Читать книгу Colombia y la Medicina Veterinaria contada por sus protagonistas - Luis Carlos Villamil Jiménez - Страница 9
ОглавлениеEl ambiente político y social en la Colonia. Roturando el terreno *
La historia de las ciencias agropecuarias no se puede aislar de las transformaciones sociales, políticas y técnicas que las limitan o impulsan.
Jesús Antonio Bejarano (1993, p. 106)
La academia no puede ser ajena a los hechos del pasado, pues estos son primordiales para la construcción de sentido, para orientar su quehacer en la búsqueda de referentes y de nuevos rumbos en la formación de investigadores y profesionales que construyan el pensamiento científico, que hagan parte de la intelectualidad del sector y aporten a la transformación social y productiva del país desde la perspectiva de un mundo globalizado, el humanismo, la ciencia, la innovación y la nueva ruralidad.
La Cátedra Lasallista dedicada al Bicentenario de la Independencia nos ofreció una buena disculpa para dar una mirada al complejo escenario de la investigación colombiana y una oportunidad para reflexionar acerca del devenir de la academia, la ciencia y la tecnología en el contexto del desarrollo del sector agropecuario, en la corta vida independiente de la nación colombiana; fue una disculpa para mirar atrás y, como dice Obregón (1992), tratar de entender desde los orígenes el porqué de las dificultades y obstáculos para la labor investigativa y la académica, desde los aspectos sociales, económicos, políticos y culturales que marcaron el derrotero de la agricultura y el escabroso inicio de las profesiones del agro, en especial la veterinaria.
Fueron múltiples los esfuerzos llevados a cabo para iniciar los procesos de investigación y conformación de la academia. En este contexto, la Expedición Botánica, las tertulias, la situación política del Viejo y el Nuevo Mundo, así como la producción agropecuaria, interactuaban para producir los movimientos y desarrollos que caracterizaron los últimos doscientos años.
Para dar una mirada al proceso, en este apartado se presentan algunos apuntes sobre varios momentos: el ambiente social, las tertulias como escenarios de discusión y actualización; la Expedición Botánica, la visita de Humboldt; los científicos y las sociedades, y los barruntos de investigación como base para las profesiones.
Lectura y tertulias: nuevas ideas
Para Obregón (1989) las tertulias constituyeron un escenario para discutir asuntos políticos y sociales, acerca de la ilustración y los autores clásicos; para algunos los aspectos científicos eran su centro de atención —los conceptos novedosos sobre la ciencia—: Wolff, Brixia, Linneo, Buffon y Baills, así como los enciclopedistas y los periódicos extranjeros eran los temas de interesantes discusiones (Muñoz Rojas, 2001). Fueron varias las tertulias que se distinguieron por su convocatoria y también por la constancia: la Eutropélica, de Manuel del Socorro Rodríguez; la del Buen Gusto, de Manuela Sanz de Santamaría, y el Arcano Sublime de la Filantropía, de Antonio Nariño, que despertaba interés por su biblioteca de autores modernos como Rousseau, Montesquieu y Voltaire.
La divulgación de las nuevas ideas y argumentos políticos, al igual que los avances en ciencias, se hacía mediante las gacetas y periódicos: el Correo Curioso Erudito, Económico y Mercantil; la Gaceta de Santafé de Bogotá; el Semanario del Nuevo Reino de Granada, y el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá; dichos medios, aunque censurados, consolidaban un espacio de opinión y discusión, suscitando diversas apropiaciones por parte de la comunidad (Obregón, 1990).
Como señala Muñoz Rojas (2001), la lectura y las tertulias en la Nueva Granada fueron importantes en el contexto de la intelectualidad y el conocimiento. La representación imaginaria de la realidad que ofrece la lectura da sentido al mundo de los lectores, de acuerdo con sus necesidades históricas. En las tertulias se expresaba el descontento con el sistema administrativo, político y económico colonial; había una nueva percepción: la de verse como americanos. En este contexto, Muñoz Rojas estudió lo relacionado con Juan Fernández de Sotomayor, el párroco de Mompox, quien escribió en 1814 una obra político-revolucionaria, titulada Catecismo o instrucción popular. Su objetivo era enseñar al pueblo sus derechos para lograr la emancipación definitiva de España.
