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Cíclope

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La primera llamada al simulacro nocturno me sorprendió acodado en la barra de la cocina, a un metro del teléfono alámbrico y a pocos centímetros de una taza de café que se había enfriado en el trascurso de la tarde. Hasta ese instante caí en cuenta del tiempo que había matado leyendo sobre los distintos tipos de recepcionistas que existen en los hoteles. Eran veintitrés y cada uno encerraba subcategorías, de acuerdo con los autores del manual.

Aproveché la pausa entre la primera y la segunda llamada del simulacro para ir al baño y ventilar un poco el cuarto. Al llegar a la ventana no quité de inmediato el seguro, primero ojeé a través de las persianas. Tres pisos abajo, en la calle, las maniobras para cerrar la avenida principal comenzaban. A pesar de la hora, se había formado un cuello de botella con autos que no tocaban el claxon. Cuando el último convoy cruzó la cinta asfáltica, su velocidad me pareció constante, como si los conductores hubieran dejado el movimiento de sus vehículos en manos de un poderoso imán que los atraía desde el otro extremo de la vía. En las banquetas, algunas personas ya habían apartado un lugar en el simulacro; antes de la tercera llamada, la calle estaría abarrotada de sillas plegables, una que otra tienda de campaña y algunos atalayas improvisados en los semáforos. Debido al ángulo de mi ventana, todas las cabezas que veía me parecían de niños desgreñados por el sueño, obligados a levantarse en la madrugada para presenciar la llegada de elGran Terremoto; algunos sí lo eran, pero otros eran calvos, o canosos, y entonces terminaba la confusión para mí.

Quité el seguro y subí las persianas. Se inyectó una franja de luz en el cuarto, que atravesaba la cama y se detenía justamente en la puerta del baño. La luz provenía de la marquesina del hotel de enfrente. Me dejé encandilar unos minutos.

Cuando sonó la segunda llamada del simulacro, comenzaron a encenderse más luces de los pisos de abajo del hotel. Imaginé que una pareja de amantes había prendido la luz para cerciorarse de la limpieza de la habitación o, tal vez, para verificar que no olvidaban nada. Miré hacia la calle nuevamente y reconocí a más vecinos, algunos se habían juntado en parejas para repasar el guión del simulacro, iluminaban las páginas con cerillos, sincronizaban las cabezas en pequeñas negaciones. Tras unos segundos el cerillo se apagaba, debía ser, en los dedos de alguno, yo escuchaba la queja de dolor y la escena quedaba a oscuras. Por lo menos hasta que se encendía otro cerillo y los vecinos regresaban a la lectura. Tras unos segundos el cerillo se apagaba, seguramente, en los dedos de alguno, yo escuchaba otra queja de dolor y la escena se repetía. De vez en cuando alguien alzaba la voz, alguna línea del diálogo en el simulacro, pero a mi ventana sólo llegaba un sonido ininteligible.

Después de un rato de observar, me alegré de no tener un papel importante en el simulacro de esa noche: tenía el de un hombre que desconoce la hora de su segunda entrevista de trabajo y la llegada de elGran Terremoto lo toma al pendiente del teléfono.

Las ganas de orinar me apartaron de la ventana, pensé que la administradora del hotel no se atrevería a comunicarse antes de la tercera llamada ni durante el simulacro. Lo mejor sería tomar un baño y esperar enfundado en una camisa limpia, listo para salir en cuanto ella me lo indicara. Dejé correr el agua de la regadera para que se entibiara un poco. Desnudándome, pensé que no existía un mejor horario para que elGran Terremoto llegara a esta Ciudad. Si yo fuera él, evitaría el barullo en las calles y me concentraría en visitar a los insomnes, porque no conozco una espera más honesta que la que nos convierte en cíclopes tras las persianas.

Esta noche, el Gran Terremoto

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