Читать книгу Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas - Luis Carlos Villamil Jiménez - Страница 13
ОглавлениеLa consolidación de la escuela veterinaria en el siglo XX
Que la cizaña sea planta estéril en el campo fecundo de vuestra institución, y que la unión y la armonía que deben presidir sus actos, sea vuestra eficaz colaboración a la grandeza de Colombia.
Alberto Lleras Camargo (1946). Presidente de Colombia en las bodas de plata de la Facultad
Con la Guerra de los Mil Días (1899-1902) Colombia finalizó el siglo XIX y comenzó el siglo XX, con lo que el tiempo para la actividad académica parecía detenerse. De acuerdo con Bejarano (2011), fue larga, cruenta y devastadora de la economía nacional. Las actividades bélicas truncaron el incipiente desarrollo de la educación, la agricultura y la ganadería. El descenso de los precios del café afectó el sector cafetero, que se había activado durante los últimos treinta años del siglo XIX.
Rafael Uribe Uribe (citado en Bejarano, 2011), en su primer informe presentado a la Cámara en 1909, mostraba al país la necesidad de una política educativa más compatible con la vida contemporánea. Con respecto a la educación superior señalaba aspectos fundamentales, era un visionario:
Una universidad que ante todo debiera ser nacional en cuanto reflejaba la vida del país; científica, es decir, no dejarse dominar por el método verbalista e imaginativo; experimental, por los métodos prácticos de su enseñanza en el gabinete físico, en el laboratorio químico, en la clínica; moderna, actual y evolutiva en cuanto ha de reflejar el estado actual de la cultura alcanzado por la humanidad. (p. 341)
Entre las modificaciones que proponía para la universidad se refería a agronomía y veterinaria, e indicaba que:
Las universidades más reputadas como Harvard y Michigan, han elevado a la categoría de facultad especial la enseñanza de la veterinaria y la agronomía, no solo por su utilidad económica y práctica, sino porque son una rama de las ciencias biológicas de exclusiva índole universitaria; la experiencia ha enseñado que, las escuelas de agricultura creadas sin vinculación con el con el resto de la enseñanza, dan escaso resultado y acaban por tener una vida corta, es incalculable el influjo benéfico que sobre ellas tendría la acción universitaria regular, por medio de una facultad especial. (p. 341)
Uribe Uribe coincidía con lo expuesto por Juan de Dios Carrasquilla; ambos estuvieron vinculados con la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) desde la cual defendieron la enseñanza técnica y científica de la agronomía y la veterinaria (Bejarano, 2011). Las intenciones y el entusiasmo no se cristalizaban en un proyecto real; pasaron varios años antes del nuevo despertar para la veterinaria en el seno de una universidad.
En Antioquia, durante 1911, se intentó iniciar la Escuela de Agricultura para formar mayordomos. Dicha institución no se abrió. El 23 de marzo de 1914 se creó la Escuela de Agronomía y Veterinaria, que funcionó durante dos años y se cerró por problemas presupuestales. Posteriormente, se transformó para 1926 en el Instituto Agrícola Nacional, que se ocupó de la formación en agronomía y producción animal. Solo siete estudiantes concluyeron sus estudios y recibieron el diploma de agrónomo y veterinario (Bejarano, 2011; Gracia, 2002).
Durante 1914, en Bogotá, se creó el Instituto Colombiano de Agricultura y Veterinaria, institución que funcionó con dificultades durante dos años, y más tarde fue transformado en la Escuela Superior de Agronomía y Veterinaria, la cual recibió la asesoría de la Misión Belga encabezada por el profesor Charles Denemoustier, quien había propuesto al Gobierno colombiano un plan para el desarrollo de la educación agrícola del país:
Denemoustier fue nombrado director de la escuela, inició actividades con 60 alumnos en la finca Aranjuez en la carrera 13 en el sector de Chapinero. Fueron vinculados como profesores el médico Julio Manrique y el veterinario Federico Lleras, este último para la cátedra de Veterinaria. Diferentes intereses religioso-educativos causaron malos entendidos y dificultades en contra de la Misión Belga, a cuyos integrantes se les acusó, además de ser ateos y masones, de utilizar métodos y prácticas educativas liberalizantes, lo cual generó obstáculos a la labor docente y entorpeció las relaciones de la Misión Belga con el Gobierno, a tal punto que la misión extranjera abandonó el país. Durante el funcionamiento de la Escuela Superior de Agronomía y Veterinaria (1916 a 1922) egresaron solo dos promociones de agrónomos-veterinarios, quienes ante la extinción de la escuela debieron sortear dificultades para obtener la graduación. (Gracia, 2009, p. 21)
La Escuela Nacional de Veterinaria
No obstante, el grupo grande de alumnos fue otra experiencia fallida; egresaron dos promociones, con muchas dificultades para obtener el respectivo título. El sopor parecía dominar el ambiente del colectivo de pensamiento generado por Vericel, pero el apoyo de diferentes estamentos de la sociedad, del Gobierno y de los egresados de la primera escuela despertaron el preámbulo de las iniciativas conducentes a la expedición de la Ley 44 de 1920, que creó la Escuela Nacional de Veterinaria, para formar profesionales que respondieran a la necesidad de la industria pecuaria y la higiene pública. Los objetivos eran determinantes para el reinicio de la escuela y, explícitamente, la salud pública era una prioridad. La ley fue sancionada por el entonces presidente de la República Marco Fidel Suárez y el ministro de Instrucción Pública Miguel Abadía Méndez (Luque, 1985).
