Читать книгу Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray - Страница 9
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ОглавлениеFiona empujó la puerta de la taberna y al momento el sonido de la música y las voces de los clientes la envolvieron. No hizo falta que buscara a sus amigas, ya que fue Catriona quien agitó su mano en alto para hacerle ver dónde se encontraban.
–Vaya, sí que estabas cerca. Ni diez minutos –exclamó Eileen mirando su reloj y moviendo las cejas en señal de asombro.
–Ya os dije que no tardaría mucho.
–¿Qué quieres tomar? –le preguntó Catriona levantando la mano para llamar al camarero.
–Una copa de vino –le respondió tratando de no darle mucha importancia a este hecho. Eileen y Moira se quedaron mirándola interpretando que algo le sucedía. Su dejadez a la hora de pedir la bebida, el tono empleado y ese gesto en su rostro no presagiaban nada bueno.
Fiona se sentó sin hacer caso a las miradas de sus amigas, más preocupada por sacarse de la cabeza a Fabrizzio y todo lo sucedido. No quería que sus amigas notaran que la presencia de él le estaba afectando más de lo normal, pero le parecía que eso era algo que no podía controlar. Y por otra parte, era consciente de que la conversación iba a derivar hacia una sola persona.
–Cat, nos ha contado que te marchas a Florencia –soltó Moira sin poder aguantar mucho más tiempo sin saber la verdad. Sintió el codo de Eileen en las costillas haciéndole ver que no era lo más oportuno en ese momento. Y Moira le lanzó una mirada desconcertada por ese gesto. ¿Qué sucedía? Las tres sabían lo que había entre Fiona y Fabrizzio. Y que se irían juntos a Florencia a trabajar en la exposición. No había nada malo en preguntar.
Fiona se quedó mirando a Catriona como si fuera a fulminarla. Y esta se limitó a sonreír, al tiempo que se encogía de hombros a modo de disculpa.
–No has podido resistirte ¿eh? –comentó con ironía mientras esbozaba una sonrisa llena de melancolía.
–Oye, ¿a qué viene esa cara? –quiso saber Eileen mientras observaba detenidamente a su amiga.
–¡Te vas a Florencia una semana! ¡Yo en tu lugar estaría dando saltos de alegría! –exclamó Moira abriendo los ojos al máximo reflejando lo que ello suponía.
–No, si eso está bien. Siempre he deseado visitarla. Pero… –les confesó con un tono de voz que dejaba entrever que, pese a todo, no parecía muy convencida en querer ir.
–Vas con Fabrizzio, ¿no?
La pregunta de Eileen la dejó clavada. La miró fijamente mientras su copa de vino quedaba a mitad de camino de la mesa. Y a continuación inspiraba profundamente y sus hombros se relajaban en clara señal de abatimiento.
–Vaya, parece que no es un buen plan –sugirió Catriona al darse cuenta del estado de ánimo de su amiga.
–Pero, ¿qué ha pasado entre vosotros? –preguntó Eileen desconcertada por la actitud de su amiga.
Fiona sonrió mirando a Moira y pensando en lo que iba a preguntarle.
–¿Podrías decirme que ves en tu bola de cristal? ¿Qué me espera en Florencia a partir de pasado mañana? Sería mejor decir qué no ha pasado –se corrigió con ironía mientras sus labios se curvaban en una mueca irónica.
Las tres amigas se quedaron en silencio mirando a Fiona, como si acabara de confesar algo que no debía. Moira parpadeó en varias ocasiones sin poder creer lo que acababa de escuchar.
–Me estás vacilando ¿no? –le preguntó esbozando una sonrisa nerviosa y mirando a Catriona y Eileen en busca de una respuesta.
Fiona sonrió mientras cerraba los ojos y sacudía la cabeza en clara señal de abatimiento, lo cual sorprendió en gran medida a sus tres amigas.
–Ya no sé qué pensar, pero admito que no me vendría mal si pudieras ver mi futuro.
–¿Es por Fabrizzio? –inquirió Catriona mirando a su amiga con seriedad.
–¡Pues claro que es por él! ¿Por quién va ser? –respondió alterada por todo lo que había sucedido entre ellos, y porque ahora mismo no sabía lo que sentía. Ni siquiera quería planteárselo. No fuera a ser que lo que descubriera no fuera de su agrado.
–¿Qué sucede? Vamos suéltalo, somos tus amigas –le comentó Eileen cogiendo su mano–. Oye, te recuerdo cómo me sentía yo cuando pasé por esta situación. Fue conocer a Javier, y Rowan se presentó de vuelta de Londres. Entonces no sabía qué pensar o hacer, y vosotras estuvisteis ahí. A mi lado.
Fiona sonrió agradecida mientras palmeaba la mano de Eileen.
–Lo sé. Sé que estáis aquí.
