Читать книгу Ya no te llamarán abandonada - Luis Alfonso Zamorano López - Страница 10

¿ES ALGO DEL PASADO O RELATIVAMENTE RECIENTE?

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No es mi intención hacer un recorrido histórico exhaustivo. Sirviéndome del citado informe de UNICEF, echaremos una mirada a vista de pájaro sobre la historia; basta para constatar que el ASI no es un fenómeno nuevo. A pesar de haber estado siempre presente, solo de forma muy reciente se está despertando a nivel de la opinión pública una conciencia y preocupación respecto a su magnitud e impacto.

Es sabido que tanto en la antigua Grecia como en el mundo romano se consideraba natural tomar a los niños como objetos sexuales. En la antigua Roma, la práctica sexual preferida con los niños era el sexo anal, y circulaba la idea de que el sexo con niños castrados era particularmente excitante. Esta práctica se extendió hasta tiempos del emperador Domiciano, quien prohibió la castración de los niños para ser llevados a los prostíbulos 1.

En el contexto judío, la Ley de Moisés prohibía los sacrificios de niños, en clara contraposición con las religiones paganas circundantes: «No darás ningún hijo tuyo para hacerlo pasar ante Molec; no profanarás así el nombre el Dios» (Lv 18,21). A pesar de esta seria advertencia, los profetas tuvieron que denunciar en varios momentos al pueblo de Israel por practicar este horrendo rito de la cultura cananea 2. Por otro lado, en algunos contextos hebreos se permitía, o al menos se toleraba, la cópula con niños menores de nueve años; solo se castigaba, con pena de lapidación, la sodomía con niños mayores de esa edad.

Una vez más, en este contexto, el cristianismo resulta totalmente revolucionario y rompedor con la mentalidad reinante. En efecto, de todos es conocido cómo Jesús defiende a los niños, se hace asequible a ellos, los bendice y abraza (cf. Mc 9,35-36). El mismísimo Karl Marx, conocido por su anticristianismo, le decía a su hija Eleonor: «Podemos perdonarle mucho al cristianismo, porque nos enseñó a amar a los niños» 3. Como se ve, Jesús actúa, una vez más, a contracorriente de esa mentalidad que despreciaba a la infancia y postulaba que charlar con niños alejaba al hombre de la realidad y era una pérdida absoluta de tiempo. Es más, reprende a quienes los desprecian (Mt 18,10) y propone los más duros castigos para quienes los escandalicen o hagan daño: «Más le valdría que le pusieran en el cuello una piedra de molino y le hundieran en el fondo del mar. Y en verdad os digo que sus ángeles contemplan el rostro de mi Padre día y noche» (Mt 18,6). A la hora de responder a la pregunta de quién es el más importante en la comunidad reunida en torno a Jesús, no duda en poner a un niño en medio (Mt 18,2-5), llegando incluso Jesús a identificarse con ellos: «El que recibe a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe» (Mc 9,37).

A pesar de la irrupción del cristianismo y de su férrea defensa de la infancia, en muchos contextos el abuso sexual de menores siguió siendo una práctica frecuente, amparada en una cosmovisión de la vida y del ser humano que lo justificaba. Así, por ejemplo, en la Edad Media se creía que los niños, en su inocencia, ignoraban toda noción de placer y dolor. Esta idea de que son inmunes a la corrupción aún perdura en muchos contextos y es el argumento defensivo utilizado con frecuencia por quienes abusan de ellos para no reconocer que con sus actos les hacen daño.

Quisiera saltar ya al siglo XX y detenerme ahora en las teorías de Freud sobre la sexualidad infantil, por su gran popularización y por la repercusión que han tenido en las creencias de muchas personas. En una primera instancia, Freud postuló que las experiencias sexuales de la niñez sí juegan un papel clave en la neurosis de los adultos. Al analizar a pacientes abusados sexualmente en la infancia por algún familiar, Freud (1906) sugirió que el trauma sexual infantil producía los problemas psicológicos adultos. En su obra La etiología de la histeria (1896), Freud escribió: «Me parece indudable que nuestros hijos se hallan más expuestos a ataques sexuales de lo que la escasa previsión de los padres hace suponer» 4.

Sin embargo, más tarde, Freud cambió de postura y postuló que los relatos de sus pacientes eran fantasías y no experiencias verdaderas. De este modo crea la teoría del complejo de Edipo, postulando que un fuerte impulso por parte del niño para unirse sexualmente con el padre del sexo opuesto lo llevaba a fantasías. Escuchemos de nuevo a Freud: «Cuando una niña acusa en el análisis como seductor a su propio padre, cosa nada rara, no cabe duda alguna sobre el carácter imaginario de su acusación ni tampoco sobre los motivos que la determinan» 5. De esta forma, la histeria, los conflictos internos y otros problemas de salud mental de sus pacientes no se originaban por un trauma sexual de la infancia, sino por la incapacidad de resolver la situación edípica, es decir, por la incapacidad de abandonar las fantasías, dar a los padres el lugar que les corresponde y transferir los impulsos sexuales a personas socialmente aceptables.

