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III

Cuando el lonco dejaba la ruka por días, sea por trabajo, para emprender un viaje, para negociar con vecinos o gobernantes, se armaba entre las mujeres de la casa una unión más fuerte con nuestra madre, pero de sus hijas era yo quizás la que más tiempo compartía con ella, pasaba casi todo mi rato con Margarita, y era ella la que me daba los consejos y enseñanzas propias de un lonco. En estos casos, ocupaba el lugar de padre y madre, como si parte del lonco habitara en el cuerpo de mamá estando él ausente.

Hacía días que papá había partido a Esquel, a pedir respuestas por nuestro pleito de tierras. Era de tarde. Cecilia y yo aprendíamos, calladas, nuestra clase diaria de telar. Mamá tejía al lado nuestro, para enseñarnos el oficio. De pronto, el silencio se interrumpió. Escondidos detrás de unas matas estaban dos de los primos Prane, de la edad mía eran, cantando en voz alta una canción ofensiva contra los huincas. La cantaban a propósito, para herir a mamá. Pero ella no hizo caso al canto de los primos, nos siguió hablando del trabajo, la retaba a Cecilia por no poner empeño. Ella no le daba importancia al estudio, era chalchalera para trabajar, sin prolijidad, a mí en cambio, no me importaba otra cosa, aprender, tocar todo, preguntar, si me mandaban a hacer algo, yo iba, nunca la hice rezongar.

Cecilia le contestó secamente, que no se la agarre con ella, que no era su culpa que los primos no la quieran. Mamá se levantó y nos dejó solas, yo la seguí para hablarle, para decirle que ella también era india, la india más hermosa. Ocupada en meter una gran pila de ropa en una fuente para ponerla a hervir, y como si no oyera mis palabras, dijo: uno puede ser pobre todo lo que se quiera pero con la ropita limpia. Después me pidió que me sentara, para lavarme el cabello. Sacó de entre otros yuyos, el que llamábamos limpiaplata, los buscábamos en los arroyos de la cordillera. Eché mi cabeza para atrás, y empecé a sentir cómo mi madre deshacía mis trenzas, de abajo hacia arriba, aflojaba mi pelo, lo masajeaba con agua y el yuyo hasta sacarle espuma. Mi cabello, castaño oscuro, era tan largo como el suyo, pero el de ella era clarito. Terminó de lavarme y me besó.

Cuando levanté la vista, el lonco ya estaba de vuelta, desmontando su caballo. Hizo señas a mamá de que reúna a todos sus hijos. Cuando estuvimos juntos dijo que otra vez las noticias eran malas. Nos confesó que estaba poniéndose viejo y que era tiempo de compartir con nosotros la espesura de la lucha. Sacó de un envoltorio de piel, un gran libro negro, que yo nunca le había visto. Llamó a Cipriano al centro de la ronda y le indicó que tomara el libro. Antes de abrirlo, comenzó a hablarnos, como hacía tiempo no lo hacía:

“Hijos míos, demasiados años anduvimos queriendo conservar las enseñanzas antiguas. Las plantas están cambiando, cada vez más rápido, nos estamos cayendo de la tierra. Los hueipifes ya no tienen quien los oiga y las nuevas generaciones se están poniendo sordas.

Yo, Lonco Emilio Prane, estoy llegando al final del gran río, mi piel empieza a secarse, la pena crece al arrimarse a la muerte. Pero no me enseñaron los antiguos a lamentar las tormentas, hicieron mi cuerpo fuerte, para resistir a los tiempos más oscuros. No vamos, mapuches, a terminar la caída. Los enemigos tendrán que darse cuenta, que los mapuches no mueren, que si cambia la mapu, cambian también los mapuches, pero no desaparecen.

Hay indios orgullosos que andan diciendo que el miedo nunca nos ataca, yo digo que sí, que los indios siempre hemos convivido con el miedo. Lo que peleamos por ahuyentar, es la cobardía. La mentira es cobarde. La traición es cobarde. A nosotros nos fue derrotando la confianza. Si hubiésemos desconfiado del blanco, si les hubiésemos seguido la guerra en vez de abrirles nuestras casas, a ellos la cobardía no les habría dejado avanzar. Porque con rifles no se descubren los pasos de la montaña ni los caminos entre los bosques.

¿Tendríamos que haber arrancado corazones huincas, haber sido todo lo salvajes que decían ellos que éramos? El habernos aquietado nos dejó a nosotros sin corazón. Hoy, los mapuches andamos perdidos, buscando al Dios que se va yendo.

La historia y la naturaleza siempre vuelven sobre los hombres dormidos, arrastrándonos a su antojo. Allá, en el país de las manzanas, todavía la historia era nuestra, los hueipifes la contaban una y otra vez y Dios estaba con nosotros. Como si estuviésemos siempre preparados para atajar el sol. Después, las manzanas se fueron pudriendo, las flores se secaron, los bosques fueron profanados, entonces, ya no supimos sostener tanto calor.

Por todo esto, no debemos perder la fe, y reconociendo nuestras debilidades sigamos buscando un espacio para nuestras manzanas, un lugar donde los indios podamos cosechar la propia fuerza combatida a lo largo de los años”.

