Читать книгу Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray - Страница 6
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ОглавлениеDespertó de manera lenta y perezosa con la luz del nuevo día que se filtraba a través de la persiana a medio bajar de su habitación. ¿Por qué demonios la había dejado así? Tenía por costumbre dejar la habitación a oscuras para poder dormir profundamente. No obstante, no pensaba levantarse y bajarla. No. Estaba muy a gusto en esos momentos al calor que desprendían las sábanas. Por este motivo, decidió darle la espalda a la ventana y seguir durmiendo un rato más. Pero entonces sucedió algo que la desconcertó aún más. Su mano se encontró con algo. Aunque sería más justo decir con alguien. Al principio se mostró confusa por este hecho. Debía seguir soñado con aquel hombre de pelo oscuro y ojos grises que la había atrapado la noche anterior en la taberna. Aquel atractivo italiano. Y, en ese instante, se estaba imaginando que él se encontraba en su cama. Sí, sin duda se trataba de eso.
Con una sonrisa dulce y risueña intentó dormirse, pero al volver a estirar su mano y comenzar a palpar el otro lado de su cama, comprendió que aquello no parecía un sueño. O al menos era muy real. Contrariada por lo que estaba sucediendo, dejó que su mano tocara con sumo cuidado aquel cuerpo. Para su sorpresa, se movió emitiendo un sonido de complacencia ante su caricia. Fiona abrió los ojos de golpe al sentir aquella piel suave bajo su mano; escuchar aquel gemido y darse cuenta de que, en verdad, había alguien durmiendo junto a ella. Se incorporó despacio para echar un vistazo por encima del hombro de su misterioso compañero, con el propósito de ver su rostro. Sintió un escalofrío y se quedó con la boca abierta. Parecía que iba a decir algo, o incluso a gritar. Pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta cuando lo reconoció. ¡El italiano que se había mostrado muy interesado en ella en la taberna durante toda la pasada noche! Fabrizzio, creía recordar que se llamaba, entre la bruma del sueño y de la confusión. Se quedó sentada con las rodillas apretadas contra su pecho observándolo mientras se mordía el labio inferior, preguntándose qué hacía todavía en su cama. Cerró los ojos y murmuró algo. ¡¿Se había acostado con él?! Pensó que… Pero, entonces… ¿al final se lo llevó a casa? Trataba de recordar lo sucedido. Pero lo único que consiguió fue un agudo dolor de cabeza y una sequedad extrema en el paladar, que aumentaron su malestar general. Debía tranquilizarse, pero le parecía imposible si seguía mirándolo. Desvió por un instante su atención de él, mientras trataba de recomponer las imágenes de la pasada noche.
No se dio cuenta de que él se había vuelto hacia ella, y que ahora la observaba con los ojos entrecerrados. Su pelo estaba bastante alborotado, una incipiente barba comenzaba a despuntar en su rostro y una tímida sonrisa se perfilaba en ese momento en sus labios. ¿De qué se reía?, se preguntó Fiona, algo molesta por ese gesto. Aunque, ahora que lo pensaba. ¿Por qué debería estarlo? Se suponía que ella había accedido a pasar la noche con él, ¿no? Que si estaba en su cama se debía a que ella lo había consentido.
Poco a poco, Fabrizzio fue consciente de dónde estaba y quién era ella. No lo había olvidado. ¿Cómo podría hacerlo con una mujer tan apasionada? Se pasó una mano por el rostro en un intento por despejarse del todo y se incorporó hasta que su espalda quedó apoyada contra el cabecero de la cama. Todo ello lo hizo bajo la atenta, curiosa y escrutadora mirada de Fiona, quien ahora tiraba de la sábana tratando de cubrirse, hasta que ni una sola porción de su blanca y suave piel quedara visible. En un arrebato improvisado, esta quiso abandonar la cama, pero se encontró con la mano de Fabrizzio aferrada a la sábana para impedírselo. Ella lo miró, confundida por su actitud, mientras él sacudía la cabeza instándola a no hacerlo, al tiempo que chasqueaba la lengua.
