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ОглавлениеCapítulo 3
Los pasos de Derek sonaron en el pasillo, el chico no se giró en ningún momento, ni siquiera cuando, de golpe, se abrió una puerta a unos metros detrás de él hizo el amago de echar una ojeada. Tenía varias cosas en la cabeza, en particular a la nueva, Emma; no entendía qué le pasaba, normalmente no resultaba fácil impresionarlo, aunque, desde luego, él no había sido el único que se había quedado sin palabras ante el carácter de esa chica.
Con esos pensamientos llegó a su destino, el despacho de Amanda, ahora ocupado por Gan. Estaba sin decoración. Jamás había sido bien recibido allí; es más, solo había estado una vez cuando Amanda lo castigó por atascar un váter con varios rollos de papel, fue de lo más divertido.
—Adelante, Derek.
Gan echó una ojeada al crío que acababa de entrar; buen físico y un porte desafiante, indudablemente apuesto, quizá demasiado. De primeras, su imagen no era para nada buena, pero él sabía la verdad, sabía dónde se encontraban las cicatrices más ocultas.
—Me alegro de verte. No me andaré por las ramas. Hoy ha llegado a tu grupo una chica nueva, Emma. Lo sabes, ¿no?
—Sí, suelo darme cuenta si aparece alguien nuevo en mi grupo.
—Bien, pues necesito que la vigiles. Si te percatas del más mínimo detalle, lo que sea, debes comunicármelo inmediatamente.
Derek no pudo ocultar su reciente interés. ¿Qué tenía esa chica tan importante?
—Yo no soy el jefe de mi grupo, no superviso su entrenamiento.
—Los secretos no son tan secretos. Está claro que entre Bianca y Emma no hay buena conexión, así que he hablado con ella y le he dicho que otro supervisará a Emma. —Hizo una pequeña pausa—. Por supuesto, he tenido el detalle de no decirle que serías tú.
Él sonrió. Sabía los sentimientos de Bianca hacia él, pero nunca pasaría. Ella era cruel por placer, sin un propósito, y eso era algo que él, más que nadie, no toleraría.
—Supongo que, al menos, podré saber por qué debo vigilarla, porque lo único que queremos es que la mandes a otro grupo, nos hará perder puntos.
—Por eso, precisamente, ninguno de vosotros podréis alcanzar un puesto importante. Estáis ciegos y queréis resultados ahora y ya; esa chica tiene muchas posibilidades de ser lo que estábamos buscando.
Derek tragó saliva y abrió los ojos como platos, procesando la información e intentando darle otro significado. No podía ser, era algo inconcebible.
—No puede estar hablando en serio.
—Hablo tan en serio como que algo malo se avecina, Derek. Eres joven aún, aunque pienses que no. Hay cosas... cosas horribles que he visto que no desearía volver a ver, pero me temo que así será.
—¿De qué está...?
Gan negó con la cabeza, no estaba dispuesto a contar más.
—No puedo decirte nada más, y aunque pudiera, no te lo diría. Pero, créeme, no te pediría que vigilaras a esa chica si no fuera totalmente necesario.
Con esto, Derek se levantó y, como en un sueño, aterrizó en su cama. No pudo evitarlo, debería haberlo evitado, pero no fue capaz. Se giró y observó atentamente el rostro de Emma. A pesar de estar dormida, no parecía en paz, era como si solo expresase lo que sentía en ese preciso instante... Y durante una fracción de segundo un pensamiento cruzó su mente: «Algo tan bonito no debería estar tan triste».
—Arriba, ya.
Llevaba despierta desde hacía rato; es más, había estado dispuesta a levantarse e ir a dar una vuelta sin que nadie se enterase, pero eso no evitó que el oír la voz de Derek a centímetros de su oreja no la sobresaltase. El chico la observaba desde arriba, no parecía precisamente contento de verla, pero no le importó; era demasiado temprano para hacer nada.
Mientras Ana se desperezaba y Bianca le regalaba una bonita mirada de odio, Emma se dirigió al baño para cambiarse; muchas ya lo hacían delante de todos, pero no era una idea alentadora. Cuando salió, algunos ya se habían ido a desayunar; sin embargo, aún quedaban Ana y dos chicos —que creía recordar que se llamaban Carlos y Luis—, que le sonrieron mientras se ataban los cordones. Derek se apoyaba con resignación en una esquina; si no lo conociera un poco, diría que la estaba esperando.
—Ana, siempre he querido hacerte esta pregunta.
