Читать книгу Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947 - María Angélica Illanes Oliva - Страница 12
Capítulo I Campesinos y campesinas. Rostros y condiciones de vida y trabajo 1. Las distintas figuras del campesinado chileno
Оглавление«Mi patrón era hermano del Presidente; ellos eran de las ‘cincuenta familias’ que se llamaban en ese tiempo. Venían de la Colonia y tenían todo el poder en sus manos. Yo nací en el campo (…) No tuve niñez, ni ninguno de los compañeros de mi edad, no tuvimos juventud, porque, en aquel tiempo, cuando un niño tenía apenas cinco o seis años, debía estar trabajando con el padre, andar detrás del padre con una palita, un azadoncito, y había que limpiar la chacra o las acequias. Tenía que trabajar, porque no se podía vivir con lo que el patrón le pagaba al papá.
«Cuando tenía trece años, comencé a trabajar en el fundo, por allá por el año 27. Ahí me pagaban $1 por el día, así que trabajaba seis días y me ganaba $6; me pagaban cada quince días, eran $12 en los quince días y no pagaban los domingos. Luego, en el año 31, cuando yo tenía diecisiete o dieciocho años, entré a trabajar más de fijo en el fundo: sin libreta porque era menor de veintiún años. En ese tiempo había que ser mayor de edad para ser obligado o inquilino, así que fui voluntario; el voluntario ganaba más: si el inquilino ganaba $1, el voluntario ganaba $1,50. En los dos años que estuve de voluntario aprendí muchos oficios. Nos pagaban a trato, según nos daban por potrero. Así, pues, tenía diecisiete o dieciocho años cuando mi padre quedó sin trabajado y me dijo: ‘le hablo al administrador si te recibe’. Le dijo que sí y me pusieron en las carretas; había que aprender a manejar las carretas, sobre todo porque eran con cuatro bueyes y las cuestas eran muy angostas en los potreros. Para todo había que tener cuidado, fijarse, tener responsabilidad en las cosas.
«La vida era muy sacrificada, y la pobreza era enorme, viera usted la pobreza. En el campo en que se criaba uno era mucha la pobreza, mucha injusticia, y la pobreza la llevaban allá los mismos ricos, por eso no los perdono. (…) El patrón nos daba la casa, pero era un rancho, qué le voy a decir. Entregaba la casa, pero lo demás corría por cuenta del inquilino (…) tenía que hacerse cargo de todo, de la reparación, por ejemplo; cuando llovía, poníamos cueros enteros de animales en las camas. Hacíamos un zanjón por dentro de la pieza para que saliera el agua: esas eran las casas que nos daban los patrones, y así vivíamos. Los niños semidesnudos, a patita pelada, no conocíamos los zapatos. (…)
«Recuerdo que el año 1931 fue cuando entré a trabajar por la ‘obligación’ de la casa; trabajé durante treinta años, todos los días del año, sin vacaciones. Trabajaba en un establo, primero como ayudante de quesero, después quedé de maestro quesero. Calcule usted, ¡treinta años vegetando! Pero el sacrificio lo hacía porque necesitaba, tenía necesidades yo.
«No había vacaciones, ni lluvias, ni festivos, ni una cosa, trabajar y trabajar… No me importaba sacrificarme, trabajar de las 4 de la mañana para ir a almorzar a las 12 a la casa, volver a las 4 de la tarde y hacer el mismo trabajo; llegaba a las 12, a la 1 de la madrugada. La Rosario y mi madre me esperaban con una comidita caliente y me iba a acostar, porque ligerito tenía que estar en pie a las 4 de la mañana. Dormía tres horas o cuatro horas mucho. Así que llegaba a almorzar a las 12, me quedaba dormido y tenía que irme de a pie un kilómetro; dormía un sueñecito y me despertaban para irme al trabajo. Trabajé casi veinte años así.
