Читать книгу Movimiento en la tierra. Luchas campesinas, resistencia patronal y política social agraria. Chile, 1927-1947 - María Angélica Illanes Oliva - Страница 8
Introducción
ОглавлениеEl Amo no es el hombre verdadero, no es sino una etapa. Es aún un obstáculo, no será jamás «satisfecho» (befriedigt) por el reconocimiento, pues sólo esclavos lo reconocen. Es el esclavo quien devendrá hombre histórico, hombre verdadero (…)2. Hegel-Kojève
Atardecía en la primavera de 1940 en Chimbarongo, pueblo rural del valle de Colchagua, regado por el río Tinguiririca. A pesar de haber consumido ya la jornada de trabajo de ese día viernes 8 de noviembre, Luis Zelada se subió a una camioneta de la Oficina de Caminos de ese pueblo, acompañado de Miguel Ángel y Pedro Céspedes, dirigentes sindicales de la CTCH de San Fernando y de un campesino guía, con el fin de asistir a una reunión con los trabajadores agrícolas del Fundo Santa Isabel. Inquilinos y voluntarios de ese fundo habían solicitado su asesoría como inspector del Trabajo de San Fernando para la correcta y legal presentación de un Pliego de Peticiones (P/p) al patrón Julián Aguirre, propietario del predio. Esa tarde de viernes se juntarían en la casa de uno de ellos, ubicada al interior del mismo fundo, para elaborar un petitorio.
Eran las 20 horas cuando el chofer de la camioneta tomó la ruta hacia el este que conducía a su destino, observando los fundos colindantes que se sucedían: Mariposa, Santa Eugenia, La Carlina, San Antonio… En el trayecto, el grupo de la camioneta se cruzó con un huaso a caballo, al que el trabajador que les guiaba identificó como el hijo del patrón, Román Aguirre. Se detuvieron al llegar a la falda de un cerro que impedía a la camioneta seguir avanzando. Ahí la dejaron en espera, custodiada por su chofer, mientras Zelada y sus acompañantes siguieron a pie hasta alcanzar la casa del trabajador «voluntario» José Manuel Araya, donde les esperaban para efectuar la reunión. Ya eran las 9 de la noche cuando llegaron y de inmediato se levantó acta legal de la reunión que congregaba a 28 inquilinos y voluntarios, estampando en un pliego su demanda de aumento de jornales y mejoramiento de sus condiciones de vida, verificando Zelada que dicho acto hubiese cumplido con el protocolo exigido por la ley. Pasadas las 11 de la noche terminó la reunión, caminando el inspector y acompañantes durante veinte minutos a pie y a oscuras de regreso hacia la camioneta, portando las copias del acta y Pliego bajo el brazo, las que debía presentar el día lunes a la Junta de Conciliación de San Fernando.
En el trayecto de regreso, el chofer Aravena les relató que, mientras les esperaba, se le había acercado aquel huaso a caballo con quien se habían cruzado en el camino. «–¿De quién es el bicho que maneja?», le había preguntado. «–Buenas tardes. Este vehículo pertenece a la Oficina de Caminos de San Fernando y está siendo ocupado ahora por uno de los jefes de la Inspección del Trabajo y dirigentes sindicales, que tienen una reunión con el personal del fundo», había respondido Aravena.
En plena noche la camioneta avanzó de regreso, camino abajo… de pronto topó con un portón cerrado con candado que les impedía continuar. Se bajaron. Llamaron por los alrededores y golpearon la puerta de una casa cercana, de la que salió una voz informándoles «que los patrones habían salido llevándose la llave y que regresarían posiblemente en una hora más». Así, no les quedó más que esperar…
Pasada la medianoche, vieron acercarse unos bultos con linterna llegados en un automóvil. Zelada se bajó rápidamente con el fin de identificarse reparando, con abierta sorpresa, que se trataba de varios carabineros armados, encabezados por el hijo del patrón, Román Aguirre. Ante esta oscura escena, el inspector pudo darse cuenta de que el cierre de la puerta no había sido «un acto casual, sino un acto premeditado, una especie de secuestro, para lograr entregarnos a Carabineros en calidad de sospechosos, violadores de la propiedad privada». Considerando que lo que sucedía constituía un «flagrante atropello» a su dignidad funcionaria, máxime cuando se hallaba allí en «un acto de servicio», Zelada increpó a Aguirre, quien, a su vez, enrostró a Zelada el hecho de haber «entrado sin permiso al fundo, al cual podía impedirse la entrada de personas extrañas, y que venía a hacer política». Ante esta acusación, el inspector Zelada aclaró al patroncito que él no estaba obligado a pedir permiso para transitar en un camino abierto que colindaba con el fundo «Santa Isabel», y que él no era un «extraño», sino un funcionario del Trabajo en servicio que no había venido a su fundo, sino a la casa del voluntario José Manuel Araya, donde se había efectuado reunión, no con fines políticos, sino para la presentación de un Pliego de Peticiones (P/p) «por las vías legales, evitando así una huelga ilegal o cualquier acto que viniera a entorpecer las labores del fundo».
Uno de los carabineros armados, vestido de paisano, dijo a Zelada que concurriera a la tenencia de Chimbarongo a explicar al teniente Renom lo ocurrido. Subieron a la camioneta los cuatro carabineros armados, llegando los dos vehículos a la tenencia avanzada la madrugada, donde Zelada conversó con el teniente Renom, quien se hallaba enfermo. Este le dijo al inspector que había acudido Aguirre allí «en demanda de auxilio por temer algún asalto de unos desconocidos que se hallaban en su fundo en una camioneta», ante lo cual no había podido sino acceder a su petición de una fuerza policial. El inspector, en presencia de Aguirre, le relató al teniente los motivos de su concurrencia al fundo Santa Isabel, cual era el de la «legalización de un Pliego de Peticiones», apoyo que consideraba necesario «dado el régimen de terror implantado en el fundo por el Sr. Aguirre». Encarando directamente a Aguirre delante del teniente, el inspector lo culpó de querer «tomar represalias en contra de funcionarios del trabajo» y de que su «secuestro» y su traída a la tenencia con carabineros armados no era sino una «venganza» en su contra «por la multa a que se le había condenado en julio pasado por la visitación que se le había hecho no hacía mucho al fundo»; que la reunión que había sostenido con el personal «no podía tener otro origen que el querer sacarlos del estado de miseria y explotación en que se les tenía sumidos».
Eran ya la una veinte de la madrugada cuando todo esto ocurría en la tenencia de Chimbarongo, retirándose finalmente el inspector luego de recibir las excusas del teniente. Esa noche estuvo decidido a pedir de sus superiores una demanda criminal en contra del patrón Aguirre3.
*
He aquí algunos de los principales personajes de una obra que se desarrolló en casi todas las localidades y territorios del cuerpo de Chile, en un momento histórico muy significativo, cuando se dieron especiales condiciones políticas para su escenificación. Se trató, a nuestro juicio, de un momento en que ciertos personeros –gremiales, políticos y/o administrativos– se comprometieron a levantar las bases para una posible «construcción social de la nación»4, entendida aquí como la generación de una democracia real a través de la acción de apertura de aquellos enclaves privados que se encontraban cerrados y sustraídos a las leyes del Estado de Derecho nacional. Creemos que estos sujetos comprendieron que la «democracia» consistía tanto en el sufragio libre como en la incorporación de lo «social-privado» a lo «social-público»: una esfera donde todos los ciudadanos debían participar de los beneficios socialmente producidos y de las acciones político-culturales modernas en pos de la construcción histórica de su vida y su comunidad en el seno de la nación. La misión emprendida por estos sujetos tras este objetivo nacional democrático no era fácil de realizar: accionar la apertura legal al Estado de Derecho del campo privativo de los latifundios chilenos y, por consiguiente, generar la democratización de la sociedad campesina que laboraba al interior de dicho enclave a-legal, fue una tarea casi heroica…; fue una lucha que algunos sectores de la época en estudio, a nivel discursivo, asemejaron a los actos y objetivos de la independencia nacional anti colonial, cuya energía emancipadora entraba ahora a la propia intimidad del valle y la montaña del Chile profundo.
Pero no se trata solo de agentes externos al latifundio realizando esta tarea democratizadora. La trama de esta obra y de este estudio alcanza su clímax cuando trabajadores agrícolas comienzan a despertar a la realidad de su humanidad, es decir, de su libertad: a levantar cabeza y mirar de frente, a conocer de sus derechos sociales, a constituirse en cuerpos Sindicatos y a hablar a través de sus Pliegos de Peticiones (P/p) ante el patrón de fundo; es decir, a tomar conciencia de sí. Fueron muchos los trabajadores e inquilinos que arriesgaron su casa, su vida y la de los suyos, como expresión de la politización generada en el seno de las relaciones sociales en el agro chileno que, en esos tiempos de Frente Popular y gobiernos radicales, encontrará un momento político propicio para su manifestación. Se activaba la primera fase de un «movimiento campesino»: cuando los trabajadores, superando su aislamiento, se constituyeron en colectivo en cada fundo, instalando su Texto-Pliego de Peticiones en las oficinas del Trabajo de los pueblos aledaños, saliendo a la luz en la prensa de izquierda, que actúa como caja de resonancia de su movimiento dado en la intimidad de la hacienda. La lucha fue larga, intensa, plena de obstáculos, pero no menos decisiva como momento preparatorio para nuevas fases emancipatorias por venir: «La mayor vinculación con la sociedad nacional de estos campesinos culmina al madurar una conciencia que los capacita para ejercer sus derechos a pesar del riesgo de una confrontación con el grupo dominante. Pero esta capacidad de antagonismo emerge después de una larga lucha, restringida, en sus primeras etapas, a modificar sus condiciones de vida»5.