–Pues entonces, ¿por qué no empiezas por el principio y nos cuentas qué te sucede? Te ayudará a desahogarte –le sugirió Moira mientras asentía sonriendo y tendía las manos al frente invitándola a continuar.
Fiona resopló pensando por dónde comenzar. ¿Qué iba a contarles? ¿Que el día con Fabrizzio había sido maravilloso? ¿Que él era todo un dechado de atenciones con ella? ¿Que no sabía qué pensar de su comportamiento?
–Cuanto más tiempo pasamos juntos, más se complica todo –comenzó dejando suspendida la mirada en el contenido de su copa, y sus recuerdos volvieron al momento en el que Fabrizzio y ella entrechocaron las suyas a la hora de la comida. ¿Cómo debía interpretar su mirada cuando él bebía de su copa sin apartarla de ella en todo momento?
–¿A qué te refieres? ¿Es que ha sucedido algo más entre vosotros? –preguntó Catriona pasando su mirada por las tres amigas.
–Se suponía que él no debía estar en mi cama. Ni debía ser tan atento conmigo. Que yo no debería sentirme como lo hago cuando estoy con él –le confesó molesta por todo ello, mientras sus tres amigas se mantenían expectantes, y Fiona seguía con su mirada fija en la copa con la que jugueteaba–. Que sus miradas, sus cumplidos y sus atenciones no deberían afectarme. Ni siquiera deberían importarme. Pero no puedo evitarlo.
–¿Qué te sucede con él? Sabemos que te gusta, pero… ¿es que hay más? –preguntó Eileen con un tono pausado, midiendo la reacción que sus palabras podrían causar en Fiona. Si de verdad estaba comenzando a sentir algo por Fabrizzio sería mejor que lo reconociera cuanto antes y tomara una decisión.
Fiona se quedó callada. Pensando en lo que iba a decir y en las reacciones que sus palabras provocarían en sus amigas. Se humedeció los labios y deslizó el nudo que los nervios habían formado en su garganta.
–Es lo que trato de averiguar. Y no sé si quiero. No sé qué debo hacer. Hay momentos en los que siento una imperiosa necesidad de besarlo, de acariciarlo. Y en otras me digo a mí misma que no es lo correcto. Que estamos juntos por la exposición. Nada más.
–Os habéis acostado y, según parece, hay muchas probabilidades de que entre vosotros pueda surgir algo –precisó una Eileen confundida, mientras sacudía la cabeza sin comprender el comportamiento de Fiona. Aunque por otra parte también entendía sus sentimientos. A ella misma le había sucedido con Javier.
–¿A qué viene comerse la cabeza como lo estás haciendo? ¿Por qué no le das una oportunidad? –le sugirió Catriona convencida de sus palabras.
–Porque lo más seguro es que una vez que todo esto de la exposición termine, cada uno se quedará en su ciudad.
–Eso no lo sabemos –intervino Eileen–. Tal vez te proponga que te quedes con él en Florencia.
–O que él se quede aquí contigo –apuntó Moira tratando de animar a su amiga.
–Sabéis cómo animar a una amiga, gracias. Pero no sé…
–Tienes miedo de sentir algo más fuerte por él. La cosa se ha descontrolado, se te ha ido de las manos –le dijo Catriona resumiendo la situación–. No contabas con su manera de ser, de comportarse y te ha sorprendido hasta el punto de que ha dado la vuelta a tu vida.
–No quiero depender de un sentimiento, chicas. Ni preguntarme si él siente por mí lo mismo que yo estoy empezando a sentir por él.
–Uy, ¿y qué es eso que estás sintiendo? –preguntó Eileen animada por las confesiones de Fiona.
–Solo sé que me ha costado mucho dejarlo en su hotel. Y que sentía unos deseos enormes de volver sobre mis pasos y…
–Pero no lo has hecho porque consideras que no es lo más apropiado –terció Moira señalándola con su dedo–. No puedes controlar tus emociones, Fiona. En ocasiones deberías dejarlas salir. Todo ese discurso de que eres una mujer libre, independiente y que no quieres atarte a una relación no vale nada cuando encuentras a la persona adecuada. Aunque si crees que eres así, y que no necesitas algo de cariño y ternura por parte de Fabrizzio, entonces no deberías preocuparte. Déjalo ir. Y si debe estar contigo, volverá.
Las tres amigas la miraron como si no la conocieran, mientras Moira sonreía convencida por lo que acababa de decir.
–Pensaba que tú eras más de medias naranjas y almas gemelas. No de personas adecuadas. ¿Me he perdido algo? –le preguntó Fiona con una sonrisa irónica, al tiempo que arqueaba una ceja en señal de incredulidad.
–No importa cómo la definas. Es cierto lo que acabo de decirte. Y lo sabes.
Fiona frunció el ceño mientras pensaba en las palabras de su amiga.
–¿Vosotras pensáis igual que ella? –preguntó mirando a Catriona y Eileen, quienes se limitaron a poner cara de circunstancia.
