Читать книгу Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray - Страница 8
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ОглавлениеFabrizzio pasó gran parte de la mañana recorriendo las instalaciones del museo para tener una idea aproximada de lo que querían de él. Visitó la planta baja, donde se encontró con obras de Rubens, Veronés o Tiziano. Quería alejarse del influjo que Fiona causaba en él. A pesar de que sentía enormes deseos de estar con ella charlando sobre su proyecto, había decidido pasar un rato a solas contemplando las pinturas. Como si buscara en ellas la respuesta a lo sucedido desde su llegada a la capital escocesa. Tal vez pensaba que los grandes maestros de la pintura europea podrían ilustrarle y decirle qué era lo que debía hacer. Sin duda que Fiona era una mujer atractiva, con un carácter digno de admirar y un cuerpo… bueno, se detuvo al pensar en su cuerpo desnudo mientras esgrimía una sonrisa socarrona. Pero debía admitir que aquella mujer lo había atrapado de manera inexplicable. Decidió subir a la primera planta para contemplar más obras de los pintores italianos como Boticelli y de paso echar un vistazo a los impresionistas franceses. Se detuvo a admirar la belleza de los cuadros, ajeno a la gente que en esos momentos visitaba la sala. Dejó su mente en blanco mientras su mirada se fijaba en las pinturas. Quería abstraerse de todo lo que ella representaba, pero cómo podría si mirar la belleza de esas obras de arte le recordaba a ella.
Fiona se fijó que él estaba allí contemplando un cuadro de Van Gogh. Se detuvo de repente para quedarse oculta entre varias personas y poderlo estudiar. Quería saber qué sentía al contemplar un cuadro. Observar detenidamente sus gestos, la expresión de su rostro. Sin darse cuenta estaba sonriendo tímidamente al sentirse como una mirona.
–Es un hombre muy apuesto –le susurró una mujer a su lado, mientras hacía un gesto hacia Fabrizzio, quien ahora apoyaba las manos sobre sus caderas y se acercaba más al cuadro para observarlo más de cerca.
–Oh, no… No es… –Pero no acabó de negar lo que ella le comentó. Se alejó con una amplia y reveladora sonrisa, al tiempo que le guiñaba un ojo.
Fiona se sintió como una adolescente a la que habían pillado mirando al chico que le gustaba. Por favor, era mayorcita para hacerlo. Se giró para contemplar de manera disimulada una pintura de Renoir y tratar de calmarse. No podía estar comportándose así. Además, ¿a qué venía espiarlo de aquella manera? Iba a pasar todo el día con él. Y una semana en Florencia. No había motivos para mirarlo a hurtadillas. Sin embargo, al parecer, los deseos por ver qué hacía podían más que su sentido común, si es que aún lo conservaba después de conocerlo. En varias ocasiones lanzó un par de miradas por encima de su hombro para ver dónde estaba. Sonreía embobada mientras lo contemplaba de nuevo. Le gustaba. Sí.
Fabrizzio sabía que estaba allí observándolo. La había visto aparecer de repente en la sala, pero no había querido hacerse notar. No quería ponerla más nerviosa de lo que estaba ya. Lo había percibido en el despacho de David cuando se vieron, y más aún cuando este le pidió que pasara el día con él. Pero la guinda del pastel llegó con la semana en Florencia. Entonces sí la vio ponerse atacada, aunque supo disimularlo muy bien. Sonreía mientras la contemplaba mirar sin mucho interés un cuadro de Renoir. ¿Qué pretendía? No tenía nada que ver con su exposición. Entonces, se dio cuenta de que tal vez no quisiera acercarse a él. ¿Tanto miedo le daba? Estaban en un lugar público. No iba a hacerle nada, aunque nada le gustaría más que volverla a besar. Despojarla de aquella blusa ceñida a su cintura que resaltaba sus pechos y aquel par de pantalones que se ajustaban a sus piernas levantando su trasero. Sonrió como un cínico al recordar cierto momento en el que ella… No, desterró sus recuerdos de su mente en ese momento. No era el sitio apropiado. Se fue aproximando a ella de manera lenta y bien estudiada. La sorprendería antes de que se diera cuenta.
Fiona pareció confundida cuando al intentar localizarlo no lo vio por ningún lado. Ello pareció relajarla. Ahora podría trabajar tranquila en la sala. Además, parecía haberse quedado completamente sola.
