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Mañana

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Estos son los minutos. Los miran. Los cuentan. Los señalan. Traeme un libro. ¿Qué libro? Uno, el que sea. ¿Cualquiera? Sí. La espalda duda. Se mece frente a la biblioteca. Demora, se mece, demora, duda. No hay libros, al parecer, en la biblioteca. Sólo estantes y minutos; estantes y minutos. Uno cualquiera, repite él. La mano choca contra uno. Lo elige por el color. Azul, ¿o rojo?, (recién era azul). Lo desempolva, lo refresca, le habla al oído, le da una orden mínima de consecución. Este, dice y se lo entrega con cierta agonía, de la mano o del brazo, del centro cerebral que ya indica error (libro equivocado). Lo devolverá. Dirá que ya lo leyó. Que lo leyó ayer. ¿Ayer, martes? Sí, ayer martes. Pero si ayer fue lunes. Sólo ella va a reírse. Él la mirará de soslayo, odiándola un poco. Esa es la escena. Esos, los minutos.

La espalda ya está otra vez frente a la biblioteca. Demora, se mece, demora. Abrí la ventana, ordena él. Ella mira la ventana, a un costado, a quince pasos de donde está, y piensa en, precisamente, ventanas. La abre. Mira para afuera. Crecen los niños de golpe. Se estropean las cosas, los vestidos. Caen y se pudren los higos. El libro, dice él. Lo mira. Está acostado, tiene tres almohadas en la espalda, los brazos delgados, quietos, a los lados. Deja de mirarlo y vuelve a los estantes. Le da el azul (¿o el rojo?, ¿otra vez el rojo?). Lo hojea. Lo ve hojearlo. Pasar las páginas, olerlo, meter su nariz allí, sacar su nariz de allí, buscar el índice, pasar un dedo por encima, reprocharle al índice algo, abrirlo en cualquier parte, y fingir leer.

Ella vuelve a la ventana. Es más joven cuando vuelve a la ventana; tiene un trabajo mejor, cierta belleza, y los hombres que ella conoce son como espigas tiernas por las que ella avanza, acariciada, ida, vuelta de regreso de un sitio que. Tose. Lo oye toser. Entonces, morirá por el pulmón. Le pedirá agua, para distraerla. Le pedirá cosas, cualquier cosa, para distraerla. Deja de toser. Se pasa la mano por el pelo mohoso. La viscosa mano por el mohoso pelo. Esa es la imagen. Oye su respiración. Es tensa, abigarrada. La respiración de un hombre que está dormido, que ya está dormido. Lo mira. Finge que lee (¿o no todos fingen que leen?). Vuelve al afuera. Vuelan pequeñas cosas. Se agitan por segundos. No pesan nada. ¿Qué?, lo oye decir. Lo mira. Se miran.

-¿Qué pensás?

Ella duda (no sabe decirle la verdad).

-En el temporal -dice.

Él la mira, incómodo, la cabeza esforzándose por mantenerse de perfil, desacomodado.

-Dicen que va a haber un temporal.

Él continúa mirándola, esperando.

-En eso y en mañana -agrega ella.

-¿Mañana? -pregunta él, la cabeza en el aire ahora.

Ella sonríe, le sonríe.

-¿Quiere agua? -pregunta.

-Agua no -dice él, volviendo la cabeza a su lugar.

Un día entrará a la habitación y él estará muerto. Piensa eso mientras cierra la ventana y mira (amarillo, dice para sí, ya todo es amarillo). Él estará muerto y ella sin trabajo; despedida de la forma violenta de los que cuidan, de los que cuidaron algo, mucho, un día. Será vieja entonces, aunque no lo sea. Él pide que le acomode un poco las almohadas. Ya se hace la hora. El enfermero, un hombre grande, casi musculoso, llegará en un rato para hacerle la higiene. ¿Quién es, cómo se llama ese hombre?, le pregunta, para testear su memoria. Con R. Es con R. ¿Raúl? No. ¿Ricardo? No. Se llama Roberto, dice ella y le sonríe. Le sonríe, mirándolo y despidiéndose, ahora que ya casi está afuera, en la calle, del otro lado de la ventana. Y enseguida se inclina para acomodarle las almohadas y él la mira acomodándole las almohadas. Y siente su olor básico, ajeno, su delicioso olor básico, ajeno. ¿Mañana?, le pregunta. ¿Mañana qué?, dice ella, olvidada ya del resto de aquella conversación. Mañana qué. Se sostiene eso en el aire. Ella sonríe. Mueve los brazos alrededor suyo y esparce su perfume personal. Amarillea. El libro, le dice después, y ella lo lleva y lo coloca en algún lugar de la biblioteca. ¿Otro? ¿Uno marrón? ¿Uno anaranjado? (si es que todos fingían leer). Él niega sin mirarla. Sabe que ya se va, que ya está afuera. Sabe que eso se termina. Sabe que se terminó.

Tenerlo por escrito

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