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II

Peter Singer y el Proyecto Gran Simio

Un caso interesante, tanto por la radicalidad de sus planteamientos como por la actualidad que, desde 2006, con la iniciativa parlamentaria presentada en el Congreso de la Diputados, ha venido a tener en España, es Peter Singer. Aunque Singer es un filósofo ético, no un antropólogo, su tratamiento en este libro queda justificado sobradamente. De los dos principios fundamentales en que se asienta todo su pensamiento, uno antropológico (el darwinismo como interpretación materialista del hombre) y el otro ético (una perspectiva ética utilitarista), el más importante sin lugar a dudas es el primero. El utilitarismo, además, suele ser una aplicación a la ética de un naturalismo antropológico subyacente. Y esta es justamente una de las ideas de fondo sobre las que este trabajo desea hacer algunas sugerencias.

El 11 de abril de 2006 se publicaba en el Boletín Oficial de las Cortes Generales que, a propuesta del diputado del partido verde adscrito al grupo parlamentario socialista, Francisco Garrido Peña, el Congreso de los Diputados había admitido a trámite una proposición no de ley que instaba al Gobierno español para que se adhiriera al Proyecto Gran Simio, que pretende ampliar la comunidad de los iguales, incluyendo en ella a los grandes simios.1 La exposición de motivos de esta iniciativa parlamentaria fundaba sus razones en «la cercanía evolutiva y la vecindad genética que compartimos con nuestros parientes los grandes simios y la cruel realidad de nuestro trato con ellos, que está poniendo en peligro su supervivencia».2 El Proyecto Gran Simio, como explica la propuesta parlamentaria, «ha sido impulsado por el pensador Peter Singer y a él se han adherido numerosas personalidades del ámbito científico e instituciones de muy diverso tipo».3 Finalmente, mediante esta iniciativa, «el Congreso de los Diputados insta al Gobierno a declarar su adhesión al Proyecto Gran Simio y a emprender las acciones necesarias en los foros y organismos internacionales para la protección de los grandes simios del maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y extinción».4

Como era de esperar, una iniciativa parlamentaria de tal naturaleza no podía pasar inadvertida. La polémica, incluso fuera del ámbito español, no se hizo esperar. El propio Peter Singer manifestaba un mes después de la iniciativa parlamentaria española su satisfacción por la aceptación a trámite de la propuesta no de ley presentada por el diputado español. En el artículo titulado «El debate de los grandes simios», aparecido en un periódico británico el 27 de mayo de 2006, decía Singer:

En su Historia de la moral europea, publicada en 1869, el historiador y filósofo W. E. H. Lecky escribió: «En un momento dado los afectos benevolentes abarcan solo a la familia y pronto el círculo se amplía primero a una clase, luego a una nación, después a una coalición de naciones, luego a toda la humanidad y, finalmente, su influencia se siente en el trato del hombre con el mundo animal». La expansión del círculo moral puede estar a punto de dar un importante paso adelante. Francisco Garrido, especialista en bioética y miembro del parlamento español, ha presentado una moción exhortando al Gobierno a «declarar su adhesión al Proyecto Gran Simio y a tomar todas las medidas necesarias en los foros y organizaciones internacionales para garantizar la protección de los grandes simios del maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y la extinción». La resolución no tendría fuerza de ley, pero su aprobación supondría que por primera vez un cuerpo legislativo nacional reconoce el estatus especial de los grandes simios y la necesidad de protegerlos no solo de la extinción, sino también de los abusos individuales.5

1. LA PERSONALIDAD INTELECTUAL DE PETER SINGER

Peter Singer es un filósofo moral. Nacido en 1946 en Australia de padres hebreos originarios de Austria. Cursó estudios de historia, filosofía y derecho en la Universidad Monash de Melbourne. Continuó sus estudios de Filosofía en Oxford, donde recibió el influjo decisivo de Richard Mervyn Hare (1919-2002), por medio del cual se inició en la lectura de los clásicos de la tradición anglosajona de la filosofía moral, particularmente en el utilitarismo de Jeremy Bentham y de John Stuart Mill. Durante su estancia en Oxford participó en el movimiento contra la guerra del Vietnam, que inspiró su primer libro, Democracia y desobediencia (1973). También en Inglaterra tuvo conocimiento de los laboratorios de experimentación con animales y de las granjas industriales, a los que, una vez convertido a la causa animalista, se ha opuesto tenazmente.

Un papel relevante en la personalidad intelectual de Peter Singer lo ha desempeñado su actividad académica. Singer es un profesor universitario cosmopolita. Durante el curso académico 1973-1974 fue profesor visitante del Departamento de Filosofía de la Universidad de Nueva York. Posteriormente lo ha sido de otras universidades, como las de Washington, Vancouver, Boulder, Irving y Roma. Ha ocupado la cátedra de Filosofía Moral en la Universidad Monash. Ha sido también nombrado director del Centro de Bioética Humana y codirector del Instituto de Ética y Política Pública, instituciones anejas a la Monash University. Además, ha sido coeditor, junto con Helga Kuhse, del Journal of Bioethics. Desde 1999 ocupa la cátedra Ira W. DeCamp de Bioética, adscrita al Center of Human Values de la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos.

No es de extrañar que el magisterio universitario de Singer se haya visto siempre salpicado de innumerables polémicas. Dada la radical y provocativa personalidad del autor, activo sostenedor del aborto, infanticidio y eutanasia, era inevitable que su nombramiento como titular de la cátedra Ira W. DeCamp de Bioética desatara las protestas de los grupos provida norteamericanos. Incluso el acaudalado filántropo estadounidense Steve Forbes llegó a amenazar con la retirada de sus cuantiosos donativos a la Universidad de Princeton en el caso de que se hiciera efectivo el ingreso de Singer en el claustro de la universidad. A pesar de todo, la universidad no cambió de criterio y ratificó el nombramiento. Desde 1999, Peter Singer ocupa su cátedra en Princeton.

Singer es considerado por algunos de sus más decididos seguidores españoles como la mayor autoridad en el campo de la ética aplicada. Así decía un artículo de prensa española:

Hasta la llegada de Peter Singer a la palestra, gran parte de la ética académica estaba aquejada de un grado extremo de abstracción e irrelevancia. Los filósofos de tradición idealista planteaban su temática en función de un reino de espíritus puros; los de tradición analítica limitaban el alcance de la ética al estudio del significado de los términos morales. Ni unos ni otros se manchaban las manos hurgando en los dilemas éticos que planteaba la sucia realidad contemporánea. Singer ha sido el primer filósofo moral de talla en remangarse y en bajar la ética del mundo ideal al mundo real. Es reconocido como el fundador de la ética práctica o ética aplicada, que incluye la bioética, como atestiguan sus numerosas obras como Practical Ethics (Ética práctica) y recopilaciones como A Companion to Ethics (Compendio de ética) y A Companion to Bioethics (Compendio de bioética).6

Los rasgos más acusados de la personalidad intelectual de Peter Singer son el utilitarismo filosófico, la defensa de la causa animalista, la asunción del vegetarianismo, el activismo político y el izquierdismo darwiniano. Entre todos ellos hay un nexo lógico. Veámoslo.

