Читать книгу Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos - Luis de Camoes - Страница 9
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Y de estas blandas muestras conmovido,
que movieran de un tigre el pecho duro,
con un alegre rostro esclarecido,
con que serena el aire más oscuro...
Canto II, Estr. 42.
»Bien muestra la divina Providencia
de estos puertos la poca confianza:
bien claro lo hemos visto en la apariencia
cuán engañada fué nuestra esperanza;
mas, pues saber humano ni prudencia
tan fingidos engaños nunca alcanza,
¡oh tú, divina Guarda!, ten cuidado
de quien sin ti no puede ser guardado.
»Y si la piedad te mueve a tanto
de esta mísera gente peregrina
que por tu favor grande y celo santo
fué libre de esta costa tan malina,
a algún puerto, después de tal quebranto,
llevarnos, Rey eterno, determina,
o muéstranos la tierra que buscamos,
pues que por tu servicio navegamos.»
Oyóle estas palabras tan piadosas
la hermosa Dione, y, conmovida,
de las nereidas parte, que llorosas
quedaron de tan súbita partida;
penetra las estrellas luminosas,
y en la tercera esfera recibida,
pasa hasta llegar al sexto cielo,
y cesa, do está Júpiter, su vuelo.
Y como va cansada del camino,
tan hermosa en el gesto se mostraba,
que estrellas, aire y cielo más vecino
con su dulce mirar enamoraba;
del asiento de Amor, ciego y menino,
espíritus tan vivos inspiraba,
que los helados polos encendía
y el esférico fuego frío volvía.
Pues para más prendar al soberano
Padre, de quien fué siempre amada y cara,
en la forma le habla que al Troyano
en el monte de Ida le hablara:
si la viera el montero que el humano
ser pierde, viendo a la otra en la agua clara,
no esperara que perros le mataran,
que deseos primero lo acabaran.
Los rubios hilos de oro se esparcían
por el cuello más blanco que la nieve,
y los rifeos montes se movían
al andar, donde amor todo se embebe;
de su cintura llamas le salían
donde su muerto fuego el amor cebe;
por las lisas columnas le trepaban
deseos, que cual hiedra se enredaban.
Con delgado cendal las partes cubre
de quien es la vergüenza su reparo;
mas ni todo lo esconde, ni descubre,
el velo de tal bien no nada avaro:
despierta los deseos lo que encubre
y más lo que descubre el velo raro;
ya se sienten del cielo en toda parte
los celos en Vulcano, amor en Marte.
Y mostrando en su angélico semblante
una risa y tristeza mal mezclada,
como dama que ha sido de su amante
en amorosas burlas maltratada,
que se queja y se ríe en un instante
y se muestra entre alegre lastimada,
así la diosa, a quien ninguna iguala,
con el supremo padre se regala.
«Siempre, dice, entendí, padre piadoso,
que a las cosas que yo de pecho amase
afable te hallara y amoroso,
puesto que a algún contrario le pesase;
mas, pues que contra mí te veo rabioso
sin te lo merecer, ni sin que errase,
hágase lo que Baco determina,
que yo me quedaré para mohina.
»Este pueblo, señor, por quien derramo
las lágrimas que en vano caídas veo,
que asaz de mal lo quiero, pues que lo amo,
siendo tú tan contrario a mi deseo:
por él te ruego, imploro, lloro y clamo
y contra mi ventura en fin peleo;
pues por quererle bien es maltratado,
quiero quererle mal: será guardado.
»Mas ¡ay! que está entre manos de unas gentes
y pues fuí yo...» Y en esto, de mimosa,
el rostro baña en lágrimas ardientes
cual con rocío está la fresca rosa:
un poco calla, como si entre dientes
le impidieran la habla lastimosa;
y queriendo con ella ir adelante
la plática le ataja el gran Tonante.
Y de estas blandas muestras conmovido,
que movieran de un tigre el pecho duro,
con un alegre rostro esclarecido
con que serena el aire más obscuro,
las lágrimas le limpia y encendido
la besa, el cuello abraza liso y puro,
de modo que si allí solo se hallara,
otro nuevo Cupido se engendrara.
