Читать книгу Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray - Страница 10
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ОглавлениеSe despertó mucho antes de que sonara la melodía de su móvil. Lo apagó de manera automática, ya que le bastaba con extender el brazo hasta la mesilla de noche junto a su cama. Continuaba mirando de manera fija el techo de su habitación. Le estaba dando vueltas a la manera en la que se despidió de Fabrizzio. Dejándolo con la palabra en la boca en su despacho para subirse a su Honda Black Shadow, y surcar las calles de la ciudad como si quisiera huir de todo. Se había acostado tarde, ya que era consciente de que esa noche le costaría conciliar el sueño. Y no porque no lo intentara, sino porque tenía a cierto italiano metido en la cabeza. Cada vez que cerraba los ojos, los recuerdos la asaltaban sin tregua obligándola a permanecer en vela durante horas. Nunca antes una relación… sonrió al pensar en esa palabra, bueno la verdad era que no sabía si podía calificarse como tal. Mejor lo dejaría en un simple «rollo» o «aventura» que no sabía hacia dónde iba. Pues eso, nunca antes un tío le había dado tantos quebraderos de cabeza. ¡Y solo habían pasado una noche y un día juntos! Se sentía rara, como si no se conociera a sí misma. No se había preocupado por lo que pudiera suceder, ya que los tíos siempre se marchaban en mitad de la noche sin dejar señales. Nunca se había planteado nada con él y, como decían sus amigas, los asustaba. Pero entonces, ¿por qué Fabrizzio no había salido corriendo? Aparte de ser quien era, y su relación profesional con ella, claro está. ¿Por qué se quedó a pasar la noche en su cama? Frunció el ceño y en un acto reflejo estiró el brazo hacia el otro lado para comprobar que estaba vacío. Hizo una ligera mueca de disgusto por este hecho pero se dijo que en parte era lo mejor que podía suceder. «Solo es una relación profesional. Nada más. NO más besos. NO más caricias. NO más miradas provocativas. Y mucho menos juegos bajo las sábanas. O encima», se dijo con determinación, antes de levantarse de la cama y caminar hasta la ducha. Necesitaba estar despejada para enfrentarse a él. Sin embargo, se detuvo de repente cuando los recuerdos de sus cuerpos juntos bajo el chorro de agua la envolvieron y no pudo evitar sonreír con cierta nostalgia. Sintió que la piel se le erizaba con solo pensar en sus sensuales caricias, sus apasionados besos y sus juegos mientras el agua y el jabón recorrían las curvas de sus cuerpos como si de uno solo se tratara. ¿Es que todo le recordaba a él? ¿Tampoco iba a poder desayunar? Sacudió la cabeza y, tras desprenderse de su ropa interior y de la camiseta que empleaba para dormir, abrió el grifo de la ducha y se sumergió bajo el agua fría. Tembló, chilló, y sintió la piel de gallina al contacto con esta. Maldijo el hecho de no haber regulado la temperatura y, tras unos segundos de espera, logró adaptarla a su gusto. Apretó los dientes pensando que el día no empezaba nada bien.
Abandonó el hotel con tiempo para llegar al aeropuerto y esperar allí a Fiona. Confiaba que fuera puntual. Se habían limitado a intercambiar sendos WhatsApp la noche antes para concretar el viaje. Nada más. No la había llamado porque no quería ser inoportuno, además, tal vez debería haber sido ella quien lo hiciera después de su impetuosa salida de su despacho. Le dio la impresión de que la información que le había facilitado no le parecía interesante, después de todo. Pero, en fin, era su exposición. Él solo se estaba limitando a echarle una mano. Se maldijo por el giro que habían tomado los acontecimientos. Tan solo cuarenta y ocho horas antes había amanecido en su cama, después de haber pasado una inolvidable noche con ella. Y ahora ni siquiera sabía cómo reaccionaría al verla. Al menos sabía que no la recibiría con dos besos. Aquella mujer era impredecible. Sin duda que David tenía razón cuando le mencionó su carácter. ¿Por qué se había comportado de aquella manera? Primero intentó seducirlo y después salió pitando de su despacho dejándolo con la palabra en la boca. ¡Una mujer increíble!
Decidió tomar el autobús Airlink 100 que lo dejaría en la terminal. Llegaría con tiempo para un café y repasar algunas notas. Al llegar a la terminal la buscó incesantemente por si estuviera por allí, esperándolo. Pero sus deseos se esfumaron en un minuto. Sacudió la cabeza mientras echaba un vistazo a su vuelo. Volarían a Pisa y desde allí a Florencia en tren. Confiaba en que pudieran limar diferencias durante el viaje. Echó un vistazo al reloj para comprobar que les quedaban casi dos horas para que el vuelo saliera. Caminó hasta los asientos que habían dejado libres un par de viajeros y se dispuso a esperarla allí sentado sin poder dejar de pensar en ella.
