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46 LEXÍFANES

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Es un ataque personal a un individuo (de nombre ficticio, inventado para ajustarse al tema) cuyo entusiasmo por la dicción ática es igualado por su ausencia de ideas. Lexífanes es un sofista que padece una enfermedad verbal, una pasión morbosa por las palabras oscuras o inventadas y riega su discurso con extraños aticismos pasados de moda. En la primera parte de la obra Lexífanes lee a Licino su Banquete , exhibiendo todas sus faltas hasta la saciedad. En la segunda parte Licino, con la ayuda del médico Sópolis lo cura administrándole un purgante y a continuación lo instruye en la formación y comportamiento propios de un sofista.

Luciano lo ataca con los mismos argumentos que emplea contra El maestro de retórica: ambos usan palabras desenterradas o acabadas de inventar, ambos abusan del mismo manojo de aticismos, ambos desprecian la antigua literatura en beneficio de las declamaciones (melétai) de los sofistas recientes. Por otra parte, estas acusaciones recuerdan las hechas por escritores antes y después de Luciano. En el Banquete de los sofistas de Ateneo, una generación posterior a Luciano, hay una escena en la que el cínico Cinulco acusa a dos invitados de manierismos lingüísticos muy parecidos a los que Luciano lanza contra Lexífanes, algunos incluso implicando las mismas palabras. Por ello se pensó que Lexífanes podía ser uno de los sofistas ulpianitas que describe Cinulco, pero parece más probable que Ateneo conociera el Lexífanes de Luciano y tomara prestada alguna de sus plumas para usarlas contra los sofistas de su propia época, como había hecho Luciano utilizando las de los epigramáticos.

No hay ninguna certeza de que Luciano escribiera Lexífanes pensando en una persona concreta, y si lo hizo, se han perdido muchas de las pistas que pudieron tener los primeros oyentes y lectores. Pretende ser un amigo de Lexífanes y el escenario de la obra parece ser Atenas. Merece la pena reiterar la sugerencia que proyecta una indirecta en el Banquete de Lexífanes, cuando el sofista dice de sí mismo: «Tú sabes que yo soy un aficionado al campo (phílagros)» , porque esto también podría significar «tú sabes que yo soy Filagro», y Filagro de Cilicia era un sofista muy conocido que visitaba Atenas en tiempo de Luciano. Pero si Luciano hubiera intentado que se tomara a Lexífanes por Filagro, tendría que haber exagerado mucho algunas de las peculiaridades de su víctima y omitir otras.

Un rasgo llamativo de la parodia de Lexífanes que hace Luciano es el uso de palabras que ya no se emplean en su antiguo sentido, sino en uno nuevo completamente diferente, de lo que resulta un doble significado cuya traducción adecuada con frecuencia es completamente imposible, por falta de una expresión equivalente.

[1] LICINO . — ¿El bello Lexífanes, con un libro?

LEXÍFANES . — Sí, Licino, es un ensayo mío de este año, completamente impoluto.

LIC . — ¿Es que ya nos estás escribiendo algo sobre la polución? 1 .

LEX . — No por cierto, ni dije polución, pero ya es hora de que llames así a lo que se acaba de escribir, aunque parece que tienes los oídos taponados de cera.

LIC . — Perdona, amigo, pero es que entre polución e impolución hay muchas concomitancias. Pero díme, ¿cuál es la idea de tu obra?

LEX . — Con ella le hago la competencia al banquete de Aristón.

LIC . — Hay muchos Aristones, pero a juzgar por tu banquete me parece que te refieres a Platón.

LEX . — Hiciste una lectura correcta, pero ¡qué ininteligible habría sido para cualquier otra persona!

LIC . — Entonces, léeme algunos pasajes del libro, para que no me quede completamente privado del festín, pues parece que con él nos van a escanciar néctar con el vino 2 .

LEX . — Abate tu irónico espíritu, haz permeables tus oídos y escucha. ¡Fuera el cipsélido tapón! 3 .

