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Paraguas

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Resbalé en la escalera antes de alcanzar la salida del edificio. Ninguno de los vecinos se había ocupado en secar los escalones al término del simulacro. Mi primer instinto, al estar parado en la llovizna, fue cubrirme la cabeza con el manual. Luego recordé dos de las recomendaciones que los autores incluyen a lo largo del tomo: no despegarse de las páginas del manual, por lo menos hasta que uno fuera capaz de repetir sin errores qué hacer en caso de que elGran Terremoto llegue a hospedarse en una de las habitaciones, y la de no usar el manual como paraguas. De mala gana recorrí un hoyo a mi cinturón y acomodé el mamotreto entre mi espalda y el pantalón.

El café de chinos me esperaba a unos trescientos metros a la izquierda de mi edificio; al final la lluvia no era muy tupida, incluso sentí cómo una frescura eléctrica me reanimaba el cuerpo. En el camino tropecé con un paraguas, estaba abierto y con el mango apuntando hacia el cielo. Algunas de las varillas habían perforado la tela y eso evitaba que la parte más honda se anegara. No es extraño encontrarse objetos cubiertos de confeti, estropeados y sin dueño en medio de la calle después de un Simulacro a la llegada de elGran Terremoto. La gente pierde cosas todo el tiempo y no se da cuenta hasta que la adrenalina baja. Pensé en mi propio paraguas, que me estaría esperando junto a la ropa, colgado en el tubo del clóset, como un murciélago que toma la siesta.

Esta noche, el Gran Terremoto

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