Se apeó del bus y cruzó las puertas de la terminal de salidas con una sonrisa en sus labios. Echó un vistazo al monitor donde se reflejaban las salidas y llegadas de los aviones. El suyo, que iba a Pisa, saldría en una hora y media aproximadamente. Consultó su móvil por si tuviera algún mensaje de Fabrizzio, pero no había rastro de él. Frunció el ceño, desconcertada por este hecho. ¡Que no la hubiera llamado para quedar en la terminal era imperdonable! De verdad que su comportamiento le parecía algo infantil. Tal vez por ese motivo ella no tenía pareja. ¡Y luego decía Moira que los asustaba! ¿No sería porque se daban cuenta de que no podía haber nada entre ellos comportándose de aquella manera? Resopló mientras echaba un vistazo a la sala de facturación en busca de él.
Sin duda que llamaba la atención. Con sus vaqueros y su chaqueta de piel en plan motera o estrella del rock. Y con aquellas gafas de espejo con las que lo miraba. Fabrizzio la vio avanzar hacia él con el pelo recogido en lo alto de la cabeza dejando despejado todo su cuello. Mmm, recordó los besos que le había dado ahí, presionando lo justo para hacerla vibrar de deseo. Y luego esa camisa de cuadros abierta dejando entrever sus pechos turgentes por encima de un top de color blanco. Estaba convencido de que se había puesto un push up para realzarlo más y con ello provocarlo. ¡¿Acaso quería matarlo?! ¡¿Por qué se vestía tan sexy cuando estaba con él?! O al menos eso le parecía a él. Sin duda que aquella semana prometía emociones fuertes, y no había hecho más que comenzar. No quería ni imaginar lo que pensaría Carlo cuando la conociera. Ese pensamiento tensó todo su cuerpo como si de un arco se tratara, y estuviera dispuesto a salir lanzado como una flecha.
Fiona se detuvo justo delante de él apoyándose en su maleta y lo miró por encima de las gafas. No pudo evitar sentir un escalofrío cuando los ojos de Fabrizzio se posaron en ella. No debió mirarlo por encima de las gafas sabiendo lo que le provocaba. Pero sentía curiosidad por comprobar si, en efecto, aún tenía esa capacidad de hacerla estremecer con una sola mirada. Debía reconocer que estaba atractivo esa mañana. No demasiado, pero su rostro soñoliento tenía su encanto. Además, no se había afeitado y esa barba de dos días le daba un aspecto más serio, más duro, que no le quedaba nada mal, pensó sonriendo con malicia. «Oye quedamos en que se trataba de una relación profesional. Nada de pensamientos de esa clase, ¿de acuerdo?», se dijo a sí misma cuando se descubrió pensando en lo que le apetecería hacerle. Tal vez se sintiera así porque el recuerdo de los encuentros en su cama o en la ducha aún no se habían evaporado del todo. No podía evitar pensar en lo interesante que se ponía cuando se hacía el chico duro. Umm, era una delicia a pesar de todo. No estaba segura de respetar su decisión de comportarse como una profesional en todo el tiempo que pasaran juntos en Florencia. Sabía que en su interior habitaba una diablilla que no dejaría escapar la oportunidad para intentar seducirlo.
–¿Tenemos tiempo para un café? –le preguntó poniéndose las gafas en lo alto de la cabeza, lo que le daba un aspecto sensual y divertido. Se enfrentaría a su mirada de manera directa. Demostrándole que no le tenía miedo. Que no le afectaba la atracción que existía entre ellos.
–¿No has desayunado? –le preguntó él con un leve toque de sorpresa en su voz, que a Fiona le pareció que sonaba a burla.
–No me ha dado tiempo. No tenía quien me lo preparase –le soltó tratando de hacerle sentir responsable de ello, pero nada más decirlo pensó que tal vez debiera haberse callado.
Antes de que él dijera nada, ella emprendió el camino hacia el puesto de café más cercano bajo la mirada llena de curiosidad de Fabrizzio, y la de los tíos con los que se cruzaba. Miradas llenas de lujuria por lo que le harían si se dejara. Sonrió irónico al darse cuenta de este hecho, y la siguió pensando que tal vez las cosas no estaban tan mal entre ellos como había creído en un principio. ¿Qué le había dicho? ¿Él era el culpable de que no hubiera desayunado? Sacudió la cabeza y salió en pos de ella.