–Si lo haces, me dejarás como vine al mundo –le aclaró con un tono de voz sensual pese a acabar de despertarse, una mirada llena de curiosidad y una media sonrisa llena de picardía, que obligaron a Fiona a desistir de su intento.
Se quedó quieta mientras lo contemplaba, algo molesta con él porque no se había marchado. Pero también lo estaba con ella misma porque, a pesar de la situación, no podía dejar de considerarlo atractivo y seductor.
–No tengo por costumbre exhibirme sin ropa ante desconocidos –le recalcó con un toque irónico en su voz y un mohín en los labios.
–Pues… anoche no parecía que tuvieras mucho reparo en que te viera sin ella –le recordó apoyando el peso de su cuerpo sobre el brazo derecho. Le pareció tímida allí envuelta en parte de la sábana mientras su imagen de mujer apasionada, ávida de caricias y besos ocupaba su mente. Su rostro risueño, sobre el que algunos mechones caían, le pareció tan sensual que sintió deseos de volver a hacerle el amor como la noche anterior–. ¿Desconocidos dices, Fiona? –le preguntó pronunciando su nombre con una voz ronca que provocó que se le erizara la piel. Fiona no sabría decir por qué, pero le gustó escuchar su nombre en sus labios, con ese acento italiano.
–No esperaba que… estuvieras todavía… –logró balbucear aferrándose a la sábana con manos crispadas, mientras recordaba su nombre: Fabrizzio. La verdad es que no le importaba haber pasado la noche con él, sino más bien la pose arrogante y seductora que esgrimía en ese momento. Juraría que se había mostrado más dulce y tierno con ella mientras la besaba y sus manos la acariciaban de aquella manera que la había vuelto frenética–. Se suponía que tú… –Dejó el resto de su comentario en el aire mientras su mirada recorría la cama y el cuerpo de Fabrizzio hasta llegar a sus ojos, que le parecieron brillar al recordar lo que había hecho.
–Si tenemos en cuenta que tú me invitaste a subir… –le dijo con cara de circunstancias, mientras Fiona fruncía los labios en un mohín de desagrado–. Presumo por tu semblante que no estás acostumbrada a que tus invitados despierten a tu lado. ¿Me equivoco?
Fiona sonrió irónica mientras inclinaba su cabeza hacia delante y sus cabellos ocultaban su rostro. Una breve ráfaga de aliento hizo que se agitaran de manera tímida. Se pasó una mano por ellos para despejar su rostro y así poder mirar a Fabrizzio, quien hacía lo propio con gesto incrédulo. ¿Qué le sucedía? Juraría que la noche pasada ella lo tenía muy claro cuando lo conoció y lo invitó a seguirla. La taberna. Sus amigas. El vino. La música. Un paseo bajo el cielo estrellado de Edimburgo. Era cierto que ambos bebieron en exceso, pero ella fue la primera que se aventuró a cruzar la línea cuando lo agarró por las solapas de su abrigo para atraerlo hacia sus labios y besarlo. Una noche idílica. Aunque mejorable sin duda. Hizo ademán de explicárselo, pero ella le cortó.
–Lo cierto es que no tengo por costumbre hacerlo. Pero tú… No… Mejor no digas nada –susurró mientras se mordía el labio y su ceja derecha formaba un arco de suspicacia. ¿Qué hacía todavía en su cama? Los tíos como él solían marcharse antes del amanecer. Y nunca volvían a llamarla. Mejor. En el fondo se lo agradecía, ya que no tendría que compartir su baño con nadie–. Pero, ¿por qué no te has marchado?
