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Capítulo 4

Diez minutos antes de que llegara la medianoche, Emma y Derek salían de la habitación con paso silencioso. Emma, que no se orientaba bien ni siquiera cuando era de día, tuvo que acostumbrarse a la sensación de esperar a que Derek tomara alguna dirección. Él, por su parte, no parecía dispuesto a entablar conversación, y aunque a ella no le gustaba forzar las cosas, tenía que preguntarlo:

—¿En qué consiste la prueba?

—Les inyectan un líquido que les hace entrar en una especie de trance; entonces, les hacen varias preguntas y el que esté sometido, dirá toda la verdad. Es imposible mentir.

—¿Y por qué quieren hacer esa prueba a mi hermana y a mi padre?

Giraron en el siguiente pasillo y Derek aceleró el paso, claramente ansioso por llegar.

—Ha habido intentos de infiltración por parte de progeniems no deseados... No preguntes, sé más bien poco. Una pregunta… ¿Cómo de unidas estáis tu hermana y tú?

—Es la única persona a la que me pude aferrar cuando mi madre se fue, por eso quiero sacarla de aquí lo antes posible. Cuando la vi en la enfermería parecía que hubiese perdido totalmente la cabeza.

Derek estuvo a punto de pararse y abrazarla, no supo por qué, pero le vino ese instinto. De alguna forma extraña, no quería que Emma fuese a presenciar la prueba, pero no hizo nada, se limitó a abrir la puerta cuando llegaron a su destino y a pasar tras ella. Emma lo observó y frunció el ceño.

—¿Te vas a quedar?

—¿No creerás que he venido hasta aquí para perderme el espectáculo?

Le arrancó una sonrisa y eso le enorgulleció.

Mientras, ella ya tenía la vista fijada en su hermana; la había echado tanto de menos. Era su hermana, daba igual que muchas veces lo único que quisiera fuese morirse, ella la quería. A su lado, su padre miraba al suelo con expresión cansada, la piel se pegaba a sus pómulos, resaltándolos, y las bolsas alrededor de sus ojos nunca habían sido tan profundas. Fue a acercarse a ellos, a decirles que pronto saldrían de allí, pero se dio de bruces contra un cristal. Lo golpeó con fuerza y gritó sus nombres. Nada, ni siquiera un ligero movimiento; alguien le tocó el hombro y se cruzó con los ojos de Derek; hasta ese momento no se había dado cuenta de lo azules que eran.

—No puedes pasar, van a empezar ya. Vamos, nos pondremos allí.

La cogió del codo y la medio arrastró hacia una columna. Ella seguía sin poder apartar los ojos del rostro de su hermana mientras le inyectaban en el cuello un extraño líquido amarillento; segundos después, le tocó a su padre.

—Presentaos.

La voz no salió de ningún lado, era metálica y más bien robótica, no parecía posible que fuese humana.

—Me llamo Víctor, tengo cuarenta y ocho años y tengo dos hijas.

—Me llamo Clara, tengo quince años y tengo una hermana.

Emma contuvo la respiración. En ninguno de los dos había ningún tipo de vida o emoción al decirlo.

—Víctor, te casaste, ¿no? ¿Qué pasó con tu mujer?

—Estuve casado. Esa zorra... me abandonó en cuanto se enteró de que una de sus hijas, Emma, era progeniem. Dijo que si ella se iba, a lo mejor no nos encontraban.

—¿Quién no os encontraría?

—Obviamente, los rebeldes. Ella había traicionado a los orígenes creyendo que era lo correcto. Entonces vio lo que pretendían los rebeldes, vio cómo esclavizaban a los inmunes… Ella se negó, pero ya era demasiado tarde, estaba metida hasta el fondo, por eso se fue. Creyó que no encontrarían a Emma, al menos la habéis encontrado vosotros. Ahora nos dejaréis en paz, ¿no?

—Aquí las preguntas las hacemos nosotros.

Emma se crujió los nudillos. Su padre nunca había llamado zorra a su madre, se supone que la quería, se supone que, por encima de todo, debes amar a tu pareja.

—¿Cómo supiste quién era la hija progeniem?

—¿Que cómo lo supe?

Su boca se tornó en una brusca mueca, sádica.