–El color no está bien definido. Los trazos del pincel no logran captar lo que Renoir buscaba –comentó una voz justo detrás de ella, que la agitó levemente. Sintió el característico aroma a mentol de su aftershave. Casi podía sentir su enorme cuerpo adueñándose de su espacio. Fiona cerró los ojos por unos segundos mientras inspiraba hondo, en un intento de calmarse.
–Y la luz no se ve muy intensa –le dijo tratando de mostrarse profesional. Esa sería la manera de evitar las tentaciones que surgían cuando estaba con él.
–No tanto como la que irradia tu mirada –le susurró con toda intención, haciendo que ella girara el rostro para quedar a escasos centímetros del suyo, mientras su mirada parecía estar adentrándose en su interior en busca de respuestas. Fiona entreabrió los labios como si quisiera decir algo. Se los humedeció y se sintió turbada por la presencia tan cercana de Fabrizzio. Les bastaba un leve movimiento para que sus bocas quedaran selladas de nuevo. Su corazón se agitó de manera incontrolada y pensó que sus latidos podrían escucharse en la vacía y silenciosa sala. No podía controlarlo cuando él estaba cerca, cuando él la miraba de aquella manera. Una tímida sonrisa se perfiló en sus labios, consciente del peligro que corría.
Fabrizzio la contempló en silencio durante unos segundos, empujado por sus deseos de volver a besarla. Pero era consciente de que el lugar y el momento tal vez no fueran los más apropiados. El brillo de sus ojos lo tenía atrapado como si de un hechizo se tratara. Escocia, tierra celta de brujas y magos. ¿Sería una de ellas? ¿Cómo era posible que lo hubiera atrapado de aquella extraña manera? Fiona se quedó inmóvil sintiendo la caricia de su aliento en los labios y Fabrizzio era consciente de que el pulso se le había acelerado en demasía. La vena de su cuello latía más deprisa y estaba seguro de que, si presionaba con delicadeza con sus propios labios, Fiona dejaría escapar un gemido inequívoco de lo que se sentía en ese instante.
–¿Por qué estabas contemplando este cuadro? –le preguntó con una voz ronca que se acercó al susurro, incapaz de apartar su mirada de ella–. Creía que tu interés estaba en los artistas italianos.
–Y lo está… pero… pero… –Aturdida, desvió con gran esfuerzo la mirada de los ojos de Fabrizzio, de vuelta al cuadro de Renoir muy a su pesar. Aquel hombre la hacía estremecer como una hoja con toda facilidad. ¿Es que no podía mostrarse más fría y distante cuando estaba a su lado? ¿Es que el simple hecho de haberse acostado podía trastocar su mundo de aquella manera?–. Quería abstraerme un poco.
Fabrizzio sonrió mientras asentía y se apartaba ligeramente de ella. No buscaba incomodarla con su presencia. Para él también era una tortura estar allí, a solas, y no saber si debería tocarla, besarla o regalarle un cumplido. ¡Maldita sea! ¡No estaba acostumbrado a tratar a una mujer de aquella manera! A mirarla como si fuera la más hermosa obra de arte jamás esculpida o retratada. ¿Qué había entre ellos? ¿Una simple y llana atracción sexual que se desató la pasada noche? ¿O había algo más que desconocía por el momento?
–Entiendo. Tal vez deberíamos ver qué pintores serían los más apropiados para tu exposición –le dijo alejándose unos pasos de ella para girar sobre la sala, en busca de algún pretexto para no sucumbir al deseo.
Fiona lo siguió con la vista mientras Fabrizzio miraba aquí y allá. Gesticulaba y parecía hablar en italiano, como si se estuviera dirigiendo a otra persona que hubiera allí. ¿Qué estaría diciendo?
Dio vueltas y vueltas recorriendo los cuadros de la sala. Tratando por todos los medios de no quedarse mirándola, mientras se maldecía así mismo. Se repetía una y otra vez que aquello era una compleja locura. Que no tenía sentido. Y de repente se detuvo y quedó frente a ella mirándola como si hubiera encontrado el cuadro perfecto para su exposición.
–¿Qué te parecen los retratos de Tintoretto, Forabosco y Lomazzo? –le preguntó mientras cruzaba sus brazos sobre el pecho y se quedaba mirándola una vez más.
Fiona se sintió abrumada por el ímpetu de su voz, su entusiasmo al ofrecerle nombres de pintores italianos. Pero sobre todo por su pose al contemplarla.
–Creo que serían… muy atractivos al visitante. Si pudiéramos traer cuadros de pintores italianos no tan reconocidos… –le dijo como si le estuviera formulando un deseo.
