuta, no voy a comentar las terapias ni contigo ni con nadie”.
Entendí que no valía la pena insistir y que tenía por delante una ardua tarea porque el asunto era bastante complejo y seguramente, con aristas insospechadas. Pero lo que más me preocupaba era el factor humano, ya que, técnicamente, ella estaba entregando a su hermano. En mi opinión, no lo estaba delatando. De alguna manera que yo no lograba comprender, lo estaba protegiendo, ¿pero de qué?
Me resultaba imposible imaginar que el Estado le brindara algún tipo de ayuda o protección encubierta. Era absolutamente ilusorio.
Me reuní con las otras dos personas con las cuales analizábamos toda la información que reunía la red de informantes y les informé del primer encuentro que había tenido con Marcela. Al igual que yo, se quedaron de una sola pieza y la primera pregunta que me hicieron fue si yo consideraba que ella estaba cuerda y consciente de lo que estaba haciendo. Les tuve que explicar cómo se había contactado conmigo. Salió entonces a colación el compromiso que nosotros habíamos adquirido de no participar en actividades de inteligencia que afectaran a los grupos que habían luchado contra la dictadura. Les aclaré que solo había cumplido con lo que ella me había solicitado y que desconocía cómo se desarrollarían los pasos a seguir.
Algo era evidente: aquí se abrirían muchos apetitos políticos y policiales por llevarse los aplausos al resolver casos tan importantes para la justicia y el país. Pero la presión se iba a centrar en que el secuestro seguía vigente, por lo tanto, se iba a desatar una cacería muy fuerte en contra de Ricardo Palma.
El tema era muy delicado pues nos acordamos en qué terminó Ariel Antonioletti, el lautarista fugado a fines de 1990 que, pidiendo ayuda, fue a parar a la casa de un socialista que trabajaba para el Fortín Mapocho y que tenía estrechos contactos con el segundo piso de La Moneda, y al que posteriormente asesinaron de un balazo en la frente… ¡en la casa de este futuro funcionario y asesor de los Gobiernos de la Concertación!
Lo primero que acordamos en la red fue que nuestra relación se llevaría a cabo solo con Marcela y que no existiría contacto alguno con el hermano, como tampoco le brindaríamos ningún tipo de ayuda que nos transformara en encubridores. Hasta ahí llegábamos, pues desconocíamos lo que podría ocurrir. Lo otro que se determinó es que yo estaría acompañado a una distancia prudente por alguien que vigilara los encuentros con Marcela. Fue así como me preparaba para reunirme nuevamente con ella en La Escarcha.
Al día siguiente, Marcela Palma llegó puntual y yo intenté llevar una conversación más general y humana para evitar que fuera un “preguntas y respuestas”. Me habló de sus hijos y contó que estaba trabajando en La Moneda en una oficina de análisis de prensa. Yo imaginé la cara que pondría Belisario cuando le comentara este punto y también pensé que aquí había un potencial problema político y de imagen, pues para la UDI esto sería escandaloso y rápidamente dirían que el Gobierno estaba protegiendo a la hermana del asesino de uno de sus fundadores.
Luego, Marcela me comentó que tuvo que ayudar inmediatamente a su hermano después de que asesinara exdirector de la Dicomcar, el coronel Luis Fontaine, y que para perpetrar el atentado se había vestido con uniforme escolar y que posteriormente ella, con una tijera, lo había destruido por completo y le había teñido el pelo a Ricardo. Estas situaciones la tenían muy agotada y le originaban un gran estrés.
Cuando la noté más relajada, le comenté que ya me había reunido con Belisario y que me volvería a juntar con él para ver qué se podía hacer con la información que nos había entregado. Le pregunté si ella sabía en qué condiciones se encontraba Cristián Edwards, pero no tenía nada que aportar, salvo que a su hermano lo tenían cuidándolo por tiempos prolongados y que ella lo veía muy afectado por estos períodos de vigilancia.
Esa misma tarde me reuní con Belisario y le comenté dónde trabajaba Marcela. De inmediato me dijo que le preguntara cuánto ganaba, que él ofrecía darle la misma cantidad mensual con tal de que no fuera un día más a La Moneda.
En dicho encuentro se decidió que yo siguiera manteniendo la relación con Marcela y por el momento se le encarga conversar con su hermano, principalmente para saber si Edwards se encontraba en buena salud y si disponía de los medicamentos que tomaba antes de ser secuestrado. Al parecer esto obedecía a que su familia estaba muy preocupada por algunas dolencias o enfermedades que este padecía.
