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¿SON MUCHOS O POCOS
LOS CASOS?

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Lamentablemente, las escalofriantes cifras nos hablan de que estamos ante una verdadera pandemia. A continuación, voy a ofrecer algunos datos. Mi idea, sin embargo, no es marear con los números; me encantaría que detrás de cada cifra tuviéramos en cuenta que hay historias de dolor muy concretas, rostros sufrientes con nombre y apellidos ante los que simplemente hemos de descalzarnos 1.

Para mostrar que el ASI es una de las realidades más lacerantes de nuestra sociedad, voy a mostrar datos de tres países diferentes. Ciertamente, es una muestra pequeña y faltaría completarla con datos de lo que ocurre en otras latitudes. Además, mostraré también algunas cifras que tienen que ver con esta triste realidad dentro de la Iglesia católica.

A nivel general podemos decir que la mayoría de los abusos se sitúan en una franja de edad entre los 6 y 7 años, por un lado, y entre los 10 y 12, por otro 2. El 40 % de las víctimas son niños varones, lo que destierra el mito 3 de que este tipo de abuso solo lo sufren las niñas. Tampoco es verdad que se den exclusivamente en determinados círculos o clases sociales. Los datos nos muestran que se dan en cualquier nivel socioeconómico y cultural. En cuanto al tipo de familia en las que se producen los abusos, suelen tener como características el que son monoparentales (solo la madre), reconstituidas (padrastro, otras parejas de la madre), caóticas y desestructuradas, con una madre ausente, por trabajo o enfermedad, o presente, pero emocionalmente fría y distante, que puede estar siendo maltratada y ha sufrido también abuso en su infancia, etc. Entre un 65 % y 85 % de los agresores son familiares o amigos de la víctima y de su familia. Cerca del 90 % de los abusos se dan dentro del ámbito intrafamiliar; un 7 %, en el ámbito escolar o deportivo, y un 3 %, en el ámbito de instituciones religiosas.


1. Estados Unidos


En 1990, David Finkelhor, director del Centro de Investigación de Violencia Infantil y profesor de sociología en la Universidad de New Hampshire, junto a sus colaboradores, hizo la primera encuesta nacional en este país, con una muestra de varones adultos, preguntando si habían sufrido abuso sexual durante su infancia. El resultado fue que un 27 %, en el caso de las mujeres, y un 16 %, en el caso de los hombres, reconocieron retrospectivamente haber sido víctimas de abusos sexuales en su infancia Estos autores estiman que cada año se producen en Estados Unidos unos 500.000 nuevos casos de ASI 4.

En el año 2000, en Estados Unidos hubo 2.300.456 denuncias: casi un 4 % de la infancia. Esto significa que una chica de cada tres y un chico de cada seis son abusados sexualmente antes de los 18 años. El 26 % de las violaciones se produjeron entre los 12 y 14 años, y el 34 %, cuando tenían menos de 9 años. Aproximadamente, 1,8 millones de adolescentes en los Estados Unidos han sido víctimas de agresión sexual 5.


2. Chile


Tomo ahora datos de Chile, país en el que he vivido durante casi veinte años. Elijo Chile no solo por ser mi segunda nacionalidad y porque creo conocerlo bastante bien, sino porque, al ser un país tan pequeño en cuanto a población –apenas diecisiete millones de habitantes–, nos da también una idea del alcance de esta pandemia.

El 15 de mayo de 2013, la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (UNODC) publicó que Chile ocupa el tercer puesto a nivel mundial en la tasa de denuncias por ASI, siendo solo superado por Suecia y Jamaica. Además, a nivel sudamericano, es el primero en la tasa de denuncias por este ilícito.

Entre mayo de 2015 y mayo de 2018, la Fiscalía Nacional, a través de la ley de Transparencia, reportó la cifra de 56.852 niños, niñas y adolescentes de ambos sexos que fueron víctimas de algún tipo de abuso sexual. Esto significa un promedio de casi cincuenta y dos casos diarios, que corresponden a uno cada veintisiete minutos 6.