«Antes no teníamos sueldo. Yo pagaba la ‘obligación’ por la casa, un tanto por el sitio, un tanto por cada animal, hasta por la leña que sacaba del sitio. Luego el gobierno de Ibáñez nos puso un sueldo: dijo que el patrón tenía que pagarle un tanto por ciento en dinero al inquilino. Si lo tomaban a $1000, tenían que pagarle $50, era un mínimo. Así que cuando estuvo Ibáñez puede decirse que tuvimos un sueldo por primera vez.
«Cuando nos pagaban, a veces nos íbamos a cobrar al lado del río; ahí había un caballero que tenía el almacén del fundo. Él fiaba y le cobraba a la gente quincenalmente, y cuando sacaba las cuentas, había meses en que a uno le alcanzaba justo. El dueño del almacén era el pagador también; uno veía a la gente medio vivir no más. Y como dicen, lo fiado cuesta caro, pues. Póngale que a usted le pagaban el mes de mayo, junio y, al terminar la cosecha, venía usted y liquidaba toda la cuenta. Y a pedir fiado otra vez, porque con lo que se ganaba le alcanzaba para la harina, ya que se hacía el pan en casa; se vendían los animalitos en septiembre, octubre y, a medida que engordaban, se iba pagando… Una vida completamente vegetal, uno vegetaba años y años, y nunca ganaba, nunca surgía. Y así vivía la gente, todos nosotros.
«Pero, por una parte, la misma gente tenía la culpa, porque no hacía nada por salir de esa rutina. Y como le digo, veníamos a pagarnos ahí, en un mesón largo: aquí estábamos pagándonos y en la otra punta, a unos cinco metros, estaba el dueño vendiendo vino; tenía bodega el caballero y traía vino al almacén. Entonces la gente que llegaba a comprar, se tomaba una cañita…, pero si se tomaban una caña, les daban ganas de tomarse la otra y entonces se curaban. Se la tomaban la platita. ¿Por qué –digo yo– tener ahí mismo la tentación para la gente que le gustaba el trago? No les importaba»45.
Según el censo de 1930, la población chilena alcanzaba a 4.287.445 personas, de las cuales 2.168.224 correspondía a población rural; el 50,6%46. De éstos, 506.341 eran asalariados agrícolas: 104.569 inquilinos, 238.158 obreros agrícolas y 11.081 empleados. De acuerdo a cifras de la Inspección General del Trabajo para 1936, el personal agrícola se concentraba en la provincia de Santiago (41.655), Talca (23.042), Ñuble (28.995), Cautín (29.031) y Valdivia (25.595)47.
¿Qué entenderemos por campesino? En general en América Latina, este concepto abarca «tanto la idea de un campesino puro, como también la de uno que comparte elementos con los trabajadores agrícolas, ya sea porque vende parte de su mano de obra o porque contrata trabajadores temporales»48. Para el caso de Chile, el concepto de campesino es aún más amplia y general:
En la experiencia chilena, desde que se generaliza el empleo del término campesino y se hace referencia a los «campesinos» o al «campesinado» (…) el concepto se ha utilizado en sentido amplio, abarcando el conjunto de las poblaciones que trabajan la tierra bajo distintos sistemas o estructuras. El término campesino ha adquirido así una connotación claramente antropológica, al abarcar a todos quienes, viviendo en el medio rural, realizan directamente con sus manos las labores de campo, en oposición al de agricultor, terrateniente o patrón49.
En esta misma línea conceptual, cuando aquí hablamos de campesinos en sentido amplio, hacemos referencia –siguiendo también la orientación de los propios documentos– a aquel que trabaja la tierra con su cuerpo y con el de su familia, ya sea vendiendo su fuerza de trabajo o trabajando por cuenta propia. No obstante, diferenciamos al campesinado independiente (pequeños propietarios, colonos, ocupantes) de lo que llamamos campesinado hacendal o apatronado, nominación que aquí incluye a los medieros, inquilinos y trabajadores rurales en sus diversas capas, rostros y relaciones (de los cuales daremos definiciones en detalle en los párrafos siguientes), todos los cuales quedan, de uno u otro modo, directamente subordinados al terrateniente.
