Читать книгу Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos - Luis de Camoes - Страница 5
ОглавлениеVeréis amor de patria, no movido
por premio vil, más alto y casi eterno,
pues que no es premio vil ser conocido
por pregón de su nido, aunque paterno.
Canto I, Estr. 10.
Y en cuanto de éstos canto (pues no puedo
cantar de vos, pues no me atrevo a tanto),
los vuestros gobernad con tal denuedo
que deis al reino paz, materia al canto:
sientan vuestro valor y tengan miedo
(que por el mundo todo cause espanto)
de ejércitos y hechos singulares
tierras en Libia y en Oriente mares.
En vos los ojos tiene el Moro frío
por ver ya su remate figurado;
con veros pierde el Bárbaro su brío;
y rinde al yugo el cuello no domado:
Tetis todo el cerúleo señorío
para vos tiene en dote reservado,
que, presa de ese rostro bello y tierno,
desea ya compraros para yerno.
En vos de la seráfica morada
de vuestros dos abuelos las famosas
almas se ven; la una a la paz dada,
la otra a las batallas sanguinosas:
esperan que por vos sea renovada
su memoria con obras valerosas
y os guardan para el fin de vuestros días
asiento en las eternas jerarquías.
Mas en cuanto va el tiempo vagaroso
gobernad vuestros pueblos que os desean,
dad favor a mi pecho temeroso
para que estos mis versos vuestros sean,
y ved cuál van cortando el mar furioso
los vuestros Argonautas; porque vean
que vos los veis, y ya en el mar airado
acostumbraos, señor, ser invocado.
Ya el Océano largo navegaban,
las inquïetas ondas apartando;
los vientos blandamente respiraban
las altas velas de las naos hinchando;
de blanca espuma llenos se mostraban
los mares, do las proas van cortando
las marítimas aguas consagradas
que del próteo ganado son holladas.
Cuando los dioses en el cielo hermoso
de quien pende el gobierno de la gente,
se ayuntan en concilio glorïoso
sobre el caso futuro del Oriente,
pisando el firmamento luminoso
vienen por la vía láctea juntamente,
convocados de parte del Tonante
por el nieto gentil del viejo Atlante.
Y de los cielos siete el regimiento
dejaban del poder más alto dado
(alto poder que con el pensamiento
gobierna cielo, tierra y mar airado):
allí se ayuntan todos al momento
los que el Arturo habitan congelado,
y los que el Austro tiene, y partes donde
nace la Aurora, el claro Sol se esconde.
Con claro resplandor cual de oro fino
el que los rayos vibra de Vulcano
en su asiento se pone cristalino
con un severo rostro soberano:
del cual respira un aire tan divino
que en divino volviera un cuerpo humano
con su corona y cetro rutilante
de piedra muy más clara que diamante.
En lucidos asientos claveteados
de perlas y oro más abajo estaban
los otros dioses todos asentados
cual orden y razón los concertaban:
preceden los antiguos más honrados,
abajo los menores se asentaban,
cuando el Júpiter alto así diciendo
con un tono comienza grave, horrendo:
«Eternos moradores del luciente
estelífero Polo y claro asiento:
si del valor supremo de esta gente
del Luso no perdéis el pensamiento,
ya sabéis, y sabréis más juntamente,
que ha sido de los hados cierto intento
que por ella se olviden los humanos
de asirios, persas, griegos y romanos.
»Ya le fué, bien lo visteis, concedido,
con pequeño poder, al Sarraceno
que en sus tierras estaba guarnecido
ganarle cuanto riega el Tajo ameno,
pues contra el Castellano tan temido
el cielo se les dió blando y sereno,
así que siempre tuvo en fama y gloria
pendientes los trofeos de victoria.
»Dejo la fama antigua y nombre claro
que con gente de Rómulo alcanzaron
cuando con Viriato invicto y raro
en la romana guerra se afamaron,
a que os obliga el hecho tan preclaro,
pues que por su caudillo levantaron
al de la cierva blanca peregrino,
que Oráculo la hizo ser divino.