Diez años antes, el noticiero CNN publicó una nota 7 que confirma estos datos. Si acaso, ahora podemos observar un aumento en las denuncias. Esto no quiere decir necesariamente que haya más abusos; puede ser la constatación de que poco a poco la gente se está animando a denunciar más. Este dato es importante porque hay estudios que afirman que por cada denuncia que se hace, aproximadamente entre seis y nueve quedan sin registrarse, lo cual significa que no sabemos bien a cuánto asciende la «cifra negra», es decir, los abusos no denunciados. Así las cosas, entre el 75 % y el 80 % de los casos de abuso no son denunciados, y, dentro de los que son reportados, solo un 10 % llega a ser sancionado legalmente, lo que implica que prácticamente un 90 % de los abusos sexuales quedan impunes. Del total de denuncias por delitos sexuales, cerca del 83 % corresponde a víctimas menores de 18 años. Dentro de la extinta Red SENAME (Servicio Nacional de Menores) 8, un 45,6 % de los niños (26.409 niños de un total de 57.957) que se encuentran bajo su protección han sido víctimas de abuso sexual 9.


3. España


La mayoría de los análisis coincide en que las cifras son parecidas a las de los Estados Unidos de América. Según la asociación PRODENI (Pro Derechos del Niño y la Niña), las escalofriantes cifras se aproximan a un 15,2 % en el caso de los niños (502.251) y un 22,7 % en el caso de las niñas (676.451) 10, y muestran poca evolución respecto al clásico estudio realizado en 1996 por Félix López, catedrático de Psicología de la sexualidad de la Universidad de Salamanca: Abusos sexuales, lo que recuerdan de mayores. El estudio, basado en una encuesta realizada en 1991 a dos mil adultos, revelaba que el 18,9 % de los españoles afirmaba haber sido víctima de abusos sexuales durante su infancia. Esto significa unos 7,3 millones de españoles sobre una población de 39 millones de personas que había en España en 1991. Además, el 44 % de los abusos no se limitó a un acto aislado 11.


4. La Iglesia católica


Entre 2001 y 2010 se han denunciado a la Congregación para la Doctrina de la Fe cerca de tres mil abusos por parte de sacerdotes. La Santa Sede hizo público el 14 de abril de 2010 un informe 12 en el que hablaba de un 10 % de casos de pederastia en sentido estricto y de un 90 % de casos que se podrían definir efebofilia, de los cuales cerca del 60 % estaba referido a individuos del mismo sexo y el 30 % eran de carácter heterosexual. En 2012, la Iglesia había pagado cerca de 3.000 millones de dólares en todo el mundo para indemnizar a cientos de víctimas de abuso. La Iglesia católica reconoció en Estados Unidos que 6.100 sacerdotes habían sido señalados como responsables de abusos contra más de 16.000 menores. De ellos, quinientos fueron arrestados y juzgados, y más de cuatrocientos entraron en la cárcel 13. Esto supone en ese país un 4 % del clero que ha cometido abusos durante un período de aproximadamente cincuenta años 14. El último escándalo ha sido en la diócesis de Pensilvania, donde unos trescientos sacerdotes abusaron durante décadas de más de mil menores, con la total negligencia y complicidad de las autoridades eclesiales, que silenciaron y encubrieron de forma sistemática los abusos 15. Leyendo las redes sociales respecto a esta noticia, abundan expresiones tan fuertes –y comprensibles– como la de que «los seminarios son criaderos de pederastas». El problema de la pederastia en la Iglesia es de proporciones tan dantescas y tiene repercusiones tan graves que con razón el papa Benedicto XVI dijo en su carta a los católicos de Irlanda que «siglos de persecución no han logrado arrojar tanta oscuridad sobre la Iglesia y el mundo como el drama de los abusos» 16. Y es que podríamos hablar de Irlanda, de Australia, de Bélgica, de Alemania… Sin duda, ha de pasar mucho tiempo y debe haber una gran conversión pastoral y renovación eclesial para que como Iglesia podamos recuperar la confianza y la credibilidad.

Llama la atención que, en el caso de España, no se haya desatado aún ningún gran escándalo, cuando la realidad nos va mostrando que el abuso de menores es algo que traspasa todas las fronteras. Puede ser que España sea tal vez la regla que confirme la excepción. ¡Ojalá! Sin embargo, muchas voces critican que esta falta casi absoluta de datos se debe sobre todo a la falta de colaboración y de transparencia por parte de la Iglesia 17. Personalmente, creo que solo es cuestión de tiempo que se destapen otros escándalos en países como Colombia, Brasil, México, Filipinas u otros países de mayoría católica. En muchos lugares solo hemos reaccionado cuando ya era un secreto a voces. Ojalá como Iglesia sepamos actuar con energía y no tengamos que esperar a que sean los medios de comunicación social los que lo ventilen a la opinión pública.