LIC . — Puedes hablar con confianza, que a mí ni Cípselo ni Periandro 4 se me alojan en las orejas.

LEX . — Considera al mismo tiempo, Licino, cómo voy a desarrollar el discurso, si tiene una buena entrada, muestra abundante buena elocución, tiene rico léxico y contiene palabras importantes.

LIC . — Da la impresión de que es así, puesto que es tuyo. Pero empieza de una vez.

LEX . — «Luego cenaremos», dijo Calicles, «y después, [2] en el crepúsculo, daremos una vuelta por el Liceo, pero ahora ya es el momento de ungirnos con los calores del sol, calentarnos con su ardor y comer pan después de bañarnos. Ahora debemos marcharnos. Tú, muchacho, convóyame con el raspador, el odre, el pañuelo y los jabones hasta el baño y tráete el importe para pagarlo. Tienes en el suelo, junto al cofre, dos óbolos. Y tú, Lexífanes, ¿qué harás? ¿Vendrás también o seguirás ahí sin hacer nada?»

«También yo», dije, «hace un montón de tiempo que estoy deseando bañarme, pues no me encuentro muy bien y tengo el perineo sensible de andar montado en la grupera de una mula. El mulero me metía prisa, a pesar de que también él saltaba a la pata coja. Pero ni siquiera en el campo me sentía descansado, pues me encontré a los obreros gorjeando la canción de verano, otros que estaban preparando la tumba para mi padre; después de ayudarles a cavar la fosa y echar una mano por poco tiempo a los que levantaban arriates, les dejé marcharse a causa del frío, y porque tenían quemaduras (tú ya sabes que con un frío muy fuerte se producen quemaduras). Por mi cuenta recorrí los campos y me encontré con los ajos que crecían en ellos y arranqué algunos rábanos; me aprovisioné de perifollos y legumbres salvajes; compré también sémolas —las praderas no estaban todavía bastante fragantes como para andar entre ellas—, monté en la mula y me desollé la rabadilla. Ahora ando dolorido, sudo muchísimo, tengo el cuerpo hecho polvo y necesito nadar mucho tiempo en el agua; [3] disfruto bañándome cuando estoy cansado. Iré pues corriendo yo mismo junto a mi asistente, que seguramente estará donde la vendedora de purés o en el baratillo esperándome, aunque se le había advertido que me encontrara en el rastro.

»Pero aquí viene oportunamente en persona, después de comprar, según veo, requesón, pan a la ceniza, morralla, pescuezo, ¡fíjate!, papada y callos sinuosos y criadillas de buey. ¡Estupendo, Atición! porque me ahorraste la mayor parte del viaje».

«Y yo», dijo él, «me he quedado bizco, maestro, al echarte un vistazo. ¿Dónde cenaste tú ayer? ¿Acaso con Onomácrito?»

«No por Zeus», dije yo, «sino que me dirigí al campo a toda mecha; tú sabes que yo soy amante del campo, pero vosotros os imaginabais que estaba jugando a los cótabos 5 . Tú entra y disfruta de todo esto; limpia también la artesa para que puedas prepararnos un pastel de lechuga. Yo saldré y me daré un masaje seco» 6 .

«También nosotros», dijo Filino, «yo, Onomarco y Helánico [4] aquí presente te seguiremos, pues la manecilla da ya sombra al centro de la esfera 7 y hay el peligro de que tengamos que bañarnos en agua usada, detrás de los Carimantes, zarandeados en masa con la chusma».

Y Helánico dijo: «Yo también veo mal, pues tengo las niñas de los ojos turbias, se me cierran los ojos con frecuencia, lagrimeo y mi vista necesita remedio; me hace falta algún discípulo de Esculapio que sepa oftalmología, que me prepare y me dé una medicina que me quite la inflamación de los ojos, me suprima las legañas y deje de tener la mirada húmeda».

