Читать книгу La última vez que te vi - Liv Constantine - Страница 9

3

Оглавление

—El asesino estaba hoy en el cementerio, quizá incluso en nuestra casa. —A Kate se le quebró la voz al entregarle su móvil al detective Frank Anderson, del Departamento de Policía del condado de Baltimore. Su presencia la tranquilizaba, su actitud decidida y segura de sí misma, y de nuevo volvió a sorprenderle lo a salvo que se sentía con aquella apariencia de fuerza física.

Sentado frente a Simon y a ella en su salón, leyó el mensaje de texto con el ceño fruncido.

—No saquemos conclusiones precipitadas. Podría tratarse de un bicho raro que ha leído sobre la muerte de su madre y el funeral; se le ha dado mucha cobertura informativa.

Simon se quedó con la boca abierta.

—¿Qué clase de perturbado hace algo así?

—Pero se trata de mi móvil personal —objetó Kate—. ¿Cómo podría haber conseguido el número un desconocido?

—Por desgracia, en la actualidad es bastante sencillo conseguir un número de teléfono. La gente puede usar muchos servicios de terceras personas. Y había varios cientos de personas en el cementerio. ¿Las conocía a todas?

—No —respondió negando con la cabeza—. Pensamos en celebrar un funeral privado, pero mi madre estaba tan ligada a la comunidad que sentimos que habría querido que estuviese abierto a cualquiera que quisiera presentar sus condolencias.

El detective tomaba notas mientras hablaban.

—En circunstancias normales, daríamos por hecho que se trata de un chiflado, pero, dado que estamos ante un crimen sin resolver, nos lo tomaremos más en serio. Con su permiso, vamos a pedir que le pinchen el teléfono. También me gustaría hacerlo con su teléfono de casa y con sus ordenadores. Así podremos ver en tiempo real si recibe más amenazas, y podremos rastrear la dirección IP.

—Por supuesto —respondió Kate.

—Llevo encima un equipo que me permite hacer una réplica de su teléfono. Lo haré cuando hayamos terminado y veremos si puedo rastrear este mensaje y descubrir quién lo envió. Haga lo que haga, no responda si vuelve a saber algo de él. Si se trata de un acosador, querrá que haga justo eso. —Le dedicó a Kate una mirada compasiva—. Siento mucho que tenga que enfrentarse a esto aparte de a todo lo demás.

Kate sintió solo un ligero alivio cuando su marido acompañó a Anderson hasta la puerta. Pensó en la última vez que había recibido una noticia aterradora por teléfono, la noche en que Harrison había encontrado a Lily. Había visto el número de su padre en la pantalla y, al responder, había oído su voz frenética.

—Kate. Nos ha dejado. Nos ha dejado, Kate —sollozaba al otro lado de la línea.

—Papá, ¿de qué estás hablando? —preguntó ella sintiendo cómo el pánico se extendía por su cuerpo.

—Alguien ha entrado en la casa. La han matado. Dios mío, esto no puede ser verdad. No puede ser cierto.

Kate apenas había logrado entender sus palabras de tanto como lloraba.

—¿Quién ha entrado? ¿Mamá? ¿Mamá está muerta?

—Sangre. Sangre por todas partes.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Has pedido una ambulancia? —le preguntó con tono agudo, a punto de dejarse sobrepasar por los nervios.

—¿Qué voy a hacer, Katie? ¿Qué voy a hacer?

—Papá, escúchame. ¿Has llamado al nueve uno uno? —Pero a través del teléfono solo había oído sus sollozos entrecortados.

Se había montado en el coche y había recorrido aturdida los veinticinco kilómetros hasta casa de sus padres tras escribir un mensaje a Simon para que se reuniese con ella allí lo antes posible. Vio las luces rojas y azules a dos manzanas de distancia. Al acercarse a la casa, una barrera policial le cortó el paso. Al bajarse del coche, vio el Porsche de Simon detenerse detrás de ella. Los del servicio de emergencia, la policía y los CSI entraban y salían de la casa. Con pánico creciente, se alejó corriendo del coche y se abrió paso entre la multitud, pero un agente se le puso delante con los brazos cruzados, las piernas separadas y el ceño fruncido.