Con el suyo apretando el rostro amado
que sollozos y lágrimas aumenta,
como niño del ama castigado,
que quien le limpia el lloro lo acrecienta;
por ponerle en sosiego el pecho airado,
muchos casos futuros le presenta:
del hado las entrañas revolviendo,
de esta manera al fin le está diciendo:
«No temáis, dulce hija y bella diosa,
algún peligro a vuestros Lusitanos,
ni que pueda conmigo alguna cosa
más que esos vuestros ojos soberanos:
por ellos os prometo, Dione hermosa,
que en olvido veáis griegos y romanos
por los ilustres hechos que esta gente
ha de hacer en tierras del Oriente.
»Que si el facundo Ulises se ha escapado
de ser en la isla Ogigia eterno esclavo;
si Antenor ha los senos penetrado
ilíricos, y fuente de Timavo;
Eneas, si por pío ha navegado
de Escila y de Caribdis el mar bravo,
éstos, mayores cosas intentando,
nuevos mundos al mundo irán mostrando.
»Fortalezas, ciudades y altos muros
por ellos veréis, hija, edificados;
los turcos ferocísimos y duros
de ellos presos serán y destrozados;
los reyes de la India más seguros
a vuestro rey veréis ser sojuzgados,
y por ellos del todo en fin señores,
a las tierras darán leyes mejores.
»Veréis éste que ahora presuroso
el Indo con tal miedo va buscando
temblar después Neptuno ante él medroso,
sin tempestad las aguas encrespado.
¡Oh caso nunca visto milagroso,
que tema y hierva el mar en calma estando!
¡Oh fuerte gente de altos pensamientos
de quien temen los mismos elementos!
»Y la tierra que el agua le impedía
aun ha de ser un puerto muy decente
do reciban refresco en larga vía
las naos que vinieren de Occidente,
y toda aquesta costa que tejía
el engaño mortífero, obediente
le pagará tributo, conociendo
no poder resistir al Luso horrendo.
»Y veréis el mar Rojo tan famoso
tornársele amarillo de turbado;
veréis de Ormuz el reino poderoso
dos veces ser perdido y dos ganado:
allí veréis el bárbaro furioso
de sus mismas saetas traspasado,
porque quien va contra ellos claro vea
que, si resiste, contra sí pelea.
»Veréis la inexpugnable Dío fuerte
con dos cercos, y dentro al Lusitano,
donde descubrirá su precio y suerte
el valor de las armas más que humano:
envidiosos veréis al Marte y muerte
por ver al Luso vuelto en soberano:
del moro allí será la voz extrema
la con que de Mahoma infiel blasfema.
»De los moros será Goa ganada,
la cual vendrá después a ser señora
de todo el Oriente, y sublimada
con gloria de la gente vencedora:
allí, soberbia, altiva y ensalzada,
al gentil que los ídolos adora
duro freno pondrá, y aun a la tierra,
que a los vuestros mover pensaba guerra.
»Veréis la fortaleza sustentarse
de Cananor con poca fuerza y gente:
veréis a Calicut desbaratarse,
populosa ciudad y muy potente;
en Cochín se verá también mostrarse
un pecho tan altivo e insolente,
que cítara jamás cantó victoria
que así merezca eterno nombre y gloria.
»Nunca con fiero Marte sanguinoso
así hirió Leucate cuando Augusto
en las guerras civiles animoso
al capitán venció romano injusto
que de la oriental parte, y del famoso
Nilo, del Bactra escítico y robusto
la victoria traía y presa rica,
preso él de la Gitana no pudica:
»Como veréis el mar con tal suceso
hervir viendo los vuestros peleando,
llevando en su triunfo el moro preso
y al idólatra bárbaro allanando,
y sujeta la rica Quersoneso
hasta el remoto China navegando,
las islas más ocultas del Oriente
descubrirá, y al dios del gran Tridente.
»De modo, hija mía, que en tal hecho
esfuerzo mostrará mayor que humano,
que nunca se verá tan fuerte pecho
del Gangético mar al Gaditano,
de las boreales ondas al estrecho
que enseñó el injuriado lusitano,
puesto que en todo el mundo de afrentados
resucitasen todos los pasados.»
