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Capítulo 3

SOBREVIVIR EN URGENCIAS…TODO UN RETO

Son las 6 de la mañana, un día más suena el despertador. Pero desde hace ya varias semanas, no es un día cualquiera. La noche ha sido horrible, llegué de trabajar a las 23h, a una casa que no era la mía. Decían que cerrarían Madrid, que lo aislarían para evitar más contagios, que se prohibirían las entradas y salidas.

Un rumor más, o un intento de control imposible… Llevo 7 años yendo y viniendo desde Guadalajara a Madrid, bien por estudios o por trabajo. Ahora, soy enfermera, y no sé qué hacer, los rumores dicen que cerrarán Madrid, las voces más críticas dicen que debería estar ya cerrado, en el móvil cientos de Whatsapp opinan libremente sobre lo que está bien y lo que está mal.

Pero nadie se para a pensar: ¿qué hacemos los sanitarios que no vivimos en Madrid? No es suficiente el agobio generado al pensar si estás haciendo bien o mal en volver a casa todos los días, si a alguno de los pacientes que hace algunos días vino por una patología diferente y hoy regresa con síntomas de coronavirus se lo has contagiado tú, con sentir como la gente en la fila del supermercado da un paso hacia delante cuando se entera de que trabajas en un hospital.

Ahora nos tenemos que plantear cómo ir a trabajar. A pesar de todo, me siento afortunada. Hay gente que valora nuestro trabajo, nuestro fuerzo, y por ello me despierto, en una casa que no es la mía, pero que desde el minuto uno de esta locura decidió que, si cerraban Madrid, allí me podría quedar.

Lo dan todo día tras día para que al volver de trabajar pueda desconectar, sentirme en casa y coger fuerzas para el día siguiente. Aunque no es fácil dormir... llevamos más de un mes así. Las pesadillas son continúas, recurrentes, sueño con que mis allegados se contagian, con que en el hospital no llego a todos los pacientes, los monitores no paran de pitar, un paciente desaturado, el otro pide agua con una mascarilla de BIPAP, el del box 16 no aguanta la pronación y está agitado, los de sillones quieren cenar y la comida no llega.

De repente aparece una UVI con otra paciente, con reservorio y saturando al 80%, ¡no hay boxes, no hay camas en la UCI, no hay tubos! Mi cabeza va a estallar y el maldito despertador no para de sonar.

He decidido no desayunar ni poner la televisión, he decidido intentar aprovechar media hora más y desconectar. Cojo el móvil y más de trescientos mensajes lo inundan, ahora hay tres grupos nuevos de trabajo: sólo enfermeras, Técnicos de enfermería y enfermeras y el anterior con las supervisoras. Cinco protocolos nuevos en menos de una noche: se cambia la sala de espera, se anula la pediatría, zona de limpios (pacientes con patología no respiratoria) y respiratorios, la obstetricia se deriva a La Paz, se triará en dos zonas.

Nadie nos ha preguntado, una vez más nadie ha preguntado a los que estamos en primera línea, a esos que llevan días y días viendo a pacientes que vienen por dolor abdominal y resulta que es una neumonía de lóbulo inferior, posible COVID. Esos que saben que es imposible diferenciar zona de limpios y de respiratorios por la gran cantidad de pacientes que llegan sin síntomas claros.

Se hace imposible desconectar, y la frustración se apodera de mí. Treinta minutos en coche, con la música a todo volumen y sin poder dejar de pensar en lo que me encontraré. Cuarenta pacientes en sillas y sillones desde hace dos y tres días pendientes de un ingreso que no llega, personas mayores en camillas… Y en ese momento, me doy cuenta de que muchas de estas cosas ya las hemos vivido antes, en cada epidemia de gripe cada invierno, que nos estaba avisando que así no podíamos seguir.

Que las urgencias se estaban usando mal, que un dolor de mano de hace tres semanas no es una urgencia, que en el centro de salud no te den cita para mañana tampoco es una urgencia, que tu hijo tenga mocos no es una urgencia, que un largo etcétera de situaciones, no son una urgencia. Situaciones que han hecho que, ante una pandemia, no tengamos recursos suficientes.