La ilegitimidad de la conquista de América se analizaba; refutó tres títulos de la Corona: la donación papal, la conquista y la evangelización. Un aparte del catecismo citado por Muñoz Rojas (2001) es el siguiente:
P. Pues que nosotros no somos vasallos de la España?
R. No, ni nunca lo hemos sido.
P. Y por qué los españoles vindican para si este derecho?
R. Porque siempre han considerado a los Americanos como hombres de otra especie, inferiores a ellos, nacidos para obedecer y se mandados, como si fuésemos un rebaño de Bestias.
P. Y que decimos a esto?
R. Que los Americanos son y han sido en todos tiempos hombres libres iguales a los Españoles, Franceses, Ingleses, Romanos y quantas naciones hay y ha habido ó haber pueda en el mundo y que por lo mismo ningún hombre ni Nación alguna tiene el menor título a mandarnos ni a exigir de nosotros obediencia sin nuestro expreso general consentimiento. (p. 105)
En la opinión de Muñoz Rojas:
La obra del párroco de Mompox solo puede ser entendida en el contexto sociopolítico que demandaba una percepción de esa naturaleza; fueron diversos los enfoques, aristas y lecturas que sirvieron para construir el discurso, pero las tertulias, como ámbitos de recepción y formación de nuevas mentalidades tuvieron un efecto importante. (p. 106)
La Expedición Botánica. Llega Humboldt. La visión del trópico
De acuerdo con Jaramillo (1968), la Audiencia de Nueva Granada (actual Colombia), elevada a la categoría de virreinato en 1739, tuvo esencialmente una economía minera, casi exclusivamente productora de oro, pues la plata representó en su producción un papel secundario.
Desde comienzos de la Conquista y la Colonia, el oro fue el más importante renglón de exportación, no obstante, en la segunda mitad del siglo XVIII, la política de los reyes borbones hizo un esfuerzo por diversificar las exportaciones estimulando la producción de géneros agrícolas como el tabaco, el algodón, el cacao, las maderas tintóreas, las quinas. (p. 178)
Pero los resultados fueron modestos, pues al finalizar el siglo solo llegaron a representar un 10 % del comercio de exportación.
La botánica, en opinión de Becerra y Restrepo (1993), constituyó el eje central desde la ciencia, pues significó la canalización de los recursos para descubrir el potencial agrícola e industrial de sus posesiones de ultramar. “El propósito era renovar el imperio a través de la historia natural, aplicada a la política económica, la obtención de conocimiento útil y valioso sobre productos naturales que se pudieran comercializar” (p. 3). Desde el Jardín Botánico de Madrid se organizaron tres expediciones: la de Perú y Chile en 1777, la de Nueva España en 1786 y la del Nuevo Reino de Granada en 1783.
La Expedición Botánica constituyó el eje central del estudio y el desarrollo científico en la Nueva Granada durante tres décadas. Las raíces de la ciencia biológica nacional y —como parte de ella— la relación con la vida animal, tienen su origen en este proyecto (Hernández, 2002). Sus sedes fueron la Mesa de Juan Díaz y Mariquita, lejos de la capital y del control del Gobierno central. A partir de 1790, por orden de los virreyes, la Expedición se instaló en Santafé; estos comenzaban a demandar resultados y temían por el aislamiento y los quebrantos de salud de Mutis. En estos años se vincularon Jorge Tadeo Lozano, dedicado a los estudios de zoología; Francisco Antonio Zea, agregado para la botánica, y Francisco José de Caldas.