—Lo siento, señora. Se trata de la escena de un crimen.

—Soy su hija —le dijo ella, tratando de pasar mientras Simon corría hacia ella—. Por favor.

El agente de policía negó con la cabeza y le puso una mano delante.

—Saldrá alguien para hablar con usted. Lo siento, pero voy a tener que pedirle que se aparte.

Y entonces observaron y esperaron juntos, aterrorizados, mientras los investigadores entraban y salían, con cámaras, bolsas y cajas, y colocaban cinta policial amarilla sin ni siquiera mirarlos. Los equipos de televisión no habían tardado en llegar, con sus cámaras apuntando a los reporteros sin aliento, micrófono en mano, mientras relataban hasta el último detalle macabro que pudieran obtener. Kate quiso taparse las orejas con las manos al oírles decir que a la víctima le habían reventado el cráneo.

Al fin, vio que sacaban a su padre de la casa. Sin pensarlo, corrió hacia él. Antes de haber podido dar unos pocos pasos, unas manos poderosas la agarraron para que no siguiera avanzando.

—Suélteme —gritó, retorciéndose contra el agente que la sujetaba. Las lágrimas resbalaban por su cara y, cuando el coche de policía se alejaba, gritó—: ¿Dónde se lo llevan? Suélteme, maldita sea. ¿Dónde está mi madre? Necesito ver a mi madre.

Entonces el hombre aligeró la fuerza, pero no suavizó su expresión.

—Lo siento, señora. No puedo dejarla entrar.

—Mi padre debería estar con ella —dijo Kate. Al ver a Simon junto a ella, tomó aliento y trató de calmarse. Aunque seguía enfadada con él, su presencia era tranquilizadora.

—¿Dónde se lo han llevado? Al doctor Michaels, el padre de mi esposa. ¿Dónde se lo han llevado? —preguntó Simon rodeándola con un brazo.

—A la comisaría para interrogarlo.

—¿Interrogarlo? —preguntó Kate.

Una mujer uniformada se le acercó.

—¿Es usted la hija de Lily Michaels?

—Sí. La doctora Kate English.

—Me temo que su madre ha fallecido. Siento mucho su pérdida. —La agente se quedó callada unos instantes—. Vamos a necesitar que venga a la comisaría para que responda a unas preguntas.

«¿Siento mucho su pérdida?» Qué superficial. Simplista, incluso. ¿Así era como la veían los familiares de los pacientes cuando les daba una mala noticia? Había seguido a la agente, pero solo podía pensar en su madre, muerta, siendo fotografiada y estudiada por los investigadores antes de ser trasladada al depósito para que le realizaran la autopsia. Ella había visto unas cuantas autopsias cuando estudiaba. No eran agradables.

—¿Has comido algo? —le preguntó Simon, devolviéndola al presente al entrar en la habitación.

—No tengo hambre.

—¿Y un poco de sopa? Tu padre dijo que Fleur había preparado arroz con pollo.

Kate lo ignoró, él suspiró y se sentó en una silla junto a un ramo de flores que le habían enviado sus compañeros del hospital; acarició la punta de una hoja mientras leía la tarjeta.

—Qué amables —comentó—. Deberías comer algo, aunque fuera poco.

—Simon, por favor, para, ¿quieres? —No quería que se comportase como un marido devoto y cariñoso después de la tensión de los últimos meses. Cuando las peleas y los reproches alcanzaron un punto en el que Kate ya no podía concentrarse en su trabajo ni en ninguna otra cosa, había acudido a Lily. Hacía solo pocas semanas que se habían sentado junto a la chimenea en el acogedor estudio de sus padres, reconfortadas por las llamas, Kate con el uniforme del hospital y Lily muy elegante con unos pantalones blancos de lana y un jersey de cachemir. Lily la había mirado con intensidad y gesto serio.

