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47 EL EUNUCO

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Es una sátira maliciosa a propósito de la competición por una cátedra de Filosofía, creada en Atenas junto con otra de Retórica por Marco Aurelio. Las cátedras de Filosofía se repartían únicamente entre cuatro escuelas, la platónica, la estoica, la epicúrea y la peripatética. Había dos cátedras para cada secta, según se deduce de la afirmación de que la vacante se debe al fallecimiento de uno de los peripatéticos.

Cada cátedra tenía un estipendio de diez mil dracmas anuales. El primer nombramiento de Retórica (Teódoto) fue hecho por el propio emperador; los de Filosofía se encomendaron a Herodes Ático, que, sin embargo, sólo pudo hacer el primero, en 176 a. C., ya que su muerte no pudo ocurrir después del 178. Por ello no es sorprendente que Luciano hable de una selección hecha por un jurado de prominentes atenienses.

El diálogo, sin duda, se compuso en la época del concurso (ca . 179 d. C.) en Atenas. Los nombres que se dan son ficticios y no conocemos datos que permitan identificarlos.

Los interlocutores son Pánfilo y Licino, que comentan muertos de risa el pleito que acaba de plantearse para la provisión de la cátedra. Los aspirantes a la plaza, Diocles y Bagoas, han debatido sus argumentos (curriculum), pero como ninguno ha podido demostrar ser mejor que el otro, han sacado a relucir sus vida privadas (antes se llamaba la «trinca»), hasta el punto de que uno de ellos acusa al otro de eunuco e incapaz por ello de dedicarse a la Filosofía. La víctima se defiende, entre otros argumentos, haciendo ver que el ser eunuco es una garantía para dedicarse a la educación de la juventud. Luego resulta que no era tan eunuco y todos se echan a reír, cuando alguien propone que se le desnude para comprobar la situación, y hasta se sugiere que cohabite con él una prostituta. Como no se ponen de acuerdo los jueces, transfieren el expediente a Italia.

[1] PÁNFILO . — ¿Dónde has estado, Licino y por qué vienes riéndote? Porque tú siempre estás alegre, pero esto es algo fuera de lo corriente, en cuanto no puedes aguantar la risa.

LICINO . — Aquí me tienes procedente de la plaza, Pánfilo, y enseguida te la voy a contagiar, en cuanto oigas la tramitación del pleito a la que asistí, con filósofos discutiendo entre ellos.

PÁN . — Estás diciendo algo verdaderamente divertido, que pleiteen entre ellos los filósofos, cuando deberían resolver en paz entre sí sus diferencias, por importantes que fueran.

[2] LIC . — ¿De dónde van a resolver en paz, mi querido amigo, unas personas que se enzarzan tirándose entre ellos carretadas de insultos, dando gritos y descompuestos?

PÁN . — ¿Sin duda, Licino, discrepaban en sus argumentos, como es corriente, por ser de doctrinas diferentes?

LIC . — ¡Qué va! Se trataba de algo distinto, porque ambos eran de la misma doctrina y partían de los mismos argumentos. Sin embargo, se había planteado el pleito y los jueces que votaban eran los más competentes, con más experiencia y más sabios de la ciudad, en cuya presencia cualquiera se habría avergonzado de dar la nota, y no digamos de llegar a tan gran desvergüenza.

PÁN . — Entonces podrías contarme ya por favor lo más importante del pleito, para que yo mismo conozca el motivo que te provocó tan gran risa.

LIC . — Muy bien, Pánfilo, el emperador ha establecido, [3] como sabes, una gratificación no despreciable para los filósofos según escuelas, me refiero a los estoicos, a los platónicos y a los epicúreos, sin contar a los del Perípato, la misma para todos. Al morir uno de ellos, debe subrogarse otro en su lugar, aprobado por los votos de los ciudadanos más distinguidos. La recompensa no es «una piel de buey ni una víctima» 1 , según el poeta, sino diez mil dracmas anuales, con el compromiso de enseñar a los jóvenes.

PÁN . — Estoy enterado, y dicen que uno de ellos ha muerto recientemente, al parecer uno de los peripatéticos.

LIC . — Ésta es, Pánfilo, la Helena por la que lucharon en combate individual entre ellos. Hasta aquí no había nada que provocara la risa, salvo quizá que hombres que decían ser filósofos y que despreciaban las riquezas, luchaban por ellas como por la patria en peligro, los altares patrios y las tumbas de los antepasados.