Y con esto acabó, y al consagrado
Cileno envía a la tierra porque tenga
un pacífico puerto aparejado
do la flota sin miedo alguno venga;
y para que en Mombaza el engañado
del moro, capitán no se detenga,
le manda que entre sueños le aparezca
y que de allí se vaya, no perezca.
Mercurio por el aire se arrojaba
con alas que ocasión le da y ofrece;
consigo la fatal vara llevaba,
que los cansados ojos adormece;
del infierno con ella a luz sacaba
las almas, luego el viento le obedece:
llevaba su sombrero acostumbrado,
y a Melinde de esta arte fué llegado.
Consigo trae la fama, porque diga
del Lusitano el precio grande y raro,
que el nombre ilustre a un cierto amor obliga
y hace al que lo tiene amado y caro:
de este arte va ganando gente amiga
con rumor famosísimo y preclaro:
que Melinde en deseos arde todo
de ver la fuerte gente, el gesto, el modo.
De allí para Mombaza luego parte,
donde las naos estaban temerosas,
para avisar la gente que se aparte
de las tierras del moro sospechosas,
porque muy poco vale esfuerzo y arte
contra las voluntades engañosas:
no vale corazón, astucia y maña,
si el cielo no descubre la maraña.
A su mitad la noche había llegado
y el cielo con la luz del sol ajena
la tierra un buen espacio había alumbrado
cuando la gente duerme más sin pena.
El capitán ilustre, fatigado
de largas centinelas dar ordena
a los ojos reposo, pues velaba
por sus cuartos la gente y reposaba.
Cuando Cileno en sueños le aparece
gritando: «Huye, huye, Lusitano;
mira que la tardanza mucho empece
para el fin que te apresta el cruel tirano;
huye, que el viento ya te favorece,
el tiempo y mar te dan camino llano
y te espera otro rey en mejor parte
a do puedes seguro regalarte.
»El hospicio que aquí está aparejado
es tal cual el crüel Diomedes daba,
haciendo ser manjar acostumbrado
de caballos la gente que hospedaba.
Las aras do Busiris endiablado
el huésped con morir sacrificaba
tendrás ciertas aquí si mucho esperas:
huye con priesa, huye estas riberas.
»Vete a par de la costa discurriendo:
hallarás otra tierra más humana
cerca de donde iguala el Sol luciendo
el tiempo con el tiempo de su hermana:
allí tu flota alegre recibiendo
un rey, con voluntad y amistad sana,
regalará tu bando laso y roto
y te dará al partir sabio piloto.»
Acabó de la Maya el hijo, y luego
el capitán despierta con espanto:
ve la negra tiniebla con gran fuego
de una súbita luz y rayo santo,
y viendo que no es tiempo de sosiego,
ni de en tierra tan mala estarse tanto,
al maestre despierta, y le mandaba
dar las velas al viento que soplaba.
«Alza la vela, dice, al blando viento,
que ya nos favorece y Dios lo manda,
que un mensajero vi del claro asiento
que en favor de la flota y nuestro anda.»
Levántase con esto un movimiento
de marineros de una y otra banda:
las áncoras levantan luego en alto,
mostrándose ninguno en fuerza falto.
Al tiempo que las áncoras alzaban
con la noche los moros escondidos
las maromas secreto les cortaban
porque den a la costa destruídos:
mas no duermen los linces que velaban
de recato y recelo apercibidos,
y como recordados los sintieron,
volando y no remando les huyeron.
Ya las ligeras proas van cortando
los caminos del húmedo Neptuno;
Gallego les soplaba manso y blando
con movimiento lleno y no importuno:
en los casos pasados van hablando,
que no se olvidarán en tiempo alguno
los peligros do fué siempre perdida
la vida, y por milagro guarecida.
Diera una vuelta al mundo el sacro Apolo,
a segundar comienza, cuando vieron
con soplos amorosos del Eolo
dos bajeles venir que al mar huyeron:
corren por darles caza, y uno solo
tomaron de los dos que persiguieron,
que el otro con temor se recelaba
y a costa, por salvar la gente, daba.