El norte de las actividades lo debía señalar la Historia Natural en el sentido de Carlos Lineo, pero Mutis decidió que se centraría no en la sistemática, sino en la iconografía botánica; en Santafé el equipo de pintores llegó a ser de 19, la dirección estuvo a cargo de Salvador Rizo. La productividad de los colaboradores generó contradicciones con la dirección vertical de Mutis. Caldas, Zea, Lozano y Valenzuela criticaron la orientación iconográfica de la flora de Bogotá. La Expedición era de la propiedad de Mutis, quien murió en 1808, su sobrino Sinforoso Mutis recibió mediante testamento la dirección del proyecto. (Becerra y Restrepo, 1993, p. 3)
La biblioteca de Mutis era excepcional, más de quince mil ejemplares incluía los textos más importantes de la ciencia del momento, comparable según Humboldt con la de Sir Joseph Banks en Londres, la más importante consagrada a la botánica; Mutis cumplía un papel intermediario entre la ciencia y la política como catedrático del Colegio del Rosario. Con la expedición se tejió para una minoría un complejo cultural, político, filosófico y científico. (Esleben y Arteaga, 2008, p. 4)
De acuerdo con Díaz Piedrahíta (2000), un acontecimiento inesperado sorprendería a estos personajes y a su proyecto: Federico Enrique Alejandro Barón de Humboldt, en la compañía de Amadeo Bonpland, planearon llegar a las Filipinas para incorporarse a la expedición de Louis Antoine de Bougainville. Pero las condiciones del tiempo retrasaron el plan; desembarcaron en Cartagena en 1801 (había iniciado su expedición americana en Venezuela, a mediados de 1799), bajaron por el río Magdalena para pasar a Santafé, de allí a Popayán, luego a las ciudades de Quito y Lima, donde se encontrarían con Baudin.
Era una buena oportunidad para conocer a José Celestino Mutis, a quien Carlos Linneo lo mencionaba como el máximo botánico americano: una extraña planta tropical (asterácea) enviada por Mutis (clavellino) desconcertó a Linneo, y la bautizó como Mutisia, en honor a Mutis.
Humboldt permaneció por cinco años en este continente, uno de los cuales dedicó al territorio colombiano:
Sabía mirar y ver para saber, dominaba el arte de la observación; aquí captó la inmensidad de la cordillera Andina, la majestad de los Andes del trópico, la diversidad de paisajes, climas y formaciones vegetales, desde los espesos manglares hasta los grandes páramos en el límite con las nieves perpetuas donde proliferaban nichos ecológicos y variedades taxonómicas. Adquirió una visión integral de la naturaleza; comprendió algunos fenómenos naturales, la grandeza de la flora y fauna tropical.
En su ascenso a Santafé, en marzo de 1801, Humboldt vio algo que antes ninguno había comprendido: la organización de los seres vivientes respondía en buena medida al clima, y ese clima estaba condicionado por la altitud sobre el nivel del mar. Era consciente de lo maravilloso del trópico; pudo descubrir lo extraordinario de lo cotidiano. Cinco años después, en 1804, regresaba a París, donde fue recibido como “héroe”, llevaba muchas especies desconocidas por los sabios de su tiempo; pero lo más trascendental, concibió una visión del trópico que transformaría el conocimiento en su época. “La Nueva Granada fue el lugar donde los ojos de Humboldt captaron por primera vez la grandeza de la cordillera andina; fue en Colombia donde adquirió una visión integral de la naturaleza y donde mejor comprendió la grandeza de la flora tropical”. (Díaz Piedrahíta, 2000, p. 2)
Francisco José de Caldas era también un estudioso del paisaje y de la zoografía:
Cerca de la boca del volcán Puracé, en compañía de Antonio Arboleda, al tratar de medir la temperatura del hielo fundente, para verificar si la misma variaba con la altitud, el termómetro se rompió, lo tuvo que reparar en Popayán (reemplazarlo era muy costoso), lo calibró tomando como parámetros dos valores definidos: la temperatura del hielo fundente (0°) y el del agua en ebullición (80°). Así estaba construyendo un hipsómetro, es decir un termómetro lo suficientemente sensible para medir la altura en forma indirecta, deduciéndola del punto de ebullición y que paralelamente hacía posible determinar la presión atmosférica. Este método no se había utilizado en el mundo, así se conociesen en el Viejo Continente diversas fórmulas aplicables a tal deducción. (Díaz Piedrahíta, 2000, p. 7)
