Читать книгу Sólo se muere una vez - Leticia Bianca - Страница 8

III. - Mi papá consumió demasiada cocaína durante demasiados años. Es artista plástico, por eso. En algún momento dejó de consumir, pero no tenemos precisiones. Nadie nunca me lo dijo, aparte, tuve que descubrirlo por mi cuenta porque sus chistes al respecto eran por demás elocuentes. Él siempre hacía muchos chistes, hablaba todo el tiempo como en modo spinetteano, una mezcla entre el lunfardo tanguero y metáforas tipo cadáver exquisito. Se expresaba como con máximas, mi papá, no era alguien con quien pudieras tener una conversación muy sensata, la verdad. Siempre tuvo una velocidad mental admirable que la cocaína no había menguado. Quizás hasta debería agradecer que se hubiera drogado tanto tiempo porque eso redujo un poco su asombrosa capacidad de cazar al vuelo lo que se le decía, darle cien vueltas y devolverlo masticado, digerido, vomitado e inentendible. Ejemplos: cuando estaba a punto de recibirme y no sabía qué hacer con mi vida me dijo “Hija, tranquilizate, vos ahora sos la que mandas las Cartas Documento y ya no te van a llegar”. What. Otra vez fue aún más lejos: le dije que me había separado pero que le estaba poniendo muchas fichas a mi profesión y me dijo tajante “Pijas ahora no, ya vendrán las épocas de pijas”. AllRight. En algunos casos también se disfrazaba de gurú espiritual y frente a mis disquisiciones adolescentes decía cosas que pretendían guiarme de manera surrealista: “Hay que tener todas las bombachas en el mismo lugar”, o “Los zapatos negros con los negros y los marrones con los marrones”. Ok.

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Aun con esta forma complicada de comunicarnos logré llevarme bien con él, teníamos discusiones sobre arte, música y política en las que era imposible aburrirse. Y aunque probablemente también estuviera metido en negocios turbios que desconocía, lo que sí estaba confirmado era que era muy cabulero, le gustaba ir casino y las comidas pesadas de bodegones impresentables. En resumen, si bien no puedo decir que me haya enseñado mucho sobre nada, me dijo cosas tan bizarras que me llevaron años entender pero que hicieron de mí la persona que soy. Entre sus slogans publicitarios y sus máximas de un tipo cualquiera, el hombre iba forjando mi carácter. Sin dudas no era lo que se dice una persona con un alto nivel moral, pero mucho no me importaba. Era mi papá y lo quería.

Otro de sus pecados era una acosada misoginia. En eso yo venía a representarle una especie de contradicción ininteligible entre, por un lado, su postura de superioridad intelectual frente a las mujeres y por otro, su actitud progresista conmigo. Se le cruzaban muchos cables cuando me veía independiente, pero en el fondo era obvio que estaba orgulloso de mí, aunque no me quedaba muy claro si que un tipo como él estuviera orgulloso de mí me enorgullecía a mí.

Con el tiempo luego del divorcio rehízo su vida, se casó y tuvo dos hijos con su segunda esposa. Y si bien durante los años en los que fuimos solo nosotros nuestra relación había sido pésima, cuando nacieron mis hermanos todo cambió y logramos acercarnos. Igual, como buen cocainómano, mi viejo era un tipo negador y la realidad le parecía una mera excusa que podía hacer y deshacer a su gusto. Sin embargo, hacía poco había enterrado a su padre y eso lo había llevado a enfrentamientos con demasiada realidad, por lo que no estaba en su mejor momento. Por eso, cuando cuadré calendarios entre su vida y la mía me corrió un frío por la espalda. No podía creer que casi tres meses después de visitar el cementerio con él para despedir a su padre tenía que decirle que su primogénita también moriría pronto. Tampoco sabía cómo iba a tomar que no quisiera hacer el tratamiento. Había que buscar alguna frase de un tango o de una canción de los Stones, su banda favorita, para que me entendiera. Y aunque no estaba segura de cómo sería mí reacción tras contarle las malas nuevas, estaba convencida de que él se reiría de nuestra desgracia. Eso era lo bueno de tener un padre como el mío, pasara lo que pasara sabía que iba a hacer un chiste, abrazarme y convencerme de que todo estaría bien.

Sólo se muere una vez

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