La filosofía moral de Peter Singer es el utilitarismo. De hecho, uno de los principales fundamentos de su pensamiento es el principio utilitarista, del que arranca todo su pensamiento moral, según el cual es bueno lo que proporciona placer y malo lo que causa dolor. El nexo que se advierte en el pensamiento de Singer entre utilitarismo y animalismo es fácil de comprender: dado que placer y dolor son experimentados por hombres y animales, no hay ninguna razón por la que —en opinión de Singer— deba hacerse una distinción en perjuicio de los animales a partir de estas experiencias sensibles. El principio práctico «haz el bien y evita el mal» se transforma entonces en la filosofía utilitarista de Singer en este otro: «Haz crecer el mayor bienestar posible y lucha por la disminución del dolor entre todos los seres sentientes», es decir, entre todos los animales. Por otro lado, como siempre es más urgente combatir el dolor que propiciar el placer, el utilitarismo considera prevalente el deber de disminuir el dolor sobre el de aumentar el placer. Con todo esto, el pensamiento de Peter Singer comenzaba a poner las bases de una filosofía animalista, que denuncia el dolor infligido por los seres humanos a los animales. Por lo tanto, el movimiento de liberación animal, entre cuyos iniciadores se contaba el propio Singer, debía consistir en la lucha por erradicar la tiranía humana sobre los animales, consistente en la explotación dolorosa y en el tratamiento aflictivo procurado a los mismos.

En 1975 publicó Animal Liberation. Posteriormente, en 1989, salía a la luz una nueva edición revisada de la misma obra. Desde 1993, Peter Singer ha venido presidiendo la plataforma animalista conocida como Proyecto Gran Simio (Great Ape Project), además de figurar como máximo responsable (junto con la autora italiana Paola Cavalieri) en la edición del libro homónimo. El autor nos cuenta brevemente su despertar a la conciencia animalista.

En otoño de 1970, yo era un estudiante de postgrado en la Universidad de Oxford. Aunque me había especializado en filosofía moral y social, no se me había ocurrido —como a casi nadie— que nuestras relaciones con los animales planteasen un serio problema moral. Sabía, por supuesto, que se trataba cruelmente a algunos animales, pero suponía que eran abusos accidentales y no una indicación de algo fundamentalmente injusto.7

En el elitista entorno de Oxford, Singer entra en contacto con diversos miembros del movimiento animalista, tales como el psicólogo Richard D. Ryder, Joanne Bower (miembro por entonces de la Farm and Food Society de Londres), Catalina Jannaway (1915-2003, vinculada a la Vegan Society of the United Kingdom, fundada en 1944 por Elsie Shrigley y Donald Watson).

Hemos dicho que entre utilitarismo y animalismo hay un nexo lógico. Ahora bien, el mismo nexo se prolonga, uniendo también animalismo y vegetarianismo. Es claro que si se admite el principio de que causar la muerte de los animales para alimentarse de su carne es algo esencialmente injusto, se hará inevitable el paso al vegetarianismo. Así ocurrió, desde luego, en la vida de Peter Singer, animado por sus amigos vegetarianos de Oxford, como él mismo nos cuenta. Hasta ese momento, comer carne no le había causado el más mínimo escrúpulo de conciencia. Pero, como él mismo relata,

[...] mi complacencia se turbó cuando conocí a Richard Keshen, también estudiante de Oxford y vegetariano. En una comida le pregunté por qué no comía carne y empezó a contarme las condiciones en que había vivido el animal cuyo cuerpo estaba comiendo yo. Por medio de Richard y de su mujer, Mary, mi mujer y yo nos hicimos amigos de Roslind y Stanley Godlovitch, también vegetarianos, que estudiaban Filosofía en Oxford. A través de las largas conversaciones que tuvimos los cuatro —especialmente con Roslind Godlovitch, quien había elaborado su postura ética con bastante detalle—, me convencí de que comiendo animales estaba participando en una forma de opresión sistemática de mi propia especie sobre otras […]. Pero una cosa es llegar a una conclusión teórica y otra cosa es ponerla en práctica. Sin la ayuda y el aliento que me proporcionó Renata, mi mujer, que estaba tan convencida como yo de que nuestros amigos tenían razón, es posible que aún siguiera comiendo carne, aunque con remordimientos de conciencia.8

Conquistado para esta causa, faltaba aun que Singer se hiciera proselitista, dando a conocer al mundo la causa vegetariana. La ocasión llegó en 1973, cuando, tras haber escrito una reseña del libro editado por Stanley Godlovitch y John Harris, Animals, Men and Morals, publicada en The New York Times Review of Books el 5 de abril de 1973, concibió la idea de escribir un libro en regla en defensa de la causa de los animales. El estímulo y la ayuda de sus amigos vegetarianos hicieron posible la realización del proyecto. En 1975 apareció la primera edición de Liberación animal, obra que muy pronto llegaría a convertirse en una especie de manual de formación de las generaciones de jóvenes activistas del movimiento animalista. En 1989 se publicó una segunda edición revisada de la obra.

De la sinceridad con que Singer ha hecho suya la filosofía vegetariana no cabe la menor duda. El vegetarianismo, que inicialmente había sido una nueva forma de protesta (revestida de cierto aparato filosófico utilitarista y animalista) para el rebelde estudiante de postgrado, se convirtió en una forma madura de credo filosófico mantenida con perseverancia. Da constancia de ello la contribución, titulada «Una filosofía vegetariana», escrita por nuestro autor pasados ya algunos años de la conversión, para el libro publicado en 1998 por Sian Griffiths y Jennifer Wallace, Consuming Passions: Food in the Age of Anxiety.9

Pero la historia de Peter Singer no termina aquí. Su vida no ha transcurrido únicamente entre libros. Además de materialista en sentido filosófico, de pensador utilitarista, de propagador del animalismo y de neófito vegetariano, Singer es un activista político de izquierdas, especialmente en la modalidad de activismo animalista.10 Nunca ha desdeñado como impropio de un filósofo la lucha en primera línea en favor de la emancipación de los animales. Para referir algunas de sus demostraciones como activista, se pueden mencionar las siguientes: sentadas dentro de una jaula en una plaza pública, para denunciar la estrechez padecida por las gallinas en las celdas de las granjas avícolas; vigilias transcurridas a la puerta de peleterías, para protestar contra la crueldad que supone desollar animales para hacer un mercado de pieles para abrigos de lujo; denuncias documentadas fotográficamente de las crueles condiciones de vida del ganado porcino en una granja de propiedad del entonces primer ministro de Australia, Paul Keating;11 militancia en el partido australiano de los verdes y concurso como candidato a las elecciones de dicho país.

Merece también la pena relatar aquí otro capítulo de la vida de activismo animalista de Singer. Se trata de la relación de amistad entablada con un destacado activista del movimiento antirracista, llamado Henry Spira, cuya adhesión al movimiento de liberación animal fue enteramente mérito del proselitismo de nuestro filósofo. Singer ha escrito incluso una biografía de Spira, porque la vida de este representa la realización perfecta de su propia filosofía. Singer cree que la justicia, la oposición a la crueldad y la compasión que movieron a activistas como Spira a luchar contra la discriminación racial deben ahora proseguir e impulsar la acción de resistencia «a la tortura sistemática y prolongada de millones de criaturas sentientes hacinadas en jaulas de laboratorio o en los siniestros barracones de las granjas industriales».12

Para Singer, como puede verse, la lucha contra el racismo y el movimiento en defensa de los animales están animados de un mismo ideal, que es el rechazo del especieísmo. Más aún, a este proceso reivindicativo se debe añadir un tercer movimiento de liberación, el feminismo, que Singer lo entiende como la reivindicación de la plenitud de derechos para las mujeres. Así pues, la lucha contra el racismo, el sexismo y animalismo (como formas de discriminación por razón de la pertenencia a otra raza, a otro sexo o a otra especie animal) no son más que círculos concéntricos de expansión de un mismo ideal: la ampliación progresiva del concepto de igualdad de derechos. Paola Cavalieri y Peter Singer explican la razón de ser de esta ampliación progresiva de la igualdad de derechos al inicio de la obra conjunta El proyecto gran simio. Sugieren allí que la razón de dicha ampliación no es otra que la inevitable presencia de un proceso dialéctico de eliminación de las fronteras que separan los ámbitos del nosotros del de los demás; proceso que se expande de la tribu, a la raza, a la nación, a la especie humana. Finalmente, el último límite, la frontera de la especie humana, que durante mucho tiempo se había hecho absoluta, parece ahora —así lo sugieren Singer y Cavalieri— haber llegado a su fin.13 Como manifestaba Singer en su artículo de prensa antes mencionado, «la expansión del círculo moral puede estar a punto de dar un importante paso adelante».