Caldas y Humboldt compartían un curioso paralelismo: coetáneos; poseedores de inteligencia excepcional, carácter difícil, interesados en materias similares; autodidactas, y en el campo en que menos sobresalieron fue en el de sus propias profesiones. Ambos tuvieron una personalidad excepcional que les confirió fuerza creadora (Díaz Piedrahíta, 2000):
Para Caldas, el clima y [el] ambiente eran expresiones idénticas y fue el primero en nuestro medio en prestar atención al medio ambiente, aunque tímidamente y, como precursor del tema, restó importancia a algunas de sus observaciones. En este escrito define el clima en su sentido más amplio y expone los principios básicos o conceptos generales de la ecología, tal como se pueden aplicar en forma amplia y sin referirse a un grupo de organismos en particular. (Díaz Piedrahíta, 2012, p. 172)
Caldas esperaba ser el heredero de Mutis; era su discípulo y como tal aspiraba a convertirse en el director del proyecto. Era, en opinión de Becerra y Restrepo (1993):
[…] el cargo mejor remunerado, el de más visibilidad y prestigio; pero por decisión de Mutis, después de su muerte, la dirección de la Expedición fue heredada por su sobrino Sinforoso Mutis; Caldas afirmaba que Mutis lo había presentado ante el Virrey como el báculo de su ancianidad y el heredero de sus conocimientos. (p. 3)
Jorge Tadeo Lozano fue el pionero de los estudios en animales. Alcanzó a publicar memorias sobre las serpientes y las terapéuticas empleadas en las diferentes regiones del territorio frente al accidente ofídico. Estudió la fauna cundinamarquesa (1806) y la flora de Bogotá (1809). Tuvo un ambicioso proyecto de trabajo que no alcanzó a completar, pues los hechos posteriores a la Independencia truncaron los proyectos de la Expedición. Caldas, Lozano, Rizo y otros fueron condenados a muerte; los libros, instrumentos y materiales fueron vendidos. Las láminas, los herbarios y las colecciones animales y vegetales fueron remitidos a España. El desmantelamiento de la expedición fue un hecho lamentable en la historia de las ciencias nacionales (Becerra y Restrepo, 1993).
La reconquista liderada por Pablo Morillo estuvo en parte financiada con los réditos de los hallazgos y los productos como las “quinas amargas” de la Expedición Botánica (Esleben y Arteaga, 2008; Hernández de Alba, 1991).
Aspectos sociales y políticos previos a la Independencia
Jaramillo (1974) señala que los datos presentados por Francisco Silvestre sobre el censo de los pueblos que hacían parte de la Audiencia de Santafé en 1789: la población era de 826.550 habitantes.
Los españoles y criollos (32,7 %) representaban un grupo influyente por su control sobre los cargos burocráticos y su participación en las actividades comerciales de importación y exportación que se realizaban por los puertos del Atlántico, donde las firmas de Sevilla y Cádiz tenían sucursales y representantes.
[…] algunos se vincularon a las familias criollas por enlaces matrimoniales, como ocurrió en Cartagena. No solo por su poder burocrático y por su significación económica, sino por el acatamiento y reverencia que le otorgaba una sociedad en la que el linaje seguía siendo fuente de privilegios y prestigio, el poder político y social de este grupo seguía siendo considerable en vísperas de la Independencia y constituyendo un motivo de hostilidad y malquerencias de parte del sector de los criollos, que al finalizar la centuria llegaba a ser el grupo dominante. (Jaramillo, 1974, p. 24)
Los mestizos representaban el 45,7 %, con el mayor índice de crecimiento, y sufrían las tradicionales discriminaciones de la segregación; hasta las vísperas de la Independencia debían someterse a los procesos de “limpieza de sangre” (pago de costosos derechos establecidos oficialmente para borrar la mancha de tener “sangre de la tierra”) y así estar autorizados para contraer matrimonio con personas blancas, desempeñar cargos civiles o eclesiásticos, y tener el privilegio de usar el título de don.
El grupo indígena (16,2 %) disminuía debido al mestizaje; constituía la población campesina asentada en los resguardos de las regiones andinas del oriente y de los territorios de Nariño y Cauca: “Formaba la fuerza de trabajo como peones o arrendatarios de las haciendas” (Jaramillo, 1974, p. 26).
Los esclavos (5,3 %), constituidos por la población negra, se concentraba en la costa Atlántica, Antioquia y el Valle del Cauca en haciendas y minas: “pugnaban por romper los lazos de la esclavitud mediante el cimarronismo, las rebeliones y la formación de palenques que fueron cada vez más frecuentes en las últimas décadas del siglo” (Jaramillo, 1974, p. 18).