—¿Qué sucede, cielo? Parecías muy disgustada por teléfono.

—Es Simon. Ha… —Se detuvo, sin saber por dónde empezar—. Mamá, ¿te acuerdas de Sabrina?

Lily frunció el ceño y la miró confusa.

—Sí que te acuerdas. Su padre fue quien se ocupó de todo cuando murió el padre de Simon, se convirtió en un mentor para Simon. Sabrina fue dama de honor en nuestra boda.

—Ah, sí. Me acuerdo. No era más que una cría.

—Sí, tenía doce años en aquel momento. —Kate se inclinó hacia delante sobre su silla—. ¿Recuerdas que, la mañana de la boda, mientras estábamos todas aquí preparándonos, Sabrina desapareció? Fui a buscarla. Estaba en una de las habitaciones de invitados, sentada al borde de la cama, llorando. Me dispuse a entrar, pero entonces vi que su padre estaba con ella, de modo que me quedé fuera, oculta. Estaba muy disgustada porque Simon fuese a casarse. Le dijo a su padre que siempre había creído que Simon esperaría a que creciera para casarse con ella. Sonaba muy lastimera.

Lily se quedó con los ojos muy abiertos, pero mantuvo la misma expresión de calma.

—Se me había olvidado eso, pero fue hace años. Era joven y estaba encaprichada.

—Pero no ha cambiado nada —respondió Kate con la cara roja—. Intenté entenderlo y ser amable, de verdad. Su madre murió cuando tenía cinco años y pensé que yo podría ser una buena amiga, incluso una confidente. —Suspiró—. Pero rechazó mis esfuerzos. Nunca se mostró grosera delante de Simon, pero, cuando estábamos solas, dejaba claro que no quería tener nada que ver conmigo. Y ahora, desde que murió su padre, está más pesada que nunca, llama a todas horas, cada vez quiere pasar más y más tiempo con Simon.

—Kate, ¿qué tiene que ver todo esto contigo? Siempre y cuando Simon no le dé pie, no tienes por qué preocuparte. Y la pobre chica se ha quedado huérfana muy joven.

—Esa es la cuestión. Que sí que le da pie. Cada vez que llama con algún problema o algo que hay que arreglar, él va. Y cada vez llama más. Él pasa mucho tiempo allí. Más del que debería. —Kate hablaba cada vez más alto—. Dice que no es nada, que estoy exagerando, pero no es verdad. Ahora que trabaja con él, están juntos a todas horas. Cenan juntos, viene a casa a montar a caballo, me ignora por completo y babea por él. He llegado a un punto en que no puedo soportarlo más. Le he pedido a Simon que se vaya.

—Kate, escucha lo que estás diciendo. No puedes romper tu familia por algo así.

—Pues ya no lo soporto más. No debería haberla contratado, pero su padre le pidió en su lecho de muerte que cuidara de ella. Sabrina le pidió trabajo a Simon en cuanto su padre murió.

—No me parece que Simon tuviera alternativa —le dijo su madre—. Las cosas se arreglarán. Quizá solo sea por el duelo.

—Francamente, mamá, estoy cansada de ser la esposa compasiva y sufridora. Es ridículo que me traten así y que luego mi marido me diga que soy injusta.

Lily se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Se acercó a donde estaba Kate, le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.

—Voy a hablar con Simon y arreglarlo todo.

—Mamá, no. Por favor, no hagas eso. —Lo último que deseaba era que su madre pusiera a caldo a Simon. Eso empeoraría las cosas. Pero no había vuelto a oír a su madre decir nada sobre el tema. Si Lily había hablado con él, ni Simon ni ella se lo habían dicho.

