Читать книгу Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray - Страница 7

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Fabrizzio pasó por su hotel para recoger unas cosas antes de dirigirse a ver a su amigo. Había abandonado el apartamento de Fiona envuelto en un halo de intriga. El comportamiento de esta al verlo en su cama al despertarse lo tenía desconcertado. En verdad que le había sorprendido su comportamiento aquella mañana. Tal vez no estaba acostumbrada a que sus compañeros de cama se despertaran con ella a la mañana siguiente. Y mucho menos que le prepararan el desayuno, como así había sucedido. Pero recordaba a la perfección que había sido ella misma quien lo metió en su casa a empujones mientras no paraba de besarlo. Luego, lo había arrojado sobre la cama y se había sentado a ahorcajadas sobre él sin darle tregua ni para abrir la boca mientras no dejaba de ronronear como una gatita desvalida. Por favor, ¡qué mujer! Debería haberse visto la cara que había puesto cuando, al salir de su habitación vestida para marcharse, se encontró con café recién hecho, tostadas, un zumo y un plato de huevos revueltos. ¿Por qué se había tomado tantas molestias por ella? Nunca antes se le habría pasado por la cabeza hacer lo que había hecho. Vale que la conociera la noche anterior en la taberna, que se fuera con ella hasta su apartamento y que se acostaran, pero quedarse a dormir, y prepararle el desayuno…

Se cambió de camisa y se puso una americana de pana para aguantar el fresco de la mañana. La temperatura era algo más baja en Escocia que en Italia, pero no se había dado cuenta hasta que se alejó de ella. Pensó en Fiona mientras miraba su teléfono y por primera vez se dio cuenta de que ni siquiera sabía su número. No podría llamarla para verla. Pero ¿de verdad pensaba en hacerlo? ¡Santa Madonna, solo pasaría dos días en Edimburgo, y después regresaría a Florencia! ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué estupidez estaba pensando? Sacudió la cabeza mientras una sonrisa irónica se dibuja en sus labios y pensaba en ella. Una mujer increíble. Arrebatadora. Sexy. Apasionada. Y desconcertante. El tipo de mujeres que despertaban su curiosidad.

Fiona caminaba hacia la National Gallery tratando de centrarse en su nuevo proyecto que, por otra parte, no iba a ser nada fácil. Una exposición de retratistas italianos. Cuando sugirió este proyecto a David, su jefe, la miró como si acabara de dar con la fórmula de la Coca-Cola. Sí, una gran idea. Magnífica. Además, él tenía contactos en Italia para echarle una mano. Fiona sonrió divertida al pensar en ello. Algún dinosaurio de la universidad, más interesado en que su nombre figurara en alguna publicación, que en la exposición.

Llegó a la National Gallery cruzando por Princess Street. Se trataba de un antiguo palacio neoclásico diseñado por Playfair e inaugurado en 1859. La primera vez que se adentró en el edificio y lo recorrió se preguntó cómo era posible que un museo tan pequeño como era la National Gallery pudiera albergar tantas obras maestras. Se exhibían obras del Renacimiento italiano, la pintura flamenca, española y francesa. Maestros como Rubens, Tiziano, Goya, Van Gogh o Monet estaban presentes en sus salas. Y ahora ella pretendía una exposición dedicada a los retratistas italianos del Renacimiento.

Saludó a Stewart en la entrada y se dirigió con paso ligero a su despacho para acomodarse y empezar a trabajar con el material que tenía. De camino saludó a varios compañeros en el museo y pasó por el despacho de David, su jefe. No se fijó bien pero parecía estar reunido a juzgar por las voces que salían del interior. Y risas. Escuchó reír a David en un par de ocasiones. Así como a su acompañante. Un hombre con un tono de voz musical, cuando hablaba en inglés. Con un acento extraño. Le quedó claro que no era ni inglés, ni mucho menos escocés. Sacudió la cabeza cuando una absurda idea cruzó su mente. E incluso se permitió reírse de sus disparatadas ocurrencias.

–Agradezco que hayas venido. Para mí es un detalle –le dijo David con sinceridad.

–No, tal vez sea yo quien deba darte las gracias por acordarte de mí para este proyecto tan ambicioso. Además, me ha permitido ir conociendo las maravillas de tu ciudad –exclamó Fabrizzio entre risas recordándola una vez más.

–Siento no haber podido ir a recibirte y pasar tiempo contigo, pero… –David se encogió de hombros al tiempo que señalaba montones de carpetas, dando a entender que el trabajo le absorbía la mayor parte de su tiempo–. Dime, ¿qué te ha parecido Edimburgo? Espero que hayas aprovechado el día de ayer con nuestros amigos de la universidad.