Según el censo, en la capital del virreinato vivían 18.161 habitantes: 8122 blancos, 7350 mestizos, 1721 indios y 768 esclavos. Por esos días Ciudad de México contaba con 100.000 habitantes; Lima con 60.000; Caracas, Santiago y Buenos Aires con más de 40.000; nuestra arquitectura colonial era pobre y sobria, salvo la de algunas iglesias y conventos. (Jaramillo, 1974, p. 23)
Nuestras condiciones culturales no eran propicias, si se comparan con las de otros virreinatos. En Perú, la Universidad Regia apareció en 1551; la de México, en 1553. La primera imprenta fue la de México, en 1559; la segunda, la de Lima, en 1584. En la Nueva Granada, solo hasta finales del siglo XVIII se comenzó a pensar en la Universidad Regia, pero no se hizo realidad; la primera biblioteca pública apareció en 1788, sobre la antigua biblioteca que perteneció a los jesuitas desde 1598, fecha en que establecieron el primer colegio en la Nueva Granada (Restrepo, Arboleda y Bejarano, 2003; Rubio Hernández, 2014). De acuerdo con lo expresado por Liévano Aguirre (1996):
Son diversas las facetas y singulares los hechos y movimientos que matizaron nuestra historia. La rebelión de los Comuneros iniciada por Manuela Beltrán en 1781, el incumplimiento de los pactos, el martirio de Galán, Alcantúz, Molina y Ortiz eran expresiones y señales de descontento presentes a lo largo de nuestra historia. “Por el humo, por el agua y por el sueño nos cobran impuestos”, otra Manuela: Manuela Cumbal, se opuso públicamente al cobro de los diezmos en la llamada Revolución de los clavijos en el sur del país. (p. 5)
Con el golpe napoleónico de 1808, que desestabilizó el sistema de gobierno español cuando el rey Fernando VII fue reemplazado por José Bonaparte, las repercusiones de la crisis peninsular se sintieron en la Nueva Granada. “Viva el Rey, muera el mal gobierno”. La solidaridad con la Corona era discutible: en el acta del Cabildo del 20 de julio de 1810 se propuso que Fernando VII viniera a reinar en Santafé de Bogotá; se veía también una oportunidad para la representación política de diputados elegidos en todas las provincias de la monarquía, incluyendo las de América.
Como describe Muñoz Rojas (2001), el Memorial de Agravios de Camilo Torres demandaba representación con justicia e igualdad; en otro escrito, de 1810, argumentaba que el pacto entre el pueblo y el Gobierno se había roto con la desaparición de Fernando VII y, por tanto, el poder revertía en el pueblo, quien era su titular y podía depositarlo en quien quisiera (Gómez Hoyos, 1988).
Para Torres había existido un vínculo político legítimo, pero el destino separaba a España de sus colonias; no cuestionaba los derechos de conquista, como sí lo hacía el cura de Mompox, quien cuestionaba la legitimidad de la conquista de América (Muñoz Rojas, 2001):
Manuel de Pombo justificaba la separación teniendo en cuenta la distancia geográfica con España, la autonomía dada por la riqueza material agrícola e intelectual de América, que le permitía subsistir por sí misma, la necesidad de un gobierno justo y representativo, la arbitrariedad y el despotismo de los funcionarios públicos, el atraso de las colonias bajo el gobierno español, la diferencia de intereses entre las colonias y la metrópoli; los inconvenientes resultantes de las guerras de España y la disolución de los vínculos con la monarquía, tras los hechos de 1808; de Pombo tampoco hace alusión a los títulos de la conquista. (Muñoz Rojas, 2001, p. 4)
Pero la situación era compleja: las ideas y las investigaciones relacionadas con la filosofía de la naturaleza, también podrían interactuar con políticas subversivas, tal como lo expresaba Manuel del Socorro Rodríguez, encargado de la primera biblioteca pública de Bogotá. La Revolución Francesa y los eventos en América del Norte mantenían un ambiente interesante para los ilustrados neogranadinos (McFarlane, 1997).