Fiona sintió su pecho agitarse más de lo normal por el comentario hecho. Pero era la verdad, bueno no exactamente. No había podido desayunar porque, por muy raro que pareciera lo había echado de menos. Que le preparase el café y se sentara a la mesa con ella como la otra mañana. Acariciándola en todo momento con su mirada y convirtiendo su desayuno en el mejor que había tomado en su vida, la verdad. Lanzó una mirada por encima de su hombro para comprobar si la seguía. Y, efectivamente, allí venía. Con aspecto de dejado, pero atractivo de igual modo. Y esa sonrisa juguetona en todo momento en sus labios. Cómo los había extrañado en las últimas horas, pensó humedeciéndose los suyos.
Se situó junto a ella mientras esperaba a que le dirigiera la palabra. El aroma a café recién hecho se mezcló con el de ella provocándole el deseo de besarla justo ahí, donde latía su vena. Lo miró con curiosidad, esperando a que él pidiera.
–Un café solo, por favor.
–Olvidaba que tú, como buen italiano, lo prefieres corto y fuerte –comentó con ironía. Buscando provocarlo. ¿Estaba enfadada con él porque no había despertado a su lado en la cama?
–Sí, pero siento decir que el café aquí no tiene nada que ver con el que tomarás en Florencia –le comentó devolviéndole el golpe. Quería encenderla, picarla, ver su reacción. Quería divertirse con ella un rato. Después de la pulla que le había lanzado acerca de que no había estado para prepararle el desayuno, él no estaba dispuesto a dejarla pasar.
–Ya lo veremos.
Durante unos instantes, en los que ambos bebían de sus tazas, ninguno dijo nada. Pero no consiguieron apartar sus respectivas miradas del otro. Como si de una competición se tratara. Fiona sintió que por un momento la taza temblaba en su mano. Un temblor provocado sin duda por la cercanía de Fabrizzio.
–¿Por qué volamos a Pisa y no a Florencia? –le preguntó de manera casual, queriendo romper el incómodo silencio que se había establecido entre ambos.
–No hay vuelo directo. Pero no te preocupes, cogeremos el tren en el aeropuerto de Pisa para que nos lleve a Florencia. Allí nos recogerá Carlo, ya sabe a qué hora llegaremos.
–Lo que tú digas. Yo me fío de ti –le dijo desviando por primera vez su mirada de él.
–¿Puedo saber qué te sucede? ¿No has dormido bien? Estás…
Fiona entrecerró los ojos fulminándolo con su mirada por el comentario que acababa de hacer.
–¿Cómo estoy si puede saberse? –le retó con un tono sarcástico. Cabreada por lo que sentía por él. Por no poder apartar de su mente tórridas escenas de ambos. Por echarlo de menos esa mañana al despertar. Por tener que pasar una semana con él y haberse hecho la promesa de no sucumbir a sus encantos una vez más. Eso la encendía. Y más si él hacía preguntas de ese tipo.
Fabrizzio sonrió de forma socarrona. Divirtiéndose al verla reaccionar de aquella manera. Había sido bastante explícita al revelarle que había echado de menos su desayuno. ¿Solo eso? Estaba convencido de que en el fondo le estaba pasando lo que a él. Sentían la química del deseo flotando a su alrededor. La atracción se había sentado entre ellos compartiendo la mesa de la cafetería. Y sin duda había decidido irse a Florencia con ellos. De eso estaba seguro. Fiona se puso las gafas para que él no se percatara de la necesidad, del anhelo que asomaba a sus oscuros ojos. No quería mostrarse débil ante él. Que pensara que lo echaba de menos. Que sentía la necesidad de acariciarlo, de sentir su mano trazando el perfil de su rostro. Cómo le fastidiaba tener que comportarse de esa manera. Pero quedaron que sería un comportamiento profesional.
–Solo quería saber si te pasaba algo. Nada más –le susurró con voz ronca, acercándose peligrosamente a su rostro. El aroma de su perfume invadió una vez más sus sentidos. Después, dejó que su pulgar acariciara la comisura de los labios de Fiona. Aquel leve contacto la sobresaltó. Se levantó las gafas y lo miró confundida, con la respiración tan revolucionada que sus pechos subieron y bajaron de manera sensual y provocativa. Las alarmas en su interior se dispararon. Y, mientras, Fabrizzio se limitó a sonreír mostrándole la yema de su pulgar manchada de café.