–Veré qué podemos hacer. No olvides que estás ante el director de la Galería Uffizi de Florencia –le recordó con una mezcla de ironía y orgullo.
–Lo sé. Soy consciente de ello.
–En ese caso, podrías pasarme una lista con aquellos autores y retratos que te gustaría exhibir. Después la estudiaría y vería cuales son posibles de conseguir –le dijo con toda naturalidad y seguridad en sus palabras.
–Pero no disponemos de mucho tiempo.
–Sí, lo sé. David me ha comentado que no quiere que el entusiasmo mostrado por la junta del museo se enfríe. Sería una verdadera lástima si al final de todo no lograras exhibir esa colección de retratos –le dijo con un toque de rabia en su voz–. Por eso te pido el listado de pintores. Puedo hacer unas llamadas para ir avanzando el tema. Antes de que llegáramos a Florencia podríamos tener una idea aproximada de los cuadros disponibles. ¿No crees? –le sugirió mientras arqueaba sus cejas, que se perdían bajo su flequillo algo largo.
Fiona se sintió complacida por su predisposición a ayudarla. Después de todo, tal vez no sucediera nada entre ellos a pesar de que hacía un rato había sentido el deseo de besarlo.
–En ese caso sería mejor que me pusiera con esa lista que sugieres antes de que nos marchemos a comer. De ese modo podríamos comentarla –le sugirió tratando de buscar un pretexto perfecto para no quedarse mirándolo durante la comida. No fuera a ser que las ganas de besarlo la asaltaran de nuevo.
–Me parece acertado.
Fiona sonrió por primera vez sin sentirse nerviosa ni atrapada por su presencia. Aunque era consciente en todo momento del riesgo que corría si se quedaban a solas una vez más. Tal vez la próxima ocasión no pudiera refrenar los deseos de besarlo. Sin importarle dónde estuvieran.
–¿No vienes? –le preguntó sorprendiéndose a sí misma con esa pregunta tan directa. Como si en verdad deseara que la acompañara de vuelta a su despacho. ¿Qué pretendía? ¿Encerrarse a solas con él y continuar donde lo acababan de dejar? Es decir, a punto de caramelo…
–No. Voy a seguir echando un vistazo al museo. Y tú tienes una lista que hacer –le recordó sonriendo tímidamente. En ese momento nada le apetecía más que seguirla hasta su despacho, cerrar la puerta con llave y devorarla hasta que sus gemidos se escucharan en todo el museo. Pero ello solo serviría para satisfacer su deseo sexual hacia ella. Sin embargo, nada tenía que ver con lo que le había hecho sentir aquella misma mañana al verla enfundada en la sábana de su cama. Por ello, la observó alejarse mientras se preguntaba qué podía hacer para que no se sintiera incómoda en su presencia. Pero lo que pensó no le gustó demasiado, y tampoco se veía con fuerzas de hacerlo.
No se volvieron a ver hasta la hora en la que quedaron para comer, como David había sugerido a Fiona. Fabrizzio la estaba esperando en la entrada de la National Gallery con la mirada fija en los jardines de Princess Street. Le gustaba contemplar las diferentes tonalidades de verdes que ofrecían. La temperatura era bastante agradable en esos días, aunque no tenía nada que ver con el clima en Italia. Pero no le había afectado demasiado. Para no pensar en ella, le daba vueltas en su cabeza a los autores que Fiona había aceptado buscar para su exposición, y las dificultades que podrían encontrar para reunir sus obras. Aun así, lo intentaría por todos los medios. Le gustaba el entusiasmo que ella derrochaba por esta exposición. Era como si en realidad se estuviera jugando mucho, y él haría todo lo que estuviera en sus manos para que lo consiguiera. Aunque pudiera suponer correr ciertos riesgos. No se tenía por un seductor, ni un mujeriego. La verdad era que solo se le conocían un par de relaciones. Nada serio. Su vida había transcurrido entre obras de arte, museos, exposiciones y universidades. Había luchado mucho para conseguir ser nombrado director de la Galería de los Uffizi en Florencia, y eso no se conseguía todos los días. Pero desde que la había conocido… Todo lo profesional parecía haber pasado a un segundo plano, ya que le resultaba imposible no pensar en ella, y más cuando apareció por la puerta del museo despidiéndose de Stewart, el amable hombre que flanqueaba la entrada. Su sonrisa, su rostro risueño, su mirada entornada hacia él. Esa seguridad que demostraba en cada uno de sus gestos, de sus actos… Debía admitir que nunca lo había visto en una mujer.