En Chile, los medios se han hecho eco de un informe publicado por la Fiscalía (23 de julio de 2018) en el que afirma que existen 266 víctimas de abuso sexual por parte de religiosos, de las cuales 178 son menores de edad. Por lo mismo, hay 158 personas investigadas, sean obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y también laicos que ejercían diversas funciones en el ámbito eclesial. El papa Francisco ha expulsado ya a tres sacerdotes muy mediáticos –Karadima, Precht y Da Fonseca– y a dos obispos –Cox y Órdenes–; ha aceptado también la renuncia de otros siete obispos.

Como puede verse, tampoco la Iglesia católica se libra de esta lacra. El propósito de publicar aquí estos datos no es ni mucho menos el de tirar piedras contra el propio tejado. Al contrario, me mueve un profundo amor por la Iglesia, y estoy seguro de que son muchísimos más los miembros de la Iglesia que entregan sus vidas y hacen el bien que los que traicionan su vocación con sus monstruosidades –o sus graves omisiones– y siembran tanto dolor. Sin embargo, como Iglesia no solo nos hace bien reconocer y aceptar esta realidad eclesial –«la verdad os hará libres», dice Jesús (Jn 8,32)–, sino que además nos urge hacernos cargo, mucho más todavía, del dolor de las víctimas, darles una respuesta –hasta ahora totalmente insuficiente– lo más reparadora posible hasta convertirnos, cada vez más, en un espacio seguro para la infancia y de dignificación de las personas que llegan a nuestras manos.

Hay que reconocer también que son muchas las personas que en la Iglesia están luchando por erradicar la cultura de los abusos. Digamos que quien se atrevió a iniciar de manera irrevocable y radical esta lucha sin cuartel fue el papa Benedicto XVI. Siendo aún el cardenal Ratzinger, viéndolas venir, escribió en la meditación de la novena estación del viacrucis de 2005 en el Vaticano:


¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? […] ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? […] ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón.


Y la oración de dicha estación comenzaba así:


Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos; nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia 18.


Recordemos que fue él quien afrontó el caso Maciel –fundador de los Legionarios de Cristo– y que 2010 fue el año en que salieron a la luz terribles casos de pederastia dentro de la Iglesia de Bélgica, Austria, Alemania, Suiza y Holanda. No por nada, en diversas ocasiones los medios de comunicación se han referido a la pederastia como la cruz del pontificado del papa Benedicto XVI 19.

Permítaseme compartir una pequeña anécdota personal que tiene que ver con nuestro querido papa emérito. El 31 de agosto del año 2011, junto con el rector de Duoc UC 20, fuimos recibidos por el Santo Padre en la audiencia general que ofreció en Castelgandolfo. Para la ocasión, yo me había puesto una sotana –la primera vez que lo hacía– que era de nuestro fundador, Jaime Bonet. Era una sotana de cura de pueblo, sin faja. La verdad es que contrastaba con la elegancia impecable de los que allí estaban. Los alumnos del Duoc que habían ido la JMJ de Madrid aquel día me hicieron un bullying cariñoso y divertido: me llamaban «el cura Matrix». Cuando llegó nuestro turno, primero se presentó el rector, y después, dirigiéndose a mí, el papa, con un tono que denotaba curiosidad, me preguntó: «Y tú, ¿quién eres?». La verdad es que la pregunta me hizo reír por dentro, porque su tono fue como quien preguntaba: «¿De dónde has salido con esas pintas?». El rector, que estaba a mi lado, se apresuró a contestar: «Es el capellán general de nuestra institución». No se me creerá, pero lo único que me nació decirle en ese momento al papa fue lo siguiente: «Gracias, Santo Padre, por su valentía para luchar contra los abusos. Gracias por ponerse al lado de las víctimas. Siga adelante. Rezo por usted». Con mis manos entre las suyas, pude percibir su mirada gratamente sorprendida. Me dijo: «Muchas gracias, no dejes de rezar por mí». Cuando pienso por qué de todo lo que podía haber dicho en esos treinta segundos que duró el encuentro no se me ocurrió sino decir eso, es sin duda porque ya la preocupación por el tema de los abusos quemaba por dentro, y sabía que estaba siendo un motivo de mucho sufrimiento para el papa Benedicto XVI.

El papa Francisco, tomando el relevo de su antecesor, se ha mostrado también firme y decidido en esta tarea inaplazable. El encuentro en el Vaticano (febrero de 2019) con representantes de todas las Conferencias episcopales del mundo para afrontar única y exclusivamente este tema es una muestra de este compromiso irrevocable.

Ya no te llamarán abandonada

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