Estos hechos contribuían a dinamizar el pensamiento y el comportamiento político, a establecer una ruptura con el pasado y a conformar grupos de líderes criollos unidos por lazos familiares, profesionales, de ascenso social y de negocios; el grupo de los “ilustrados”, que pretendía la igualdad política entre criollos y peninsulares, y otros grupos (indios, mestizos, negros) no se tenían en cuenta. Durante la Colonia el acceso a la universidad era restringido; se tenían en cuenta dos condiciones: no tener “sangre de tierra” y no haber desempeñado oficios indignos (manuales); “el optar por un título garantizaba estatus social y pertenencia a la minoría de criollos y españoles con aires de hidalguía” (Jaramillo, 1974, p. 9).
Otros sucesos como el proceso contra Nariño (1794) y la comunicación de los nuevos ideales a través de las instituciones educativas y científicas, los libros y la prensa, ofrecían a los jóvenes criollos una perspectiva sobre su condición y, por supuesto, nuevos medios de expresión. La visión de una sociedad más secular que religiosa, un interés por el progreso material y el interés por las ciencias naturales generaron nuevas formas de asociación que bien podían ser utilizadas con propósitos políticos (McFarlane, 1997).
“La represión, la exclusión y la desconfianza de las autoridades resintió a los locales, quienes se consideraban dignos de compartir el poder en momentos de emergencia imperial, lo cual avivó un proceso de radicalización” (McFarlane, 1997, p. 15). Así se iniciaba el devenir de los primeros cien años. La Patria Boba; la reconquista española; la guerra de la Independencia; los conflictos internos, y las guerras fratricidas, marcaron el alma de la nación, hicieron difícil y excluyente la educación, y esporádica o ausente la investigación (Obregón, 1990).
La Independencia, sociedades y científicos
Con el entusiasmo de la Independencia, fueron muchas las expectativas; las élites políticas se consideraban partícipes de cambios profundos, se iniciaba una nueva época, pero no para la ciencia y la academia. De acuerdo con Becerra y Restrepo (1993), varios fueron los eventos que marcaron la vida independiente desde la perspectiva de la ciencia y la tecnología:
La organización del nuevo Estado aglutinó talentos y energías en un ambiente de grandes proyectos, con exiguos presupuestos y escaso talento humano calificado. Francisco Antonio Zea se encargó de establecer un Museo de Ciencias Naturales (inspirado en el Museo de Historia Natural de Paría) y una Escuela de Minería; contrató un equipo de cinco investigadores franceses y un colombiano que debería echar a andar la ciencia y la tecnología en la Nueva Granada.
En la antigua casa de la Expedición Botánica se abrió el Museo de Historia Natural, en 1824, con la asistencia del vicepresidente Santander y los secretarios del Interior y de Guerra. Un año después el director Zea se marchaba del país; la dirección fue inestable, no se articularon planes ni proyectos. El museo se convirtió en depósito de reliquias, curiosidades y en nicho para los nombramientos políticos y el cultivo de la burocracia.
El Observatorio Astronómico fue construido a solicitud de Mutis por Domingo de Petrés en 1803 y dirigido inicialmente por Caldas; además de su interés por las ciencias naturales, intentó contribuir al mejoramiento de la producción agropecuaria del país con artículos sobre meteorología aplicada, geografía vegetal y métodos de cultivo de diferentes plantas.
En la opinión de Becerra y Restrepo (1993), el observatorio durante la vida independiente fue subvalorado (1813-1846):
[…] abandonado, utilizado como un simple local; se utilizó como heladería, tienda de sorbetes, taller de fotografía, fortaleza y punto de ataque en la guerra de 1860. Fue también prisión de Estado, donde irónicamente fue recluido Tomás Cipriano de Mosquera en 1867, un año después de que Mosquera presentara la cinta meridiana de cobre y señalara la adscripción del Observatorio a la Escuela de Ingenieros. (p. 70)
Luego de la muerte de Julio Garavito (quien reorientó hacia finales del siglo la labor de la institución) ocurrida en 1920, las tareas astronómicas se olvidaron por diez años.
Las bases socioculturales fueron débiles para la institucionalización de la ciencia, el desarrollo de las artes y oficios, o la proyección de la economía y el mercado nacional. Como afirma Obregón (1990), durante el siglo XIX surgieron en la Nueva Granada, en reemplazo de las cofradías, gremios y hermandades, sociedades amantes de la ilustración con el fin de expandir la educación y fomentar el bien público. “Las Sociedades de Amigos del país y las tertulias ‘literarias’ constituyeron los centros de agitación política y de propagación de las ideas de independencia; aquí se difundió la llamada nueva ciencia” (p. 101).
