Читать книгу Rompamos el silencio - María Elena Mamarian - Страница 8

Оглавление

Introducción

La violencia familiar no es un fenómeno nuevo. Ya en los primeros relatos bíblicos del libro de Génesis encontramos referencias al tema del maltrato en el ámbito del hogar, abarcándolo en sus distintas formas, incluyendo la del asesinato. Sin embargo, sólo en las últimas décadas del siglo veinte comienza a ser objeto de estudio por parte de las diversas ramas de las ciencias humanísticas; se comienza a visualizar que, dentro de un ámbito supuestamente amoroso, protegido, seguro, hasta idílico o sagrado, como se pretende concebir a la familia, pueden darse las formas de maltrato más terribles entre sus miembros, o hacia algunos de ellos.

La violencia familiar ha sido una especie de «oveja negra», algo secreto y soslayado, para las investigaciones y teorías psicológicas y sociológicas. Esto podría atribuirse a que, aun hoy, resulta difícil vencer la resistencia al tema que oponen las creencias sociales o culturales. Estas sostienen que la familia es como un santuario pleno de amor y cuidado para sus integrantes. Se ha preferido rodear de silencio y de prejuicios al sufrimiento y al abuso que pueden darse en el seno de una de nuestras más queridas instituciones. Esto ha impedido la toma de conciencia de que con tal actitud se ha fomentado y encubierto la comisión de delitos con total impunidad; todo ha quedado «en familia», ya que no está bien visto «secar los trapitos sucios al sol», como convenientemente indican algunos dichos vulgares.

Hace todavía menos de 20 años que se tipificó a la Violencia Doméstica como un fenómeno de estudio especializado, para que diversas disciplinas pudieran llegar a su investigación, explicación y tratamiento.1

Ya han pasado algunos años desde que la cita precedente fuera escrita. La violencia familiar, como fenómeno social irrefutable, se ha puesto sobre el tapete en nuestros países de América Latina y en el mundo occidental en general. En las agendas de las políticas públicas de algunos países2, en los medios masivos de comunicación (prensa escrita, televisiva y radial), en los ámbitos educativos y académicos, en los espacios de las organizaciones no gubernamentales, y en menor proporción en las iglesias, comenzó a exponerse y discutirse el tema, con mayor o menor rigurosidad según el caso. Sin embargo, y a pesar de que es positivo que se haya comenzado a visibilizar la problemática ante la opinión pública, todavía estamos muy lejos de encontrarle solución en nuestra sociedad, manchada tristemente por las lágrimas y la sangre de las víctimas inocentes.

Más allá de ser una realidad muchas veces negada, minimizada o cuestionada en algunos sectores de la sociedad, por lo intolerable y siniestra que resulta, además de inquietante y apelativa, al fenómeno de violencia familiar se le continúa haciendo la vista gorda especialmente en nuestros ámbitos cristianos. A los prejuicios sociales en general, que nos llevan a creer que ésta no es una problemática frecuente o que sólo pasa en las poblaciones humildes, los cristianos solemos agregarle el prejuicio de pensar que esto no sucede entre el pueblo evangélico en particular. Sin embargo, estudios fidedignos revelan que el maltrato en la familia es una práctica muy extendida, y que no respeta clases sociales, nivel académico, geografía, ni tampoco religión.

En una encuesta realizada tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos, se dieron los siguientes resultados:

La Encuesta Metodista del año 2002, en el Reino Unido, señalaba que el 17% de los encuestados había experimentado violencia doméstica, el 13% la había experimentado varias veces, el 4% la sufría frecuentemente, el 54% dijo haber experimentado violencia doméstica en los últimos 5 años o más, el 21% dijo que por más de 10 años. Los principales perpetradores de violencia doméstica fueron los esposos y las parejas. Una reciente encuesta de la Alianza Evangélica en el año 2010 no vio cambio alguno en este nivel de abuso. 3

En el contexto latinoamericano también existen estudios recientes realizados en Perú y en Argentina (provincia de Córdoba) que aportan luz a la realidad del maltrato familiar en el ámbito evangélico.

Los datos de las encuestas realizadas en Perú:

 4 de cada 10 evangélicos adultos niega la posibilidad de violencia en los hogares.

 Sin embargo, 7 de cada 10 evangélicos adultos menciona que durante los últimos tres años por lo menos una vez sufrió algún tipo de violencia en el hogar.

 4 de cada 10 varones y 6 de cada 10 mujeres sufrieron algún maltrato durante su niñez.

 2 de cada 10 reconocen haber sido víctimas de abuso sexual.

Las cifras que aporta la Organización cristiana Comunidad y Cambio (Córdoba, Argentina), son similares:

 1 de cada 5 personas reconoce la existencia de la violencia económica.

 2 de cada 10 evangélicos adultos niega la posibilidad de violencia en los hogares.

Pero

 3 de cada 10 evangélicos adultos mencionan que en los últimos 3 años ha sufrido situaciones de violencia y/o abuso en el hogar.

Cuando eran niños:

 4 de cada 10 encuestados fueron víctimas de violencia.

 5 de cada 10 evangélicos presenciaron situaciones de violencia.

 3 de cada 10 mujeres evangélicas y 2 de cada 10 hombres fueron víctimas de abuso sexual. 4

Estos datos son compatibles con la experiencia de los profesionales especializados y agentes pastorales de otras instituciones cristianas de Buenos Aires -como Fortalecer, Asociación Pablo Besson, Eirene Argentina- que desde hace muchos años vienen trabajando en la problemática familiar en general y en los temas de violencia en particular. Tristemente cierto: en nuestros ámbitos cristianos también se sufre el maltrato en la familia.

Haciendo referencia al maltrato sobre la mujer en la pareja –más precisamente llamado violencia de género-, un informe especial de la revista del Banco Interamericano de Desarrollo, bajo el título «Una realidad que golpea», menciona lo siguiente sobre distintos tipos de abuso:

 En Chile, un estudio reciente revela que casi el 60 por ciento de las mujeres que viven en pareja sufren algún tipo de violencia doméstica y más del 10 por ciento agresión física grave.

 En Colombia, más del 20 por ciento de las mujeres han sido ví­ctimas de abuso físico, un 10 por ciento víctimas de abusos sexuales y un 34 por ciento de abusos psicológicos.

 En el Ecuador, el 60 por ciento de las residentes en barrios pobres de Quito han sido golpeadas por sus parejas.

 En Argentina, el 37 por ciento de las mujeres golpeadas por sus esposos lleva 20 años o más soportando abusos de este tipo.