Dado lo anterior, y cualesquiera que hayan sido sus motivos para abandonar su teoría original, la postura de Freud ha ayudado a racionalizar dos aspectos muy negativos en el estudio y tratamiento de niños y adolescentes víctimas de abuso sexual. Por un lado, una gran cantidad de terapeutas no toman en cuenta o contradicen los informes de sus pacientes sobre victimización sexual en la infancia. Por otra parte, además del trauma que puede producir tal negación, se culpa al niño y no al adulto de cualquier suceso abusivo que haya sufrido. Para Freud, tales experiencias eran el resultado de impulsos edípicos del menor en vez de ser impulsos depredadores del adulto.

Esta interpretación de la leyenda de Edipo ha calado en la imaginación social, pasando a ser un modelo explicativo de ciertos comportamientos de los niños, y puede servir de justificación a la desconfianza y a la pasividad de ciertos magistrados, médicos, psicólogos, policías, etc. Este ha sido uno de los mayores obstáculos en el estudio y visibilización del problema del ASI y ha contribuido a que el sistema judicial pueda disminuir la validez del testimonio de las víctimas.

Otro de los autores en los que se hace imprescindible detenerse y que ha jugado un importante papel en la negación y minimización de las devastadoras consecuencias que tiene el ASI es Alfred Kinsey. En 1948 publicó el conocido informe que se lleva su apellido, en el que, a pesar del gran número de mujeres que informaron, con dolor y miedo, haber sido víctimas de abusos, tanto él como sus colaboradores plantearon que era difícil de entender por qué un niño podría verse afectado por ser tocado en sus partes genitales o por estar expuesto a contactos sexuales más específicos, y que muy probablemente lo que generaba la perturbación en los niños era la reacción externa (padres, policía) y no el abuso mismo. Según Kinsey, el abuso sexual infantil entra dentro de los «desahogos sexuales aceptables y normales» a los que las personas tienen derecho. En su controvertido informe 6, afirma sin pudor que, «hablando en términos biológicos, no existe ninguna relación sexual que yo considere anormal». Más aún, llega a afirmar que si el adulto siente un verdadero afecto por el niño, este tipo de relaciones podrían ser una experiencia «sana» para el menor. Algunas publicaciones posteriores, basándose en el informe Kinsey, postulan que la infancia es el mejor momento para aprender a tener sexo, y que el incesto padre-hija puede producir mujeres notablemente competentes en el plano erótico.

Para Kinsey y sus colaboradores, el problema está en los condicionamientos culturales y en las normas tradicionales y arbitrarias que la sociedad nos impone, coartando así la libre expresión y satisfacción de la inclinación sexual de cada cual. Es fácil sacar las conclusiones de estas sorprendentes afirmaciones, revestidas además de ropaje científico 7. Y más triste aún comprobar que los postulados del informe Kinsey siguen moldeando las actitudes y creencias respecto a la sexualidad humana, pasando a ser parte de muchos de los actuales programas de «educación sexual» de muchas escuelas.

Siguiendo nuestro recorrido histórico llegamos a la denominada Revolución sexual, iniciada en los años sesenta en los países europeos; esta tampoco logró sensibilizar a la sociedad sobre el drama del abuso sexual infantil, y de la negación del problema se pasó a la relativización y minimización del mismo. Hay que agradecer en este sentido al movimiento feminista y a los colectivos de mujeres víctimas de abusos y violación, porque con su lucha lograron visibilizar el problema del abuso sexual infantil y sus nefastas consecuencias. Solo a partir de los setenta se evoluciona hacia una toma de conciencia social y científica sobre la necesidad de abordar seriamente la intervención preventiva y reparadora de los abusos. Para entender y dar crédito a los terribles efectos de tales violaciones fue necesario que se introdujera en la comunidad científica y académica un nuevo diagnóstico y concepto, el de síndrome de estrés postraumático, trastorno que entró en el mundo de la psiquiatría y de la salud mental de la mano de los excombatientes de la guerra de Vietnam.