Tres personajes: Antonio de Narváez, José Ignacio de Pombo y Pedro Fermín de Vargas, criticaban la situación económica; propusieron la creación de sociedades patrióticas de amigos del país y la publicación de un periódico político económico, que se ocupara de la difusión de los adelantos y conocimientos de la agricultura:
Poco extendido estaba el arado, y donde se utilizaba era de madera; los de hierro solo se empiezan a difundir en la segunda mitad del siglo XIX. Tampoco se utilizaba el abono, pues lo único que se hacía era “tal con cuidado en no perder el estiércol de ovejas en aquellas heredades donde las hay” (Pedro F. de Vargas, citado en Zambrano, 1982, p. 154)
De acuerdo con Obregón (1991), en 1826, bajo la vicepresidencia de Santander, se expidió la Ley Orgánica de Educación Pública por medio de la cual se creó la Academia Nacional de Colombia, con el fin de estimular el conocimiento de las artes, las letras, las ciencias naturales y exactas, la moral y la política, pero paradójicamente dicha academia fracasó por la crisis económica y política. Con el regreso de Santander al poder en 1832, después de la separación de la Gran Colombia, el Gobierno intentó revivir la Academia, pero fracasó de nuevo, al igual que el nuevo intento de 1857. El país no contaba con una élite intelectual diferenciada, como para que una institución de este tipo pudiera tener una vida activa.
La Sociedad de Amigos del Bien Público pedía al Gobierno la protección del Estado: “favoreced señor el establecimiento de sociedades de artes, ciencias, comercio y agricultura. Un pueblo unido, organizado según sus profesiones, nutriéndose de unidad e igualdad, es invencible, fuerte y tiene en sí la causa de su duración”. Estas sociedades publicaban su propio periódico, propagaban la idea de “el trabajo y la educación técnica como base de la moralidad” (Obregón, 1992, p. 5).
La Sociedad Central de Propagación de Vacuna se creó en octubre de 1847, y tenía como objetivos racionalizar los métodos y técnicas para propagar y conservar el virus de la viruela vacuna para que fuera empleado en la prevención de las epidemias de viruela humana. La Sociedad Filantrópica, a la que perteneció Humboldt, tuvo funciones de Junta de Sanidad Provincial en 1849, debido a la epidemia de cólera que afectaba la costa Atlántica. Los miembros de esta sociedad, liderados por el entonces presidente José Hilario López, se comprometieron a contribuir con sus recursos para afrontar el problema de salud pública en el momento en que la capital fuera invadida por la epidemia.
Con respecto al sector agropecuario, la idea de un diario agrícola se planteó por parte de los párrocos rurales para difundir nuevas técnicas y mejorar la agricultura y la ganadería de las regiones. En 1830 apareció El Campesino. En 1832, Rufino José Cuervo fundó el Cultivador Cundinamarqués, publicación mensual con un tiraje de trescientos ejemplares que se distribuía a través de los alcaldes rurales. Su contenido era variado: abordaba problemas y técnicas agrícolas, lecciones de urbanidad y homilías de carácter moral. Constituye la primera iniciativa formal dirigida hacia las gentes del agro. Los alcaldes se comprometían a organizar después de la misa mayor una sesión para la lectura del periódico y la disponibilidad de ejemplares para su lectura en las alcaldías y las casas curales (Bejarano, 1985).
De acuerdo con Obregón (1990), la Comisión Corográfica (1850-1859) se organizó para describir el territorio nacional, incluyendo las condiciones físicas, morales y políticas de la nación colombiana. No había mapas de las regiones y la mayor parte del territorio estaba por recorrer; demarcar fronteras entre provincias y límites internacionales eran tareas prioritarias.
Esta fue la primera empresa de investigación creada y patrocinada por el Estado, que para ello integró un equipo de investigadores con objetivos claros: Agustín Codazzi, Felipe Pérez, Manuel Ancízar, Santiago Pérez, Carmelo Fernández, Enrique Price, Manuel María Paz y José Jerónimo Triana. No obstante, la Comisión afrontó algunas vicisitudes: débil apoyo económico y político, y falta de incentivos.