–Tal vez te estés escondiendo detrás de esa imagen de mujer fría e independiente que cabalga en solitario con su moto y que es feliz con la vida que lleva –le recordó Catriona con un gesto que daba la impresión de que la estuviera regañando–. Y estoy de acuerdo con Moira. Si quieres seguir yendo por libre, entonces no tienes de qué preocuparte porque al final volverás a casa tú sola y retomarás tu vida.
–¿Qué pinta mi moto aquí, si puede saberse? –le preguntó sorprendida por sus palabras, y hasta cierto punto algo enojada.
–A lo que Moira se refiere es que tal vez haya llegado el momento de conocer en serio a alguien. Que tal vez deberías darte una oportunidad y ver si Fabrizzio es alguien más que un simple revolcón –le sugirió Catriona haciendo aspavientos con sus manos.
–¿Tú también lo piensas? –le preguntó mirándola fijamente mientras se limitaba a asentir convencida de sus palabras.
–Tienes una semana para saber si Fabrizzio y tú podéis llegar a ser algo más que dos personas que se han sentido atraídas en un determinado momento de sus vidas –le recordó Eileen, mientras Fiona cerraba los ojos y resoplaba. Ya había considerado esa posibilidad. Una semana entera en Florencia.
–Os recuerdo que voy a Florencia a trabajar –les dijo con un tono que no dejaba lugar a dudas.
–Sí, pero no creo que por las noches estéis trabajando –apuntó Eileen sonriendo.
–Depende de a lo que Fiona llame trabajar. Ya me entendéis –recalcó Moira con gesto no exento de picardía, mientras Fiona sentía arder su rostro.
–Tienes que intentarlo, cielo –la apremió Catriona–. Es posible que Fabrizzio sea alguien importante para ti.
Fiona inspiró profundamente sintiendo que tal vez sus tres amigas tuvieran razón, y fuera ella quien en realidad estaba equivocada. ¿Y si Fabrizzio y ella estaban destinados a permanecer juntos?
–Tal vez tengáis razón, y yo sea demasiado exigente conmigo misma –confesó en un susurro, mientras entornaba la mirada hacia sus amigas.
–Deberías ampliar tu perspectiva en cuanto a los hombres. Además, ¿a ti te gusta que él te prepare el desayuno? –preguntó Moira entrecerrando sus ojos para contemplar el delatador rostro de Fiona.
–¡Vale, no digo que no me guste, es que no quiero tener que depender de él!
–No se trata de depender de él, Fiona. Sino de dejar que te cuide y te mime. Y creo que Fabrizzio está más que dispuesto a hacerlo –concluyó Catriona guiñándole un ojo a Fiona, algo que no hizo sino ponerla más nerviosa.
¿En realidad era eso? ¿Debería cambiar su percepción de las relaciones?
–Ningún tío te ha durado más de dos semanas por cómo eres. Si quieres que funcione tal vez deberías hacerlo –apuntó Eileen.
–Los asustas en cuanto te ven sobre tu potente moto. A eso me refería antes –dijo Catriona–. Se sienten cohibidos al verte con semejante máquina entre las piernas –concluyó sonriendo, mientras Fiona se quedaba boqueando como un pez.
–Pero, yo soy así. Siempre lo he sido y nadie va a cambiarme –protestó furiosa con aquellos comentarios que no hacían sino reflejar su realidad.
–Y queremos que lo sigas siendo. Pero, tal vez, deberías darle una oportunidad al destino –le sugirió Moira guiñándole un ojo, al tiempo que levantaba su copa para brindar–.Tal vez te esté esperando en Florencia.
Fiona la miró con cara de pocos amigos, aunque por fin logró sonreír. ¿Es que no podía dejar al destino a un lado? Fiona se tenía por una persona que no creía en él. Nada de que todo estaba escrito y que había alguien vagando por ahí buscándote.
–Me parecía raro que no soltaras algo de eso.
–Es la verdad. Florencia te espera para descubrir el amor –anunció con una amplia sonrisa levantando su copa en alto en un brindis al que se unieron las demás. Fiona fue la última en hacerlo, mientras una mirada de recelo asomaba en sus ojos oscuros.
–Voy a trabajar. Que os quede claro –matizó antes de beber de su copa de vino.
–Por supuesto, cariño –le aseguró Catriona mientras sonreía y le guiñaba un ojo a Moira.
Voy a trabajar. Se repetía una y otra vez Fiona mientras trataba por todos los medios de sacarse a Fabrizzio de la cabeza.
