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BAJO FUEGO CRUZADO

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Por Daniela

–¿Quieres un cigarrillo? –me ofreció Marcos, extendiéndome el paquete.

–No, muchas gracias –le respondí, medio avergonzada.

–¿Quiere decir que no vas a fumar más porque te volviste creyente? –me preguntó él, con un aire irónico.

Después del bautismo, la diferencia entre él y yo comenzó a ser mucho más evidente. Nuestros caminos se regían por diferentes principios. No podía sacar de mi cabeza que necesitaba desarmar la sociedad.

–Necesitamos conversar... –le sugerí, con miedo de la reacción que él pudiera tener.

–Ahora no. Tengo una reunión urgente –me respondió él, poniéndose el saco–. Tal vez, yo regrese la próxima semana.

Parecía que él sabía lo que yo tenía que decirle y estaba huyendo de la situación.

Al decidir vivir en Florianópolis, habíamos dejado la familia, los amigos, el empleo; en fin, todo, para invertir en un lugar donde soñábamos construir una vida nueva. Disolver la sociedad sería confirmar que nosotros dos habíamos cometido un error, y que el sueño se desharía.

Esta no era una situación simple de resolver. Pero no podía ser postergada. Las pocas veces que nos encontrábamos, yo intentaba introducir el tema de la sociedad:

–¿No te gustaría alguien más rico y experimentado, para ser tu socio? –le sugería yo, intentando desprenderme de la sociedad.

A lo que él me respondía:

–Yo sé que el negocio no está yendo de la manera que imaginábamos; sin embargo, necesitas ser más perseverante. Si quieres tener éxito, necesitas tener paciencia y esforzarte más. ¿O acaso quieres regresar a São Paulo y vivir en ese infierno?

Mientras él me decía estas cosas, los recuerdos de las escenas del tránsito en la ciudad, el olor de las cloacas en la carretera Marginal Pinheiros y el estrés que yo había experimentado los días enteros, venían a mi mente. Y esto me dejaba sin respuestas durante algún tiempo. Abandonar el restaurante de inmediato significaba que tendría que volver a la metrópolis. Y yo no estaba segura de que valdría la pena regresar.

*****

El tiempo fue pasando, y las idas y venidas de mi socio comenzaron a disminuir. Él aparecía cada vez menos en la isla. Rápidamente yo descubriría que él se estaba relacionando con otra mujer.

La convicción de que necesitaba deshacer la sociedad únicamente aumentaba. Y, por no poder conseguir contactarme más con él, comencé a sentir una fuerte angustia. Entonces intenté explicar al administrador de los negocios de él acerca de mis creencias, los nuevos principios que regían mi vida como cristiana, intentando convencerlo de que sería imposible que mantuviéramos la sociedad.

–De acuerdo –me dijo él–. Entonces consiga a alguien que quiera comprar su parte.

Mientras no conseguía alguien para suplantarme, fui poniendo en práctica lo que estaba aprendiendo: comencé a congregarme con más asiduidad en la iglesia y continué con mis estudios bíblicos. El fumar y el beber ya no formaban parte de mi rutina. Los antiguos amigos comenzaron a cuestionarme: “¿Qué es lo que estás haciendo, Dani? ¿Yendo a la iglesia? Necesitas disfrutar de la vida, beber, andar mucho de novia. ¡Tú eres joven!”

Las conversaciones, los bailes, los noviazgos; todo me parecía muy superficial y sin sentido. La comprensión de la existencia de un universo paralelo abría mis ojos, para poder discernir el mundo de una manera totalmente diferente. En realidad, nada había cambiado; era yo la que había cambiado.

Cuando buscamos hacer la voluntad de Dios, las personas más cercanas a nosotros comienzan a sentirse extrañadas por nuestro comportamiento, nuestras decisiones y nuestro estilo de vida. Y muchas de ellas, al no entender, acaban alejándose. Esto también me ocurrió: cuanto más intentaba vivir de acuerdo con lo que Dios me pedía, más incómodas se sentían las personas.

Sin embargo, mientras que algunos amigos salían de escena, otros fueron entrando. En mi nuevo rumbo, fui conociendo a personas maravillosas, las cuales me demostraron una sincera amistad, sin intereses, y me ayudaron mucho en momentos difíciles y de importantes decisiones.

*****

–Dani, tienes que volver a practicar la medicina –me dijo una clienta del restaurante.

Mary Ann era una mujer pelirroja, muy simpática y bonita. Siendo médica, trabajaba en el área en que yo misma me había especializado; y ese día estaba en el restaurante conmemorando su compromiso con un italiano.

–Cuando te decidas a dejar el restaurante, llámame por teléfono –me dijo ella, escribiendo su número de teléfono en una agenda rosada que estaba en la caja.

Cuando me mudé a Floripa, no había pensado en dejar la medicina; había ido con un buen currículum y ya había recibido dos propuestas para trabajar. Pensaba que podría conciliar las dos cosas, trabajando media jornada como médica y la otra media como dueña del restaurante. Sin embargo, con el paso del tiempo pude percibir que el restaurante me absorbía por completo. Y quedé totalmente alejada de la profesión.

Para volver a ejercer como médica, en primer lugar debía deshacer la sociedad. Sin embargo, con todas las tentativas frustradas, no sabía qué más hacer. Mi familia rápidamente comenzó a notar la situación.

–Dani, ¿qué estás haciendo allí? ¿Por qué no regresas a casa? –me decía mi madre por teléfono, sintiéndose disconforme.

–¿Está todo bien contigo? –me preguntaba mi hermana.

–Quédense tranquilos: está todo bien. –les respondía yo, con un aire de tristeza estampada en la voz.

Realmente, mi voluntad era regresar. Sin embargo, no podía abandonar todo y salir corriendo. Además de tener una empresa en funcionamiento, me sentía responsable por los empleados que había contratado. Y era eso lo que me impedía realizar cualquier acción precipitada.

¿Has sentido alguna vez la sensación de estar en un camino donde no puedes encontrar la salida?

*****

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