Que defendamos más un equipo de fútbol que un equipo de sanitarios, que sigamos pensando que el personal de un hospital está para servirnos cuando y como queramos, que no anulemos citas a las que no vamos a ir, que vayamos a urgencias a pedir paracetamol por no comprarlo en la farmacia, que no haya una educación sanitaria en los colegios que nos ayude a diferenciar lo que es una urgencia y lo que no, a prevenir conductas de riesgo con la obesidad, el tabaco. Todo esto ha ayudado a que hoy nos encontremos en esta situación, que no es culpa de un gobierno u otro. Hay que hacer autocrítica y pensar en qué hacemos mal a nivel individual, ningún gobierno habría hecho nada, porque ninguno sabe qué hacer.

¿Cómo van a saber qué hacer personas que hablan de algo que no han visto ni sentido?, ¿cómo nos van a decir a los sanitarios, que llevamos desde el 17 de febrero tratando con positivos y sin medios, cómo trabajar?, ¿cómo nos van a decir cómo protegernos, si no nos dan los medios?, ¿cómo van a crear un protocolo de actuación si ni siquiera han ido a un solo hospital a ver con qué medios contamos?

Pero a pesar de todo, ellos siguen hablando sin parar, y cobrando también, por supuesto. Con la de EPIs que se podrían comprar simplemente con la parte de sus sueldos que corresponde a dietas que no deberían estar cobrando al no estar trabajando.

Pero solo se les ve criticar conductas inadecuadas del otro cuando luego, en la comunidad que tienen a su cargo, hacen exactamente lo mismo. Pero, por desgracia, esto no es la primera vez que pasa. Ante una situación de crisis siempre hacen lo mismo. Nosotros como sociedad, criticamos en las redes, en casa, en el bar, pero nos quedamos ahí.

Como venía diciendo, todos los años, en invierno, hemos tenido un preludio de esto debido a los recortes de la última crisis y la privatización del sector sanitario, y la sociedad prefería seguir viendo el partido del domingo, comentar el último programa de Gran Hermano o cualquier otro evento, antes que luchar por una educación y una sanidad pública a la que hoy todos rogamos y suplicamos que nos salve.

Al llegar al aparcamiento encuentro sitio a la primera, se nota que la gente tiene miedo y sólo viene a la urgencia cuando realmente es una emergencia médica. El parte, un día más, es agobiante. Hoy han llegado a los sesenta pacientes pendientes de ingreso, pacientes que en su mayoría han pasado la noche en sillas y sillones.

Por suerte, el servicio de cocina está subiendo bocadillos para que todos puedan cenar. Un servicio que al igual que limpieza o mantenimiento, siempre está bajo mínimos, y ahora apenas han reforzado, si es que lo han hecho, que en muchos casos no ha sido así. Aun así, todos y cada uno de ellos da el 200% de su capacidad para que este equipo funcione y podamos dar una atención lo mejor posible.

Me dispongo a empezar. Comienza mi turno en el triaje y, mientras espero pacientes nuevos, refuerzo a mis compañeros, que están desbordados.

Me avisan que hay familiares que vienen a traer ropa a los pacientes. Me indigna que la gente no sea consciente de la situación que vivimos cuando ya llevamos un mes con ella. Que la ropa no es algo imprescindible, que ellos al ir al hospital están poniendo en riesgo a mucha gente porque han estado en contacto con su familiar que es positivo.

Entiendo la preocupación, comprendo la ansiedad que puede producir no saber de un ser querido, por eso salimos, recibimos la ropa y les damos toda la información posible, pero sigue siendo abrumador tener que explicar que eso no es algo imprescindible, al igual que no lo es un neceser.

Para salir a recoger esos artículos alguien del personal sanitario se tiene que quitar el equipo de protección, dejar de atender a los pacientes que están dentro, volver a entrar, vestirse, y ahora mismo estamos desbordados. Aun así, y cada quince minutos, los compañeros de admisión me vuelven a llamar para recoger alguna pertenencia.

Ellos también están cansados de explicarlo, y agotados por todo lo que tienen que atender cada día sin ser escuchados. Todos coincidimos en lo mismo:“el cansancio no es físico, es mental, no podemos más, pero hay que seguir”.

A los pacientes les ingresan a cuenta gotas, siendo más los que llegan nuevos a triaje que los que suben a planta. Seguimos intentando sonreír, los pacientes no tienen la culpa y sabemos que la actitud es lo primero, pero no podemos más.