–Siento haberte hecho esperar –le dijo con un tono de disculpa, mientras esbozaba una sonrisa que podría derretir el Polo. Estaba preciosa, debía admitirlo. Pero él se había prometido ayudarla en su exposición. Nada de flirteos entre ellos.
–No importa. Me ha venido bien el tiempo de espera para contemplar estos jardines –le comentó señalando la vasta extensión que se mostraba delante de él.
–Ah, sí… Los jardines de Princess Street.
–La verdad es que son una maravilla.
–Cierto, pero supongo que en Florencia también habrá… –le dijo de pasada, mientras lo observada con atención y ahora su mirada se dirigía al castillo que dominaba la ciudad desde lo alto.
–¿Podríamos visitarlo? –le preguntó mientras señalaba hacia sus murallas.
–Sí, claro. Se puede visitar.
–¿Hay alguna colección de pintura? –le preguntó mientras se encogía de hombros, dando a entender que desconocía lo que albergaba dicho monumento. Trataba de mostrarse cordial, relajado con ella. Intentaba por todos los medios que la presencia de ella no le afectara. Pero su entereza pareció evaporarse cuando se acercó de manera casual permitiendo que sus manos se rozaran. Como si en verdad entre ellos dos no hubiera sucedido nada la noche anterior.
–Bueno, si te interesa la historia de Escocia… –Fabrizzio la miró como si lo que acababa de decirle no le interesara demasiado–. Tal vez las vistas desde lo alto de sus murallas sean lo más impresionante.
–Déjame pensar si merece la pena subir hasta allí arriba –le aseguró abriendo los ojos al máximo, como si quisiera hacerle ver a Fiona que era una subida bastante en cuesta.
–Pues lamento decirte que el restaurante que David nos ha reservado se encuentra muy cerca del castillo –le reveló con un tono de voz divertida, al pensar en lo que acaba de decirle.
–¿No hay ascensor? –le preguntó frunciendo el ceño, sin poder dejar de mirarla.
–Solo puedo ofrecerte las escaleras, si las prefieres a la cuesta –le dijo mientras se reía y mordía el labio en señal de diversión. Sin duda que Fabrizzio parecía ser algo más que un hombre atractivo y un estudioso del arte italiano del Renacimiento. Era alguien que la hacía sonreír, divertirse, ver las cosas desde otra perspectiva que no había considerado hasta entonces.
–¿Mecánicas? –le preguntó sabiendo ambos que se estaba burlando de ella. Extendió su brazo de manera casual, como si hubieran presionado un resorte y su mano colocó los cabellos de Fiona detrás de su oreja. Aquel simple gesto y la manera en que su mano se deslizó por su mejilla provocaron en Fiona un repentino revuelo en su interior. Sus dedos la acariciaron de manera perezosa, dejándolos resbalar con lentitud por el perfil de su rostro. La mirada de Fiona pareció emitir un destello de complicidad y en sus labios se perfiló una sonrisa tímida, que impactó en Fabrizzio.
–El viento en primavera es algo molesto –le explicó Fiona mientras era ahora ella quien trataba de sujetar sus cabellos, pero las sensaciones no eran las mismas que Fabrizzio le había transmitido con sus dedos.
No dijo nada más mientras la contemplaba recogérselos, salvo por varios mechones rebeldes que prefirieron seguir acariciándole en el rostro. La mirada de él le hacía sentir un revuelo que Fiona era incapaz de controlar. Sintió que la temperatura de su cuerpo aumentaba haciéndose más latente en su rostro. Puso los ojos en blanco y sonrió divertida.
–¿Podrías dejar de mirarme?
–¿Te molesta? –le preguntó con un tono dulce de voz y tratando de hacerle ver que por mucho que quisiera no podía hacerlo. Y por otro lado tampoco quería, ya que aquella mujer le gustaba. Le gustaba más allá de la cama. Y ello lo tenía algo desconcertado.
Fiona sacudió la cabeza mientras desviaba la mirada hacia el paseo de los jardines de Princess Street, donde algunas parejas caminaban de la mano. Sonrió tímidamente al notar que un cierto grado de envidia se apoderaba de ella. Fabrizzio siguió su mirada para darse cuenta de este hecho y asintió sin decir nada.