—Luis, si me vas a pedir matrimonio, pierdes el tiempo.
Luis —que era un chico excesivamente alto, de brazos y piernas muy largos, y unos enormes ojos castaños— sonrió.
—Había que intentarlo.
Carlos —que era todo lo contrario a su amigo, bajo y robusto, de manos pequeñas y piernas cortas, pero con un físico muy trabajado— se acercó a Emma.
—Ignora a mi amigo. En su defensa diré que se pone más retrasado por las mañanas.
—Te equivocas —replicó el aludido—. Soy igual de retrasado todo el día.
Emma rio.
—Por cierto, soy Luis, y este es Carlos, mi amigo feo.
—No te describas, Luis. Encantado.
—Emma, encantada.
Ana rodó los ojos y frunció la boca, pero en sus ojos brillaba la diversión que aquella pareja le inspiraba. Y al mirar a Luis... Emma era lo suficientemente lista para saber que no se mira así a un amigo:
—Oye, Emma, te estoy esperando, y a mí nadie me hace esperar.
Su mirada y la de Derek se encontraron. La de él, fría, mientras que la de ella lo más serena posible.
—¿Y ese gran honor?
Pero no esperó a que le gritara la respuesta. Se despidió de los tres y se unió a Derek en el pasillo:
—¿Por qué me esperabas?
—No te hagas ilusiones, pequeña. Me han dicho que debo supervisar tu entrenamiento y eso haré; así que, a partir de ahora, no me hagas esperar.
—Creía que Bianca sería mi supervisora.
Derek le echó una ojeada. Su expresión era neutra, pero no lo dijo con una voz apenada; es más, sonaba complacida.
—Bueno, pensé que la pobre Emi no debería ser enseñada por Bianca cuando puede gozar de este cuerpazo durante todo el día. Ya me lo agradecerás.
—¿Siempre eres tan creído?
—Querrás decir tan sincero.
Ella no insistió. Se dedicó a contar las posibilidades de aguantar un día entero con Derek. Sentía cierta atracción, la típica atracción que una chica sentiría hacia un chico tan sumamente atractivo como él. Lo que Emma ignoraba es que eso iba mucho más allá de, como ella pensaba, «una típica atracción».
El desayuno fue en silencio. Bianca, para su sorpresa, tenía una expresión entre estreñida y furiosa; de vez en cuando dedicaba disimuladas miradas hacia Derek, pero este la ignoraba. Seguía pensando en algo que pudiese tener Emma para que fuese tan especial. Sin que ella se diese cuenta, la vio hablar con Luis, Carlos y Ana; alguno debió decir algo gracioso porque ella sonrió; y otro pensamiento asaltó su cabeza: «¿Se podía pedir ayuda sonriendo?».
Emma desayunó fuerte y cuando estuvo cara a cara con Derek en la sala de entrenamiento, solo tenía unas ganas locas de empezar y descubrir cómo de duro podía llegar a ser:
—Quiero que hagas cinco series de veinte flexiones; luego irás a aquella cuerda y la escalarás hasta el techo tres veces. Yo te esperaré en la máquina de correr para que hagas ejercicio aeróbico. Con esto habrás acabado el calentamiento. Tienes diez minutos para llegar a la cinta de correr.
Emma no replicó, ni siquiera se planteó esa posibilidad, era la más débil del grupo y no estaba dispuesta a que eso continuara así. Hizo lo que Derek le pidió o, al menos, lo intentó con todas sus fuerzas. Hizo las flexiones más rápido de lo que se creía capaz, pero después de escalar la cuerda por segunda vez, sus brazos le pedían un descanso. Derek la penalizó con veinte minutos más de correr, lo que en total fueron casi cincuenta. Emma sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, pero se mordió la lengua y apretó. Si Derek quería verla quejarse, eso sería lo último que haría.
Después del calentamiento gozó de sesenta segundos de descanso. Luego tocó practicar con los cuchillos. Uno tras otro surcaban el aire a una velocidad cada vez mayor, pero a Emma esa sensación le gustaba, era liberador, una forma de concentrar toda su frustración en un solo acto.
—¿Dónde aprendiste a tirar?
—En ningún lado.
—¿Nunca practicaste con algo?
Emma pensó en mentirle, pero de alguna forma supo que la descubriría.
—Cuando alguien venía a meterse con mi hermana, solía llevar un tirachinas conmigo, y cuando se daban la vuelta, les daba.
—¿Con piedras?