La pregunta salió de sus labios de una manera lenta, como si tuviera miedo de conocer la respuesta. A la vista de cómo estaba su habitación, su cama y su atractivo acompañante hacía falta ser muy torpe para no suponer que lo que había sucedido entre ellos había sido algo salvaje. Tal vez no tanto pero debía admitir que no se habían andado con muchos arrumacos, la verdad. Lo que la sorprendía era encontrarlo mirándola de aquella forma tan peculiar, que le estaba erizando la piel por momentos.
–No sentí la necesidad de hacerlo. Y más después de una noche como la que compartimos. Ahora que te veo tan sensual por la mañana… –Fabrizzio sonrió de manera irónica, lo cual consiguió encenderla por dentro. Bastante cabreada estaba como para que además él hiciera cumplidos de ese tipo–. Sin duda que acerté al quedarme –le refirió haciendo una reverencia teatral mientras sonreía de manera cínica ante el desconcierto de ella.
–¿Podrías dejar de hablar como esos personajes de las novelas que Moira adora? No estoy para bromas de ese tipo –le rebatió frunciendo el ceño, mientras se mantenía alejada de la cama.
–Bella Fiona, lo que ha sucedido aquí la noche pasada me lo guardo para mí –le aseguró guiñándole un ojo y adoptando un tono socarrón con ella.
–Puedes hacer con ello lo que te plazca. No tengo que dar explicaciones a nadie de lo que hago con mi vida –le rebatió con dureza mientras seguía intentando mostrarse fría.
–No obstante… ¿puedo preguntarte el porqué de tu inusitado interés en saber qué hago todavía en tu cama? –le preguntó incorporándose hasta quedar sentado, mientras la sábana le tapaba lo justo–. Tú me invitaste a subir y luego…
Fiona sacudió su cabeza mientras fruncía el ceño.
–No se trata de que me haya acostado contigo… Se trata de… –De nuevo balbuceaba sin encontrar sentido a sus palabras.
–Tranquila. No voy a solicitarte nada –le aseguró despertando un inusitado interés en Fiona. ¿Qué esperaba que le pudiera pedir?–. Tan solo me gustaría que me aclararas qué dices cuando hablas en gaélico, en ciertos momentos íntimos… La verdad es que estabas… deliciosa susurrándome en esa lengua.
Fiona se quedó clavada con los ojos abiertos hasta su máxima expresión, al igual que su boca. ¿Qué había querido decir?
–¿De qué diablos hablas? ¿Yo hablando en gaélico? –le preguntó tirando de la sábana en un intento por dejarlo desnudo del todo y disfrutar de una pequeña venganza. Pero Fabrizzio se aferró fuerte y tiró de ella sorprendiéndola y logrando hacerla caer sobre la cama mientras profería un grito, y de repente volvía a verse atrapada bajo el cuerpo de él como en algunos momentos de la pasada noche.
Fabrizzio enmarcó su rostro entre sus manos al tiempo que le apartaba el pelo, dejando el paso libre para que sus dedos trazaran el perfil de sus cejas con exquisita delicadeza, con ternura, como si la estuviera dibujando para él. Fiona sintió sacudirse todo su cuerpo por este hecho, y se sorprendió al no hacer intento por salir de debajo de él, sino que permaneció quieta mientras Fabrizzio la miraba fijamente, como si buscara su reflejo en los ojos de ella. O tal vez la respuesta a por qué acabó enredado con ella bajo las sábanas. ¿Qué le había impulsado a seguirla hasta su casa? ¿Solo dejarla sana y salva? Su boca se curvó en una media sonrisa mientras sus dedos recorrían sus mejillas hasta llegar a los labios. Los sintió suaves, húmedos, tentadores. Fiona sintió su corazón volverse loco por instantes y cómo la presión de la sábana parecía ceder ante el empuje de Fabrizzio. Y cómo sus deseos de que la besara como la noche pasada se acercaban a una súplica.