Miró ahora a Simon y lo vio inclinado hacia delante sobre la silla, con los codos apoyados en las rodillas.

—Por favor, no me rechaces —le dijo—. Sé que hemos tenido nuestros problemas, pero ahora es momento de estar juntos y apoyarnos mutuamente.

—¿Apoyarnos? Hace mucho tiempo que no me apoyas. No debería haber permitido que volvieras a instalarte aquí.

—Eso no es justo. —Simon frunció el ceño—. Me necesitas aquí y yo quiero estar con Annabelle y contigo. Me sentiría mucho mejor estando aquí para cuidar de las dos.

Sintió un escalofrío en los brazos y se apretó la chaqueta de punto al recordarlo: había un asesino suelto. La última frase del mensaje se repetía una y otra vez en su cabeza. Para cuando haya acabado contigo, desearás haber sido tú a la que han enterrado hoy. Eso sugería que aún había más por venir. ¿El asesino habría matado a su madre para castigarla a ella? Pensó en los padres desolados de los pacientes a los que no podía salvar y trató de identificar a alguno que pudiera haberla culpado. O que tal vez hubiera culpado a su padre, que había ejercido la medicina durante más de cuarenta años, tiempo suficiente para crearse enemigos.

—Kate. —La voz de Simon volvió a invadir sus pensamientos—. No pienso dejarte sola. No cuando estás amenazada.

Kate levantó lentamente la mirada hacia él. No podía pensar con claridad. Pero la idea de quedarse sola en aquella casa enorme le resultaba terrorífica.

Asintió.

—Por ahora puedes seguir en la suite de invitados azul —le dijo.

—Creo que debería volver al dormitorio principal.

Kate notó el calor que le subía por el cuello hasta las mejillas. ¿Su marido estaba usando la muerte de su madre para volver a ganarse su afecto?

—Desde luego que no.

—Está bien, de acuerdo. Pero no entiendo por qué no podemos dejar atrás el pasado.

—Porque no se ha resuelto nada. No puedo confiar en ti. —Se quedó mirándolo fijamente—. A lo mejor Blaire tenía razón.

Simon se dio la vuelta con expresión sombría.

—No tenía por qué venir hoy.

—Tenía todo el derecho —respondió ella, enfadada—. Era mi mejor amiga.

—¿Has olvidado que trató de acabar con nuestra relación?

—Y tú te estás encargando de terminar el trabajo.

Simon apretó los labios y se quedó callado unos segundos. Cuando por fin habló, su voz sonó fría.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no hay absolutamente nada? Nada.

Kate estaba demasiado cansada para discutir con él.

—Me voy arriba a acostar a Annabelle.

Annabelle estaba en el suelo con un puzle, con Hilda sentada en una silla cercana, cuando Kate entró en el dormitorio de la niña. ¿Qué habría hecho sin Hilda? Se portaba de maravilla con Annabelle; era cariñosa y paciente, y se mostraba tan entregada con Annabelle que Kate debía recordarle que el hecho de que viviera con ellos no significaba que estuviese de servicio en todo momento. Hilda había sido la niñera de los tres hijos de Selby. Cuando nació Annabelle, Selby le sugirió que la contratara, dado que su hijo pequeño iba a empezar a ir al colegio y ya no necesitaría una niñera a jornada completa. Kate se sintió aliviada y agradecida de tener a alguien de confianza que cuidara de su hija. Conocían a Hilda de toda la vida, y su hermano, Randolph, había sido el chófer de Georgina durante años, un empleado de confianza. Había salido a la perfección.

Kate se arrodilló junto a su hija.

—Qué gran trabajo has hecho.

Annabelle la miró con su carita de querubín y sus rizos rubios.

—Toma, mami —le dijo entregándole una pieza del puzle—. Hazlo tú.

—Mmm. Vamos a ver. ¿Va aquí? —preguntó Kate, y empezó a poner la pieza en el hueco equivocado.