—No, con bolas de papel, simplemente me gustaba ver sus caras de asombro. No era con intención de hacerles daño, sino de demostrar que no eran tan intocables como creían.
Derek no preguntó nada más. La llevó a la zona de pistolas y le hizo coger una. Le costó cogerle el truco; sin embargo, también le gustaba la sensación. Concentraba todo cuanto sabía en su objetivo y, aguantando la respiración, apretaba el gatillo; hasta el sonido ensordecedor que tenía no le resultó tan insoportable.
La obligó a escalar la cuerda dos veces más y cinco series de treinta abdominales; resultó agotador, pero la comida le sentó como nunca y cogió fuerzas suficientes para otra sesión de puntería y unos cuantos minutos más corriendo. Ana, de vez en cuando, le guiñaba un ojo desde la máquina en la que se encontraba, y Luis y Carlos le dijeron que le quitarían los cuchillos de la mesa a partir de ahora para evitar posibles accidentes. Incluso el resto del grupo parecía no odiarla tanto; al menos, la ignoraban, sin mostrar ninguna opinión. Solo Bianca, con su mirada gélida, se dedicaba a aborrecerla en silencio.
Derek, por su parte, se comportó; no faltaron sus comentarios sarcásticos ni su poca delicadeza al decirle lo inútil que era, pero fue mejor de lo que pensaba, se esforzó por enseñarle y le dio unos cuantos trucos para utilizar la pistola.
—No tienes músculo —le había dicho—. Eso no tiene por qué ser un problema si aprovechas tu velocidad.
—¿Velocidad? ¿Yo?
—Has corrido más rápido que cualquiera del grupo, no lo olvides. Siempre hay un punto fuerte, igual que siempre hay uno débil.
Eso la ayudó. Puntos débiles tenía muchos, pero hasta ahora nadie le había dicho que era capaz de tener un punto fuerte. Mientras tanto, por la cabeza de Derek pasaban otras cosas.
Había estado atento a cada movimiento de la chica, tanto que temía que se diera cuenta. Pero acto seguido se convencía de que lo hacía por motivos puramente profesionales.
—Derek, ven un momento.
El chico se sorprendió al ver a Gan allí, como si de alguna forma aquel hombre no tuviese cabida en una sala de entrenamientos, solo en batalla. Derek siempre había envidiado su poder: entablando contacto visual era capaz de leer el pensamiento de la gente. Siempre recordaba esto para nunca mirarlo directamente a los ojos.
—¿Cómo ha ido el entrenamiento de hoy?
—Creo que estará preparada para competir en un sector.
En realidad, aún no lo había meditado del todo. Ambos la miraron disimuladamente mientras Emma se volvía a hacer la coleta.
—Esta noche van a hacerles la prueba a su hermana y a su padre. Pidió estar presente y así será. Quiero que la lleves al salón de las reuniones a medianoche.
—Así lo haré.
Él ya se iba a ir, no le apetecía seguir hablando con aquel hombre, pero lo retuvo.
—Quiero que tú también estés allí con ella y que la apoyes. —Derek frunció el entrecejo, confundido—. No es una prueba normal, dentro de su hermana habita una presencia.
Y en ese preciso instante, todo tuvo sentido. Respiró hondo, imaginándose a Emma pasando toda su vida al lado de una persona incapaz de ser feliz, y le vino la imagen de ella durmiendo, una imagen que resultaba casi agónica, teniendo en cuenta que ya sabía los motivos por los cuales lucía esa expresión
—¿Por qué deja que vea la prueba?
Gan, que sabía que el chaval no comprendería sus motivos, suspiró.
—Porque a veces es necesario que la verdad nos abra los ojos.
—Créame, ella los tiene bien abiertos.
* * *
—¿Qué crees que estarán hablando? —preguntó Ana.
—Yo creo que están hablando de cuántas flexiones hace al día para tener ese brazo.
Ana rio ante el comentario de Luis, mientras que Emma intentaba leerles los labios, pero era imposible. Derek estaba de espaldas y su cabeza le cubría buena parte de la visión de Gan.
—¿Cómo ha sido ser entrenada por el guapísimo Derek? —preguntó Carlos con sorna.
—No ha sido tan horrible como esperaba.
Ana, que dudaba que fuese verdad aquel comentario, se levantó a hacer su última tanda de flexiones. Luis, al que también le quedaba una, la siguió, mientras que Carlos permaneció junto a Emma.