Fiona se sobresaltó al verlo tan cerca, tanto que sus cuerpos se rozaron de manera tímida. Sintió sus dedos juguetear entre ellos. Y que él atrapaba su pequeña mano en la suya por un breve instante que deseó que no terminara. ¡En verdad aquel hombre era así de…! No encontró una palabra exacta para definirlo, tan solo sabía que en las pocas horas que habían compartido no había dejado de sorprenderla, y le gustaba a pesar de que no era lo que en un principio había esperado. Ni deseado. Recordó que aquella mañana había querido que no estuviera en su cama cuando ella despertara. Que se hubiera largado de madrugada sin un adiós. Pero ahora… después de las horas compartidas, no estaba tan segura de ello. Se preguntaba qué sucedería si aquello fuera un poco más allá.
–Será mejor que nos apresuremos –le dijo interrumpiendo aquel estado de ensoñación–. Hay trabajo por hacer y…
–Y contamos con el tiempo justo para hacerlo. Quizás una vez que lo hayamos agotado por completo, podamos contar con algo más –le susurró mirándola a los ojos con tal intensidad y determinación que Fiona hubo de apartar la mirada para no delatarse. Para que no adivinara que se estaba derritiendo en su interior.
Se dirigieron hacia la parte antigua de la ciudad, la Old Town, para buscar el restaurante de comida tradicional al que David los había enviado. Caminaron uno al lado del otro rozándose sin querer e intercambiando miradas bastante significativas, pese a no querer dar muestras de sus sentimientos. No hacía falta por otra parte. Cada uno era consciente de lo que el otro le provocaba. Fabrizzio trataba por todos los medios de fijarse en la arquitectura de los edificios que formaban High Street. Le llamó la atención en especial la Catedral de Saint Giles.
–Podemos tomar un café en su cripta –le dijo Fiona esperando que él se sintiera algo intimidado por este aspecto.
–¿En la cripta, dices? –repitió contrariado por esa invitación, mientras Fiona asentía conteniendo la risa por ver el gesto que su cara había reflejado al enterarse–. ¿Me tomas el pelo?
–¿Por quién me tomas? Estoy hablando con el mismísimo director de la Galería de los Uffizi. Toda una personalidad –le dijo empleando un tono serio y rimbombante, al tiempo que trataba por todos los medios de contener sus risas.
Fabrizzio se quedó clavado en mitad del empedrado de High Street mirándola mientras ella reía y reía como una chiquilla. Cuando se percató de que él permanecía en aquella postura, mirándola como si en verdad lo hubiera ofendido, recompuso su aspecto y su sonrisa se borró de un plumazo de su rostro. Se dirigió hacia él y lo tomó de la mano.
–Anda, venga. Vamos. Y deja de mirarme así. De verdad que lo siento si te ha molestado. Por lo general yo no… –Dejó de hablar cuando percibió que en el rostro de Fabrizzio se iba perfilando una amplia sonrisa que la enfureció–. ¿Te estabas burlando de mí? Tu pose… No estabas enfadado –susurró entrecerrando sus ojos y mirándolo como si fuera a matarlo. Sintió que su interior se sacudía por la forma de ser que tenía. Aquel italiano no dejaba de sorprenderla. Y más cuando Fabrizzio estalló en carcajadas. Fiona se sintió burlada y quiso golpearlo, pero él la recibió con los brazos abiertos. La rodeó por la cintura y la acomodó a su cuerpo. Bajó la mirada hacia la de ella, sintiendo los latidos de su corazón contra su propio pecho retumbando como un tambor. Tenía los labios entreabiertos, como si le costara respirar. Fabrizzio aflojó la presión sobre ella, pero Fiona no se apartó de él sino que permaneció allí esperando su reacción. No podía creer lo que estaba haciendo, lo que estaba sintiendo por aquel italiano. Pero era tan real como que en ese momento anhelaba que la besara y que la siguiera mirando fijamente, porque por primera vez acababa de ver su reflejo en su mirada.
Fabrizzio le acarició el rostro con una mano mientras sonreía sin saber el verdadero motivo. Se sentía como un adolescente ante su primer beso, ante su primera experiencia con el amor. ¡Por todos los diablos, no era un joven para andarse con esos juegos! Pero ella había conseguido que se sintiera de esa manera. Pasó el pulgar por sus labios sintiendo su suavidad. Fiona no se movía porque era como si estuviera eclipsada por aquel momento. «Criosh!», se dijo para sí en gaélico, mientras la boca de Fabrizzio se acercaba a la suya. Solo pudo cerrar los ojos y abandonarse allí mismo a su beso. La melodía que interpretaba el gaitero que siempre permanecía apostado a la puerta de la catedral, la envolvió haciéndola soñar con otro tiempo. El beso fue tierno, dulce, lento. No fue uno de esos besos voraces con los que se habían devorado la noche anterior empujados por la pasión, por la necesidad o la lujuria. Aquel beso era todo lo que ella podía desear del hombre que le gustaba. Fabrizzio le enmarcó el rostro entre las manos y profundizó el beso. Un beso que había deseado darle durante toda la mañana. La primera vez que la vio en la sala. En el despacho de David. Incluso se le había pasado por la cabeza irrumpir en el de ella, rodearla por la cintura para atraerla hacia él y dejar que sus deseos se desbordaran para atraparla de la misma manera que a él.