—No lo supe hasta que mandaron a una presencia para quitar toda la energía de Clara. Mi pobre hija, la única que era normal en la familia, se vio consumida por aquella cosa. Quise deshacerme de Emma, pero recordé que mi mujer me advirtió que si la presencia no estaba cerca de un progeniem, destruía a la persona que ocupaba. No iba a arriesgarme a perder a mi única hija normal.

Emma retuvo las lágrimas, ella también se consideraba normal.

—¿Tuviste algún contacto con los rebeldes después de que tu mujer se fuese?

—No, nunca.

—Bien, puedes irte.

Más que una sugerencia, era una orden. El hombre se levantó y zigzagueó hasta la puerta, luego se dejó caer en el suelo, haciendo que Emma lo perdiera de vista. Suspiró. Ahora le tocaba a su hermana. Al menos ella siempre la había apoyado en todo, pero eso de la presencia no sonaba nada bien.

—Dime, Clara, ¿cómo te llevas con tu hermana?

—La... la... la odio. Por su culpa, esta cosa me... me habla y me susurra cosas. Por las noches tengo pesadillas tan horribles que, incluso, a veces siento dolor, un dolor físico, pero ella no se da cuenta de nada. Ella y su estúpida obsesión de que fuera feliz, pero cada vez que quería decirle qué me pasaba, gritarle lo que la odiaba, la voz me amenazaba con matarme, con ahogarme por la noche en la oscuridad...

—¿Podrías librarte de esa voz?

—No, ella estará en mí mientras mi hermana viva.

Emma se dobló sobre sus rodillas y ahogó un grito. Nadie parecía oírla y ella no oía a nadie, solo resonaban sobre ella, una y otra vez, sus palabras: «Ella estará en mí mientras mi hermana viva», «gritarle lo que la odiaba».

—Emma, Emma, mírame, mírame.

Le cogió el rostro con sus suaves manos, pero a ella no le servía de nada. Aún recordaba con exactitud la primera vez que su hermana sonrió tras meses, fue como ver el sol después de meses granizando, fue como renacer, y eso que fue un gesto de tan solo un segundo, pero fue su segundo, y ahora... Ahora todo eso no importaba.

—Emma, por favor, escúchame. —La levantó—. Vámonos.

No sabría decir cómo acabó en el pasillo, solo supo que se dejó caer en el suelo y se abrazó las rodillas con fuerza mientras sollozaba. Hacía exactamente diez años que no lloraba, y ahí estaba, quedando en ridículo delante de Derek y a saber de cuántos más, pero no le importó ni lo más mínimo.

—Soy un... un mons... monstruo. Me odia, Derek. Me odia más que a nada.

Derek le acarició los brazos en un vano intento de tranquilizarla. ¿A quién quería engañar? Si le hubiese pasado algo así a él... Bueno, prefería no pensarlo.

—Escucha, no es culpa tuya. No es culpa tuya, Emma.

—No me mientas.

Su mirada vidriosa se perdió en la oscuridad del pasillo. El labio inferior le temblaba y parecía, a vistas de Derek, que esa noche no la superaría. Pero, de repente, sus facciones cambiaron, se puso totalmente seria y se secó las pocas lágrimas que le quedaban.

—¿Cómo puedo sacarle esa cosa de ahí dentro?

—Emma...

—¿Cómo puedo hacerlo?

Derek guardó silencio durante unos cuantos segundos.

—No se puede, permanecerá ahí hasta que tu hermana muera.

—O yo muera, ¿no?

Él negó y le quitó un cabello del rostro.

—No, no funciona así. Esa voz quiere alimentar su odio hacia ti de forma que os destruya a las dos.

—Pero si me mantengo lejos de ella, ¿la matará?

—¿Tú querrías vivir así?

—Responde a mi pregunta.

—La presencia es mandada para que nadie note que está ahí. Cuando la descubren... bueno, hay veces que se van, y otras... otras que acaban con la persona. Todo depende de lo que le hayan ordenado.

Emma empezó a ser consciente de lo cerca que estaba Derek de ella y, no supo por qué, le abrazó.

—Venga, Emma.

Derek miró sorprendido a la lejanía.

—Quiero irme de aquí. —Sollozó la chica.