Fiona no sabía si debía abofetearlo o coger su cara entre sus manos y besarlo con esa necesidad urgente que sentía desde la otra noche en que lo dejó en su hotel. En cambio, se humedeció los labios como si estuviera invitándolo a probarlos. A adueñarse de ellos sin pedirle permiso. Deslizó el nudo que se le había formado en la garganta y que parecía haber bajado hasta su estómago. Le gustó su atención, su delicadeza, su detalle por limpiarle el café. En verdad que nunca había conocido a nadie como él. Ni tampoco tenía intención de conocer a otro. Con él… era suficiente. Y lo sabía aunque se sintiera ofuscada consigo misma, porque lo que a otros espantaba, a él no parecía afectarle. Y no era una cuestión de que él fuera el director de la Galería Uffizi de Florencia, y que tuvieran que trabajar juntos. Era una cuestión de que ella se había visto sorprendida por su forma de ser, antes siquiera de saber quién era en realidad.
–Tal vez deberíamos pasar el control –le sugirió dándose cuenta que ella parecía haberse quedado petrificada por su simple gesto–. Ya sabes que llevará su tiempo.
–Cierto. Pero antes quisiera ir al aseo. ¿Te encargas de mi maleta?
Fabrizzio asintió mientras ella se alejaba algo alterada. Necesitaba refrescarse. Aclarar su mente y preguntarse qué estaba haciendo. Empujó la puerta del aseo de mal humor y abrió el grifo del agua fría. Necesitaba refrescarse para aplacar la temperatura que su cuerpo desprendía en esos momentos. Apoyó las manos sobre el mármol frío y se concentró en la imagen que el espejo le devolvía. Se humedeció las manos y se dio pequeños toques por el rostro y el cuello. Entrecerró los ojos como si se estuviera retando, pero en ese momento sintió cómo una gota de agua resbalaba muy sutilmente por su canalillo provocándole una sensación agradable y placentera. Cerró los ojos y recordó cómo Fabrizzio había dejado que su dedo primero, y su lengua húmeda después, hicieran ese mismo recorrido. Trató de serenarse y salir del aseo con otra cara, otro talante distinto al que había mostrado hasta ahora. Pero sin bajar la guardia ante él. «Profesionalidad ante todo«, se dijo lanzando una última mirada al espejo y viendo cómo asentía de manera firme.
Lo encontró en la barra mientras recibía el cambio de los cafés. Fiona se dio cuenta de que no le había dado dinero para pagar el suyo. Bueno, tampoco era para tanto.
–¿Estás lista? –le preguntó tratando de que su mirada no la recorriera de arriba abajo y el deseo volviera a llamar a su puerta.
–Sí, claro. Oye, gracias por el café.
–No tiene importancia.
–Bueno, es lo menos que podías hacer ¿no? –le rebatió con ironía, mientras él la miraba sin comprender su comentario–. Por no preparármelo en casa esta mañana. –Le guiñó un ojo y le regaló una sonrisa no exenta de picardía. Quería ser más dura con él, pero cuanto más lo intentaba, más le costaba. Y más juguetona se volvía. Tal vez debiera cambiar de táctica y mostrarse sensual y traviesa con él después de todo.
Fabrizzio no le respondió, pero algo en su interior pareció cobrar vida. ¿Sería posible que después de todo solo estuviera fingiendo estar enfadada? Caminó hasta el control de pasaportes. Fiona comenzó a despojarse de sus pertenencias y de su chaqueta, lo cual agradeció Fabrizzio sin poder evitar recrearse en su cuerpo. Esbozó una sonrisa de picardía y más cuando, al pasar por el arco de metal, este comenzó a pitar. Fiona se mostró contrariada por este hecho.
–Llaves. Monedas. El cinturón, señorita –le señaló la guardia mientras Fiona miraba a Fabrizzio y este le sonreía de manera irónica. Una vez que se hubo despojado de este cruzó el arco sin problemas. Recogió su bandeja y se apartó para poder guardar todo.
Fabrizzio se acercó a ella mientras la veía pasar el cinturón por las trabillas de la parte trasera de su pantalón. Con el movimiento, la camisa se le abrió un poco más y pudo disfrutar de la exquisita visión de sus voluminosos pechos de piel cremosa. Fiona se dio cuenta de ese detalle y le lanzó una mirada de incomprensión. ¡Por favor, ya se los había visto! ¿A qué venía abrir los ojos de aquella manera tan desmesurada? Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de halago al sentir su mirada en ella. Deseándola a pesar de lo acordado.
Caminaron hacia la puerta de embarque, donde no tuvieron que esperar demasiado para subir al avión. Una vez a bordo, Fabrizzio se volvió hacia ella para preguntarle:
–¿Ventanilla o pasillo?