Desde el punto de vista productivo, el campesinado independiente (como también el mediero o aparcero y también otras figuras independientes como los mapuche) con la venta de sus productos en el mercado local no busca y/o no logra obtener utilidades que le permitan reinvertirlas con fines de mayor producción, «sino sólo conseguir dinero para comprar aquellos bienes que no puede producir en su predio, o para hacer los gastos que le permitan mantener o aumentar su status en la comunidad. El campesino es, por consiguiente, un productor de subsistencias»50. Por su parte, a los mapuche los denominamos específicamente como su nombre lo indica: mapuche o gente de la tierra.
En general, todos estos grupos comparten en común el ser cultivadores de la tierra a través del trabajo de su cuerpo entregado directamente a ella y con el fin de producir su subsistencia familiar o comunitaria, quedando, por lo general, críticamente sometidos a las fuerzas dominantes existentes dentro y fuera de las grandes propiedades, las que han tomado el control histórico del territorio y del país.
¿Cuáles eran los distintos rostros y figuras del campesinado chileno en esta época?
Los campesinos, en su rostro de pequeños propietarios independientes, existieron desde la época colonial y crecientemente durante la fase republicana, a menudo como resultado de los procesos de parcelación de los «pueblos de indios» que se iniciaron en la década de 183051, por subdivisión de haciendas o por «venta de las tierras marginales de las haciendas», dando origen a lo que se ha denominado campesinado parcelario. En el siglo xx, la expansión de La Frontera hacia el sur del país, favoreció la formación de pequeños campesinos, ya por entrega de parcelas a los soldados de la conquista de la Araucanía, a los inmigrantes o, como veremos, a través de algunos «reconocimientos» de campesinos ocupantes de tierra fiscal en la zona. Según los estudios de Rigoberto Rivera, la tierra asignada a los mapuche abarcó el 5% de la superficie del territorio de La Frontera, mientras la pequeña propiedad en la zona no alcanzaba a más del 10% de la tierra. El cálculo por proyección permite a Rivera establecer que, tomando cifras de Mac Bride, sólo el 5% de la superficie agrícola del país se encontraba dividida en predios de reducido tamaño, con un total de unas 100.000 unidades prediales, con una estimación aproximada de 140.000 pequeños campesinos «con una población de unas 800.000 personas; es decir, más o menos un tercio de la población rural de la época»52. En el curso del siglo xx se habría producido una relativa subdivisión de las haciendas por ventas o herencia, mientras aumentó –especialmente a partir de la década de 1930– el proceso de parcelación de «áreas de tierras marginal y submarginal, lo que dio lugar a un mayor porcentaje de explotaciones de subsistencia»53. En 1936, George Mac Bride observaba que si bien en la zona central había que «rebuscar para encontrar» a los pequeños campesinos, estos estaban aumentando:
Los corredores de predios rústicos que hasta hace poco se concretaban exclusivamente a grandes transacciones (…), se afanan ahora por encontrar pequeños retazos. Los arrendatarios tratan de adquirir el suelo que trabajan; los medieros, compran, por su parte, las parcelas que se les ofrecen; mientras que una cantidad de profesionales, empleados públicos y los más prósperos de la clase de los artesanos, están ansiosos de comprar algún pequeño fundo o una chacra que aumente su renta y les proporcione al mismo tiempo un lugar de retiro54.
Este interés por la tierra que surge de la crisis del empleo urbano y de faenas en los años veinte y treinta va a ser también estimulado, como trataremos más adelante, por la ley que creó la Caja de Colonización Agrícola (1928), otorgando facultades y recursos al Estado para el fomento de la pequeña propiedad parcelaria y cooperativa en el país. «Es destacable que, entre 1929 y 1964, este organismo parceló un total de 1.069.764 hectáreas, creando 5.735 nuevos pequeños propietarios». El censo de 1955 permitió establecer que, entre 1924 y 1955, los campesinos parceleros «habían incrementado su peso relativo desde un tercio a dos tercios de la población rural pobre»55.
