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Veréis amor de patria, no movido

por premio vil, más alto y casi eterno,

pues que no es premio vil ser conocido

por pregón de su nido, aunque paterno.

Canto I, Estr. 10.

Y en cuanto de éstos canto (pues no puedo

cantar de vos, pues no me atrevo a tanto),

los vuestros gobernad con tal denuedo

que deis al reino paz, materia al canto:

sientan vuestro valor y tengan miedo

(que por el mundo todo cause espanto)

de ejércitos y hechos singulares

tierras en Libia y en Oriente mares.

En vos los ojos tiene el Moro frío

por ver ya su remate figurado;

con veros pierde el Bárbaro su brío;

y rinde al yugo el cuello no domado:

Tetis todo el cerúleo señorío

para vos tiene en dote reservado,

que, presa de ese rostro bello y tierno,

desea ya compraros para yerno.

En vos de la seráfica morada

de vuestros dos abuelos las famosas

almas se ven; la una a la paz dada,

la otra a las batallas sanguinosas:

esperan que por vos sea renovada

su memoria con obras valerosas

y os guardan para el fin de vuestros días

asiento en las eternas jerarquías.

Mas en cuanto va el tiempo vagaroso

gobernad vuestros pueblos que os desean,

dad favor a mi pecho temeroso

para que estos mis versos vuestros sean,

y ved cuál van cortando el mar furioso

los vuestros Argonautas; porque vean

que vos los veis, y ya en el mar airado

acostumbraos, señor, ser invocado.

Ya el Océano largo navegaban,

las inquïetas ondas apartando;

los vientos blandamente respiraban

las altas velas de las naos hinchando;

de blanca espuma llenos se mostraban

los mares, do las proas van cortando

las marítimas aguas consagradas

que del próteo ganado son holladas.

Cuando los dioses en el cielo hermoso

de quien pende el gobierno de la gente,

se ayuntan en concilio glorïoso

sobre el caso futuro del Oriente,

pisando el firmamento luminoso

vienen por la vía láctea juntamente,

convocados de parte del Tonante

por el nieto gentil del viejo Atlante.

Y de los cielos siete el regimiento

dejaban del poder más alto dado

(alto poder que con el pensamiento

gobierna cielo, tierra y mar airado):

allí se ayuntan todos al momento

los que el Arturo habitan congelado,

y los que el Austro tiene, y partes donde

nace la Aurora, el claro Sol se esconde.

Con claro resplandor cual de oro fino

el que los rayos vibra de Vulcano

en su asiento se pone cristalino

con un severo rostro soberano:

del cual respira un aire tan divino

que en divino volviera un cuerpo humano

con su corona y cetro rutilante

de piedra muy más clara que diamante.

En lucidos asientos claveteados

de perlas y oro más abajo estaban

los otros dioses todos asentados

cual orden y razón los concertaban:

preceden los antiguos más honrados,

abajo los menores se asentaban,

cuando el Júpiter alto así diciendo

con un tono comienza grave, horrendo:

«Eternos moradores del luciente

estelífero Polo y claro asiento:

si del valor supremo de esta gente

del Luso no perdéis el pensamiento,

ya sabéis, y sabréis más juntamente,

que ha sido de los hados cierto intento

que por ella se olviden los humanos

de asirios, persas, griegos y romanos.

»Ya le fué, bien lo visteis, concedido,

con pequeño poder, al Sarraceno

que en sus tierras estaba guarnecido

ganarle cuanto riega el Tajo ameno,

pues contra el Castellano tan temido

el cielo se les dió blando y sereno,

así que siempre tuvo en fama y gloria

pendientes los trofeos de victoria.

»Dejo la fama antigua y nombre claro

que con gente de Rómulo alcanzaron

cuando con Viriato invicto y raro

en la romana guerra se afamaron,

a que os obliga el hecho tan preclaro,

pues que por su caudillo levantaron

al de la cierva blanca peregrino,

que Oráculo la hizo ser divino.

»Ahora lo veis bien, que, cometiendo

el peligroso mar en un madero,

por caminos no vistos van sufriendo

del Áfrico y del Noto el soplo fiero,

que no los sufre el pecho conociendo

haber tierras debajo otro hemisfero

sin inclinar su ánimo y porfía

a ver las partes donde nace el día.

»Prometido le está del hado eterno,

cuya alta ley no puede ser quebrada,

que tengan largos tiempos el gobierno

del mar que ve del Sol la roja entrada:

sobre aguas han pasado el duro invierno,

la gente está perdida y trabajada,

ya parece bien hecho que le sea

descubierta la tierra que desea.

»Y porque en largo mar tienen pasados

mil trances, de que sois todos testigos;

tienen climas y cielos mil probados,

mil vientos adversarios enemigos,

determino que sean hospedados

en la costa africana como amigos,

que, rehecha su tan desecha flota,

proseguirá con vientos su derrota.»

Tales palabras Júpiter decía,

y los dioses por orden respondiendo,

un parecer del otro difería,

varias razones dando y recibiendo.

El Tioneo en nada consentía

de lo que era propuesto, conociendo

que olvidará sus hechos el Oriente

si allá deja pasar la Lusa gente.

Que por tiempo vendría, oyó a los hados,

una gente fortísima de España,

que con virtud y brazos señalados

venciese cuanto Doris riega y baña:

con fama de sus hechos sublimados

la suya eclipsará, aunque más extraña,

y duélele perder la antigua gloria

de que Nisa celebra su memoria.

Ve que ya tuvo el Indo sojuzgado

y nunca le quitó fortuna o caso

por vencedor del Indo ser contado

de cuantos beben agua del Parnaso.

Teme ahora que sea sepultado

su tan célebre nombre en negro vaso

del agua del olvido, si allá llegan

los fuertes portugueses que navegan.

Levántase contra él la Venus bella,

inclinada a la gente Lusitana,

porque mil cualidades halla en ella

conformes a su antigua la Romana:

corazones feroces, grande estrella

que en la tierra mostraron Tingitana,

y la lengua, en la cual cuando imagina,

con poca corrupción cree es latina.

Esto era lo que a Ciprio le movía,

y más que de las Parcas claro entiende

que su fama y loor se extendería

do la gente belígera se extiende,

pues Baco, por la infamia que temía,

y Venus, por las honras que pretende,

debaten, y en debate permanecen,

y a cada cual sus partes favorecen.

Cual Bóreas o Austro fiero en la espesura

de silvestre arboleda condensada

los ramos rompen de la selva obscura

con ímpetu y braveza nunca usada:

retumba la montaña, el son murmura

de las hojas con lucha tan trabada,

de esta suerte los dioses han tenido

un murmullo confuso no entendido.

Marte, que de la diosa sustentaba,

entre todos, las partes con porfía,

o porque el amor viejo le obligaba,

o porque la razón le compelía,

sañudo entre los más se levantaba,

lleno el semblante de melancolía,

y el escudo, que al cuello trae colgado,

lo arroja atrás con ceño y rostro airado.

La visera del yelmo de diamante

levantándola un poco, muy seguro,

para decir su dicho fué delante

de Júpiter, armado, fuerte y duro:

un golpe con el cuento penetrante

del herrado bastón dió al solio puro,

con que el cielo tembló, y el sol, turbado,

por un poco de luz quedó eclipsado.

Y dice: «Oh Padre eterno, a cuyo imperio

todo aquello obedece que criaste,

si esta gente que busca otro hemisferio,

cuyo valor y pecho tanto amaste,

no quieres que padezca vituperio

como ya tiempo ha que lo ordenaste,

no oigas más, pues eres juez derecho,

razones de quien tiene airado el pecho.

Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos

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