Lejos estamos de plantear que los trabajadores-campesinos de fundos y haciendas experimentaron su despertar-de-conciencia (realizando articulaciones de sus cuerpos y levantando textos demandantes) como fruto de un proceso espontáneo, natural y autónomo. Es como si un árbol, pisoteado y doblegado mil veces, pudiera levantar nuevamente su ramaje si no hubiese quien le diese el soporte, la protección, el espacio y el cuidado para su renovado crecimiento y expansión. Los campesinos chilenos y latinoamericanos, oprimidos ancestralmente por la bota de la conquista colonizadora, necesitaron, para su despertar, quien les acompañase en ese proceso, quien los indujese a levantarse, quien les prestase su propia voz y cuerpo.
Alcanzando las lejanías y atravesando los enclaves social-privados, los partidos de izquierda, algunos funcionarios estatales del Trabajo y los dirigentes sindicales, acuden al llamado denunciante de los campesinos, «visitando» fundos y haciendas, realizando inspecciones y capacitaciones, y apoyando directamente a aquellos trabajadores campesinos que tomarán la delantera en la nueva audacia, como el obrero José Manuel Araya, quien presta su casa para la mencionada reunión vespertina. Los campesinos de fundos y haciendas, en esta hora histórica, no están solos. Allí han acudido, en vehículo, a pie y en medio de la noche, la autoridad local del Trabajo y los dirigentes sindicales de la zona. Zelada y los señores Céspedes, portando el texto de la Ley y la solidaridad del cuerpo sindical obrero de la ciudad, se hacen presentes ante el llamado de los trabajadores habitantes del Chile profundo, tierra adentro, caminando hasta el pie de la montaña, cerrando la puerta del rancho por dentro con sus propios cuerpos. Les asiste la profunda convicción de su misión histórica: construir democracia a través del despertar-de-conciencia campesina acerca de su derecho legal a la organización y a la presentación de demandas tendientes a liberarles de su secular sujeción-por-conquista y a mejorar las deplorables condiciones de vida y trabajo en que se hallaban sumidos. Estas autoridades ponen al servicio de esta tarea democratizadora las Oficinas del Trabajo locales, donde comienzan a operar los procedimientos legales que legitiman la demanda social, ofreciendo a los campesinos y patrones los dispositivos legales para su formulación y respuesta. Por su parte, la Central de Trabajadores de Chile (CTCH) y los partidos de izquierda de ese entonces fomentan la solidaridad gremial urbana, mientras ponen al servicio del campesinado la prensa crítica para sus denuncias y la representación parlamentaria para su protección.
En otras palabras, los campesinos, especialmente los que habitaban y trabajaban en fundos y haciendas, estuvieron acompañados en esa hora crucial desde las distintas instancias del «Estado ampliado» (Gramsci): autoridades del Trabajo, partidos de izquierda (PC. y PS.), organizaciones gremiales obreras (CTCH) y parlamentarios de la «bancada de izquierda» actuarán como «intelectuales orgánicos» que realizarán una mediación militante entre los trabajadores agrícolas y las instituciones gubernativas y legislativas, así como a nivel de la sociedad en general. Muchas prácticas abusivas –tanto las relacionadas con las malas condiciones de vida y trabajo, como los actos de usurpación de tierras a pequeños campesinos, colonos e indígenas, así como los desalojos de campesinos habitantes de la hacienda– serán denunciadas por la prensa frentista y de izquierda, la que visibilizará por escrito ante el país y la historia cada uno de los abusos cometidos.
Aún más, los patrones agrarios tendrán que aceptar la intromisión en «su propiedad» y «sus» asuntos de autoridades del Trabajo, las que, a menudo, revisarán las condiciones y la legalidad de sus relaciones contractuales con los trabajadores agrícolas y actuarán de intermediarios en los conflictos suscitados. Asimismo, los patrones tendrán que «sufrir» la constante vigilancia de los parlamentarios de izquierda, que tomarán activa parte en la defensa del campesinado. Estos intelectuales orgánicos harán una intervención ampliada en todos los campos de la realidad y, especialmente, en el ámbito agrario y directamente con el campesinado, con el fin de otorgar la protección legal, política y gremial que permitiese democratizar el enclave social-privado del latifundio, abriendo las compuertas para la manifestación de la demanda campesina, ancestralmente encerrada, oculta, acallada… La función mediadora democratizadora de estos «intelectuales orgánicos» se expresó, en definitiva, en el acto de prestación al campesino de su palabra y de su rostro para el levantamiento del suyo propio. Si bien esta función mediadora democratizadora no será suficiente para remover la ancestral estructura de la dominación patronal, ella permitirá develar claramente esa dominación y, al mismo tiempo, dará luz verde a la expresión del oculto deseo campesino de su emancipación en Chile.
Este estímulo político dado a la demanda campesina, y su respuesta organizativa y movilizadora, nos revelará la presencia histórica de lo que identificamos como una fase de despertar de la conciencia campesina chilena en torno a su dignidad y sus derechos. «Despertar de conciencia» como primera manifestación de su sujeto histórico en tanto acción de aprendizaje democrático y ensayo de su «identidad trabajadora» en el seno de la nación: capaz de identificarse entre sí, de articularse y de reclamar «derechos sociales» ante el rostro de su otro-patrón, a imitación de la clase trabajadora urbana, la que actúa como su «espejo»6. Este despertar de conciencia campesina se expresa, por un lado, en sus textos-P/p que inscriben en materia-papel su demanda estampada con la huella de sus manos, sembrando el suelo de Chile con cientos, miles de demandas de mejoramiento campesino como testimonio de la presencia de su conciencia crítica, capaz de arriesgar su vida. Asimismo, dicho despertar-de-conciencia se expresó en la conformación de muchos cuerpos-sindicatos, legalmente constituidos (aunque arbitrariamente impedidos), capaces de generar dirigencia y habla propia, reforzados por los mencionados intelectuales orgánicos y sus apoyos institucionales y políticos.
Textos-P/p y cuerpos-Sindicatos que a borbotones se constituían apenas inaugurado el gobierno del Frente Popular (1939 y años siguientes). Surgían como figuras nuevas que comenzaban a habitar los predios como poderes en busca de su otro-patrón como un igual en tanto «otro», demandándole el reconocimiento de sus derechos, pronunciándolos uno a uno: jornales, horarios, alimentación, casas dignas de su condición humana. Se levantaron de norte a sur, como textos y cuerpos solidificados al atardecer de los predios, exhibiendo al viento el rostro cansado, pronunciando su nombre colectivo («Sindicato de la hacienda X», «Comité de Pliego del fundo X»), firmando con la huella de sus pulgares y estampando los papeles de sus demandas con marcas al rojo lacre que sellaban en el sobre el color de su conciencia nueva. Textos-P/p y Sindicatos que serán capaces de romper con los antiguos hombres fragmentados, herramientas de trabajo silenciosas, manipuladas al antojo de otras manos. Poco a poco iba despertando, desde su autorreconocimiento, una proto-clase campesina chilena, atreviéndose a levantar rostro y a pronunciar palabra.
Este es uno de los nudos de la trama de esta historia: el momento en que, surgiendo las condiciones legales y políticas para una posible refundación democrática de la nación, se logran configurar y densificar conciencias campesinas como cuerpos-pliegos-de-peticiones y como negados cuerpos-sindicatos que aprenden a hablar de sí y a demandar su reconocimiento, arriesgando su vida7. Nuestro estudio busca mostrar y acompañar este despertar-de-conciencia campesina que, en este especial momento, toma expresión concreta a través de estas manifestaciones de «autonomía» respecto de la ancestral subordinación patronal.
¿Cuál fue la respuesta que diseñó y accionó la clase patronal agraria ante lo que denominó «agitación en los campos»? Calificando como inapropiada «invasión a su propiedad» el discurso y la práctica organizativa y reivindicativa del mundo obrero por parte del campesinado, la clase patronal agraria se verá obligada a responder, muy a regañadientes, a las demandas puntuales anuales de los trabajadores campesinos (Pliegos de Peticiones), pero se negará terminantemente a reconocer y aceptar la conformación de sindicatos campesinos en sus predios: negación que se expresará en el fuerte sello represivo y antidemocrático con que actuó la clase terrateniente y los propios gobiernos radicales en la época que estudiamos.