Las estadísticas en los países así llamados del «primer mundo» no son muy diferentes. Del informe mundial de la OMS sobre la violencia y la salud, en 2002, se obtienen los siguientes datos referidos sólo a la violencia física:

 En un estudio realizado en Canadá, a nivel nacional, en el año 1993, sobre una población de 12.300 mujeres encuestadas, mayores de 18 años, 29% refirió haber sido agredida alguna vez por su pareja.

 En un estudio de similares características realizado en Estados Unidos, entre 1995 y 1996, sobre una población de 8.000 mujeres a nivel nacional, el 22% contestó afirmativamente al respecto.

 En el Reino Unido, un estudio efectuado en 1993 sobre una población de 430 mujeres, mayores de 16 años, del norte de Londres, también el 30% de las mujeres admitieron haber sido golpeadas por su pareja.

 En Suiza, en un estudio a nivel nacional sobre 1500 mujeres cuyas edades oscilaban entre 20 y 60 años de edad, encuestadas entre 1994 y 1996, reveló que el 21% de ellas había sido maltratada por su pareja.5

Citamos estos datos a título ilustrativo. Sólo hacen referencia al maltrato en la pareja; no incluyen el maltrato a los niños, niñas y adolescentes, ni a los ancianos y discapacitados en la familia. Si lo hiciéramos, el porcentaje de violencia en la familia aparecería significativamente más alto. Algunos datos sugieren que más del 50% de las familias están o estuvieron afectadas por algún tipo de maltrato entre sus miembros.

Sin embargo, el impacto de los números no debe ser una barrera para acercarnos a un tema difícil pero real y cotidiano. A veces preferiríamos cerrar los ojos y los oídos para no ver ni escuchar tanto dolor; en definitiva, no hacernos cargo, aunque esté sucediendo en nuestra propia familia o en la de nuestro vecino. Pero tampoco queremos ser simplemente sensacionalistas, o que el desánimo nos invada y nos paralice, cayendo en la desesperanza de «no se puede hacer nada», «siempre fue así», «las cosas no van a cambiar». Detrás de cada número hay seres humanos que sufren padeciendo una realidad que puede detenerse, cambiarse o, mejor aún, ser evitada en las generaciones más jóvenes. Esta no es una propuesta utópica, sino un compromiso que podemos asumir, cada uno desde su espacio, sea grande o pequeño, importante o aparentemente insignificante. Todos podemos hacer algo para decir: ¡Basta de violencia en la familia!

El tema del maltrato familiar es muy vasto y complejo. No pretendemos, por ende, agotarlo en esta obra. Quizás un buen punto de partida sea definir algunos términos y el campo que abordaremos en los próximos capítulos.

¿Qué entendemos por violencia familiar?

«Familia» puede definirse de muchas maneras, más o menos abarcadoras y complejas. Una definición sencilla y práctica podría ser: «Ámbito afectivo y de convivencia diseñado por Dios, donde los individuos nacen, crecen y se desarrollan de manera integral, unidos por los vínculos más íntimos como los de esposo y esposa, padres e hijos, hermano-hermana, etc.». Todos nacimos en una familia y formamos parte de una familia, la de origen o la propia. Cuando hablamos de «familia» lo hacemos de un modo amplio y no sólo pensando en la llamada «familia tipo» (papá, mamá, hijos). Muchas veces en una familia falta alguno de los progenitores (por soltería, viudez, divorcio o abandono del cónyuge), o la familia puede estar constituida por abuelos y nietos. Hay familias ensambladas o reconstituidas (uno de los cónyuges o los dos tienen hijos de uniones anteriores que viven –en forma permanente o esporádica- con el nuevo matrimonio), o varios hermanos solteros o viudos viven juntos, o simplemente familias ampliadas. Las configuraciones familiares pueden variar también de acuerdo a la cultura, a factores socioeconómicos, al lugar donde vivan y a otras contingencias. Por ejemplo, es más común encontrar familias nucleares (mamá, papá e hijos) y monoparentales (hijos que viven con un solo progenitor) en las grandes ciudades, y familias ampliadas en las que conviven dos o más generaciones, en el interior del país o zonas rurales. También ocurre en nuestro medio con mucha frecuencia que, por dificultades económicas, los hijos ya casados vuelvan a vivir al hogar de origen con sus cónyuges e hijos; o que los jóvenes divorciados vuelvan con sus hijos, si los tienen, también al hogar de origen. En otras palabras, existe una gran diversidad familiar, de modo que debemos ampliar nuestro concepto de “familia” y, por ende, las formas de comprenderla y abordarla.

Los miembros de una familia, no importa qué configuración tenga ésta, sostienen entre sí diferentes tipos de vínculos:

 Vínculos biológicos, que funcionan perpetuando la especie, dando sustento y abrigo.

 Vínculos psicológicos, que cubren las necesidades afectivas de sus miembros (pertenencia, seguridad, autoestima, etc.), promueven el aprendizaje de los valores, mitos y creencias familiares, y de los roles sexuales.

 Vínculos sociales, que imparten y perpetúan normas, valores y mitos de la cultura.

 Vínculos económicos, que producen en cada familia la manera de intercambio de los valores y de los bienes.

Por otra parte, para definir mejor cuál es el campo de la violencia en la familia, resulta útil distinguir violencia familiar de conflicto familiar. Es normal que en la familia haya conflictos, dado que el conflicto es inherente a la naturaleza humana. Se produce un conflicto cuando existen partes en pugna, facciones que no se ponen de acuerdo. Muchas veces experimentamos conflictos personales, individuales, al encontrar dentro nuestro ideas o tendencias que se oponen entre sí. Puede ocurrir que a veces no nos pongamos de acuerdo con nosotros mismos, que haya contradicciones internas y nos cueste tomar una decisión o arribar a la solución de un problema que se nos presente. También hay conflictos interpersonales debidos a diferencias de opinión, de personalidad, de historia personal, de valores, de forma de encarar los problemas, de actitudes hacia la vida, de cultura, etc. Los conflictos interpersonales pueden generarse en cualquier interacción humana en distintos ámbitos: familiar, eclesial, vecinal, laboral, de amistad, etc.