Según documentos de la prensa de época, este campesinado parcelario, es decir, con propiedad de tierra, se dividía en diversos grupos o capas con funciones claramente definidas. 1) Por una parte, se podía identificar al llamado «campesino pudiente» que, si bien contrataba mano de obra asalariada beneficiándose de su trabajo, sufría la expoliación del gran terrateniente, de las casas compradoras de cereales, de la usura de los bancos y de los impuestos y contribuciones del Estado. 2) En segundo lugar, estaba el «campesino medio», con parcelas de baja calidad con una extensión entre 50 y 200 hectáreas, que trabajaba principalmente con medieros y contrataba asalariados en tiempos de cosechas; este segmento sufría la misma expoliación antes señalada por parte de terratenientes y mayoristas que le obligaba a vender su producción a muy bajos precios, sufriendo, además, con las excesivas contribuciones y con la falta de crédito. 3) En tercer lugar, existía el «campesino pobre», quien atravesaba una situación «completamente desesperada». Con parcelas ya cansadas, no superiores a 50 hectáreas, trabajaba con su familia, con escasos recursos productivos, empobrecidos por patentes y contribuciones, siendo, además, víctima de «acreedores inescrupulosos que le obligaban a firmar contratos leoninos» que los conducían a la ruina. Sus ingresos anuales no excedían de $12.000. 4) En cuarto lugar, se podía distinguir a un numeroso segmento identificado como «semi-proletariado agrícola», con parcelas insuficientes para mantener una familia, por lo que este grupo se asalariaba parte del año en fundos aledaños o en otras actividades, sufriendo una doble explotación, ya como campesino, ya como asalariado agrícola56. 5) Finalmente, existía la figura del «arrendatario-chacarero»: un campesino que arrendaba cuadras de tierra para sembrar chacras cuyos productos vendía directamente en el mercado de la ciudad. «Los arriendos que paga son siempre sumamente subidos, por ejemplo, en la provincia de Santiago, los hacendados cobran los arriendos a razón de $3.000 la cuadra al año, en circunstancias que por ella el propietario suele pagar menos de $50 de contribuciones»57.
Por su parte, los asalariados del campo habían cambiado de status legal a partir del Código del Trabajo de 1931 que legisló no sólo para los trabajadores urbanos, sino también para los campesinos. En dicho Código, los «obreros agrícolas» quedaron definidos como «los que trabajan en el cultivo de la tierra, como los inquilinos, medieros y voluntarios en general, y todos los que laboran en los campos bajo las órdenes de un patrón y no pertenezcan a empresas industriales o comerciales derivadas de la agricultura»58. Definición amplia e inclusiva que incorpora a todos los rostros del campesinado apatronado. En el Código se establece la obligación de contrato de trabajo, la exigencia al patrón de proporcionar habitación higiénica al campesino; se reglamenta el trabajo de medieros, aparceros e inquilinos, liberándolos de la obligación de venta forzosa de sus productos al patrón, y se impone la obligación de un desahucio por el despido de inquilinos (2 meses) y de obreros de temporada (6 días)59. De este modo, el campesinado de fundos y haciendas pasó a formar parte del sistema legislativo nacional, en un mismo status que el resto de los trabajadores del país.
Respecto de estos campesinos-de-hacienda o apatronados, distinguimos: el inquilino, definido por la ley como «el obrero agrícola que tenía habitación para él y su familia y ración de tierra en potrero, (estando) facultado para enviar reemplazante», definiéndose a este último como «el obrero agrícola que trabajaba por cuenta y cargo del inquilino a quien reemplazaba»60. Estos inquilinos trabajaban de sol a sol y sus mujeres acudían a la ordeña de vacas de madrugada, antes de la salida del sol, a cambio de un exiguo salario. «En general, toda la familia debe servir obligatoriamente en el fundo»61.
