Читать книгу Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos - Luis de Camoes - Страница 8

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CANTO SEGUNDO

Índice

Ya en este tiempo el délfico planeta,

que en horas el día claro va partiendo,

llegaba a la Tartesia, cierta meta,

su luz del universo recogiendo:

de la casa marítima y secreta

la puerta el dios nocturno le está abriendo,

cuando las gentes pérfidas llegaron

a los que poco había que ancoraron.

Uno, que entre ellos trae encomendado

el mortífero engaño, así decía:

«Capitán valeroso, que cortado

has de Neptuno el reino y larga vía,

el rey de aquesta tierra alborotado

por tu venida está con alegría,

y no desea más que regalarte,

verte, y de necesario reformarte.

»Y porque está en extremo deseoso

de verte como a cosa señalada,

te ruega que, de nada receloso,

entres la barra tú y toda tu armada:

y porque del camino trabajoso

traerás la gente débil y cansada,

convídate a que quieras regalarla,

pues tienes en la tierra do hospedarla.

»Y si buscando vas mercaduría

que produce el aurífero Levante,

canela, clavo, ardiente especería,

o droga salutífera, al instante

con toda la luciente pedrería

de rubí, de carbunco, de diamante,

aquí lo hallarás, y tan sobrado,

que puedas poner fin a tu cuidado.»

Al mensajero el capitán responde,

las palabras del rey agradeciendo,

que porque ya en el mar el Sol se esconde,

no entra para adentro obedeciendo:

mas luego que la luz muestre por dónde

la flota pueda ir salva el mar rompiendo,

cumplirá su mandado sin recelo,

que a más que esto le obliga amor y celo.

Pregúntale después si hay en la tierra

cristianos, como el moro le decía;

el mensajero astuto, que no yerra,

dice que la más gente en Dios creía:

de esta suerte del pecho le destierra

la sospecha y la cauta fantasía:

por donde el capitán seguramente

se fía, siendo fiel, de la infiel gente.

Y de algunos que vienen condenados

por culpas y por hechos vergonzosos,

porque pudiesen ser aventurados

en casos de esta suerte peligrosos,

dos envía sagaces y ensayados

que noten de los moros engañosos

su ciudad y poder, y porque vean

los cristianos que tanto ver desean.

Que le lleven al rey presentes manda

porque la voluntad que le mostraba

la conserve segura, limpia y blanda

(aunque bien al contrario en todo estaba):

ya la gente del moro va a la banda

y la nuestra con ella el mar cortaba:

fueron con rostros ledos y fingidos

en tierra los dos nuestros recibidos.

Y luego que al rey moro presentaron

el recado y presentes que traían,

a la ciudad se fueron y notaron

mucho menos de aquello que querían,

porque los falsos moros se guardaron

de mostrarles lo que ellos pretendían,

que do está de malicia lleno el seno,

recela que la tiene el pecho ajeno.

Mas aquel que la fresca primavera

en su rostro conserva, y fué nacido

de madres dos; que aqueste engaño urdiera

por ver al navegante destruído,

en una casa estaba allá defuera

con bulto humano y hábito fingido

mostrándose cristiano, y fabricaba

un altar suntuoso que adoraba.

Tenía en un retrato figurada

del Espíritu Santo la pintura:

la palomica blanca dibujada

sobre la santa Fénix Virgen pura:

la demás compañía está pintada

de los doce, y tan varia su figura,

cual los que, de las lenguas que cayeron

de fuego, varias lenguas refirieron.

Aquí los Lusitanos conducidos,

donde con este engaño Baco estaba,

las rodillas en tierra y los sentidos

en Dios ponen que el mundo gobernaba.

Olores excelentes producidos

en la fértil Pancaya a Dios quemaba

el embustero Baco, y aunque artero,

el falso dios adora al verdadero.

En esta casa quedan hospedados

con honesto y mediocre tratamiento

los cristianos, sin ver cómo engañados

los tiene el falso y santo fingimiento;

mas en siendo los rayos derramados

por el mundo de Febo, en un momento

se muestra al horizonte refulgente

la esposa de Titón con roja frente.

Van de tierra los moros, y recado

llevan del rey porque entren, y consigo

los dos que el capitán había enviado

a quien se mostró el rey sincero amigo;

y siendo el fuerte Gama asegurado

que recelo no tenga de enemigo,

y que gente de Cristo en tierra había,

dentro el salado río entrar quería.

Dicen los que envió que en tierra vieron

un santo sacerdote y templo santo,

que en él se aposentaron y durmieron

en cuanto cubrió al mundo el negro manto;

cómo en el rey y pueblo no sintieron

sino grande contento y gusto tanto,

que no puede allí cierto haber sospecha

en la muestra de amor tan clara hecha.