Además, hay conflictos familiares propiamente dichos, que son parte de la evolución normal de una familia. Cada etapa que atraviesa una familia en su devenir normal puede generar conflictos entre sus miembros o en el funcionamiento del grupo en general. Tal es el caso, por ejemplo, de la adaptación a la vida matrimonial recientemente iniciada, la redefinición de la relación con la familia de origen en distintos momentos evolutivos, la llegada del primer hijo, el crecimiento de los hijos en sus distintas etapas, la manera de encarar la educación de los mismos, los conflictos propios de la adolescencia, el trato con un hijo ya adulto, la vejez y el retiro de la vida activa, etc. También la familia debe resolver otros problemas que aparecen en su horizonte: las llamadas crisis accidentales. No son esperadas ni se relacionan necesariamente con el crecimiento familiar, pero suceden y deben afrontarse. Algunas de estas crisis son el desempleo, las dificultades habitacionales, las pérdidas de todo tipo (humanas o materiales), las catástrofes sociales o naturales, las rupturas, los accidentes, las enfermedades, los sueños y proyectos incumplidos, etc. Éstas y otras dificultades, evolutivas o accidentales, pueden generar inestabilidades y conflictos de distintos tipos que la familia debe afrontar. El tema es cómo se resuelven los problemas que van surgiendo en la familia.

La resolución de conflictos requiere de estrategias y recursos que permiten finalmente el crecimiento personal y familiar. Es frecuente que no se cuente con tales recursos, pero es esperanzador que puedan aprenderse y desarrollarse. Por eso las crisis, tanto en el plano individual como en el familiar y el social, en general, representan un peligro, pero también una oportunidad para crecer y madurar. El instrumento más valioso que tenemos para resolver los conflictos humanos es la palabra, la posibilidad de comunicarnos y expresar lo que necesitamos y entender también lo que desea y necesita el otro.

Las crisis de ninguna manera representan enfermedad o patología. Son parte de la experiencia universal humana. Son más bien la forma normal en que las personas y las familias reaccionan ante las amenazas internas o externas que no pueden controlar. Las crisis representan, como dijimos, tanto una oportunidad como un peligro. Como oportunidad, pueden ayudar a personas, familias y comunidades a crecer incluso en medio del sufrimiento. Representan un peligro cuando no se procesa el dolor, cuando las personas pierden la confianza en sí mismas, cuando se aíslan y quedan paralizadas frente a la vida.6

El problema, entonces, no es que haya conflictos en la familia, sino que los mismos se hagan crónicos o no se encuentren maneras apropiadas de solucionarlos. Muchas veces la violencia o el maltrato aparecen como una forma equivocada de resolver los conflictos personales o familiares. Bien lejos de resolver los problemas, la violencia en sí misma es un problema que necesita de soluciones específicas.

Si bien no idealizamos la familia, es decir, tomamos en cuenta que está formada por seres humanos imperfectos y sujeta a todo tipo de presiones que no siempre resuelve de la mejor manera, resulta alarmante que el espacio físico y afectivo que configura la familia —el lugar donde se experimentan los más grandes sentimientos positivos— también sea el espacio donde se generen los sufrimientos más intensos y los dolores más amargos, resultado de la violencia ejercida entre sus miembros.

Pero ¿a qué llamamos violencia? La Organización Mundial de la Salud ha definido la violencia, en un sentido amplio, como sigue:

El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastorno del desarrollo o privaciones.7

La palabra «violencia», en el contexto de la familia, refiere a las pautas abusivas de relación entre los miembros de esa familia. Describe el uso de la fuerza (física o emocional) usada con el fin de someter al otro. Los términos «violencia», «maltrato» y «abuso» serán utilizados como sinónimos en esta obra.

Puede llamar la atención que utilicemos los conceptos de victimización y víctima, tal vez más identificados con otro tipo de situaciones, como podrían ser la violencia callejera o la agresión sufrida por parte de un desconocido. Aunque algunos sectores, por diversos motivos, no están de acuerdo en utilizar esta terminología, a nosotros nos parece útil, por un lado, para facilitar la toma de conciencia de la responsabilidad de los hechos de violencia en la familia, y por otro, para la correspondiente sanción del delito que representa el maltrato familiar. Sólo recientemente, por ejemplo, la violación dentro del matrimonio es considerada un delito, lo mismo que otras formas de maltrato en la familia. Recordemos que en la Argentina, por citar un caso, la ley de violencia familiar fue dictada recién en 1994 y puesta en marcha en 1995.

En una definición sencilla, víctima es la persona que ha sido dañada injustamente. Si hay una víctima, ha ocurrido una victimización.

La pertinencia de los estudios de victimización se reveló originalmente en conexión con delitos sobre los cuales no suele informarse, tales como las violaciones de niños o el maltrato de los cónyuges, cuyas víctimas constituyen una gran proporción de la «cifra oscura» de la delincuencia. Resultó obvio en esos estudios que hay razones que militan contra la comunicación de esos actos, y guardan relación con la expectativa de desaprobación social y los problemas de definición por la sociedad y por las propias víctimas. Esa escasa comunicación ha tenido por efecto minimizar la conciencia de ciertas formas de victimización como problema social.8

Dentro de lo que llamamos violencia familiar encontramos distintas formas, dependiendo de quiénes sean los protagonistas y según cuál sea su papel en la familia. Hablamos de maltrato conyugal cuando la interacción violenta se da entre los miembros de la pareja, sea que esté conformada por esposos unidos legalmente en matrimonio o que se trate de una unión de concubinato o de hecho. También incluimos la violencia en el noviazgo. En la actualidad se prefiere hablar de «maltrato en la pareja», en vez de «maltrato conyugal», justamente para abarcar cualquier relación íntima de hombre y mujer que resulte abusiva. A punto tal que gran parte de los casos de femicidios (asesinatos de mujeres por el solo hecho de su género) son cometidos por ex parejas que las siguen considerando objetos de su pertenencia y uso.

De acuerdo con el tipo de fuerza que se emplee, el maltrato puede ser físico, emocional, sexual, financiero (o patrimonial) y simbólico. Generalmente estos tipos no se dan aislados, sino que se combinan, lo que da por resultado distintas formas de abuso en la misma relación. La forma más común es el maltrato hacia la mujer (70%). Luego le sigue la violencia cruzada (25% de los casos), donde ambos miembros de la pareja se agreden. Y en una ínfima proporción (3-5%), hay maltrato hacia el hombre. Estos porcentajes corresponden a las formas físicas de maltrato. Es posible que varíen en algún grado si hablamos de maltrato emocional, que es muy difícil de establecer estadísticamente por las variables que intervienen. En cuanto a la violencia cruzada, la experiencia indica que en muchos casos se trata de la reacción que tiene una mujer hacia las agresiones constantes o reiteradas en el tiempo, recibidas primero por parte del varón.