Antes de retirarme de la sala de reuniones, y dado que sobre la mesa había diferentes fotos, Belisario me pregunta cuál era Ricardo Palma, lo que me resultó extraño pues yo no tenía conocimiento de su existencia hasta antes de que su hermana me lo nombrara. Nunca entendí el sentido de esta exposición de fotos, pero como Belisario no tenía mayores nociones del trabajo de inteligencia, lo interpreté como una iniciativa personal o un consejo dado por un tercero.
Llamé a Marcela saliendo de La Moneda y solo le pedí que no fuera a trabajar al día siguiente y que nos encontráramos a la brevedad.
Cuando pudimos reunirnos, le dije que era muy poco prudente que siguiera en su trabajo y le pregunté cuánto ganaba y le di a conocer el ofrecimiento de Belisario. Le conté lo de las fotografías, explicándole que no tenía idea de cómo era físicamente su hermano y como ella tampoco tenía fotos, me comentó que en los próximos días se encontrarían en el Tavelli de Manuel Montt y que ella me avisaría del encuentro familiar. Esto ocurrió varios días después en horas de la tarde. Vi llegar a Marcela con otras personas, todas mujeres, pero su hermano jamás apareció.
Pasaban y pasaban los días y en rigor mis encuentros con Marcela estaban destinados a contenerla, pues mantenía el temor de que a Ricardo le pasara algo. Ella tenía claro de que a veces él abandonaba su tarea como celador del secuestrado. Sin embargo, jamás pude entender las razones de sus temores, pues si su hermano no existía para la policía, ¿quién podría tener interés en dañarlo?, ¿qué contradicciones o problemas existían en torno al secuestro?, ¿cuánto tiempo tardarían en liberar a Edwards?, ¿cuánto más se podía usar el lugar donde lo tenían secuestrado?
Por otra parte, la relación con Marcela Palma no daba para reclutarla, no solo por el poco tiempo que la conocía, sino que por el hecho de que ella trabajaba en La Moneda con una pieza clave de la llamada Oficina: me refiero a Antonio Ramos. Este asunto nos llevaba a preguntarnos por qué no acudía con este funcionario directamente si es que estaba buscando un contacto con el Ministerio del Interior. La explicación que encontramos fue simplemente la falta de confianza de ella con la Oficina, la cual, entre otras cosas, estaba absolutamente infiltrada por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Debo decir que esto se manifestaba en un clima de desconfianza hacia las personas encargadas del área de la inteligencia del Estado y que más que expertos en la materia eran “políticos”, lo que quedó demostrado, más adelante, con acciones realizadas por este organismo con un pésimo y lamentable resultado: montajes burdos como el famoso “traslado ilegal de armas” del 23 de enero de 1992, situación en la cual Humberto López Candia fue el actor estrella del proceso, y logró, con sus declaraciones, que la ministra Raquel Camposano dejara con arresto domiciliario a Nelson Mery y a Marcelo Schilling varios años después; o la “fuga” del 10 de octubre de 1992 desde la Penitenciaría de varios frentistas a los que, curiosamente, estaban esperando en la puerta para matarlos.18
Al poco tiempo, un equipo de investigaciones dirigido por un tal Juan Fieldhouse, jefe de la Brigada de Homicidios, anuncia con bombos y platillos que en un allanamiento encontraron un mapa dibujado a mano del Campus Oriente de la Universidad Católica y que correspondería a la planificación del asesinato del senador de la Unión Demócrata Independiente (UDI) Jaime Guzmán. Esta teoría apuntaba a la culpabilidad de Sergio Olea Gaona, el cual en ese momento se encontraba en España.
Fue tanta la euforia que ya se estaba dando casi por finalizado el caso. Se abrieron los apetitos y protagonismos. En primer lugar, el abogado de la familia Guzmán, haciendo declaraciones de todo tipo; después Marcelo Schilling, explicando que así funcionaba la democracia y de pasada le tiraba flores a la Oficina, y terminaba con este prefecto de Investigaciones a cargo del caso, el cual lo declaraba resuelto con la detención de Olea Gaona en Madrid.