¿Por qué este temor y negación patronal del sindicato campesino, una figura legitimada por el derecho nacional e internacional, por la ley laboral y por la sociedad urbana de la época? ¿Por qué el no reconocimiento, la ira destemplada y la violencia con que una mayoría de patrones de fundos actuó sobre aquellos trabajadores que se constituían en sindicato? Es una pregunta que surge a todo lo largo del estudio realizado; pregunta planteada tanto por los testigos de la época como por nosotros mismos.
Desde una perspectiva histórico-dialéctica, quisiéramos plantear que la negativa patronal del sindicato campesino se comprende como su temor a reconocer al campesino como un sujeto-otro libre: con reconocimiento legal, legitimado fuera del ámbito de la propiedad privativa patronal y con capacidad y fuerza para actuar, en un plano de semejante, en el campo-de-poder hacendal, donde el patrón, desde la Conquista, ejerce ancestral y unilateralmente su presión y autoridad. El sindicato campesino era la encarnación de este otro-sujeto-libre que expresaba la negación del orden de «dominación por conquista» que había conferido al latifundista y encomendero un poder social privativo y unilateral, legitimado por el Estado y afincado en la tierra de su dominio. El sindicato-campesino era un «cuerpo extraño» a esta relación de dominación por conquista, que amenazaba el «pacto de subordinación» en los campos chilenos.
Ante esta «amenaza», los patrones como el señorito Román acudirán presurosos a su brazo armado, las policías de los pueblos y localidades, quienes prestarán su cuerpo y sus armas a la protección del patrón de fundo. Acto seguido, acudirán los señores a La Moneda, como el patrón Julián Aguirre, exigiendo decretos prohibitivos, garantías, resguardos y seguridades, todo lo cual el gobierno de turno les concede como remedio a sus pesadillas. Finalmente, el patrón tenderá a reeditar el acto del conquistador colonial: mandará des-alojar al campesino-nativo-americano de la tierra, negando su derecho-de-habitar originario, negando la identidad y dignidad de la familia campesina y de los trabajadores de fundos y haciendas.
La conciencia de clase patronal siente miedo, se siente amenazada por la otra conciencia oprimida despertando, levantándose en medio de la noche… y entabla una fuerte «lucha de (su) clase» a nivel ampliado en pos de la defensa de su interés: a nivel político y gremial, a nivel de los aparatos culturales y legislativo-reglamentarios, mientras actúa, con severa frialdad, negando radicalmente la proto-clase-campesina que labora y habita en sus predios, expulsándola y amenazando su vida y la de los suyos. Los patrones también vivieron, entonces, un momento importante de configuración de su conciencia patronal conquistadora, densificándose en cuerpos refortalecidos, contundentes, aglutinados a nivel nacional, entablando –a nuestro juicio– una abierta lucha de clases/terrateniente que se expresa en aquel acto de negación de su otro-trabajador campesino: negación de su «reconocimiento» (Hegel) como otra conciencia y como un-otro al que le asiste el derecho legal de constituirse como cuerpo-conciencia libre.
En suma, quisiéramos plantear que en la tierra chilena en tiempos del FPCh, se despliega una desigual «lucha de clases terrateniente / lucha por el reconocimiento campesino»: el propietario agrícola se manifiesta como una clase patronal propiamente tal, desencadenando una lucha de su clase contra el otro-cuerpo-conciencia-campesina que pugna, a su vez, por el reconocimiento de su vida y su libertad. Lucha desigual en la que el campesinado, al intentar ejercer su derecho social y legal, debe arriesgar su propia vida y la de los suyos: la clase patronal, al rechazar este ejercicio de derecho y de poder campesino, realiza una negación total y radical del mismo, especialmente en su figura inquilinal, despojándolo de su casa o de su habitar, echándolo a los caminos de la patria con sus mujeres, sus guaguas y sus niños como castigo.
La trama central a exponer intenta permitirnos asistir («historiográficamente») al momento crucial del nacimiento de una relación social consciente en el campo chileno, en la que, como nos enseña Hegel, una conciencia-dependiente-campesina se presenta de cuerpo visible y manifiesto frente a su otro: una conciencia-independiente-patrón con la que entabla una «lucha por el reconocimiento» de su propia condición de conciencia-cuerpo libre y autónomo. El movimiento hacia este reconocimiento comienza cuando «un individuo surge frente a otro individuo», rompiendo la pura certeza de sí, reconociendo al otro y autorreconociéndose a sí mismo en esta otredad. Relación de sí en el otro que es «al comienzo, desiguales y opuestos y su reflexión en la unidad no se ha logrado aún (...): una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro: la primera es el señor, la segunda el siervo». Este reconocimiento de su condición de opresión desde su relación con el otro que le oprime, constituye un desafío que, arriesgando su vida y la de los suyos, gatilla el movimiento de la lucha por su liberación8. Arriesgando su vida, sí… pues esta construcción de su conciencia-campesina como-cuerpos-sindicato le costará, casi, la vida: el des-alojo de la «tierra» o la expulsión de la tierra donde Somos.
Es este despertar de conciencia el que ha hecho que los fundos y haciendas chilenas se transformaran en campos de poder, donde se manifestó el ejercicio de fuerzas no solo provenientes desde el «amo» o el grupo propietario-dominante, sino también desde los «esclavos» o los grupos dominados-desposeídos9. En última instancia, este campo de poder se manifestó críticamente a través del ejercicio radical y primario del poder-de-habitar10: en el acto del desalojo patronal, arriesgando su propia vida el trabajador.
El patrón ha sucumbido a su miedo a la transformación del valiente «Roto Chileno» –hecho estatua gloriosa como héroe nacional en el centro de la ciudad capital– en «roto alzado», quien, a su juicio, amenazaba con destruir el orden social agrario. Es a este «roto alzado» el que el patrón desaloja, lanzándole, con guaguas y petacas, a los caminos públicos, arrancándolo de la tierra de sus raíces, infligiéndole nuevamente la herida de la toma de posesión por la fuerza. La negación radical del otro/roto-alzado toma la forma de su des-posesión de la tierrAmérica.
Según el filósofo M. Heidegger, alojar, entendido como «habitar», define el «ser» en tanto «ser-estar» sobre la tierra y bajo el cielo11. Este habitar-ser tiene la doble dimensión: a) del cultivar como criar y cuidar, y b) del construir construcciones, en torno a las cuales se delimita el espacio de nuestro cuadrante vital. Este habitar es, antes que un lugar de trabajo, el lugar de alojamiento, donde nos enraizamos sobre el suelo de nuestras raíces y bajo las estrellas de nuestra noche, en el espacio espaciado por nuestros cultivos y construcciones. Des-alojar o des-habitar es negar al otro el propio ser como habitante sobre la tierra y bajo el cielo. En esto consiste el absolutismo del poder patronal hacendal: no tanto en la propiedad de la tierra en sí, sino que, a nombre de la propiedad de la tierra, en el dominio sobre el ser-del-campesino como mortal que habita la tierra bajo el cielo. Sobre este acto radical, consistente en el poder de negar el ser-habitar del otro, construye la clase patronal hacendal el fundamento de su poder histórico.
Esta política des-alojante en el plano agrario, si bien es una práctica que remite a un comportamiento conquistador-colonial, se vincula, al mismo tiempo, a la «necesidad» del capitalismo agrario en esa hora histórica de hacer ajustes para la maximización de su beneficio, lo que se expresará en un fenómeno de des-inquilinización que buscó liberar la tierra de regalía y/o de mediería para los fines económicos del capitalismo agrario, fundándose en una proletarización ampliada de la mano de obra. El capitalismo agrario de ese etapa exigía, en reemplazo del inquilino –que ocupaba tierra para su subsistencia familiar y para trabajo en mediería–, fuerza de trabajo proletaria, asalariada, sustentada con la ración de galleta y poroto, sin regalía de tierra. El inquilinaje había actuado históricamente como un «capital de reserva», el que ahora busca ser re-apropiado, generando una nueva acumulación de capital para el propietario, proceso de des-inquilinización económica que se realizó como despojo violento y des-alojante, es decir, como un castigo político: como un golpe de fuerza conquistador-neocolonial lanzado sobre los cuerpos campesinos como castigo por «insubordinación», aprovechando de reforzar, de este modo, el autoritarismo de clase-neoconquistadora-patronal como fin último.
En la negación a su otro-conciencia campesina, la clase patronal se niega simultáneamente a sí misma como autoconciencia libre, evolucionada, abierta al saber de sí misma reconocida por otro-libre, quedándose anquilosada en su miedo y su autoritarismo de conquistador: dependiente del otro-trabajador, debiendo parapetarse tras nuevas fortalezas y castillos, mostrándose empequeñecida tras sus fosas y puentes levadizos, sentada en los tronos parlamentarios de su reconquista, encerrada ante la faz de la historia… La negativa de la clase patronal a «reconocer» al campesinado como conciencia libre en la plenitud de su derecho impidió que esta lucha diera paso a una relación de personas o autoconciencias libres, bloqueando el positivo fluir de la historia de todos.