–Pasillo. No me gusta mirar por la ventanilla –le dijo con cierto tinte de temor en su voz.
Fabrizzio subió su equipaje y esperó a que ella le tendiera su maleta.
–Será mejor que pases a tu asiento, o no nos moveremos. Que sepas que agradezco tu detalle –le dijo mientras cargaba con su maleta y se disponía a guardarla. Se estiró hasta que la camisa y el top se le salieron del pantalón, y Fabrizzio se quedó clavado en la porción de piel que había quedado al descubierto. Sintió deseos de pasar su dedo por encima, dejarlo resbalar hacia el borde del vaquero y tirar de este para que Fiona cayera sobre él. Entonces no tendría compasión con ella.
Pero, para su sorpresa, el destino pareció leer sus pensamientos y de repente Fiona aterrizó sobre él debido al intenso tráfico que se había producido en el pasillo. La recibió entre sus brazos y sus rostros volvieron a quedar separados por escasos centímetros. Fabrizzio estaba apoyado prácticamente contra la ventanilla con ella encima, mirándola con un gesto de sorpresa por haber acabado así. Fiona se humedeció los labios e intentó incorporarse pero, por algún motivo, no podía. Y no se trataba de que su pierna estuviera algo atrapada entre los asientos. Que él la sujetara con aquella mezcla de firmeza y delicadeza. O que de repente sintiera que uno de sus dedos le acariciaba de manera perezosa la piel de su espalda, por debajo de la camisa y camiseta que se habían salido del pantalón. Se trataba de que entre sus brazos se sentía reconfortada. Los dedos de él jugaron con algunos mechones que se habían soltado y ahora caían libres sobre su rostro. Fiona sopló intentando alejarlos de este mientras Fabrizzio sonreía divertido y los devolvía a su lugar. Fiona sintió un escalofrío cuando notó el dedo de él trazando el contorno de su oreja. Fabrizzio se quedó eclipsado por el brillo magnético de sus ojos. Y se preguntó en qué momento pensó en ella como su compañera. No sabría decirlo con exactitud, pero aquella mujer le había arrebatado la cordura. Sin saberlo. Sin pretenderlo. Fiona se mordió el labio, presa de una agitación extrema, sintiendo el influjo que Fabrizzio ejercía sobre ella. Ese magnetismo que la había sorprendido desde el primer momento que lo vio en la taberna. ¿Cómo era posible que sintiera eso por él? Cerró los ojos y se acercó dispuesta a besarlo, le bastaba por ahora con un leve y suave roce de sus labios para seguir adelante.
–Por favor, ¿me permite? –preguntó la voz de un hombre mayor–. ¿Necesita ayuda?
Fiona sintió que su momento mágico acababa de esfumarse. Cerró los ojos y sonrió con timidez, mientras Fabrizzio la ayudaba a incorporarse y por fin se sentaba.
–Estos aviones son muy estrechos –le dijo el hombre, que parecía una especie de gnomo por la barba que lucía y sus diminutas gafas redondas.
–Sí. Me empujaron y caí –le comentó algo azorada por la situación. Le costaba respirar y su rostro enrojecía por momentos.
–Bueno, estoy seguro de que al caballero no le habrá molestado –comentó lanzando una mirada a Fabrizzio y saludándolo con la mano.
Este le devolvió el saludo y desvió su atención hacia la ventanilla para que Fiona no viera su gesto de sorna. Pero cuando sintió el codo de ella golpearlo y se percató de su gesto de advertencia en su mirada, comprendió que con ella no habría un momento de descanso. Fabrizzio se encogió de hombros y la miró sin comprender su gesto.
–Por cierto –le dijo mostrando en alto sus gafas y esbozando una sonrisa de complicidad con ella–. Se te cayeron en tu accidentado aterrizaje.
–Muy gracioso –le espetó arrebatándoselas literalmente de la mano.
Se las puso y apoyó la cabeza contra el respaldo de su asiento, dispuesta a disfrutar del vuelo. No cruzaría una sola palabra con él hasta llegar a la terminal de Pisa. Ahora, oculta tras sus gafas y más tranquila que hacía cinco minutos, rememoró la escena en su mente. La mirada de asombro de él, su tímida sonrisa, sus manos sujetándola por la espalda. No pudo resistirse cuando sintió su delicadeza y su corazón latiendo a mil en aquel reducido espacio. Decidió relajarse y no pensar más en aquello. Ahora mismo su promesa de no acercarse a él y de ser una profesional se había quedado en la terminal del aeropuerto de Edimburgo.
