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Leticia Bianca
Sólo se muere una vez
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SÓLO SE MUERE UNA VEZ Leticia Bianca
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SÓLO SE MUERE UNA VEZ Leticia Bianca
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I. - Qué paja, pensé cuando me dijeron que estaría muerta en seis meses. Como si no hubiera tenido suficiente estrés con la vida, ahora también tengo que resolver la no vida. Paja.
II. - Hay que decirlo con todas las letras, mi mamá, aunque no parezca ahora, fue gorda. Y eso se nota. Se nota en las formas, en las cadencias, en las relaciones que tiene con las cosas, con la gente, con el adentro y el afuera, con la digestión. Los chicos gordos siempre tienen más problemas, consigo mismos, con sus amigos, con sus padres. Desde muy pequeños su imagen no se condice con la que impone la publicidad, el mundo occidental y todas las santas normas del buen niño argentino y eso les genera complicaciones que arrastran por siempre. Con esto no quiero decir que los gordos sean peores personas, ni mucho menos. Solo que han logrado sobrevivir al infierno desde muy pequeños y eso los hace distintos. Rápidamente entendieron que se sentía decepcionar, que se sentía ser menos, o ser demasiado más.
III. - Mi papá consumió demasiada cocaína durante demasiados años. Es artista plástico, por eso. En algún momento dejó de consumir, pero no tenemos precisiones. Nadie nunca me lo dijo, aparte, tuve que descubrirlo por mi cuenta porque sus chistes al respecto eran por demás elocuentes. Él siempre hacía muchos chistes, hablaba todo el tiempo como en modo spinetteano, una mezcla entre el lunfardo tanguero y metáforas tipo cadáver exquisito. Se expresaba como con máximas, mi papá, no era alguien con quien pudieras tener una conversación muy sensata, la verdad. Siempre tuvo una velocidad mental admirable que la cocaína no había menguado. Quizás hasta debería agradecer que se hubiera drogado tanto tiempo porque eso redujo un poco su asombrosa capacidad de cazar al vuelo lo que se le decía, darle cien vueltas y devolverlo masticado, digerido, vomitado e inentendible. Ejemplos: cuando estaba a punto de recibirme y no sabía qué hacer con mi vida me dijo “Hija, tranquilizate, vos ahora sos la que mandas las Cartas Documento y ya no te van a llegar”. What. Otra vez fue aún más lejos: le dije que me había separado pero que le estaba poniendo muchas fichas a mi profesión y me dijo tajante “Pijas ahora no, ya vendrán las épocas de pijas”. AllRight. En algunos casos también se disfrazaba de gurú espiritual y frente a mis disquisiciones adolescentes decía cosas que pretendían guiarme de manera surrealista: “Hay que tener todas las bombachas en el mismo lugar”, o “Los zapatos negros con los negros y los marrones con los marrones”. Ok.
IV. - Frente a la inminencia de la muerte, mucha gente se trastorna. Mejor dicho, toda la gente se trastorna, en un sentido literal, porque la muerte es la cosa menos natural del mundo. Si bien todos sabemos que vamos a morir, no pensamos en eso todo el tiempo, y aunque hemos visto morir a gente a nuestro alrededor, no pensamos que la gente que está actualmente a nuestro alrededor va a morir. En general eso es bueno, pero podría ser leído como una desnaturalización quizás demasiado peligrosa de la realidad. La muerte, como la vida, es algo natural, pero la muerte irrumpe con un nivel de violencia tal en la cotidianidad de la gente que logra trastornarla como si nunca hubiera imaginado que fuera posible morir.
V. - Lo que hice fue aún más kamikaze que morirme: junté a mi mamá y a mi papá en una cena para contárselos. No podía soportar el hecho de verlos juntos, pero tampoco podía soportar dos conversaciones así por separado. Hacía cinco años que no se veían y no sabía cómo podía terminar esa reunión, pero era el mal menor. Imaginaba que mi mamá exageraría todo, pondría el grito en el cielo, dejaría hasta los floreros sin agua de lo que bebería, mientras que mi papá se concentraría en enojarse con ella y me dejaría a mí y a mi decisión en paz. Era una apuesta arriesgada pero la única posible.
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