–Dijiste algo así como: mo gaol. Mi gaélico no es muy bueno, deberás perdonarme. Pero juraría que se trataba de algún tipo de apelativo cariñoso, por la manera en la que lo decías –le sugirió sonriendo, mientras su voz ronca y su aliento causaban estragos en ella. Los deseos de besarla se volvían más y más acuciantes. Era como una sed que no parecía poder detener. Recordó sus besos, su lengua juguetona y sus mordiscos cariñosos sobre su piel, su mirada llena de deseo, sus jadeos…
–Nunca diría algo así. Es algo demasiado serio… demasiado… –No era capaz de decir nada en aquella situación. Se encontraba a su merced y eso no le hacía gracia. Se humedeció los labios fruto de los nervios, mientras trataba de evitar lo que en el fondo estaba pidiendo a gritos desde su interior.
–¿Sentimental? ¿Profundo? ¿Cariñoso? –le preguntó él arqueando una ceja en clara señal de expectación y curiosidad.
–Puede. Es cuando… cuando… –Los nervios la podían. Era increíble que estuviera sucumbiendo a aquella situación. Ella, que se jactaba ante sus amigas de no creer en el cariño, en el amor… Que se burlaba de Moira y sus comentarios sobre el destino. Ahora mismo, se encontraba en una situación que no podía explicar lo que le provocaba. Salvo que aquel misterioso y seductor italiano le gustaba. Y no sabría decir si el destino tenía o no algo que ver en ello. Y cuando quiso decir algo, la boca de él se posó sobre la suya para besarla de manera suave y tierna. Un ligero ronroneo escapó de su interior. Un gesto de asentimiento, de placidez, que arrancó una sonrisa en Fabrizzio. Y un leve suspiro que escapó por sus labios en el momento en que él se separó.
–Me gustaría quedarme contigo más tiempo, pero tengo una reunión con un viejo amigo, a quien he venido a ver. Y tú, supongo que tendrás que ir a trabajar.
Fiona se incorporó para contemplar el cuerpo desnudo de él una vez más, mientras el deseo le mordía todo el cuerpo como miles de termitas. Se quedó sentada en la cama con la mano sobre sus labios, como si quisiera atrapar el beso que le había dado y su mente trabajaba a marchas forzadas para recordar lo sucedido entre ambos. ¿Cómo se le había ocurrido llevarlo a su casa y acostarse con él? ¿Tan loca estaba como para hacerlo con un italiano de paso en la ciudad? Pero… ¿por qué se había dejado llevar de aquella manera? Ella no sabía qué era lo que quería. Por eso tal vez se permitió la licencia de hacerlo. Debía admitir que era atractivo, atento, cariñoso, y ahora que recordaba… generoso en la cama.
–Supongo que no te importará si me doy una ducha rápida –le dijo mientras asomaba la cabeza por detrás de la puerta del cuarto de baño esbozando una sonrisa cautivadora.
Fiona desvió la mirada hacia su rostro mientras sentía una palpitación en su interior. Se limitó a asentir, ya que era incapaz de pronunciar una palabra, presa de un remolino de sensaciones enfrentadas. Lo vio desaparecer tras la puerta y se abrazó las piernas contra el pecho. Entrecerró los ojos y sonrió de manera pícara mientras retazos de la noche anterior la inundaban como flashes de luz. Por un momento, se sintió confundida por lo contradictorio de todo. ¡Ni siquiera se había fijado en él en la taberna! Y luego, cuando se acercó hasta ellas le pareció el típico seductor. Sin embargo, y pese a que le dio esa impresión… ¿Cómo pudo acabar en la cama con él? Recordó las palabras de Eileen acerca de los hombres con los que Fiona había tenido algo. Lo tíos más inverosímiles que podrías imaginar. Y sí, Fabrizzio lo era. Se ajustaba a ese patrón ideado por su amiga. Peor, ¿qué podía hacer si era una especie de imán que los atraía? Una mueca de diversión se dibujó en su rostro mientras se debatía entre ir a compartir la ducha con él o esperar a que terminara. Tal vez fuera demasiado atrevido por su parte. Aunque, bien pensando, él se marchaba en unos días, según recordaba haberle oído decir. Así que podría divertirse con él el tiempo que le dejara libre su trabajo en la National Gallery. Ella no era como Eileen. No. No se pillaría por Fabrizzio, como ella hizo por Javier. Ella estaba hecha de otra pasta. “¿Pasta?”, pensó mientras sonreía divertida por la relación entre Fabrizzio y esa palabra.