Cree nuestro autor que la explotación y el dolor que el especieísmo ha infligido a los animales es comparable solo a los siglos de dominio de los hombres blancos sobre los negros. Pero a la lamentable situación de explotación animal —piensa Singer— no se puede responder con la violencia, saliendo al paso así a algunas acciones violentas de grupos militantes proanimales (como la Milicia pro Derechos de los Animales). Singer se vio entonces en la obligación de escribir en la segunda edición de Liberación animal (1989):

La alternativa a la espiral ascendente de la violencia es seguir la pauta de los dos principales dirigentes de movimientos de liberación de los tiempos modernos: Gandhi y Martin Luther King. Con inmenso coraje y perseverancia se adhirieron al principio de la no violencia a pesar de las provocaciones, y a menudo ataques violentos, de sus oponentes. Al final, tuvieron éxito, porque no se podía negar la justicia de su causa y su comportamiento tocó las conciencias incluso de aquellos que se les habían opuesto. Los daños que hacemos a otras especies son igualmente innegables una vez que se hacen patentes y nuestras posibilidades de victoria se encuentran en la justicia de nuestra causa y no en el miedo a nuestras bombas.14

Finalmente, el izquierdismo de Singer tiene un aire muy peculiar: es un izquierdismo darwiniano. Singer se define materialista en sentido filosófico, darwinista, políticamente de izquierdas, aunque crítico con la vieja izquierda, anquilosada e inmóvil, y, sobre todo, antinaturalista. Así, confiesa sin ambages:

La izquierda necesita un nuevo paradigma. El colapso del comunismo y el abandono por parte de los partidos socialistas, del tradicional objetivo socialista de la propiedad pública han privado a la izquierda de las metas anheladas durante los dos siglos en que se ha desarrollado […]. La izquierda se encuentra en la necesidad urgente de nuevas ideas […]. Ha llegado el momento de que la izquierda se tome en serio el hecho de que hemos evolucionado a partir de otras especies animales […]. En otras palabras, es hora de desarrollar una izquierda darwiniana.15

La vieja izquierda —piensa nuestro autor— se había convertido en una cultura construida sobre unos cimientos antinaturalistas en una peculiar simbiosis con las filosofías religiosas y devotas que condenan la naturaleza. De este modo, se había negado a comprender determinados rasgos de la naturaleza humana (como son la tendencia a adoptar funciones sociales diversas en razón del sexo o la tendencia a formar jerarquías) que modelan de un modo uniforme y persistente el comportamiento humano. Ningún proyecto de reforma social, en consecuencia, debería desconocer tales rasgos ni intentar suprimirlos, so pretexto de pretender crear un hombre nuevo, liberado de la naturaleza. En realidad, como Singer admite abiertamente, la persecución de la igualdad no debería ser el principal objetivo a conseguir por parte de la izquierda. La asunción de determinadas ideas del evolucionismo ayudaría, por su parte, a valorar más adecuadamente la competencia en la obtención de los mejores puestos en la jerarquía social y a aligerar las gravosas prestaciones sociales que contribuyen a la perpetuación de las lacras sociales (perturbaciones psíquicas, criminalidad, alcoholismo, pobreza, etc.).16 En definitiva, en opinión de Singer, la nueva izquierda debería asumir una serie de postulados que instan a perseguir de continuo el permanente mejoramiento de la salud física, mental, cultural y social de la humanidad. Como puede verse, se trata en lo esencial de los postulados que desde mediados del siglo XIX han recibido el nombre de eugenesia. La izquierda de Singer, por tanto, es una izquierda eugenésica que hace suyas un buen número de ideas procedentes del ambiente de la eugenesia darwinista.

2. LOS PRINCIPIOS DEL PENSAMIENTO DE PETER SINGER: DARWINISMO Y UTILITARISMO

Hemos visto que los rasgos más destacados de la personalidad intelectual de Peter Singer son el utilitarismo, el animalismo, el vegetarianismo, el activismo político y el izquierdismo darwinista. Dos de estos cinco aspectos, el utilitarismo y el darwinismo, transcienden el simple carácter de rasgos intelectuales y se constituyen en los principios mismos sobre los que descansa el pensamiento de Singer. De ambos principios proceden ulteriormente un buen número de consecuencias. Comencemos estudiando el darwinismo, o, para ser más precisos, el darwinismo como interpretación materialista del hombre.

EL DARWINISMO COMO INTERPRETACIÓN MATERIALISTA DEL HOMBRE

El darwinismo como una visión materialista sobre el hombre

El primero de los principios que presiden la filosofía de Singer es el darwinismo. El darwinismo de nuestro autor no es la doctrina específica que intenta dar una explicación sobre el origen y la evolución de las especies animales. Por el contrario, las referencias a Darwin que se encuentran en los escritos de Singer son siempre genéricas. Sin entrar en los pormenores de la obra del naturalista inglés, Singer toma el darwinismo simplemente como una doctrina que interpreta la naturaleza humana en un sentido meramente biológico. No es, pues, de extrañar que de tal concepción extraiga nuestro autor, una y otra vez, la misma conclusión, a saber, que las diferencias entre el hombre y el animal son simplemente de grado y no de esencia.

En El proyecto gran simio (obra, como ya sabemos, de la que Singer es coeditor) aparecen con frecuencia rasgos de esta concepción darwinista. Mencionamos a este propósito algunas ideas de tres colaboradores de la obra: Richard Dawkins, Stephen Clarke y James Rachels.

Richard Dawkins, un conocido biólogo y divulgador británico, vanguardia del materialismo darwinista militante, afirma en su contribución: «Admitimos nuestro parecido con los simios, pero rara vez nos damos cuenta de que somos simios».17 La cuestión, según Dawkins, puede formularse de un modo extraordinariamente sencillo: simplemente «somos monos grandes».18

Otro colaborador de El proyecto gran simio, Stephen Clarke, asegura en su contribución, titulada «Los grandes simios y la idea del parentesco», que así como los hombres son nuestros hermanos, también lo son los grandes simios, y que todos juntos formamos lo que llama una humanidad ensanchada. Clarke dice así:

La declaración de la Unesco de que todos los hombres pertenecen a la misma especie quería ser claramente un compromiso moral con la idea de que todos los seres humanos […] comparten la exigencia de que ninguna diferencia de raza, sexo, edad, intelecto, capacidad o credo debería autorizar lo que a todas luces es una injusticia […]. Los creadores del lema de la Unesco no reconocían que [las especies] Pan, Pongo y Gorilla eran nuestras hermanas, como tampoco los redactores de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América se percataron de a qué se habían comprometido al decir que todos los hombres eran iguales. Tanto ellos como sus sucesores podían haber insistido en que no se hacía mención alguna de las mujeres, o en que la intención obvia de la época era no incluir a los negros […]. La/el americana/o y la/el negra/o son mis hermanas y mis hermanos, y también lo son los demás grandes simios que, con nosotros, forman el gran ente hominoidea, que es la humanidad ensanchada.19

Por su parte, James Rachels, en el artículo «¿Por qué los darwinianos deben apoyar la idea de igualdad de trato de los grandes simios?», invoca de un modo más preciso la figura de Darwin.

