Читать книгу Universo paralelo - Luiz Fernando Sella - Страница 15
Mientras no encontraba la salida...
Оглавление–¡Por favor, una caipirinha de sakê!
–¡Mozo, más whisky, por favor!
Pasé muchas noches en vela atendiendo clientes que bebían whisky, sakê, vinos y espumantes. Los mozos hasta recibían un entrenamiento para servir el sakê. El ritual fascinaba a los clientes, y los empleados estaban felices porque ganaban más propinas. Sin embargo, soportar las bromas de mal gusto, las conversaciones sin sentido y hasta las peleas de quienes se embriagaban no era nada fácil.
Después de cuatro años de servir bebidas, ya no aguantaba más. La idea de ganar dinero con algo que perjudicaba a las personas no me agradaba; y ahora sabía que tampoco agradaba a Dios.
“El vino lleva a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente!” (Prov. 20:1). “Ni tú ni tus hijos deben beber vino ni licor” (Lev. 10:9).
–Creo que no quiero vender más bebidas alcohólicas –le confesé a un amigo.
–Pero las bebidas alcohólicas ¿no son lo que más ganancias te da?
Realmente, las mayores ganancias del restaurante provenían de la comercialización de las bebidas alcohólicas. Sin embargo, como médica, ya tenía el conocimiento de los perjuicios del uso del alcohol; y, como cristiana, tenía el entendimiento de cómo el alcohol afectaba la espiritualidad de las personas.
–Me parece que sería bueno para ti que oraras al respecto, ya que a tu socio no le va a gustar nada esto –me aconsejó mi amigo.
Como la comunicación con Marcos estaba cada vez más difícil, lo único que me quedaba era orar. Poco a poco, fui desarrollando una relación más íntima con Dios. Lo hice mi confidente, mi consejero, mi consolador. Oraba todo el tiempo, sin parar. Recuerdo haberme despertado muchas veces de rodillas, con las piernas dormidas, durante las madrugadas. Para cada decisión que tenía que tomar, la última palabra era de Dios.
Comprendiendo que, justamente, Dios no aprobaba el uso del alcohol, resolví dejar de vender bebidas alcohólicas. Sabía que enfrentaría oposición; sin embargo, mi sentido del deber para con el prójimo era más fuerte.
Después de la decisión, mi socio ya no aparecía más, ni los compañeros que tomaban cerveza y whisky toda la noche. Los clientes fueron desapareciendo... y las cuentas, aumentando. Solamente me restaba pedir ayuda a Dios y saber qué era lo que él quería de mí.
*****
“Toc, toc”, alguien golpeaba en la puerta de vidrio.
–¿Sí? –abrí la puerta del frente del restaurante.
–¿Tú eres Daniela? –me preguntó un hombre de mediana edad, muy simpático.
–Soy yo –respondí, intrigada–. ¿En qué puedo ayudarlo?
–Te traje unos libros para que estudies –e inmediatamente fue entrando y abriendo sobre la mesa del escritorio los libros sobre salud.
Pude notar que eran libros usados, al ver las páginas amarillentas, y también porque estaban todos marcados. Él había separado con clips de colores los capítulos que yo debía leer.
–¡Adiós! Después me devuelves los libros –dijo, despidiéndose rápidamente.
“¿Qué está sucediendo aquí? ¿De dónde vino esa persona?”, pensaba yo, mientras miraba cómo aquel extraño daba la vuelta en la esquina de la cuadra.
Todavía confundida, y entendiendo que aquel podría ser un mensajero del Señor, regresé a los libros, a fin de verificarlos: La ciencia del buen vivir [El ministerio de curación]; Medicina y salvación; Consejos sobre salud; Consejos sobre el régimen alimenticio... Los títulos llamaban mucho mi atención, pues trataban acerca de salud, y de la medicina.2
Como alguien que está con mucho hambre, comencé a leer aquellos libros, devorando su información. En menos de un mes, me leí casi todo. Por intermedio de aquella lectura, entendí la verdadera misión de un médico. Yo debía cuidar del ser humano de una manera integral, relacionando el cuerpo, la mente y el espíritu.
