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Prólogo

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En el año 2012 escribí un libro con Marta Villacieros sin éxito editorial, es decir, sin alcanzar un puñado de ediciones, como otros. Se trata del que lleva por título Doble drama. Humanizar los rostros de la pederastia. Mientras escribía este libro tuve una llamada inesperada. Lo contaba en la introducción. Una mujer, madre de dos jóvenes víctimas de abusos, me pedía ayuda para el victimario, para que no hiciera más daño a otros. La secuencia de sucesos que se siguieron me permitió darme más cuenta de la complejidad de esta forma de mal: pude descubrir «rostros escondidos», víctimas innombradas. Pude hacerme un poco más cargo de la envergadura del sufrimiento que hay detrás de los abusos.

Así pues, quise poner sobre la mesa una dimensión raramente observada en el drama de los abusos sexuales a menores: las víctimas invisibles, los familiares tanto de la persona abusada como los del abusador. Un conjunto de personas a las que mirar y ver, si uno quiere contribuir a prevenir y cuidar a los afectados por este drama de múltiples caras.

Ahora me veo prologando, con mucho gusto, un libro sobre acompañamiento de víctimas de abuso que se han dado y se dan en la Iglesia, pero sobre todo en las familias. Su autor es Luis Alfonso Zamorano, al que deseo éxito editorial, porque realmente considero que hay que hablar, hay que interesarse por este tema, hay que escribir y socializar las experiencias de las que podamos aprender para humanizar nuestro mundo atajando el tremendo problema de la pederastia.

La envergadura del drama de los abusos sexuales está reclamando una mirada humanizadora. Echaba yo en falta voces de esperanza para las diferentes personas implicadas. La escasa atención al tema no ayuda. Genera un silencio que puede ser cómplice de dinamismos que permitan que el drama siga vivo y que las víctimas no sean atendidas convenientemente.

Porque no basta con la lamentación y la denuncia. En el tratamiento que la mayoría de los medios dan al tema tendemos mayoritariamente a quedarnos con las informaciones mediáticas, que, mientras ayudan a desvelar un mundo oscuro, no terminan de hacer honor a la verdad en sus proporciones. Los abordajes mediáticos y judiciales son necesarios, pero insuficientes. Hemos de superar la resistencia a hablar del tema más allá de esa forma mediática que impone un cierto sensacionalismo por la vía de la repugnancia de la conducta. No tolerar los abusos no se agota con decirlo.

La atención que la sociedad está prestando al drama de los abusos es limitada, también por el hecho de que son demasiadas las víctimas. Tantas que hasta eso puede reducir el número de interesados por comprender el fenómeno. Las víctimas en España se cuentan por más del 20 % en niñas y más del 16 % en niños. Estadísticas similares se dan en otras latitudes. Siempre demasiado. Muchas víctimas no quieren remover su vida pasada ni siquiera leyendo sobre el tema. Ni hablando. El silencio protege y hace fuerte. La vergüenza sería muy grande. Sin embargo, como bien refleja Luis Alfonso a través de la voz de los supervivientes que ha acompañado, solo teniendo el coraje de romper el silencio es posible iniciar el camino hacia una vida más plena y feliz.

Las investigaciones empezaron ya a mediados del siglo pasado, pero no se prestó la necesaria atención ni a las cifras ni a los daños sobre las víctimas. Estamos aprendiéndolo. También estamos aprendiendo que no escuchar a las víctimas puede ser una complicidad con el futuro: muchos de los victimarios fueron víctimas en el pasado.

Hemos de aprender algo de esta oleada de empeño por desvelar el drama. Porque, como drama, ha existido siempre. Como empeño por desvelarlo, no. Estamos en un buen momento. Es un momento de transparencia, de intolerancia del sufrimiento evitable y de intolerancia de los dinamismos encubridores que pueden favorecer la persistencia de males evitables. Hay una restauración que hacer en quien ha sufrido tanto. Son muchos los hilos de la confianza en los demás que se rompen. Son, sobre todo, vínculos significativos los que hacen que el drama sea tal.

Una de mis intuiciones o hallazgos que quise socializar con el libro Doble drama fue el sufrimiento que hay al otro lado del que solemos mirar primero, que es el de las víctimas. Al otro lado están también los victimarios y sus familias. Algunos están en la cárcel, donde pude entrevistar a unos cuantos, y descubrí que habría otro conjunto de personas sufrientes que yo no tenía en mi mente. El drama de los familiares del victimario es menos conocido. Más aún, obviamente, el rechazo que esta conducta produce hace que haya menos interés por esta forma de sufrimiento presente en los familiares del victimario, que en ocasiones ha sido identificado y está en la cárcel. En otras, no. Está en proceso, denunciado o no. Hasta puede ser vivido como de mal gusto el hecho de invocar la atención a esa otra cara, esa otra forma de sufrimiento real.

Haber superado el tabú de la sexualidad no garantiza una adecuada formación que ayude a integrarla como parte de la vida. Haber dado el paso de romper con el silencio y denunciar toda forma de mal relacionado con los abusos es un gran paso. Empieza a haber acciones formativas que miran a la prevención de los abusos, pero son insuficientes.