Es bajo este triunfalismo que toma fuerza la idea de enviar a España una comitiva de alto nivel con la intención de repatriar al supuesto homicida de Jaime Guzmán Errázuriz, situación que finalmente se concreta. Viajan en esa comitiva Jorge Burgos y Marcelo Schilling, por parte de la Oficina y el abogado Luis Ortiz Quiroga, representante del Ministerio del Interior, a los que se suma, en Madrid, Miguel Álex Schweitzer, abogado de la familia del senador.19
Curiosamente, el día que regresa de España, Schilling observa intrigado cómo “en un pasillo de la Moneda, uno de sus funcionarios, el documentalista Antonio Ramos, conversa en voz baja con una mujer en un raro ambiente de dramatismo. Es la hermana de El Negro [apodo de Ricardo Palma]”.20
Como ya se ha dicho, Ramos era parte importante de la Oficina, por lo tanto, aquí se abre un espacio para una duda no menor, ya que, perfectamente, Marcela Palma le pudo haber contado antes la verdad a su colega con el cual comparte a diario y que ella sabía muy bien para quién trabajaba. Sin embargo, prefiere pedir un contacto por fuera de La Moneda con el Ministerio del Interior y es allí cuando decide comentárselo a su terapeuta.
Poco tiempo después, cuando ya estaba resuelto el caso del asesinato del senador Guzmán, apareció en el diario La Nación el nombre completo de la terapeuta como la persona que “filtró a La Moneda” la información sobre el crimen. Cobarde y miserable golpe de la Oficina y que demostró su total ignorancia en materia de inteligencia, al desconocer un código de honor internacional que se respetó incluso en los peores momentos de la Guerra Fría: la familia no se toca. Esto como muestra de la lamentable y estúpida “guerrita” en el área de inteligencia. Por un momento pensé en responder, pero finalmente consideré que sería rebajarme, pues tendría que haber actuado en términos similares. Creo que el trabajo de inteligencia tiene códigos que no se pueden transgredir para bajar al estiércol y que por lo demás debe ser siempre anónimo, más aún cuando el usuario final es el Estado.
Como era de esperar, en un encuentro que tiene Marcela con su hermano, este le comenta, jocosamente, que están haciendo un tremendo ridículo pues Olea Gaona no es miembro del Frente, que es más que nada un delincuente común que opera con un pequeño grupo y que el croquis encontrado del Campus Oriente era para asaltar la caja pagadora que había al interior de la universidad. Por razones que él desconocía, dicho asalto no se llevó a cabo, pero el auto que se había robado, Olea Gaona se los ofreció a ellos. Personalmente desconozco si fue el automóvil que se usó para huir después del atentado.
Me reúno con Belisario y le hago saber que las cosas son muy diferentes a como se plantean y que el valor de esta información proviene, mal que mal, de quien disparó en contra el senador Guzmán.
A estas alturas del partido, la situación en materia de inteligencia dentro del Ministerio del Interior era bastante compleja pues abiertamente funcionaban, por una parte, el propio ministro Krauss, más la Oficina, donde Burgos y Schilling estaban completamente comprometidos en el tema, tenían bastante fuerza política y sabían usarla muy bien; y por la vereda del frente estaban Belisario Velasco, Isidro Solís, algunas personas más que yo no conocía, y por fuera me encontraba yo, entregando análisis que le daban fuerza a Belisario y resultados concretos a Investigaciones.
Mirada con la calma y la objetividad que solo entrega el tiempo, la situación era abiertamente demencial debido a que el trabajo de inteligencia se transformó en una lucha interna de poder político que en concreto no ayudó en nada. Muy por el contrario, entorpeció encontrar soluciones radicales y positivas a muchos problemas que se repetían una y otra vez, como el caso del Mapu-Lautaro, organización que logró transformar el asalto de bancos en un deporte.
Tal asunto no se resolvería reprimiéndolos ni a balazo limpio. En el inicio de la Transición fue cuando se hicieron más visibles algunas acciones “insurreccionales”, como a ellos les gustaba definirlas, como se manifestó en la liberación de Antonioletti desde el Hospital Sótero del Río, situación en la que murieron cuatro gendarmes y un carabinero; o el famoso caso en el que dos frentistas, Fabián López Luque y Alexis Muñoz Hoffman, que se daban a la fuga luego de un frustrado asalto a un camión de valores, se resguardaron en una casa de Ñuñoa y mantuvieron como rehenes a un matrimonio y sus pequeños hijos, para finalmente ser abatidos por la policía al salir de la propiedad; o el atentado lautarista a la residencia del intendente Luis Pareto, hecho durante el cual fueron acribillados tres detectives de la PDI.
