Читать книгу El poder político en escena - Luis Arroyo - Страница 5
ОглавлениеNOTA DEL AUTOR
Tengo la fortuna de trabajar habitualmente entre las bambalinas del poder. En esos lugares a puerta cerrada en los que se trazan estrategias, se diseña la comunicación de las iniciativas políticas y administrativas, se organizan mítines, se preparan debates o se redactan y ensayan discursos. Es un trabajo poco transparente, como lo es el de productores, escenógrafos, directores, técnicos y actores en el montaje de una obra dramática. Mi suerte es aún mayor al poder hacer ese trabajo en lugares y contextos diversos: para gobiernos o partidos de oposición, cuando se gobierna o cuando se hace campaña, en países y momentos distintos.
Me ha resultado siempre fascinante, a pesar de esa variedad de contextos en los que los percibo, la persistencia de ciertos fenómenos universales, como son el discurrir previsible de las corrientes de opinión por los canales señalados por las élites, la presencia obstinada de ciertos rasgos ideológicos aparentemente universales o las similitudes de los rituales políticos y las respuestas de los públicos que participan de ellos. Esa fascinación me ha orientado a buscar sus orígenes y sus expresiones y me ha llevado hacia un buen número de disciplinas diversas en las que no soy ni remotamente especialista: la genética, la neurología, la antropología, la lingüística, la zoología... y otras que sí resultan más familiares a los que nos dedicamos a la comunicación política, como la sociología, la historia, el periodismo o la ciencia política.
Lo que se puede leer en las páginas que siguen es una mezcla ecléctica y caprichosa de retazos de esos campos del saber que no suelen encontrarse en los textos existentes. Es seguro que habré llegado a deducciones excesivamente simplistas en ocasiones, algo que he tratado de evitar apoyándome en los abundantes trabajos dispersos de muchos especialistas que sí lo son en sus respectivas materias. Yo necesitaba, sin embargo, asumir el riesgo de la simplificación para contribuir modestamente a dotar de solemnidad y grandeza a esta profesión mía que tiende más bien a la superficialidad, la arrogancia y la temporalidad.
Esta tarea fue posible gracias a la generosidad con que me hicieron partícipe de sus desafíos los políticos y las instituciones con los que trabajé, a los que estaré siempre agradecido. También gracias a los consejos de mi editor, Joaquín Palau, que me recomendó que explicara mis rutas intelectuales preferidas mejor que tratar de contar las mil rutas de otros.
Pero sobre todo he de dar las gracias por las largas y apasionantes conversaciones acerca de las materias de este libro, en los cafés de Madrid, de Bogotá, de Caracas o de Santo Domingo, a mis queridos colegas y amigos Joaquín Fernández, Josué González, Melvin Peña, David Redoli y Óscar Santamaría, que leyeron el texto y aportaron utilísimos comentarios, y eliminaron en algún caso graves errores. Óscar, en particular, me acompañó generosamente en cada paso. Estoy en deuda también con Miguel Barroso, María José Canel, Fernando Flores, Jon Haidt y José Miguel Vidal, que revisaron versiones diversas del texto y me regalaron sus consejos.
Siempre supe que de la lectura que hiciera mi madre no podría fiarme demasiado, porque sería excesivamente cariñosa en su juicio, y así fue. Pero ella, como siempre, me animó a seguir y me ofreció su apoyo incondicional. Es inmensa la gratitud que siento hacia esta mujer admirable y hacia mi padre, que siempre fue un estímulo intelectual para mí.
Escribí este libro en horas robadas a mi esposa y a mis hijos. No podré devolverlas, pero que quede aquí mi declaración del amor que siento por ellos.