Antes de Darwin era creencia general que las diferencias entre humanos y no humanos son tan grandes que casi siempre está justificado el trato diferente de los humanos. Se pensaba que los humanos eran algo aparte del resto de la creación. Se decía que eran los únicos seres racionales, hechos a la imagen y semejanza de Dios, dotados de alma inmortal y que en consecuencia eran diferentes en especie de los demás animales. Esta imagen de la humanidad es la que Darwin destruyó […]. Darwin sostuvo que esos animales [los grandes simios] son inteligentes y sociables y que poseen un sentido moral rudimentario […]. La consecuencia moral es que, si tienen esas facultades, no hay entonces base racional alguna para negarles los derechos morales básicos, al menos si seguimos proclamando esos derechos para nosotros.20

Finalmente, el propio Peter Singer, en un artículo titulado «Darwin para la izquierda», que es una especie de programa de renovación de la izquierda sobre unas bases biológico-darwinistas, ha escrito:

¿Qué hay de aquellas cosas que una izquierda darwinista apoyaría? […] Reconocería que el modo en que explotamos a los animales no humanos es una herencia de un pasado predarwiniano que exageró el hiato entre los humanos y otros animales; y, por tanto, trabajaría en pos de un estatuto moral mayor para los animales no humanos.21

El darwinismo, la izquierda y la nueva revolución

El darwinismo, por tanto, brinda una nueva oportunidad, una nueva causa moral a la izquierda: «trabajar por un mejor estatuto moral para los animales no humanos», como acabamos de oír a Singer. Un mejor estatuto que apunta hacia la igualdad de hombres y demás animales. Por tanto, esta es la nueva frontera a conquistar por parte de la izquierda: la igualdad más allá de los límites de la especie humana. Esa es la nueva consigna de un darwinismo ganado para la izquierda. Si en el pasado la oposición dialéctica había sido reconocida solamente entre los poseedores del capital y el proletariado, y tendía al logro de una sociedad sin clases; si después se comprendió que la oposición alcanzaba igualmente al conflicto racial entre blancos y negros y que exigía la superación del racismo; y si últimamente la tensión dialéctica se había despertado con los conflictos en la distribución de los papeles sociales y en la desigual atribución de derechos entre hombres y mujeres al vislumbrarse la causa feminista; ahora, la izquierda, esclerotizada por falta de ideas y proyectos sociales, recibe un nuevo impulso proveniente del darwinismo, que le ofrece una causa renovada, una nueva tensión con la que superar y salir del estado de colapso ideológico en que se encuentra. «A una izquierda urgida de nuevas ideas» propone Singer una «nueva comprensión de la naturaleza humana». En definitiva, «es la hora de desarrollar una izquierda darwiniana».22 esta es la perspectiva, sugerida por el mismo Singer. A esta luz probablemente hay que interpretar la presentación de la proposición no de ley en el Congreso de los Diputados realizada por el diputado del Partido Verde, Francisco Garrido, el día 5 de septiembre de 2005.

Naturalmente, la nueva causa moral que el izquierdismo darwinista quiere asumir es —según Singer— una nueva revolución. Las exigencias contenidas en el proyecto de este peculiar darwinismo singeriano son de tal envergadura cultural, social, jurídica y religiosa que solo una revolución puede llevarlas a la realidad. Así pues, la reivindicación de la nueva izquierda darwinista comporta una revolución ética. La revolución marxista tenía un alcance fundamentalmente económico. Su objetivo era corregir las injusticias introducidas por la revolución industrial en la estructura económica de la sociedad. Pero el calado ideológico de la nueva revolución es mayor. Su finalidad es corregir una serie de creencias y de hábitos de pensamiento tan antiguos como la civilización cristiana, como expresamente dice el propio Singer.

Emulando la terminología de T. S. Kuhn, aborda Singer la cuestión relativa a «la estructura de las revoluciones éticas».23 Dice así:

Hace cuatrocientos años nuestras concepciones sobre nuestro lugar en el universo entraron en crisis. Los antiguos usaron un modelo del sistema solar ideado por Ptolomeo de acuerdo con el cual la tierra ocupaba el centro del universo y todos los cuerpos celestes rotaban en torno de ella. Sin embargo, incluso los antiguos sabían que este modelo no funcionaba muy bien.24

Pues bien, prosigue el nuestro:

[...] al igual que la vieja cosmología antes de Copérnico, la doctrina tradicional de la santidad de la vida humana se encuentra hoy en serios aprietos. Sus defensores han respondido tratando de zurcir los descosidos que continuamente aparecen en ella.25

He aquí la otra cara de la revolución ética (izquierdista-darwinista) que Singer quiere acometer: la doctrina de la santidad de la vida humana, doctrina profundamente arraigada en el fondo de ideas cristianas —dice el mismo autor— que están en la base de la civilización occidental. La nueva revolución ética, por tanto, tiene dos caras: de un lado, la promoción de la idea de igualdad de todos los animales; de otro lado, consecuentemente, la lucha contra la exclusivista doctrina de la santidad de la vida humana. Esta segunda cara de la revolución ética propugnada por Singer nos da una idea del calado y de la profundidad de las consecuencias que se pretenden alcanzar.

En el intento de perpetuar el viejo paradigma (para proseguir con la emulación de la terminología kuhniana), a saber la doctrina de la santidad de toda vida humana, sus partidarios —nos dice Singer— han tropezado con todo tipo de contradicciones. La mayor contradicción de este paradigma es el tabú construido para preservar cualquier tipo de vida humana en cualquier tipo de situación. Singer cree que este tabú ha sido levantado para resistir a todas las tentativas de los opositores del paradigma cristiano cuando, al comparar la vida de los seres humanos intelectualmente discapacitados con la de los animales no humanos, han querido sacar las lógicas consecuencias. El imperativo del viejo paradigma cristiano es mantener bien alta en todo caso la frontera infranqueable de la especie humana como línea divisoria de la ética de la santidad de la vida. Pero para Singer tanto la pretensión de marcar una línea divisoria infranqueable entre hombres y animales como su correlato de la santidad de toda vida humana son un ejercicio de obstinación, ya que «es abrumadora la evidencia de que las diferencias entre nosotros y el resto de las especies son diferencias de grado más que de especie».26 La obstinación y los parches para salvar el «viejo paradigma» —prosigue Singer— podrán continuar tanto como se desee, pero de ningún modo resolverán la situación de «incoherencia y simulación» en que se halla la vieja ética. La superación de todas las incongruencias que la vieja ética ha ido arrastrando a lo largo de la historia requiere un cambio radical, requiere una revolución. Así pues, «es tiempo de otra revolución copernicana».27

Singer, que se ha declarado ateo en repetidas ocasiones, asegura que la nueva revolución se ha de dirigir contra las creencias religiosas sobre la vida humana, en particular sobre su origen, su desarrollo y su fin. «Será de nuevo una revolución contra un conjunto de ideas que hemos heredado del período en que el mundo intelectual estaba dominado por un punto de vista religioso». También Rachels considera que la vida humana no debe continuar siendo mirada con el temor supersticioso (entiéndase temor religioso) que ha dominado hasta ahora el pensamiento tradicional de Occidente.28 La tendencia humana a creerse el centro del universo ético moverá a muchos a oponer una firme resistencia a tal sacudida para el orgullo humano. «Para muchos las ideas serán demasiado chocantes como para ser tomadas en serio». Pero Singer, que, a pesar de su ateísmo, no carece de una cierta vena profética, da por cosa hecha que «el cambio llegará», porque «la concepción tradicional de la santidad de toda vida humana es incapaz de resolver el cúmulo de problemas a los que ahora nos enfrentamos».29

Reescribir los mandamientos sobre la vida y la muerte

La nueva revolución que Peter Singer augura consiste en reinterpretar la naturaleza humana sobre las bases del evolucionismo darwinista, y en abolir posteriormente los mandamientos de la vieja ética de la santidad de la vida humana y escribir unos nuevos mandamientos sobre la vida humana. Singer presenta un esbozo de las nuevas tablas de la ley. Pero se trata únicamente de un esbozo. En lugar de diez, este autor cree suficiente proponer cinco nuevos mandamientos sobre la vida humana. Pero, para dejar claro que se trata de un verdadero cambio y de una auténtica revolución ética, se enuncia primero el viejo mandamiento y acto seguido se proclama el nuevo. En realidad no deja de encerrar una profunda ironía que un pensador ateo tenga que recurrir a la idea de los mandamientos de la ley de Dios para justificar sus propias ideas.