Casi no se vieron en la National Gallery durante el día siguiente. Gran parte de ello fue culpa de Fabrizzio, que decidió no pisar el museo. No había descansado demasiado la noche pasada y decidió quedarse en la cama hasta la hora del desayuno. Luego, había recorrido él solo las calles del centro de la ciudad admirando su arquitectura, visitando otros museos, como el de los escritores escoceses o el del tartán. Prestó atención a cómo se tejían los kilt. Trataba de evitar encontrarse con ella en la National Gallery. Lo curioso es que ni siquiera se molestó en llamarla para comer, aunque ella tampoco lo hizo. De manera que la situación quedó en un hipotético empate entre ambos. Fabrizzio apenas si apareció a última hora del día para intercambiar algunas notas con David. Según le contó su amigo, Fiona había salido con Margaret a tomarse un café.
–Si quieres consultarle algo a ella, no creo que tarde mucho más –sugirió David con toda naturalidad y todo el interés de se vieran.
–No, no es nada importante. Tan solo decirle que tengo a mi gente de Florencia trabajando en los nombres de los retratistas que habíamos barajado para la exposición. Nada importante.
–En ese caso… Puedes llamarla. ¿No te quedas?
–No, no. Prefiero seguir con mis cosas. Tenemos poco tiempo y mucho trabajo por hacer. Nos marchamos mañana y he de asegurarme que todo en Florencia esté a punto a mi llegada –le dijo a modo de disculpa para no quedarse. Sentía necesidad de hacerlo, pero era consciente de que su trabajo estaba por encima de sus deseos. Ella se lo había pedido. No quería que lo suyo interfiriera en su exposición. Y él respetaría la palabra dada–. Puedes decirle que si tiene alguna pregunta que me llame. Estaré en el hotel recogiendo todo. Y que no se le olvide que el avión sale a las diez. Que esté con tiempo en el aeropuerto.
–¿No sería mejor que lo hablarais entere vosotros?
–Tienes razón pero ahora no está y… –A David le pareció que le sucedía algo con ella. No era lógico que quisiera marcharse sin haber concertado con ella todo lo del viaje.
–¿Qué tal con ella ayer? –le preguntó David, de una manera casual, ajeno a lo que estaba sucediendo entre ellos.
–Bien. ¿Por qué?
–Por nada. Tan solo quería saber qué tal congeniáis. Ya sabes… Dos culturas e ideas distintas. Y luego está el carácter de ella. Muy exigente, tenaz y, en ocasiones, algo dura consigo misma.
–Sí. Ya me he dado cuenta.
–Quiere que esta exposición sea la más renombrada de las islas. Lleva mucho tiempo detrás de ella, y ahora que la junta del museo ha accedido, Fiona no quiere dejar escapar la oportunidad.
–Sí, comprendo que es muy importante para ella. Por eso mismo estoy tratando de acelerar todo en Florencia. Ahora, si me disculpas, me marcho al hotel.
–Claro. Que tengas buen viaje, y estaremos en contacto –le dijo estrechando su mano–. Es un honor tenerte como colaborador.
–El placer es mío por estar aquí. Gracias a ti por acordarte de mí.
Fabrizzio abandonó el despacho de David con las palabras de este acerca de la importancia de la exposición flotando en su mente. Fiona se lo había comentado y él estaba haciendo todo lo posible por ayudarla. Por eso decidió llamar a Carlo para saber qué tal marchaba su encargo.
–Hola, jefe, ¿qué tal va todo? –respondió con un tono de voz risueño que le molestó.
–Eso quería saber. ¿Qué has podido averiguar sobre los retratistas que te nombré ayer?
–Sí, me puse a ello nada más llegar esta mañana. Disponemos de un par de retratos de Piero della Francesa, los de los Duques de Urbino; Filippo Lippi y su Virgen con el Niño y Los Ángeles, aunque a mí este no me encaja en lo que entiendo que quieren mostrar.
–¿Algo más moderno?
–Algo de Bronzino, Retrato de Leonor de Toledo con su hijo Juan, del XVI. Y un Bacco de Caravaggio de finales del XVI. Por ahora es lo que tengo.
–Para empezar no está mal. Aunque necesitaremos algunos más…
–¿Cuántos necesita la signorina escocesa para la muestra? –le preguntó con un tono que a Fabrizzio no pareció agradarle en exceso. Sobre todo cuando se refirió a Fiona como signorina escocesa. Pero por ahora lo dejaría pasar. Tampoco había por qué estar discutiendo a cada momento con Carlo. Además, ¿qué podía importarle a él? Y si tanto le afectaban las bromas de su colega, tal vez fuera mejor no dejar a Fiona a su cargo. ¿Acaso temía que Carlo pudiera seducirla? No. Fiona no buscaba un romance en Florencia. Iba en busca de cuadros para su exposición. Nada más. Para ella, era lo más importante.
–No lo sé. No le he preguntado. Imagino que cuantos más mejor. Seguramente, después deberá elegir aquellos que más se ajusten a sus necesidades. No lo sé –le explicó con un toque de mal humor que no pasó desapercibido para Carlo.
–¿No has dormido bien?
–¿Por qué me lo preguntas?