Conversando sobre estos temas, todos los que estábamos [5] presentes nos marchamos, y una vez que llegamos al gimnasio, ya desvestidos, uno se ejercitaba en la lucha con las manos, otro en las presas de cuello y en la lucha de pie, otro hacía inflexiones untado de aceite, otro se enfrentaba con el saco de arena, otro cogía bolas de plomo y las disparaba con las manos. A continuación, después de frotarnos mutuamente las espaldas y jugar en el gimnasio, yo y Filino nos bañamos en una bañera de agua caliente y salimos; los demás, tirándose de cabeza al agua fría como los delfines, nadaban bajo el agua admirablemente.

Regresamos de nuevo cada uno por su parte y nos dedicábamos a distintas actividades: yo me puse el calzado y me restregaba la cabeza con una almohaza 8 hecha con dientes, pues no me había cortado el pelo a la jardinera sino al copete 9 , de modo que en poco tiempo tenía la barba y la cabeza sin pelo. Otro comía altramuces, otro vomitaba su ayuno, otro ahuecando rábanos comía sopa de pescado, otro comía hierbajos, otro engullía cebada.

[6] Cuando fue la hora, cenábamos apoyados en los codos: había también sillas de tijera y jergones; la cena fue sin gastos 10 . Se habían preparado diversos manjares en abundancia: manitas de cerdo y costillas, tripas, amnios de cerda parida, hígado a la sartén, picadillo de ajos y aceitunas negras, salsa de especias y otros condimentos parecidos, compotas y hojas de parra rellenas, pasteles de miel. De las vituallas marinas, había muchas clases de peces sin escamas, todos los ostráceos, filetes de pescado del Ponto, en cestas de mimbre, anguilas del Copais, gallinas domésticas, capones; el pescado era un plato más.

También teníamos oveja completamente asada al horno y muslo de buey de edad desconocida; había panes de candeal, de buena clase, otros de la luna llena, que habían llegado con retraso a la fiesta, verduras de superficie y subterráneas. Había vino que no era viejo, sino de odre, ya seco, pero todavía verde.

Había copas de todas clases sobre una mesa de Delfos, [7] el cubrefrentes y un cacillo obra de Mentor 11 con un asa fácil de coger, la jarra que gorgotea, la copa de cuello largo y muchas producto de la tierra, como las que cocía Tericles 12 , vasos espaciosos y de amplia boca, unos de Focea, otros de Cnido, pero todos ligeros como soplos y con escamas membranosas. Había también tacitas, copitas, vasitos con inscripciones, de modo que el aparador estaba lleno.

Sin embargo, el calefactor, que hervía sobre nuestra [8] cabeza, derramaba sobre nosotros las brasas. Bebíamos sin parar y ya estábamos ligeramente borrachos. A continuación nos ungimos con pamporcino y alguien introdujo a una bailarina que también tocaba la cítara y después uno de nosotros, trepando hasta el desván… buscaba algún postre, otro jugaba a batir palmas y otro doblaba el espinazo de risa.

Al mismo tiempo que nos habíamos bañado se nos [9] presentaron autoinvitados Megalónimo el Buscapleitos, Quéreas el Orífice camaleónico y Eudemo el de las orejas rotas. Yo les pregunté por qué motivo habían llegado tarde.

Entonces Quéreas dijo: «Yo estaba martilleando unas baratijas para mi hija, pendientes y brazaletes, y por esa razón llegué con retraso a la cena».

«Y yo», dijo Megalónimo, «estaba en otras cosas, pues era como sabéis un día inhábil para la justicia y no apto para discursos, de modo que había suspensión de lengua, no podía medir mis palabras ni era un día fijado para hacerme conceder mi porción de agua. Al informarme de que el Pretor estaba visible, tomé ropa sin estrenar, de buen paño, calzados sin usar y salí.

[10] »En seguida me encontré con un portaantorchas, un hierofante y otros celebrantes de misterios 13 que arrastraban a Dinias, empujándole hacia el tribunal, presentando contra él el cargo de que les había citado por su nombre, y eso a pesar de saber que desde que fueron consagrados eran anónimos y no podían ser nombrados, puesto que ahora eran hierónimos. Me llamaba por mi nombre».