Fiona caminó hacia la Old Town, la parte antigua de la ciudad, hasta el Starbucks, donde cada mañana quedaba con sus tres amigas. Sabía lo que le esperaba en cuanto empujara la puerta de la cafetería y la vieran aparecer. No obstante, necesitaba saber qué demonios ocurrió la noche pasada para que ella acabara como lo hizo. Debería dejar de beber vino. Sacudió la cabeza desechando esa idea y tratando de parecer que Fabrizzio no le afectaba, pero, a decir verdad, sentía que la piel se le erizaba cada vez que recordaba sus labios sobre ella.
Empujó la puerta del Starbucks para encontrar a sus tres amigas sentadas con sus respectivos cafés y charlando de forma animada. En cuanto la vieron aparecer tres pares de ojos se clavaron en ella escrutando cada uno de sus gestos. Fiona se limitó a levantar la mano de manera tímida y a modo de saludo. Sabía que iba a ser el centro de atención durante el café. Dejó su bolso sobre la silla que le habían reservado, mientras sus tres amigas permanecían expectantes.
–¿Puedo saber el motivo de vuestras caras? –les preguntó con cierto toque de ironía, mientras se agarraba al respaldo de la silla. Las tres sonriendo de una manera absurda. Como si supieran algo que ella desconocía–. Queréis dejar de sonreír. Voy por un café.
–¿Le notáis algo? –preguntó Catriona en voz baja mirando a Moira y a Eileen.
–¿Te refieres a si habrá pasado lo que las tres creemos? –inquirió Eileen mientras su ceja derecha se elevaba con suspicacia.
Catriona asintió sin decir nada pero esbozando una sonrisa bastante significativa.
–Apuesto a que anoche lo pasó bien en compañía de Fabrizzio. Shhhh, ahí vuelve –comentó Moira mientras sonreía a Fiona, que dejaba su café sobre la mesa y se sentaba.
Durante unos segundos ninguna de las cuatro abrió la boca. Fiona bebía café de manera distraída, pero consciente de lo que pasaba en la mesa. Querían saber qué había sucedido. Ante los gestos de sus caras y sus sonrisas decidió abordar la situación. De todas maneras, ya era mayorcita para saber lo que hacía con un hombre.
–Adelante, ¿qué queréis saber? –preguntó con una sonrisa risueña en los labios.
–¿Qué tal con Fabrizzio? –se lanzó Moira sin poder resistir más la tentación de hacerlo.
–Tú deberías saberlo. ¿No lo has visto en tu bola de cristal? –le preguntó con gesto divertido y haciendo una nueva burla de su pasión por el esoterismo.
–Anoche se os veía muy… muy… muy… –Catriona no parecía encontrar la palabra exacta para describir la impresión que Fiona y Fabrizzio le habían causado. Y más si cabe con la mirada que acababa de regalarle su amiga. Pero podría asegurar que ambos tenían cierto interés en estar juntos.
–Dinos, ¿a qué viene esa mirada? No creo que te lo estuvieras pasando mal anoche –le comentó Eileen mientras ponía los ojos en blanco y sonreía divertida.
–No irás a decirnos que Fabrizzio te gusta, ¿verdad? Porque tú eres inmune a enamorarte –le recordó Catriona mientras entrecerraba los ojos y miraba con inusitado interés a su amiga.
–Sabéis de sobra lo que pienso de las relaciones –dijo Fiona cortando cualquier especulación–. No creo que haya nadie esperándome –aclaró mirando a Moira fijamente y esbozando una amplia sonrisa bastante significativa.
–Todas tenemos nuestra alma… –comenzó a explicarle Moira.
