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4. De la oscuridad a la luz plena

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Nuestra osadía teológica quiere evitar la impresión de arrogancia. Representa, en verdad, la culminación de ideas que son comunes en los estudios sobre san José. Nuestro trabajó consistió en explicitar y pensar hasta el fin lo que se quedaba a medio camino y estaba dicho implícitamente. Nuestro esfuerzo entronca con toda una línea ascen­dente de reflexión que se ha ido formulando a lo largo del tiempo. De la oscuridad ha llegado lentamente a la luz plena.

Si bien observamos, hay una evolución creciente y persistente con respecto al rescate de san José4. Pasamos primero por una fase de in­consciencia, en los primeros siglos del cristianismo, cuando san José sólo se mencionaba a propósito de los comentarios sobre los evange­lios de la infancia de Jesús. Pero sobre él no se pronunció ninguna ho­milía, como se hizo sobre María y sobre el mismo niño Jesús.

Después, solamente a partir del siglo XIII, san José adquirió signi­ficado con los maestros medievales, que ya percibieron su lugar en el misterio de la salvación, especialmente de la encarnación. Del in­consciente, pues, se pasó al subconsciente.

La consciencia, empero, surgió apenas en el siglo XVI, con Isidoro de Isolanis (1528), que publicó la Suma de los dones de san José, un primer tratado sistemático sobre san José. Este texto será referencia para todos los tratadistas posteriores.

Pero la consciencia clara sólo se alcanzó gracias al conocido teólo­go jesuita Francisco Suárez (1617), maestro en la Universidad de Salamanca. En su comentario sobre "Los misterios de la vida de Cris­to" dio un salto cualitativo. Por primera vez situó el ministerio de san José en el orden hipostático, orden propio de las personas divinas. Esto significa que José no es sólo un hombre justo y lleno de virtudes, digno de ser el padre de Jesús, sino que, además, su presencia y minis­ terio guardan una relación tan profunda con el misterio de la encar­nación que, de alguna manera, también participa en él. Acuñó la expresión que ya no saldrá del vocabulario teológico: "José pertenece al orden de la unión hipostática" (pertinet ad unionem hypostaticam). Esto ocurrió en el siglo XVII.

Fueron necesarios dos siglos más para dar otro paso. Fue, en efec­to, hacia finales del siglo XIX, cuando teólogos como G. M. Piccirelli y L. Bellover, y en el siglo XXA. Michel, B. Llamera y especialmente el teólogo canadiense-brasileño Paul-Eugene Charbonneau, funda­mentaron y divulgaron esa visión. Seguramente la obra más convin­cente es la de Charbonneau, en cuya tesis de doctorado en Montreal afirma con todo el rigor del discurso teológico que san José pertenece al orden hipostático (1961)5, pertenece, por tanto, al orden divino.

Así entendido, en san José ya no se ve sólo su lado humano, como esposo y padre, sino también su lado divino, su relación con la segun­da persona de la Santísima Trinidad que se encarnó en Jesús. Este Je­sús es hijo de su esposa María y fruto del Espíritu Santo, pero asumido por José como su hijo, con todas las vinculaciones que la pa­ternidad implica.

Esta idea de la relación hipostática de san José con el Hijo de Dios se ha vuelto tan común entre los teólogos que el magisterio de la Igle­sia, en la Exhortación Apostólica sobre san José, Redemptoris Custos (1989), de Juan Pablo 11, llega a decir claramente que, en el misterio de la encarnación, Dios no sólo asumió la realidad de Jesús, sino tam­bién "fue 'asumida' la paternidad humana de José" (n 21).