«No sé», dije yo, «a qué Dinias te refieres».

«Se trata», dijo él, «de un asiduo tragacebollas de los garitos, gorrón y oportunista, siempre con el pelo largo, calzado con borceguíes o pantuflas, con túnica de dos mangas».

«¿Qué pasó?», dije yo, «¿fue castigado de algún modo o se marchó después de tratarle con desprecio?»

«En realidad», dijo él, «este elemento, que hasta entonces oía la flauta, ya está puesto a buen recaudo, pues el Pretor, aunque intentaba escapar, lo mandó esposar y lo encerró sujeto con cepo, collar e instrumentos de tortura, de modo que está preso, ventosea el desgraciado de miedo, huele mal y está dispuesto a dar dinero por su vida».

[11] «Pues a mí», dijo Eudemo, «me mandó llamar, todavía entre dos luces, Damasias, el que fue en otro tiempo atleta y campeón, que ya está fuera de competición por su edad; tú sabes que tiene una estatua de bronce en el ágora. Me pasé el tiempo cociendo y asando, pues iba a casar a su hija hoy y ya la estaba embelleciendo, pero sobrevino una desgracia termeria 14 que interrumpió la fiesta: su hijo Dión, en efecto, afligido por algún motivo que ignoro, o más bien alcanzado por alguna maldición divina, se ahorcó y seguro que habría muerto si yo no me hubiera acercado para descolgarlo y aflojarle el lazo, en cuclillas mucho tiempo a su lado, pellizcándole, haciéndole cosquillas y ruido, por miedo de que su garganta estuviera todavía obstruida en alguna parte. Pero lo que más le ayudó fue que sujeté sus extremidades, comprimiéndolas con ambas manos» 15 .

«¿Acaso te refieres», dije yo, «al famoso Dión el marica, [12] el de escroto lacio y afeminado, el jovencillo que masca lentisco, que se masturba y se toquetea cada vez que advierte a alguien con un hermoso miembro? Es una basura y un puto».

«Pues como decía», dijo Eudemo, «como Damasias venera a la diosa —tienen a Ártemis en medio del patio, obra de Escopas— postrados ante ella. Él y su mujer, que ya es mayor y tiene la cabeza completamente cana 16 , le pedían que se compadeciera de ellos. Y ella al punto asintió y él ya está sano y salvo, de modo que ahora tienen un Teodoro y aún más claramente un Artemidoro 17 en el jovencillo. Y así le han ofrecido a la diosa entre otras cosas arcos y flechas, puesto que se complace con ello, ya que es arquera y luchadora a distancia Ártemis».

[13] «Bebamos pues», dijo Megalónimo, «ya que he venido con esta botella de vino viejo, queso fresco, olivas de las que tira el viento —las guardo bajo sellos corroídos por los gusanos 18 — y otras en conserva, y estos frascos de arcilla, de agudas escamas, con sólido fondo, para que bebamos de ellos; también he traído una torta de tripas con una trenza como un copete. Tú, muchacho, échame más agua, para que no se me empiece a cargar la cabeza y llame luego a tu niñero contra ti: porque ya sabes lo mal [14] que lo paso y cómo tengo la cabeza envuelta. Después de la bebida, cotillearemos según costumbre, porque no está mal parlotear con unas copas dentro».

«Apruebo esto», dije yo, «puesto que somos la quintaesencia del aticismo».

«Tienes razón», dijo Calicles, «pues hablar en broma entre nosotros muchas veces es un estímulo para el cotorreo».

«En lo que a mí respecta», dijo Eudemo «—puesto que hace frío—, con más gusto bebería vino más puro, porque estoy congelado y una vez que me haya calentado disfrutaré más oyendo a esos manisabios 19 , al flautista y al que toca el laúd».