Ante la violencia verbal, las mujeres intentan, la mayor parte de las veces, explicarse o tranquilizar a su compañero. Ante las agresiones físicas, intentan huir o refugiarse en otra habitación. Para ellas es una cuestión de supervivencia, puesto que saben que el enfrentamiento puede incrementar la violencia. Algunas responden a los golpes con más golpes, pero corren el peligro de que la violencia de su compañero se multiplique por dos o de que las tomen por violentas a ellas. No obstante, puede suceder que este tipo de reacción marque, en el otro, un límite que no debe superarse. 9

En los siguientes capítulos se darán más precisiones sobre el maltrato en la pareja.

Otra forma de violencia familiar muy frecuente es el maltrato contra niños, niñas y adolescentes. Se trata del abuso que experimentan los niños/as y adolescentes por parte de sus mayores o de quienes están para cuidarlos en el hogar, fundamentalmente los padres y madres. El abuso puede ser físico, emocional o sexual, y también suele darse combinado. Se estima que el 85% de las niñas, niños y adolescentes abusados sexualmente lo son dentro del ámbito íntimo del hogar, por parte de familiares o conocidos muy cercanos. Estos no necesitan usar la fuerza física para cometerlo, ya que pueden lograrlo a través de la seducción y la confianza que el niño tiene en ellos. Si no son descubiertos o no se toman medidas eficaces para que se interrumpa la relación abusiva, este tipo de abuso suele prolongarse durante varios años. Sólo el 15% restante es cometido en otros ámbitos (la escuela, la calle, el club, etc.). En estos casos suele ser más violento y darse como episodio único. No sólo las niñas son abusadas sexualmente, sino también los niños, dato que es menos conocido porque culturalmente es más estigmatizante y por lo tanto menos confesado por los varones adultos. Tristemente, para muchos niños, niñas y adolescentes el ámbito más inseguro y siniestro se encuentra dentro de las cuatro paredes del hogar, en lugar de ser el espacio de protección y cuidado amoroso que deberían encontrar.

Cada hora de cada día 228 niños y principalmente niñas son explotados sexualmente en América Latina y el Caribe… La información recopilada de distintos países de la región de América Latina y el Caribe muestra que entre el 70% y el 80% de las víctimas de abuso sexual son niñas, que en la mitad de los casos los agresores viven con las víctimas y en tres cuartas partes son familiares directos. Cuando el abusador tiene las llaves de casa, la sociedad no puede permanecer indiferente.

Cuando hablamos de abuso también tenemos que hablar del hombre que lo causa. El machismo sumado a la violencia de género, son a menudo antecedentes de la violencia contra los niños. Se necesita un movimiento de hombres que repudien esta mal llamada masculinidad y se conviertan en un factor de protección. Las niñas no son juguetes sexuales de los adultos.

Un niño explotado es el último eslabón de una serie previa de violaciones a sus derechos que no han sido garantizados. La violencia, la negligencia, y abuso conducen a la explotación sexual infantil.10

El abuso sexual sobre niños, niñas y adolescentes, lo cometen los hombres de la familia y sus allegados en una proporción abrumadora (95%), pero el maltrato físico y emocional es protagonizado tanto por los padres como por las madres. En ocasiones, los hermanos mayores también pueden tener conductas de maltrato hacia los hermanos más jóvenes, sean varones o mujeres; muchas veces con el conocimiento y aprobación de los padres. También se considera que el maltrato puede darse por acción o por omisión. Es decir, no sólo se cuentan como maltrato las acciones abusivas (golpear, insultar o abusar sexualmente de un niño/a), sino las omisiones que se cometen al no tomar en cuenta las necesidades de los chicos relativas a su salud, su educación, sus necesidades emocionales (de aceptación, de seguridad, de amor, etc.), o sus posibilidades evolutivas (por ejemplo, la excesiva exigencia de los padres en distintos aspectos). Constituye maltrato por negligencia.

También los ancianos y los discapacitados con frecuencia sufren violencia dentro del ámbito familiar. Nos indignamos cuando sabemos de geriátricos u otras instituciones donde se maltrata a los ancianos. No obstante, la mayor parte de las veces, por acción o por omisión, se abusa de ancianos y discapacitados en el seno familiar. Además del maltrato físico, emocional y sexual, el abuso financiero suele ser muy frecuente, al apropiarse o disponer discrecionalmente de los bienes de las personas ancianas o enfermas.

Como resulta evidente, y sin desconocer el maltrato que sufren a veces los hombres, los datos y estadísticas confiables –además de nuestra propia experiencia de campo- señalan que la población vulnerable dentro de la familia está formada por mujeres, niños, ancianos y discapacitados. Las mujeres por su género, los niños por su edad, y los ancianos y discapacitados por su situación; todos ellos están en posición de desventaja, es decir, tienen menos poder. Y para que haya maltrato, deben darse como condiciones el desequilibrio de poder y el abuso de poder. Llena de tensiones y conflictos, organizada jerárquicamente, en la familia interactúan personas de diferente género, de distintas edades y de diferente condición, dependientes unas de otras. Justamente por el distinto grado de poder que detentan sus miembros, la vida en familia resulta propicia para la aparición del abuso de poder, el cual supone una jerarquía en la cual alguien es más fuerte y alguien es más débil, alguien está por encima y alguien está por debajo. El poder no es un problema en sí mismo, ya que puede y debe usarse para ayudar a crecer al otro, protegerlo, cuidarlo, brindar condiciones de desarrollo, etc. El problema es cuando alguien abusa de su poder, amparado en condiciones de «más fuerza», sea física, emocional o financiera.

En el Informe de la Organización Mundial de la Salud citado más arriba se afirma que

la inclusión de la palabra «poder», además de la frase «uso intencional de la fuerza física», amplía la naturaleza de un acto de violencia así como la comprensión convencional de la violencia para dar cabida a los actos que son el resultado de una relación de poder, incluidas las amenazas y la intimidación. Decir «uso del poder» también sirve para incluir el descuido o los actos por omisión, además de los actos de violencia por acción, más evidentes. Por lo tanto, debe entenderse que «el uso intencional de la fuerza o el poder físico» incluye el descuido y todos los tipos de maltrato físico, sexual y psíquico [...] Esta definición cubre una gama amplia de consecuencias, entre ellas los daños psíquicos, las privaciones y las deficiencias del desarrollo... Numerosas formas de violencia contra las mujeres, los niños y los ancianos, por ejemplo, pueden dar lugar a problemas físicos, psíquicos y sociales que no necesariamente desembocan en lesión, invalidez o muerte. Estas consecuencias pueden ser inmediatas, o bien latentes, y durar muchos años después del maltrato inicial. Por lo tanto, definir los resultados atendiendo en forma exclusiva a la lesión o la muerte limita la comprensión del efecto global de la violencia en las personas, las comunidades y la sociedad en general.11

Mitos y verdades sobre violencia familiar

Sabemos que nuestras actitudes y acciones están determinadas, en gran parte, por lo que creemos, y que la verdad nos hace libres para actuar como debemos. Una forma de conocer la verdad sobre el tema de la violencia en la familia es despejar las mentiras, los prejuicios, las distorsiones y la ignorancia que pueden estar cegando nuestro entendimiento y, consecuentemente, nuestro accionar responsable al respecto.