Se llegó a un nivel más alto de consciencia con André Doze, en su libro Joseph, ombre du Pere ("José, sombra del Padre")6. Se afirma en este libro una relación singular de José, padre de Jesús, con el Padre celestial. Se elige la expresión sombra asociada a otras -tienda, nubey taberndculo-, como analizaremos más adelante, que en el Primer Testamento quiere expresar la presencia densa y poderosa de Dios en medio del pueblo de Israel o en el Templo de Jerusalén. Sombra nun­ca se entendió como mera metáora, sino como figura para dar un contenido real y ontológico a la presencia de Dios. Se dice que el Pa­dre celestial tiene en san José esta presencia, fuerte y real.

El último paso lo dio un brasileño, fray Adauto Schumaker, que trabajó durante más de cincuenta años en la región amazónica del Estado do Maranhao. El día de san José, el 19 de marzo de 1987, tuvo la intuición que consignó por escrito y divulgó por donde pudo: que san José es "la personificación del Padre", así como Jesús es la personificación del Hijo, y María del Espíritu Santo7. Con eso se lle­gaba a una cumbre insuperable.

Nosotros retomaremos esas afirmaciones y trataremos de cons­truir un soporte teológico riguroso, que nos permita decir: san José, en efecto, se nos presenta como la personificación del Padre.

No sólo su ministerio (lo que él hizo) pertenece al orden hipostáti­co, como quería Suárez, ni san José es sólo la "sombra" del Padre, como sostiene Doze. San José es el mismo Padre presente, personali­zado e historizado en su persona, como intuyó fray Adauto Schuma­ker y nosotros reafirmamos.

El círculo se cierra: toda la Trinidad asumió nuestra condición humana y mora entre nosotros. La Trinidad celeste del Padre, Hijo y Espíritu Santo se hizo Trinidad terrestre en Jesús, María y José. Más adelante entenderemos a la Santísima Trinidad como Familia divina que, como tal, se personifica en la familia humana, en la familia de Jesús, María y José.

Para beneficio de nuestra tesis procuraremos recoger lo mejor del pasado y, al mismo tiempo, incorporar las aportaciones de otros sa­beres que nos vienen de la antropología filosófica, de la tradición psi­coanalítica y de la moderna cosmología. De este modo resituaremos a san José en el conjunto de las verdades de la fe cristiana, ofreceremos buenas razones para una piedad más sostenible y tendremos más mo­tivos para alabar y bendecir a Dios que se dignó entregársenos to­talmente en las figuras que forman la Trinidad terrestre, reflejo histórico de la Trinidad celeste.

La teología que nació de la alabanza (doxología) vuelve de nuevo a la misma alabanza, ahora, sin embargo, enriquecida con más razones para cantar y bendecir.

1 Los libros de estos autores se citarán oportunamente a lo largo de este estudio.

2 Véase R. Gauthier, Bibliographie sur SaintJoseph et la Sainte Famille, Montréal, Oratoire Saim-Joseph, 1999, con 1365 páginas; véanse también los sitios en in­ ternet con la bibliografía josefina: www.jozefologia.pl/bibliografia.htm; www.redemptoriscustos.org/bibliof_es.html.

3 Para un estudio más preciso sobre este tema, véase Leonardo Boff, A Trindade e a Sociedade, 5ª. ed., Vozes, Petrópolis, 2003, o su versión simplificada: A SS. Trindade é a melhor comunidade, 7ª ed., Vozes, Petrópolis, 1993.

4 Véase en el capítulo VI un resumen histórico más detallado de esta cuestión.

5 Véase P.-E. Charbonneau, Saint-joseph appartient-il al' ordre de l' union hypos­ tatique? Montréal, Centre de Recherche Oratoire de Saint-Joseph et Faculté de Théologie, 1961.

6 A. Doze,Joseph, ombre du Pere, Éditons du Lion de Juda, 1989; véase también Dobraczynski, L'ombra del Padre. II romanzo de Giuseppe, Brescia, 1982.

7 Véase el manuscrito más importante, "Josefologia: o Pai 'personificado"', del 19 de marzo de 1987, analizado en el capítulo VII.

San José, la personificación del Padre

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