Fiona abrió los ojos cuando terminaron de besarse. Se sintió cohibida, extraña ante aquel despliegue de ternura y atención por parte de Fabrizzio. ¿Quién era? ¿Qué había ido a hacer a Edimburgo? ¿Por qué se fijó en ella? Su vida era perfecta antes de que él apareciera, pero ahora… La había trastocado por completo, y no podía coger las riendas de ella otra vez. Sentía su corazón latir acelerado de una manera que jamás había sentido antes. La sangre corría por sus venas enloquecida y el deseo de abandonarse en sus brazos una vez más la empujó a devolverle el beso mientras se alzaba sobre las puntas de sus pies y se aferraba con fuerza a las solapas de la chaqueta de Fabrizzio, como si temiera que desapareciera.
–¿Por qué? –le susurró en sus propios labios mientras cerraba los ojos y era presa de una risa nerviosa.
Sintió que la mano de Fabrizzio se deslizaba bajo su mentón obligándola a mirarlo a los ojos. Sonrió complacido cuando se fijó en que sus pupilas titilaban, bien por el brillo de las lágrimas o porque en realidad se sentía feliz.
–Siento decirte que no entiendo tu pregunta –le aclaró mirándola sorprendido.
–¿Por qué has tenido que aparecer en mi vida? –le preguntó con una mezcla de enfado y de incomprensión.
Fabrizzio sonrió al tiempo que se quedaba pensativo, tratando de encontrar el porqué de aquella atracción entre ellos. A por qué la había conocido. Desconocía lo que le provocaba. Lo que sentía por él. Pero estaba convencido de que no debería ser muy distinto a lo que él sentía por ella.
–No lo sé, Fiona. Tal vez estuviera escrito en alguna parte que yo tenía que venir a Edimburgo a conocerte –intentó justificarse por lo que estaba sucediendo entre ellos.
Fiona enarcó una ceja con escepticismo. Hablaba igual que Moira. Bueno, era cierto que tenía razón. Debería haber una explicación lógica escrita en alguna parte, y que ella desconocía por ahora. Hubo unos momentos en los que ninguno dijo nada. Se limitaron a contemplarse en mitad de la calle, ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor. El mundo seguía su curso, pero para ellos parecía haberse detenido en ese mismo instante.
–Prométeme que no afectará a nuestro trabajo. A la exposición. No quiero que se vea afectada por esta especie de locura –le explicó tratando de encontrar una palabra a lo que había entre ellos dos.
Fabrizzio inspiró hondo, al tiempo que cerraba los ojos. Luego los abrió para mirarla detenidamente mientras la sujetaba por los brazos.
–¿Locura? Me gusta esa palabra –le susurró sintiendo que definía muy bien lo que había surgido entre ellos. Sin embargo, adoptó una pose seria al recordar sus últimas palabras–. Claro, tienes mi palabra, Fiona. No interferirá –le aseguró con un sentimiento de lástima en su voz porque ella creyera que aquella «locura» echaría por tierra su exposición.
Fiona esbozó una tímida sonrisa mientras en su interior la mujer independiente, libre de ataduras y compromisos intentaba ponerse en pie después de que el comportamiento de Fabrizzio la hubiera noqueado. Sabía que le costaría mucho retomar las riendas de su vida, y más cuando aquel italiano conseguía que una simple mirada hiciera palpitar su corazón.
Continuaron su camino hasta el restaurante, donde degustaron una típica comida escocesa. Sus miradas se buscaron, sus manos se rozaron. Sonrieron y charlaron de manera animada sobre la exposición. Fiona sentía que por mucho que intentara apartarse de él; sacarlo de su mente, no podría. Su personalidad, sus atenciones, sus besos y caricias habían dejado una huella en ella que no parecía que fuera a borrarse con facilidad. Pero, ¿por qué quería mostrarse distante? ¿A qué le tenía miedo?
