Читать книгу Lo que nos trajo el Covid-19 - Mª Gema González - Страница 12
ОглавлениеCapítulo 4
UN DÍA EN LA UCI
Suena el despertador, suena tarde, anoche tampoco dormí bien. Lo normal desde que comenzó esta pesadilla.
Me tomo el café con desgana, y algo de comer, ducha rápida y al hospital. Hay que salir antes de casa, el metro va lento y tardo mucho más en llegar, la parada del Hospital del Henares sigue cerrada y hay que coger un autobús. Siempre te encuentras a alguien del hospital, puedes hablar, incluso hacer alguna broma y reír. Algún privilegio teníamos que tener al trabajar todos los días, me consta que es lo que más echan de menos los que no pueden salir de sus casas.
Se ve el Hospital de lejos, y ya empiezo a temblar, tengo una mezcla de miedo y cabreo, pero generalizado. Una vez dentro me calmo, intento pensar que es un día normal, con pacientes normales, me concentro en mi trabajo, pero es difícil.
Al entrar en la UCI hay mucha gente, somos más del doble de lo habitual. Nuestra UCI cuenta habitualmente con 8 camas, en invierno hay 10, ahora tenemos 16. Se dice pronto, pero hemos doblado nuestra capacidad en un tiempo record, se ha contratado a mucha gente, gente estupenda que le está poniendo muchas ganas. No quiero ni pensar qué hubiera sido de mí si tengo que empezar a trabajar en una UCI en estas circunstancias. Llevo aquí 4 años y aún me quedan cosas por aprender. El problema es que estamos todos aprendiendo sobre la marcha.
La UCI es un servicio súper especializado, manejamos mucho aparataje y medicación que sólo usamos aquí. No son sólo respiradores, que también, cada paciente tiene su respirador, su monitor, capnógrafo, BIS, sistema de aspiración cerrado, entre 4 y 6 bombas de perfusión, con drogas y aminas, catéter central, catéter arterial, sonda vesical, sonda naso-gástrica, sistema de nutrición enteral, a veces shaldom y hemofiltro. Todo esto en dos pacientes por enfermera.
Nuestro trabajo habitual en tiempos de coronavirus es una mala tarde de antes. A veces pienso que me conformo con que en mi turno no les pase nada, sólo sobrevivir al turno.
Hoy ha habido mala suerte, ha fallecido un paciente, así que tenemos una cama libre, eso significa que tendremos un ingreso. En principio viene un paciente de la CMA, eso significa que traerá todo hecho (intubado, con vía central y arteria ya puestas), pero al final hay una emergencia en urgencias, sube un paciente para intubar. Cambio de planes. Hay que buscar mascarillas para intubar, ffp3, son de las que menos hay, monta corriendo las gafas nasales de alto flujo, hay que preoxigenar. Viene muy malito, tiene miedo, cojo su mano: “no te preocupes, te vamos a dormir y todo va a salir bien”. Está asustado, y yo también. No siempre van bien, pero hay que intentar que su último pensamiento no sea de pánico, tiene que confiar en nosotros, a pesar de que apenas nos ve los ojos tras el casco y la gafas, la boca tapada con la mascarilla y esa bata tan larga, parecemos extraterrestres.
Nos cuesta intubarle, pero al final el intensivista lo consigue, no remonta, lo habitual, cuesta mucho ventilarles, apenas les queda pulmón para meterles aire. Está muy malito, mientras el intensivista le canaliza la vía central yo me centro en canalizar un catéter arterial, casi no tiene tensión, cuesta, pero no sé ni cómo lo consigo, otra compañera le pone la sonda vesical, la naso-gástrica nos cuesta más. Los compañeros de rayos le hacen un portátil, para comprobar el tubo y los catéteres, todo está bien, nos cuesta, pero le conseguimos estabilizar. En total unas 3 horas dentro del box. Sales sudando, jadeando, apenas se respira con esa puñetera mascarilla. Hoy ha habido suerte.
Mis compañeras me están esperando con un vaso de agua fría para recobrar el aliento, pero aún me queda otro paciente por ver.
Así mis 7 horas de turno de tarde, entre medias los mejores momentos cuando estamos fuera, risas y bromas que nos permiten mantener la cordura dentro de esta sinrazón. Nos sirven para evadirnos y desahogarnos.
Las cartas que les leemos a los pacientes. Mensajes de voz de sus familias. No sé cómo pero nos encuentran, y claro que se los hacemos llegar, aunque a veces no sepamos si los escuchan, hay que hacerles llegar las buenas vibraciones de sus familias y de anónimos que quieren levantarles el ánimo.
Son las 20h, nos aplaudimos a nosotros mismos para levantarnos el ánimo, ya que, cada vez es más difícil mantener la moral de la tropa. Los días pasan y no nos desatascamos en la UCI, dicen que están mejorando las cosas, pero aquí no nos ha llegado aún, y no sabemos si nos llegará…
El turno ha sido duro, salgo cansada, respiro algo de aire al salir a la calle, a pesar de la mascarilla, “mañana será un día mejor, seguro”, eso me digo cada noche al salir del hospital. Me despido de una compañera que coge el bus para irse al hotel que han habilitado para sanitarios. No quiere estar en casa para no contagiar a sus padres, ese es otro de nuestros miedos, nuestras familias, no queremos ser un caballo de Troya en casa.
En casa es peor, agotada, toda la ropa a la lavadora, y directa a la ducha. En silencio mentalmente repasas el día, qué has hecho, qué podías haber hecho. Mi sensación es que no hacemos nada, sólo les damos soporte hasta que ellos mismos pasan la enfermedad. Pero sé que no es así, es que no podemos hacer nada más.