[15] «¿Qué has dicho, Eudemo?», dije yo, «¿acaso tratas de imponernos silencio, como si no tuviéramos boca ni lengua? Mi lengua ya tiene ganas de hablar y en realidad yo ya estaba zarpando para hablaros en lenguaje antiguo y anegaros a todos como con nieve con mi lengua, pero tú has intentado conmigo lo mismo que si alguien a una nave de carga de tres velas, navegando con viento favorable, con las velas hinchadas, surcando por encima de las olas, le echara áncoras de doble brazo, rejones de hierro y amarras tratando de detenerla en su carrera por el oleaje, por envidia de la buena travesía».

«Entonces», dijo él, «si tú quieres, navega, nada y corre por las olas, pero yo me quedaré en tierra bebiendo, y como el Zeus homérico contemplaré desde las rocas o desde lo alto del cielo cómo te transportas tú y a la nave impulsada por un viento favorable de popa».

LICINO . — Ya está bien, Lexífanes, de bebida y de [16] lectura. A mí me tienes ya medio borracho y con bascas, y como no vomite rápidamente todo lo que nos has contado, puedes tener la seguridad de que me voy a volver loco con el zumbido de todas las palabras con que nos has regido. Aunque al principio me provocaban risa, luego cuando salieron tantas y todas eran iguales, te compadecía por tu desgracia al ver en qué laberinto sin salida te habías metido y darme cuenta de que sufrías la más grave de todas las enfermedades, quiero decir que estabas loco de atar.

Ahora me pregunto a mí mismo de dónde pudiste [17] reunir tantas desgracias y cuánto tiempo te llevó y dónde tienes encerrado un enjambre tan grande de palabras extrañas y distorsionadas, parte de las cuales las creaste tú, otras las desenterraste cavando en alguna parte, según dice el verso

así perezcas tú que almacenaste las desgracias de los humanos

reuniendo y derramando tanto barro contra mí, que no te había hecho ningún daño. Yo creo que no tienes ni amigos, ni allegados ni personas que te quieran, ni te has encontrado nunca con un hombre libre y que hablara con franqueza para decirte la verdad y librarte de la hidropesía que tienes, que te pone en peligro de reventar por la enfermedad, mientras crees que estás de buen ver y piensas que tu desgracia es salud, te alaban los ignorantes que no saben lo que te pasa y te compadecen lógicamente las personas cultas.

[18] Pero oportunamente veo que se acerca el médico Sópolis. Ea, vamos a tratar de ponerte en sus manos y a discutir con él sobre tu enfermedad para intentar encontrar alguna curación; es un hombre inteligente y ya se ha hecho cargo de muchos medio chalados como tú y chocheando y los ha remediado con sus medicinas. ¡Salud, Sópolis! Hazte cargo de Lexífanes, aquí presente, que es nuestro amigo como sabes y actualmente está afectado por una estúpida y extraña enfermedad del lenguaje que le pone en peligro completo de muerte. Sálvale de una manera o de otra.

[19] LEXÍFANES . — No a mí, Sópolis, sino a Licino aquí presente, que evidentemente es un imbécil, cree que están equivocadas las personas sensatas y a la manera del hijo de Mnesarco de Samos nos impone silencio y huelga de lengua. Pero por la atrevida Atenea y el gran teriómaco Heracles, no me voy a preocupar de él ni una pizca ni una gota. En realidad detesto totalmente encontrarme con él y pego un bufido cuando le oigo soltar tales reproches. Y ahora me voy a casa de mi amigo Clinias, porque he oído que su mujer hace tiempo que está impura y enferma porque no tiene la regla, de modo que ni siquiera la monta, sino que ella está sin hollar y sin arar.

[20] SÓPOLIS . — ¿Y qué enfermedad tiene Lexífanes, Licino?

LIC . — Precisamente ésta, Sópolis: ¿No oyes cómo habla? Prescinde de nosotros, los que ahora conversamos con él, y nos habla en un lenguaje de hace mil años, distorsionando su lengua y componiendo palabras extrañas que se toma muy en serio, como si fuera algo importante emplear un idioma extraño y falsificar la moneda de uso corriente.