–Porque te noto algo… tenso. Como desquiciado. ¿No te está tratando bien la signorina? –le preguntó con un tono de vacile que encendió aún más el ánimo de Fabrizzio.
–Céntrate en tu trabajo, Carlo. Y deja en paz a Fiona.
–Ah, por fin conozco su nombre. La signorina Fiona. Por cierto, ¿es de las que se viste con falda de cuadritos y va con una gaita bajo el brazo? Siempre he sentido curiosidad por saber si llevan algo debajo del kilt –le confesó sin abandonar su gesto divertido.
–Deja ya ese tono de burla. Y céntrate en tu trabajo. Cualquier cosa que suceda llámame. De lo contrario nos veremos mañana.
–Descuida, jefe. Ciao.
Pulsó la tecla de fin de llamada y sacudió la cabeza sin poder creer que Carlo le estuviera vacilando de aquella manera. ¿Qué pretendía con sus preguntas sobre Fiona? ¿Acaso se le había pasado por la cabeza…? No, por favor. No podía creer que ello pudiera suceder. Aunque, bien pensado, todo era posible. Se quedó mirando fijamente la pantalla de su teléfono cuando la voz risueña de Fiona captó su atención. No pudo evitar levantar su mirada hacia ella para empaparse de su presencia. Por un breve instante cerró los ojos y maldijo en voz baja. En verdad que aquella signorina lo estaba volviendo loco, pero ¿qué podía hacer? Le había dejado claro que el trabajo era lo primero. Y después de hablar con David minutos antes le había quedado más claro aún que debería mantenerse alejado de ella. Pero, ¿cómo haría para no acercarse?
La observó avanzar despacio por el pasillo mientras charlaba con Margaret. Fabrizzio recordó su nombre y su cargo en la National Gallery: ella era la restauradora del museo. Fiona no parecía haberse fijado en él y eso le permitía cierta licencia para recrearse en su figura. Iba vestida con una camisa de color oscuro, cuyas mangas dejaban ver sus antebrazos, y un par de vaqueros desgastados con botas negras. Nunca había conocido a una mujer a la que le sentaran los vaqueros como a ella. Ceñidos a sus caderas y muslos en su justa medida. La imagen de Fiona enfundada en un kilt escocés le vino a la mente cuando recordó las palabras de Carlo. Sonrió divertido mientras ella se acercaba. No iba a confesarle a Carlo que no solo no le había visto las piernas sino que además había pasado sus manos por ellas. Había sentido su piel cremosa, tersa y suave bajo sus labios cuando las había recorrido dejando un reguero de besos sensuales hasta llegar a su cadera y posteriormente su firme vientre hasta perderse entre sus muslos.
Fiona no lo vio hasta que casi se chocó con él y entonces todo en ella se descolocó. Margaret se dio cuenta de este hecho y se limitó a sonreír con picardía, pero sin revelarle lo que percibía en la mirada de aquel apuesto italiano ni que se había dado cuenta de cómo había enrojecido Fiona en un solo momento. Sonrió divertida o azorada por aquel pequeño encontronazo mientras buscaba las palabras adecuadas.
–Te estaba buscando, y mira por dónde… –le dijo Fabrizzio tratando de que su mirada no se demorara demasiado tiempo en el ahora rostro risueño de ella.
–Oh, vale… –Se sentía cortada por la situación. ¿Qué hacía? ¿Qué había decidido después de la charla de la noche anterior con sus amigas? ¿Le daría una oportunidad a aquello que había entre ellos y que no sabía cómo definir? ¿O se centraría en su trabajo y pasaría de él?–. ¿Conoces a Margaret?
Tanto Fabrizzio como la restauradora se miraron sin saber muy bien qué era lo que tenían que hacer. Era como si Fiona intentara escapar de una situación ¿comprometida?
–Sí, nos conocemos –asintió Margaret–. ¿Cómo marcha todo?
–Bien, bien. Iba a comentarle a Fiona una par de cosas acerca de la exposición –le respondió algo cohibido por la manera en la que la Margaret lo miraba. ¿Es que sabía algo? ¿Tal vez lo intuía? Su sonrisa pareció delatarla.
–En ese caso le dejo en buenas manos –asintió mirando a Fiona sin abandonar esa sonrisa de complicidad con ella.
Fiona siguió a Margaret con la mirada en un intento por evitar la de Fabrizzio, ya que era consciente de lo que esta le provocaría. Mientras él permanecía perdido en la profundidad de sus ojos oscuros y seguía preguntándose qué tenía aquella muchacha para hacerle sentir como un colegial. Cuando por fin lo miró de frente y le sonrió, Fabrizzio creyó que no resistiría mucho tiempo sin rodearla por la cintura para atraerlo hacia él y besarla. ¡Al diablo con la exposición! ¡Con los retratistas italianos! ¡Qué mejor retrato tenía ante él que el de la mujer que lo hacía sentirse así!