En este punto Fabrizzio se quedó callado y pensativo. Sonrió de manera cínica al recapacitar en la respuesta que debía darle. ¿Que qué le había parecido? ¿Que si lo había aprovechado? Mejor sería no comentar nada a ese respecto. No quería alarmar a su amigo.

–Fascinante, la verdad. Lo poco que he podido conocer ha merecido la pena –le dijo con total seguridad en sus palabras.

–Me alegro. Pero, dime, ¿sigues pensando regresar pasado mañana a Florencia?

–Así es. Tengo trabajo pendiente en la Galería Uffizi, y ahora que requieres mi ayuda…

–Bueno, en realidad no soy yo quien está al frente de esa exposición.

–¿No? –preguntó con un gesto contrariado Fabrizzio cruzando las manos sobre la mesa y mirando a su amigo con inusitado interés–. ¿Quién es entonces?

–Espera a conocerla. Solo te diré que es la mejor en su trabajo, y que se ha tomado como un reto personal el poder organizar la colección de retratistas italianos del Renacimiento. Es una apasionada de la pintura de tu país. Podría decirse que vive por y para ella. Su dedicación es plena y su conocimiento del tema inigualable. La exposición del proyecto ante los miembros de la junta del museo fue impecable.

–Hablas de ella como si fuese única en su campo. Me alegra que haya gente con tanto interés. ¿La conoceré? –preguntó expectante por verla aparecer.

–Si me das un par de minutos iré a ver si ha llegado. Es trascendental que os conozcáis y que comencéis a intercambiar vuestras impresiones al respecto de la exposición.

–¿De qué plazo estamos hablando para reunir el material, seleccionar las obras que mejor se ajusten y tramitar la documentación para trasladar las obras desde Florencia? Sabes que nos llevará tiempo –le dijo en un claro tono de advertencia.

–Cuanto antes mejor. No quiero que la posibilidad de organizar la exposición se dilate demasiado. Tengo el visto bueno de la junta del museo y no querría que se enfriara. Entiende que una demora… –le explicó poniendo sus ojos en blanco mientras levantaba las manos en alto.

–Podría hacer que sus miembros se echaran atrás. Lo comprendo –asintió Fabrizzio–. Prometo dedicarle todo el tiempo que mis obligaciones en la Galería me dejen.

–Te lo agradezco. He conseguido que aprueben un presupuesto considerable para tal evento. De manera que deberíamos ponernos manos a la obra de inmediato.

–En ese caso, tal vez sería bueno que fueras en busca de ese talento del que me hablas, y que comenzáramos a planificarlo todo –le dijo con un claro tono de advertencia al respecto de ser preciso en lo que requería de él.

David sonrió abiertamente mientras palmeaba a Fabrizzio en el hombro.

–Por eso no debes preocuparte. Le tengo una sorpresa –le dijo mientras caminaba hacia la puerta de su despacho, pero se detuvo de repente y se volvió hacia su colega–. Por cierto, no te sorprendas por su carácter.

Fabrizzio sonrió mientras miraba a David con el ceño fruncido, sin llegar a captar el significado de esas palabras. ¿Carácter? Apostaba a que se trataría de una vieja solterona con el pelo recogido en un moño y gafas de pasta. Algo parecido a una especie de ratón de biblioteca que no ve más allá de sus libros. Se centró en evaluar el tiempo que requería el proyecto, las obras que podrían servir, la documentación que habría que completar, los seguros y los gastos de viajes. Pero bueno, de ello podría ocuparse más adelante. Cuando se reuniera con esa mujer que David le había descrito como una apasionada del arte italiano. Por un breve instante una disparatada idea iluminó su mente como si de un fogonazo se tratara. Sonrió de manera divertida por este hecho, pero lo rechazó de plano.

–Imposible –se dijo mientras sacudía la cabeza y se acercaba a la estantería que había en el despacho.

–Hola Fiona –le saludó Margaret al verla dirigirse a su despacho. Era una mujer entrada en años, pero que se conservaba como algunas de las pinturas del museo: impecablemente jóvenes. Margaret era la directora del departamento de restauración–. El jefe está reunido con un tipo muy apuesto y elegante –le informó con un toque de voz sensual, y una mirada que parecía brillar–. De esos que te hacen volver la cabeza si lo ves por la calle –le dijo suspirando al recordar su encanto desplegado cuando David se lo presentó.

