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CANTO PRIMERO

Índice

Las armas y varones señalados

que de la playa occidua lusitana

pasaron por caminos nunca usados

el no surcado mar de Taprobana,

en peligros y guerras levantados

sobre el valor de toda fuerza humana,

que entre gente remota edificaron

reino, con que su nombre eternizaron:

Las memorias de príncipes, gloriosas,

que la Fe santa y su poder mostrando,

fueron con sus empresas milagrosas

las tierras de Asia y Libia conquistando:

aquellos que con obras hazañosas

de la muerte se fueron libertando,

mi verso cantará por cualquier parte,

si a tanto me ayudare ingenio y arte.

Cesen del sabio griego y del troyano

las prolijas derrotas que siguieron;

cállese de Alejandro y de Trajano

la fama de victorias que tuvieron:

pues canto el pecho ilustre lusitano

a quien Neptuno y Marte obedecieron;

cese lo que la Musa antigua canta,

que otro valor más alto se levanta.

Vosotras, mis Tagides, que criado

habéis en mí un ingenio nuevo ardiente:

si siempre en verso humilde celebrado

fué de mí vuestro río alegremente,

dadme un son apolíneo sublimado,

un estilo grandílocuo y corriente:

así las nuestras aguas Febo ordene

no envidien las que corren de Hipocrene.

Dadme una fuerza grande sonorosa,

no de silvestre avena, o flauta ruda,

mas de terrible trompa belicosa

que el pecho inflama y la color demuda:

dadme alabanza igual a la famosa

gente, que el Marte tiene por su ayuda;

que resuene por todo el universo,

si tan sublime precio cabe en verso.

Y vos, oh bien nacida confianza

de la libertad santa lusitana,

y no menos certísima esperanza

del aumento de ley y fe cristiana,

nuevo temor de la turquesca lanza,

maravilla fatal de edad temprana,

a quien el mundo todo Dios reparte,

porque del mundo a Dios le dé gran parte:

Vos, tierno y nuevo ramo floreciente

de la árbol que de Cristo es más amada

de cuantas han nacido al Occidente,

Cesárea o Cristianísima llamada,

miradlo en vuestro escudo, que presente

os muestra la victoria ya pasada

en que por armas, como a regalado,

os dió las que en la Cruz él ha tomado.

Vos, poderoso Rey cuyo alto imperio,

luego que nace el sol, lo ve primero,

y del medio lo ve de su hemisferio,

y al trasmontar lo deja por postrero:

vos que seréis el yugo y vituperio

del ismaelita torpe caballero,

del enemigo turco y bruta gente

que aun bebe del río sacro la corriente:

Inclinad por un poco la realeza

que en vuestro tierno rostro yo contemplo,

indicio claro de la suma alteza

que tendréis cuando vais al sacro templo:

Los ojos abajad de la grandeza

de vuestro ser: veréis un claro ejemplo

de amor, de patrios hechos valerosos,

en versos celebrado numerosos.

Veréis amor de patria, no movido

por premio vil, mas alto y casi eterno,

pues que no es premio vil ser conocido

por pregón de su nido, aunque paterno.

Oid; veréis el nombre engrandecido

de aquellos de quien es vuestro el gobierno,

y juzgaréis cuál es más excelente,

el ser señor del mundo, o de esta gente.

Atended y veréis, no con hazañas

fantásticas, fingidas, mentirosas,

los vuestros alabar, ni con extrañas

musas, de engrandecerse deseosas.

Las verdaderas vuestras son tamañas

que vencen las soñadas fabulosas

de Orlando, de Rugero y Bradamante,

aunque cante verdad quien de ellos cante.

Por éstos a don Nuño os daré, el fiero,

que hizo al Rey y Reino tal servicio;

un Fuas y un Egas, para quien de Homero

la sonorosa cítara codicio:

pues por los doce Pares daros quiero

los doce de Inglaterra con Magricio,

el valeroso, sabio, ilustre Gama,

que para sí tomó de Eneas la fama.

Y si a trueco de Carlo, o la pujanza

del gran César, queréis igual memoria,

ved al primer Alfonso, cuya lanza

obscurece cualquiera extraña gloria:

y aquel que dió a su reino gran bonanza

con la famosa y próspera victoria,

o al otro Juan, invicto caballero,

el quinto, el cuarto Alfonsos, o el tercero.

No dejarán mis versos olvidados

aquellos que en los reinos de la Aurora

se hicieron por armas señalados

con la bandera vuestra vencedora;

un Pacheco feroz, y los amados

Almeidas, por quien siempre el Tajo llora;

Alburquerque terrible; Castro fuerte

y otros a quien rendir no osó la muerte.

Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos

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