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5. ¿Tiene sentido un matrimonio entre María y José?

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Otros preguntan y argumentan: si María era virgen y concibió por acción del Espíritu Santo, ¿por qué no siguió viviendo sola y virgen? ¿Por qué tenía que casarse con José?

Este tema ha sido tratado detalladamente en la tradición y en la teología5. No es necesario proponer aquí los argumentos de esa dis­cusión. Sólo nos referiremos a tres que nos parecen relevantes todavía hoy.

En primer lugar, se trataba de salvar la honra de María, tema trata­do por los dos evangelistas, Lucas y Mateo. Una novia virgen que aparecía encinta causaba problemas a las familias y al novio. La ley preveía el libellus repudii, es decir, el proceso de culpabilidad y de pu­nición mediante el repudio de la mujer. José se manifiesta justo, hon­rado y lleno de sentido del misterio al casarse con María y recibirla, consecuentemente, en su casa. Se salva también la reputación futura de Jesús, que podría ser, como fue, acusado de hijo ilegítimo, fruto de fornicación.

En segundo lugar, Jesús debía tener una vida absolutamente nor­mal, como cualquier hijo de su tiempo, insertado en una familia, re­lacionado con los parientes, primos, primas y abuelos, creciendo y madurando ante las demás personas y delante de Dios. La doctrina de la encarnación no postula ningún milagro ni nada excepcional en la vida de Jesús. Por eso, sabiamente, la Iglesia de los primordios se distanció de los apócrifos, que llenan la vida de Jesús de milagros y de cosas maravillosas y hasta indignas del sentido común. Por la doctri­na de la encarnación sólo se afirma que todo lo que es humano, con las ambigüedades que la existencia humana comporta, siempre con­tradictoria y limitada -los evangelios llaman a eso carne- ha sido apropiado por Dios, de forma tan profunda y tan íntima que nos es lícito decir que Dios lloró, Dios mamó, se decepcionó, se alegró, amó y, finalmente, murió en la cruz.

Además, hoy sabemos científicamente lo que la humanidad siem­pre supo intuitivamente: un niño sólo se desarrolla adecuadamente en el seno de una familia regular. Allí está lo femenino y lo masculi­no, el amor y la norma, el deseo ilimitado y el límite de la realidad, existe el cuidado y el trabajo, la oración y la lucha cotidiana por la vida. El niño, el adolescente y el joven Jesús se tuvo que enfrentar a todas esas diferencias para crecer normalmente. Que su proceso de individuación se realizó bien, lo muestra su vida tal como es narrada por los cuatro evangelistas. Jesús es alguien que integró perfectamen­te lo masculino y lo femenino: en él hay vigor y valor para afirmar su propuesta y, al mismo tiempo, ternura y amor para las personas que encuentra. Llamaba a su padre José "papito querido" (Abbá), porque así lo sentía en verdad. La psicología enseña que la experiencia con el padre y con la madre es el punto de partida para una buena experien­cia de Dios. Basado en su experiencia familiar, Jesús llamaba a Dios "mi querido papito" (Abbá) y lo podía describir con tales característi­cas que lo revelaba como Madre, llena de misericordia. Es, pues, un Padre maternal y una Madre paternal.

En tercer lugar, en fin, hay una razón estrictamente teológica, so­lamente accesible por la fe. Era importante que María se casara con José para constituir una familia que sirviese de base para que la Fami­lia divina del Padre, Hijo y Espíritu Santo pudiese entrar en la Fami­lia humana de Jesús, María y José y revelarse así como él mismo es en su intimidad y esencia. Era importante que esa plataforma fuese ple­namente humana y, al mismo tiempo, fuese iniciativa divina. De ahí que sea significativo que la concepción de Jesús fuese virginal. Es de una mujer de nuestra estirpe, preparada por el largo proceso de evolución ya en curso desde hace quince mil millones de años y de hominización hace cerca de ocho millones de años. Es de una vir­gen que no conoce varón, grávida del Verbo por el Espíritu. El Espí­ritu comienza por medio de ella una nueva creación. Es el lado divino del proceso. Aquí tenemos lo humano y lo divino juntos en plenitud.

Pero maría es una mujer sola. No es familia, pero puede ser uno de los tres pilares de la familia. Convenía que la familia divina encontra­se una familia humana, previamente constituida. Por eso fue novia y luego esposa de José. Nace el niño. Y así tenemos la familia constitui­da, plena, perfectamente humana y plenamente divina: Jesús, María y José.

Según nuestro entender, el Espíritu se personaliza en María desde el momento en que ella dice "sí" al ángel. A partir de entonces, el Verbo comienza a adquirir forma humana en su seno. Se encarna en Jesús. Y el Padre, que impulsó todo, viene y encuentra su base de per­sonalización en el novio y padre, José. La Familia divina entera des­ciende y entra en la historia. La familia humana acoge esa llegada silenciosa y humilde de la Familia divina en la familia humana.

El mundo se transfigura. Alcanza una plenitud intransferible. Dios tal como es, comunión de personas, Familia divina, sale de su misteriosidad y entra en la facticidad histórica humana. Dios-Trini­dad-Familia se hace Dios-comunión de personas y familia humana. Se cierra la historia. Ahora sólo queda esperar la manifestación final de lo que eso significa: la entronización del universo, de la historia, de la familia humana, de cada familia y de cada persona en el Reino de la Trinidad y de la Familia divina.

Éste es el sentido final de José en el designio del Misterio. Ahora puede comenzar una verdadera teología de José, el esposo, el padre, el artesano y el educador. Ahora la josefología es plenamente teología, es decir, discurso sobre Dios y sobre José a partir de Dios y a la luz de Dios.

1 Véanse las pertinentes reflexiones de la reconocida psicoanalista Frarn;:oise Dol­ to, en el capítulo "La Sainte Famille", en L 'évangile au risque de la psychanalyse, París, Jean-Pierre Delarge, Presses Universitaires, 1977.

2 Véase J. Ephraím,]oseph, un pere pour le nouveau millénaire, Nouan-le- Fuse­ lier, Éditions des Béatitudes, 1996, p. 136. Sugiere que José debería tener unos treinta años, cuando Jesús visitó el Templo; lo que nos permitiría deducir que se casó con María cuando tenía cerca de los 18 años.

3 J. Guitton, La Vierge Marie, Aubier, Paris, 1949, pp. 32-4, y muchas ediciones posteriores.

4 L. J. Suenens, "Saint Joseph et le renouveau familia!", en L'Église en marche (11 de mar. 1962). Véanse esos testimonios en R. Gauthier, "Der heilige Joseph in der Heilsgeschichte", en]osefitudien, Kirche heute, 2 mar. 1994, pp. 2-7.

5 Véase, por ejemplo, la amplia discusión sobre este tema en Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica IIL q. 29. a. l.

San José, la personificación del Padre

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