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Bruselas, marzo de 2017


Desde el primer momento, para descubrir realmente de qué naturaleza eran las acciones de Larry Belfiori, se pensó en una trampa, pero, a pesar de micrófonos y cámaras escondidos, no se descubrió ningún contacto con contrabandistas o criminales de otro tipo.

Hasta que un día, que para los agentes se presentaba como el enésimo que iba a transcurrir entres cafés, cigarrillos y un continuo sorber de bebidas, una explosión en el interior de uno de sus muchos pisos facilitó lo que luego resultaría ser su fuga.

Como si de repente el espiado no hubiera sido Larry Belfiori y cualquiera que hubiera estado a su lado, sino los propios agentes que lo vigilaban.

Se hilvana así una investigación improductiva para recabar información de la frontera belga, de Francia y otros países limítrofes, pero ninguno parecía saber dónde se encontraba Larry Belfiori.

Lo habitual era pasar horas en lo que los agentes del FBI habían identificado como su oficina.

Que se encontraba dentro de una de sus viviendas.

En estas casas, aparte de él, la única persona que tenía siempre acceso libre era la que se suponía que era su mujer.

Que tras investigaciones más profundas se descubrirá que era Danielle Hudson, ciudadana belga y estadounidense.

Pero también podría haber sido un nombre falso, una tapadera.

Los agentes sabían dónde se alojaba y extrañamente tampoco ella tenía contactos con otras personas distintas de Larry Belfiori.

Salvo pasar con él alguna noche, no solían convivir; ella tenía su casa, de la cual pagaba el alquiler.

Aparte de algún beso excepcional (que los agentes luego relacionaron sobre todo con el hecho de que los dos sabían que estaban siendo espiados) en el interior de las paredes domésticas, no había nada que hiciera pensar que fueran pareja, ni un contacto, ni una discusión concreta.

Y los agentes querían ver hasta qué punto Danielle Hudson era una cómplice.

Se apostaron durante días delante de la que entonces debería haber sido su casa.

Finalmente notaron algo: un hombre, no muy joven, que entraba en el piso, forzando rápidamente la cerradura de la entrada.

De inmediato, Joseph Nicosia, de acuerdo con Paul Mary, se puso la ropa de agente de policía y, haciendo uso de su francés casi perfecto, se preparó para detener, arrestar y eventualmente interrogar a quien en condiciones normales se habría podido considerar como un ladrón a todos los efectos.

Convencidos los agentes de que en un piso como ese no se podía tratar de un ladrón, decidieron actuar de inmediato.

Por el contrario, increíblemente, se producirá un breve tiroteo del que ambos salieron ilesos y luego los agentes buscaron encontrar alguna pista adicional después de que su objetivo tuviera tiempo de huir por piernas.

Pero no hubo ningún éxito, ni en la búsqueda del fugitivo, ni en las pistas, imposibles de encontrar en los muebles y puertas del piso.

Un detalle que se les había pasado por alto era que el hombre llevaba gruesos guantes de piel.

Un detalle en todo caso de poca importancia, porque lo importante habría sido detenerlo.

Podía ser un hombre de Larry Belfiori y por los indicios no se averiguó gran cosa.

Pero al FBI llegó una comunicación a través de Internet donde se especificaba que el hombre en cuestión se encontraba en ese piso para una operación encubierta en relación con la investigación secreta promovida por el juez Price en sus enfrentamientos con Larry Belfiori.

Además, resultó que alguien había contactado con la policía de Bruselas para saber si algún agente de policía se encontraba en ese piso para impedir un robo, y se le dijo que no había ningún agente en una operación similar.

Eso explicaba el enfrentamiento con los hombres de Paul Mary.

Se hizo el retrato robot del hombre con el que se había topado Joseph Nicosia, un hombre aparentemente de los servicios secretos británicos, contra quien se formularon las acusaciones con no pocas dudas.

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