Aún más, a nivel de la sociedad-país, la clase terrateniente-conquistadora apuntó a des-alojar de la ciudadanía a aquellos intelectuales orgánicos que calificó como «agitadores», degradando la democracia y la nación. Respuesta re-conquistadora des-alojante –tomando a la nación como fundo propio– que tendió a afianzar y a consolidar el poder de la «clase-terrateniente-chilena», que asumió un rostro autoritario y antidemocrático.
Pero la acción de negación de la clase terrateniente no logra eliminar el «reconocimiento» que hace un segmento ampliado de la sociedad histórica chilena de la clase campesina como un cuerpo-oprimido. Este «reconocimiento social» generará una lucha política e ideológica ampliada en el seno de la clase política y en la sociedad chilena del momento, la que, a través de la denuncia de la opresión del campesinado y de la defensa del mismo, hace surgir fuertes voces que prestan su habla y su cuerpo al campesinado impedido de conformar el suyo propio. Esta acción de «reconocimiento social» del derecho de los trabajadores agrícolas como clase campesina oprimida, si bien no logró que esta consolidara la formación de su cuerpo/clase (sindicatos), le permitió sacar a la luz su demanda a través de cartas, documentos, prensa y, especialmente, por medio de sus textos-Pliegos de Peticiones que, sin duda, constituyeron claras y contundentes manifestaciones del despertar de su conciencia libre y de un movimiento campesino en ciernes, y contribuyeron decididamente a presionar y a mejorar las precarias condiciones de vida y trabajo en los campos.
La historia nos muestra que las acciones en pro del reforzamiento del autoritarismo conquistador-colonial-terrateniente de la década de 1940, serán bastante efectivas para resguardar el ejercicio del poder patronal a nivel del campo y la ciudad en la coyuntura. Sin embargo, dicho reforzamiento autoritario no logrará suprimir, a pesar de la represión, la energía de resistencia social que se ha liberado, emanando de una conciencia ya más libre de los trabajadores-campesinos y de la sociedad en general, alimentando el movimiento histórico de las contradicciones y de los cambios por venir. Porque efectivamente «la conciencia humana (…) pasa a ser una variable importante que influye en el proceso de cambio»12.
Así, si bien esta «lucha por el reconocimiento» no alcanzará a realizar la emancipación real del trabajador-campesino chileno, sufriendo la represión y el desalojo del otro/señor ante la seudoimpavidez del Ejecutivo, esta lucha representa un momento histórico de despertar de su conciencia libre y, simultáneamente, de maduración de la conciencia crítica de la sociedad chilena en su conjunto, haciendo suya la certidumbre de que la opresión social del campesinado afectaba el todo de la estructura social chilena, conciencia de la opresión socialmente liberada que fue arando la tierra para los movimientos transformadores por venir.
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¿Cuál fue la orientación y la política de los gobiernos de la época respecto de la cuestión campesina?
Para contestar esta pregunta nos ha interesado estudiar la trayectoria de un proceso de veinte años (1927-1947) reconociendo varios momentos históricos dados principalmente por los distintos proyectos políticos y gobiernos de la época: el del general Ibáñez, del derechista Alessandri y de los tres presidentes radicales (Pedro Aguirre, Juan A. Ríos y Gabriel González), visualizando cómo, desde distinta óptica, se genera una relativa unidad de política hacia el campesinado, articulada principalmente en torno a una postura antisindicalización campesina que pusiera atajo al movimiento orgánico que entonces se levantaba con ímpetu en los campos chilenos. A nivel de todos estos gobiernos existía, sin embargo, un consenso en torno a la necesidad de modernizar contractualmente las relaciones sociales de producción en el agro, así como de mejorar las condiciones de salario y vida de los trabajadores-campesinos.
Simultáneamente a la «lucha de clases des-igual» que se desencadena en el territorio agrario chileno, esta obra escenifica al Estado chileno de la época como un sujeto activo, tomando iniciativas políticas de reforma en pos de prevenir, paliar, provocar e incluso solucionar algunas de las más graves tensiones que se desataban en el agro, pre y postcrisis de 1930. Carlos Ibáñez constituye, sin duda, la figura clave de una voluntad de poder como Estado-de-Reforma que será decisiva en el ámbito agrario, trazando un camino por el que los gobiernos y la sociedad de su tiempo necesariamente hubieron de transitar. El Código del Trabajo, la Ley de Colonización Agrícola, la Ley de Propiedad Austral y la Ley de División de Comunidades Indígenas constituyeron las cuatro patas de una mesa donde la voluntad-de poder-Ibáñez dibujó y diseñó un determinado camino legislativo en materia agraria que impactó sobre las relaciones sociales del trabajo patronal-campesinas, como también intervino en la distribución de la tierra fiscal y en la reestructuración de la tierra mapuche en el sur de Chile.
Los gobiernos que siguieron heredaron este diseño ya trazado, intentando, especialmente Pedro Aguirre y sus gabinetes ministeriales, dar un giro social y societario a algunas de estas leyes que, sin tocar las relaciones sociales de producción y de poder dadas al interior de fundos y haciendas, actuasen por fuera de ellas y fuesen en beneficio de campesinos desalojados y cesantes, de pequeños campesinos atrapados en el circuito patronal de las deudas y de comunidades mapuche empobrecidas; giro a menudo interceptado por la derecha parlamentaria, siempre alerta para obstaculizar cualquier reforma que amenazara vulnerar sus intereses de clase.
Debiéramos plantear, al respecto, que el período que abarca nuestro estudio se sitúa sobre un trecho histórico donde se puede apreciar una amplia intervención del Estado sobre el sistema agrario chileno, concebido como un campo estratégico tanto para la sobrevivencia alimentaria de la nación chilena como para el resguardo de un ampliamente cuestionado orden social que requiere de la intervención disciplinaria del Estado.
Respecto de la discutida cuestión campesina de la época, los tres «gobiernos de concertación radical/izquierda» (Frente Popular chileno, Frente Nacional Democrático y Frente Democrático) que asumen el ejecutivo en el momento del «despertar campesino» (1938-1941-1946), dejan funcionar algunos mecanismos reivindicativos y vuelven operativos los modernos aparatos estatales conciliatorios de conflictos en el agro: dieron, en los hechos, luz verde a los Pliegos de Peticiones campesinos, reconociendo su legalidad al activar, a lo largo de todo el país, los aparatos estatales del trabajo para mediar en dichos «conflictos» y demandas. Sin embargo, dichos gobiernos de presidentes radicales, siguiendo los lineamientos del previo gobierno derechista Alessandri, simultánea y contradictoriamente apoyaron irrestrictamente la negación patronal a la formación de sindicatos campesinos de acuerdo al mandato del Código del Trabajo, alineándose con la «lucha-de-clases/política» que entonces protagoniza la clase terrateniente, profundizando la des-igualdad de la lucha de estas autoconciencias (patrones-trabajadores agrícolas). Se establece, así, una alianza estratégica entre patrones y gobiernos radicales, con el fin de reconquistar el orden social dicotómico y vertical en los campos, alianza estratégica que impuso la voluntad política de clase-conquistadora-patronal por sobre la Ley, como una impune modalidad de gobierno de clase. De este modo, el Estado republicano de la hora, que había realizado recientemente (fines del siglo XIX) la reconquista de la tierra sur-mapuche, volverá a reconocer la tierra para la clase-colonial-conquistadora en el rostro de los terratenientes chilenos, los que no son sino el mismo y propio Estado-conquistador.
No obstante, estos gobiernos saben que la estructura agraria constituía uno de los nudos más críticos del atraso en el desarrollo y la modernización social, cultural y política del país. Ante esto, dichos gobiernos tienden a actuar siguiendo algunas rutas alternativas, actuando por fuera del régimen de propiedad de la tierra y de las relaciones sociales laborales en el campo, dejando intocado el régimen de autoridad patronal, ante cuyo poder neo-conquistador-colonial-terrateniente terminan por sacrificar, incluso, la débil democracia política chilena. Los gobiernos radicales sucumbieron ante la debilidad y enfermedad de sus cuerpos y de la historia herida, inmolando finalmente González la democracia en el altar de la conquista y «chuteando» las reformas para alimento nutricio del ideario de los movimientos reformistas y revolucionarios del próximo futuro.