En la obra Violencia familiar, Una mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social12, se enumeran algunos de los mitos y prejuicios más frecuentes sobre el tema que nos ocupa. Los citamos, ampliando cada uno de los mismos, a la par que incluimos otros.

1 Los casos de violencia familiar son escasos; no representan un problema tan grave. La verdad es que, como ya mencionamos al comienzo de esta introducción, se estima que alrededor del 50% de las familias sufre o ha sufrido -en algún momento de su historia- alguna forma de violencia entre sus miembros.

2 La violencia familiar es producto de algún tipo de enfermedad mental. Esta es una forma de justificación bastante frecuente, tendiente a minimizar la responsabilidad del agresor. Por el contrario, son a menudo las víctimas las que terminan padeciendo algún trastorno psiquiátrico —por ejemplo depresión, angustia, trastornos del sueño, etc.— como efecto del estrés crónico que padece una persona que recibe maltrato en forma persistente y continua. Sólo una proporción menor de patologías psiquiátricas cursan con agresión. En estos casos, la violencia es indiscriminada. No está dirigida intencionalmente a una sola persona ni se oculta a la mirada externa, como ocurre en la violencia familiar.

3 La violencia familiar es un fenómeno que sólo ocurre en las clases sociales carecientes. De acuerdo con el modelo ecológico de causalidad que se mencionará más adelante, es verdad que las condiciones socioeconómicas desfavorables aumentan el riesgo del surgimiento de la violencia en la familia porque operan como factores estresantes adicionales. Sin embargo, los estudios serios sobre el tema muestran que este fenómeno se da en todas las clases sociales y en todos los niveles educativos. Lo que a veces varía son los métodos más refinados del ejercicio de la violencia en las clases sociales más favorecidas económicamente, que además cuentan con mayores recursos para mantener oculto el problema. Las personas que pertenecen a sectores populares son las que concurren comúnmente a los servicios públicos, razón por la cual los casos quedan asentados en las estadísticas y registros, y el problema resulta entonces más visible.La fantasía y los mecanismos de defensa llevan a muchas personas a asociar el crimen y la violencia con las clases más bajas, sin educación, y con los segmentos antisociales de la población. Los estereotipos dominan las creencias que muchos tienen sobre la violencia y sobre aquellos que la practican. El hecho de que muchos actos de violencia se llevan a cabo en los hogares de ciudadanos profesionales respetables es algo que es negado firmemente por la mayoría de las personas.13

4 El consumo de alcohol es la causa de las conductas violentas. Es verdad que el consumo de alcohol y otras drogas puede favorecer la emergencia de la violencia, pero no son su causa. Muchos alcohólicos no son violentos en el hogar; una gran parte de los violentos no consumen alcohol ni drogas; los alcohólicos violentos en el hogar no lo son en el ámbito social; por lo tanto, es clara la «elección» deliberada de sus víctimas.

5 Si hay violencia, no puede haber amor en una familia. Es cierto que resulta muy difícil compatibilizar el amor con la violencia. Y de hecho, el verdadero amor no provoca daño al otro. Sin embargo, por un lado, hay que comprender el carácter cíclico que suele adoptar la violencia en la familia, por lo cual deja espacios libres para el intercambio afectuoso; por el otro, muchas veces el amor que se profesan los cónyuges no es tan saludable como debiera ser y, por efecto de la inseguridad de las personas, se torna adictivo, dependiente, posesivo, y consecuentemente proclive a la agresión.

6 A las mujeres que son maltratadas por sus compañeros les debe gustar; de lo contrario no permanecerían en la relación. Esta es una de las creencias que más lastiman a las mujeres que padecen violencia, y muestra un alto grado de incomprensión de la problemática. Las relaciones sadomasoquistas (placer sexual que se obtiene al agredir a un miembro de la pareja y/o ser agredido por el otro) no están incluidas dentro de la definición de violencia de género ya que, en todo caso, serían un tipo de relación sexual consentida mutuamente. No habría abuso de poder de una persona sobre otra, sino una relación de paridad donde ambos eligen libremente. En cambio, la mujer que permanece en una relación abusiva por muchos años o de manera crónica, lo hace por múltiples motivos de índole emocional, social, económica, etc. Si diera a conocer su situación, seguramente experimentaría culpa y vergüenza, al mismo tiempo que miedo, impotencia y debilidad. En mujeres cristianas se suma, además, la convicción de que deben permanecer en el matrimonio a cualquier costo, además de no contar –en muchos casos- con el apoyo del entorno para cortar con la relación de maltrato.

7 Las víctimas de maltrato a veces se lo buscan; «algo hacen para provocarlo». Las conductas de otros pueden causarnos enojo, pero de ninguna manera justifican la respuesta violenta. Esta creencia es sostenida por muchísimas personas por ignorancia y es la justificación predilecta de los victimarios. Incluso se atribuye intención de «provocación» a las víctimas de abuso sexual infantil o violación. De esta manera se echa la culpa a la víctima de la violencia y se exime de culpa al agresor. No sólo la población general se hace eco de este mito, sino también las personas encargadas de trabajar en el tema: psicólogos, policías, médicos, abogados, jueces, y hasta religiosos. Al transformar a las víctimas en «sospechosas» sólo logran aumentar su dolor y disminuir su esperanza de recibir ayuda.