Una educación emocional adecuada, una alfabetización sexual, un desarrollo ético colectivo educando en valores y socializando experiencias exitosas se hacen cada vez más necesarios. Yo confío en el pequeño boom de la inteligencia emocional. Pero es pequeño. Es necesario también promover formación en relación de ayuda y en acompañamiento psico-espiritual y counselling para profesionales de la salud y de la educación.

«Dos viejas conocidas, la Iglesia y la pederastia», dice Luis Alfonso en este libro, citando a Juan Ignacio Cortés. En este momento histórico, estas dos viejas conocidas están socializando su relación, porque, como revela la película Spotlight, las consecuencias de la complicidad institucional, si se camina por la vía del encubrimiento, son dramáticas. Hoy nos apuntamos todos a la «tolerancia cero», con la que en realidad nos ahorramos la palabra «intolerancia», que sería la que podríamos adoptar para describir realmente nuestra actitud ante este drama.

Superar el clericalismo, favorecido, sea por los propios sacerdotes, sea por los laicos, es un desafío. Como ha afirmado el papa Francisco en su Carta al pueblo de Dios, de 20 de agosto de 2018, citada varias veces por el autor, «decir no al abuso es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo».

Luis Alfonso nos muestra que hay esperanza. Para todos. Para unos y para otros, para un tipo de víctimas y para otros. Hay posibilidades de rehabilitación, posibilidades resilientes, de crecimiento personal con ocasión de haber sido víctima. Pero también veo que puede haber esperanza para la colectividad, esperanza para la sociedad. Zamorano dibuja caminos de salida para unos y otros en este libro.

¿Y cuál es el contenido de la esperanza? Pues, para mí, la esperanza se llama justicia, sí. Pero también tiene nombre de perdón. También de sanación y de integración social de unos y otros. Tiene nombre de reparación y de resiliencia. Por eso me parece que lemas como «tolerancia cero» cumplen una función transitoria. Se quedan pequeños. Hemos de caminar más. ¡Qué bien que estemos hablando también de resiliencia! ¡Qué bien que haya programas terapéuticos para víctimas y victimarios!

Yo espero una película sobre experiencias exitosas de rehabilitación de unos y otros. ¡Una buena noticia, por Dios! Necesitamos desvelar el potencial sanador que algunas personas tienen si cuentan éxitos sin remover innecesariamente el drama. El equilibrio es difícil. El desafío al que Luis Alfonso responde en estas páginas es muy hermoso. Para muestra, un botón: Estrella, testimonio vivo que atraviesa este libro, de la mano de Luis Alfonso como acompañante. Testimonio tratado con una delicadeza exclusiva, con un gran potencial ejemplarizante y con un fino respeto.

Este libro de Zamorano no quiere ser difícil en su lectura, sino comprensible y útil para el catequista, el albañil, el panadero, la pescadera o la peluquera… Un libro asequible a todos ellos, dice el autor. Sale al paso de la cultura del abuso y del encubrimiento. Pero también sale al paso de la necesidad de no revictimización y de la eventual empatía superficial con la víctima que podría llevar a generar solo rechazo al victimario.

Que la inversión de roles en torno a la culpa y el silencio entre víctima y abusador sea tan fuerte constituye un reto para desentrañar los dinamismos que surgen en torno a este binomio. Que el sentimiento de culpa pueda ser también un refugio de empoderamiento de la propia víctima reclama una atención especial.

Que el 90 % de los casos de abusos sexuales en la infancia tenga lugar en la familia debería convertirse en un grito de anhelo de humanización global. Tenemos que hacer algo. Algo más. Para desvelar, sí. Pero no solo. También para acompañar. A todos. Y dar al tema un tratamiento justo, no como si fuera exclusivo de la Iglesia católica. Y, ¡por Dios!, hay que prevenir.

Quisiera terminar con estas palabras, que hago mías, de Mónica López, experta en psicología positiva y directora del Instituto del Bienestar de Chile:


Luis Alfonso nos invita a reflexionar, como sociedad y como Iglesia, sobre un tema que nos toca a todos: cómo proteger, guiar y acompañar a quien ha sido dañado por una situación traumática, como es el abuso sexual. El autor nos entrega herramientas prácticas y cuenta con suficientes bases bibliográficas, pero sin perder la sencillez en el lenguaje y compartiendo historias que a nadie dejan indiferente. Son historias que vienen de su experiencia de acompañante psico-espiritual, como sacerdote cercano al pueblo sufriente. Así, en su obra nos encamina a comprometernos con ser parte activa del cambio, donde la voz de las víctimas pueda ser escuchada, la reparación pueda ser real con un acompañamiento de calidad y la prevención del abuso sexual, desde la creación de relaciones más saludables y respetuosas, pueda ser posible. Definitivamente, es un libro que todos debiéramos leer y compartir.


JOSÉ CARLOS BERMEJO, religioso camilo,

director del Centro de Humanización de la Salud

Ya no te llamarán abandonada

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