En suma, deseamos plantear que el fuerte proceso de politización que se desencadena en el seno del campo chileno en el período en estudio, desató un fenómeno de despertar-de-conciencia (intenso y frágil al mismo tiempo), e incluso de rebeldía (oculta y/o manifiesta) entre el campesinado de fundos y haciendas, que se tradujo en un proceso de toma de conciencia respecto de la dominación conquistadora/colonial patronal hacendal; fenómeno de despertar que la clase terrateniente chilena percibe como una rebelión y ruptura del «pacto de subordinación por Conquista». Ante esta evidencia, la clase terrateniente reaccionó severa y «efectivamente»: a través del uso y abuso de su poder de dominación neo-conquistador-colonial, con el apoyo de los aparatos policiales y judiciales del Estado republicano y, aprovechando la opción del gobierno de los radicales por el «orden social», la clase terrateniente atacó frontalmente la organización sindical campesina y, por ende, su posibilidad de autonomización (ideológica, mental, política), generatriz de sujeto, de clase y autoconciencia libre, negando al mismo tiempo su posibilidad de avanzar hacia su propia autoconciencia patronal, reconocida no por su conquista-opresora, sino por su sujeto-democrático, renovando y reforzando el ancestral autoritarismo conquistador/colonial terrateniente en el campo, volviendo a instalar dicho autoritarismo-conquistador en los fundamentos mismos de la sociedad chilena, en pleno siglo XX.
Lo que está en juego tanto al interior del régimen de haciendas y del territorio campesino y mapuche como, en general, a nivel del sistema político, social y económico chileno en su conjunto, es un doble e interrelacionado fenómeno de presión por la transformación de las relaciones laborales contractuales, junto a un intento de modernización y profundización del capitalismo en la agricultura chilena del momento. Lo paradojal fue que, para realizar esto último, los gobiernos y los patrones hubieron de negar lo primero, es decir, para generar una mayor acumulación capitalista, reforzaron las relaciones autoritarias y el poder patronal ancestral en la hacienda chilena y sus relaciones aledañas. No obstante, en el curso del movimiento de los trabajadores y campesinos y su amplio fenómeno de peticiones, demandas y presión por organizarse, ocurre de hecho, a nuestro juicio, un aflojamiento de las «relaciones paternalistas de autoridad» hacia su progresiva transformación en «relaciones contractuales de autoridad» en el agro chileno13, fenómeno que tendía a favorecer una mayor autonomía de conciencia entre el campesinado de distintos rostros, lo que dará sus frutos en los años sesenta y setenta del siglo XX. Pensamos que la sindicalización campesina y la Reforma Agraria de esos años 60-70 no se hizo sobre conciencias ingenuas, sino sobre cuerpos-conciencias que ya habían tenido –de modo manifiesto u oculto– la experiencia crítica de las relaciones de dominación/subordinación que se vivía en el campo chileno.
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El tema del campesinado en el seno de la hacienda chilena ha sido un problema histórico sobre el cual se han construido algunos de los «mitos de Chile»: uno de ellos muestra a los trabajadores-campesinos chilenos durmiendo una suerte de «siesta colonial» hasta el advenimiento de la reforma agraria en 1960. El principal exponente de este planteamiento ha sido el historiador agrario norteamericano Arnold Bauer, cuyas conclusiones fueron aceptadas por la mayoría y los más influyentes historiadores y sociólogos del país14. Dicho planteamiento queda bien resumido en los siguientes términos: «Existe un consenso entre los especialistas del tema que, hasta mediados de la década del 60, la estructura de la propiedad, la organización del trabajo y el sistema de relaciones sociales y culturales institucionalizadas en el sector rural, se mantuvieron casi inalterables y marginados de los cambios producidos en los demás sectores de la economía nacional»15. Sin embargo, este planteamiento fue rechazado ya en los años 1970 por otro investigador agrario norteamericano, Brian Loveman, cuyos estudios sobre el movimiento campesino chileno son ampliamente conocidos en Chile16.
Un segundo mito planteado por la historiografía politológica y social reconoce que durante el advenimiento del Frente Popular se habría producido en Chile una amplia agitación pro-sindicalización campesina, la que se habría tenido que «sacrificar» por parte del Frente Popular en aras de inducir y promover un proyecto industrializador consensuado por las distintas fuerzas políticas de izquierda, de centro y de derecha. Mito del «pactismo político» referido a la cuestión campesina, fundado en el «proyecto desarrollista industrializador» como supuesto interés superior de la nación17. Aún más, dicho pacto industrializador habría necesitado de «un orden social y económico agrario tradicional», tendiendo a mantenerlo18; planteamiento que, según nuestras investigaciones, carece de fundamento histórico.
Este texto valora muy especialmente los aportes y el legado del investigador Brian Loveman al develar y destacar en los años de 1970 el rol del movimiento político y social campesino en tiempos del Frente Popular chileno, y lamentamos que sus pioneros planteamientos no hayan sido ampliamente considerados al momento de historizar el problema campesino en el siglo XX. En este estudio queremos rendir un homenaje a los aportes de Loveman, los que constituyen un sólido fundamento del mismo.
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No toda la lucha agraria de la época estudiada se desarrollaba al interior de los fundos y de las relaciones sociales de producción trabajadores agrícolas-patrones. Aledaña a esta lucha que despierta, desde principios de siglo xx y con mayor agudeza en la post-crisis de 1930, se ha desencadenado, en el afuera de las haciendas y, específicamente en la Araucanía y sur/austral, una fuerte presión de los latifundistas sobre sus vecinos campesinos pequeños propietarios, colonos chilenos, campesinos ocupantes de tierras fiscales y mapuche: presión reconquistadora, de expoliación económica y de expulsión violenta que alcanzó niveles dramáticos, corriendo el dolor y la sangre de estos campesinos y mapuche por la tierra de Chile. Si el poder del latifundista se ejerce primero sobre los trabajadores de la hacienda, también ejerce su poder «sobre los propietarios minifundistas y otros campesinos independientes que les arriendan tierras, así como también sobre todos los demás campesinos que si bien no mantiene ninguna relación de trabajo o contractual con ellos, son impotentes para oponerse a su voluntad»19. Sin embargo, este es otro significativo escenario donde se desarrolló, en el período en estudio, una desigual lucha de clases / lucha por el reconocimiento en el campo chileno, en la que la conciencia patronal, en pos de su dominación y conquista, niega el derecho del pequeño campesino, del campesinado-ocupante y del mapuche libre a la tierra, levantándose en resistencia estos cuerpos-conciencia campesina-mapuche, arriesgando su propia vida, pero apoyados y defendidos, en esa hora histórica, por los intelectuales orgánicos que sacan a luz su opresión.
En este afuera podremos también presenciar la intensa energía social histórica que se densifica y conforma cuerpos-unos, articulados, hablantes de norte a sur: asociaciones del campesinado mediano y pequeño y del pueblo mapuche (propietarios o arrendatarios de tierras, colonos, ocupantes, mapuche de reducciones, mapuche s/reducción, mapuche urbanos etc.), quienes, desde los años post-crisis y avanzando la década de 1940, supieron conformar organizaciones tanto a nivel central como local (Liga Nacional de Defensa de los Campesinos Pobres, Frente Araucano, Asociaciones de Agricultores existentes de norte a sur, en todas las provincias del país, etc.), configurando un auténtico «movimiento campesino y mapuche», asumiendo un liderazgo propio, con capacidad de levantar textos, demandas y organización en pos tanto de la defensa de sus intereses como de la formulación de un proyecto de desarrollo agrícola que los considera protagonistas, constituyéndose, así, claramente en una «clase y movimiento campesino» y en un «movimiento mapuche» propiamente tal. Es decir, estamos en presencia de un momento de constitución de sujeto-campesino y mapuche que nos habla de un fenómeno de liberación política desconquistadora/descolonizadora por el lado de afuera de los latifundios, generando presión y proyectos en vista de un nuevo orden y modelo de desarrollo en el agro chileno.
Si bien esta última temática amerita, por su relevancia, un estudio especial, en esta historia este tema tendrá su espacio, por ser una lucha inseparable de la anterior. ¿Cuál es la relación que podríamos establecer entre ambos planos: el adentro y el afuera de las haciendas? Podremos visualizar que, tanto la expansión, en el afuera, de la gran propiedad privada sobre el territorio de la Araucanía y sur/austral, como la expansión capitalista al interior de las haciendas, obedece al mismo proceso y fuerza de mayor despliegue del capitalismo agrario de ese momento histórico, cuando la tierra, como fuerza productiva y medio de producción, alcanza una especial revaloración. Se trata, en el adentro y el afuera, de una nueva fase de construcción del capitalismo agrario en Chile como «acumulación primitiva de capital» por la vía del desalojo, adentro, y por la vía del despojo, afuera20.
Por su parte, desde la perspectiva de la dialéctica social, se trata de la misma lucha desatada adentro y afuera del agro chileno, caracterizada, por una parte, como una «lucha de clase patronal» en pos del afianzamiento de su conquistador-dominio a través de la negación de su otro-trabajador agrícola-y-pequeño-campesino: ambos han comenzado, simultáneamente, a desarrollar una «lucha por el reconocimiento» de su derecho a configurar su cuerpo-conciencia libre en pos de su libertad y emancipación económica y política. La «lucha por el reconocimiento» de estos trabajadores agrícolas y pequeños campesinos y mapuche alcanza significativos niveles, buscando la configuración de sus cuerpos como autoconciencias libres en pos de la defensa de su libertad y de su derecho a habitar-trabajar la tierra, con el apoyo de los «intelectuales orgánicos» (partidos políticos) y de sus aparatos culturales puestos a su servicio en ese momento histórico.