Además, comencé a comprender mejor la importancia del estilo de vida en la salud: alimentación natural, agua, aire puro, ejercicio físico, luz solar, confianza en Dios, reposo y abstinencia de las cosas perjudiciales. “Muy interesante”, pensé. Y decidí poner en práctica todo aquello que acababa de leer. Ya había dejado de lado el hábito de fumar; entonces, a partir de ese momento cambiaría mis hábitos en el comer y el beber.
Ya había evitado las carnes rojas a partir de las clases de anatomía. Progresivamente, también fui abandonando el uso de carnes blancas. Dejé de usar azúcar, y la leche y sus derivados los suspendí después de eso. En poco tiempo, percibí un gran cambio en mi salud: no sentía más dolores en el estómago ni tenía hinchazón de barriga. Mi piel, que antes estaba llena de acné, se puso mucho mejor. Mi disposición aumentaba día a día, principalmente con la práctica de ejercicios físicos. Y, reflexionando acerca de mi historia, acerca de todas las tentativas de huir de la Medicina, noté que era Dios quien había estado dirigiendo todo para que me convirtiera en una médica. Y el deseo de actuar como médica misionera fue creciendo en mi corazón.
*****
–Por favor, una caipirinha de sakê.
–Tenemos cocteles de frutas naturales, sin alcohol –respondía el entrenado mozo, con el nuevo menú en la mano.
Después de verificar los resultados positivos en mi salud, resolví cambiar toda la propuesta del restaurante. Además de dejar de vender bebidas alcohólicas, el restaurante comenzó a tener un menú más natural.
–¿Qué? ¿Ustedes no sirven más bebidas alcohólicas aquí? –dijo el cliente, levantándose bruscamente para irse.
Cuanto más intentaba yo explicarles mis motivaciones para hacer todo eso, más indignadas se ponían las personas.
–¿Te estás volviendo loca? –me preguntó un fiel cliente, desaprobando los cambios.
Y cuanto más practicaba lo que yo juzgaba que era lo correcto, más dinero perdía.
–¡El Dios al cual tú sirves no existe! ¡Necesitas de esto, del dinero! ¡DI–NE–RO! –vociferó otro, con los ojos muy abiertos y los dedos apuntando hacia los dólares.
–¡Yo maldigo este lugar! –gritó otro más, deambulando por el restaurante, con los brazos levantados hacia arriba.
Era totalmente comprensible que la mayoría de los clientes no estuviera de acuerdo con los cambios. Sin embargo, la agresividad con la cual muchos reaccionaban no era normal. Los empleados y yo nos quedábamos asustados.
–Madre mía, Dani, ¿te parece que estas reacciones son normales? –me preguntó uno de ellos.
–No sé... –respondí con el corazón acelerado–. Creo que esta es una guerra espiritual.
Al ser bautizada, las personas me alertaron sobre que el diablo no se pondría feliz con mi entrega a Jesús, y que alguna cosa en el mundo espiritual comenzaría a suceder. Y en ese momento estaba viviendo ese conflicto. No eran las personas las que estaban enojadas conmigo, sino el enemigo de Dios. La convicción de que alguna cosa se había sacudido en ese universo paralelo aumentaba a medida que se iban sucediendo los cambios.
“Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas”. (Mat. 6:24). “Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:12).
La batalla se había iniciado, y decidí firmemente que no volvería hacia atrás. Cuanto más buscaba a Dios, más problemas aparecían. “Señor, ¿por qué tengo que pasar por todo esto?”, cuestionaba yo.
Satanás quiere que los hijos de Dios queden confundidos en el medio del camino; quiere que duden de su Palabra y terminen desistiendo de seguirlo. Sin embargo, cuando me sentía desanimada, esto venía a mi mente: “Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes” (Sant. 4:7).
Aquella estaba siendo una dura prueba de fidelidad y confianza en Dios. Sin embargo, la Palabra de Dios renovaba mis fuerzas: “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isa. 43:2).
Mi fe estaba siendo probada; y mi carácter, lapidado. Necesitaba aprender a confiar en Dios, y no en el dinero; en sus planes, y no en los míos.
2 No podría ser coincidencia. Dios, realmente, estaba intentando mostrarme algo.