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Segunda entrevista de trabajo

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Yo conocía el café de chinos: en todo momento lo gobernaba un olor a pan recién hecho, y la tiranía del amarillo no se limitaba a la fachada ni al uniforme del personal. A esas horas, solía haber varias mesas ocupadas, sin embargo, no se hubieran necesitado más de tres para acomodar en ese momento a todos esos comensales juntos.

En los primeros metros el mesero que yo siempre había juzgado como vanidoso, no sé por qué, me salió al paso; tenía una boca excesivamente pequeña. Cuando me lo llegaba a encontrar en los simulacros, lo imaginaba ocupando parte de sus descansos encerrado en el baño, dándole pequeños besitos al espejo. Quería saber si yo iba a comer algo, o si sólo estaba ahí para una segunda entrevista de trabajo, como los demás. En tal caso había un consumo mínimo que incluía las cocas de la encargada del hotel, pero no los sobres de azúcar ni la propina.

¿Ya está aquí la encargada del hotel?

El mesero torció los ojos al escuchar mi pregunta, agregó que debía ir de inmediato ahí, y señaló a la única mujer sentada en uno de los gabinetes acolchados donde acomodan a las familias durante el día: ni más ni menos que la administradora del hotel, quien tenía las narices metidas en un montón de papeles sueltos por la mesa. El mesero fue a la cocina serpenteando entre las sillas con la velocidad habitual de su gremio.

Desde la primera entrevista había sentido que una desconfianza silenciosa, pero evidente, circulaba entre la administradora del hotel y yo. Como si nos hiciéramos las mismas preguntas incómodas acerca del otro y las respondiéramos con información propia. Cuando estuve lo suficientemente cerca como para hacerme presente, ella reparó en mí y comenzó a revolver los papeles en la mesa, algunos sobres de azúcar cayeron al piso sin que ella se ocupara de recogerlos. Sonrió al encontrar un fólder debajo de un vaso con melaza oscura en el fondo. Entendí que la sonrisa era enteramente para sí misma. Le estreché la mano y me senté.

Ya sé de dónde lo conozco

a usted, señor Pirita.

Sí, nos vimos hace dos

días y me dio este manual

para que…

Era 1996.

Perdone, pero yo tenía

ocho años y…

Y participó en el Concur-

so escolar de dibujo a la

llegada de elGran Terre-

moto. ¿Me va decir que no

se acuerda?

Recordaba los concursos, pero no supe qué decir hasta que, del fólder que había rescatado de la mesa, ella sacó una bolsa hermética-traslúcida que me puso a la vista sin dejar que la tomara. A pesar de las marcas rojas, y de que un montón de notas, probablemente de los jurados, saturaban la hoja, pude conocer uno de los dibujos que había hecho bajo la tutela de la profesora Susana. El dibujo no era horrible pero tampoco había sido lo suficientemente bueno. El cañón de un revólver se asomaba del bolsillo de la camisa de elGran Terremoto.

Comprendo por qué

no gané.

Fue finalista. La idea de un plátano madurado en el bolsillo nos agradó a todos. Yo fui jurado ese año.

¿Y por qué no gané,

entonces?

No alce la voz; no me haga pensar que es usted un idiota. Le hice un favor. Yo lo gané en el 76.

¿Entonces los rumores son

ciertos?

Cambiemos de tema. Le cuento luego, tal vez en otra entrevista, si es necesaria. Ahora dígame una cosa, ¿piensa que el hecho de que estemos aquí sentados quiere decir que la vacante es suya?

Me dio el manual para que

lo estudiara.

Sólo quiero que sepa algo, señor Pirita: el anterior recepcionista resultó ser un incompetente y, a menos de que llegue elGran Terremoto pronto, terminará sus días en la cárcel. Sospechamos que sus padres eran primos hermanos. Pero dígame por qué quiere ese puesto en el hotel, ¿por qué precisamente ese? Tenemos más. Un cocinero, por ejemplo, prácticamente no hace nada, nunca aparece, jamás he visto que alguien le pida siquiera un huevo frito.

Vivo cerca y…

Eso ya lo sé. Convénzame de escogerlo a usted y no a otra gente; mire a su alrededor. Todos estos son elegibles. Por ejemplo, la muchacha de la falda que está en la barra. Fíjese cómo desmenuza el pan antes de metérselo a la boca. Me encantaría tener esa ceremonia en la recepción, pero no me lo permito, señor Pirita. Imagine que llegara elGran Terremoto y encontrara migajas en mis comisuras.

Entiendo.

No es cierto, señor Pirita. Y le voy a decir por qué. Viene aquí, a jugarse la carta de que vive cerca cuando sabe perfectamente que el peligro de llegar tarde es sólo para usted. Vea a ese hombre robusto de la esquina. Dijo que era muy fuerte y yo le creo, se le nota en todo ese pelo que ha perdido por la testosterona. Además, vive aún más cerca. El croquis que le hice casi forma un triángulo obtuso. Para que me entienda mejor, mientras que usted tiene que hacer una ele mayúscula para llegar al hotel, él sólo tiene que hacer una ele minúscula. Nos sería muy útil si elGran Terremoto llega con mucho equipaje, o muy borracho o si hay que arrullarlo en brazos para que concilie el sueño. ¿Comprende?

Bueno… la razón por la

que quiero el puesto es la

posibilidad de ver mi

cuarto desde la marquesi-

na del hotel todos los días.

La verdad.

En ese momento, la administradora del hotel estaba tan cerca que pude ver mi reflejo, diminuto, en sus vehementes ojos pardos. Apretó los labios, como la señorita Salmones hacía con su boca, como los gatos hacen con el esfínter.

El puesto es suyo. Desde el

Esta noche, el Gran Terremoto

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