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Capítulo XIV

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Éste, pues, no se debe llamar ocioso; otro nombre se le ha de poner: enfermo está, o por ejemplo decir, muerto. Ocioso es el que conoce su oficio; pero el que para entender sus acciones corporales necesita de quien se las advierta, éste solamente es medio vivo. ¿Cómo tendrá dominio en el tiempo? Sería prolijidad referir todos aquellos a quienes los dados, el ajedrez, la pelota, o el cuidado de curtirse al sol, les consume la vida. No son ociosos aquellos cuyos deleites los traen afanados, y nadie duda que los que se ocupan en estudios de letras inútiles, de que ya entre los romanos hay muchos, fatigándose no poco, obran nada. Enfermedad fue de los griegos investigar qué número de remeros tuvo Ulises; si se escribió primero la Iliada o la Odisea; si son entrambos libros de un mismo autor, con otras impertinencias de esta calidad, que calladas, no ayudan a la conciencia, y dichas, no dan opinión de más docto, sino de más enfadoso. Advierte cómo se ha ido apoderando de los romanos la inútil curiosidad de aprender lo no necesario. Estos días oí a un hombre sabio, que refería que Druilo fue el primero que venció en batalla naval, que Curio Dentado el primero que metió elefantes en el triunfo; aunque la noticia de estas cosas no mira a la gloria verdadera, tocan sus ejemplos en materias civiles; no siendo útil su conocimiento nos deleita con tira gustosa vanidad. Perdonemos también a los que inquieren cuál fue el primero que persuadió a los romanos a la navegación. Éste fue Claudio Candex, llamado así porque los antiguos llamaban candex a la trabazón de muchas tablas, y las tablas se llaman códices, y los navíos, que según la antigua costumbre portean los bastimentos, se llaman caudicatas. Permítase asimismo saber que Valerio Corvino fue el primero que sujetó a Mesina, y el primero que de la familia de los Valerios se llamó Mesana, tomando el nombre de la ciudad rendida, y que mudando el vulgo poco a poco las letras, se vino a llamar Mesala. ¿Permitirás, por ventura, el averiguar si fue Lucio Sila el primero que dio en el coso leones sueltos, habiendo sido costumbres hasta entonces darlos atados? ¿Y que el rey Boco envió flecheros que los matasen? Permítase también esto; pero ¿qué fruto tiene el saber que Pompeyo fue el primero que metió en el Coliseo dieciocho elefantes que peleasen en modo de batalla con los hombres delincuentes? El príncipe de la ciudad, y el mejor de los príncipes, como publica la fama, siendo de perfecta bondad, tuvo por fiestas dignas de memoria matar por nuevo modo los hombres. ¿Pelean? Poco es. ¿Despedázanse? Poco es; queden oprimidos con el grave peso de aquellos animales. Harto mejor fuera que semejantes cosas se olvidaran, por que no hubiera después algún hombre poderoso que aprendiera y envidiara tan inhumana vanidad.

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