Mas el que se quedó, no tan mañoso,
en las manos cayó del Lusitano
sin el rigor de Marte furïoso
y sin la furia horrenda de Vulcano,
que como fuese débil y medroso
de mora gente y flaco pecho humano,
no resistió, y si acaso resistiera,
más daño resistiendo recibiera.
Y como el fuerte Gama desease
guía para la India que buscaba,
pensó que en estos moros la hallase,
mas no le sucedió como pensaba:
que entre ellos no halló quien le enseñase
a qué parte del cielo el Indo estaba,
mas de un pueblo le dicen no remoto,
Melinde, donde habrá cierto piloto.
De cuyo rey los moros alababan
la condición, bondad, sincero pecho;
su gran magnificencia entronizaban,
con que a cualquiera tiene satisfecho.
El capitán, que ve que concordaban
con lo que le dijera de este hecho
en los sueños Cileno, se partía
adonde el sueño y moro le decía.
Era en el tiempo alegre, cuando entraba
en el Toro la luz clara y febea,
cuando uno y otro cuerno le quemaba
y Flora derramaba el de Amaltea:
la memoria del día renovaba
el Sol que el mundo en torno ve y rodea,
en que aquel de quien es el mundo efecto
puso a cuanto crió sello perfecto.
Cuando llega la flota a aquella parte
de do el Melinde reino aparecía,
de toldos adornada por tal arte,
que bien muestra guardar el santo día,
el gallardete vuela y estandarte
con la roja color que el ostro cría;
suenan los atambores y panderos,
y surgen en la barra los guerreros.
Llena estaba la playa melindana
de gente que salía a ver la armada,
gente más verdadera y más humana
de cuantas esta costa está poblada.
Entra dentro la flota Lusitana,
echan al fondo el áncora pesada,
un moro va de aquellos que tomaron
a dar noticia al rey como llegaron.
Mas informado el rey de la nobleza
que al pueblo Portugués tanto engrandece,
estima el darles puerto a tanta alteza
cuanta el bando del Luso la merece,
y con ánimo pío y real pureza,
que más al pecho ilustre lo ennoblece,
les envía a rogar que se saliesen
y que de tierra y reino se sirviesen.
Eran ofrecimientos verdaderos
y palabras sinceras no dobladas
las con que el rey convida a los guerreros
que tantas leguas tienen navegadas:
envíales con esto cien carneros,
cien gallinas domésticas cebadas,
las frutas que la tierra entonces cría,
con voluntad que el don grande excedía.
Recibe el capitán alegremente
el mensajero ledo y su recado,
y responde al presente con presente,
que para el rey de atrás lo trae guardado:
fina escarlata de color ardiente,
el ramoso coral fino, preciado,
que dentro de las aguas blando crece,
y como sale de ellas se endurece.
Va con él un facundo mensajero
que con el rey las paces entablase
y que de no saltar luego el primero
en tierra el capitán le disculpase.
Llegado el orador do al verdadero
amigo en voluntad se presentase,
con gracia que Minerva le influyera
al blando rey habló de esta manera:
«Sublime rey a quien del cielo puro
fué de suma justicia concedido
refrenar al soberbio pueblo duro
no menos siendo amado que temido,
como a puerto quieto y muy seguro
en todo el Oriente conocido
venimos a buscarte, porque hallemos
el remedio por ti que pretendemos.
»No somos robadores que pasando
por los pueblos y villas descuidadas
con hierro y fuego gentes van matando
por coger las haciendas deseadas;
mas de la fuerte Europa navegando
buscamos las regiones apartadas
del Indo poderoso, por mandado
de un rey a quien servimos sublimado.
»¿Qué género tan duro habrá de gente,
qué bárbaro uso, o qué costumbre ordena
al arrojado en mar no solamente
el puerto prohibirle, mas la arena?
¿Qué pecho, qué intención en nos se siente
de razón y virtud ser tan ajena,
que se conjuren todos con fingidos
lazos ver estos tristes destruídos?