PÁN . — Sin embargo, éste es también un dogma de los peripatéticos: no despreciar excesivamente las riquezas, sino considerar que son «un tercer bien».

LIC . — Es correcto lo que dices, pues tal es su afirmación y la guerra se desarrolló entre ellos según las normas tradicionales. Pero escucha lo que sigue.

Otros muchos competidores intervinieron también en [4] el discurso fúnebre por el filósofo muerto, pero dos de ellos sobre todo estaban empatados: el viejo Diocles —ya sabes a quién me refiero, al discutidor— y Bagoas, el que tenía fama de ser eunuco. Previamente ambos habían debatido sus argumentos, uno y otro habían demostrado su conocimiento de los principios y su adhesión a Aristóteles y sus ideas. Y, por Zeus, ninguno de ellos era mejor que el [5] otro. Entonces el final del pleito dio un nuevo giro, pues Diocles, prescindiendo de exponer sus propios méritos se volvió contra Bagoas e intentaba sobre todo censurar su vida privada; de la misma manera, Bagoas también empezó a comparar la vida del otro.

PÁN . — Naturalmente, Licino, y deberían dedicar más bien la mayor parte de su discurso a este aspecto. Por mi parte, si casualmente yo fuera juez creo que me ocuparía sobre todo de esto, tratando de averiguar quién llevó mejor vida antes que su mejor preparación de los temas, y lo consideraría más adecuado para la victoria.

[6] LIC . — Tienes razón y cuentas con mi voto en esto. Pero cuando ya se habían insultado bastante y se habían llenado de incriminaciones, al final Diocles negó en conclusión que se pudiera permitir en absoluto que Bagoas se dedicara a la Filosofía o se beneficiara de sus recompensas siendo eunuco, sino que tales individuos merecían ser excluidos no sólo de estas actividades sino incluso de los propios templos, de las abluciones sagradas y de todas las reuniones públicas, manifestando que era un espectáculo de mal augurio y execrable si uno se encontraba con un individuo así al salir de su casa por la mañana. Y pronunció un largo discurso sobre este tema, haciendo ver que el eunuco no era ni hombre ni mujer, sino un compuesto, híbrido y monstruoso, extraño a la naturaleza humana.

PÁN . — Estás hablando de una acusación nueva, Licino, y ya me siento movido a risa al oír una inculpación tan inesperada. Pero, ¿qué hizo el otro?, ¿se quedó quieto o tuvo valor para dar alguna réplica?

[7] LIC . — Al principio, por vergüenza y cobardía —cosa natural en esta clase de personas— estuvo mucho tiempo callado, poniéndose colorado y sudando de modo evidente, pero finalmente, con voz débil y afeminada, dijo que Diocles obraba injustamente al intentar eliminarle de la Filosofía por ser eunuco, ya que de ella participaban incluso las mujeres y aludió a Aspasia, Diótima y Targelia, para que colaboraran en su defensa 2 ; incluso a un académico eunuco procedente de la Galia, que poco antes de nuestra época había alcanzado fama entre los griegos 3 . Pero si este individuo hubiera sobrevivido y hubiera participado de las mismas pretensiones, también a él le habría eliminado Diocles, sin dejarse conmover por su fama entre el público: recordaba también las observaciones humorísticas que habían hecho contra él sobre todo los estoicos y los cínicos 4 a propósito de su defecto físico.

En esto estaban ocupados los jueces y lo más importante [8] de la reflexión sometida a disputa era si debía ser aprobado un eunuco que profesaba la Filosofía y solicitaba que se le confiara la tutela de los jóvenes: uno decía que la presencia y el buen estado físico debían formar parte del filósofo, y que lo más importante era que tuviera una barba abundante que inspirara confianza a quienes se acercaran a él con el deseo de aprender y fuera digna de las diez mil dracmas que iba a recibir del emperador, mientras que el caso del eunuco era peor que el de los castrados al servicio de Cibeles, ya que éstos al menos una vez habían probado la virilidad, mientras que éste estaba capado desde el principio y era un ser vivo ambiguo como las cornejas, que no se podrían considerar ni entre las palomas [9] ni entre los cuervos. Otro decía que no se trataba de un examen físico sino que debía ser una indagación anímica e intelectual y del conocimiento de las doctrinas. Entonces se citaba como testigo del argumento a Aristóteles, que admiraba con exageración al eunuco Hermias, tirano de Atarneo, hasta el punto de ofrecerle sacrificios como a los dioses. Todavía se aventuró Bagoas a añadir una observación, que un eunuco era mucho más adecuado como maestro para los jóvenes, porque no podía incurrir en calumnia alguna respecto a ellos ni sufrir la misma acusación que Sócrates de corruptor de la juventud. Y como también había sido ridiculizado especialmente por su falta de barba, soltó además esta pulla en tono gracioso (al menos se lo parecía a él): pues si hubiera que juzgar a los filósofos por la densidad de su barba, dijo, lo más justo sería anteponer a un macho cabrío sobre todos ellos.