Existía, al respecto, un conflicto de alta intensidad gatillado por el insólito hecho de ver a Pinochet entregando el poder en un acto de tradición democrática. No sé si existen otros casos así en el mundo. Lo concreto es que estos grupos armados siguieron funcionando como efecto residual de la prolongada dictadura cívico-militar, pero con el objetivo principal fuera de escena, es decir, sin Pinochet en el poder.
El camino más justo –y digo justo, pues quienes formaron los grupos de resistencia durante la dictadura, al llegar la democracia, algunos de ellos se transformaron en diputados, ministros y empresarios, y los demás militantes quedaron abandonados a su propia suerte y a todo tipo de delitos– era el de usar toda la información residual, más la que se fuera actualizando, y ofrecerles una salida que les permitiera rehacer sus vidas. Nada mejor para ello que utilizar la enorme red de apoyo que se formó en el exilio.
El tiempo seguía pasando y los encuentros con Marcela Palma se hacían insostenibles. Fue en ese contexto que Belisario me comunica que es mejor que un funcionario de Investigaciones continúe la relación con ella. Fue así como una tarde me despedí de Marcela a la entrada de la calle Lord Cochrane. Ella tenía que atravesar la Alameda y caminar hasta Darío Salas, una pequeña calle al costado del Ministerio de Educación. La esperaba una funcionaria de Investigaciones, la cual caminó unos metros con ella hasta un auto donde la esperaba en su interior el comisario Jorge Barraza. Yo ignoraba que Barraza se haría cargo de la investigación, situación que se concretó entre Belisario y el general Horacio Toro.21
Algunos días después, Marcela me comentó por teléfono quién la esperaba dentro del auto y hasta ahí llegó mi comunicación con ella. No la vi más y también dejé de recibir el dinero que, mes a mes, yo le entregaba puntualmente a ella. Investigaciones se hizo responsable de todo.
Mi participación en el caso del senador Guzmán quedó plasmada en una declaración que me tomó la ministra Camposano, quien llevó la causa desde julio del 1996 en reemplazo de Alfredo Pfeiffer. En esa oportunidad me acompañó a la Corte de Apelaciones el abogado Luis Hermosilla, a quien yo consideraba mi amigo en aquel entonces.
Lo concreto –y lo digo con humildad– es que el asesinato del senador Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards se pudieron esclarecer gracias al hecho fortuito aquí narrado. Esto ha sido reconocido por Belisario Velasco en recientes entrevistas22 y también en sus memorias,23 e incluso por Ricardo Palma en una publicitada entrevista a un semanario capitalino desde París.24 Siendo objetivos, tanto el Gobierno como las policías estaban en la absoluta orfandad respecto al crimen de Guzmán y el rapto de Edwards. Cuando se trabaja en inteligencia los éxitos son del Estado o del funcionario que tenga los mecanismos y respaldos legales suficientes para seguir adelante con una investigación, pero nunca de quienes trabajaron la información.
No obstante, debo aclarar que nunca supe del lugar en que estaba recluido Cristián Edwards. Jamás conversé con Marcela Palma sobre ese tema y todo me hace pensar que ella tampoco lo sabía. Estamos hablando de una organización llamada Frente Patriótico Manuel Rodríguez y no de una tropa de boy scouts. Detalles como esos no se transmiten ni a los familiares ni a nadie y tampoco creo, por la estructura machista de ese tiempo, que se lo hubiesen transmitido a una mujer. Por tal motivo, Belisario Velasco se confunde al decir que yo “sabía con precisión los nombres de los asesinos de Guzmán y el lugar donde se encontraba este comando”,25 por tanto jamás le podría haber informado de lugar alguno y menos haberle dado información acerca del otro involucrado en el asesinato, Raúl Escobar, el “Comandante Emilio”, de quien yo no sabía absolutamente nada hasta ese momento.
Para cerrar este episodio, debo comentar que de acuerdo al Código de Ética del Colegio Médico de Chile (artículo 38, letra D), que explicita que es lícita la ruptura del secreto profesional en casos de amenazas o potencial riesgo real de daño físico a otras personas o a la comunidad, se concluye que la confidencialidad es muy importante entre paciente y terapeuta, pero no es algo blindado. La confesión de un crimen o la posibilidad de que ocurra uno, no supone que deba permanecer en secreto, al contrario, es obligación reportarla a las autoridades competentes: “Excepcionalmente, y después de una debida deliberación, el médico podrá develar información sobre su paciente […]. Cuando fuere imprescindible para evitar un perjuicio grave para el paciente o terceros”.26
Desde el caso conocido como Tarasoff (1968), las comunidades médicas adoptaron criterios éticos profesionales, que se resumen en: “deber de advertir” y “deber de proteger” a posibles víctimas.