En puro silencio nos dejó el lonco después de hablarnos así. Se metió en la ruka y no salió hasta la tarde.

Cipriano abrió el libro, como si ya lo conociera. Eran papeles importantes para ganar la guerra con el blanco, una guerra que nunca había terminado, dijo. Nuestras únicas armas ahora eran esos papeles; archivos, datos, documentos, cartas, recortes de diarios y revistas, todo lo que el lonco juntaba desde joven, algunos heredados del abuelo, que hacían la historia de los mapuches en general, y de los Prane especialmente. Sin ellos, anunció, no podremos recuperar la tierra. Poco importaba que fuera él quien tuviera el libro, todos tenían la obligación de entrar en el tema. Dijo que nos reuniríamos semanalmente a leer los documentos, a aprender sobre las reglas y las formas de lucha que hasta el momento se habían usado para la defensa de lo nuestro. Todos estuvimos de acuerdo, hasta Cecilia, que aunque todavía parecía molesta con Margarita, hizo a un lado su sentir para dar lugar al entendimiento.

(Querida Amui Leufu, empiezo a copiarle los papeles de la familia, para que sirva a sus propósitos. Como son muchos, a cada uno le acompaño una explicación, así no se confunde).

1. Esto es un Memorándum del gobierno provisional de 1957, veinte años después del desalojo, en este año la tierra de Chubut se hace provincia de la Argentina. Aquí se deja en claro toda la historia del desalojo y del arrebato de los campos que nos habían dado ya por el decreto 5047 del 3 de julio de 1908.

“Hace varios años el Dr. Lorenzo Amaya, amigo íntimo del Ministro de Agricultura de aquella época y con la complicidad de altos funcionarios de la Dirección Gral. de Tierras (1936), para lo cual había anteriormente venido preparando esta situación con una intensa campaña periodística denunciando falsos robos ante el Juzgado letrado de Esquel a los indígenas, obtuvo el levantamiento de la reserva que afectaba estas tierras”. “Se efectuó un Ofrecimiento Público de las mismas entre gallos y medias noches, tal es así que se evitó darle la publicación necesaria para que todos los pobladores de la zona pudieran presentarse y se alterara el término que establecía el ofrecimiento, resultando las únicas personas que se presentaron los hermanos AMAYA, Lorenzo, Nicanor y Gualberta, como así las interpósitas de estos que luego fueron descubiertas”.

“Obtenida la adjudicación se realizó el desalojo de las numerosas familias indígenas, se les quemaron las poblaciones, perdieron numerosas ovejas y algunos ancianos y niños que no quisieron abandonar sus casas fallecieron en el lugar, el resto deambuló por la costa del arroyo Esquel brindando un espectáculo bochornoso que conmovió la opinión del país que conoció esta situación por medio de la prensa. Sólo se salvaron de las llamas los ranchos que indicó el Dr. Lorenzo AMAYA, permanecieron en pie, luego con lo cual simuló haberlos levantado y construido por su orden” “El Congreso de la Nación conocedor de este brutal atropello solicitó del Poder Ejecutivo una amplia investigación, la cual aconsejó la caducidad de los arrendamientos a la familia Amaya y demás personas favorecidas y la restitución de estas tierras a los indígenas desalojados y al Ministro de Guerra. Decreto Nº 13806/1943

2. Nota recortada de una revista de Buenos Aires, llamada Caras y Caretas, casi treinta años después del decreto 5047 y poco antes del desalojo. El huinca Amaya ya estaba al acecho con sus amenazas, y para impedirlo Emilio y otros loncos viajaban a Buenos Aires seguidas veces para conseguir el título prometido de las tierras:

Emilio Prane, lenguaraz de la delegación. Aquí se debe aclarar que actúa de lenguaraz a los efectos de expresarse, la delegación, ante el presidente General Justo, por la claridad y precisión requerida; pero los demás hombres manejan el castellano y entre ellos así se entienden. Tiene 34 años; su hablar y su rostro denotan vivacidad, inteligencia, penetración.

Dejamos al lector los comentarios de esta nota, y seguimos apuntando la irónica situación en que se encuentran tales “entenados” de la patria, que ya se han gastado hasta el último centavo en ir y venir a la Casa de Gobierno. El hecho de vivir en el Hotel Inmigrantes los coloca jardín de por medio con las oficinas de la Dirección General de Tierras y Colonias, desde cuyas ventanas se los contemplará como quien mira unos antropomorfos destronados de nuestra fauna…

3. Documento que envía el Delegado de la Comisión Honoraria de Reducciones de Indios, a pedido de los pobladores de la Reserva Nahuelpan, 2 de agosto 1937.

“Este grupo de indígenas es un grupo de Argentina, autorizan al Señor Emilio Prane como representante de esta Tribu para gestionar sobre la tierra que ocupan, en esa Capital Federal a la Dirección General de Tierras”.

4. Telegrama de un señor llamado Alum Lloyd a Emilio Prane. Véalo, parece una burla. Se lo manda desde Esquel al Hotel Inmigrantes de Bs As, donde estaba el lonco esperando el título de la tierra sin saber que en ese mismo tiempo el ejército incendiaba nuestras casas sacándonos a la fuerza de allí.

“Su familia encuéntrase desalojada avise donde irán saludos”

Otro dios ha muerto

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