De repente, un protocolo nuevo. Nos quedamos sin los pocos EPIs que teníamos, habrá que reutilizarlos, nos dicen que nos tenemos que poner un delantal encima y con eso será suficiente. Nos echamos las manos a la cabeza, pero eso ya lo estábamos haciendo antes. Seguimos atendiendo una persona a los pacientes, con el equipo de protección más completo posible y otra encargándose dentro de preparar medicación, material e ingresos, siempre y cuando se pudiese mantener el trabajo así, que no siempre es posible por el volumen.

En el box 6 un paciente no tolera la pronación, está agitado, le miro y pienso: “¿cómo lo va a tolerar?, lleva muchísimas horas boca abajo y con la mascarilla de reservorio sin poder moverse, yo tampoco lo toleraría”. Gracias a una compañera el paciente está en una cama y no en una camilla. No sé de dónde habrá sacado la cama, pero agradezco que, a pesar de todo lo que estamos viviendo, a ella se le haya ocurrido buscar hasta debajo de las piedras para conseguirla. En estos momentos te das cuenta, lo mejor son las personas.

En el box 3 tenemos un matrimonio al que decidimos poner juntos. A la vez que ahorrábamos espacio, les teníamos unidos y tranquilos. Su cara de agradecimiento no tiene precio, nos ven desbordados y entre ellos se ayudan para no tener que pedirnos más que lo imprescindible.

En el box 8 un chico de 40 años espera que la UCI consiga un tubo para él. Nosotros vivimos con angustia el no saber si podrá aguantar. Cada paso que damos lo hacemos con un ojo pendiente de su monitor. Viendo que la saturación no baje. Tras el reservorio, con una respiración agónica, nos pide que llamemos a su familia y le digamos que es fuerte, que va a aguantar. Intentamos que sea él el que hable con ellos, y mientras, por dentro algo de cada uno de nosotros se encoje.

Poco tiempo después, al fin, la UCI tiene un hueco para él. Se le sube a toda prisa, y entre nosotros se ven las miradas de alivio e incertidumbre al mismo tiempo. Por lo menos él va a tener una oportunidad.

De nuevo suena el busca de triaje. Viene una UVI, paciente de 44 años, con mascarilla reservorio, saturación de oxígeno del 77% consciente y orientada, agarrada a la mano de su hermano. Viene rodeada de sanitarios de la UVI con sus EPIS completos tipo buzo, calzas, mascarilla, gafas y capucha, igualito a los nuestros.

Aunque no es momento de pensar en eso, tengamos lo que tengamos, ¡vamos a correr! La paciente tiene síndrome de Down, en cualquier otro momento eso daría igual, ahora es un antecedente más y como tal se tiene muy en cuenta. En estos momentos me alivia no ser médico, no tener que decidir. ¿Quién narices somos nosotros para decidir? Que conste que siempre he estado a favor de la eutanasia, de la muerte digna, pero cuando ya no se puede hacer más, cuando el paciente lo decide libremente. Pero, ¿cómo puede ser que, en un país como España, en pleno siglo XXI, tengamos que decidir quién puede y quién no puede luchar por su vida sólo porque no tenemos medios?

En un país que se ha gastado millones en aeropuertos a los que no llegan aviones, en rotondas que no van a ninguna parte, en puestos de políticos y asesores que no se conoce cuál es su función, y no en respiradores, en personal, en hospitales, en investigación, cosas que ahora salvarían vidas.

¡No puede ser, no puede ser y no poder ser! La UCI desestima a esta paciente, no hay camas, no hay respiradores y hay que priorizar. Estamos en una guerra y, cuando no hay medios, hay que elegir quién tiene más posibilidades. ¡No me lo creo!, ¡no puede ser que esté viviendo este momento!

Se acaba el turno, subo al coche y no puedo parar de llorar, es mi rincón, el mío y el de tantas y tantas personas que, día tras día estamos viviendo esta situación frustrados, desbordados y angustiados. Al fin y al cabo, somos personas, personas que sienten, que sufren, que tienen que volver a su casa, a su garaje, a la de otros que les han acogido, o incluso a un hotel, y lo hacemos pensando en lo que hemos vivido y llevamos viviendo durante todo este tiempo.

Pidiendo que, por favor, se escuche nuestra opinión, que se nos den los medios para protegernos y no tener que sumar a toda esta carga el peso de no saber si estamos contagiando a los pacientes o a nuestros familiares, si somos realmente un foco de contagio, porque a nosotros siguen sin hacernos los test. Si tenemos síntomas leves nos siguen diciendo que vayamos a trabajar, que se necesitan manos.