SÓPOLIS . — ¡Por Zeus, me estás hablando de una enfermedad grave, Licino! Hay que ayudar a ese hombre por todos los medios y —como providencialmente me vine con esta medicina para algún bilioso, de modo que al beberla echará su bilis— ¡ea!, Lexífanes, sé tú el primero en beberla, para que te nos pongas bueno y te purgues, una vez que te hayas vaciado de un lenguaje tan absurdo. Hazme caso, bebe y te sentirás mucho mejor.

LEXÍFANES . — No sé lo que me estáis haciendo, Sópolis, tú y Licino, al hacerme beber esta pócima. Temo que esta bebida se me convierta en ataúd de mi lenguaje.

LICINO . — Bebe y no te retrases, para que puedas pensar y hablar como un ser humano.

LEX . — Ea, ya te hago caso y voy a beber. ¡Ay! ¿qué es esto? ¡Qué ruido de tripas tan tremendo! Parece que me he bebido un ventrílocuo.

SOP . — Entonces empieza ya a vomitar. ¡Ajá! Primero [21] lo de «acaso», inmediatamente después ha salido «y después», a continuación lo de «dijo él» y «de alguna manera» y «mi muy querido» y «en verdad» y el incesante «algunos». Haz un esfuerzo, métete los dedos en la garganta, que aún no has vomitado «conjuntamente» ni lo de «retorcerse» ni lo de «dedicarse a algo», ni lo de «atormentarse». Muchas siguen todavía dentro y tu tripa está llena de ellas 20 . Mejor sería si salieran algunas por abajo. En cualquier caso un gran pedo en las narices hará un gran ruido al coincidir su salida con el aire.

Ea, ya está limpio éste, salvo que haya quedado algo en los intestinos inferiores. Tú ahora hazte cargo de él, Licino, cambia su educación y enséñale lo que tienes que decir.

[22] LIC . — Así lo haremos, Sópolis, puesto que tus enseñanzas nos han abierto el camino. A ti te corresponde, Lexífanes, la sugerencia en lo sucesivo. Si realmente deseas que te elogien por tu estilo y ser famoso entre las masas, huye y evita esta clase de expresiones; empieza por los mejores poetas y léelos con la tutela de maestros; pásate luego a los oradores y cuando te hayas familiarizado con su dicción cámbiate oportunamente a Tucídides y Platón, pero después de haberte ejercitado mucho en la hermosa comedia y la majestuosa tragedia. Porque, una vez que hayas libado todas sus bellezas, serás alguien en las letras. Pues ahora, sin darte cuenta, te pareces a los fabricantes de muñecas del ágora, que están pintadas por fuera de rojo y azul, pero por dentro son de barro y muy frágiles.

[23] Si obras así, aguantas por poco tiempo el reproche de ignorancia, y no te avergüenzas de aprender de nuevo, podrás hablar con confianza al público y no se reirán de ti como ahora ni estarás para mal en la boca de las personas más distinguidas, que te calificarán de «Griego» y de «Ático», cuando ya no seas digno de figurar entre los bárbaros más conspicuos. Recuerda ante todo no imitar lo más malo de los sofistas que existieron poco antes de nosotros, ni mordisquearlo, como haces ahora, sino eliminarlo e imitar únicamente los antiguos modelos. Que no te seduzcan las amapolas de las palabras, sino que a la manera de la norma de los atletas, que tu alimentación habitual sea sólida, y ante todo ofrece sacrificios a las Gracias y a la Claridad, de las que ahora te has apartado muchísimo. [24] Abstente de la vanidad, la jactancia y la malicia, de fanfarronear y de dar gritos, de burlarte de los otros y de creer que serás el primero si calumnias las obras de todos.