8 El abuso sexual y las violaciones ocurren en lugares peligrosos y oscuros, y el atacante es un desconocido. Este prejuicio seguramente intenta alejar el fantasma de que dentro de las familias ocurran estos hechos aberrantes e intolerables, y está al servicio de evitar que se rompa el mito de la familia como paraíso seguro. El Profesor Dr. Emilio Viano, especialista en Victimología citado más arriba, menciona que la familia, lejos de ser un santuario, un asilo o un refugio que brinde seguridad y ayuda, muchas veces puede llegar a ser una experiencia aterradora para mujeres y niños.14 Sin embargo, preferimos negar esta realidad porque no queremos que nada empañe la ilusión de la familia como espacio idílico de amor y armonía. De este modo, como sociedad, no hacemos más que cerrar los ojos y los oídos al sufrimiento de las víctimas de violencia en la familia. Veamos algunos datos con respecto al abuso sobre las mujeres, a modo de ilustración:Se estima que el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su compañero sentimental o violencia por parte de una persona distinta a su compañero sentimental en algún momento de su vida. Sin embargo, algunos estudios nacionales demuestran que hasta el 70 por ciento de las mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental durante su vida.Las mujeres que han sufrido maltrato físico o sexual por parte de sus compañeros tienen más del doble de posibilidades de tener un aborto, casi el doble de posibilidades de sufrir depresión y, en algunas regiones, 1,5 veces más posibilidades de contraer el VIH, en comparación con las mujeres que no han sufrido violencia por parte de su compañero sentimental .Pese a que la disponibilidad de datos es limitada, y existe una gran diversidad en la manera en la que se cuantifica la violencia psicológica según países y culturas, las pruebas existentes reflejan índices de prevalencia altos. El 43 por ciento de mujeres de los 28 Estados Miembros de la Unión Europea ha sufrido algún tipo de violencia psicológica por parte de un compañero sentimental a lo largo de su vida.Se estima que en prácticamente la mitad de los casos de mujeres asesinadas en 2012, el autor de la agresión fue un familiar o un compañero sentimental, frente a menos del 6 por ciento de hombres asesinados ese mismo año.En 2012, un estudio realizado en Nueva Delhi reflejó que el 92 por ciento de las mujeres comunicó haber sufrido algún tipo de violencia sexual en espacios públicos a lo largo de su vida, y el 88 por ciento de mujeres comunicó haber sufrido algún tipo de acoso sexual verbal (incluidos comentarios no deseados de carácter sexual, silbidos, miradas o gestos obscenos) a lo largo de su vida.Unos 120 millones de niñas de todo el mundo (algo más de 1 de cada 10) han sufrido el coito forzado u otro tipo de relaciones sexuales forzadas en algún momento de sus vidas. Con diferencia, los agresores más habituales de la violencia sexual contra niñas y muchachas son sus maridos o ex maridos, compañeros o novios.Se estima que 200 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación/ablación genital femenina en 30 países, según nuevas estimaciones publicadas en el Día Internacional de las Naciones Unidas de Tolerancia Cero para La Mutilación Genital Femenina en 2016. En gran parte de estos países, la mayoría fueron cortadas antes de los 5 años de edad.Las mujeres adultas representan prácticamente la mitad de las víctimas de trata de seres humanos detectada a nivel mundial. En conjunto, las mujeres y las niñas representan cerca del 70 por ciento, siendo las niñas dos de cada tres víctimas infantiles de la trata. Una de cada 10 mujeres de la Unión Europea declara haber sufrido ciberacoso desde la edad de los 15 años, lo que incluye haber recibido correos electrónicos o mensajes SMS no deseados, sexualmente explícitos y ofensivos, o bien intentos inapropiados y ofensivos en las redes sociales. El mayor riesgo afecta a las mujeres jóvenes de entre 18 y 29 años de edad. Se estima que 246 millones de niñas y niños sufren violencia relacionada con el entorno escolar cada año y una de cada cuatro niñas afirma que nunca se ha sentido segura utilizando los aseos escolares, según indica una encuesta sobre jóvenes realizada en cuatro regiones. El alcance y las formas de la violencia relacionada con el entorno escolar que sufren niñas y niños varían, pero las pruebas señalan que las niñas están en situación de mayor riesgo de sufrir violencia sexual, acoso y explotación. Además de las consecuencias adversas psicológicas y para la salud sexual y reproductiva que conlleva, la violencia de género relacionada con el entorno escolar es un impedimento de envergadura para lograr la escolarización universal y el derecho a la educación de las niñas.(Este último punto es interesante pero no refiere al ámbito familia.) Evaluar si se lo deja o elimina.15

1 El maltrato emocional no es tan grave como la violencia física. Muchas mujeres preferirían ser golpeadas físicamente para dar a conocer en forma visible su situación de maltrato intrafamiliar. La violencia emocional es más difícil de detectar y probar, tanto para la víctima como para el entorno. El abuso emocional continuado tiene consecuencias nefastas sobre la salud física y emocional de la víctima tanto o más graves que las provocadas por el maltrato físico.

2 La conducta violenta es algo innato, que pertenece a la «esencia» del ser humano. Este mito permite legitimar la violencia, concibiéndola como algo ineludible o inevitable. Pero, más allá de que ciertas características de la personalidad hagan más difícil el control de los impulsos en algunas personas, hay consenso en aceptar que la violencia es una conducta aprendida a partir de modelos familiares y sociales que la admiten como un recurso válido para resolver conflictos interpersonales o, peor aún, como el derecho que algunos miembros de la familia (hombres o adultos) ejercen sobre otros (mujeres o niños). Pensar correctamente en este aspecto es promover la esperanza cierta de un cambio. Si la violencia es una conducta aprendida, entonces puede ser reemplazada a través del aprendizaje de un nuevo modelo de respuestas no violentas. Para que esto sea posible, también deberá revisarse el sistema de creencias, sobre todo las referidas a aquellas que sostienen la superioridad de los varones sobre las mujeres (machismo), o de los adultos sobre los niños y niñas (adultocentrismo), además de otros tipos de supremacía de algunos seres humanos sobre otros.Los estudios en diversos entornos han documentado muchas normas y creencias sociales que apoyan la violencia contra la mujer, como las siguientes:el hombre tiene derecho a imponer su dominio sobre una mujer y es considerado socialmente superior;el hombre tiene derecho a castigar físicamente a una mujer por su comportamiento “incorrecto”; la violencia física es una manera aceptable de resolver el conflicto en una relación;las relaciones sexuales son un derecho del hombre en el matrimonio;la mujer debe tolerar la violencia para mantener unida a su familia;hay veces en las que una mujer merece ser golpeada;la actividad sexual –incluida la violación- es un indicador de masculinidad;las niñas son responsables de controlar los deseos sexuales de un hombre.16

A estos mitos que circulan entre la población en general, podemos agregar algunos mitos propios de los círculos religiosos, como por ejemplo:

1 La violencia familiar ocurre solamente en ho-gares en los que las personas no conocen a Cristo. ¡Cuánto desearíamos que los hogares cristianos fueran una excepción! Sin embargo, debemos decir con tristeza que no es así. Este mito en nuestros ámbitos cristianos produce la invisibilidad del tema, es decir, induce a creer erróneamente que el problema no existe. Los servicios especializados en violencia familiar, los hospitales y otros medios donde se presta atención a la salud, física y psíquica, encuentran esta problemática en todo tipo de personas, incluyendo en personas religiosas de distintas confesiones. El abuso en la familia no reconoce fronteras económicas, sociales, étnicas, ni tampoco religiosas.Es cierto que los cristianos y las cristianas disponemos de recursos extraordinarios que muchas veces ignoramos o nos rehusamos a utilizar: cambios en la forma de pensar sobre el uso del poder a partir del mensaje explícito e implícito de Jesús al respecto, el valor de varones y mujeres por igual, la protección hacia los más débiles, por ejemplo, y que incidirían en nuestras prácticas cotidianas. Entonces, resulta doblemente triste que en nuestros ámbitos se practique el mal trato en la familia y también en nuestras comunidades de fe.La violencia doméstica es una triste realidad en Brasil y una encuesta reveló una información aún más alarmante: el 40% de las mujeres que dicen ser víctimas de abuso físico y verbal por parte de sus maridos son evangélicas.El descubrimiento es el resultado de una encuesta de la Universidad Presbiteriana Mackenzie sobre informes recogidos por organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabajan para apoyar a las víctimas de violencia.“No esperábamos encontrar, en nuestro campo de investigación, casi el 40% de mujeres declarando ser evangélica”, dice un extracto del informe publicado.La sorpresa no es mayor que la preocupación que existe sobre el contexto de la agresión: muchas de las víctimas dicen que se sintieron coaccionadas por sus líderes religiosos a no denunciar a sus maridos.17Lastimosamente, esta realidad no corresponde sólo al país referido. Ya hemos mencionado qué pasa en nuestro contexto latinoamericano y también es una práctica habitual en comunidades cristianas de todo el mundo.

2 Es de cristianos soportar toda clase de malos tratos. Este mito nace de una equivocada interpretación teológica que hace del sufrimiento una virtud. Además suele combinarse con la creencia de que la mujer debe ser sumisa a su marido bajo cualquier circunstancia y condición. En las mujeres religiosas, estas creencias favorecen el sometimiento al maltrato en el hogar; en los hombres, ayuda a minimizar su comportamiento violento; y en los pastores y líderes, induce a consejos que tienden a que el abuso se justifique y se perpetúe.Algunos aspectos de la teología tradicional tienden a condicionar a la mujer a una vida de sufrimiento, sacrificio y servidumbre. Ello ha dado lugar a que el sufrimiento se considere bendición de Dios para edificación personal y expiación de los pecados de los demás…El incremento de movimientos fundamentalistas acentúa de muchas maneras la violencia que soportan las mujeres. A muchas de ellas les resulta difícil admitir que sufren violencia doméstica en su hogar porque tales movimientos les hacen sentir que hacer público el maltrato físico equivale a negar la presencia de Dios en sus vidas… Se hace hincapié en que hay que perdonar al marido porque se lo ve violento únicamente bajo influencia de un espíritu de violencia. Entonces, tratan de ocultar el problema porque es un mal testimonio y temen al pastor o a las críticas de los demás.Su teología crea sentimientos de vergüenza e inhibición mientras sufren. Se trata de una espiritualidad sufrida, fundada en una teología de resignación… Entre los sentimientos de culpa, la tentación demoníaca y el sacrificio, la violencia doméstica encuentra una complicidad sufrida en las mujeres que temen la condena de la congregación o la sociedad”.18

3 Si hay arrepentimiento del agresor, la víctima de maltrato debe perdonar y olvidar. Justamente debido al carácter cíclico de la violencia familiar, muchas veces ocurrirá que la persona violenta se arrepienta, quizás hasta sinceramente. Sin embargo, esto no equivale a la posibilidad de un cambio real de la conducta violenta. Las buenas intenciones no bastan: es necesario, además del reconocimiento y del arrepentimiento, el trabajo deliberado, prolongado y a fondo sobre cada uno de los miembros de la pareja, a cargo de alguien que sepa del tema.

Aunque sabemos que es posible que los perpetradores cambien y sean transformados por el poder redentor de Dios, desafortunadamente el abusador usa el “arrepentimiento” falso o hasta el “convertirse” en cristiano, como forma de ganar terreno y hacer que el abuso continúe. Si aparenta tener una súbita fe en Jesús y/o un inesperado “real” arrepentimiento, por seguridad de la víctima ninguna de estas decisiones deben tomarse a la ligera. Para comprobar si el arrepentimiento o conversión es genuina, esta actitud debe ser evaluada y puesta a prueba por un período largo de tiempo, consultando regularmente con la víctima, ya que ella es quien está en mejor posición de evidenciar si ha habido un cambio o no. 19

Justamente no se trata de un problema de perdón, sino de no olvidar y, más aún, de recordar lo repetitivo de las pautas de la conducta violenta. Sólo así será posible encarar un verdadero trabajo de restauración profundo y duradero.

La concepción correcta de todos los aspectos que hacen a la violencia familiar se irá desarrollando con más amplitud a lo largo de los capítulos siguientes.

Causas de la violencia familiar

Dado que es un fenómeno complejo, la violencia familiar no es algo que se explique fácilmente. Desde distintas líneas teóricas se pueden alegar diferentes causas o dar más peso a unas que a otras (biológicas, psiquiátricas, sociales, familiares, etc.). Cada vez existe mayor consenso en utilizar un «modelo ecológico», que nos ayuda a comprender un poco mejor las múltiples variables que intervienen en este fenómeno y también a integrarlas.

El modelo ecológico fue propuesto por un psicólogo estadounidense, Urie Bronfenbrenner.20 Se utilizó originalmente para explicar las diversas causas que confluyen en el maltrato infantil, luego se aplicó a la comprensión de la violencia juvenil, y más recientemente a la violencia en la pareja y otras formas de maltrato.

Aunque en capítulos más adelante se retomará el modelo ecológico, especialmente en relación con el maltrato en la pareja, adelantamos ahora sintéticamente que se trata de una mirada integradora a los distintos contextos de los que participa un ser humano en su desarrollo. Comprende, entonces, una dimensión individual, donde se examinan los factores biológicos y la historia personal, una dimensión relacional, que incluye las relaciones cercanas de un individuo (familia, amigos), una dimensión comunitaria (la escuela, el lugar de trabajo, el barrio, la iglesia) y una dimensión social, que toma en cuenta factores sociales más generales (normas, actitudes, legislación, políticas, etc.). Cada uno de estos ámbitos puede propiciar o desalentar, potenciar o neutralizar, según el caso, la aparición y perpetuación de las conductas violentas en general y en la familia en particular.