El primer mandamiento del antiguo testamento ético sobre la vida humana decía, según Singer: «Trata toda vida humana como de igual valor». Pero nuestro filósofo lo transforma en este otro: «Reconoce que el valor de la vida humana varía». Más aún, el valor de la vida humana puede variar de tal modo que es preciso reconocer que «la vida [humana] sin conciencia no tiene ningún valor en absoluto».30 He aquí un primer resultado de la revolución ética animalista, propuesto además a modo de un principio general: la vida humana sin conciencia no tiene ningún valor en absoluto.

Igualmente, el segundo viejo mandamiento, que prohibía el homicidio, decía: «Nunca acabes intencionalmente con la vida humana del inocente». Singer, en cambio, sugiere transformarlo en este otro: «Hazte responsable de las consecuencias de tus decisiones». Naturalmente que este nuevo mandamiento no reemplaza el viejo. Está formulado de un modo tan vago que ni siquiera afronta los casos particulares de hecho de las acciones que consisten en quitar la vida a una persona. En realidad, la desproporción que hay en las formulaciones de las dos series de mandamientos nos deja entrever la peligrosa banalización a que Singer somete la vida humana.

El tercer mandamiento de la vieja ética contenía la prohibición del suicidio. Según Singer, decía así: «Nunca te quites la vida e intenta siempre evitar que los demás se quiten la suya», porque la decisión del momento de la muerte solo compete a Dios. El nuevo mandamiento propuesto por Singer dice en cambio así: «Respeta los deseos de la persona de vivir o morir». Claro está que no se trata de un simple deseo de morir. Hay personas que pueden desear morir, pero no hacen nada para conseguirlo. El deseo de morir que debe ser respetado, según Singer, es el deseo eficaz de causar su propia muerte.

Ya hemos oído que, en opinión de nuestro autor, la nueva revolución ética debe combatir las creencias religiosas sobre la vida humana tanto en su inicio como en su fin. Con los tres primeros mandamientos anteriores se han esbozado las líneas generales del trato que se ha de dispensar a la vida humana en su fin, es decir, la muerte. El cuarto mandamiento, por su parte, se expresa acerca del inicio de la vida humana. El antiguo cuarto mandamiento sobre la vida imponía, dice Singer, la fecundidad. Su fórmula era inequívoca: «Creced y multiplicaos». Pero las actuales circunstancias de sobrepoblación mundial —asegura nuestro autor— han hecho que la vieja fórmula resulte obsoleta y superada, porque «es inmoral alentar más nacimientos». Desafortunadamente no se dice en qué consiste esta inmoralidad. Se limita únicamente a proponer la versión moderna de este mandamiento, que prescribe: «Trae niños al mundo solo si son deseados». Y al igual que antes el deseo eficaz de morir, también ahora el deseo eficaz de evitar nacimientos debe ser respetado en todo caso; es decir, que el deber de respetar el deseo de los progenitores justifica cualquier acción de estos tendente a evitar el nacimiento. La contracepción, pero, sobre todo, el aborto e incluso el infanticidio encuentran una generosa justificación en Singer, como vamos a ver más adelante.

Finalmente, en el quinto mandamiento se acoge la nueva orientación animalista. La revolución ética que Singer trae entre manos se hace palpable en el tratamiento que viene a dispensar a los animales no humanos. Efectivamente, el quinto viejo mandamiento decía: «Trata toda vida humana siempre como algo más precioso que cualquier vida no humana». Pero la compasión hacia los animales no humanos impone una radical transformación en la conducta humana, en cuya virtud el nuevo precepto debe decir: «No discrimines sobre la base de la especie».

Afortunadamente, el buen sentido no está dispuesto a dejarse convencer fácilmente en materias tan serias como las aquí mencionadas. Por ello es frecuente que no pocas de las afirmaciones de Peter Singer causen una justa y encendida indignación. Un ejemplo de reacción semejante, tan frecuente en el mundo que rodea a Peter Singer, fue la sensación de horror que provocó entre muchos lectores un artículo de nuestro autor aparecido en la revista norteamericana Pediatrics (que publica la Academia Norteamericana de Pediatría) en el que se afirmaba que

[...] si comparamos a un niño gravemente discapacitado con un animal no humano, un perro o un cerdo, por ejemplo, frecuentemente encontraremos que el no humano cuenta con capacidades superiores, tanto actuales como potenciales, para la racionalidad, autoconciencia, comunicación y cualesquiera otras que puedan plausiblemente considerarse moralmente significativas.31

Pero a Singer la indignación que provocan sus propuestas parece corroborarle en que la sensación de horror ante la comparación del hombre con los animales no humanos es «una reliquia de la concepción antropocéntrica del universo». Esta concepción, que fue severamente minada por Copérnico y Galileo, fue definitivamente superada por Darwin, afirma el filósofo australiano. «No nos gusta pensar que somos una especie animal», aunque

[...] los animales no humanos más sofisticados intelectualmente tienen una vida mental y emocional que en todos los aspectos significativos iguala o supera la de algunos de los seres humanos más profundamente discapacitados intelectualmente.32

La superación del principio de la santidad de la vida humana

En definitiva, Singer intenta dar vida a una revolución ética cuyo objetivo principal es la superación del principio de la santidad de la vida humana. La justificación teórica que ofrece a este intento de superación es sencilla. Si entre el hombre y los demás animales no hay —como cree nuestro autor— más que una diferencia de grado, el respeto debido a la vida humana lo será también de grado, más o menos intenso según la capacidad cerebral y nerviosa (de lo que depende la posibilidad de sentir placer y dolor) de cada especie animal, comparada con la humana. Por tanto, la sustancial asimilación del hombre al animal implica la eliminación de cualquier consideración especial a favor del hombre.