—Claro, vámonos.

* * *

La mañana siguiente fue inexistente para Emma, era como caminar bajo el agua, por mucho que avanzaba una masa le impedía hacerlo a mucha velocidad. Derek no apareció en toda la mañana, pero ella pondría la mano en el fuego de que había dado algún tipo de advertencia a Ana, Luis y Carlos, pues ninguno de los tres le preguntó nada sobre su deplorable aspecto. Sin embargo, el silencio no podía ser eterno, y advertirles a ellos era fácil, pero Bianca era de otra pasta.

—Vaya, creo que ya sé cuál es tu don, niñata.

Su grupo, tras ella, le echaba miradas inquisidoras.

—El don de la nueva es dar pena, ¡enhorabuena! Vamos a celebrarlo todos.

—Bianca, cállate —lo dijo en un tono apenas audible, pero la chica cesó su risa y la miró de tal forma que, de no haberse sentido tan desgraciada, hubiera retrocedido.

—¿Qué has dicho?

«A la mierda», pensó.

—He dicho que te calles.

Inhaló tres veces con violencia mientras se crujía los dedos. Nunca en su vida había visto a alguien tan enfadada. Ana la observaba sin dar crédito a lo que estaba haciendo.

—Emma, discúlpate.

—No —le gruñó.

—Bien, nada más llegar debí mostrarte quién manda aquí.

Y cuando se cruzó con sus ojos, un dolor agudo y repentino le atravesó la columna. Era indescriptible. Empezó a arrodillarse, presa del pánico. Y de golpe, cesó. Bianca se encontraba cogida por el cuello de la camisa, a unos cuantos centímetros de Derek.

—Venga, Bianca, ahora prueba conmigo.

La chica lo empujó con las manos en el pecho y Derek la soltó con una mueca de asco. Luego, se giró para mirarla y su expresión no cambió un ápice.

—Y tú, levanta.

Emma, que en otra situación se hubiese sentido más dolida, se limitó a obedecerlo.

—¿Por qué la defiendes, Derek? ¿Acaso sientes debilidad por las chicas estúpidas e inútiles como ella?

—Sabes tan bien como yo que no te está permitido usar tu poder aquí. ¿Sientes debilidad por lo prohibido?

Y con esto, dejando tanto a Bianca como a Emma anonadadas, salió de allí.

—No siempre estará él para defenderte.

Y golpeándola en el hombro para salir de allí con dignidad, desapareció de su vista.

—Esto ha sido muy raro.

—Y que lo digas, Carlos —le respondió Luis.

Pero Emma ya no estaba allí, se encontraba muy lejos, en un lugar que ni siquiera su propia mente podría volver a idear. Bianca tenía razón, daba pena, pero no iba a permitir que se consumiera. Tenía que hablar con Derek, él sabría ayudarla a llevar a cabo su plan.

—Necesito hablar con Derek.

—Muchas chicas necesitan «hablar con Derek», Emma.

—Ana, no utilices el sarcasmo con esto, es importante. ¿Dónde lo puedo encontrar?

Sus miradas se encontraron y aunque Ana jamás había dado señales de conocer a Derek, le respondió, sabiendo a ciencia cierta dónde estaría.

—Sube al tercer piso, es el área de residencia. Su habitación es la cuarta de la derecha. Si te deja entrar te pediré un autógrafo.

—No, si te deja entrar, roba una fotografía suya firmada. Derek es el típico así, y lo sabéis —bromeó Carlos.

Emma dudó. ¿Realmente lo era?

* * *

El chico, tumbado bocarriba en la cama, jugueteaba ausente con una bola de gomaespuma, rememorando los acontecimientos de hacía apenas unos minutos. Había desafiado a Bianca, pero eso le preocupaba más bien poco. Seguía pensando en cómo lo había mirado Emma, como si le fuese indiferente. Pero aún era peor el total desinterés que había mostrado, como si, a partir de ahora, nada importase lo suficiente.

Llamaron a la puerta. Derek automáticamente pensó que se habrían equivocado, nadie llamaba a su habitación, nunca, pero el individuo insistió, y como no tenía ganas de oír el sonido otra vez, abrió de mala gana.

