Читать книгу Mariana - Luis Farías Mackey - Страница 11

Оглавление

ALFONSO


Acapulco, Guerrero

Sábado 19 de mayo de 1973

21:30 horas

Alfonso fue siempre reservado. A diferencia de Joaquín, que derramaba lágrimas por cualquier motivo con bubis, Alfonso se ahogaba en ellas —las lágrimas, aunque quisiera hacerlo en las bubis—, antes de expresar el menor sentimiento. Su reserva lo confinaba en una soledad y tristeza que le carcomían en silencio y angustia. Sobre todo, le hacían imposible interactuar con el otro sexo.

No es que no le gustaran las mujeres, al contrario, lo obsesionaban hasta la locura, tanto o más que a Joaquín; pero las idealizaba a tal grado que terminaba por convertirlas en deidades olímpicas e inalcanzables. Mientras más deseaba a una niña, más difícil le era dirigirle la palabra y a veces hasta mirarla. En aquella época sus tardes transitaban en la interminable agonía de marcar un teléfono y colgar al primer timbre. De niño, saliendo de la primaria, corría desaforado cinco cuadras para ver salir de una escuela cercana de monjas a una niña que le robaba la razón, pero cuyo nombre nunca supo. Prendado, la seguía a distancia por cuadras hasta verla subir al camión. Tras semanas de angustia se decidió a abordarlo y seguirla hasta verla entrar a su casa. Por meses repitió el seguimiento, gastando en ello todo su domingo y ahorros; incapaz, sin embargo, de un hola. El amor no lo liberaba, le oprimía. Era curioso, porque su reserva era sólo con el sexo opuesto, más no con todo el género, sino con las que lo atraían sexualmente. En todo lo demás y con todos, los y las, era una persona altamente sociable. No es que fuera mal parecido, ni de conversación sosa, pedante o aburrida; todo lo contrario. Si estaba con muchachas que no le atrajeran era entretenido y simpático. Su plática, además, era grata, variada y de ingeniosa coloratura. Nadie podría afirmar haberse aburrido con él. Pero nomás divisaba a una niña de su agrado y perdía el habla, el color, la noción del día y de la noche, la memoria, la autoestima. Era como si le desconectaran un bulbo (que en ese entonces los chips apenas estaban en investigación).

Su invalidez no era física, era emocional; que es mucho más dolorosa por ser del alma. Alfonso, como todos los hombres que se han dejado de mentir, se sabía incompleto desde el día en que nació y su vida no era otra cosa que una búsqueda continua e interminable. ¿Qué buscaba desde la angustia de su soledad? No otra cosa que su ser; pero éste, evanescente y sutil, le evadía y obligaba a buscarse en otra persona. No que quisiese ser otra persona, sino lograr en conjunción, con ella, colmar su faltante y consumar el tiempo en un suspiro.

Así era, y en aquellos años mozos nadie le daba la menor importancia. «Ya se le pasará», decían unos, «Deja que le llegue una cachetona que le guste y verás que habla hasta por los codos», afirmaba Joaquín; «Es cosa de la edad», se consolaba su angustiada madre.

Aquella mañana de sábado en Acapulco, Alfonso estaba más reservado que de costumbre, pero nadie le dio importancia. Él, sin embargo, se cuestionaba qué le generaba esa sensación de desencuentro, incomodidad y ansiedad. No encontraba qué. El día pasó sin pena ni gloria y por la noche encaminaron sus pasos a la discoteca de moda, el Armando’s Le Club.

Mariana

Подняться наверх