La gente dice frecuentemente que la vida es sagrada. Pero casi nunca quiere decir eso […]. Si quisieran decirlo matar a un cerdo o arrancar una col sería tan aberrante para ellos como matar a un hombre. Cuando la gente afirma que la vida es sagrada, lo que tienen en la cabeza es la vida humana. Pero ¿por qué la vida humana habría de tener un valor especial?.33

La concepción del especial valor y de la santidad de la vida humana está socialmente muy difundida y encuentra una acogida incontestable en el derecho de los diferentes países. A pesar de todo, Singer la considera chocante. En su opinión, el diferente trato que dispensamos a los seres humanos en comparación con «la vida de perros vagabundos, monos de laboratorio y ganado vacuno» es injusto. «¿Qué justifica esta diferencia?».34 Según Singer, el principio de la santidad de la vida humana exige que «lo que tiene que ver con la vida y la muerte [de los seres humanos] ha de ser dejado en manos de Dios o de la naturaleza»,35 bien al contrario de lo que ocurre con la vida y a la muerte de los demás animales, sobre las cuales el hombre se considera juez soberano. Ahora bien, como la santidad de la vida humana es un principio religioso y no un principio ético de validez universal (esa es al menos la opinión de Singer), debería ser sometido a crítica y superado. Por eso este autor prodiga en sus escritos los ataques y las expresiones que desafían este principio. Algunos ejemplos nos serán de utilidad. Por ejemplo:

Un ser consciente de sí es capaz de tener deseos respecto a su propio futuro y quitarle la vida a esa persona sin su consentimiento supone frustrar sus deseos respectivos; en cambio, matar a un caracol o a un bebé de un año no frustra ningún deseo de este género porque los caracoles y los recién nacidos son incapaces de albergarlos.36

Otro ejemplo: según Singer hay muchos seres que son sentientes y capaces de experimentar placer y dolor, pero que no son racionales y por ello no son personas. Muchos animales no humanos pertenecen a esta categoría, pero también los recién nacidos y algunos seres humanos intelectualmente discapacitados.37 Es decir, que según Singer los recién nacidos y los seres humanos intelectualmente discapacitados no son personas. ¿Qué hay [entonces] de malo en matar[los]?, como reza el título de uno de sus escritos.

Un último caso. En relación con el aborto, sostiene Singer que esta práctica «pone punto final a una existencia que no tiene ningún valor intrínseco».38 Dado el postulado de Singer de la sustancial igualdad del valor de la vida humana y de la no humana, nuestro autor critica a los integrantes de los grupos provida por la confusión terminológica que propician con este nombre. Lejos de interesarse por toda vida, «aquellos que protestan contra el aborto cenan regularmente los cuerpos de pollos, cerdos y terneros», con lo que ponen de manifiesto una preocupación solo por las vidas de los seres de nuestra propia especie.39

El principio de la santidad de la vida humana y el especieísmo son, pues, las dos caras de una misma moneda. Pero ¿qué es el especieísmo?

El especieísmo

El término especieísmo, acuñado por el psicólogo Richard D. Ryder en 1970 en los inicios del movimiento de liberación animal,40 ha sido recogido en el Oxford English Dictionary, según el cual significa 'la discriminación o el abuso de ciertas especies animales de parte de los seres humanos fundados sobre el presupuesto de la superioridad humana'. El vocablo mismo insinúa el paralelismo con el término racismo, a partir del cual se ha construido la nueva palabra. Así, el especieísmo sería la injusta actitud del hombre hacia los animales no humanos, considerados inferiores, como el racismo es el comportamiento discriminatorio de algunos hombres hacia los miembros de otra raza humana, considerada igualmente inferior. Como hemos visto tratando del activismo político de Singer y de su amistad con Henry Spira, el propio Singer sugiere el paralelismo entre especieísmo y racismo. En ambos casos, dice nuestro autor, un grupo humano justifica el abuso sobre otro grupo en razón de una distinción que, en realidad, carece de relevancia moral. La razón aducida por los que propugnan la idea de los derechos animales es que, si todos admitimos que la pertenencia de un hombre a una raza diversa no es motivo suficiente para conceder menos importancia a sus derechos, ¿por qué debería ser una razón válida para ello la pertenencia de un ser a una especie diversa?41

En la búsqueda de las raíces del especieísmo, los teóricos de la liberación animal han apuntado hacia motivos de índole psicológica, cultural y religiosa. Ingmar Persson, por ejemplo, profesor de filosofía en la universidad de Lund (Suecia), cree encontrar razones de índole filosófica en el hecho de la vigencia social del especieísmo.

El hecho de que un individuo pertenezca a una especie determinada no es, a todas luces, resultado de sus propios actos […]. En consecuencia sería injusto un especieísmo que propugnase tratar a los chimpancés, los gorilas y los orangutanes peor que a los seres humanos por la sola razón de ser chimpancés, gorilas u orangutanes.

En realidad,

[...] no es a esto [a la sola diferencia de especie] a lo que se reduce el especieísmo. Del mismo modo que el racismo y el sexismo no son únicamente la doctrina por la que se discrimina a determinados seres por el solo hecho de su raza o género. Un especieísmo (o racismo o sexismo) más inteligible propone que los seres que pertenecen a una especie (o raza o sexo) deben ser favorecidos por encima de los seres pertenecientes a otras especies (razas, sexos) en razón de las características de esas especies […]. En otras palabras: la base real para la discriminación no es la pertenencia a una especie, sino la posesión de la racionalidad o de otra facultad mental.42

Por su parte, Dale Jamieson cree que la causa profunda del especieísmo ha de ser buscada en la religión y en la cultura occidental. Cree este que la raíz principal de esta actitud se encuentra en la visión del mundo cultural y religiosa que la sociedad occidental ha heredado de Oriente Medio, «donde judaísmo, cristianismo e islam otorgan a los seres humanos un lugar especial en la naturaleza». En concreto, «según el cristianismo ortodoxo, los seres humanos son tan especiales que el mismo Dios adoptó la forma humana y sería impensable que hubiese adoptado la forma de chimpancé o la de orangután».43

EL UTILITARISMO Y EL RECHAZO DE LA METAFÍSICA

Con el especieísmo hemos visto la última de las consecuencias que se derivan del darwinismo materialista profesado por Peter Singer. Recapitulemos con orden la serie de consecuencias derivadas por nuestro autor de este principio. El principio de la interpretación materialista de cuño darwinista exige la eliminación de cualquier perspectiva que afirme la existencia de diferencias esenciales (no solo de grado) entre el hombre y el animal. Esta es la primera consecuencia. Pero, si de hecho la situación entre el hombre y el animal es de esencial igualdad, no lo es de derecho.

Ahora bien, la situación de desatención e incluso de positiva discriminación de los animales por parte de la ley y el derecho debe ser remediada. Tal pretensión es una causa justa, es una causa moral; en definitiva, es una nueva revolución ética a emprender. Es la segunda consecuencia: la nueva revolución ética de la izquierda darwinista. Una tercera consecuencia se sigue del principio inicial, a saber, que una vez reinterpretada la naturaleza humana en clave materialista, resulta inevitable —así lo cree al menos Singer— abolir los mandamientos de la vieja ética de la santidad de la vida humana. En cuarto lugar, después de establecidos la serie de los nuevos mandamientos, Singer cree necesario formular el principio general de la no santidad de la vida humana, pues, en último análisis, ¿por qué la vida humana habría de tener una dignidad superior y un especial valor sobre la vida animal si no es esencialmente superior a ella? ¿Por qué solo la vida humana debería ser digna de respeto y protección incondicionales? Finalmente, en quinto lugar, exigencia directa de la superación del principio de la santidad de la vida humana es la superación del llamado especieísmo.

Pero, además del darwinismo materialista, como se ha dicho antes, el otro gran principio del pensamiento de este autor es el utilitarismo. Pero ¿qué es el utilitarismo?

¿Qué es el utilitarismo? Historia y principios

En un sentido amplio, el utilitarismo es la doctrina ética que identifica el bien con la utilidad. Aunque sus orígenes se pueden remontar hasta la Antigüedad (particularmente con Epicuro), los estudiosos concuerdan en que históricamente el utilitarismo es una corriente del pensamiento inglés de los siglos XVIII y XIX con aplicaciones en la ética, la política y la economía. Los autores que pueden ser considerados sus fundadores son Jeremy Bentham y John Stuart Mill.