Dos enormes ojos verdes lo observaron unos centímetros por debajo. Se le aceleró el pulso.

—¿Qué quieres, Emma?

—Necesito hablar contigo.

La miró escéptico.

—¿Y tiene que ser en mi habitación? Pequeña Emi, aún eres joven.

Se sonrojó. El gesto más dulce que había visto en mucho tiempo, las chicas de allí ya no se sonrojaban.

—No tiene por qué ser en tu habitación.

—Pues resulta que no me apetece moverme.

Una excusa pobre, pensó para sí.

—Bien, entonces, en tu habitación.

Y sin esperar a que él le respondiera, pasó y observó todo con un controlado interés.

—¿Por qué duermes con todos si tienes tu propia habitación?

—Porque puedo —dijo escuetamente.

Se sentía nervioso, no sabía qué actitud mostrar. Desde luego, no podía hacerle ver que, de alguna forma, la idea de tener a «la pequeña Emi» en su habitación se le antojaba grande.

—¿Has venido a preguntarme sobre mi habitación?

—No, he venido a hablarte sobre mi hermana —dijo completamente seria. Se lo imaginaba—. ¿Cuánto tarda una presencia en darse cuenta de que tiene que irse o destruir a la persona?

—Normalmente, dos semanas; con suerte, un mes.

Derek se desplazó hasta el colchón y se acomodó, mientras Emma ya se había puesto enfrente y se apoyaba ligeramente en la mesa.

—¿Podrías explicarme qué es exactamente una presencia y quién podría habérmela mandado? Mi padre dijo algo de que mi madre traicionó a los orígenes para unirse a los rebeldes. ¿Tiene eso algo que ver?

Él notaba cómo Emma se ponía nerviosa, se mordía las uñas y movía el pie izquierdo ligeramente; sin embargo, le inquietaba la forma en que le aguantaba la mirada, demasiado franca, demasiado inocente.

—A ver... Los orígenes somos nosotros, es decir, las personas que seguimos utilizando nuestros dones para ayudar a la gente, sin ningún beneficio propio más que un sitio donde dormir, comida y algo de dinero por si a donde vamos tenemos que pasar noche. Los rebeldes tienen esa ideología, con la diferencia de que para ellos hay dones mejores que otros, y buscan someter a los que consideran inferiores para sacar más provecho de los otros; a algunos, anteriormente, los mataban si creían que no serían de ayuda.

—¿Cómo fue capaz mi madre de unirse a ellos?

La chica sabía que, obviamente, Derek no tenía respuesta para eso, pero, igualmente, le miró ansiando un buen motivo.

—Los rebeldes son más activos, no tienen miedo a que descubran lo que somos y utilizan sus poderes, aunque con fines buenos, sin ningún cuidado. De primeras, puede sonar muy bien, pero entonces ves que en el pasado esclavizaban, que mataban si lo creían necesario, y no les importaba la discreción. ¿Sabes qué pasaría si no fuésemos discretos?

Negó una sola vez.

—El caos, pequeña Emi, el caos. ¿Qué pensaría la gente? ¿De verdad todo el mundo nos querría? Pensarían que somos anormales, bichos raros, experimentos fallidos o a saber qué más; tendrían envidia y nos querrían muertos. Imagínate cuando descubrieran el don de Bianca, ¿qué pensarían? Que es un monstruo. Quizá ella no sea la mejor persona del mundo, pero de ahí a un monstruo...

A Emma, que aborrecía a esa chica, le costó pensar lo contrario, pero al imaginarse el cuerpo de Bianca inmóvil, frío, muerto... admitió que no merecía eso, por muy mal que le cayera.

—¿Por qué huyó?

—Lo poco que sé es que tu madre no solo traicionó a los orígenes cuando se unió a los rebeldes, sino que abandonó a los rebeldes, es decir, no tenía aliados, solo enemigos. Supongo que cuando se quedó sin nadie a quien recurrir, aun sabiendo que tú eras progeniem, decidió huir. Por lo que me han dicho, nunca había dejado pistas sobre el paradero de tu padre y, mucho menos, de que tenía unas hijas, pero los secretos sin contar siempre acaban saliendo a la luz.