–¿No me digas? –le dijo de pasada, mientras se centraba en buscar algo y no prestaba la más mínima atención a Margaret–. En ese caso ten cuidado con tus cervicales.

–Conoce a David de sus años en la facultad. Ambos estudiaron Historia del Arte. En Florencia –le comentó con un cierto toque de ensoñación, cerrando los ojos.

Aquellas palabras provocaron que Fiona se quedara clavada al suelo. Se volvió con lentitud hacia Margaret mientras su pulso comenzaba a acelerarse de manera inusitada. «¿Italia? ¿Florencia? ¿Cuándo había estado David allí?», se preguntó mientras fruncía el ceño y pensaba que se estaban produciendo demasiadas coincidencias con Italia. Por un breve lapso de tiempo recordó las últimas palabras de Moira y sus visiones inventadas sobre que su futuro podía estar en Italia. «Tonterías de Moira», se dijo como si hubiera dado un carpetazo a este asunto.

–¿Tendrá algo que ver con la exposición que andas preparando? Oye, ¿por qué te has quedado paralizada y con esa cara? –le preguntó Margaret fijando su atención en ella.

–¿De qué me hablas?

–De…

Un suave golpe en la puerta hizo que Margaret centrara su atención en esta, y se olvidara del comentario que iba a hacerle a Fiona. La cabeza de David surgió detrás de la puerta esbozando una amplia sonrisa de satisfacción.

–Bueno días. Ah, veo que has llegado –dijo mirando a Fiona con interés.

–Sí. Acabo de hacerlo. No he querido decirte nada, ya que vi que estabas reunido.

–Cierto. Pero no hubiera sucedido nada si te hubieras pasado. Esa reunión tiene que ver con tu exposición sobre los pintores italianos.

Margaret asintió, mirándola como si le estuviera diciendo: «Te lo dije».

–Me gustaría que vinieras a mi despacho para charlar con una vieja amistad de mis años de estudiante –le pidió con un tono de entusiasmo que nunca antes había percibido en David. Por lo general era bastante serio y no daba muestras de mucha alegría, pese a que era de la misma edad que Fiona. Pero parecía que su puesto requería ese cierto grado de aburrimiento de carácter.

–Sí, claro. Vayamos –replicó Fiona con toda naturalidad.

David salió al pasillo aguardando a que ambas mujeres hicieran lo mismo.

–Me marcho a seguir con mi trabajo. Ya hablamos –le dijo Margaret guiñándole un ojo en clara señal de complicidad, mientras esbozaba una sonrisa pícara.

Fiona no le dio importancia a sus gestos y comentarios cuando entró en su despacho. «¿Atractivo?», pensó mientras arqueaba una ceja en señal de perspicacia.

–Fiona, que sepas que la persona que voy a presentarte es todo un experto en la pintura italiana del Renacimiento. Y más si cabe en los retratistas –comenzó diciéndole antes de entrar a su despacho–. Es el director de la Galería de los Uffizi en Florencia.

Fiona entrecerró los ojos al tiempo que asentía y era consciente de lo que ello significaba. La Galería de los Uffizi era el museo de arte más importante de Florencia, que contenía obras pictóricas de todos los siglos. Sin duda, el lugar perfecto para colaborar con su exposición.

David abrió la puerta de su despacho dejando paso a Fiona, quien se quedó mirando fijamente al hombre que estaba de espaldas. Alto, de complexión fuerte, con el cabello oscuro y abundante. Vestía de manera informal. Con una americana de pana en tono beige y unos vaqueros. La verdad era que esperaba a un hombre vestido de traje y corbata. Se fijó detenidamente en él mientras los latidos de su corazón se disparaban de manera inusitada. «Bah, los nervios de conocer a alguien tan distinguido», se dijo mientras aguardaba a que David se lo presentara, pero este se había visto abordado en el pasillo y ahora charlaba animosamente.

–No sabía que tuvieras una copia de los libros que he publicado –dijo el extraño con una voz que a Fiona no le resultó desconocida. Sintió que las palmas de las manos le sudaban más de lo normal. Que de repente sus piernas parecían sacudirse como si bajo sus pies el suelo temblara y fuera a desplomarse allí mismo. Una extraña sensación se apoderó de toda ella cuando la visita de David se volvió un poco y pudo verlo de perfil. Entonces sintió que el estómago se le cerraba y que su presentimiento se convertía en realidad.