El reemplazante o voluntario: «era el obrero agrícola que residía en el fundo y trabajaba ocasionalmente y permanentemente en el fundo por un salario y ración de comida»62; más que a menudo los «voluntarios» vivían en casa de los inquilinos como allegados. Estos voluntarios reemplazantes u «obligados» a veces recibían el apelativo de «Juanillos»:
«Juanillo» es llamado el obrero que trabaja en un predio agrícola sin que haya sido llamado o contratado por el patrón sino como sustituto o reemplazante de un inquilino. Este último es quien celebra el contrato de trabajo con el dueño del fundo y quien recibe los beneficios de casa, ración de tierra para siembra, talaje, etc. (El inquilino) que se dedica a trabajos propios de su hogar o profesión y que no presta servicios en el fundo, busca para que trabaje por él o, más propiamente, para que «cumpla la obligación» inherente a su calidad de inquilino, a un obrero, al «Juanillo»63.
Este trabajador-voluntario-obligado, que existía específicamente en la zona central agrícola (de Biobío al sur no pesaba sobre el inquilino la obligación de «echar peón»64), si bien recibía el sueldo correspondiente al inquilino, más un sobresueldo pagado por éste, no figuraba en las planillas de pago del fundo, por lo que no recibía imposiciones de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio, no tenía goce del feriado legal anual, como tampoco tenía derechos derivados de falta al trabajo por enfermedad; es decir, no tenía ninguno de los derechos modernos establecidos en el Código del Trabajo. Este obrero agrícola hacía el mismo trabajo que el inquilino, «con la tremenda diferencia de tener que trabajar de noche, no tiene casa donde vivir y, por ello, se ve obligado a agregarse a alguna familia de inquilinos o dormir en los pajales»65.
El hecho de que los reemplazantes voluntarios o Juanillos habitasen en casa de los inquilinos de la hacienda, aseguraba al patrón una disponibilidad permanente de mano de obra, sin mayores obligaciones que el jornal con ración de comida sólo en días trabajados, no estando obligado el fundo a proporcionarles trabajo estable, por lo que sufrían cierta cesantía durante el invierno. Sin embargo, se calculó que en la zona central los inquilinos trabajaban un promedio de 270 días al año y los voluntarios unas 240 jornadas. De este modo, los inquilinos constituyeron «la base fundamental de reclutamiento de fuerza de trabajo» para la hacienda, caracterizado como una «especie de contratista de mano de obra ya que se obliga a proporcionar al fundo o hacienda una determinada cuota de trabajo, para lo cual aporta el suyo, el de sus familiares o allegados o incluso puede pagar a otros asalariados o inquilinos»66.
Por su parte, la economía patronal contaba con los medieros, entre los que se podía distinguir: a) el inquilino mediero que, reuniendo las condiciones del inquilino común, trabajaba en medias con su patrón; este último le entregaba 3 ó 4 cuadras de tierras, debiendo poner el inquilino mediero los animales y las herramientas; si el patrón ponía la semilla, le debía ser devuelta al momento de la cosecha, cuyo producto se repartía en partes iguales entre el patrón y el inquilino. Mientras realizaba este trabajo, «el inquilino debe poner en su reemplazo 1 ó 2 obreros pagados por él, a fin de que trabajen para el patrón»67; b) la del mediero apatronado que eran aquellos trabajadores agrícolas que «trabajan en un fundo o hacienda en medias con su patrón bajo su inmediata dependencia y, por lo general, sin elementos propios de explotación», y c) los medieros propiamente tales, que corresponden, por lo general, a pequeños campesinos que trabajaban en forma independiente y con elementos propios y que «contratan la explotación de cualquier labor agrícola con el fin de repartirse las utilidades con el propietario, tenedor o arrendatario de un predio rústico, sin que exista entre ambos la dependencia o subordinación que crea el vínculo patrón-obrero»68. El patrón, en este caso, ponía únicamente la tierra, mientras los «hijos del mediero deben obligatoriamente trabajar para el patrón en el fundo en vez de ayudar a su padre»69. En el centro del país, el sistema de mediería jugaba un importante papel. «Entre Aconcagua y Colchagua el 18% de la superficie con cultivos anuales era explotada en medias, cifra que subía al 34% entre Curicó y Ñuble»70.