»Ahora lo veis bien, que, cometiendo
el peligroso mar en un madero,
por caminos no vistos van sufriendo
del Áfrico y del Noto el soplo fiero,
que no los sufre el pecho conociendo
haber tierras debajo otro hemisfero
sin inclinar su ánimo y porfía
a ver las partes donde nace el día.
»Prometido le está del hado eterno,
cuya alta ley no puede ser quebrada,
que tengan largos tiempos el gobierno
del mar que ve del Sol la roja entrada:
sobre aguas han pasado el duro invierno,
la gente está perdida y trabajada,
ya parece bien hecho que le sea
descubierta la tierra que desea.
»Y porque en largo mar tienen pasados
mil trances, de que sois todos testigos;
tienen climas y cielos mil probados,
mil vientos adversarios enemigos,
determino que sean hospedados
en la costa africana como amigos,
que, rehecha su tan desecha flota,
proseguirá con vientos su derrota.»
Tales palabras Júpiter decía,
y los dioses por orden respondiendo,
un parecer del otro difería,
varias razones dando y recibiendo.
El Tioneo en nada consentía
de lo que era propuesto, conociendo
que olvidará sus hechos el Oriente
si allá deja pasar la Lusa gente.
Que por tiempo vendría, oyó a los hados,
una gente fortísima de España,
que con virtud y brazos señalados
venciese cuanto Doris riega y baña:
con fama de sus hechos sublimados
la suya eclipsará, aunque más extraña,
y duélele perder la antigua gloria
de que Nisa celebra su memoria.
Ve que ya tuvo el Indo sojuzgado
y nunca le quitó fortuna o caso
por vencedor del Indo ser contado
de cuantos beben agua del Parnaso.
Teme ahora que sea sepultado
su tan célebre nombre en negro vaso
del agua del olvido, si allá llegan
los fuertes portugueses que navegan.
Levántase contra él la Venus bella,
inclinada a la gente Lusitana,
porque mil cualidades halla en ella
conformes a su antigua la Romana:
corazones feroces, grande estrella
que en la tierra mostraron Tingitana,
y la lengua, en la cual cuando imagina,
con poca corrupción cree es latina.
Esto era lo que a Ciprio le movía,
y más que de las Parcas claro entiende
que su fama y loor se extendería
do la gente belígera se extiende,
pues Baco, por la infamia que temía,
y Venus, por las honras que pretende,
debaten, y en debate permanecen,
y a cada cual sus partes favorecen.
Cual Bóreas o Austro fiero en la espesura
de silvestre arboleda condensada
los ramos rompen de la selva obscura
con ímpetu y braveza nunca usada:
retumba la montaña, el son murmura
de las hojas con lucha tan trabada,
de esta suerte los dioses han tenido
un murmullo confuso no entendido.
Marte, que de la diosa sustentaba,
entre todos, las partes con porfía,
o porque el amor viejo le obligaba,
o porque la razón le compelía,
sañudo entre los más se levantaba,
lleno el semblante de melancolía,
y el escudo, que al cuello trae colgado,
lo arroja atrás con ceño y rostro airado.
La visera del yelmo de diamante
levantándola un poco, muy seguro,
para decir su dicho fué delante
de Júpiter, armado, fuerte y duro:
un golpe con el cuento penetrante
del herrado bastón dió al solio puro,
con que el cielo tembló, y el sol, turbado,
por un poco de luz quedó eclipsado.
Y dice: «Oh Padre eterno, a cuyo imperio
todo aquello obedece que criaste,
si esta gente que busca otro hemisferio,
cuyo valor y pecho tanto amaste,
no quieres que padezca vituperio
como ya tiempo ha que lo ordenaste,
no oigas más, pues eres juez derecho,
razones de quien tiene airado el pecho.