—No, no —dijo la niña—. Va aquí. —Agarró la pieza y la puso en el lugar adecuado.

—Ya casi es hora de acostarse, cariño. ¿Quieres escoger un libro para que mamá te lo lea? —Se volvió hacia Hilda—. ¿Por qué no te vas a la cama? Yo me quedaré con ella.

—Gracias, Kate. —Hilda le revolvió el pelo a Annabelle—. Hoy ha sido una auténtica guerrera, ¿verdad, cielo? Ha sido un día muy largo.

—Sí —le dijo Kate con una sonrisa—. También ha sido un día largo para ti. Vete a descansar.

De la librería, Annabelle sacó La telaraña de Carlota y se lo llevó a Kate. Se sentó en la cama mientras su hija se metía bajo las sábanas. Le encantaba aquel ritual nocturno con Annabelle, pero las noches desde la muerte de Lily habían sido diferentes. Deseaba abrazar a su hija y protegerla de la trágica realidad.

En cuanto Annabelle se quedó dormida, Kate apartó el brazo y salió de la habitación de puntillas. Contempló la última habitación de invitados al final del pasillo, la que ocuparía Simon. Tenía la puerta abierta, la habitación estaba a oscuras, pero veía una luz encendida por debajo de la puerta de su cuarto de baño y oía el agua correr.

Apartó la mirada y pensó en Jake. Sus padres no habían acudido a la reunión en casa después del entierro, de modo que no había tenido oportunidad de hablar con ellos; lo que tal vez hubiera sido mejor, dados los malos recuerdos que debía de producirles. Jake y ella se habían criado en el mismo barrio y prácticamente se conocían desde siempre, pero fue en el instituto cuando se enamoraron. Kate aún recordaba su último año, cuando se sentaba en las gradas y Jake le sonreía desde el campo de lacrosse; daba igual el frío que hiciera aquellos días de partido de febrero o marzo, porque sentía aquel calor por dentro. Y él nunca se perdía una de sus carreras de atletismo y la animaba con su voz profunda. Ambos solicitaron plaza en Yale y parecía estar claro que iban a pasar juntos el resto de su vida; hasta la noche en que todo cambió. Con el paso de los años, Kate había revivido la noche de la fiesta una y otra vez en su cabeza, imaginando que todo acababa de un modo diferente. Si se hubieran marchado diez minutos antes, o si no hubieran bebido. Pero, claro, no podía cambiar la realidad. Lo había perdido en cuestión de unas pocas horas. Cuando fue a su casa pocos días después del funeral, se encontró con las persianas bajadas. Había periódicos atrasados en el porche de la entrada y el buzón estaba lleno. Al final, sus padres y sus dos hermanas acabaron mudándose.

Continuó por el pasillo hasta su dormitorio para prepararse para irse a la cama, aunque sabía que no podría dormir. Entró en el dormitorio, se desabrochó el vestido negro del funeral y lo tiró al suelo, sabiendo que nunca más podría volver a ponérselo. Cuando encendió la luz del cuarto de baño y se miró en el espejo, vio que tenía el pelo lacio y los ojos rojos e hinchados. Al acercarse para mirarse mejor, advirtió algo oscuro por el rabillo del ojo y se quedó helada. Empezó a sudar y a temblar sin control mientras retrocedía horrorizada. Iba a vomitar.

—¡Simon! ¡Simon! —gritó—. ¡Ven aquí, deprisa!

A los pocos segundos Simon apareció a su lado mientras ella seguía mirando los tres ratones muertos, colocados en fila en el lavabo, con los ojos arrancados. Y entonces vio la nota.

Tres ratones ciegos,

tres ratones ciegos.

Mira cómo corren,

mira cómo corren.

Buscaban una vida con dinero,

pero él les sacó los ojos con un cuchillo de carnicero.

¿Alguna vez habías visto algo tan maravilloso

como tres ratones ciegos?

La última vez que te vi

Подняться наверх