Derek observó cómo la chica se masajeó momentáneamente las sienes. Era difícil asimilar todo eso, saber que tu madre había huido por traicionar dos veces a lo que había prometido lealtad eterna.

—Entonces, ¿me estás diciendo que, de algún modo, sabían que mi madre tenía dos hijas y sabían dónde estábamos? Pero si querían venganza, ¿por qué no matarnos?

—No, sí que sabían que tenía dos hijas, pero no dónde estabais, porque de haber sido así, créeme, os habrían matado; puede que primero torturado, pero en las ideas de los rebeldes no hay lugar para la piedad.

Emma no lo comprendía.

—Pero, entonces, ¿cómo nos encontró la presencia?

—La presencia es un alma oscura, una abominación, algo que, definitivamente, no debería existir. La crearon los rebeldes, pero nadie que haya intentado espiarlos para enterarse de cómo lo hicieron ha vuelto con vida. Lo único que sabemos es que rastrean. Con tener el mínimo pelo, chaqueta, incluso olor corporal de tu padre, podrían haber mandado la presencia. Solo pueden hacer viajes de ida, no saben volver, están hechos para una cosa, habitar cuerpos y destruir vidas... A los progeniem poderosos no los pueden habitar y a los que sí que pueden, no les afecta de la misma forma que a una persona normal. Aun así, es horroroso... Imagino que la enviaron para que te poseyera, pero al no poder hacerlo, atacó a alguien muy parecida y unida a ti, lo que lleva a creer que poseerás un gran don si, desde pequeña, algo en ti la retuvo.

Ella, que en otra ocasión se habría sentido halagada por el comentario, lo ignoró mientras pensaba en el siguiente paso. Siempre hay un siguiente paso. Si esa cosa había ido a por su hermana por su culpa, ella se encargaría de sacarla.

—Si la presencia sigue las órdenes de los rebeldes, ellos podrían sacar a esa cosa de mi hermana, ¿no?

—Supongo que sí, no sabemos exactamente cómo es el proceso.

—¿Cómo puedo encontrarlos?

Derek, que hasta ese momento no prestaba mucha atención a la conversación, la miró.

—¿Encontrar a quién?

—A los rebeldes, por supuesto.

A Emma le molestó que se riera, aquella situación era de todo menos graciosa.

—Emma, ¿tú crees que si supiésemos dónde están no los habríamos atacado?

—Lo que creo es que son más poderosos de lo que quieres hacerme creer y aún no estáis preparados para asaltar su base.

Sus miradas se cruzaron: la de ella, franca y serena; la de él, cargada de emociones. Había dado en el clavo.

—¿Tengo razón?

—En parte. Ir a su base es un suicidio, sabemos que se encuentra en una selva que está a tres días en coche. Quien ha tenido la suerte de llegar con vida, no ha sido capaz de encontrar el lugar o de, al menos, salir de la selva. ¿Quieres más detalles?

Pero Emma ya no lo escuchaba. Una selva, tres días en coche, otros tres de vuelta, eso la dejaba con una semana, quizá un poco más, para conseguir salvar a su hermana. Por no decir que tendría que conseguir un transporte, dirección exacta y algún arma, por mínima que fuese.

—No me puedo creer que te lo estés siquiera planteando.

—No me lo estoy planteando, voy a ir. Solo necesito un medio de transporte, algún arma y dirección exacta.

—Estás loca, no tienes entrenamiento, no tienes dinero, ni siquiera los mejores progeniem han sido capaces de volver. ¿Qué te hace pensar que tienes alguna posibilidad?

—Se trata de mi hermana, esa idea es mi única pero gran posibilidad.

Hubo unos segundos de silencio. Por una parte, Emma veía que era más bien imposible, pero prefería morir así que pasar una vida cargando con la muerte de su hermana. Su frágil Clara, siempre tan triste, siempre con tanto miedo, y, sin embargo, qué hermosa podía resultar a veces.

—Escúchame, no permitiré que vayas sola.

—No me puedes impedir ir.

—¿He dicho que vaya a hacerlo?

La característica mueca de burla se formó en su rostro. Él no resultaba hermoso a veces, él lo resultaba siempre.

—No voy a ser tu carga.