Fabrizzio se giró cuando se dio cuenta de que la puerta se había abierto, pero que nadie había respondido a su comentario. Cerró el libro de golpe cuando su mirada se quedó suspendida en ella, quien se la devolvía con un toque de curiosidad e incredulidad en sus hermosos ojos. ¡Por todos los…! ¡No podía ser cierto! Ninguno de los dos era capaz de articular ni una sola palabra. Permanecían en un claro estado de shock, ya que ninguno podría haber imaginado que volverían a encontrarse, y en aquel lugar. Fabrizzio sonrió tímidamente mientras jugaba con el libro que tenía en sus manos, sin saber muy bien qué hacer con él. Se sentía torpe. Desarmado ante aquella mujer. Como un completo idiota que no sabía qué decirle. ¿Era ella de quien David le había hablado? Aquello sí que era una grata sorpresa. Si hacía cosa de una hora se preguntaba cómo podría volverla a ver, sin duda los hados habían decidido en su favor.

Fiona estaba tan anestesiada como él. No podía ser cierto que Fabrizzio, el tío que se había llevado a casa la noche pasada, que había despertado a su lado en la cama y le había preparado el desayuno fuera… fuera… ¡el director de la Galería de los Uffizi en Florencia! ¡Y que además fuera a trabajar con él!

–Disculpadme –dijo David interrumpiendo la situación comprometida en la que Fiona y Fabrizzio se encontraban–. Déjame que te presente a Fabrizzio, director de la Galería Uffizi de Florencia –anunció David, con un toque de claro orgullo en su voz mientras lo señalaba con su brazo extendido.

–Mucho gusto –pudo articular Fiona, consiguiendo deslizar el nudo que se le había formado en la garganta.

Lo vio avanzar con paso firme y sin apartar su mirada de ella en ningún momento, mientras su cuerpo palpitaba al recordar cómo la contemplaba la noche anterior en mitad de sus besos y caricias. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no delatarse, para no hacerle ver el extraño influjo que ejercía sobre ella con tan solo una mirada. Y cuando posó su mano sobre un brazo y le dio dos besos en las mejillas, la cosa fue a peor. Se había afeitado; sentir la suavidad de su piel le provocó un leve suspiro. Lo contempló en silencio mientras él sonreía tímidamente, sin poder apartar la mirada. Sin duda alguna que lo había trastocado hasta hacer que se comportara como un crío.

–Ella es Fiona. La colega de quien te he hablado –comentó David volviendo a interferir en ese momento privado que ambos habían creado.

Durante unos segundos ninguno de los dos dijo nada. Tan solo se limitaron a mirarse y a tratar de dominar el estado de agitación que les había producido volverse a ver.

–Me has comentado muchas cosas de ella, pero te has olvidado la más importante –dijo Fabrizzio con una voz ronca, arrastrando las palabras mientras su ojos escrutaban el rostro de Fiona en busca de alguna reacción.

–Seguro que David ha exagerado mis cualidades. Tiende a hacerlo cuando se refiere a mí –intervino Fiona mirando a este, en un intento por desviar la atención de Fabrizzio. Temía que le hiciera algún cumplido como los que le había susurrado la noche anterior al verla desnuda.

–No lo creo –le dijo muy seguro Fabrizzio, mientras volvía a desarmarla con otra sonrisa, y Fiona comenzaba a preguntarse si de verdad estaba bien. ¿Tanto le afectaba la presencia de aquel hombre?

–Bien, me comentabas antes que queréis montar una exposición sobre retratistas italianos –dijo Fabrizzio cambiando de tema para tratar de olvidarse de ella. Era como contemplar el más bello retrato de Rafael o de Tiziano haciendo una alusión a su proyecto.

–Tal vez debería ser Fiona quien mejor te lo explique, ya que, a fin de cuentas, será ella la que trabaje contigo –le confesó David con una sonrisa, mientras Fiona no daba crédito a lo que acababa de escuchar. ¿Trabajar juntos? ¿Iba en serio?

Fabrizzio volvió su atención hacia ella y el cruce de miradas no pudo ser más revelador. Sí. Ambos sabían lo que podía suceder después de lo de anoche. Pero, ¿estarían dispuestos a correr ese riesgo, a saber que entre ellos dos existía una atracción y a dejarla al margen mientras colaboraran?

–Pero… se supone que él no estará mucho en Edimburgo, ¿verdad? –comentó Fiona, revelando algo que se suponía que desconocía. Algo que Fabrizzio le había contado en la taberna. Que estaba de paso para visitar a un amigo. Ahora le quedaba claro quién era ese amigo. En el momento en que se dio cuenta se maldijo por su metedura de pata. Al ver la expresión de David fue Fabrizzio quien salió en su defensa. El gesto sorprendió a Fiona, quien no esperaba su detalle.