El último esfuerzo de investigación naturalista del siglo XIX fue la Comisión Científica Permanente (1881-1883), cuyo objetivo era el estudio de la zoología, la geografía, la arqueología, la mineralogía, la geografía y la botánica. Debía recolectar especímenes para la exposición de Nueva York y para el museo y la universidad del Estado; el director fue José Carlos Manó. Sus informes recibieron críticas por parte de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, pues más que naturalista resultó un viajero; la contratación de extranjeros parecía atrayente, pero esa experiencia ratificó que debía realizarse con mayor cuidado.
En 1859 se creó la Sociedad de Naturalistas Neogranadinos, la cual ha sido considerada la primera sociedad científica fundada en el territorio nacional porque, según Obregón (1991), a diferencia de las anteriores, su interés exclusivo fue el impulso de las ciencias naturales sin ocuparse de las consecuencias del conocimiento para moralizar a la población y mantener el orden social; pero sus realizaciones fueron escasas. Se vincularon como socios destacados científicos europeos que habían visitado el país. Desde Colombia se enviaron muestras a diversas sociedades internacionales como la Sociedad Geológica de Londres. El boletín que se publicaba tenía más interés para la comunidad científica internacional que para los habitantes de la Nueva Granada, y el apoyo interno siempre fue escaso: “todo parece quimérico en nuestro país, todo encalla, todo amedrenta, ni la más débil voz nos alienta” (Obregón, 1990, p. 103).
La ciencia no tenía valor social, las plazas seguras eran las de la cátedra universitaria, pues daban prestigio y estabilidad sin exigir investigación; no era necesario generar conocimiento, pues bastaba con informar sobre los hallazgos de otros. Hablar de ciencia y científicos a mediados del siglo XIX implicaba actividades episódicas o personajes aislados o marginales. “La aventura de investigación exigía como siempre una alta cuota de sacrificio que pocos quisieron afrontar. La actividad científica era un lujo, hacer carrera en la ciencia implicaba encontrar otra forma de sustento” (Becerra y Restrepo, 1993, p. 10); la universidad que aprende porque investiga no estaba en el ideario de ese entonces.
Las asociaciones de científicos buscaban más reconocimientos que aportes. La ciencia no constituyó el referente de la época:
Las asociaciones de letrados y naturalistas del siglo diecinueve fueron en su mayoría ficciones de la legislación, o fruto de la tendencia de formalizar grupos antes de que efectivamente funcionaran; la distribución simbólica de honores entre los socios más entusiastas era común, pero las ocupaciones no permitían la atención a las actividades científicas o intelectuales. En promedio funcionaban por periodos menores de dos años por carecer de recursos económicos, o por las contiendas políticas, pero primordialmente debido a las débiles vocaciones y orientaciones hacia la ciencia y el trabajo intelectual. (Obregón, 1989, p. 151)
La vocación agrícola era escasa y tenía coherencia con la baja productividad del campo, el poco desarrollo tecnológico y la alta concentración en la tenencia de la tierra. La escuela veterinaria emergió en Francia desde 1762, pero en la Nueva Granada no se percibía ni la existencia ni la necesidad de esta. El comercio exterior era un anhelo y la ausencia de planificación mostraba prioridades cambiantes; oro, quina, tabaco, café se sucedían al ritmo de las coyunturas (Becerra y Restrepo, 1993). Se puede concluir este capítulo con lo dicho por Obregón (1992):
Los aspectos científicos y tecnológicos, eran ajenos a la sociedad de la Nueva Granada; los dirigentes estaban atentos a los negocios y al análisis y vaticinios de los problemas y crisis políticas. Éramos una nación predominantemente rural, que consideraba como indignas las actividades del agro, los bajos niveles de alfabetismo fueron una constante. Reconocer la actividad científica como útil e importante, no fue lo representativo durante el siglo XIX. (p. 20)
* Este capítulo se estructuró con base en lo discutido en la Cátedra Lasallista 2010: “Miradas prospectivas desde el Bicentenario: Reflexiones sobre el desarrollo humano en el devenir de doscientos años” (Villamil, 2010).