Tampoco es un pequeño error sino más bien el mayor que cometes cuando sin haber preparado las ideas de lo que vas a decir lo adornas con expresiones y palabras, encuentras en alguna parte una expresión extraña o la inventas tú mismo y crees que es bella; luego tratas de ajustarle una idea y te parece un castigo no poder embutirla en alguna parte, aunque no sea necesario para lo que estás diciendo, como ocurrió recientemente con la palabra «tizón», que la pusiste sin saber lo que significa y sin ninguna relación con el tema. Los inexpertos se quedaron asombrados, con los oídos sacudidos por la extravagancia, y las personas cultas se reían de ambas cosas, de ti y de los que aplaudían.

Pero lo más ridículo de todo es que en tu deseo de [25] ser el colmo del aticismo y de ajustar rigurosamente tu lenguaje al modelo más arcaico, mezcles algunos términos, o más bien la mayoría, a lo que estás diciendo, en casos que ni un niño que está empezando a aprender ignoraría. Como, por ejemplo, ¿cómo crees que yo estaba deseando que me tragara la tierra al oír tu exhibición, cuando creías que se llamaba tuniquilla una prenda masculina y denominabas «esclavitos» a los servidores masculinos, cuando nadie ignora que la tuniquilla es una prenda femenina y sólo se llama esclavitos a las mujeres? Hay otros ejemplos mucho más evidentes que éste, como lo de «aleteó», «saliendo al encuentro», «sentándose», que ni siquiera están naturalizados en la lengua del Ática 21 . Nosotros tampoco aplaudimos a los poetas que escriben poemas llenos de palabras rebuscadas, pero tus obras, comparando la prosa con el verso, serían como el Altar de Dosiadas, la Alejandra de Licofrón o cualquier otra más desgraciada por su lengua que éstas.

Si imitas estas obras y cambias de aprendizaje, habrás tomado la mejor decisión sobre ti mismo, pero si te deslizas de nuevo sin darte cuenta en la exquisitez, yo habré cumplido mi parte de advertencia y tú podrás inculparte a ti mismo cuando comprendas que has empeorado.


1 Juego de palabras a base de neochmós (reciente, nuevo, impoluto), y duchmós (sequía, polución), casi irrepetible en la traducción.

2 Cf. HOM ., Il. I 598, IV 3.

3 La palabra kypselís (de cera) es una distorsión de kypselḗ (cerumen del oído), y hace pensar en el tirano Cípselo.

4 Periandro también era Cipsélida. Cf. HERÓD ., I 20, etc.

5 Juego consistente en echar el resto de una copa de vino en una cubeta de metal, invocando el nombre de la mujer amada; si al caer el vino producía un sonido vibrante, era señal de amor correspondido.

6 Sin baño previo.

7 Del reloj de sol.

8 La palabra peine (kteís) no le parece a Lexífanes bastante elegante.

9 Dejaba pelo sólo en lo alto de la cabeza. Ambos estilos estaban pasados de moda.

10 La expresión apò symphorôn para Lexífanes significa «sin contribución» pero para cualquier otro de su época es «sin catástrofes».

11 Única alusión a Mentor en la literatura griega. Los escolios lo citan como fabricante de cristalería.

12 Parece que fue un alfarero corintio, contemporáneo de Aristófanes.

13 Se refiere a los de Eleusis.

14 Ni los antiguos sabían qué significaba lo de Termeria, salvo que era una gran desgracia. Según Suidas, el nombre derivaba del de la fortaleza de un tirano de Caria que se usaba como prisión.

15 Aunque Eudemo trata de decir que intentaba ayudarle, su lenguaje es tan equívoco que parece lo contrario.

16 Alusión equívoca a Atenea Políada (de la ciudad).

17 «Don de dios», «don de Ártemis».

18 En tiempo de Luciano sólo un anticuario podía tener estos sellos.

19 Porque hacían muchos gestos con las manos. Cf. Sobre la danza 69.

20 Algunas de estas palabras (Iôste, íktar, skordinâsthai, teutázesthai, skýllesthai) no las usa Lexífanes.

21 Híptato, apantómenos, kathestheís.

Obras III

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