—No voy por ti —mintió—. Si salimos de allí con vida habrá alguna posibilidad de que acabemos con los rebeldes. Hay muchas leyendas sobre ellos, quiero respuestas. —Y eso sí que era verdad

Derek notó cómo Emma dudaba: lo veía en sus ojos, que eran incapaces de ocultar nada; lo veía también en su boca, que mordía una uña de forma ansiosa.

—Tienes que hablar con Ana, necesitaremos una curandera; también con Luis y Carlos, el fuego nos viene bien para las noches y el agua para no deshidratarnos. Yo conseguiré el transporte.

—¿Qué te hace pensar que querrán venir?

—Ana tiene cierto instinto suicida, se lanzaría a la batalla sola contra un ejército entero. Carlos y Luis necesitan salir de aquí por el bien de todos, ¿de verdad crees que dirán que no?

Emma calló pero, en el fondo, quería pensar que sí.

* * *

La sonrisa de Ana se fue extendiendo hasta límites insospechados, haciendo que sus ojos fueran dos finas ranuras. Acababa de contarle con todo detalle lo que habían hablado Derek y ella. Carlos y Luis, que también habían insistido en oír la historia, tuvieron una mirada cómplice.

—Ir a la base de los rebeldes, conseguir a quien mandó la presencia y obligarlo a que deje en paz a tu hermana; además de salir de forma secreta de esta base —repitió Ana—. Es el plan más horrible que he oído en mi vida. Me apunto.

Su voz cargada de sinceridad y determinación no daba lugar a réplicas.

—A ver, yo tenía cita en la peluquería, ¿sabes? Pero creo que podré hacer un hueco para ir —bromeó Luis.

—Olvida lo que ha dicho, nosotros dos nos apuntamos.

Emma no sabía si sentirse aliviada o estresada. Por una parte, sabía que todos los que estaban allí querían acabar con los rebeldes; pero, por otra, sabía que su fin era egoísta, a ella solo le importaba su hermana, y perder su vida a cambio no parecía gran cosa. Pero ¿quién era ella para decidir sobre sus vidas?

—¿Cuándo salimos?

—Espero que Derek me lo diga esta noche, no tenemos mucho tiempo.

Y así fue. Después de tomar una cena deliciosa y más abundante de lo normal, Ana, Luis, Carlos, Emma y Derek tomaron asiento en una mesa redonda de la biblioteca, y entre miradas tensas y mandíbulas apretadas, Derek tomó la palabra. Se dirigió a Emma, cosa que no sorprendió a ninguno:

—El coche ya lo tengo, ha sido fácil conseguirlo. Tendremos el depósito lleno, aunque lo más probable es que tengamos que parar a echar más gasolina. Luis y Carlos ¿tenéis algo de dinero ahorrado?

—No demasiado, pero suficiente para comer todos mientras estemos fuera —respondió Carlos.

—No será necesario tanto, también me han prometido que dentro del coche habrá algo de comida, pero llevad algo por si acaso.

—Yo también tengo dinero. —El tono de Ana era ofendido.

—Ya lo sé, pero tú me vas a conseguir las armas para mañana por la noche. A las once salimos, y con un poco de suerte, llegaremos allí en menos de tres días.

—Las tendré.

Ahora lo decía con contundencia y arrogancia. En realidad, nunca había tenido problemas con ese chico, simplemente no le gustaba su actitud ni su forma de creerse superior al resto. Pero se recordó que, le gustase o no, tenía que empezar a comportarse.

—¿Y yo? —preguntó Emma.

—Tú, ¿qué? —le espetó Derek.

—No pienso quedarme sin hacer nada.

Carlos, que ya se esperaba esa reacción, sonrió, y Luis, que de alguna forma había desarrollado el don de leerle el pensamiento exclusivamente a él, también sonrió. Ana ruló los ojos sabiendo que Emma estaba intentado con todas sus fuerzas no ser el eslabón más débil.

—Tú procurarás no romperte tus frágiles huesos caminando o morir agonizando cuando te encuentres con Bianca. ¿Crees que podrás?

Le perforó con la mirada, harta de ese tono entre condescendiente y burlesco que tomaba siempre que se dirigía a ella. Lo que ella desconocía era que, por primera vez en mucho tiempo, Derek empezaba a temer perder a alguien en el viaje.

Progeniem

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