La cosecha de los campesinos y mapuche en sus medierías y comunidades tenía bastantes pérdidas: se hacía, por lo general, en máquinas «malas, viejas, que no alcanzan a refregar todo el grano que tiene la cabeza del trigo». Deducida la semilla que debía pagarse al patrón, cuando se hacía la molienda en el pueblo, había que trasladar las gavillas amontonadas en carretas de bueyes sin resortes, por malos caminos, por cerros, golpeándose las «cabezas de trigo, desparramando para las torcazas y perdices» y a veces dándose vuelta la carreta en la falda de algún cerro… luego había que pagar la «maquila» (costo de la molienda) que en el sur era unos 14 kilos por saco de m/m 100 kilos71. No alcanzaba al mediero para la alimentación de su familia durante todo el año; con el hambre y el frío del invierno, el mediero acudía al patrón para pedirle prestados algunos kilos de trigo, papas y legumbres, que debía pagar con la cosecha venidera, en un círculo vicioso del que no podía salir…72.
El inquilinaje y la mediería permitían a los patrones lograr cuatro propósitos: a) tener atada a la explotación la mayor parte de la fuerza de trabajo que les era necesaria; b) remunerar con especies abundantes y a bajo costo, evitando desembolsos mayores en dinero; c) evitar la contratación en períodos muertos, mediante el expediente de los voluntarios vinculados a la explotación que sólo eran ocupados según las exigencias temporales del calendario de labores y mediante la contratación de afuerinos, y d) mantener un fuerte control social sobre familias arraigadas al fundo o hacienda por generaciones73.
Desde el punto de vista de los inquilinos, la principal compensación de su trabajo y obligaciones en la hacienda era, sin duda y a pesar de las malas condiciones de la vivienda, la posibilidad de «habitar» allí con su familia en forma relativamente estable, es decir, realizar y forjar su vida e identidad como trabajador de la tierra, como campesino. «Ser ‘apatronado’ era mejor que ser ‘proletario’, sin trabajo permanente, sin un lugar donde residir y una vivienda en que habitar»74.
Finalmente, estaba el grupo más numeroso constituido por los asalariados agrícolas o proletarios del campo, trabajadores a trato, que podían adquirir las figuras de «peones residentes», «afuerinos», «pisantes», etc. Por lo general, «no tienen arraigo en los fundos en que trabajan, vagando de fundo en fundo, algunos con mujeres e hijos, durmiendo en pajales o galpones, ganando bajos salarios»75. Estos «afuerinos» eran contratados en tiempos de máxima demanda, por lo general en tiempos de cosecha; muchos de ellos provenían de la agricultura campesina minifundista o eran pobladores sin tierra de aldeas rurales y que se desempeñaban como «trabajadores migratorios»76. La mayoría de estos proletarios campesinos eran peones progresivamente desenraizados de la tierra, que seguían engrosando, desde la época colonial, la población de vaga-mundos en los caminos de Chile77.
Desde Aconcagua a Biobío, al interior de los fundos y haciendas del centro del país, se conformaba una «estructura laboral piramidal», en cuya cúspide el patrón delegaba sus funciones en un «administrador» secundado por una serie de «supervisores llamados mayordomos, capataces y sotas (vigilante de diez hombres)», quienes tenían bajo su mando a los trabajadores-campesinos en sus distintas figuras: inquilinos, reemplazantes u obligados, voluntarios, afuerinos, peones78.