—¿Puedo preguntarte una cosa, Carlos?
—Claro, dispara.
—Amanda me dijo que todos los progeniems tienen un poder. Luis y tú, ¿cuál tenéis?
Carlos echó una ojeada a Luis.
—Nosotros lo llamamos don, no poder. Los dos tenemos el don de controlar el agua y el fuego. Sí, suena un poco raro poder controlar dos cosas tan opuestas, por eso lo llaman el don opuesto.
Emma pensó que también le gustaría poder hacer eso, controlar el agua cuando tuviese sed o invocar el fuego cuando tuviese frío, pero recordó cuando Ana la curó, la melodiosa voz de la chica, y pensó que también quería saber hacer eso.
—¿Hay muchos tipos de dones?
—Claro, hay cientos. Por ejemplo, mira a aquel chico de allí.
Señaló a Marcos, un chico de aspecto enclenque y mirada perdida que intentaba, en vano, levantar veinte quilos del suelo.
—Tiene el poder de leer la mente, igual que el instructor Gan. Solo necesitan entablar contacto visual y concentrarse mucho; así que no te preocupes, por cruzar una mirada no sabrá tus más oscuros secretos.
Ambos se miraron y sonrieron. Carlos era amable y por un segundo a Emma se le ensombreció el rostro; llevaba tanto tiempo sin hablar con nadie así.
—Aquel grupo de chicas de allí son las de curación. Si quieres ir a un concierto, ve a los suyos, sales con más vitalidad que nunca. Y aquellas de allá pueden teletransportarse; les encanta pegar sustos, te aviso.
—Es como estar en una escuela de superhéroes.
Y, acto seguido, se arrepintió de haberlo dicho en voz alta, era un comentario infantil. Sin embargo, Carlos asintió con una sonrisa, como si el comentario tuviese mucho sentido.
—También existen lo que nosotros llamamos «dones oscuros»: son dones que causan dolor, tanto mental como físico.
—¿Hay alguien aquí con un don oscuro?
Y como si estuviesen coordinados, como si Emma pudiese adivinar quién podría tenerlo, miraron a Bianca.
—Ella puede hacer que te retuerzas de dolor, pero, igual que para leer la mente, necesita tener contacto visual. Es jefa del equipo básicamente por eso, solo uno dijo que no.
—¿Quién?
—Derek, pero él tiene excusa...
Nunca sabrá por qué tiene excusa, ya que apareció frente a ellos. Gan ya salía por la puerta, aliviado de que el chico hubiese accedido a acompañar a Emma en la prueba.
—Emma, necesito hablar contigo. —Miró a Carlos—. A solas.
El aludido ni se inmutó, le dio un golpecito en el hombro con el puño a modo de despedida y se marchó junto a Luis. Ana ya iba a ir hacia ella cuando Carlos la detuvo. Emma juraría que había dicho cretino en cuanto oyó lo que le dijo Carlos.
—A medianoche harán la prueba a tu padre y a tu hermana, así que no te duermas, porque no te despertaré con un beso, eso te lo aseguro.
Emma tuvo que repetirse varias veces la frase antes de ubicarse. ¿Cómo lo había podido olvidar? Su familia... Tenían que someterse a una prueba y luego podrían marcharse. Ese hecho mezcló el alivio de sacarlos de allí con una profunda sensación de soledad. Los volvería a ver, ¿no?
—Bien, estaré despierta.
—Espera.
Momentáneamente la sujetó del brazo.
—No le puedes decir a nadie lo de la prueba, y eso incluye a Ana, Luis y tu queridísimo Carlos.
—No es mi... ¿Sabes qué? Déjalo, no diré nada.
Esta vez, cuando se giró, no la detuvo. Derek pensó que verla ofenderse era, cuanto menos, divertido. Era obvio que Carlos no era su «queridísimo», pero ¡qué más daba!
Mientras, Emma maquinaba las múltiples formas de hacer tragarse las palabras a alguien. Siempre la dejaba en ridículo con esa mueca burlona y esa mirada de superioridad. No tenía por qué ser así, pero cuanto más se cabrease, más disfrutaría él. Así que suspiró y, con la cabeza bien alta, se dirigió hacia Luis, Carlos y Ana.
—¿Te ha pedido matrimonio? —soltó Luis.
—¿Qué? ¡No! Hemos hablado del entrenamiento.
Todos asintieron.
—¡Que es verdad!
—Tus mejillas rojas dicen lo contrario. —Y Emma no supo qué replicar.