Fabrizzio echó un vistazo a unos documentos que había subido al avión. El vuelo duraba casi tres horas y prefería ir avanzando algo de trabajo. Desvió su mirada en un par de ocasiones hacia ella y la descubrió durmiendo relajada. Seguramente la noche anterior había sido dura, igual que para él. ¿Había dicho en serio que había echado de menos que le prepara el café? La pregunta quedó grabada en su mente. Sin duda que tendría oportunidad de que se lo aclarara. No iba a dejar las cosas de esa manera. Pero lo que más le había sorprendido era que hubiera querido besarlo cuando se cayó sobre él en el asiento. Sí. Lo había percibido en su mirada. Se había inclinado hacia él dispuesta a besarlo, y él deseoso de recibirla. Pero en último momento, el destino había decidido que no era el momento para ello.
Fabrizzio contempló por la ventana que se estaban aproximando al aeropuerto de Pisa. Miró a Fiona detenidamente y le dio la impresión de que seguía dormida, ya que no emitía ningún sonido, salvo su respiración relajada. Sonrió mientras le levantaba las gafas y al hacerlo se encontraba con los ojos de ella entreabiertos.
–¿Qué sucede? –le preguntó mientras ella misma se sujetaba las gafas en lo alto de la cabeza.
–Estamos llegando. Vamos a aterrizar.
–¿Ya? –le preguntó sorprendida, como si el viaje le hubiera parecido relativamente corto–. Me ha parecido corto.
–No me extraña, te has pasado dormida las tres horas de vuelo.
Fiona asintió mientras se inclinaba sobre él para poder echar un vistazo por la ventanilla y ver el aeropuerto de Pisa. No pareció que fuera muy consciente de su acto, pero sí Fabrizzio, quien sintió que apoyaba la mano sobre su pierna. Fiona asintió antes de retirarse a su asiento, pero entonces se fijó en la expresión de desconcierto en el rostro de él.
–¿Por qué me miras así?
–Creí haberte escuchado decir que no querías ventanilla –le recordó con una de sus sonrisas.
–Y no me gusta. Pero quería echar un vistazo ahora que vamos a aterrizar –le dijo mientras se acomodaba en su asiento–. Dime, ¿qué has hecho durante el viaje, aparte de estar centrado en esos documentos? ¿Mirarme a ver si dormía? –le preguntó, no sin cierta sorna, al tiempo que arqueaba una ceja en clara señal de suspicacia y emitía una especie de ronroneo.
Fabrizzio sonrió divertido ante su último comentario.
–¿Por qué estás tan segura de que te he estado mirando?
–No lo sabía, pero tu pregunta y tu rostro te han delatado –le respondió con un toque de orgullo en su voz. Se colocó las gafas y esbozó una sonrisa de triunfo al descubrir que así había sido.
Fabrizzio se quedó sin habla ante aquella magnífica deducción. Sí, era cierto que la había contemplado dormir. Le gustaba la tranquilidad y la paz que desprendía. Recordó que la noche que durmió en su cama se despertó de madrugada y la contempló mientras dormía plácidamente. Con la espalda desnuda, al descubierto para que él pudiera admirarla. Sus cabellos esparcidos sobre la almohada. Su respiración pausada. Sus labios entreabiertos. Le había parecido sensual, pero también sensible. Tierna. Dulce.
La maniobra del avión captó todos sus sentidos. Recogió sus papeles, plegó la mesa, y se abrochó el cinturón para disponerse a aterrizar en Pisa. De allí se dirigirían en tren a Florencia, donde los aguardaba Carlo. Carlo, que tantas ganas tenía de conocer a Fiona. Si él supiera la clase de mujer que era. Si la conociera como él la conocía. Una mujer que no dejaba de sorprenderlo a cada momento.
Carlo había llegado con cierta antelación a la estación central de Florencia. No quería causar una mala impresión a la signorina Fiona. «No sería de buen gusto por mi parte», pensó, mientras sonreía divertido. Más bien podría decirse que tenía muchas ganas de conocerla. Fabrizzio le había advertido y recalcado que ella era intocable. Que su estancia en Florencia se debía única y exclusivamente al trabajo que iba a desempeñar. Pero Carlo conocía a las mujeres, y apostaba que esta no era muy diferente de las demás. Sabía cómo captar su atención, y cómo agasajarla para que se sintiera la reina del baile. No había conocido a ninguna turista que no quisiera descubrir los más bellos lugares de Florencia en su compañía.
