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2. El objetivo de nuestra reflexión

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¿Qué tarea nos proponemos? Nos proponemos responder a la pre­gunta: ¿tiene san José una relación única y singular con el Padre celes­tial de manera que se pueda afirmar que representa la personificación del Padre? Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es su relación con el Hijo encarnado en Jesús y con María, su esposa, en la que el Espíritu Santo plantó su tienda? ¿Cuál es el significado de la familia Jesús-Ma­ría-José en relación con la familia divina Padre-Hijo-Espíritu Santo?

El hecho de no haber dejado ninguna palabra, de recibir mensajes sólo en sueños, de ser la figura silenciosa del Segundo Testamento, no es fortuito ni carece de sentido. Este silencio trae consigo un men­saje cuyo significado ha de ser descifrado. San José es un artesano y no un rabino. En él cuentan más las manos que la boca, más el traba­jo que las palabras.

Es tarea de la teología interrogarse sobre Dios y sobre todas las co­sas a la luz de Dios, no sólo a partir de los textos bíblicos, de las tra­diciones heredadas y de las doctrinas fijadas por el magisterio eclesiástico, pues éstas no encapsulan a Dios ni cierran el ámbito de la revelación. El Dios vivo se sigue comunicando en la historia y, de ese modo, es siempre mayor, rompe las barreras de las religiones, de los textos sagrados, de las autoridades doctrinales, de las teologías y de las cabezas de las personas. Por eso importa buscar a Dios en la creación como hoy la entendemos, como proceso inmenso de evolución as­ cendente, en la historia humana, en la producción del mismo pensa­miento creativo.

Dios es misterio fontal, por eso todos los saberes y todas las pala­bras son insuficientes. Siempre, una y otra vez, somos desafiados a retomar el esfuerzo de comprensión y de profundización, aunque seamos conscientes de que él sigue siendo misterio para todo conoci­miento.

Importa, pues, ir más allá de los límites de todo lo que se dice y transmite acerca de san José, fruto de la piedad, de las artes plásticas y literarias y de la reflexión. Cabe siempre confrontar a la condición humana con san José y descubrir los significados religiosos que de ello se derivan. Concretamente, urge sacar a san José de la marginali­dad en que se le ha dejado y darle la centralidad que se merece.

Es necesario, por otro lado, respetar la humildad de san José, tan violada por una josefología de exaltación y de enumeración de privi­legios y virtudes. Así ha sido el discurso predominante entre los teó­logos, particularmente en el siglo XVIII, cuando se elaboraron los primeros trabajos sobre san José. Esa manera magnificadora de hablar contaminó el lenguaje posterior, especialmente el de los papas. Por supuesto, ha de ser venerado, pero respetando la forma discreta y severa que los evangelistas usan cuando a él se refieren.

Nos atrevemos a hacer una teología radical. Es decir, pretendemos poner a Dios en la raíz de todo y llevar las cosas hasta su fin. Al hablar de José, queremos hablar de Dios así como los cristianos lo profesan, siempre como Trinidad de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Ese Dios-Trinidad se autocomunica en la historia. En esta pers­pectiva radical no basta tener al Hijo y al Espíritu Santo con sus res­pectivas misiones en la humanidad. Eso puede generar, como generó, el cristocentrismo (Cristo es el centro de todo) y hasta el cristomonis­mo (sólo Cristo cuenta). O puede dar origen a un carismatismo exa­cerbado, es decir, a una visión de la era del Espíritu Santo -como en Joaquín de Fiore, en el siglo XIII-, que pretende dejar en el pasado la era del Hijo. O puede crear una comunidad sólo de carismas, sin un mínimo de organización. O un cristianismo de puro entusiasmo o de exaltación de la experiencia religiosa, como hoy es común en el cristianismo mundial, apartado de la cruz, de los problemas de la jus­ticia de los pobres y de las limitaciones de la condición humana.

Necesitamos la presencia entre nosotros de las tres personas divi­nas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo y con el Hijo debe estar también el Padre. De lo contrario, estaremos como sus­pendidos en el aire, sin el sentido de origen y de fin de todo el miste­rio de la revelación y autocomunicación de Dios en la historia, que representa la persona del Padre.

San José, la personificación del Padre

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