Esta lucha dada como una lucha-de-clase-patronal y como una lucha-por-el reconocimiento-de-clase-campesina, constituye igualmente, a nuestro juicio, una lucha desigual que, desarrollada con mucha fuerza y dramatismo, estremecerá la historia y la conciencia de la sociedad de su tiempo y se cubrirá con tupidos velos de silencio...
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La cuestión campesina chilena que aquí estudiamos se pudo suscitar en un momento histórico de fuertes temblores transformadores en la historia mundial y nacional. En Occidente, el período en estudio (1927-1947) fue un tiempo de confrontaciones, de cambios y nuevas configuraciones en el campo social y político. A nivel del sistema económico capitalista, se asiste a la Gran Crisis de 1930 que paraliza las economías y los circuitos comerciales internacionales y que se expresó con mucha agudeza en Chile, dejando graves secuelas de cesantía, hambre y migraciones, levantando un crítico debate acerca del modelo de desarrollo implementado hasta ese momento y sobre la necesidad de reestructurarlo. En medio de este escenario crítico se llevaba a cabo en México en los años 1930 una amplia reforma agraria post guerra civil, la que, junto con una política expropiatoria, buscaba reconstituir el ejido y constituir al mundo indígena en ciudadanos integrados al Estado-Nación. A nivel político internacional europeo, se produce la lucha de las fuerzas democráticas en contra del fascismo en auge, y se levanta un llamado a la conformación de Frentes Populares como una vía para construir fuerza política a través de la alianza de fuerzas sociales ampliadas dirigidas a dicha lucha antifascista. Asimismo, cobra protagonismo la República Española con el triunfo electoral en 1936 del Frente Popular español y su despliegue de reformas estructurales, especialmente en el plano de la reforma agraria, seguida del estallido de la guerra civil en ese país, con gran impacto ideológico y político en el mundo, y especialmente en Chile. Finalmente, el período es fuertemente impactado por la segunda guerra mundial, cuya mortandad y destrucción atravesó el corazón de la vida cotidiana y la vida social, política y económica de los habitantes de todo el planeta, instalando el temor, la inseguridad y la angustia en la humanidad y fortaleciendo los Estados nacionales, que debieron asumir el compromiso de un nuevo pacto social en pos de un prometido bienestar.
A nivel político nacional, como hemos visto, este período está marcado por la conformación en Chile, a partir de 1936, de la alianza socio-política Frente Popular, que aglutinó a los partidos de izquierda y de centro, así como también a la mayoría de las orgánicas gremiales y sindicales, en vista de la constitución de una fuerza social de nuevo cuño capaz de disputar el poder a la oligarquía y acceder al gobierno de la República, tal como efectivamente ocurrió en 1938, bajo el liderazgo del radical Pedro Aguirre Cerda. Asimismo, el momento se caracteriza por un proceso de consolidación de un movimiento obrero que vive un fenómeno de reagrupamiento ampliado en torno a la recién fundada Central Única de Trabajadores de Chile (CTCH), la que, al amparo del Código del Trabajo de 1931, experimenta la consolidación de sus organizaciones sindicales, las que buscan proyectarse también hacia el ámbito de los trabajadores agrícolas, estimulando su sindicalización. Cabe también resaltar el rol que juegan, en el período de estudio, los partidos de izquierda (Partido Socialista y Partido Comunista) en el «despertar» y la defensa de los derechos de los trabajadores agrícolas y campesinos en general, cuyos intereses defienden tanto a través de los programas que levantan en las diferentes candidaturas de gobierno del período como a través de la militancia en el terreno y el parlamento, asumiendo esta tarea como exigencia ética de defensa de los derechos humanos y sociales de uno de los sectores más abusados históricamente, cuales eran los sectores campesinos del país.
Desde este campo histórico desplegado en la época que aborda nuestro estudio (1927-1947) podemos visualizar en Chile la presencia de un complejo fenómeno político, cultural, económico y social que marca una etapa de discontinuidad histórica, configurada por la postcrisis económica, la recomposición de fuerzas políticas y el amplio levantamiento de un debate ético e ideológico en torno a proyectos de reforma y reestructuración. A partir de estos debates críticos, se logra visibilizar el problema de la pobreza y necesidad de los sectores medios y populares y, con especial énfasis, salen a luz las condiciones de vida de los pobres de la ciudad y del campo chileno, así como su rezago en materia de derechos sociales y laborales. En el seno de este proceso, se puede percibir en la época un fenómeno de agudización de las tensiones y conflictos de clase en el seno de la sociedad civil y política, tensiones que focalizan la mirada interna de la nación hacia uno de los principales puntos críticos de la realidad: las relaciones sociales dadas en la estructura y de la propiedad agraria de la época donde se despierta una lucha desigual por el reconocimiento por parte de los trabajadores y campesinos del país.
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Los distintos rostros y figuras que asume esta lucha desigual es el corazón de esta historia a narrar. Desde esta perspectiva, esta es una Historia Social. ¿Qué entendemos y cómo definimos la «historia social»? La Historia Social no tiene raíces en el hábitat tradicional de la historiografía narrativa de las hazañas guerreras y de los señores de espada; también está lejos de provenir del paradigma científico positivista moderno, basado principalmente en leyes y fórmulas relativamente estables y en modelos de medición, en el cual se afincaron varias escuelas historiográficas, inclusive la famosa Escuela de los Anales francesa. Las raíces matrices de la Historia Social se nutren de la dialéctica hegeliana, paradigma que recoge la ancestral sabiduría de la dialéctica oriental, así como de la dialéctica griega. Reconociendo la dialéctica hegeliana el principio de la realidad humana como «relación social» dada en la historia, esta es una relación en movimiento impulsado por la interacción de los opuestos en relación de diálogo contradictorio. Así, el desafío de la historia social ha sido reconocer, investigar y narrar la relación contradictoria de los sujetos en una formación social histórica y seguir el curso de su movimiento y transformación hacia nuevas formas. Una segunda casa matriz de la historia social, como se sabe, ha sido el marxismo en su rostro de materialismo dialéctico, el que, teniendo como raíz la dialéctica hegeliana, comprende la historia como relaciones sociales de producción en lucha contradictoria, en vista de la generación social y productiva de la vida.
De este modo, definimos la Historia Social como el campo de conocimiento que busca comprender la sociedad vista como un proceso histórico de configuración de sujetos relacionados socialmente y en movimiento contradictorio en lucha por el mutuo reconocimiento de su valor y autonomía, y en busca, también, de la producción social de su vida. Entendida la Historia Social como una historia centrada en el estudio de las relaciones sociales que se establecen en el seno de la sociedad civil y las luchas por el reconocimiento que en este nivel se desencadenan, es necesario tomar en cuenta que estas luchas también se han de dar, simultáneamente, en torno a la disputa por el control del gobierno de la sociedad y del territorio. Así, toda Historia Social es, al mismo tiempo e inseparablemente, «historia social-política» e historia del Estado.
Esta doble e inseparable lucha es la que se busca poner en escena en esta investigación, tanto en la presión por el cambio en las relaciones sociales en el campo chileno, como en función de la disputa por el control del aparato de gobierno y del Estado chileno, en un momento en que éste se ha vuelto más dúctil a las presiones de la sociedad civil en su conjunto.
A través de un amplio levantamiento documental de archivo, de prensa de la época y de boletines parlamentarios, hemos intentado poner sobre la mesa los aspectos más reveladores que muestran los textos acerca del juego de fuerzas comprometidas en el proceso político y social agrario del período en estudio. Buscamos historiar aquí al modo de una «fenomenología» y de una «dialéctica social», es decir, visibilizando los hechos y los sujetos como se manifiestan y se aparecen-presentan ante nuestra propia lectura de los textos, poniéndolos en el movimiento de sus relaciones mutuas, identificando sus luchas y los momentos significativos del proceso de construcción de su sujeto-acción-habla. Observando/leyendo los temas e interpretando los problemas planteados situados en un dinámico y, a menudo, contradictorio campo en disputa, buscamos una relativa «comprensión histórica» acerca de uno de los capítulos más significativos de la historia de Chile, cual es el de las relaciones sociales agrarias y el difícil proceso de emancipación del campesinado.
Debemos advertir que esta es, principalmente, una historia de hombres, de trabajadores, de machos levantándose, hablando, atreviéndose a mirar frente a frente al otro macho-patrón/administrador, alzando rostro y habla; mientras otros machos muy machos (los intelectuales orgánicos de que hablábamos) sacan voz ronca en este período de la historia de Chile en que se juegan procesos de cambio y posibilidades de hacer alguna justicia. Esta es una historia de este evento que, en todos los documentos, está narrado en masculino, en lo que no podemos intervenir. Así, esta no es una historia donde se evidencien claramente las relaciones de género que necesariamente la atraviesan, ni que, incluso, incorpore la presencia sistemática de las mujeres campesinas; no porque queramos, sino porque la documentación las oculta. Lamentablemente este es, a mi juicio, una de las principales debilidades de las historias de los trabajadores en general y de esta historia de la cuestión campesina, en particular. No obstante, la presencia y conciencia de las mujeres campesinas nos acompañan, evidentemente tocadas y activas en cada uno de los momentos críticos por los que pasó el campesinado en el período. Ellas incluso son documentadas en circunstancias de huelgas campesinas y en situaciones críticas de despojos de tierras. Sin embargo, las hemos buscado también en otras narrativas: en la novela de la tierra, donde existen plenamente vivas, altivas, inteligentes, luchadoras. Agradecidas de estas y estos autores y de este literatura, en un capítulo especial las ponemos sobre esta mesa-texto.