–¿Qué querías decirme? –le preguntó en una especie de susurro que salió a duras penas a través de sus labios. No sabía muy bien qué hacían allí en mitad del pasillo, donde todos podían verlos y cuchichear–. ¿Vamos a mi despacho?
Su sugerencia era de lo más acertada, pensó Fabrizzio mientras caminaba a su lado dejando que sus brazos se rozaran. Quería mantener la mirada al frente, quería no pensar que ella caminaba junto a él y que sus dedos podían rozarse sin pretenderlo. Pero era imposible abstraerse a toda ella.
–Entra –le dijo mientras le cedía el paso y Fabrizzio penetraba en su despacho–. Espero que sepas perdonar mi desorden –le dijo con una risa nerviosa, mientras cerraba la puerta a su espalda. Estaba nerviosa ante la presencia de él, que echaba un vistazo a las estanterías del despacho. Fiona se quedó de pie, apoyada sobre el borde de la mesa con los brazos cruzados sobre el pecho, observando con curiosidad a Fabrizzio. Infinidad de situaciones y preguntas vinieron a su mente como un torrente desbordado.
–La verdad es que cuentas con libros muy interesantes en el campo del Renacimiento –le comentó pasando el dedo por estos y fijando su atención en los títulos, como si buscara uno en particular.
–He procurado rodearme de los mejores en ese campo –se apresuró a decirle para no parecer que estaba ida mientras lo observaba.
–Ya, pero he de decirte que te faltan un par de ellos. Imprescindibles.
–¿De verdad? –preguntó mientras se acercaba hasta él para comprobar qué decía.
–No veo ninguno de los míos –dijo volviendo el rostro para encontrarse con el de ella a escasos centímetros. Esbozó una tímida sonrisa mientras ella mantenía su mirada fija en él intentando averiguar si cruzaría la línea que separaban sus respectivas bocas. Fabrizzio se sintió envolver por el perfume femenino en aquel reducido espacio, notó la respiración agitada de Fiona y vio sus labios entreabiertos tentándolo a probarlos, a adueñarse de ellos sin pedir permiso. Sin embargo, no sabía cómo reaccionar. Ella… ella ocupaba todo el espacio del despacho con su presencia. O más bien podría decirse que era él quien solo tenía ojos para ella.
Fiona se acercó con la necesidad de tenerlo cerca. Sentir su respiración, esa mirada suya llena de curiosidad escrutando su rostro, sus dedos trazando el perfil de este como el día anterior en High Street. No podía ser malo aquello que él le hacía sentir. Ese fuego que la abrasaba en el interior y que ella quería controlar a toda costa. ¿Debería dar el paso y sujetarlo por las solapas de su chaqueta para atraerlo y besarlo como la noche en que lo conoció? Ella era impulsiva. Se dejaba llevar por el momento. Sin pensar en las consecuencias. Y ahora mismo sus deseos de que la besara le quemaban la piel.
–Recuérdame que te regale un ejemplar de mis obras cuando estemos en Florencia –le susurró tratando de apartar de su mente el deseo de fundirse con ella. Devolvió el libro a la estantería y volvió a centrarse en su rostro de ángel que lo había llevado al paraíso hacia dos noches. Pero que ahora mismo se asemejaba más a un pérfida y seductora diablilla que disfrutara con ese juego de seducción.
–Descuida. Lo haré –le aseguró sonriendo de manera abierta mientras podía percibir el deseo de él en su mirada–. ¿De qué querías hablarme?
Fabrizzio no podía pensar con claridad con ella mirándolo de aquella manera. ¿Qué le pasaba? Ayer mismo le había dicho que no quería que lo sucedido entre ellos interfiriera en la exposición. Y ahora estaba junto a él, sus bocas separadas por escasos centímetros. ¿Qué quería que pensara o hiciera? ¿Tal vez que la rodeara por la cintura y la besara hasta que le robara el aliento, el sentido? Ja, ¿y después? ¿Le insistiría en que la exposición era lo más importante y que su rollo, por darle algún calificativo, no podía interferir? Aquello había sido como si le arrojara un cubo de agua del mar del Norte que bañaba aquellas costas. De manera que se armó de valor y se centró en lo estrictamente profesional mientras cerraba las manos hasta clavarse las uñas y sentir el dolor.
–He recibido información de varios cuadros que tenemos en Florencia. En la galería de los Uffizi.
Fiona pareció quedarse sin respiración cuando lo escuchó decir aquello. ¿Qué le sucedía? Estaba a escasos centímetros de sus labios y… ¡¿y lo que se le ocurría era hablarle de los cuadros?! Lo contempló perpleja durante unos segundos mientras intentaba reconducir la situación y ordenar sus pensamientos. No sabía muy bien cómo reaccionar, pero a él parecía haberle quedado clara cuál era la situación.