Por esto con contento señalado

recibe el capitán cuantos venían,

que el generoso pecho es confiado,

y más aquestas muestras le hacían:

las naos hinche el pueblo renegado,

al bordo los bateles se venían:

alegres vienen todos porque entienden

que tienen ya la presa que pretenden.

De secreto en la tierra aparejaban

armas y municiones para cuando

viesen que los navíos ancoraban,

que con ellas en ellos fuesen dando,

porque con tal traición determinaban

atajar el camino al Luso bando

y que preso pagase de esta suerte

a los que en Mozambique les dió muerte.

Las áncoras andaban levantando

con grita de la mar acostumbrada

y las velas de proa al viento dando

gobiernan a la barra señalada;

mas la bella Ericina que guardando

aquesta gente andaba sublimada,

la celada notando tan secreta,

del cielo al mar bajó como saeta.

De Nereo llamó las hijas bellas

con toda la cerúlea compañía,

que porque nació en aguas manda en ellas

y a su mandado el mar obedecía.

El caso les contó para movellas

y, movidas, con todas se partía

a estorbar que la armada no llegase

adonde para siempre se acabase.

Ya con la grande priesa levantando

van en las blancas ondas blanca espuma:

Doto la mar a nado va cortando

más veloz que en el aire va una pluma;

salta Nise, Nerine va volando,

descubriendo al nadar su fuerza suma:

camino abren las aguas, temerosas

de ver ir las nereidas presurosas.

En hombros de un tritón hermoseada

va la linda Dione furïosa:

no siente el que la lleva si es pesada,

de soberbio, con carga tan hermosa:

ya llegan donde está a pique la armada

de entrarse por la barra peligrosa:

repártense y rodean en un instante

las más ligeras naos de delante.

Pónese con las otras en derecho

la diosa de la proa capitana,

y cerrándole el paso, que es estrecho,

aunque con viento en popa ésta se llana,

al duro palo arrima el blando pecho

y atrás la echó con fuerza soberana:

otras alrededor la levantaron

y fuera de la barra la arrojaron.

Cual suelen las hormigas al estío,

llevando el peso grave acomodado,

ejercitar las fuerzas, porque al frío

el alimento gocen que han juntado;

trabajan sin cesar con maña y brío,

descubren un vigor nunca pensado:

tales andan las ninfas libertando

al Luso del peligro miserando.

Vuelve la nao atrás y al mar se hace

a pesar del piloto que, gritando

«Amaina velas», rabia y se deshace

acá y allá el timón atravesando;

el astuto maestre, a quien desplace

la vuelta, de un peligro está temblando,

que un horrible peñasco está delante

y teme en él la nao no se quebrante.

Confusa vocería se levanta

entre la chusma que al voltar trabaja:

el grito y alarido al moro espanta,

y cual si fuera en guerra, así se ataja:

no sabe la razón de furia tanta,

teme si le aparejan la mortaja,

piensa ver sus engaños descubiertos

y que serán por ellos todos muertos.

Con temor y sospecha se arrojaban

a las ligeras barcas que traían;

otros el mar en alto levantaban

saltando en él y a nado se acogían;

de un bordo y otro aquí y allí se echaban

con miedo del horrible son que oían,

que antes quieren al mar aventurarse

que a manos de los nuestros entregarse.

Cual en arroyo, charco o en laguna

las ranas (que ya fueron licia gente),

cuando sienten venir persona alguna

si a la ribera están incautamente,

saltan de dos en dos y de una en una,

de aquí y de allí, huyendo el mal presente,

y en el agua se cubren por gran pieza

mostrando solamente la cabeza:

Tales huyen los moros; y el piloto

que la flota a peligro tal guiara,

temiendo por su engaño el alboroto,

al agua se arrojó como una jara;

mas porque en el peñasco no sea roto

el navío, y la vida pierdan cara,

las amarras soltó la capitana,

y las demás las sueltan muy de gana.

Viendo el ilustre Gama la extrañeza

de moros no pensada, y juntamente

el piloto huirle con presteza,

el engaño entendió de aquella gente,

pues sin ningún contraste ni braveza

de vientos, sin haber del mar corriente,

la flota ir adelante no podía.

Creyendo ser milagro, así decía:

«¡Oh caso grande, extraño, no pensado!

¡Milagro de la mano de Dios hecho!

¡Oh descubierto engaño inopinado!

¡Oh de gente maligna perro pecho!

¿Quién pudiera del mal de atrás forjado

librarse, puesto ya en tan grande estrecho,

si de arriba la guarda soberana

no ayudara a la flaca fuerza humana?

Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos

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