En el caso de secuestro de Cristián Edwards, en el que había una o varias personas en riesgo real y tiempo real, la terapeuta solo cumplió con el Deber de Advertir y Proteger como lo pidió su paciente, con quién estuvo de acuerdo en “reportar” a las autoridades competentes, terminando allí, como correspondía, la relación médico-paciente y recomendando la derivación para su atención con otros profesionales de la salud mental.
15 Ver: Juan Cristóbal Peña, “Los secretos de la oficina”, La Tercera, 19 de mayo de 2013.
16 Cuando fue consultado por la prensa, Joaquín Lavín declaró lo siguiente: “La verdad es que en una de las varias empresas de seguridad con que trabaja la Corporación de Desarrollo de Santiago para prestar servicios en diferentes lugares de la comuna, es funcionario Lenin Guardia. Yo he estado varias veces con él, me he reunido en la calle, hemos comentando si estos guardias sirven o no sirven, (sobre) el comercio ambulante en el centro. […] Las veces que he estado con él no he tenido ningún problema”. En: “Lavín reconoció que Lenin Guardia presta servicios al municipio de Santiago”, Cooperativa.cl, 15 de noviembre de 2001.
17 Al inicio del trabajo con Belisario Velasco teníamos un par de lugares donde nos encontrábamos, pero esta modalidad se fue complicando ya que lo obligaba a él a dejar su oficina y a nosotros a colocar gente para ver que no lo fueran siguiendo. Los encuentros se volvieron cada vez más incómodos pues Belisario ya era bastante conocido públicamente. A raíz de todo esto fue que me bauticé como “Víctor Cifuentes” y ocurrió que la mayoría de la Guardia de Palacio me conociera con ese nombre y con el paso del tiempo, los carabineros me saludaran con un amable “Buenas tardes, don Víctor”. Cuando Allamand pronunció su discurso en el parlamento y dio a conocer mi verdadero nombre, le dimos sagrada sepultura al señor Cifuentes.
18 “Por órdenes de Marcelo Schilling fueron asesinados cobardemente y a sangre fría decenas de combatientes, hombres que lucharon frontalmente contra los esbirros de la dictadura, jóvenes como Mauricio Gómez Lira, quien recibió 9 disparos y fue rematado de dos tiros en la cabeza; José Miguel Martínez Alvarado que recibió 11 disparos en el cuerpo y fue rematado de dos tiros en la cabeza; Pedro Ortiz que recibió 15 disparos en el cuerpo y también fue rematado de dos tiros en su cabeza”. En: Mónica Echeverría Yáñez, ¡Háganme callar!, Santiago, Ceibo, 2016, p. 160.
19 Ver: Cavallo, op. cit., p. 130.
20 La historia oculta de la transición…, p. 131.
21 Cavallo, op. cit., p. 130.
22 Dice Belisario Velasco: “[Lenin Guardia] entregó antecedentes que en su oportunidad salieron en la prensa, en el sentido que él tuvo conocimiento directo, a través de sus contactos, de quiénes eran los asesinos de Jaime Guzmán y dónde se encontraban. Me entregó esos antecedentes y los puse en conocimientos de la Justicia y la dirección de Investigaciones para que se procediera conforme a derecho”. Ivonne Toro, “Belisario desclasifica la captura del Negro Palma: Lenin Guardia supo ‘quiénes eran los asesinos de Jaime Guzmán y dónde se encontraban’”, La Tercera, 8 de noviembre de 2018.
23 Ver: Belisario Velasco, Esta historia es mi historia, Santiago, Catalonia, 2018, p. 268.
24 Dice Ricardo Palma: “[…] la sicóloga de mi hermana era la esposa de Lenin Guardia, y ella [su hermana], no sé con qué autoridad, le fue a lloriquear sus sospechas acerca de mí, y obviamente la señora rompió su secreto profesional en tres segundos y le contó todo a su esposo”. En: Patricio Fernández, “Ricardo Palma Salamanca: ‘La cultura comunista me tiene harto, es ideológicamente intolerante y autoritaria’”, The Clinic, 11 de febrero de 2019.
25 Velasco, op. cit., p. 268.
26 Colegio Médico de Chile A.G., Código de Ética, Santiago, Colegio Médico de Chile, 2013, p. 29.