Al pensar en la violencia, tenemos que ponderar el «efecto cascada» de la misma. Esto significa que nunca la violencia se detiene en quien la recibe. De alguna forma, se descarga o se reproduce sobre otros. Se va armando así una larga cadena que empieza en los más fuertes y se perpetúa en los más débiles. Esto se puede verificar en cada uno de los niveles si los tomamos por separado, como también «bajando» de un nivel a otro en la cascada. Así, por ejemplo, si tomamos las relaciones en la familia, veremos que la violencia baja desde un adulto hacia un menor, y éste puede descargar la agresión recibida maltratando a las mascotas o a hermanos o compañeros más débiles. Si tomamos las relaciones laborales en su dimensión comunitaria, también es claro quiénes detentan mayor poder y cómo pueden abusar de él. A su vez, los que sufren algún tipo de abuso pueden reproducirlo, en algún momento, sobre otros. Incluso desde el nivel macrosocial se violenta a los individuos y a las familias a través de políticas socioeconómicas injustas y abusivas, que obviamente producen su mayor impacto nocivo sobre los más vulnerables de una sociedad.

En este sentido, también hay que tomar en cuenta el fenómeno de la «naturalización de la violencia», es decir, la aceptación, como natural o normal, de algo que no lo es. Desde el nivel individual y relacional, la persona que ha vivido desde su familia de origen hasta su familia actual dentro de interacciones violentas puede llegar a no registrar las conductas abusivas como algo disfuncional o éticamente incorrecto. La persona incorpora el maltrato a su repertorio de respuestas habituales, tanto en el caso de quien lo ejerce (victimario) como de quien lo de recibe (víctima).

El nivel comunitario también aporta a la naturalización de la violencia al tolerar pautas abusivas en sus múltiples expresiones (violencia en el colegio, violencia en los medios masivos de comunicación, violencia en la iglesia, violencia en el deporte y en el arte, etc.).

En el nivel más amplio —el social—, la tolerancia a la violencia se expresa en asuntos tales como las concepciones distorsionadas sobre qué es un hombre y qué es una mujer, que terminan avalando la violencia masculina, la impunidad de los agresores, la precaria legislación para proteger a las víctimas, las profundas desigualdades sociales debido a políticas perversas, que son una violencia en sí mismas, etc. Todo esto da por resultado que todos, aun los cristianos, seamos cada vez más tolerantes y más pasivos frente al maltrato, en nuestros hogares, en nuestras iglesias, en nuestra sociedad en general.

¿Cómo despertar de este letargo de conciencia y hacer algo al respecto, no admitiendo ninguna forma de violencia, sutil o abierta, en nuestras interrelaciones? Al respecto, en esta obra quisiéramos proponer pautas de prevención aplicables en los distintos ámbitos, en particular en el nivel relacional, tanto individual como comunitario. Al hacerlo, en especial quisiéramos referirnos a la iglesia de Jesucristo, no sólo porque consideramos que Dios tiene mucho que decir sobre este ser humano —creado a su imagen y semejanza, hombre y mujer—, acerca de su interrelación en la pareja y su vida en familia, sea la familia humana o la familia de la fe; sino también porque la familia de la fe tiene mucho para aportar a una familia que experimenta violencia entre sus miembros, sobre todo porque es mucho lo que se puede hacer desde un enfoque preventivo dirigido a los niños, adolescentes, jóvenes y matrimonios.

1 Graciela Ferreira, La mujer maltratada, Sudamericana, Buenos Aires, 1989, p. 25.

2 Por ejemplo, en la Argentina se han dictado buenas leyes sobre violencia de género y se han logrado avances significativos en este terreno durante los últimos años. Sin embargo, no siempre esto se traduce en correcta implementación en vastos sectores del país o en la asignación de fondos para cubrir la protección que las víctimas de maltrato deben recibir.

3 Consulta Regional sobre relaciones de género, violencia hacia la mujer y Misión Integral, Red Miqueas, Agosto 2011, p. 74.

4 Dentro de las cuatro paredes. Infografías. Paz y Esperanza, Comunidad y Cambio. Con el apoyo de Restored. Ending violence against women. (www.restoredrelationships.org)

5 Organización Panamericana de la Salud, Oficina Regional para las Américas de la Organización Mundial de la Salud, Informe mundial sobre la violencia y la salud, Washington, D.C., 2003, pp. 98-99.

6 Jorge E. Maldonado, Crisis, pérdidas y consolación en la familia, Libros Desafío, Michigan, Grand Rapids, Estados Unidos, 2002, p. 17.

7 Informe mundial sobre la violencia y la salud, op. cit., p. 5.

8 «Víctimas de delitos», Documento de Trabajo preparado por la Secretaría de las Naciones Unidas para el Séptimo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente, Milán, 26 de agosto a 6 de septiembre de 1985 (A/CONF.121/6), traducción española del original en inglés, parágrafo 18, p. 10.

9 Mujeres maltratadas. Los mecanismos de la violencia en la pareja. Hirigoyen, Marie-France. Paidos, 2006. Pág. 53

10 Unicef Argentina. Comunicación. Ante el abuso sexual infantil, la indiferencia es aceptación. https://www.unicef.org/argentina/spanish/media_13782.htm

11 Informe mundial sobre la violencia y la salud, op. cit., p. 5.

12 Autores varios, Paidós, Buenos Aires, 1994, pp. 36-39.

13 Emilio Viano, Violencia, victimización y cambio social, Editora Córdoba, Córdoba, 1987, p. 18.

14 Ibid., pp. 34-35.

15 ONU. MUJERES. Hechos y cifras. Acabar con la violencia contra mujeres y niñas. http://www.unwomen.org/es/what-we-do/ending-violence-against-women/facts-and-figures#sthash.yp1bSSVm.dpuf

16 OMS, OPS. Comprender y abordar la violencia contra las mujeres. Hoja informativa, 2013, p. 3. Versión electrónica: http://www.paho.org/hq/index.php?option=com_docman&task=doc_view&Itemid=270&gid=23944&lang=es

17 Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (ALC) http://alc-noticias.net/es/2016/11/18/40-de-las-mujeres-que-su sufren-violencia-domestica-son-evangelicas-dice-reciente-investigacion/

18 Priscila Singh, Las iglesias dicen “no” a la violencia contra la mujer. Plan de acción para las iglesias. Iglesia Evangélica Luterana Unida, 2005, pp. 39, 45.

19 Restaura. Poniendo fin a la violencia doméstica. Manual para las iglesias, p. 6 http://www.restoredrelationships.org

20 Urie Bronfenbrenner, La ecología del desarrollo humano, Paidos, Barcelona, 1979.

Rompamos el silencio

Подняться наверх