–Tiene razón. Pasado mañana me marcho, ya te lo comenté –le dijo a David.

–Es verdad. Sobre ese tema quería comentar que no hay problema para que colaboréis en la organización de la exposición.

Fiona entornó la mirada hacia David, intentando averiguar qué se traía entre manos. Su corazón comenzó a latir con fuerza de manera inesperada, como si intuyera antes que ella lo que iba a suceder. Y no tenía claro si le agradaría saberlo. Fabrizzio se mostró tan fuera de sitio como ella mientras miraba a David esperando una aclaración.

–He conseguido que la junta del museo te permita pasar una semana en Florencia buscando el mayor número de retratos posibles para tu exposición –anunció a bombo y platillo, mientras sonreía como si acabara de recibir un fantástico regalo–. Ello te permitirá trabajar junto a Fabrizzio en Florencia y de este modo organizar la exposición junto a quien mejor conoce la pintura italiana del Renacimiento.

Fiona se quedó sin palabras. No podía ser cierto. No. De ninguna manera. Por muchas ganas que tuviera de ir a Florencia… Aquello no podía estar pasando. Se suponía que Fabrizzio era una aventura de una sola noche. Nada más. No quería seguir viéndole después de lo sucedido esa mañana porque podría terminar por gustarle y entonces…

–Veo que te he dejado sin palabras. Era lo que imaginaba –comentó David mirando a Fiona, como si esperase que se pusiera a saltar de alegría. No todos los días uno conseguía ir a Florencia una semana.

Fabrizzio la miraba con una extraña sensación. ¿Aquella mujer sería su colega de trabajo durante una semana? ¿En Florencia? ¿Había escuchado bien a su amigo? ¡Tenía que tratarse de alguna broma! No podía ser que ella… No sabía qué pensar y menos qué decir en ese momento. ¿Sería una idea acertada? ¿Cómo haría para mantener las manos alejadas de su cuerpo? ¿Controlaría sus deseos de besarla? ¿Cómo haría para no quedarse mirándola como lo estaba haciendo en ese mismo momento?

–Es una gran oportunidad, sin duda alguna –fue lo único que pudo decir Fiona, tras unos segundos en los que se sintió descolocada. Debía decir algo o David pensaría que no quería ir. Y en verdad que lo deseaba. ¡Florencia! Pero había un problema y estaba justo delante de ella, mirándola de aquella manera que la hacía sentirse… deseada–. Pero… no tengo nada preparado.

–No te preocupes. Todo está arreglado desde hace días.

–¡Desde hace días! –exclamó fuera de sí Fiona abriendo los ojos como si fueran a salírsele.

–No quería decirte nada hasta que conocieras a Fabrizzio y le comentaras tus expectativas de la futura exposición.

–Pero, ¿cuándo se supone que me tengo que marchar? –le preguntó sin conseguir dominar su estado de agitación, mientras Fabrizzio, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados sobre su pecho, sonreía divertido al verla en tal situación. O mucho se equivocaba o la razón por la que Fiona parecía no querer ir a Florencia estaba en ese despacho. Y no era cuestión de ser presuntuoso, pero a él le sucedía lo mismo con ella. Sería una tarea ardua no tocarla, ya lo había pensado. Y esa idea lo estaba empezando a consumir por dentro.

–Tienes billetes para pasado mañana –dijo desviando la atención hacia Fabrizzio, quien ahora miraba a Fiona con gesto serio. Se había incorporado de la pared y miraba a David como si acabara de dictar su sentencia de muerte. ¡Se irían juntos! Solo esperaba que no pidiera que la alojara en su casa…

Fiona no quería mirarlo. No quería que la atrapara con su mirada, pero debía disimular ante David. No podía mostrarse descortés con él, ni con… ni con… Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando los deseos de mirarlo se impusieron a su voluntad. Y entonces todo su cuerpo se rebeló emitiendo una serie de descargas de deseo de volver a despertar con él. No podía sacarse de la cabeza la noche compartida en su apartamento. Pareció darse por vencida porque todo aquello daba la impresión de estar orquestado por el destino, y no había manera de escapar. Sonrió divertida al recordar lo que le dijo Moira esa mañana y que comenzaba a encajar como las piezas de un puzle. ¿Y si de verdad su amiga tenía poderes? Debería consultarle acerca de lo que le sucedería en Florencia con aquel hombre que parecía haber nacido para acariciar su cuerpo. «¡Con Fabrizzio!«, se dijo de manera tajante.

–¿Dónde se alojará? –intervino él antes de que la cosa se fuera de las manos.

