Читать книгу Comarca perdida - María Flora Yáñez - Страница 10
ОглавлениеEl niño del retrato
Sobre la cabecera del lecho de mi padre había un gran retrato al óleo que representaba a un niño de tres años, vestido de terciopelo azul. Sus ojos, anegados en luz, parecían seguir la trayectoria de las personas que cruzaban el cuarto. Era nuestro hermano mayor, Lolito, muerto poco antes de cumplir los tres años. Tan radiante y expresivo era su rostro que, aun prisionero en su marco, se sentía el anhelo de acariciarlo, de rozar levemente con los dedos sus cabellos oscuros y cálida tela de su traje. A veces —cuando a causa de alguna riña con mis compañeros de juego— mi corazón de criatura se apretaba, yo solía ir a apoyarme contra un pilar el patio, frente al dormitorio de mi padre, y sujetando apenas el raudal de llanto que la reciente riña formara detrás de mis párpados, miraba hacia adentro. Desde la penumbra del cuarto me sonreía el niño del retrato. Y su figura azul cobraba vida, pareciendo desprenderse del marco para venir a mí y brindarme una muda, ferviente protección.
Entonces, con el alma liviana, habría deseado interrogarlo, saber algo de su breve paso por la tierra. O indagar con mis padres detalles de esa etapa sonriente y ya lejana. Pero nunca tuve el coraje de hacer ni el gesto ni la pregunta necesarios, porque el solo nombre, la sola evocación del niño del retrato. Aún después de tantos años, removía en la atmósfera demasiado dolor. Se sabían trozos sueltos del drama, frases cogidas por azar: el regocijado viaje a Quilpué en busca de felices vacaciones y sin asomos de presentimiento… la escarlatina… el médico rural que desconoce el mal y mata al niño lentamente con fuertes dosis de antipirina… el retorno a Santiago, trayendo el único hijo dentro de un ataúd…
Trozos sueltos de aquella silenciosa tragedia. Porque de él mismo, del niño esplendoroso que perduraba en el gran retrato al óleo, vestido de terciopelo azul, no sabíamos nada.
Y era preciso, ¡ay! Resignarse a que solo nos contemplara desde arriba, inalcanzable y enigmático, en su altar polvoriento sobre el lecho de mi padre.