Sin embargo, quisiéramos plantear que existe un lugar específico donde podríamos hablar de una visibilidad de las mujeres, incluso desde los hombres: ese lugar es su común trabajo con la tierra, un ámbito donde se despliega en hombres y mujeres una suerte de dimensión unisex-Mujer: arando, buscando la germinación y recogiendo los frutos de la diosa Gea, la Madre Tierra. Campesinas y campesinos son cuerpos de la tierra al alba de su llamado, sumergidas sus manos en la masa del pan y de la tierra, sembrando, lechando, desmalezando, cosechando… cayendo agotados al atardecer luego de haber trabajado en largas jornadas a la intemperie del sol, de la lluvia y del frío, y luego de caminar kilómetros tras los animales o de ida y vuelta a los campos de labor. A esto las mujeres suman la crianza doméstica de guaguas y niños, de pollos y gansos, de chanchos y cabras, junto a la preparación diaria de la comida que alimenta a inquilinos, peones, obligados, reproduciendo la fuerza de trabajo hacendal y campesina y sus familias21. Las mujeres campesinas son, evidentemente y a través de muchas estrategias de sobrevivencia, las que llevan la lucha más ardua en pos de la sobrevivencia del campesinado en todos sus rostros, lucha difícil de sobrellevar como hecho irremediable del escaso salario, de la especulación de precios en la pulpería del fundo y de la falta de alimentos abundantes y nutricios. A más de esto, la violencia que, más que a menudo, sufren las mujeres de parte de los hombres, patrones y esposos o parejas, hecho que queda evidenciado en los documentos y los testimonios22 Sin embargo, a pesar de esta sumatoria de más trabajo, el hecho de comprenderse ambos, mujeres y hombres, en el seno íntimo de la Madre Tierra complejiza la opresión, entregando Gea sus poderes especialmente a las mujeres campesinas y mapuche, acompañándolas, enseñándoles, otorgándoles dones y saberes, con la ofrenda de sus hierbas sanadoras, sus frutos silvestres, sus pájaros cantores, su aire fresco, su agua corriente y su poética belleza verde, mitigando la lucha por la sobrevivencia propia y de la prole. Mujeres-Fuego en la intimidad del mal rancho que les reúne y acoge cada noche… mujeres/hombres ex/campesinos andando su exilio por los caminos de la patria, des-alojados/as de su ser-Gea por haber hablado-escrito su derecho. ¿Cómo no ver a las indocumentadas mujeres viviendo la más profunda relación con la Madre Tierra en su intimidad, en su ajenidad, en su miedo a la pérdida y en su des-tierro, experimentando el destino existencial de mujer/hombre/mujer? Quizás podamos, a través de algunos de los poemas que estas páginas insertan, llegar a percibir esta reversibilidad de su ser campesina/o y esta hegemónica femineidad del campesino en relación con Gea, la tierra madre sustentadora, que no hace sino hablar de la mujer campesina/mapuche como la mítica e histórica Gea-procreadora de todos los seres23.
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A modo de ordenamiento, este texto se divide en cuatro partes: 1) En una primera parte –preparatoria del contenido central y que es transversal a todo el período en estudio– presentamos y definimos a los sujetos sociales de la obra y de la época, específicamente aquellos que actuarán dentro de las relaciones sociales de producción en las haciendas y fundos: terratenientes, campesinos en sus distintos rostros, algunas figuras y actuaciones de mujeres campesinas. Por otra parte, mostramos algunos de los escenarios del afuera agrario, donde podemos ver la dinámica general de la pulsión irresuelta por la tierra en el sur de Chile, durante la primera mitad del siglo xx. Aquí también presentamos la acción e intervención legal de los poderes del Estado sobre sobre dichos sujetos y escenario histórico agrario. 2) La segunda parte de este texto nos instala en un tiempo político preparatorio clave para nuestro estudio cuando, en la postcrisis del 30 y, específicamente hacia 1936, se generan nuevos pactos políticos y se formulan las plataformas programáticas de reforma y transformación del régimen político y de la estructura agraria chilena, mientras la clase terrateniente y la derecha del país se prepara para su resistencia. 3) La tercera parte del texto constituye el corazón de nuestro estudio, centrado en torno a la problemática de la cuestión campesina planteada durante la fase Frente Popular chileno (FPCh) cuando, por la vía de la formación de una amplia coalición política, gremial y social, las fuerzas democráticas logran alcanzar el gobierno, intentando realizar un programa de democratización de la sociedad a través de la puesta en práctica de algunos de los proyectos preparados en el momento anterior, buscando las fuerzas de izquierda de dicha coalición poner a los trabajadores agrícolas al nivel de los derechos sociales y sindicales obreros. 4) La cuarta parte corresponde al momento de la Alianza Nacional Democrática (gobierno del radical Juan A. Ríos) cuando el despertar del campesinado alcanza una clara expresión, tanto a nivel interno en el seno de fundos y haciendas, como a nivel externo, en el ámbito del movimiento de pequeños y medianos campesinos. En esta fase, mientras el gobierno busca nuevos derroteros para la transformación agraria vía la modernización de la producción y la sociedad agrícola, se intensifican los esfuerzos políticos de la izquierda chilena, especialmente bajo la hegemonía del PC, por levantar a la clase trabajadora agrícola, en sus distintos rostros, al nivel de un sujeto en pleno goce de sus derechos sociales y sindicales, momento que culminó con una nerviosa y antidemocrática respuesta de la clase terrateniente, aliada con el propio gobierno de concertación centro-izquierda que paralizó, dramáticamente, el proceso de transformaciones económicas y sociales emprendidas en el campo chileno. Finalmente, cierra esta parte y el texto un capítulo también transversal a todo el período en estudio, que trata sobre los desalojos campesinos desde el adentro de las haciendas, consumándose, dramáticamente, las demandas por transformaciones en el agro en el sentido de la lógica capitalista y del interés de clase hacendal, escuchándose, en los caminos de la Patria, los gritos de desamparo, angustia y abandono, brotando desde este dolor la conciencia campesina, abriéndose a mayores horizontes de futuro…
Algunos podrán, quizás, extrañarse de este texto, escrito en un momento presente en el que gran parte del mundo narrado ha, aparentemente, desaparecido. Uno misma ha escrito desde este extrañamiento… pero no hemos podido sino abrirnos a escuchar las voces que nos hablaban desde sus letras vivas…
Pero, ¿ha desaparecido? En realidad, no. La energía de esa lucha por el reconocimiento se ha integrado a otras luchas que transitan hoy por las calles de la ciudad, mientras el pueblo mapuche sigue bregando, levantando bandera por el derecho a la tierra o a su ser libre, hoy como ayer.
De todos modos, habría que decir que, en historia, el presente no es su presente cronológico, sino un presente comprensivo, definido como un momento de unidad temporal (presente, pasado, futuro) o como un espacio-tiempo-uno-reflexivo, estando en un movimiento perpetuo de interrelación espacio-temporal en el seno de la totalidad de la Vida. En historia y, especialmente en historia social, buscamos comprender la sociedad desde la totalidad del proceso. Com: significa en latín todo, el todo, lo junto; prae/hendere significa tomar, ceñir, penetrar, entender. En historia nada prescribe, nada ha desaparecido; todos los rostros y sujetos que emergen en el movimiento o las luchas en el seno de esta red comprensiva, incitan nuestra mirada historiadora, la que no descansa sino en el propio margen de su mortal individualidad. Para nuestro afán com-prensivo, todos los seres-conciencias siguen viviendo en el palpitar de su lucha por la autoconciencia o por el reconocimiento del derecho de vida, justicia y libertad; seres-conciencias históricas que no son sino nosotros mismos.
2 Alexander Kojève. La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel, , Buenos Aires, Editorial Leviatán 2008, p. 59.
3 Informe del inspector del Trabajo de San Fernando, Luis Zelada, al inspector provincial del Trabajo de Colchagua, Samuel Vial Correa, fechado en San Fernando, el 11 de noviembre de 1940. ADGT, Vol. 1200. Como desenlace, el Sr. Julián Aguirre reclamó ante el Gobierno del presidente Aguirre de la actuación de Zelada. A este último le dio su pleno respaldo el inspector provincial del Trabajo de Colchagua, Samuel Vial Correa, quien conversó, en días posteriores, con el Sr. Aguirre y lo citó a su oficina «con el fin de solucionar conciliatoriamente las peticiones que le han presentado los obreros del fundo Santa Isabel». Sin embargo, la actuación de Zelada fue cuestionada por el director general del Trabajo, planteando que había «extralimitado el papel que corresponde a la Inspección. (…) Ni la hora, ni el lugar, ni las circunstancias invocadas favorecen la actuación del inspector Sr. Zelada». ADGT, Vol. 1200 Providencia N°13.616, fechada en Santiago el 10 de diciembre de 1940. No obstante, los P/p surgían para quedarse, diseminándose como agua corriente por los fundos chilenos en el período en estudio.