Pasaron la tarde recorriendo la ciudad mientras ella le explicaba la historia de cada casa, de cada callejuela, de cada rincón. Contemplaron la vista desde las almenas del castillo envueltos en un ligero viento que volvía a sacudir los cabellos de Fiona. Pero en esta ocasión Fabrizzio no hizo intento por colocárselo, lo cual la desconcertó, aunque pensó que tal vez así fuera mejor. Disfrutaron de un café en la parte alta de un salón de té con vistas a los tejados de la ciudad.
–Déjame que te diga que has resultado ser una excelente anfitriona –le dijo con total seguridad en sus palabras, lo cual la enorgulleció.
–Bueno, no creo que haya sido para tanto –le dijo con modestia, mientras le regalaba una sonrisa y se sentía nerviosa ante la inminente despedida.
Estaban a las puertas del hotel donde Fabrizzio se alojaba. Y aunque parecía que ninguno de los dos hiciera ademán de moverse, ambos se preguntaban si sería buena idea pasar la noche juntos.
–Bueno, voy a subir a darme una ducha y hacer unas llamadas en relación con tu exposición –dijo por fin Fabrizzio, al ver que ella no parecía atreverse a dar el paso de despedirse. Percibió una tímida sonrisa en su rostro y que sus ojos parecían perder algo del brillo que habían tenido durante el día–. Así iremos ganando tiempo para cuando lleguemos a Florencia. Si necesitas algo puedes llamarme. Tienes mi número. Seguramente estaré despierto hasta tarde.
–Lo tendré en cuenta.
¿Por qué le estaba resultando tan complicado alejarse de él? Maldición, no quería irse. No después del fabuloso día que había pasado junto a él. Pero debía hacerlo, porque de lo contrario volvería a acostarse con él y todo se complicaría más aún. El miedo a ilusionarse con él y a vivir una romántica historia la agobiaba como si de un corsé se tratara. ¡Pero, ¿cómo iba a hacer para desprenderse de ello?! Otras veces, lo había hecho. No le había importado. «Sí, le dijo una vocecita en el interior de su cabeza, lo hacías porque sabías que él no permanecería a tu lado. Ni te regalaría las sensaciones que Fabrizzio»
–Es mejor que me marche. No quiero…
–Está bien. Te veré en el museo y te contaré lo que averigüe.
Ninguno de los dos hizo ademán de despedirse con un beso. Ambos sabían que si se producía acabarían en su habitación despojándose de la ropa y enredándose entre las sábanas de la cama. La vio alejarse calle abajo en dirección a Princess Street. Permaneció en la acera sin apartar su mirada de ella, deseando que se detuviera. Que se girara para mirarlo, que volviera sobre sus pasos hacia él para terminar la noche juntos. Pero cuando la vio girar la esquina entonces se convenció que no iba a suceder. Entró en el hotel sumido en sus confusos pensamientos y, tras saludar al recepcionista, se dirigió a su habitación mientras la presencia de Fiona seguía aún con él.
Fiona caminó con paso rápido mortificada por los deseos de volver al hotel. Respiró hondo cuando llegó a Princess Street y se convenció que no volvería sobre sus pasos. Sacó el teléfono de su bolso y pulsó el botón de rellamada para contactar con Catriona. Una larga charla con sus amigas era lo que necesitaba en esos momentos. Desahogarse con ellas. Necesitaba sacarse todo lo que llevaba dentro. Pensar fríamente en lo que quería, lo que buscaba con él. ¡Pasarían juntos una semana en Florencia! Y si la atracción seguía conviviendo con ellos dos, esa semana sería una prueba de fuego. No quería enamorarse de él, pero tampoco quería averiguar lo que sentía por él.
–Hola, Cat, ¿habéis quedado? –le preguntó mostrando un tono de voz risueño a pesar de lo mal que se encontraba.
–Estamos en Rick’s Tavern. ¿Qué tal todo?
–Genial. Todo bajo control. Nos vemos en cinco minutos. Estoy cerca.
–Bien. Te esperamos.
Cortó la comunicación. Se quedó mirando el teléfono durante unos segundos, parada en mitad de la acera. Por un momento sintió deseo de llamarlo. Por fin habían intercambiado sus números esa tarde. La tentación de hacerlo era muy fuerte, pero en un arranque de mal humor apagó el teléfono y lo devolvió enfurecida a su bolso. Caminó a paso ligero hacia la taberna donde sus amigas la aguardaban.
