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Ya en el batel del capitán entrado

el rey, Gama en sus brazos lo tomaba,

y con la cortesía y el cuidado

que a un rey se le debía le hablaba:

Canto II, Estr. 101.

Marlota de damasco peregrino

de la tiria color que es estimada,

un collar muy pesado de oro fino

do la materia en la obra está eclipsada;

con resplandor reluce diamantino

el cinto, y rica daga bien labrada,

y en las abarcas que andan junto al suelo

cubren aljófar y oro al terciopelo.

Y con un tirasol de rica seda

en un palo de lanza bien asido

un ministro el calor pesado veda

que no ofenda ni queme al rey subido;

música trae en la proa, extraña y leda,

de son confuso y áspero al oído,

de trompetas arcadas que en tañendo

hacen un sin concierto y rudo estruendo.

No menos guarnecido el Lusitano

en el batel de flota se partía

por salir al encuentro melindano

con lustrosa y gallarda compañía.

Vestido viene Gama al talle hispano,

mas la ropa es francesa que traía,

de raso de adriática Venecia,

de la color que el vulgo tanto precia.

Las mangas de oro vienen botonadas,

do reluciendo el sol la vista ciega;

las calzas soldadescas recamadas

del metal que Fortuna a tantos niega;

con puntas de lo mismo delicadas,

los golpes del jubón ajusta y llega;

la guarnición dorada de la espada,

con garzotas la gorra ladeada.

En su acompañamiento campeaba

la tinta que dió el múrice excelente,

la color que los ojos alegraba,

la manera del traje diferente:

tal el hermoso esmalte se notaba

del vestido mirado juntamente

cual aparece el arco rutilante

de la hija hermosa de Taumante.

Sonorosas trompetas incitaban

los ánimos alegres resonando;

los bateles de tierra el mar cuajaban

los toldos por las aguas arrojando;

las bombardas horrísonas bramaban

con las nubes de humo el sol quitando,

y al sonar de los truenos encendidos

atapaban los moros los oídos.

Ya en el batel del capitán entrado

el rey, Gama en sus brazos lo tomaba,

y con la cortesía y el cuidado

que a rey se le debía le hablaba:

con muestras y manera de espantado

el moro gesto y modo le notaba,

como quien en muy grande estima tiene

gente que de tan lejos allí viene.

Con grande voluntad el rey le ofrece

cuanto del reino quiera a su contento,

y que si el alimento le fallece,

tome cual propio suyo el alimento;

que bien sabe quién es, lo que merece

su gente, su nobleza y cumplimiento;

que ya oyera decir que en otra tierra

con gente de su ley tuvieron guerra.

Como a Libia su nombre lo abandona

con los ilustres hechos que hicieron

cuando en ella ganaron la corona

de donde las Hespérides vinieron,

y con muchas palabras apregona

lo menos que sus obras merecieron

y lo que por la fama el rey sabía;

mas de esta suerte el Gama respondía:

«¡Oh tú, que piedad sólo tuviste,

rey ínclito, a esta gente Lusitana,

que con tanta miseria rota y triste

ha probado del mar la furia insana!

lo que por ella haces e hiciste,

aquesa voluntad sincera y sana

con que de ti tal obra recibimos,

te pague el que lo puede, le pedimos.

»Tú sólo en todos cuantos quema Apolo

nos recibes con paz del mar profundo,

y de las tempestades del Eolo

nos eres un refugio fiel, jocundo:

en cuanto hubiere estrellas en el Polo

y el sol diere su lumbre por el mundo,

do viniere, con fama eterna y gloria

vivirá tu memoria en mi memoria.»

Acabó, y los bateles van remando

a la flota que el moro ver desea:

una por una van las naos mirando

porque todas las note el rey y vea:

Vulcano por el aire centelleando

a la flota con fuego la rodea;

las sonoras trompetas se tañían

y añafiles de moros respondían.

Mas después de ser todo ya notado

del generoso moro que se helaba,

oyendo el instrumento inusitado

que tan grande terror en sí mostraba,

manda tener quieto y ancorado

en la mar el batel que los llevaba,

por hablar muchas cosas con el Gama,

de que tuviera ya noticia y fama.

En pláticas el moro diferentes

se deleitaba, preguntando ahora

por las guerras habidas excelentes

con la gente que al gran Mahoma adora;

ahora le pregunta por las gentes

de la Hesperia do vive y donde mora:

ahora por los pueblos sus vecinos,

ahora por los húmedos caminos.

«Y antes, oh capitán muy valeroso,

nos contad, le decía, diligente

de vuestra tierra el clima y el famoso

mundo donde moráis distintamente;

vuestro abolorio antiguo y generoso,

el principio de reino tan potente,

los sucesos de guerras sanguinosas,

que, sin saberlas, sé que son famosas.

»También nos contaréis los varios senos

que en el airado mar habéis andado,

los usos del que es vuestro tan ajenos

que la africana costa aquí ha criado.

Decid, pues que, tascando el oro en frenos,

los caballos que el carro claveteado

traen del Sol se parten del Aurora,

y el viento duerme, el mar se encalma ahora.

»No menos con el tiempo se parece

el deseo de oir tan nueva historia,

en quien un nuevo amor ya no recrece

a los hechos tan dignos de memoria,

ni el Sol tan desviado resplandece

de nuestra tierra, que de vuestra gloria

el prez no se conozca, ni es el pecho

tan rudo que no estime vuestro hecho.

»Acometen soberbios los gigantes

con guerra vana el cielo claro y puro;

pasan Pirito y Teseo de ignorantes

al reino de Plutón, horrendo, obscuro;

y si hechos ha habido más pujantes,

no menos es trabajo ilustre y duro,

cuanto fué acometer Cielo y Cerbero,

acometer la mar en un madero.

»Quemó el sagrado templo de Diana,

del sutil Tesifonio fabricado,

Herostrato, por ser de gente humana

conocido y su nombre celebrado:

pues si con tal locura y mente insana

desea un hombre nombre aventajado,

más razón es que quiera eterna gloria

quien hizo dignas obras de memoria.»

Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos

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