El tren procedente de Pisa llegó a la hora que anunciaba el panel indicador. Carlo estiró el cuello buscando a Fabrizzio y a su acompañante. Levantó la mano en cuanto lo vio, haciéndole señales para que se dirigiera hacia donde estaba él. Fabrizzio le devolvió el saludo y deslizó el nudo que se había formado en su garganta. El momento que temía se acercaba. No es que tuviera un temor especial por la reacción que pudiera tener Fiona al conocer a Carlo. Pero se sentía algo incómodo recordando el inusitado interés de su amigo por ella. Sabía cómo era Carlo, y que intentaría seducirla por todos los medios. Lo que no sabía este era cómo las gastaba Fiona.
Carlo desvió la mirada de Fabrizzio para centrarse en la mujer que lo acompañaba. No era muy alta, pero llamaba poderosamente la atención. No es que fuera muy guapa, pero sí resultona. Con aquel cuerpo que cortaba la respiración. Si aquella mujer era una comisaria de exposiciones, él era el Presidente de la República. Fiona lo escrutó de arriba abajo en cuanto estuvo a su altura. Carlo hizo lo mismo pero recorriendo su cuerpo sin poder dejar de imaginarla con otra ropa, o sin ella.
–Llegáis en punto. Menos mal que decidí venir con un poco de antelación –le dijo sin apartar la atención de Fiona. Fabrizzio comenzó a sentirse algo molesto por la manera en que la miraba. Y más cuando se acercó a ella para rodearla por la cintura y darle dos besos.
Fiona lo miró contrariada. De acuerdo que tuvieran que conocerse y saludarse, pero ¿tenía que sujetarla por la cintura de aquella manera tan descarada? Se apartó al momento dejándole claro que ella no era una mujer fácil. Carlo era apuesto, sí, pero nada que ver con el toque misterioso que tenía Fabrizzio. Fiona se había cubierto las espaldas al preguntarle por Carlo en el tren desde Pisa. Y entre lo que le contó y lo que ella pudo deducir, la imagen de Carlo era la viva estampa del típico seductor que se la comía con los ojos.
–Te presento a Fiona, de la National Gallery de Edimburgo. Ya te he contado a qué viene –le recalcó dejando un ligero toque de advertencia en sus últimas palabras.
–Sí, recuerdo perfectamente. Y he hecho mi trabajo. No vayas a pensar mal. Además, ¿qué imagen tendría la signorina Fiona de nosotros? –preguntó haciendo una reverencia hacia ella que provocó una sonrisa irónica en esta.
–Este es Carlo, por cierto. De quien ya te he hablado.
–Espero que haya sido para bien –lo interrumpió regalándole una sonrisa a Fiona.
–Sí. Su descripción se ajusta –le correspondió ella moviendo las cejas y sonriendo divertida. Sin duda. Estaba convencida de que Carlo intentaría ligar con ella. Se le veía venir de lejos.
–Será mejor que acompañemos a Fiona a su hotel –interrumpió Fabrizzio–. ¿Hablaste con David sobre el hotel?
–Todo está arreglado. Una habitación en Nova Porta Rossa. Eso pidió David.
–Sí, es el hotel con el que trabajamos. David lo conoce. Solemos alojar allí a las visitas por motivos de trabajo –le informó Fabrizzio mientras caminaban por el andén en dirección a la salida.
–Si me permites… –le dijo Carlo tomando la maleta de Fiona, a lo que ella sonrió agradecida.
Si quería comportarse como un perfecto caballero, adelante. Ella no iba a decirle que no. De este modo iría más ligera. Entornó la mirada hacia Fabrizzio, cuyo semblante parecía haber cambiado desde que se encontraron con Carlo. ¿Tendrían algo que ver sus continuas atenciones? ¿Sus miraditas? ¿Su forma de tomarla por la cintura para darle dos besos? Entrecerró los ojos mientras un absurdo pensamiento se deslizaba de manera sibilina en su mente. Y no pudo evitar una sonrisa de ¿sorpresa?
Salieron por la puerta principal de la estación central de Florencia y de inmediato el ruido del tráfico inundó los sentidos de Fiona. ¡Por favor, aquello era un completo caos! En nada se parecía a la estación de Waverley en Edimburgo, y su salida a Princess Street.
–Iremos caminando –le dijo Fabrizzio–. El hotel no queda lejos de aquí.
–Vaya caos de circulación que tenéis aquí –dijo abriendo los ojos al máximo al ver los atascos producidos por infinidad de coches, autobuses y taxis. El ruido de las bocinas, de gente gritando, las motocicletas…
–Te acostumbras enseguida. Por cierto, tendrás un coche a tu disposición para moverte por la ciudad o los alrededores –le informó Fabrizzio sin saber si ella conducía. En los días que había estado en Edimburgo ni siquiera se había planteado si tenía coche o no.