La vida académica inició el 10 de mayo de 1921 (por esa razón se estableció como el día nacional de la medicina veterinaria colombiana), y su primer director fue el médico Eduardo Zuleta Ángel. Las clases de medicina y agricultura se dictaban en la Escuela Nacional de Agronomía y Veterinaria, y las de bacteriología en el Laboratorio Nacional de Higiene. Para lograr una cobertura nacional se previó un sistema de becas: dos para cada departamento, dos para la intendencia del Chocó y una por cada una de las intendencias y comisarías. El Dr. Vericel fue nombrado profesor honorario:
El 15 de marzo de 1921 el Gobierno expidió el Decreto 373 Reglamentario de la Ley 44, por medio del cual se determinaba el lugar de funcionamiento, la dirección académica de la escuela, el plan de estudios y se establecían las bases del Reglamento Orgánico de la Escuela Nacional de Veterinaria. (Gracia, 2009, p. 26)
El plan de estudios se redimensionó con respecto al presentado por Vericel: constaba de cuatro años y treinta espacios académicos; se crearon nuevas asignaturas básicas para el primer año; la bacteriología y el diagnóstico se ofrecieron en el segundo y tercer año, y la higiene y la inspección de alimentos hicieron parte del último año:
•Primer año
–Anatomía
–Botánica
–Química General
–Embriología
–Histología
–Zoología
–Física
•Segundo año
–Anatomía
–Zootecnia
–Bacteriología
–Materia Médica
–Patología General
–Fisiología
–Zoología
–Farmacia
•Tercer año
–Zootecnia
–Pequeña Cirugía
–Clínica
–Patología Especial
–Cirugía General
–Terapéutica
–Obstetricia
–Diagnóstico
•Cuarto año
–Clínica
–Zootecnia
–Anatomía Patológica
–Cirugía Especial
–Higiene de los Animales
–Inspección de Carnes
Para el primer curso se inscribieron dieciocho estudiantes y, en el segundo curso diez que venían de la Escuela Superior de Agronomía y Veterinaria, quienes posteriormente conformaron la primera promoción (1924): Carlos Russi, Rafael Escobar, Mario E. Dorsonville, Guillermo Flores, Eduardo Sarasti Aparicio, José Jesús Velásquez Quiceno, Juan M. Cubillos, Marco A. Avella, Ernesto Wills Olaya y Emilio Lesmes Penagos.
Los profesores fundadores fueron: Ismael Gómez Herrán (Anatomía Animal); Charles Novack (Bacteriología); Ezequiel Mejía (Zoología); Leslie Tavares (Zootecnia), Luis Daniel Convers (Histología y Embriología); César Uribe Piedrahíta (Parasitología); Enrique Pérez Arbeláez (Botánica); Eduardo Lleras Codazzi (Química y Física); Julio Manrique (Materia Médica); Pedro María Echeverría (Anatomía Animal), y Delfín Linch (Fisiología Animal) (Rojas, 1939).
Para 1925 la población urbana del país ascendía a 1.560.000 habitantes (23,2 %); el 25 % se localizaba en Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali. Por lo anterior, en los alrededores de dichas ciudades comenzó una fuerte actividad para la producción de alimentos.
La ganadería acentuaba su papel en el uso de tierras disponibles: para 1934, el 43,7 % del área utilizada correspondía a pastos, mientras que las cultivadas correspondían al 2,4 %. Se introdujeron variedades de pastos y se realizaron algunas importaciones para el mejoramiento del ganado criollo.
El Instituto de Higiene Samper Martínez
A mediados de marzo de 1922 llegó al país, como exiliado político, el veterinario cubano Idelfonso Pérez Vigueras. José Velásquez organizó un grupo de estudiantes para conocer a Pérez Vigueras y proponerle que solicitara su vinculación docente a la Escuela Nacional de Veterinaria, y se entrevistaron también con el Ministro de Instrucción Pública. El veterinario cubano fue vinculado como profesor de bacteriología, enfermedades infecciosas y clínica médica; también se vincularon Federico Lleras Acosta y Roberto Plata Guerrero (Gracia, 2002).
Ese mismo año, ante la desaparición de la Escuela Nacional de Agricultura, la Escuela Nacional de Veterinaria fue trasladada a las instalaciones del entonces Laboratorio de Higiene Samper y Martínez, localizado en la calle 57 con carrera 8, fundado el 24 de enero de 1917 por Bernardo Samper Sordo y Jorge Martínez Santamaría, como una entidad privada financiada por los fundadores e inspirada en su deseo de contribuir a la lucha contra la rabia y la difteria. Este hecho constituyó un beneficio para el pensamiento colectivo de la veterinaria en la nueva escuela. Uno de los objetivos fundamentales del laboratorio:
[...] era la producción de la vacuna contra la rabia. Samper le daba prioridad a dicha enfermedad, dada la carencia del biológico, impresionado también por los momentos de angustia experimentados cuando su hermana y una empleada doméstica fueron mordidas por un gato sospechoso de rabia y ante la imposibilidad de conseguir en Bogotá el tratamiento adecuado, debieron viajar a los Estados Unidos. (Groot y Boshell, 1998, p. 165)