–Por ello no debes preocuparte. Tiene una habitación en un hotel –aclaró con cierto orgullo en su voz.

Si David se hubiera fijado con atención en ambos, se habría dado cuenta que los dos habían dejado escapar un suspiro. «Al menos no despertará en mi cama, ni me preparará el desayuno», se dijo Fiona tratando de mostrarse confiada en que nada iba a suceder entre ellos. Pero al instante pensó que el hecho de que ella estuviera en un hotel no era impedimento para que sucediera lo de la noche pasada. No. De ninguna manera podría volver a suceder. ¿En qué estaba pensando? Iba a Florencia a trabajar en su exposición y no a acostarse con Fabrizzio.

–Aclarados estos interrogantes, creo que sería buena idea que habláramos de la exposición, ¿no creéis? –propuso David mientras Fiona y Fabrizzio asentían–. Una última cosa antes de que se me olvide. Para que os vayáis conociendo mejor he pensado que Fiona podría enseñarte la ciudad. Como puedes imaginar, a mí me resultaría complicado hacerlo.

Fiona miró a David como si fuera a matarlo por lo que acababa de decir, pero de inmediato la sonrisa más risueña afloró en sus labios. «Qué genial idea acaba de ocurrírsele», exclamó en su mente mientras apretaba los dientes y hacía de tripas corazón mirando a Fabrizzio. Este asintió convencido de que ella sería la guía idónea para tal menester.

–Por cierto, os he reservado una mesa para comer en la parte antigua de la ciudad. Un restaurante típico escocés para que Fabrizzio deguste nuestra cocina. –Aquello era peor que bañarse en el mar del Norte en pleno mes de enero. Deslizó con suavidad el nudo que se había vuelto a formar en su garganta y evitó mirar a Fabrizzio–. Te aseguro que te resultará más divertido ir con Fiona que conmigo –le aseguró David mirándolo.

–No me cabe la menor duda de que aprovecharemos el tiempo –asintió convencido, mientras le lanzaba una mirada a Fiona y podía contemplar el gesto de rabia contenida en su rostro. ¿Qué le pasaba? ¿A qué venía ese mal carácter? De verdad que era como Jekyll y Hyde, el famoso personaje de Stevenson que vagó por las calles de Edimburgo. Cariñosa y apasionada por la noche. Fría y distante por el día. No iba a suceder nada entre ellos. Iban a centrarse en el trabajo de la exposición. No a flirtear y hacerse arrumacos cariñosos como dos adolescentes por High Street o la Royal Mile.

David miró a Fiona esperando su aprobación, que no tardó en llegar con una muestra de la mejor de sus sonrisas.

–Sí, claro. Será un placer –murmuró mientras trataba de controlar su respiración agitada. Pasar todo el día con él no le disgustaba, al contrario. La cuestión era la cuestión. Que entre ellos había cierta química, pero en la que por ahora prefería no pensar.

–Perfecto.

–Si no tienes más noticias estupendas que darme, prefiero regresar a mi despacho a preparar algunas cosas de la exposición para que Fabrizzio me dé su opinión después –dijo mirándolo y dándose cuenta que aquel italiano le iba a crear más complicaciones que elegir los cuadros con los que le gustaría que contara la muestra.

Fabrizzio se encogió de hombros sin mediar palabra. Como si le pareciera perfecto. Ello también le permitiría ordenar sus pensamientos y prepararse a conciencia para pasar el día con ella.

–En ese caso puedes irte. Así Fabrizzio y yo nos pondremos al día.

Fiona sonrió y, tras lanzarle una última mirada a Fabrizzio, salió del despacho. Cerró la puerta a sus espaldas y durante unos segundos se quedó allí quieta con los ojos cerrados y soltando todo el aire que podían abarcar sus pulmones.

–Criosh! –murmuró en gaélico, maldiciendo su situación. Esperaba que todo se desarrollara con normalidad y no tuvieran ningún otro encuentro íntimo por el bien del trabajo. Pero cuando escuchó las palabras que provenían del despacho de David…

–¿Verdad que no me equivocaba cuando te dije que es una gran profesional?

–Sin duda alguna. Fiona me parece una mujer inteligente y que tiene muy claro lo que quiere en cada momento –le aseguró recordando que había sido ella la que había llevado la batuta en su apartamento–. Creo percibir a una mujer apasionada y entregada.

Fiona creyó que se caería allí mismo al escucharle decir esas palabras, pero por suerte consiguió controlarse y desaparecer tras la puerta de su propio despacho. Debía tranquilizarse y tomarse aquello como un reto personal. Estaba en juego el sueño de su vida, pero para realizarlo tendría que compartir muchas horas de trabajo con el hombre que la noche pasada había hecho resurgir su pasión como si de un volcán se tratara.