–Gracias, pero preferiría una moto –le rebatió mirándolo con ese gesto risueño que a él lo desarmaba. Esa sonrisa llena de picardía perfilada en sus labios que ahora le gustaría probar.
–¿Una moto? –preguntó Fabrizzio extrañado por aquella petición.
–Se refiere a una Vespa, ¿verdad? –aclaró Carlo mirándola de manera intensa. Fiona no pudo evitar reírse de aquel cometario.
–¿Vespa? ¿A eso llamáis moto? Es para críos –les dijo mirando a ambos como si se estuvieran burlando de ella–. ¿Tengo aspecto de conducir una motocicleta? –les preguntó a ambos de manera sarcástica, mientras a los dos se les secaba la boca al contemplarla en aquella pose tan sensual: con las manos sobre sus caderas, una pierna adelantada y esa sonrisa tan… endiablada.
–Entonces… ¿qué moto deberíamos conseguirte? –le preguntó Fabrizzio entornando la mirada hacia ella y hablándole despacio, temiendo su reacción. Carlo no podía dejar de mirarla y darse perfecta cuenta de que su aspecto no era el de una chica de dieciséis años que condujera una Vespa. ¡Madre mía! Aquella mujer sabía lo que quería.
–Algo parecido a mi Honda Black Shadow –les respondió con naturalidad, como si estuvieran hablando del tiempo.
Los dos se quedaron en silencio mirándola sin poder dar crédito a su petición.
–¿No irás a decirme que la Honda que había aparcada cerca del museo…? –Se quedó sin palabras cuando vio la sonrisa de Fiona y cómo asentía de manera lenta, mordiéndose el labio inferior de una manera sensual que lo volvió loco de deseo de besarla. De irse con ella hasta el hotel y arrancarle la ropa.
Carlo no pudo evitar dejar escapar un silbido mientras intercambiaba una mirada con Fabrizzio.
–¿En serio que aquella moto era tuya? –insistió mientras no podía dar crédito a sus palabras. La verdad, era una mujer que lo había sorprendido en varias ocasiones, pero aquello superaba cualquier expectativa–. No te hacía yo en una máquina como esa, la verdad –le confesó mirándola fijamente a los ojos, que ahora brillaban de emoción por haberlo dejado sin capacidad de reacción una vez más.
–Tampoco me lo preguntaste –le comentó mirándolo con sorpresa por sus palabras.
Carlo los miraba divertido. En verdad que aquella mujer era… ¡tremenda! También lo estaba, claro. Sin duda que esa semana iba a dar mucho que hablar. Sí señor. Se acababa de dar cuenta de que Fabrizzio estaba completamente descolocado descubriendo que la signorina montaba en moto. Y no una cualquiera de paseo. No señor. Una de verdad.
–Bueno, si es mucha molestia… Puedo conformarme con… –comenzó diciendo Fiona con cara de ingenuidad y una sonrisa de niña buena, mientras en su interior disfrutaba viéndolo en aquella situación–. ¿Algo más modesto?
Fabrizzio sopesó aquella petición. Sonrió sin poder dar crédito, pero accedió para su propia sorpresa. ¿Qué estaba haciendo por ella? Concederle sus deseos, sus caprichos. ¿Lo sería él también durante esa semana?
–Tendrás tu moto –le dijo con toda certeza de que la conseguiría. La miró fijamente sintiendo que la sangre le hervía en su presencia. Que no podía controlarse, pero recordó dónde estaba. No era lugar para dar un espectáculo. Y menos con Carlo delante–. Ahora, será mejor que vayamos al hotel.
Fiona sonrió complacida por haber ganado otra pequeña batalla dentro de su particular guerra. Quería seguir sorprendiéndolo, ponerlo a prueba. Fabrizzio le gustaba, y mucho, pero quería saber hasta dónde estaría dispuesto a llegar por ella. Sabía que lo de la moto no era gran cosa, pero a ella le valdría para moverse por Florencia y alrededores, aparte de para ver si estaba dispuesto a complacerla.
–Una mujer de armas tomar –le susurró en italiano Carlo a Fabrizzio, al tiempo que emitía un silbido de admiración por ella.
Fabrizzio no dijo nada, sino que se limitó a mirar a su colega y a suspirar. «Si tú supieras», pensó mientras sacudía la cabeza sin poder creer que saliera vivo de aquella semana con ella allí.