[10] En esto una tercera persona que estaba presente —su nombre debe quedar en el anonimato— 5 dijo: «Verdaderamente, señores del jurado, si a este barbilampiño, de voz afeminada, que en general parece un eunuco se le desnudara, os aparecería como un hombre completo. A menos que mientan los que hablan de él, incluso fue convicto de adulterio en una ocasión, con el miembro en los miembros, como dicen las leyes de Solón. Pero entonces se refugió en el nombre de eunuco y al encontrar este santuario fue absuelto, ya que los jueces desconfiaron de la acusación ante su evidente aspecto. Yo creo que ahora se retractará a la vista de la subvención que se propone».

Al pronunciarse estas palabras todos se echaron a reír, [11] como era lógico. Bagoas, en cambio, estaba más alterado, totalmente confundido, poniéndose de todos los colores, cubierto de sudor frío, y ni le parecía que fuera correcto mostrar su acuerdo con la acusación por adulterio ni le parecía inútil esta acusación en el proceso presente.

PÁN . — Es verdaderamente ridículo, Licino, y parece que os proporcionó un entretenimiento poco corriente. Pero bueno, ¿qué ocurrió al final y cómo decidieron los jueces sobre la cuestión?

LIC . — Los jueces no tenían todos la misma opinión, [12] sino que unos creían que había que desnudarle como a los esclavos cuando se les compra e inspeccionarle para averiguar si podía practicar la Filosofía en lo que se refiere a sus partes. Otros hicieron la sugerencia, todavía más ridícula, de hacer venir a algunas mujeres del prostíbulo y pedirle que se reuniera y cohabitara con ellas, y que uno de los jueces, el de mayor edad y de mayor confianza estuviera presente y comprobara si podía practicar la Filosofía. Entonces, como la risa se adueñó de todos y no había quien no sufriera dolores de tripa por las contorsiones, decidieron rechazar la causa y enviarla de nuevo a Italia.

Y ahora, uno de ellos está según dicen entrenándose en [13] la demostración de su elocuencia, se prepara y fragua una acusación, trata de presentar de nuevo la inculpación de adulterio, que para él es desfavorable y en esto se comporta como los malos abogados, tratando de incluir a su adversario entre los hombres por medio de esta inculpación. Pero Bagoas, según rumores, se interesa por otras cosas, actúa como un hombre asiduamente y tiene el control de la situación en sus manos, con lo que espera ganar si consigue demostrar que no es inferior a los asnos que montan a las yeguas. Éste es, amigo mío, al parecer, el mejor criterio respecto a la Filosofía y una demostración irrefutable. Por ello desearía que también mi hijo —que es todavía muy joven— tuviera el miembro apto para la Filosofía, más que la lengua o el pensamiento.


1 HOM ., Il. XXII 159.

2 Targelia de Mileto fue una famosa hetaira, amante de Antioco, rey de Tesalia ca. 520-510 a. C. Le sobrevivió treinta años y actuó a favor de Persia cuando Jerjes invadió Grecia. Se dice que Aspasia la tomó como modelo. Diótima puede ser una invención de Platón, que en el Banquete (201d y ss.) le adjudica en boca de Sócrates un discurso sobre el amor que éste repite a sus amigos.

3 Alusión a Favorino de Arlés, a quien conocemos por Filóstrato y sobre todo por Aulo Gelio.

4 Entre los cínicos estaba Demonacte. Cf. Luc., Demonacte 12 y 13.

5 Seguramente se trata del propio escritor.

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