La declaración de los derechos del niño aprobada por la ONU en 1959 y la posterior Convención sobre los Derechos de los Niños, adoptada también por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989, vienen a señalar, sin duda, un antes y un después en la protección de la infancia. Solo a partir de aquí se ha reconocido a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos. El artículo 34 señala explícitamente que «es derecho del niño ser protegido de la explotación y abuso sexuales, incluyendo la prostitución y su utilización en prácticas pornográficas» 8. Por su parte, la OMS reconoció en 2014 que el abuso sexual infantil genera efectos sociales y laborales negativos que pueden retrasar el desarrollo económico y social de los países debido a los altos costes acarreados por las necesidades de atención en salud física y mental, por la pérdida de productividad, la pérdida de días laborables, la incidencia en el rendimiento escolar y académico, etc. Sin embargo, no todo el mundo parece estar en sintonía con estas afirmaciones. Es escalofriante pensar que en Europa existen partidos políticos propedofilia que buscan su legalización y sostienen abiertamente que «en un Estado de derecho, el ser pedófilo, proclamarse como tal o incluso sostener su legitimidad no puede ser considerado un crimen; la pedofilia, como cualquier otra preferencia sexual, se transforma en crimen en el momento en que daña a otras personas» 9. Además, es sobrecogedor y demencial saber que en Internet existen cerca de 100.000 páginas ilegales que ofrecen pornografía infantil, y está calculado que diariamente se producen 116.000 búsquedas de este tipo de aberrante material. Por otro lado, la edad promedio de la primera exposición a la pornografía se encuentra entre los 11 años y los 14. A nivel mundial se calcula que, cada segundo, 28.528 usuarios de Internet están viendo pornografía 10.

En cuanto a la Iglesia católica, como dice irónicamente Juan Ignacio Cortés, la Iglesia y la pederastia son dos viejas conocidas 11. Este autor demuestra cómo a lo largo de los siglos hubo voces de insignes Santos Padres, teólogos y autoridades que clamaron contra el abuso sexual por parte de miembros de la Iglesia, imponiendo graves penas a los abusadores, entre las que se incluían la denuncia y entrega a la justicia civil. Ya el canon 71 del Concilio de Elvira (302-306) llega a decir que «aquellos que abusan sexualmente de niños no podrán comulgar, ni siquiera a punto de morir» 12. Sin embargo, ha sido durante el siglo XX cuando se ha introducido un grado de secretismo en la forma de tratar los abusos casi desconocido hasta entonces. No es que el abuso sea patrimonio exclusivo de la Iglesia católica, ni mucho menos, pero tal vez ninguna institución ha usado su maquinaria de forma tan potente para encubrirlos. La irlandesa Marie Collins, exmiembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, que fue víctima de abusos cuando tenía 13 años por parte de un sacerdote, afirma respecto a esta cultura del encubrimiento «que, intentando salvar el escándalo, ha causado el mayor escándalo de todos y ha perpetuado el daño del abuso y la destrucción de la fe de muchas víctimas» 13.

Recuerdo el evangelio de aquel domingo en Chile, unos días antes de que los obispos chilenos fueran a Roma a encontrarse con el papa Francisco. Sentí que no podía ser más providente: «A todo sarmiento que da fruto, mi Padre lo poda, para que dé más fruto» (Jn 15,1-3). La poda es dolorosa, pero absolutamente imprescindible; sin ella, la viña termina tarde o temprano estéril. Hay que ver como algo absolutamente positivo el hecho de que las víctimas puedan estar rompiendo su silencio y enfrentarse a una realidad que muchas veces ha sido negada, acallada, minimizada por las estructuras de poder de la Iglesia. Aunque por momentos nos pueda abrumar y desconsolar tantas noticias de víctimas de abusos por aquí y por allá, es imprescindible que salga la pus, que salga la verdad y que las víctimas puedan ser escuchadas, creídas y honradas en su dolor. Solo así comienza un verdadero camino de reparación, tanto de su sufrimiento como del escándalo que supone para la fe de tantos. La misma Marie Collins es testigo de esto:


El inicio de mi recuperación fue el día en que, ante el tribunal, mi agresor asumió la responsabilidad por sus acciones y admitió su culpabilidad. Este reconocimiento tuvo un efecto profundo en mí. Con el tiempo me permitió ser capaz de perdonarle y no sentirlo ya como una presencia en mi vida […] Ya era capaz de dejar atrás los años perdidos. No he vuelto a ser hospitalizada con ningún problema de salud mental desde entonces 14.


Hasta aquí este breve recorrido histórico. Como puede verse, arrastramos una trágica «historia que avergüenza» 15. A lo largo de los siglos, los niños han sido olvidados, desacreditados, violentados. Hoy, al mirar hacia atrás, no podemos menos que sentir horror ante las prácticas y los tormentos a los que eran sometidos muchos niños. Es indudable que se están dando pasos de gigante en la protección de la infancia y en la toma de conciencia de la tragedia que supone el ASI, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, pero el desafío sigue siendo inconmensurable y no podemos dormirnos en los laureles.

Ya no te llamarán abandonada

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