Fabrizzio comprendió que sus palabras la habían desilusionado. Tal vez esperaba que él la besara y después charlaran sobre la exposición. Pero… ¡Maldita sea, la pasada noche se despidió de él sin un adiós! Sin ni siquiera volver su mirada hacia él para ver si la seguía mirando. En cambio él la vio perderse calle abajo en dirección a Princess Street, mientras ardía en deseos de quedarse con ella. Se había quedado como un tonto esperando a que se volviera. Pero no sucedió, porque se suponía que entre ellos no volvería a pasar nada, ¿no? Pues bien. Había respetado su decisión. ¿Qué sucedía ahora? ¿A qué venía aquella mirada que parecía que fuera a fulminarlo?
–Supuse que estarías interesada en ello. Por eso quería verte –le dijo mientras Fiona se volvía, cerraba los ojos e inspiraba hondo tratando de calmarse. Estaba crispada por el comportamiento de él. De manera que caminó hacia su silla detrás de la mesa y aguardó impaciente lo que tuviera que decirle.
–Sí, claro. Es cierto.
Sus palabras parecían abandonar su garganta a marchas forzadas, su tono era de desilusión. ¿Tal vez se hubiera equivocado con él? Pero, ¿dónde quedaba el maravilloso hombre del día anterior? ¿Qué le había sucedido? ¿Se debía a que no se quedó con él la noche pasada? ¿A que le había dicho que la exposición era lo principal para ella? «Criosh!», maldijo en gaélico mientras trataba de mantenerse profesional en todo momento. ¿Es que lo había estropeado todo por decirle eso? Permanecía sumida en estas preguntas mientras Fabrizzio seguía hablando.
–Carlo, mi ayudante, me ha dado el nombre de los autores y cuadros que hay disponibles, por ahora –le dijo tendiéndole un papel. Fiona sintió cómo el simple roce de sus dedos le transmitía una descarga que ascendía por todo su brazo.
Fingió echarles un vistazo, ya que en esos momentos no se sentía muy dispuesta a centrarse en ellos. Inspiró hondo mientras parecía pensar en los artistas.
–Quería saber de cuántos cuadros estamos hablando. Para agilizar los trámites –Percibió su mirada perdida en el papel. No parecía que estuviera prestando atención a los nombres de los artistas y sus cuadros. Fabrizzio apretó los dientes enfurecido por su comportamiento. Debería haberla besado. Sin duda. Tal vez no debería haberlo pensado tanto. No haber creído que era lo que ella quería. Pero, ¿por qué debería verse afectada la exposición porque ellos dos tuvieran una pequeña relación? No creía que fueran tan inmaduros e infantiles como para dedicarse a tontear en medio de algo tan importante para ambos–. Fiona. ¿Me estás escuchando?
Su voz y sus palabras la sacaron del momento de ensoñación en el que estaba perdida. Levantó la mirada del papel para centrarse en él pero por más que quería mantenerse fría y profesional, Fabrizzio sabía cómo devolverla a ese estado de ensoñación al que él la había conducido. Dejó caer el papel sobre la mesa sin apartar su mirada de él. ¿Cómo se sentiría? ¿Es que no se había dado cuenta de que quería que la hubiera besado? Había estado dándole vueltas toda la noche a cómo enfrentarse a esta situación. A cómo le gustaría que se desarrollara, y todo parecía estar viniéndose abajo.
–Sí, claro. Perdona estaba en otra parte. Me parece bien todo lo que tengas preparado. Es genial. Ahora, si me disculpas, he recordado que tengo que ir a un sitio –le dijo levantándose de la silla, cogiendo su chaqueta y saliendo del despacho–. Por cierto, puedes quedarte y echar un vistazo a lo que quieras –le dijo volviéndose hacia él con ese pretexto para lanzarle una última mirada.
Fabrizzio la miró sin saber qué podía sucederle y cuando quiso reaccionar ella había desaparecido. Se detuvo en mitad del pasillo con las manos en las caderas tratando de pensar con claridad qué había sucedido. Se pasó la mano por el pelo como si quisiera aclarar sus ideas. ¡Pero si no lo necesitaba! Ella le gustaba. Le gustaba de verdad como mujer. No tenía que pensarlo dos veces. Pero ¿qué le había sucedido a ella? Aquello no podía quedarse así. No antes de marcharse a Florencia el día siguiente.