4 Sobre este significativo concepto y problema de la construcción histórica de la nación en Chile, desde un enfoque social y fundacional que incorpora «la postura de los sectores subalternos», ver J. Pinto, y V. Valdivia, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840), Santiago, LOM, 2009, p. 15.
5 J. Petras, H. Zemelman, Proyección de la Reforma Agraria: el campesinado y su lucha por la tierra, (ICIRA, U.Chile), Santiago, Editorial Quimantú, 1972, pp. 9-10.
6 Cuando en este texto hablamos de los campesinos en su proceso de despertar y de su configuración como sujetos históricos, estamos tomando este concepto como un «tipo ideal» (Weber) que no alcanza plena consumación, pero que actúa como el referente de un proceso y fenómeno cuya energía emancipatoria se ha puesto en acción y ya camina en busca de ese sujeto (siempre ideal) libre, autónomo y consciente de sí en sociedad. Sin embargo, hay que enfatizar que este sujeto (ideal) es real en cuanto se define justamente por su acción y su inquietud incesante tras su sí-mismo histórico a través de su experiencia de relación con el otro-de-sí-en el mundo. «El sujeto es lo que él hace, es su acto y aquello que hace es la experiencia de la conciencia de la negatividad de la sustancia, en cuanto experiencia y conciencia concretas de la historia moderna del mundo (…)». J. L. Nancy, Hegel. La inquietud de lo negativo, Madrid, Ediciones Hachette, 1997, p. 11.
7 Respecto de este movimiento de presión en pro de la formación de sindicatos y de presentación de Pliegos de Peticiones, hay autores de las ciencias sociales que, si bien han reconocido su existencia, los desvalorizan: que ellos, dicen, «no tuvieron mayor significación social puesto que no lograron modificar el sistema de relaciones sociales institucionalizadas en el sector rural, ni tampoco lograron influir en las decisiones adoptadas en el sistema político e institucional tendientes a mejorar las condiciones de vida y de trabajo del campesinado». L. Cereceda, y F, Dahse, Dos décadas de cambios en el agro chileno, Santiago, Instituto de Sociología, PUC, 1980, p. 28. En este estudio, además de discrepar de estos planteamientos, comprendemos el problema de la cuestión campesina y su despertar reivindicativo desde una perspectiva socio-histórica o desde la «historia social», es decir, significando el momento de la emergencia de nuevos sujetos con conciencia crítica, capaces de levantar planteamientos y de realizar prácticas que presionan por transformaciones que preparan la tierra para momentos sucesivos. La historia social no trabaja buscando identificar prácticas específicas con resultados inmediatos, sino reconociendo procesos e identificando sujetos y momentos significativos que movilizan la otrora invisibilidad y rompen el silencio.
8 G.W.F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 113-117.
9 Sobre el concepto de poder ejercido como una red de fuerzas provenientes desde los grupos en interacción crítica, ver M. Foucault Microfísica del Poder, Buenos Aires, Ediciones la Piqueta, 1992.
10 Para Heidegger, el ser como habitar se manifiesta en el construir como expresión del «poder de habitar». Aquí introduce Heidegger el concepto de «poder de habitar», el que relaciona con el concepto de poder-construir, acto que crea el lugar. «Sólo si tenemos el poder de habitar podemos construir». Pero esta conceptualización del ser como «poder de habitar» en Heidegger, no alcanza, a nuestro juicio, a dar cuenta de las relaciones de poder que históricamente se juegan en el seno del habitar, donde acontece el ser histórico. El poder de habitar debiera concebirse y cargarse con lo que define todo poder, es decir, relaciones de fuerza (Foucault) y relaciones contradictorias (Hegel). A nuestro juicio, el ser-como- habitar es una acción (o un existir) que históricamente se presenta (al modo foucaultiano) cargado de fuerza, es decir, de relaciones sociales de poder: ‘poder-de-habitar’». Esto supone la configuración –simultáneamente al construir del habitar– de un «espacio/campo de fuerzas», donde se escenifican y circulan las diversas fuerzas de poder existentes en el seno de dicho espacio/habitar, donde tienen lugar prácticas de apropiación social del lugar/espaciado al habitar y donde, por lo mismo, dicho «lugar/habitar» queda abierto a prácticas de gobernabilidad, donde gravitan fuertemente las hegemonías dominantes». M. Angélica, Illanes, «El proyecto comunal en Chile, (fragmentos) 1810-1891», Historia, N° 27, Santiago, 1993, pp. 213-329.
11 Martin, Heidegger, «Construir, habitar, pensar», Darmstadt, Alemania, 1951 en Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994.
12 J. Petras, H. Zemelman, Proyección de la Reforma Agraria: el campesinado y su lucha por la tierra (ICIRA, U.Chile), Santiago, Editorial Quimantú, 1972, p. 25.
13 «Donde hay relaciones de autoridad se espera socialmente que el elemento super ordenado controle, por medio de órdenes o comandos, amenazas y prohibiciones, la conducta del elemento subordinado», R. Dahrendorf, Class and class conflict in industrial society, New York, Oxford University Press, citado por Urzúa, Raúl, La demanda campesina, Santiago, PUC, 1965, p. 67. A su vez, Urzúa distingue entre «relaciones paternalistas de autoridad» (entendidas como) «aquellas en que una esfera amplia va acompañada por una asignación particularista de las recompensas» y «relaciones contractuales de autoridad» como aquellas que «tienen una esfera limitada y siguen criterios universalistas para asignar las recompensas». Raúl, Urzúa. La demanda campesina, Santiago, PUC, 1965, p. 71.
14 Ver Arnold Bauer, La sociedad rural chilena. Desde la conquista española hasta nuestros días, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1994, p. 194. Ver al respecto Brian Loveman. Chile. The legacy of hispanic capitalism, Oxford University Press, New York, 1979.
15 L. Cereceda, y F. Dahse, Dos décadas de cambios en el agro chileno, Cuadernos del Instituto de Sociología, P. Universidad Católica de Chile, Santiago, 1980, p. 11.
16 Brian. Loveman, Chile. The legacy of hispanic capitalism, New York, Oxford University Press, 1979.
17 Uno de los principales exponentes de esta teoría ha sido el economista Oscar Muñoz, cuyos planteamientos han sido seguidos por numerosos historiadores; teoría que no tenía fundamento considerando los estudios del historiador Brian Loveman en los años 70. Ver Oscar Muñoz, Chile y su industrialización. Pasado, crisis y opciones, Santiago, CIEPLAN, 1986, pp. 82-84; Brian Loveman, Chile. The legacy of hispanic capitalism, New York, Oxford University Press, 1979, pp. 278-280. Últimamente, la teoría del «pacto por la industrialización» ha sido cuestionada por varios historiadores, entre ellos, el historiador Fabián Almonacid. Ver Fabián Almonacid, La agricultura chilena discriminada (1910-1960). Una mirada de las políticas estatales y el desarrollo sectorial desde el sur, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2009; Sofía Correa et al., Historia del siglo XX chileno, Santiago, Editorial Sudamericana, 2001, pp. 130-131.
18 L. Cereceda, y F. Dahse, Dos décadas de cambios en el agro chileno, Cuadernos del Instituto de Sociología, P. Universidad Católica de Chile, Santiago, 1980, p. 12.
19 Raúl, Urzúa, La demanda campesina, Santiago, PUC, 1965, p. 65.
20 Sobre el concepto de «acumulación primitiva de capital « ver Carlos Marx El Capital, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 1972.
21 Sobre este tema del trabajo de las campesinas ver el excelente estudio de Heidi Tinsman, La tierra para el que la trabaja. Género, sexualidad y movimientos campesinos en la reforma Agraria chilena, Santiago, LOM, DIBAM, 2009.
22 Ver al respecto el notable trabajo de Ximena Valdés, Loreto Rebolledo y Angélica Wilson, Masculino y femenino en la hacienda chilena del siglo XX, Santiago, Fondart-CEDEM, 1995.
23 Quizás a este poder de Gea se refería Millaray Garrido Paillalef en un conversatorio, cuando declaraba su condición de mujer no subordinada y empoderada y su destino como amada del amor emanando desde la propia madre Mapu hacia sus seres más queridos. Conversatorio «Zomo Newen Ñi Tukulpan. Memorias de mujeres mapuche semillando la vida», expositoras: Machi Adriana Paredes Pinda, Millaray Garrido Paillalef, Carolina Carillanca Carillanca, UACH, Valdivia, 28 de marzo, 2019.