–No, por favor. No empieces con eso –le cortó mientras su rostro se contraía en una mueca de desagrado.
–Yo la encontré –asintió Eileen muy segura de sus palabras.
–Más bien di que te tropezaste con ella–aclaró Fiona entre risas recordando a Eileen abalanzándose sobre Javier y tirándole dos pintas de cerveza.
–Cierto. Y ya ves… Llevamos juntos más de un año.
–¿Qué tal le marchan las cosas en la facultad? –preguntó Catriona mientras miraba a Eileen por encima de su taza, intentando darle un momento de tregua a Fiona.
–Parece que bien. Está contento con ser ayudante del profesor Stewart.
–¿Y la convivencia? –preguntó Moira elevando sus cejas en repetidas ocasiones.
Eileen sintió un escalofrío y que enrojecía sin remedio. Sus amigas comenzaron a reír y a mirarse con complicidad, lo cual dio un respiro a Fiona.
–Todo marcha genial, pero hoy no soy yo la que tiene que contar algo –dijo mirando a Fiona, quien volvió a sentirse incómoda.
Soltó el aire que tenía acumulado en su interior y, mirando a sus tres amigas, decidió enfrentarse a la situación. Por otra parte, le vendría mejor charlar con ellas que con su superior en la National Gallery. Y tampoco creía que acudir a trabajar con esa sensación extraña en su interior fuera una buena idea.
–¿Podéis aclararme qué hice anoche, chicas? Porque ahora mismo no sé si lo que hice fue una buena idea.
Las tres se quedaron perplejas ante aquella petición. Se miraron entre sí y luego se centraron en su amiga, que parecía perdida.
–¿Por qué dices eso? –le preguntó Catriona confundida por este hecho.
Fiona inspiró hondo antes de responderle.
–Porque me siento como una estúpida. Por eso –explicó con cierto malhumor–. Sé que bebimos demasiado, que…
–Bebiste –le corrigió Moira–. Estabas bastante animada porque te habían concedido el permiso para montar una exposición de autoretratos pintados por artistas italianos.
–Sí, eso lo recuerdo perfectamente. Por cierto, tengo que ponerme con ello de inmediato –murmuró para ella mientras se llevaba la taza a los labios.
–Decidiste pedir varias botellas de vino para celebrarlo –apuntó Eileen–. Y entonces…
–Entonces apareció él con sus amigos –intervino Catriona esbozando una sonrisa divertida–. Creo recordar que estaba con varias personas más. Pero de repente estaba mirándote como si te conociera, o como si le hubieras causado una gran impresión. Deberías haberlo visto. No te quitaba ojo –le recalcó moviendo sus cejas de forma rápida.
–Sí, y cuando os pusisteis a charlar en mitad de la taberna como si en realidad estuvierais vosotros dos solos… –aclaró Eileen entre risas.
–¿Que yo me puse a hablar con él? –le preguntó sin salir de su asombro por lo que estaba escuchando.
–Sí, y al parecer la conversación debía ser de lo más interesante. Pasaste más de quince minutos pegada a él.
–Vaya –logró decir después de unos momentos de confusión–. Pero, ¿es posible que se viniera conmigo? –les preguntó sin poderse creer que hubiera sucedido así–. ¿Y vosotras? ¿Por qué no me acompañasteis? Menudas amigas –murmuró mirándolas por encima de su taza de café, como si les reprochara que no hubieran hecho nada por evitar que se fuera con Fabrizzio.
–Te apartaste de nosotras para quedarte con él. Parecías muy a gusto –matizó Eileen asintiendo de una manera que no le hizo nada de gracia a Fiona. Una especie de venganza por su último comentario.
–¿Cómo de a gusto? –preguntó con un toque de temor, mientras entornaba su mirada hacia su amiga. Por otra parte, tampoco debía darle mucha importancia después de que hubiera amanecido en su cama, ¿no?