• Una breve historia del utilitarismo

El utilitarismo moderno se confunde con la filosofía moral del iluminismo, especialmente británica. La idea de una maximización de los beneficios de las acciones se encuentra ya en Francis Hutcheson (1694-1746), según el cual no solo es posible determinar una acción como la mejor cuando «procura la mayor felicidad para el mayor número de personas», sino que llega a proponer una suerte de aritmética moral cuya misión sería el cálculo de las consecuencias.44 Ya desde Hutcheson queda patente la estrecha relación entre utilitarismo y consecuencialismo moral. Es doctrina aceptada que el utilitarismo es la forma más neta del consecuencialismo.

En el caso de David Hume (1711-76), dos elementos nos permiten colocarlo como un claro precedente del utilitarismo. Primero, dados los fundamentos sensistas de su pensamiento, Hume se ve obligado a identificar el bien con el placer y el mal con el dolor. Un claro ejemplo de esta identificación se encuentra en el Tratado sobre la naturaleza humana. Allí se dice: «Por pasiones directas entiendo aquellas que dependen inmediatamente del bien o del mal, [es decir] del placer o del dolor».45 Por otro lado, Hume insiste en la utilidad (no meramente individual, sino también colectiva) como origen de las nociones de bien y de mal.

Que se deba a su utilidad la estima que atribuimos a las virtudes sociales es un pensamiento que parece de tal modo natural que uno esperaría encontrarlo en todo momento en los escritores de cosas morales como fundamento de sus razonamientos y de sus investigaciones […]. Pero probablemente la dificultad en darse cuenta de estos efectos de la utilidad o de los efectos de su contrario, ha impedido a los filósofos introducirlos en sus sistemas de ética, induciéndolos más bien a recurrir a cualquier otro principio para explicar el origen del bien y del mal morales.46

Más tarde, en Francia, Claude Helvetius (1715-1771), conocido por la radicalización introducida en el sensismo y el materialismo, hace suya la filosofía utilitarista poniéndola como fundamento de una teoría política, según la cual es tarea del gobierno hacer posible el logro de la felicidad (sensible) para el mayor número de personas gobernadas.

Bentham mismo, que es considerado el sistematizador del utilitarismo, asegura haber encontrado la inspiración para su propia formulación del utilitarismo en Hume, Helvetius y Beccaria (1738-1794).

• Los principios del utilitarismo

Sobre los principios de los que parte la ética utilitarista, se puede decir que son fundamentalmente los siguientes:

a) En general, puede decirse que el utilitarismo es un intento de convertir la ética en una ciencia positiva (descriptiva, por tanto) de la conducta humana, hasta el punto de creer poder hacer de ella una ciencia «exacta como la matemática».47 Este rasgo pone al utilitarismo en clara relación con el positivismo, sobre todo en John Stuart Mill.

b) En consecuencia, dada su procedencia y orientación antimetafísica y positivista, el utilitarismo prescinde de la consideración del fin, deducible únicamente de la naturaleza humana, y se limita al estudio de los motivos que de hecho mueven al hombre a obrar, encontrando en la tradición hedonista el placer como el motivo último al cual el hombre, y todo otro ser sentiente, obedece.

c) Pero el utilitarismo considera un placer imperfecto el del hombre individual si no se pone en relación con la sociedad. Por ello prefiere atender más al carácter supraindividual o colectivo del placer como motivo de las acciones humanas en general, según la fórmula propuesta por Cesare Beccaria: «La felicidad mayor dividida entre el mayor número de hombres» (la massima felicità divisa nel maggior numero).48 Se deja ver en esta fórmula claramente el gusto por la descripción aritmética, tan característico del utilitarismo como una ciencia descriptiva de la conducta. Visto en estos términos, el utilitarismo es más una sociología que una ética. Por otro lado, la fórmula de Beccaria presupone la aceptación de la coincidencia de la utilidad privada con la utilidad pública. El intento de explicar la coincidencia de estas dos formas de utilidad fue una de las principales aportaciones realizadas al utilitarismo por John Stuart Mill. En su opinión, la ley de la asociación psicológica era capaz de explicar esta coincidencia: la felicidad de los demás es deseada por el hombre individual porque revierte en su propia felicidad.49 Por eso mismo J. S. Mill ponía en relación la coincidencia de utilidad privada y pública con el sentimiento de la humanidad que Comte había constituido como el fundamento de la nueva religión positiva del grand Être: la religión del gran Ser, es decir, la Humanidad.50

d) Como nueva orientación de la ciencia moral, que pretendía ser descriptiva y rigurosa, el utilitarismo ofrecía una base especulativa a la naciente economía política, cuyos pioneros (Thomas Malthus, 1766-1834; y David Ricardo, 1772-1823)51 se identificaron de inmediato con la filosofía utilitarista, compartiendo también su espíritu positivista y reformador.

e) Finalmente, el espíritu antimetafísico del utilitarismo, lo incapacitaba para considerar el carácter intrínsecamente bueno o malo de una acción humana (en cuanto en relación directa u opuesta a los fines a los que de suyo tiende la naturaleza humana). De ahí que, no pudiendo ser establecido que una acción humana sea buena o mala por sí misma, solo puede serlo atendiendo a sus consecuencias. Por eso el utilitarismo, si quiere mantener una apariencia de teoría moral, tiene que hacer suyo el consecuencialismo, según el cual una acción es buena o mala por las consecuencias que su realización comporta (en cantidad y calidad de placer o dolor) y no por una etérea bondad o maldad intrínsecas en las que no cree. De hecho, como hemos referido, el utilitarismo y consecuencialismo son identificados por no pocos filósofos y teólogos morales.

• El utilitarismo en la bioética actual

En las últimas décadas, el utilitarismo ha vuelto a hacerse presente en la defensa de lo que se ha dado en llamar, con típica expresión utilitarista, la calidad de vida, contra las posiciones en defensa del principio de la sacralidad de la vida humana. En el actual debate bioético el utilitarismo ha tomado partido a favor del aborto, la eutanasia, la reproducción asistida y las aplicaciones de la genética a la vida humana. Los autores más destacados en este panorama son James Rachels,52 John Harris,53 Helga Kuhse (en coautoría con P. Singer)54 y sobre todo Peter Singer, nuestro autor, el más representativo actualmente de los filósofos utilitaristas, quien, como ya hemos visto, concibe la ética no como un estudio de problemas abstractos, sino como una obra de reforma (o de revolución) de las convicciones morales que sea capaz de dar origen a una nueva moral. La nueva moral de Peter Singer pretende, ante todo, ser un instrumento eficaz para la defensa de los intereses (nótese que no se dice derechos) de todos los individuos sentientes a partir de lo que este autor llama el utilitarismo de las preferencias, que es una versión renovada del utilitarismo decimonónico. En esta nueva concepción moral, Singer critica el especieísmo, que hasta ahora ha amparado únicamente los derechos de las personas humanas. El concepto de persona, que reviste una importancia capital en la nueva estrategia utilitarista de Singer, ha sido redefinido a partir del criterio de la capacidad de autoconciencia. El nuevo concepto de persona ha llevado a Singer a negar que sean personas los embriones humanos, los recién nacidos y los afectados por enfermedades psíquicas si están privados de la conciencia.

El utilitarismo es una ética empirista

Hemos visto que Hume se encuentra en el origen del utilitarismo. Su filosofía moral descansa fundamentalmente sobre la eliminación de la razón (como facultad de conocimiento del bien) y de la voluntad (como facultad de tendencia al bien, que Hume rebaja al plano de los apetitos sensibles) y en la afirmación de que el conocimiento humano se reduce a la experiencia (que, se le llame impresiones, percepciones, ideas, siempre se trata de una representación de naturaleza sensorial). La eliminación de la razón y de la voluntad (las dos facultades del espíritu humano) tiene una consecuencia inmediata: el bien queda reducido al bien sensible y el mal al mal sensible; es decir, bien y mal se equiparan, a falta de la intervención del espíritu, al placer y al dolor. Se aprecia fácilmente que la reducción del bien al nivel sensible presupone la negación de la espiritualidad humana. El empirismo es una forma de materialismo. Para Hume, bueno es lo que proporciona o aumenta el placer y malo lo que comporta o incrementa el dolor.