Mientras me desahogo en el coche, los kilómetros y la música van pasando sin enterarme, no soy consciente ni por donde voy, mi cuerpo autómata sigue el mismo camino de siempre mientras mi cabeza explota.

Hoy siquiera hemos podido salir a escuchar los aplausos de las 20 horas, esos aplausos que nos animan a seguir un día más, esos aplausos que esperamos que cuando acabe todo esto salgan a la calle con nosotros a pedir que se nos valore, que no se nos hagan contratos basura de semanas, incluso horas. Contratos durante los cuales no nos da tiempo a conocer el servicio para el que trabajamos, poniendo en riesgo al paciente. Que salgan para que se nos escuche a la hora de crear protocolos, para que se implemente la labor del personal sanitario en las escuelas para prevenir, para que se dote de medios a los hospitales, para que no se tenga que tener a los pacientes en los halls de algunos hospitales, para que no se privatice, para que no tengamos plantas enteras de hospitales cerradas.

Sólo porque la concesionaria a la que pertenece el hospital pide un precio elevadísimo por abrirla, todo por ese invento de crear hospitales concertados o público privados que se sacaron hace unos años de la manga. Queremos que el aplauso no sea una excusa para tener algo que hacer a las 20h., que siga vivo cuando esto termine, que nunca más un sanitario tenga que oír de un paciente: “para eso te pago” o “es que llevo dos horas esperando” cuando estamos desbordados.

Cuando todo esto acabe, debemos ser conscientes de que las urgencias se deben usar para casos graves, en los cuales la vida corre realmente peligro y la atención debe ser inmediata. No son para saltarnos la lista de espera de una radiografía que nos han mandado en atención primaria, ni para hacernos una analítica de la cual hemos perdido la cita, ni para un catarro, ni para no ir a trabajar.

Cuando todo pase, necesitamos que ese aplauso se mantenga, que ese reconocimiento que día a día nos transmiten ahora los pacientes siga vivo. Necesitamos que se sepa que realmente nuestro trabajo es este, en época de COVID19, antes y después, que siempre hemos estado ahí y siempre lo estaremos, que la vocación se lleva por dentro, que un hospital, un centro de salud o una residencia, la construimos entre todos, entre los que trabajamos dentro, los que la defendemos fuera, los que hacemos un uso responsable de ella, los familiares que ayudan, etc.

Por fin llego a casa, un día más para olvidar. Me espera esa ducha calentita ya lista, con el pijama preparado, ese abrazo después de la ducha de una de las personas que siempre ha estado a mi lado, recordándome que esto pasará pronto, que lo estamos haciendo bien, aunque ni hoy ni ayer yo lo crea. Repitiéndome que trabajo en lo que me gusta, que gracias a eso los pacientes reciben una sonrisa y un poco de esperanza, que nos necesitan. Me prepara un entrenamiento para desconectar, para reponer energía, para libera la mente.

Una llamada a los abuelos y abuelas que tanto se echa de menos por no poder ver desde hace un mes. Todo por el maldito miedo al contagio, ese miedo que nos persigue día tras día. Esa llamada nos conecta con ellos, nos recuerda que están bien, que solo quieren que nosotros también lo estemos, y nos recarga las pilas para volver al día siguiente, para luchar, para luchar como sociedad, como equipo.

Seas reponedor o reponedora en un supermercado, limpiadora o limpiador, administrativo o administrativa, médico o médica, enfermero o enfermera, auxiliar de enfermería, personal de mantenimiento, celador o celadora, técnico o técnica de rayos, transportista, voluntario o voluntaria que, desinteresadamente, han hecho mascarillas, pantallas protectoras, gorros o todo aquello que hemos ido pidiendo para intentar fabricar medios que no teníamos.

Que hacen esos vídeos para que los niños y niñas que aguantan como campeones en casa estén un poquito más entretenidos y descubran cosas nuevas, esas organizaciones y asociaciones que han salido de la nada para que las personas más vulnerables no estén solas y no se pongan en riesgo mientras tienen cubiertas todas sus necesidades.

Esas video llamadas, esos WhatsApp preocupándose, interesándose por cómo estamos y un largo sinfín de personas que formamos esta sociedad y que hacemos que día a día esta batalla esté a nuestro favor, sin necesidad de que nadie nos diga cómo, sólo con nuestro esfuerzo, y nuestras ganas de que todo salga bien.


Lo que nos trajo el Covid-19

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