Fabrizzio se conectó a Internet a través de la red Wifi que le ofrecía el hotel, para comenzar con su trabajo para la exposición. Quería centrarse en este y tratar de olvidarse de ella, pero nada le costaba más que prestar atención a los cuadros. Buscaría a aquellos retratistas italianos más relevantes del Renacimiento y vería si entre sus obras más representativas había algún retrato. Comenzó a garabatear algunos nombres en su libreta mirando de reojo su teléfono como si esperara que ella pudiera llamarlo. Inspiró hondo y se levantó de su silla y cogió el teléfono para hacer una llamada. A esas horas Carlo estaría aún despierto. Necesitaba que comenzara a prepararlo todo para cuando ellos llegaran a Florencia, dos días después.
–Pronto.
–¿Carlo?
–Sí, soy yo.
–Soy Fabrizzio. ¿Cómo va todo?
–Ah, jefe, ¿cómo estás? ¿Cómo marcha todo en Escocia?
–Marcha bien. Escucha, necesito que mañana mismo te pongas desde primera hora con los retratistas italianos del Renacimiento.
–Claro. Dime lo que necesitas.
–Aquí quieren montar una exposición sobre ellos. Entonces, mi colega David y la encargada de dicha exposición van a necesitar obras de ese período y de esas características. Necesito que saques un listado con las obras de las que disponemos en la galería que tengan que ver con los retratos. ¿Comprendes?
–Claro. ¿Solo retratos?
–Eso es. Y de paso pregunta en las galerías privadas de la ciudad si alguna contiene algo de Rafael, Tintoretto, Forabosco. No sé. Tú sabes lo que hay que hacer.
–Entiendo.
–Estaremos en Florencia pasado mañana. Espero poder contar con algo de información al respecto.
–Sin duda. ¿Has dicho estaremos? ¿Quién te acompaña? –El tono de curiosidad no pasó desapercibido para Fabrizzio, pero no le dio demasiada importancia.
–La encargada de la exposición –respondió sin pararse a pensar que se había referido a ella.
–¡Una mujer! –exclamó un tono divertido–. ¿Es guapa la escocesa? ¿O es la típica pelirroja pecosa? –le preguntó con curiosidad e ironía.
Aquella pregunta pareció molestarlo. Sintió una punzada de celos porque Carlo estuviera considerando a Fiona una mujer atractiva. En verdad que lo era, pero ¿por qué se había sentido así de repente?
–Carlo. De lo único que tienes que preocuparte es de echarle una mano en su trabajo.
–¡Bravo! Pero imagino que no pasará nada por preguntar si es atractiva.
–¿Qué importancia puede tener el hecho de que sea más o menos atractiva? Tú céntrate en colaborar con ella en todo lo que te pida.
–¿En todo, todo? –insistió Carlo entre risas que no le agradaron a Fabrizzio. Agarró el teléfono con fuerza, como si fuera a estrujarlo.
–Carlo. Ella no va a Florencia en busca de una aventura –le rebatió apretando los dientes y empleando un tono de clara advertencia–. No queremos que la señorita se lleve una mala imagen de nosotros.
–Entiendo, amigo. No, te preocupes. Pienso encargarme personalmente de que no se lleve una mala experiencia –insistió en un tono jocoso.
–Es intocable –le recordó enfurecido por la risita irónica de Carlo al otro lado de la línea–. Nos veremos pasado mañana y procura tener todo esto preparado.
–No te preocupes. Estará. Buen viaje.
–Ciao.
–Ciao. Ciao.
Fabrizzio colgó y dejó caer el teléfono sobre la cama, mientras en su interior se sentía crispado por los comentarios de Carlo respecto a cómo era Fiona. Aunque, por otra parte, tampoco tenía por qué importarle. Entre Fiona y él no había nada serio. Tan solo se habían acostado una noche y esa mañana se habían besado, pero no había nada más serio entre ellos. Volvió a sentarse frente a la pantalla de su tablet y siguió buscando información en la red. Trataría por todos medios de centrarse en su cometido, y que lo sucedido con Fiona no enturbiara su trabajo. Confiaba de pleno en Carlo para que encontrara los cuadros que le había solicitado. Era el mejor en su campo de investigación. Le dabas el nombre de un pintor y el título de un cuadro y en un plazo corto de tiempo sabía dónde se encontraba expuesto. Pero tenía un defecto, si podía llamársele así a su pasión por las mujeres, y a Fabrizzio le preocupaba con respecto a este trabajo. Sería conveniente no pensar más en Fiona por esa noche. Debería centrarse en no traicionar la confianza de su colega David. Lo había llamado para que le prestara su ayuda y eso iba a hacer.