Fiona subió a su moto sin mirar atrás. Sin parar a ver si él saldría tras ella. Arrancó y se incorporó al tráfico de Princess Street. Necesitaba alejarse de allí cuanto antes. Todos sus pensamientos, todas sus ideas románticas se habían venido abajo en un solo segundo. ¿Qué demonios había fallado? Pensaba que él estaba dispuesto a intentarlo con ella. O eso le había parecido cuando la besó en High Street de aquella manera tan… dulce, tan… tierna… y tan… romántica. ¡Maldición, comenzaba a pensar como Moira! Aceleró para tomar Leith Street en dirección al puerto mientras la adrenalina alcanzaba su máxima cota y creía que su corazón iba a estallarle de un momento a otro. ¿Estaba cabreada? ¿Dolida? No sabía si una mezcla de ambas. Decidió tomar por Leith Walk y coger la rotonda para girar en dirección a Royal Terrace. Aminoró la velocidad de su moto cuando llegó a su punto más alto, desde donde podía contemplar toda la ciudad iluminada. Apagó el motor y se quedó quieta durante unos momentos contemplando la cantidad de puntos luminosos que se extendían delante de ella. Eileen y Javier solían acudir a menudo a aquel lugar. Sin duda que merecía la pena, aunque a ella nunca se le había ocurrido. Pero en el momento en que salió del museo… Era como si la moto hubiera conducido por ella para llevarla hasta allí. Hasta el lugar donde se erige el monumento a Nelson. Se apeó de la moto, y tras fijarla al suelo, se quedó apoyada sobre esta dándole vueltas a lo sucedido en su despacho esa tarde. Si debió dar el paso y haberlo besado para dejarle claro que la exposición no tenía por qué influir en lo que ellos dos sentían. Tal vez había ido demasiado lejos al decirle que no quería que nada interfiriera en esta. Pero él parecía haberlo tomado al pie de la letra. Es verdad que llevaba peleando durante mucho tiempo con la junta de National Gallery para lograr su sueño. Una exposición de retratos de pintores italianos antes, durante y después del Renacimiento. Y ahora que por fin lo había conseguido no podía fallar nada. Ni podía dejarse llevar por sus sentimientos. Pero justo entonces, cuando todo por fin parecía encajar en su trabajo aparecía él. ¿Por qué se dejó llevar la noche que lo conoció? Tal vez debería haber esperado a que todo el tema de la exposición hubiera pasado. Entonces, ella podría plantearse otras cosas. Pero no. Tenía que ser justo en ese momento, en mitad de la exposición. ¿Por qué todo era tan complicado? ¿Por qué no podía dejar de sentir aquello por Fabrizzio? Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás mientras sentía la humedad. La rabia la comía por dentro. La rabia de creer que no hacía las cosas a derechas.
Fabrizzio regresó a su hotel para prepararlo todo para el viaje al día siguiente. Se sentó sobre la cama mientras se sujetaba la cabeza con las dos manos y cerraba los ojos para dejar que el rostro de Fiona fuera lo único que viera. Sonrió cuando este hecho se produjo y se quedó pensativo preguntándose dónde diablos se habría metido. ¿Adónde había ido con tal celeridad? ¿O se trataba de una excusa para salir del despacho y alejarse de él? No lo sabía. Cogió el teléfono para ver si había alguna llamada o algún mensaje suyo. Pero no era así. De manera que se dispuso a enviarle un WhatsApp para recordarle la hora de salida del vuelo a Florencia. Decidió no llamarla porque no sabía dónde se encontraba, o con quién. Al menos el mensaje lo leería. Acto seguido dejó su teléfono sobre la cama y se dispuso a darse una ducha para relajarse. El día no es que hubiera sido muy duro, pero las últimas horas…
La vibración de su móvil en el interior de la chaqueta de piel la hizo volver al mundo real. ¿Quién podía ser a esas horas? ¿Las chicas para tomar algo? La verdad era que no estaba de humor para copas de vino. Sacó su teléfono y se quedó mirando la pantalla mientras el nombre de Fabrizzio aparecía en esta. Una extraña sensación, mezcla de enojo y por otra parte tranquilidad se apoderó de ella. Seguía enfadada con él por lo sucedido, pero al ver su nombre no pudo evitar que una sonrisa de cariño y complicidad se dibujara en sus labios. Sin embargo, se borró al leer el mensaje. Le escribía para recordarle que debería estar temprano en el aeropuerto. Un mensaje formal. Directo. Profesional. Ni un ciao. Ni un beso. ¿O cómo estás? ¿Dónde estás? ¿Y por qué no la había llamado y había recurrido a algo tan frío como un WhatsApp? Sacudió la cabeza, contrariada, mientras tecleaba un OK. Allí estaré Devolvió el teléfono a su bolsillo y se subió a la moto para regresar a casa. Había querido despejarse y olvidar lo sucedido. Pero, él parecía seguir empeñado en comportarse de manera profesional. Muy bien. Pues se comportaría como una profesional si era lo que buscaba. Puso en marcha la moto y regresó a casa dando un rodeo por detrás del castillo.
Fabrizzio contempló la respuesta en la pantalla de su móvil cuando salió de la ducha. ¡Una escueta respuesta! ¡Nada más! Estaba cabreada. Lo intuía, pero por ahora sería mejor descansar. Ya lo hablaría con ella en el avión.