El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Era Catriona. Descolgó mientras caminaba por su despacho esperando poder disfrutar de un rato de tranquilidad.

–Hola, ¿qué tal? –dijo Fiona con voz risueña, intentando dar a entender a Catriona que todo iba sobre ruedas.

–Hola, guapa, te llamaba para saber qué tal era el director de la galería Uffizi –le dijo con un tono lleno de sarcasmo y complicidad.

Fiona frunció el ceño, desconcertada.

–¿Quién te ha contado que está aquí? ¿O tal vez Moira lo ha visto en sus cartas? –le preguntó con un toque irónico y de mal humor por su situación.

–He llamado al museo preguntando por ti y me dijeron que estabas reunida con David y con él. Dime, ¿qué tal es?

La pregunta de Catriona hizo que Fiona cerrara los ojos y resoplara al pensar en Fabrizzio y en todo lo que tenía que hacer con él. Sus pensamientos se desviaron del plano laboral al sentimental, y abrió los ojos alarmada por sus deseos más íntimos. Un torbellino de imágenes de la noche pasada la inundó como una catarata.

–Me marcho a Florencia con él pasado mañana –se apresuró a contarle mirando los documentos que estaban sobre su mesa de manera distraída.

La noticia dejó a Catriona con la boca abierta y sin saber qué decir. ¿Florencia? ¿Por qué no les había dicho nada? ¿Desde cuándo lo sabía? El silencio pareció hacerse eterno en la línea de telefónica hasta que Fiona lo rompió.

–¿Cat? ¿Cat? ¿Sigues ahí? –insistió Fiona esperando que su amiga diera señales de vida.

–Pues claro que sigo aquí. No me he ido a ningún sitio, lo que sucede es que me has dejado… –En realidad no sabría decirle cómo se sentía tras conocer esa noticia.

–Imagino que se te ha quedado la misma cara de boba que a mí cuando David me lo dijo.

–Pero, ¿cuándo lo ha decidido? Porque tú no sabías nada, ¿verdad? –le preguntó no sin cierta suspicacia en su tono. No quería pensar que su amiga les había ocultado algo tan importante como marcharse a Florencia.

–Acabo de enterarme al llegar al museo. Estoy alucinando todavía –le confesó tratando de ocultar su emoción por ello.

–Pero, ¿y el director del museo Uffizi?

Fiona se sentó detrás de la mesa de su despacho. Prefería estar sentada cuando se lo contara a Catriona.

–¿Estás sentada, Cat?

–Sí, claro. ¿Qué…?

Su voz quedó suspendida en la línea de nuevo. Fiona comenzó a asentir como si supiera lo que su amiga acababa de descubrir. Porque estaba completamente segura de que había llegado a la misma conclusión que llegaría Moira. Por suerte Cat no le soltaría las chorradas de su media naranja, ni lo de su alma gemela. Cat no era tan fantasiosa.

–No puede ser lo que estoy pensando. Dirás que soy una mente muy calenturienta pero es que se me ha venido a la cabeza.

–Pues apuesto lo que quieras a que has acertado –le dijo con ironía Fiona, mientras se reclinaba contra el respaldo de su sillón y cruzaba sus piernas en una pose algo relajaba.

–¿Por casualidad el director ese italiano de Florencia no tendrá nada que ver con tu aventurita de anoche?

Fiona cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza sobre la pared que estaba detrás de su silla. Fue como si las manos de Fabrizzio comenzaran a acariciarle los tobillos para iniciar un ascenso vertiginoso hacia sus muslos, sembrándole la piel de cálidas y sensuales caricias. Sintió sus labios sobre la clavícula e ir en dirección a su cuello. Emitió una especie de ronroneo semejante al de una gatita cuando se dio cuenta que Cat estaba al otro lado del teléfono.

–Exacto. Se trata de él –le confesó mientras Cat dejaba escapar un silbido–. Pero lo más divertido es que seré su anfitriona durante todo el día de hoy.

Catriona entrecerró sus ojos como si le hubiera parecido entender que su amiga estaba algo molesta por este hecho.

–¿Todo el día?

–Eso he dicho.

–Bueno, al menos de la noche no te ha comentado nada, ¿no? De eso ya te encargarás tú –le dijo riendo a carcajadas, mientras Fiona se incorporaba en su sillón hasta apoyar los brazos sobre la mesa, roja de furia.