–Tanto como para que te hayas acostado con él –se aventuró a decir Moira con un tono convincente en su voz. Las tres la miraron como si acabara de revelar algún tipo de secreto inconfesable. Luego Catriona y Eileen volvieron sus miradas hacia Fiona, quien cerró los ojos y apoyó la frente sobre su mano. Sus cabellos se arremolinaron sobre su rostro ocultando su sonrojo.
–¿Es cierto lo que acaba de decir Moira? –se aventuró a preguntarle Catriona, mientras miraba a su amiga con los ojos abiertos, expectante por lo que pudiera decir fingiendo estar escandalizada.
Levantó la mirada hacia las tres y, por su expresión, sus amigas supieron al momento la verdad. Eileen abrió la boca para decir algo, pero su estado de sorpresa no se lo permitió. Catriona entornó la mirada hacia Fiona esperando que lo confirmara de palabra. Que había pasado la noche con él. Y Moira la miraba con toda naturalidad. Como si en verdad aquello no le sorprendiera.
–¿Te has acostado con el italiano? –le preguntó Catriona en un susurro, mientras Fiona se limitaba a asentir lentamente y parecía que se sintiera culpable por haberlo hecho.
–Lo sabía –apuntó Moira con toda naturalidad y una especie de superioridad.
–¿También lo viste en tu bola de cristal? –le preguntó con ironía mientras alzaba una ceja.
–No. Pero se notaba que anoche el italiano te gustaba. Y de verdad.
–Tanto como para llevármelo a casa –sugirió con la mirada fija en la mesa.
–Pero, entonces… –comenzó a decir Eileen esperando que fuera su amiga quien les contara lo sucedido.
Las miró a las tres durante unos segundos mientras meditaba por dónde empezar.
–Sí, eso mismo que estáis pensando las tres ahora mismo. Pero lo malo no es eso –dijo esperando a que alguna le preguntara pero al ver que las tres permanecían en silencio esperando que fuera ella quien siguiera hablando, decidió continuar–. Fabrizzio ha amanecido en mi cama. Y además me ha preparado el desayuno. ¿Contentas? Ya está. Ya lo he confesado –les dijo levantando las manos y mirándolas como si esperara sus reproches–. Podéis decirme que soy una inconsciente por haber accedido a ello con alguien a quien he conocido anoche. Vamos. Adelante.
Ninguna dijo nada al respecto. Las tres amigas la contemplaron mientras cada una pensaba en lo que había dicho y hecho. Eran amigas desde el colegio, y siempre se habían apoyado entre ellas.
–A mí me parece genial. Si Fabrizzio te gusta ¿por qué no? Eres mayor de edad y sabes lo que quieres. ¿Cuál es el problema? –le preguntó Eileen mientras se encogía de hombros.
–Recuerdo que no hace mucho eso mismo te preguntabas tú con Javier y Rowan. ¿Lo has olvidado? –le recordó Fiona con sarcasmo.
–Claro que no lo he olvidado. Por eso te lo pregunto.
–Deberías decirnos cuál es el problema –sugirió Catriona–. ¿Por qué tienes ese gesto? ¿Te arrepientes de haberlo hecho o algo así? ¿Piensas que esta vez puede durarte más de…? ¿Cuánto te duró el último ligue?
–Veinte días. Y solo digo que no debería haber sucedido. Eso es todo –le dijo recordando las manos de Fabrizzio por su cuerpo. Acariciándola como si estuviera moldeándola. Arrancándole gemidos de lo más hondo de su ser. Haciéndola palpitar de deseo entre sus brazos. Mirándola de aquella manera en el momento en que juntos llegaron al orgasmo. Y después… Sus caricias tiernas, dulces y reveladoras hasta que se quedó dormida entre sus brazos. ¡Por San Andrés, que nunca había sentido algo así antes! Eso era lo que la tenía descolocada y lo que no conseguía explicar. Y lo que en cierto modo la asustaba. Haber sentido algo por un hombre por primera vez. Y cuando lo vio sirviendo café… pensó que aquello no era real. Que aquel hombre había salido de su fantasía–. Veinte días.