»Tú solo en quien de cierto confiamos
hallarse más verdad, de rey benino,
y por ella tener de ti esperamos
el ayuda que el Ítaco de Alcino:
a tu seguro puerto navegamos
traídos del intérprete divino,
que pues a ti nos guía, está muy claro
ser tu pecho sincero, humano y raro.
»Y no pienses, oh rey, que no saliese
el fuerte capitán esclarecido
a verte y a servirte, porque viese
o sospechase en ti pecho fingido;
más hácelo, señor, porque cumpliese
el regimiento en todo obedecido
de nuestro rey, que manda que no vaya,
siendo surta la flota, a puerto o playa.
»Y pues es del vasallo el ejercicio
el del miembro de arriba gobernado,
no quieras, pues de rey tienes oficio,
que nadie de su rey quiebre el mandado:
bien ve que tu merced y beneficio
a todos ya él nos ha tanto obligado
que erraran si no te obedecieren
en cuanto para el mar los ríos corrieren.»
Así habló, mas todos juntamente,
entre sí de la plática hablando,
el pecho alaban mucho de tal gente
que tanta tierra y mar va navegando;
alaban a su príncipe que, ausente,
los está en esta parte gobernando,
y tienen por valor grande y subido
ser de ellos en ausencia obedecido.
El rey, con un semblante blando y ledo,
responde al orador, que mucho estima:
«La sospecha quitad, no tengáis miedo,
que no será razón que en mí se imprima.
De vuestro pecho y obras yo tal quedo
prendado, que los tengo en grande estima,
y el que os hizo molesto tratamiento
fué porque le faltó conocimiento.
»De no salir a tierra vuestra gente,
por conservar mejor su preeminencia,
aunque me pena y pesa extrañamente,
tengo en mucho tener tanta obediencia;
mas si el orden aquesto no consiente,
ni yo consentiré que la excelencia
de pechos tan leales se deshaga
porque a mi voluntad se satisfaga.
»Mas luego que mañana sea llegada
la luz del sol al mundo, en almadías
a visitar iré la fuerte armada
conocida por fama ha muchos días,
y si viene del mar desbaratada
de furiosos vientos, largas vías
aquí tendrá de limpios pensamientos,
piloto, munición, mantenimientos.»
Con esto ya en las aguas se escondía
el hijo de Latona; el mensajero
con la respuesta alegre se partía
a la flota, cortando el mar ligero.
Los pechos todos se hinchen de alegría
por tener el remedio verdadero
para hallar la tierra que buscaban,
y con esto la noche festejaban.
No les faltan los rayos de artificio,
los trémulos planetas imitando;
los bombarderos cumplen con su oficio
el cielo, tierra y ondas atronando;
de Ciclopes se veía el ejercicio
en bombas que de fuego van volando,
y, con voces algunos que atronaban,
instrumentos de guerra en paz tocaban.
Respóndeles de tierra juntamente
el rayo con ruido volteando,
haciendo por el aire rueda ardiente
el fuego con la pólvora cebando:
gran grita se levanta de la gente
viendo el agua con fuegos abrasando,
y no menos que el mar está la tierra
a manera de cruda y dura guerra.
Mas ya el ligero cielo revolviendo
las gentes incitaba a su trabajo,
la madre de Memnón la luz trayendo
al prolijo dormir le pone atajo;
íbanse ya las sombras deshaciendo,
rociándose el monte y valle bajo,
cuando el rey de Melinde se embarcaba
a ver la flota que en el mar estaba.
Veíanse alrededor hervir las playas
de la gente que a verle corre leda;
son de púrpura fina las cabayas,
campea con color la rica seda:
en lugar de guerreras azagayas
y de arco que los cuernos arremeda
de la Luna, los ramos traen de palma,
mostrando que la traen dentro del alma.
Un batel grande y largo, que toldado
de seda viene con dos mil colores,
al rey trae de Melinde, acompañado
de grandes de su reino y de señores:
él de ricos vestidos adornado
a su costumbre viene con primores;
turbante en la cabeza guarnecido
de oro, de seda de algodón tejido.