–Gracias por tu comprensión –le soltó de manera mordaz.

–Mujer, es una manera de hablar. ¿Pero qué problema tienes con él? Yo lo veo un tipo estupendo. ¿Irás a decirme que no te atrae?

Fiona se pasó la mano por el pelo, dejando tiempo para pensar en la respuesta que debía darle a Cat, pero, aunque le mintiera, no la creería. Y lo más problemático era que tampoco podía mentirse a sí misma.

–Lo que me preocupa no es que me guste. Es que me gusta.

–Es un gran paso reconocerlo. ¿Entonces?

–Me ha descolocado su comportamiento. Sabes que mis aventuras nocturnas por lo general se marchan de puntillas en mitad de la noche, sin dejar rastro. Lo cual es de agradecer. Bien, pues Fabrizzio no lo ha hecho.

–Tal vez no sea de esa clase de hombres. ¿Te has parado a pensarlo?

–¿Y qué pretende con su actitud? Es absurdo pensar en algo más allá de un revolcón. Al menos yo lo pienso. Ya sabes que no quiero atarme todavía.

–Lo sé. Y lo respeto. Pero te diría que no depende de ti, Fiona. No se trata de que no quieras atarte, como dices. Se trata de que tu felicidad puede estar ahí delante, mirándote con esos ojos claros e invitándote a una romántica semana en Florencia. ¿Piensas dejar escapar la oportunidad de intentarlo?

–Pero… es una completa locura lo que dices. ¿Semana romántica en Florencia? Por favor, Cat, voy a trabajar en una exposición de retratistas italianos del Renacimiento. No a pasear cogida de la mano de un apuesto italiano por los jardines de Boboli.

–No seremos ni tú ni yo las que digamos lo que sucederá entre vosotros. Aunque imagino que no estaréis trabajando todo el día.

–No me vengas con la chorrada del destino. Si quisiera escuchar eso llamaría a Moira –le recordó algo crispada, porque en su mente acababan de deslizarse románticas imágenes de Fabrizzio y ella besándose en el Ponte Vecchio bajo un cielo estrellado y una luna redonda–. Tampoco creo que estemos de fiesta.

–¡Por San Andrés, te vas a Italia! ¡Florencia, la capital de la Toscana! Un sitio maravilloso. ¿Por qué no piensas en disfrutar un poco? Déjate llevar como anoche.

Fiona se quedó con la mirada fija en la mesa mientras su dedo trazaba figuras sobre ella. Sonrió al escuchar las últimas preguntas de su amiga. Quería dejarse llevar, pero en parte temía las consecuencias. ¿Y si acababa enamorándose de manera perdida de Fabrizzio y después cada uno seguía con sus vidas? Él en Florencia y ella en Edimburgo.

–Yo disfruto con mi trabajo, y con mi estilo de vida. Cat, me ha costado mucho ser una mujer libre, independiente y con un trabajo respetado. Estoy bien como estoy, por ahora. No quiero dejarme llevar más de lo necesario.

–Cambiando de tema, ¿qué piensas hacer con él esta tarde? Podrías llevarlo a la taberna y…

–¡No! –la interrumpió de manera tajante mientras golpeaba la mesa–. ¡Ni hablar!

–Entiendo. Lo quieres todo enterito para ti –le comentó entre risas que encendieron aún más a Fiona.

–No se trata de tenerlo para mí. No quiero miradas suspicaces, ni comentarios con doble sentido delante de él. Prometo quedar con vosotras cuando acabe de enseñarle la ciudad –le dijo muy segura de sus palabras.

–¿Eso significa que no piensas llevártelo a tu guarida esta noche?

Fiona se quedo con la boca abierta al escuchar aquel comentario. Quiso responderle a Catriona, pero sus palabras parecieron quedarse atascadas una vez más en su garganta. Como si se tratara de una señal a la que tal vez debiera prestar atención.

–Esperaré impaciente tu llamada. Se lo diré a las chicas.

–Os llamaré.

Cortó la comunicación y dejó el teléfono sobre la mesa, mientras se recostaba contra su silla, cerraba los ojos y pedía en su mente cinco minutos de paz para recapacitar sobre todo lo que le estaba sucediendo. ¿Era ella, o le parecía que todo estaba yendo demasiado rápido para su gusto? No quería pensar en nada que tuviera que con Fabrizzio, pero cada vez que lo intentaba fracasaba. Estaba ligado a la exposición, de manera que, aunque intentara escapar de él, no lo conseguiría y lo que más la enfurecía era que en el fondo él le gustaba. Y mucho.

Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon

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