Jeremy Bentham continúa la construcción del edificio de la ética empirista allí donde Hume lo había dejado. Hume había equiparado, implícitamente al menos, a hombres y animales en lo esencial. Tratando en la Investigación sobre el entendimiento humano de la razón de los animales, había puesto las bases para negar la razón y la voluntad humanas y, en consecuencia, para equiparar hombres y animales. Bentham, sin embargo, va más allá; o al menos hace explícito lo que Hume solo había sugerido. Admitiendo que la capacidad de experimentar placer y dolor es el verdadero fundamento de la moral y de la posesión de derechos, Bentham no tiene más remedio que postular la existencia de los derechos de los animales.

¿Pero hay razón alguna por la cual debiéramos dejar que se les atormente [a los animales]? Ninguna que yo pueda ver. ¿Hay razón alguna por la cual no debiéramos dejar que se les atormente? Sí. Varias. Lejos está el día, y lamento decir que en muchos lugares ese día no ha pasado aún, en que la mayor parte de los individuos de nuestra especie han sido tratados por la ley, bajo la denominación de esclavos, exactamente al mismo nivel en el que, en Inglaterra, por ejemplo, son todavía tratadas las razas inferiores de animales. Puede que llegue el día en que el resto de la creación animal logre adquirir esos derechos que nunca podrían haberles sido arrancados sino por la mano de la tiranía. Los franceses han descubierto ya que la negrura de la piel no es razón para que un ser humano fuese abandonado sin remedio al capricho de un torturador. Puede que llegue un día en que se reconozca que el número de patas, la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum sean razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensitivo a la misma suerte. ¿En qué otro lugar debiera trazarse la línea insuperable? ¿Es la facultad de razonar, o quizá la facultad de discurso? Pero un caballo o un perro en su pleno vigor es, sin comparación, un animal más racional, y más dialogante, que un niño de un día, o una semana. Pero supóngase que fuera este el caso, ¿qué probaría eso? La cuestión no es si pueden razonar, ni si pueden hablar, sino si pueden sufrir.55

Ahora bien, si se es consecuente, la petición de derechos para los animales implica el rebajamiento del concepto de persona al de animal capaz de sentir (o de tener conciencia sensible) y de tener intereses sensibles. Pero la persona no es eso. La persona es el ser de naturaleza racional. El problema que suscita Bentham sobre los derechos de los animales no es un problema moral, sino antropológico y en última instancia metafísico. La cuestión no es si los animales tienen o deben tener derechos, sino si son capaces de tenerlos. Más aún, la cuestión radical es qué son los animales y qué son los hombres. Solo a partir de una clarificación de lo que es el hombre y el animal, como se pretende hacer en este libro, podrá hacerse ulteriormente luz sobre lo que es debido a uno y a otro.

La noción de persona y la metafísica

El tema que ahora abordamos es necesariamente más abstracto. Pero su estudio es indispensable, porque en él se contiene uno de los dos principios que sustentan el pensamiento de Singer.

El término persona tiene dos acepciones, una jurídica y otra metafísica. Desde el punto de vista jurídico, persona es el ser capaz de derechos y obligaciones. Desde el punto de visto metafísico la persona es, según la clásica definición de Boecio, el ser individual de naturaleza racional. La fórmula precisa empleada por Boecio es sustancia individual de naturaleza racional. Es claro, lógicamente, que el sentido jurídico se basa en el metafísico. La atribución de derechos y obligaciones presupone la capacidad de tener y usar de los derechos y de hacer frente a las correspondientes obligaciones. Ahora bien, esta capacidad no es otra que la naturaleza racional, o, en otras palabras, la capacidad de entender y querer.

En la definición de la persona de Boecio conviene ahora analizar tres términos: sustancia, naturaleza y racional. El cuarto término de la fórmula de Boecio, el adjetivo individual, tiene sentido especialmente en el contexto de la problemática trinitaria, que es de donde surge el sentido metafísico del concepto de persona, pero a nosotros no nos interesa ahora. Así pues, la persona es una sustancia de naturaleza racional. Sustancia es aquel ente que es en sí y no en otro. Toda sustancia es necesariamente de un determinado tipo. El tipo de sustancia que es un determinado ente es aquello que se conoce con el nombre de naturaleza. Además de esto, la naturaleza es el principio de operaciones de la sustancia. Pues bien, en este sentido la persona es aquella sustancia que es capaz de realizar actos racionales (en última instancia espirituales), es decir, actos de entendimiento y voluntad. Así pues, sustancia-naturaleza-actos racionales son los tres niveles metafísicos que constituyen la persona.

Conviene aclarar que la relación que hay entre naturaleza (racional) y actos (racionales) es la misma que hay entre ser (que es un acto primero o fundante) y tener o hacer (que es un acto segundo, fundado, más superficial). Efectivamente, algo o alguien es lo que es no por lo que hace (que sin duda guarda una estrecha relación con lo que es, pero que no lo hace ser ni le confiere una determinada naturaleza), sino por lo que ella misma es. Ello quiere decir que el ser (o ahora la naturaleza) y el obrar se encuentran en planos ontológicos distintos. Incluso si algo o alguien no obrara como es propio de los seres de su naturaleza, no dejaría por eso de ser lo que es. En tal sentido, la naturaleza humana es de suyo racional. Los hombres son capaces de ordinario de realizar actos de razón. Pero no dejaría de ser hombre (es decir, sujeto poseedor de la naturaleza humana), no dejaría de ser persona humana aquel ser humano que por diversas circunstancias (como el hallarse en estado de gestación, o de enfermedad psíquica, o el encontrarse en estado de sueño o de pérdida transitoria de la conciencia, como en el caso de la embriaguez o de los estupefacientes, etc.) llegara a ser temporal o incluso permanentemente incapaz de tales actos. La personalidad humana no la constituyen los actos racionales, sino el ser capaz de realizar estos actos, es decir, el ser de naturaleza racional. Es persona humana quien participa de la naturaleza humana, aunque algún obstáculo impida la realización de los actos propios de la persona, como son los actos de razón; del mismo modo que es suficiente para ser un piano tener la naturaleza del piano, aunque resulte que el piano está deteriorado, o que es un mal piano o que es un piano desafinado o que, simplemente, es un piano incapaz de producir ya sonido hermoso alguno. Sin duda, un piano así será un piano estropeado, gravemente defectuoso, y todo lo que se quiera. Pero un piano estropeado, gravemente defectuoso, etc., es, a fin de cuentas, un piano.

Hemos dicho que el ser y el obrar se encuentran en planos diferentes. La persona humana es tal, queda constituida como persona humana en virtud del ser, más en concreto en virtud de la naturaleza humana, no de su obrar. Se es una persona humana porque se es racional y no solo porque se obra racionalmente, aunque esto sea lo que ocurre de ordinario. Los actos racionales expresan la naturaleza racional, pero no la constituyen, porque el plano sustancial de la naturaleza es un nivel más profundo que el de los actos segundos u operaciones, que presuponen el ser constituido en esa naturaleza. Conviene tener esto en cuenta para poderse adentrar en la teoría de la personalidad de Peter Singer con una idea mejor fundada.

En torno al animal racional

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