–Entonces, ¿por qué lo permitiste? –preguntó Catriona desconcertada por cómo veía a su amiga. Era la primera vez que la veía tocada tras conocer a un hombre. Y que se hubiera acostado con él, y ahora tuviera ese semblante… Por lo general a la mañana siguiente de conocer a alguien solía mostrarse alegre, divertida como era ella. Pero en esta ocasión…
Fiona sonrió de manera tímida mientras jugaba con la cuchara y su mirada permanecía fija en la taza vacía de contenido. Tal vez eso era lo que le sucedía. Que una parte de su vida aún seguía vacía.
–Lo hizo porque se lo estaba pasando en grande, ¿verdad, Fiona? –respondió Moira por ella tratando de quitar tensión a la situación. Algo le había sucedido a Fiona.
–¿Piensas quedar con él? –preguntó Eileen captando la atención de su amiga.
–No lo sé. Está de paso en la ciudad para visitar a un amigo. Además, tampoco estoy segura de querer volverlo a ver –les dijo tratando de mostrarse convencida de que en realidad era eso lo que quería.
–Bueno, eso es algo que debes decidir tú. Pero si se ha quedado toda la noche y te ha preparado el desayuno… Chicas, lamento decirlo pero he de ir a trabajar –comentó Catriona mirando su reloj.
–Sí. Debo ponerme con mi exposición de retratistas italianos –recordó Fiona mientras abría los ojos al máximo y sonreía. Intentó no pensar en la relación que ello tenía con Fabrizzio, pero eso era algo que por ahora le resultaba complicado.
–Es curioso –señaló Moira entrecerrando sus ojos sin apartar la mirada de Fiona.
–¿Qué?
–Que estés preparando una exposición de pintura italiana y que conozcas a un italiano con el que además te has acostado. Curioso, ¿no creéis? –comentó divertida por este hecho, mientras a Fiona no le hacía nada de gracia.
Miraron a Fiona mientras esta ponía los ojos en blanco y soltaba una carcajada.
–No vendrás a decirme que mi destino está en Italia, ¿no? Porque no me lo creo. Es una mera coincidencia. Ya lo verás.
–Nadie puede escapar a su destino –le dijo muy seria Moira, mientras Eileen y Catriona miraban a Fiona y su gesto de incredulidad.
–¿Nos vemos esta tarde? –preguntó Eileen mirando a las demás.
–Por mí, de acuerdo –asintió Moira.
–Creo que podré quedar. Avanzaré el trabajo todo lo que pueda en la revista –señaló Catriona.
–¿Y tú, Fiona?
–No lo sé. Tengo que ver qué sucede con la exposición. Tal vez…
Las tres la miraron esperando a que les confesara que vería a Fabrizzio. Que tendrían una noche loca de pasión y que a la mañana siguiente volvería a despertar en su cama. Pero Fiona no comentó nada a ese respecto.
–Lo siento pero llego tarde, chicas –se limitó a decir mientras caminaba hacia Princess Street.
–¿No la notáis rara? –preguntó Catriona mirando a sus dos amigas.
–¿Me lo parece a mí o a Fiona le sucede algo con su nuevo amigo italiano? –sugirió Eileen mientras pensaba en lo que Fiona les había contado y en cómo se había comportado esa mañana.
–No me atrevería a decir lo que voy a decir con ella delante –comenzó Moira captando toda la atención de Eileen y Catriona–. Creo que en el fondo le gusta Fabrizzio. ¿Os habéis dado cuenta del tono con que ha dicho que ha despertado en su cama?
Intercambiaron sendas miradas de ¿desconcierto? ¿Incredulidad? Y alguna que otra sonrisa bastante reveladora cuando las tres pensaron que entre Fiona y Fabrizzio pudiera surgir algo. Si no lo había hecho ya.